A partir de Palestina, la nueva fe se extendió también hacia el sur,
hacia el noroeste de África, especialmente por tierras de Egipto. Se
ha discutido mucho sobre el origen exacto del cristianismo en Alejandría. Lo más razonable es pensar que el cristianismo llegó a Egipto, como en otros muchos sitios, por diferentes caminos. Si tenemos en cuenta la gran cantidad de judíos avecindados en esta ciudad, y la corta distancia que la separaba de Jerusalén, no resulta una hipótesis descabellada pensar en un primer despliegue evangelizador protagonizado por judíos palestinos convertidos al cristianismo. Uno de los primeros misioneros pudo ser el evangelista Marcos. Esta noticia nos la proporciona Eusebio de Cesárea, que se hace eco de una tradición anterior (Hist. eccl., II, 16, 1). Pero hay que tener presente, además, la variedad de contactos culturales y comerciales que se daba en esta población. De ahí también cierta nota de eclecticismo que se aprecia en el ámbito cristiano egipcio. No nos puede extrañar que allí aparecieran testimonios escritos del Evangelio de san Juan o del Adversus haeresesát san Ireneo, llegados hasta nosotros en papiros del siglo II. A la vez, se constata la presencia de personalidades muy representativas del pensamiento gnóstico, como Basílides, Valentín y Carpócrates, así como la existencia de restos de evangelios apócrifos del tenor del Evangelio de los hebreos (siglos I-II) o el Evangelio de los egipcios (siglo II). El predominio de la comunidad «ortodoxa» alejandrina parece quedar bien afirmado a partir del obispo Demetrio, que presidió esta comunidad desde 189 hasta, al menos, 202.