A la izquierda, la fotografía original; a la derecha, la imagen retocada digitalmente.
Se abre el telón… y aparece un majestuoso y reluciente león de color azabache
como nunca antes habías visto ni imaginado. Un león negro como el blues. La imagen es tan bella, única e impactante que uno no puede más que darle al botón. ¡Clic! La imagen del león negro se viraliza en Internet más rápido que un vídeo de lindos gatitos a trompicones sobre un tejado de zinc. Miles de clics dan fama a este nuevo rey de la selva. Más de 2.400 retweets y más de 5.500 favoritos. Y cientos también para esta otra cuenta: Cifras apabullantes para una imagen que no es más que un fake, una falsificación, un bulo, un simple truco de Photoshop que ha circulado por Internet desde hace más de dos años y que aún sigue, injustificablemente, en el candelero. Científicos de renombre como Karl Shuker han explicado que no existen avistamientos confirmados de leones negros y que las historias sobre estos extraños ejemplares solo son leyendas que los medios sociales en línea y el uso de software para modificar y alterar imágenes contribuyen a alimentar aún más. A la izquierda, la fotografía original; a la derecha, la imagen retocada digitalmente. La masa, una vez más, se impone en los medios sociales por la fuerza bruta de sus instintos y pasiones; no hay razón ni lógica en el comportamiento de las masas hiperconectadas online; lo que mueve a las nuevas masas, también sugestionables, es el viejo entusiasmo irreflexivo, la adhesión emotiva y el mínimo esfuerzo cognitivo de un simple clic para un “retweet” en Twitter o un “me gusta” o “compartir” en Facebook. El león negro está en la pantalla, ergo existe. Sólo una minoría se atreve a cuestionarlo, a dudar de su existencia. Pero más de un millón de seguidores confieren veracidad a todo cuanto publique el sujeto seguido. La fuerza bruta de la masa se impone a la razón que intenta asomar y que se queda aislada, en minoría sonrojante.