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PROTEÍNAS ARTIFICIALES.

Las proteínas desempeñan tareas esenciales en los organismos.


Formadas por una serie de moléculas más sencillas
denominadas aminoácidos, se retuercen y se repliegan en
estructuras tridimensionales complejísimas.

Hasta hace poco, se desconocían las reglas que rigen sus


contorsiones y les otorgan su funcionalidad. Pero los nuevos
avances de la inteligencia artificial están ayudando a desvelar
estos enigmas.

Estos conocimientos están impulsando el desarrollo de técnicas


bioquímicas revolucionarias, como nanobots que se enfrentan
a las enfermedades infecciosas o mejores vacunas contra la
COVID-19.
Un viernes de abril de 2020, bien entrada la noche, Lexi Walls
estaba a solas en su laboratorio de la Universidad de
Washington, nerviosa, a la espera de los resultados del
experimento más importante de su vida. La joven bióloga
estructural, experta en coronavirus, llevaba tres meses
trabajando sin parar para desarrollar una nueva clase de
vacuna contra el patógeno que está causando estragos en el
mundo. Esperaba que su estrategia, de tener éxito, no solo
domase la COVID-19, sino también que revolucionase el campo
de la vacunología y nos enseñara el camino para derrotar
cualquier enfermedad infecciosa, desde la gripe hasta el VIH. A
diferencia de otras vacunas, la de Walls no se basaba en
compuestos naturales, sino en proteínas artificiales diminutas
diseñadas por ordenador. Esta creación ha marcado el
comienzo de un extraordinario avance en nuestra capacidad
para rediseñar la vida.

Las proteínas son unas intrincadas máquinas de dimensiones


nanométricas que desempeñan la mayoría de las tareas de los
seres vivos gracias a que interaccionan constantemente entre
ellas. Digieren la comida, combaten a los invasores, reparan los
daños, perciben el entorno, transportan señales, ejercen
presión, ayudan a crear los pensamientos y se replican.
Formadas por una ristra de moléculas más sencillas
denominadas aminoácidos, se retuercen y se repliegan en
estructuras tridimensionales complejísimas. Como en la
papiroflexia, la forma viene regida por el orden y el número de
sus aminoácidos, los cuales se atraen y repelen con fuerzas muy
bien definidas. La complejidad de estas interacciones es tan
grande y la escala tan pequeña (una célula contiene de media
42 millones de proteínas) que nunca hemos logrado dilucidar
las reglas que rigen sus contorsiones y hacen que una retahíla
de aminoácidos se convierta en algo funcional. Muchos
expertos suponen que nunca lo conseguiremos.

Pero los nuevos avances y logros de la inteligencia artificial


están sonsacando a las proteínas sus secretos. Además, se están
forjando herramientas bioquímicas que podrían transformar el
mundo. Estas permitirán utilizar las proteínas para construir
nanobots que se enfrenten a las enfermedades infecciosas, que
envíen señales por el cuerpo, que desmantelen las moléculas
tóxicas en sus unidades más básicas, o que capten la luz.
Crearemos así instrumentos biológicos destinados a un
determinado fin.

Walls se halla en la vanguardia de estas investigaciones. Tras


doctorarse sobre la estructura de los coronavirus en diciembre
de 2019, pasó a formar parte de lo que por entonces era un club
muy pequeño. «Durante cinco años intenté convencer a la gente
de que los coronavirus eran importantes. Al inicio de la defensa
de mi tesis dije que expondría los motivos por los que esta
familia de virus podría provocar una pandemia, y que no
estábamos preparados para afrontarla. Por desgracia, esa
predicción acabó haciéndose realidad.»

En cuanto empezó a hablarse de una neumonía nueva y


misteriosa procedente de Wuhan, en China, a finales de
diciembre de 2019, Walls sospechó que se debería a un
coronavirus. El 10 de enero de 2020 se hizo pública la
secuencia del genoma del SARS-CoV-2 y se pasó toda la noche
analizándolo junto al bioquímico David Veesler, jefe de su
laboratorio en la Universidad de Washington. Ella empezaba a
sentir una enorme responsabilidad: puesto que sabían lo que
hacer, debían ponerse manos a la obra.

Al igual que otros coronavirus, el SARS-CoV-2 se asemeja  a una


pelotita recubierta de «espículas» proteicas. Cada espícula (o
espiga, del inglés spike) termina en un cúmulo de aminoácidos
que forman una región denominada «dominio de unión al
receptor» (DUR), cuya forma y carga de los átomos le permiten
encajar perfectamente en una proteína de la superficie de las
células humanas. La proteína vírica se acopla a su receptor
como una nave espacial, un enganche que el virus utiliza para
introducirse en la célula y replicarse dentro de ella.

Dado que esta función es muy peligrosa, el DUR es la diana


principal de los anticuerpos del sistema inmunitario, que son
otras proteínas sintetizadas por el organismo para que se fijen
al DUR y lo aparten de su misión. Pero se necesita un tiempo
para que las células especializadas fabriquen suficientes
anticuerpos, al cabo del cual el virus ya habrá provocado un
daño considerable.

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