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ÓSCAR EMILIO ALFONSO TALERO

MORIR ENTRE
TUS PIERNAS
Óscar Emilio Alfonso Talero

MORIR ENTRE TUS PIERNAS 1


ÓSCAR EMILIO ALFONSO TALERO

Uno ve historias por la calle… Según lo que esté


pasando en su vida, ve poemas, teatro, novelas, o
simplemente gestos de los cuales se puede agarrar.
Ricardo Silva.

Hechos… Tan sólo con el auxilio de los hechos se


forma el animal racional: lo restante nunca será útil…
Lector, sujétate a los hechos.
Charles Dickens.

A menos que escapemos de la vida, a menos que


huyamos del mundo para encerrarnos y arrancarnos
las entrañas hasta morir de amor, el único futuro que
nos queda es el presente.
Ángela Becerra.

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…a mi hija…
…a mi madre…
…a mi padre…
…y a mi hermana…
…motivo en cada línea, en cada historia…

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CONTENIDO
Página

Adiós 7
La zurda gloriosa 11
Intento de sicario 15
La justicia cojea, pero llega 19
Hilos visibles I 32
Hilos visibles II 39
El cantinero 50
Una mujer de este siglo 55
Su destino era perder 58
Un escritor desconocido 74
A la vera del Rincón 78
Señorita 82
Los ojos pérfidos 86
Morir entre tus piernas 99
La guerra nunca ocurrió 104
Vender libros piratas 110
Ocultar bien nuestras atrocidades 117
Vivir sólo es soñar 135
Un computador para jugar pacman 142
Ella y él 147

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LA ZURDA GLORIOSA

Ya sé que son las diez y treinta y cinco minutos de


la noche, y que sólo un tipo desquiciado sería capaz
de andar a esta hora, así como si nada, en camiseta,
con la pantaloneta del archirrival, esperando la llegada
de nadie. Eso no me interesa. Es más, allá con su
doblez quienes piensan que la pasión por el balón se
merece el atributo de “desquisiatez” (con todo y lo
bárbaro que puede resultar usar la palabra de esta
manera). Considero que en este país hay sujetos de
comportamientos peores, y a ellos no se les adjetiva
de algo así, por el contrario, se les alaba hasta el
punto de elegirlos “presidente”, nombrarlos
“comisionado para la paz”, encargarles algunos
ministerios, inscribirlos en proyectos de justicia y paz,
y brindarles incluso inmunidad política por no ser
conscientes de sus actos. Así que, al carajo con
quienes me señalen ahora. Esta piedra sobre la cual
me encuentro sentado, y este balón con el cual se
entretiene mi pie izquierdo, conocen mejor que
cualquiera el equilibrio de mi razón y el ímpetu que me
empuja a seguir aquí sentado. Es más, necesitaba de
algo así, sólo de esta forma he logrado comprender el
significado que tiene aquello de estar habitado por la
oscura nostalgia del amor: eso es dejar que el
recuerdo de la señorita López me posea como la más
escandalosa de las faltas; es dejar que su presencia

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se repita en mi consciente como el más asqueroso de


los acontecimientos deportivos; es atreverse a aceptar
que su desprecio no es más que la muestra de que en
el fútbol como en la vida, al que no los hace le
corresponde ver la manera en que se los anotan, o lo
que es necesario saber sólo se alcanza hasta el pitazo
final (que no siempre es el de la muerte). Las cosas
sucedieron por la tarde, a eso de las cinco.
Pensándolo bien, el anuncio estaba claro desde el
principio: voy por el rojo de Cali, ella por el azul de la
capital, y aún así me atreví a meterme en su campo de
juego. ¿Acaso no está demostrado que en esta ciudad
el ego más alto proviene de la hinchada azul?, ¿acaso
no hay mujer más incierta que aquella que entrega su
pasión al trece veces campeón?, ¿acaso no está
claramente probado que la seguidora como el equipo
vive apegada al recuerdo de “aquellos buenos
tiempos”? Pero como soy terco, tenía que comprobarlo
por mis propios medios. Mijito, se le advirtió. Sí,
mamita, usted lo advirtió. Pero como no le hacen caso
a una, que porque es pura envidia. Sí, mamita, usted
lo advirtió. Para demostrarle que soy capaz de hacer lo
que pide, organicé las cosas a su antojo: ella, con
tiquete directo a uno de los palcos de honor. Yo, con
participación determinada para el juego, a pesar de mi
suplencia eterna en el banco azul. Tan pronto le
indique, calienta, y a la cancha. Sí, señor. No tuve que
esperar mucho, el número diez capitalino fue
lesionado por el mejor defensa de los diablos: el turno
servido en bandeja de plata. ¿Usted qué sabe hacer?
Según mi novia, yo… Me refiero al amor hacia el
balón, no por la porrista. Dicen que tengo una zurda

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gloriosa: hace gol en banquitas, hace gol en


microfútbol, hace gol en fútbol cinco, hace gol en…
Deje las sandeces y demuestre eso en la cancha.
Hasta mi novia puede asegurar que lo dicho siempre
se realiza. Ojalá que sí. Fue sólo entrar y mi zurda
gloriosa se adueñó del balón. Corrí como
desesperado, menos mal que el aire me dio hasta el
interior del área chica, el punto en donde me
derribaron. El que cae cobra. La frase del camerino me
levantó. Cogí el balón, dejé que el ego de la hinchada
albiazul penetrara a través de mis entrañas para
hacerme olvidar por algunos segundos de mi amor
eterno por el rojo caleño. Tomé impulso. Uno, dos, tres
y zas, la gloriosa olvidó su función, el balón se fue por
encima del travesaño. La reacción no se hizo esperar:
hi-jue-puta, hi-jue-puta, hi-jue-puta… Me quedaba un
consuelo: buscar en las gradas de occidental a la
señorita López. No estaba. ¿Y entonces? Pues dejar
que el técnico me enviara de nuevo a la banca. Que
un jugador entre y a los pocos minutos sea
reemplazado se ha convertido en tradición futbolística
en este país, acostumbrado a condenar las
equivocaciones de cualquier inocente. Camino al
banco la descubrí, acompañada de quien no había
querido olvidar, de ese hombre de quien me habló los
primeros siete meses de nuestra relación, ese quien
dijo odiar pero cuyos brazos estaba dispuesta a buscar
en el preciso instante en que lo volviera a ver. Con el
beso que le daba, iluso de mí pensando que me
correspondía por vestir la camiseta del equipo de sus
amores, evadía la deshonra de mi pie izquierdo. Y
claro, aunque ella no era la que estaba allí, metida en

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mi pantaloneta, sintiendo la angustia de su equipo, me


pateó de manera perfecta. Desde ese minuto el mundo
es un inmenso balón de fútbol que alguien pateó. Todo
se me fue para la física mierda, con todo y lo
asqueroso que la expresión puede sonar.
Desquiciado no soy, así que aquí me quedaré. Si
ella dijo que al acabar el juego celebraríamos, es
porque así lo hará, la pena se le pasará, ella no me
falla, eso sólo lo hace mi zurda gloriosa. Ella sabe que
a mi lado encuentra el abrazo para las tristezas que le
deja su amor. Y sabe que como buen patriota, se
pierda o se gane, siempre hay un motivo para
celebrar.

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