Está en la página 1de 3

CON LA REGALÍA NO HAY TU TÍA CUANDO ESTÁ TU TÍO

Las regalías por la producción de hidrocarburos de 1941 a 1943 no habían sido


canceladas por YPFB y no había “miras” de que esto sucediera a mediano plazo.
La población se había incrementado llegando a los 35 000 habitantes y las
actividades propias de una urbe en expansión le demandaban una mayor cantidad
de agua potable a un sistema que ya era deficiente años atrás. La extracción del
agua se hacía por bombas mecánicas accionadas por hombres tan musculosos
como agotados de tanto extraer agua de la red; un producto turbio y espeso por el
limo, lodo al que había que descantar y filtrar para hacer que el agua sea apta para
el consumo. Haciendo alusión a los nudosos músculos de los bombeadores, los
perspicaces de la Plaza los llamaban “los cañemudos”. Bombear agua era una
manera de ganarse la vida: se la vendía en “la boca de la bomba” para aquellos que
no poseían el artefacto. Las personas que no querían gastar de más podían recurrir
a los grifos públicos, conformando extensas colas diurnas y colas nocturnas de
menor cuantía, pero agotadas por la vigilia y la rogativa de los esperadores: “ojalá
que no se corte el agua justamente ahora”. Y es que el caudal del sistema se había
vuelto ínfimo. El motor encargado de impulsar el agua sufría frecuentes
desperfectos y no había fondos para arreglarlo y, a veces, para comprar el
combustible necesario que lo alimente.
La demanda de agua propiciaba la especulación y los precios subían y bajaban
de acuerdo a la sed de la colectividad y la habilidad de los especuladores. En un
periódico se sugirió que las autoridades fijaran un precio para el costo del agua: Bs
0,20 por tinaja.
Quizás los desconfiados placeros sospechaban que aquellos 4500
"imprescindibles y emboscados”, sus amigos y compañeros recién llegados, y otros
inmigrantes del Altiplano radicados en el pueblo, crearon el rumor: el Tesoro
General de la Nación se cansó de enviar plata para solucionar el problema del agua
potable, pero las autoridades locales, en actos de pillería, “se la embolsillan”.
Era difícil hacerle comprender al pueblo sediento que los 3 000 000 de
bolivianos asignados por Busch desaparecieron por culpa de la Ley de abril de
1941, engullidos por un empréstito de Bs 30 000 000 del Gobierno central. Requería
de un esfuerzo aún mayor convencer al pueblo que los Bs 600 000 contemplados en
el Presupuesto General de la Nación para mejorar el servicio de agua potable y
pavimentación de calles fueron revertidos al Estado por caprichos y abusos del
poder central y no por una deficiente gestión de las autoridades locales. Peor era
explicarle al pueblo que YPFB era una entidad sorda y muda: no respondía - a los
reclamos por los tres años de regalías impagas.
Y lo más difícil para el pueblo: creer que las autoridades locales hacían lo
debido para defender los intereses de la comunidad demandando soluciones al
poder central, cuando ellos mismos habían sido elegidos autoridades por ese
poder.
La suma, resta y multiplicación de los potenciales recursos que —puestos a
hacer cuentas—, los opositores realizaban, demostraban claramente que todo lo
creado por la imaginación de la burocracia nacional podía solventar los gastos de
la refacción y modernización del sistema de agua: recaudaciones tarifarias, nuevos
impuestos, subvenciones fiscales, empréstitos. Pero la hipotética plata desaparecía
como la hipotética agua entre los dedos. Los criticones, profesionales que después
les tocó en suerte ocupar los cargos de los mismos funcionarios que detractaban,
descubrieron que:
• Las dos terceras partes de los abonados no pagaban las tarifas fijadas al
consumo.
• Los impuestos creados se centralizaban en La Paz y con ellos se abrió una
cuenta con fines de colocar un empréstito con el acumulo de estos
impuestos como garantías.
• Las subvenciones del Gobierno nunca llegaban.
• Otros ocurrentes ingresos imaginados por la burocracia también fueron
centralizados como fondos en custodia. Esos custodios son como lobos
hambrientos cuidando ovejas , dicen que dijo uno de los asiduos placeros.
En la política local, los políticos asumían sus roles de oficialistas y opositores,
alternándose en gestiones efímeras del poder, puesto que, al no encontrar
soluciones a las demandas comunitarias, ellos agotaban sus posibilidades y sus
carismas caducaban rápidamente, ya sin capacidad de fascinación,
desenmascaradas por el agua mezclada con limo bombeada en ínfimos caudales
por “los cañemudos”.
Ayúdate que Dios te ayudará repitió —tal vez— el cura desde el púlpito la vez
que le preguntaron hasta cuándo el cielo castigaría al pueblo con sequías y aguas
mínimas embarradas y hediondas. Pudo haber sucedido que el ingeniero Ramiro
Velasco escuchó el conocido proverbio y se le ocurrió una idea: construir tres
tanques de sedimentación con calafateado en las paredes, excavaciones de zanjas
mejor hechas, profundizando y corrigiendo las pendientes de la red de cañerías,
rehabilitar la máquina a vapor auxiliada por el viejo motor (¡¿sobreviviente de la
guerra del Chaco?!) y reconstruir la ruinosa Casa de Máquinas para que en ella
pudiera funcionar otro motor, flamante, recién aparecido: el motor Diesel
comprado durante la presidencia de Busch, que no se lo había instalado porque la
Casa de Máquinas no reunía las condiciones apropiadas y porque la carencia de
dinero para construir otra no lo permitía. El presupuesto del proyecto no era muy
alto y con sacrificios diversos podían realizarse algunas de las obras del proyecto,
menos la Casa de Máquinas y la instalación del nuevo motor, por falta de
presupuesto. Un súbdito alemán de apellido Reckeweg, radicado en Santa Cruz de
la Sierra, con el prestigio del que gozaban los alemanes en voluntad y método, se
hizo cargo de la supervisión de los trabajos que podían hacerse con los recursos
disponibles.
Progreso: el torrente del sistema aumentó de seis litros por segundo a diez.
Pero esta producción seguía siendo insuficiente.
Había que construir, nomás, la Casa de Máquinas y colocar el nuevo motor
Diesel. Pero, ¿y la plata?, se preguntaba más de uno mirando a lontananza como
buscando al lejano Gobierno central en el extenso horizonte llanero. “Tesoro
Nacional que estás en las alturas, te rogamos partidas presupuestarias para edificar
la Casa de Máquinas”, parecía ser una rogativa religiosa en los peregrinajes de las
autoridades locales hacia el santuario del poder. Y se consiguió una asignación,
merced a los adulos, rogativas, y amenazas sutiles, todo en un vocabulario
irreligioso y mundano.

También podría gustarte