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sigue a la vista
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A todos y todas nos enseñan a cholear, nos educan bajo esos paradigmas, pues por más que
la teoría diga lo contrario, en realidad nos meten en la cabeza que no somos iguales y que
dentro de todos esos estratos y jerarquías humanas las y los cholos estamos muy por debajo.
De hecho, a las cholas y los cholos también nos enseñan a cholear, nos enseñan a reírnos y
burlarnos de manera discriminadora de las expresiones culturales de quienes, por el
racismo, están considerados en una jerarquía humana aún menor y la regla se replica y se
sigue replicando.
Ser serrana/o en Lima implica para muchos adaptarse y “alimeñarse” o ser confrontacional
con la choledad, porque sabemos que como mínimo va a traer burlas definitivamente o la
peor opción es la de vivir sometido a la discriminación y sufrir tratos injustos, bajando la
cabeza como a las y los discriminadores les gusta. Siempre queda claro que una/o nunca se
libera del estereotipo prejuicioso discriminador con el que se nos ve a quienes
evidenciamos nuestra choledad, siendo una de las formas nuestro lenguaje, el cómo
hablamos.
Soy huancaína, serrana y crecí en el Valle del Mantaro conociendo muchas diversidades
culturales y del habla, y en todas ellas siempre existimos las y los cholos que cholean y que
a su vez somos choleados, todos y todas hablábamos como serranos/as, claro pues, si lo
éramos no había otra forma de hablar, hay de quienes prefieren “limpiarse” de cualquier
vínculo cholístico, pero por lo general siempre nos tocaba estar en cualquiera de los dos
lados, ser los/as promotores/as de la risa o ser víctima de ella. Todo bien, hasta que me tocó
migrar a Lima y sentir que ya solo iba a estar de uno de los lados, el de la risa por mi forma
de ser o hablar. Y claro pues, hablamos muy distinto, aquí van algunos ejemplos:
Las y los cholos no decimos “estoy cansado”, pues decimos “cansado/a estoy”.
Las y los cholos no decimos “a ver fíjate qué pasa”, pues decimos “anda aguaita”.
Las y los cholos no decimos “por favor, pásame el vaso”, pues decimos “ese vasito
pásame por favor”.
Las y los cholos no decimos “la ubicación es bastante cerca”, pues decimos “está
acasito no más”.
Las y los cholos no decimos “¡Qué frío!, ¡qué dolor!, ¡qué calor! ¡qué picazón!,
¡qué hermosura!”, pues decimos “alalau”, “achachau”, “acacau”, “atatau”,
“añañau”, y un sinfín de ejemplos con sus diferentes matices.
Sin perjuicio de haber crecido con un papá orgullosamente cholo, que además siendo
antropólogo nos enseñó a reafirmar nuestra identidad, nunca nada es suficiente cuando se
trata de tener herramientas de cómo enfrentar la discriminación que sabes existe y de
manera expectante planeas cómo afrontar. Fue entonces cuando en la vida universitaria, con
el curso electivo de lingüística dictado por la increíble Paola Cépeda, aprendí una tremenda
lección sobre lo que era el castellano andino y la discriminación lingüística.
De pronto veía cómo algo tan usual para mí era motivo de estudio, desde la perspectiva más
académica y bonita, sintiendo que nada está mal, porque si el lenguaje se entiende y cumple
su finalidad, todo cuenta, con lo que empecé a ver con ojos de mayor justicia y amor estas
lecciones que significaban mucho para mí. Todo lo leía y todo lo estudiaba con el mayor
interés.
En la presentación final, contaban las “hazañas” que habían realizado para encontrar a la
persona que hable con castellano andino y no voy a mentir que me daba una tremenda risa
interna verlos tan inútiles y sin contacto con la realidad peruana. Algunas fueron a
mercados de “distritos más aserranados” con lo cual salían de su burbuja natural y
comentaban la “travesía” realizada que fue “alucinante”, otros acudieron a la trabajadora
del hogar de su casa, con quien tenían confianza al menos, entre más anécdotas de chicas y
chicos limeños que no eran capaces de ver a su alrededor, pues asumieron que las y los
cholos no estamos en todo lugar y no se daban cuenta que el ejemplo lo podían tener
incluso con compañeros de la misma universidad, pero ya venían con el estereotipo
encarnado en donde asumían que las y los cholos con castellano andino no estaban en su
entorno cercano.
Cuando me tocó exponer podía ver la cara de sorpresa de algunos y algunas cuando daba a
conocer con total orgullo que quien estaba detrás del audio de mi trabajo, que desprendió
los sentimientos más cochinos que la discriminación genera, no era una persona ajena a mí,
era mi tía, mi tía querida, la que me cargó en brazos cuando era bebé y la que cada vez que
la visitaba en Lima me hacía sentir feliz con ese calorcito wanka que siempre se necesita
cuando estás lejos de casa, la que siempre me dijo y me dice con ternura “me moñequita”.
Por eso mismo, cuando abordé los resultados de mi investigación lo hice con total sentir,
con dolor e indignación transformados en fortaleza de lucha contra la discriminación, pues
todas esas agresiones y rechazo de la cual fue víctima mi tía solo por su forma de hablar,
también me golpeó a mí. No solo me saqué una súper nota en el promedio final, sino que
me saqué la mejor nota, 19 recuerdo, y no solo eso, sino que mi material de investigación
fue muy bien valorado, por lo que con gusto firmé la cesión de derechos de los audios
recopilados que me dijeron serían de mucho aporte para las investigaciones futuras de la
universidad. En ese momento, mi choledad me hizo sentir orgullosa una vez más, pero con
un valor agregado, porque a partir de ahí, gracias a esas clases, supe que con el castellano
andino también se lucha.
Si todas las cholas y los cholos hubiéramos tenido ese conocimiento desde la niñez, en las
escuelas, muchos prejuicios y maltratos hubieran sido eliminados con mayor facilidad, pero
no, todavía prevalece la enseñanza desde la óptica blanca, en donde nos disfrazan una
realidad en donde no todos ni todas encajamos y por eso sentimos que debemos
moldearnos, y esto no es así. Es por ello que las enseñanzas del proyecto del Minedu son
muy valiosas y deben continuar.