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En busca de…

¿El Pastor Perfecto?

Las ocho caracterís cas de un pastor ideal que pueden arrasar


un ministerio o congregación

David Gómez Ramírez


Copyright © 2018 David Gómez Ramírez

Todos los derechos reservados.

El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera ©


1960 Sociedades Bíblicas en América La na © renovado 1988
Sociedades Bíblicas Unidas. U lizado con permiso.

Imagen de portada por Luke Stackpoole en Unsplash

Diseño de Portada por David Gómez


Agradecimientos

A mi esposa Mª Carmen por su apoyo y ánimo.

A Esteban Norman, Carlos Primo y Carlos Luís de la Vega por su guía y


mentorado.

Y, por supuesto, a nuestro Dios, quien siempre vela a nuestro lado para
guiarnos por sus caminos.
Dedicatoria

A todos los que se han esforzado por mantenerse fieles al


llamado de nuestro Señor y nos han transmi do un Evangelio fiel y
limpio, y a todos aquellos que seguirán la tarea.
Indice

Agradecimientos

Dedicatoria

Indice

Prologo

Introducción

El perfil ideal

¿Qué es un pastor?

Nuestro adversario

1 – El Profesional

El peligro de la Caracterización

Las Consecuencias de un Pastorado Profesional

Conclusión

2 –Centrado en su Congregación

Los mo vos
Las consecuencias del aislamiento

Conclusión

3 –Una Visión Poderosa

¿Qué es “la visión”?

¿Qué visión?

Las consecuencias de tener a un mal “visionario”

Conclusión

4 – El Respeto por la Tradición

El peligro de la descontextualización

El equilibrio

Conclusión

5 – La Unción

Definición

Consecuencias del falso “pastor ungido”

La prevención

Conclusión

6 – La Excelencia
El problema de la falsa excelencia

La Excelencia Bíblica

Conclusión

7 – El Equipo Fiel

El peligro

Consecuencias

La enseñanza de Jesús

Conclusión

8 – Leal con sus Consiervos

Conclusión

9 – Resumen

10 – Epílogo

Agradecimiento Final

(Auto) Biogra a del Autor


Prologo
Si estás leyendo este libro porque sientes que enes el llamado
de Dios para servir en el ministerio, o porque lo estás haciendo ya,
no tengas la más mínima duda, el llamado al pastorado es el
mayor privilegio que puede recibir un hijo de Dios.

Pablo ya se lo recordó a Timoteo “Palabra fiel: Si alguno anhela


obispado, buena obra desea (1ª de Timoteo 3:1)”, y le instaba a no
poner trabas al surgimiento de tales nuevos ministerios, salvo las
evidentes de tener un fiel tes monio y una madurez suficiente.

Porque Dios te ha llamado para ayudar a tus hermanos y


hermanas en su caminar con Él, a acompañarlos en su crecimiento
y en su maduración, a colaborar con Él en su restauración y
san ficación. Y verlos desarrollarse solo es comparable a ver
crecer y madurar a tus propios hijos.

Y en nuestro afán por realizar un mejor servicio vamos a


involucrarnos en múl ples ac vidades y acciones con la esperanza
de alcanzar un mejor perfil pastoral. Lo curioso del caso es que ese
mejor perfil, ese perfil ideal de pastor, puede conver rse en una
trampa mortal que puede arrasar tu ministerio y la congregación
en la que sirvas.

Y aunque alguien dijo que la mejor fuente de experiencia son


las malas decisiones que hemos ido tomando a lo largo de nuestra
vida, espero que estas páginas te ayuden a no tener que ganar
dicha experiencia por esa vía. Al menos esta.
Introducción
“¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que
claman a él día y noche?
¿Se tardará en responderles?
Os digo que pronto les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del Hombre,
¿hallará fe en la tierra?”.
Lucas 18:7-8

A lo largo de mis más de 40 años de servicio en la obra de Dios


he tenido el privilegio de entrar en contacto con múl ples
congregaciones, de diversas denominaciones y en diferentes
países, e ir viendo el desarrollo de la obra de Dios en España.

Han sido contactos de gran enriquecimiento, tanto en lo


personal como en lo espiritual, y de los que siempre he extraído
grandes enseñanzas, pero que también me ha permi do entrar en
contacto con situaciones que no eran correctas, y que estaban
dañando tanto a los propios líderes como a las congregaciones. Es
lo que he dado en llamar la trampa mortal del ministerio: “El
pastor perfecto”.

Cada vez contamos con un mayor número de pastores y


obreros, más preparados y formados. Contamos con más y
mejores seminarios e ins tutos bíblicos, y tenemos mejor acceso y
a más información que nunca antes. Disponemos de múl ples
comentarios bíblicos, traducciones diversas de la Biblia e infinidad
de recursos en Internet.

Sin embargo, esto, que en un principio es algo muy posi vo


para el crecimiento y la formación de los ministros, también
provoca una serie de graves problemas.

Primero porque disponer de mejores recursos para la


formación puede dar una falsa sensación de seguridad a la hora de
enfrentar los retos del ministerio, al poner el foco más en el
conocimiento adquirido que en la madurez lograda. Segundo
porque esa misma facilidad para formar pastores y obreros está
creando un cierto sen do de competencia entre los mismos.
Competencia que, a veces, se propicia desde las propias
congregaciones, y que está generando unos gravísimos problemas
personales, como veremos un poco más adelante. Y tercero
porque esa mayor facilidad de acceso a los medios también facilita
la expansión de herejías.

Pensemos también que no somos diferentes a nuestros


predecesores en cuanto a ac tud de corazón. Por ello, y aunque
ahora puedan adoptar formas diferentes, los riesgos que
enfrentan los siervos y siervas de Dios en la actualidad son muy
similares a los que enfrentaron nuestros antecesores (orgullo,
autosuficiencia, etc.). Lo que sí ha cambiado es que ahora el
impacto de nuestros actos puede ser, incluso, global.

Por eso hemos de ser especialmente vigilantes y sensibles, ya


que aunque se tratan de viejos conocidos, ahora se presentan bajo
nuevos formatos, y la presión social, cultural o religiosa puede
hacer que algunos enfoques inapropiados puedan verse como
comportamientos normales, e incluso deseables para el desarrollo
del Evangelio.

El perfil ideal
Por ejemplo, si se le pregunta, a cualquier consejo de iglesia,
cuál es el perfil de su pastor ideal, es probable que surja una lista
como la siguiente:

Debe estar bien preparado, que sepa hacer bien su


trabajo, un buen profesional del ministerio.
Debe estar centrado en las necesidades de la
congregación.
Debe tener una visión poderosa y clara.
Debe respetar los conceptos bíblicos y eclesiales
tradicionales.
Debe ser una persona con una gran unción.
Un pastor que busque la excelencia en todo y en todos.
Que sepa rodearse de un buen equipo que le apoye.
Que sea leal con sus compañeros de ministerio.

La lista parece perfecta, y muchos candidatos al ministerio


pueden centrar sus esfuerzos en intentar desarrollar este perfil. Es
una cues ón de oferta y de demanda.

Sin embargo, esto plantea varios problemas.

En primer lugar se nos olvida que, a pesar de que un pastor


pastorea una congregación, en realidad trabaja y sirve para Dios.
Por tanto es esencial que el perfil que desarrolle el siervo o sierva
de Dios sea aquél que Dios le demanda personalmente. Porque no
se trata de encajar en el perfil que una iglesia par cular ene de lo
que necesita, o cree necesitar, en un pastor, ni de adecuar el
currículo para lograr entrar en una determinada organización, sino
de estar preparado para que Dios te ponga en la iglesia o
ministerio en el que debes estar, que es algo muy dis nto.
Recuerda que cualquier servicio que realices como pastor es un
servicio a Dios, aunque se realice en el seno de una iglesia local.

Así, si eres llamado a la limpieza, tú no limpias para quedar


bien ante la congregación, limpias para Dios, y tus hermanos y
hermanas se benefician de ese servicio. Si pastoreas, no lo haces
porque tengas una deuda o deber para con esas personas en
concreto, tú pastoreas por amor a Dios y en respuesta a su
llamado al servicio. El beneficio de tu trabajo fiel recaerá en tus
hermanos. Tu “jefe” no es el consejo pastoral o de iglesia, tu “jefe”
es Dios mismo. Es a Él a quien vas a tener que rendir cuentas de tu
servicio. Y Dios no se va a dejar enredar con excusas ni cuentos.

Si te olvidas de esto, dejando a Dios fuera de la ecuación, y


trabajas solo enfocado en la congregación, te encontrarás un día
ante la presencia de tu Señor y lo único que escucharás de Él es
que “ya tuviste tu recompensa”.

Otro gran problema de ese “perfil ideal” es que es muy fácil


que se convierta en una trampa mor fera, tanto para el propio
ministro como para la congregación. De hecho es la mejor trampa
que puede tender nuestro adversario delante de nosotros:
hacernos creer que trabajamos para Dios cuando lo cierto es que
ha conseguido que dejemos el camino estrecho.

Esto es así porque el perfil se convierte en una regla de medir


humana que solo puede valorar los aspectos externos, al fin y al
cabo los únicos que podemos medir. Alcanzar una buena
puntuación en él puede llevarte a pensar que también has
alcanzado un nivel de san dad adecuado. Y, créeme, ninguna
medida de san dad alcanzada por un ser humano es bastante para
Dios, sino que cada día debemos depender de su gracia y
san ficación.

Un tercer problema que plantea este “perfil ideal” ene que


ver con el propio concepto de “pastor”, porque ¿qué es un pastor?

Algunos responderán que el pastor es el líder espiritual de una


congregación. Y algo de razón enen. Sin embargo, considerar al
pastor como el Líder espiritual nos puede llevar a ponerlo al
mismo nivel que a la autén ca Cabeza de la Iglesia, es decir que a
Cristo. Y como comprenderéis poner a un mismo nivel a un ser
humano y a Cristo no es buena cosa (acuérdate de cómo acabó
Herodes).

Un pastor ene una responsabilidad espiritual por la


congregación ante Dios, pero no es su líder, en el sen do
espiritual. Este liderazgo siempre le corresponderá a Cristo. Su
verdadera misión es, con la ayuda del Espíritu Santo, llevar las
almas a la cruz y enseñarles el camino del Evangelio, de tal forma
que, aunque el pastor faltase, las almas sigan por el camino
correcto. Exactamente como hizo Cristo con los discípulos.

Para otros, un pastor es un “solucionador de problemas”. Y


nuevamente algo de razón enen, pero ver al pastor solo como un
encargado de mantenimiento de almas es algo muy pobre,
porque, por extensión, este concepto se le acaba aplicando al
propio Dios, quien deja de ser el Señor de la iglesia para
conver rse en el responsable de atender nuestros antojos.
Cierto que una de las funciones del pastor es la de atender a
los miembros de su congregación y ayudarles en sus problemas,
pero un pastor no puede hacer lo que deben hacer, por sí mismos,
cada uno de los miembros de su congregación. Dios ene un plan
específico para cada uno de nosotros, y cada uno es responsable
ante Dios de su propia vida y de sus decisiones. Podemos pedir
consejo, podemos pedir guía, podemos pedir otros puntos de
vista, pero la decisión final sobre nuestras acciones es algo que no
podemos abdicar en otros. El pastor no puede decidir por cada
uno de los miembros de su congregación.

Finalmente, otro gran problema de este “perfil ideal” es la gran


presión que coloca sobre los hombros del pastor. La congregación
ende a espera de él que esté siempre firme en la brecha, que
acuda presto a atender y solucionar todas las incidencias y
necesidades de ellos. Al fin y al cabo es el pastor, y para eso está.
Pero se olvidan de que los pastores no están hechos de un
material dis nto al de ellos. La familia del pastor va a atravesar los
mismos problemas que las de ellos, y él mismo va a enfrentar
situaciones muy similares, cuando no peores, en las que también
va a necesitar ayuda. Y en estas situaciones enseguida se alzan
voces dispuestas a levantar juicios contra la valía espiritual del
ministro.

Así, no es de extrañar que nos encontremos con datos como


estos: En 2005, en Estados Unidos alrededor de 1700 pastores
dejaban el ministerio ¡cada mes! El estudio de Church Leadership
de 2016 sobre los pastores en EEUU muestra que si bien el 90% de
los encuestados siente que ser pastor es un honor, también nos
indica que el 35% de los pastores batalla con la depresión, que
alrededor del 50% está sobrepasado o lucha con el estrés, que un
65% manifiesta que siente que su familia está bajo un escru nio
con nuo o que el 57% no llega a final de mes. Y eso sin mencionar
que casi cada semana nos llega la triste no cia de que algún siervo
de Dios ha intentado, o conseguido, poner fin a su vida.
Sencillamente devastador.

¿Qué es un pastor?
Entonces, ¿qué es un pastor? Si observamos el desarrollo de la
Iglesia primi va vemos que lo que los apóstoles hicieron en las
congregaciones era establecer obispos, o episkopos, es decir
tutores o supervisores de los miembros de la congregación con el
obje vo de acompañarlos en su crecimiento espiritual.

Pero en modo alguno estos eran los únicos responsables del


crecimiento de la Iglesia. De ahí que cuando el apóstol Pablo se
dirige a los Corin os les recuerda a todos que “cuando os reunís,
cada uno de vosotros ene salmo, ene doctrina, ene lengua,
ene revelación, ene interpretación. Hágase todo para
edificación” (1ª de Corin os 14:26).

Por otro lado, es interesante destacar que Pablo establecía


“obispos”, en plural, y que cuando escribe a Timoteo le encarga
que busque “hombres idóneos”. Jesús envió a los discípulos en
parejas, y Pablo siempre organizó sus viajes misioneros en equipo.
La tarea del pastorado no parece pensada para personas aisladas,
sino más bien para ser llevada entre varias. Como nos recuerda
Eclesiastés 4:9-10: “Mejores son dos que uno; porque enen mejor
paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su
compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá
segundo que lo levante”.
Es decir que la idea inicial de iglesia era la de un sistema de
tutoría de los hermanos más maduros hacia los menos, con el fin
de propiciar un crecimiento integral de todos y cada uno de los
creyentes miembros de la comunidad, y en el que los “episkopos”
u obispos velaban para que este proceso se realizara con
corrección.

Eran personas llamadas por Dios para velar por sus hermanos
menos maduros, siendo los encargados de animar e impulsar este
proceso, así como los responsables de corregir las ac tudes
erradas y poner en evidencia las falsas doctrinas o los falsos
hermanos, aplicando las disciplinas correctoras necesarias.

En este paradigma, la función del pastor u obispo es la de un


ministro, es decir la de un sirviente (este es su significado real) que
vela por el bienestar de los demás. En este caso el servicio fiel a
Dios lo es en beneficio de sus hermanos. No se trata de un puesto
dentro de una jerarquía de mando, sino de responsabilidad y de
servicio a la congregación, y en tanto en cuanto sean fieles en el
servicio de la Palabra de Dios, y ejemplos de conducta y fe, están
inves dos de la autoridad espiritual que emana del propio llamado
divino.

Es por ello que ninguna iglesia es el fruto del proyecto personal


de un ministro. Cada congregación, cada alma, son parte del
proyecto universal de Dios. Ni siquiera tu ministerio es un proyecto
fruto de tu propia inteligencia o visión, sino que es consecuencia
de la gracia de Dios, y debe ser desarrollado de forma fiel al plan
de Dios para tu vida.

Este mismo enfoque lo encontramos al inicio de la formación


del Pueblo de Israel. Su liderazgo estaba conformado por jueces
que Dios levantaba cuando había necesidad de resolver
desacuerdos o de organizar al pueblo a la hora de emprender
alguna tarea conjunta. Dios era la cabeza y los demás se some an
a Él y unos a otros.

Sin embargo, el pueblo tuvo envidia de lo que tenían los otros


pueblos y quiso tener un rey humano que estuviera sobre todos
ellos y que tomara las decisiones por ellos. Pensaron: “¡Qué mejor
que tener un rey humano para que todo funcione mejor y más
coordinado!”.

Lo cierto es que no querían hacer las cosas mejor. Querían un


rey para que no tener que asumir su propia responsabilidad y, de
paso, para tener a alguien a quien cri car cuando las cosas fuesen
mal.

Por ello, la cues ón que tenemos que decidir es ¿dejamos que


Dios levante pastores para ayudarnos en nuestro camino, a los que
respetemos y con los cuales colaborar, o levantamos “pastores”
que nos “lideren y dirijan”? Puede parecer lo mismo, pero no lo es.

Nuestro adversario
Por otra parte, Satanás solo ha tenido, y ene, un obje vo en
mente: Destruir la obra de Dios. Y cuando entras al servicio de
Dios te conviertes en el primer obje vo de nuestro adversario.
Para ello no duda en u lizar todo el poder que aún conserva. Sin
embargo, él juega una baza todavía mejor: nuestros propios
miedos y nuestro orgullo. Y para esto se sirve de tres estrategias
diferentes.
La primera estrategia consiste en asustarnos cuando aún
estamos lejos de nuestra meta. Intenta hacernos creer que no
vamos a poder desarrollar nuestro llamado porque no tenemos los
medios o dones necesarios para llevarlo a cabo, que las
dificultades a enfrentar van a ser muy superiores a nuestras
fuerzas o sabiduría, o que por qué vamos a triunfar nosotros
donde otros muchos, con más capacidad, han fracasado.

Es cierto que, como nos recuerda el libro de Hebreos (11:39)


algunos “no recibieron lo prome do”, como Esteban o Juan Huss,
en la forma de un “ministerio de éxito”, tal y como se vende en
algunos sectores del cris anismo actual, pero si ellos, o David,
Bernabé, Lutero, John Wesley, o tantos y tantos siervos y siervas
de Dios, hubieran escuchado los cantos derro stas de Satanás
seguramente este libro no se estaría escribiendo hoy. Sin embargo,
tanto unos como otros confiaron en la provisión y misericordia de
Dios, siguieron adelante y fieles en su camino, cumpliendo su
parte del plan de Dios. Porque sabían que eso era lo que tenían
que hacer, independientemente del resultado visible en forma de
éxito humano, y que su recompensa estaba segura en Dios.

Si esta primera estrategia falla, entonces nuestro adversario


hace uso de la fuerza, en forma de persecución y tentación. Nos
intenta “sacar de la par da” dañando nuestra vida sica en forma
de accidentes o enfermedades, y si ello no le es permi do,
entonces intentará dañar nuestra vida espiritual, atacando
nuestras emociones, especialmente con el sexo, el dinero o el
poder. Si, por medio de cualquiera de estas dos estrategias,
consigue que nos vengamos abajo habrá conseguido terminar con
nuestro ministerio. Al menos de forma momentánea.
Ahora bien, si seguimos aferrados a la verdad de Dios, y nos
resguardamos bajo su protección, podremos ver hecha realidad la
promesa de que: “ninguna arma forjada contra prosperará, y
condenarás toda lengua que se levante contra en juicio. Esta es
la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá,
dijo Jehová” (Isaías 54:17). Esto no quiere decir que no nos
puedan dañar, pero sí que nuestro adversario no nos puede
derrotar.

Hasta aquí Satanás ha jugado sus bazas más sencillas y rápidas


porque, aparte de que no le requieren demasiado esfuerzo, le dan
muy buen resultado si la persona no está mínimamente arraigada
en Dios. Pero, ¿qué ocurre si pasamos estas pruebas?

En este caso intentará una nueva estrategia mucho más su l y


mor fera, porque no solo puede dañar la vida del ministro, sino
que, si lo consigue, contaminará también todo su ministerio y las
nuevas obras que puedan surgir de su trabajo o de su
congregación. Y para ello u lizará lo que creemos nuestra
fortaleza: nuestro “perfil ideal”.

Su planteamiento es muy sencillo, en lugar de colocarse frente


a nosotros se coloca a nuestro lado. En ningún momento persigue
la oposición ni el enfrentamiento abierto, quizá algún pequeño
escarceo. Tan solo busca que sepamos que está ahí, de forma que
nos acostumbremos a su presencia desde la seguridad de nuestra
protección en Dios.

Día a día procura que nos sintamos cómodos y seguros


guardando las distancias con él. Nosotros en el camino y él fuera
“buscando a quien devorar”. Puede estar así meses o años,
haciendo que nos acostumbremos a “mantener una distancia
prudente” con el mal.

Pero un día, cuando ve que bajamos la guardia, quizá por la


costumbre, quizá enfrascados en algún aspecto de nuestro
ministerio o, mejor aún, quizá ocupados en desarrollar ese perfil
ideal, nos intentará atraer con alguna cues ón interesante, incluso
con apariencia de ser realmente posi va y espiritual. Su obje vo
es que dejemos de tener la referencia de la Cruz, nos enredemos
con el día a día y fijemos nuestra mirada en lo que nos presenta.

Cuando lo consigue empieza a alejarse muy poco a poco del


camino. Una coma aquí, una palabra por allá. Cosas insignificantes
en apariencia, como las pequeñas zorras, pero que van
contaminado nuestra percepción de la verdad de Dios. Y mientras,
se sigue alejando de esa verdad, solo algunos cen metros cada
muchos pasos.

Enredados en nuestro día a día, dejamos de alzar nuestros ojos


a la Cruz como referencia y nos fijamos solo en que,
aparentemente, mantenemos la misma distancia con el
adversario. Por ello, no nos percatamos de que estamos
saliéndonos del camino. Incluso es probable que nos sintamos más
fuertes y seguros de nosotros mismos que nunca. Hasta que un día
estamos completamente fuera del camino.

Y lo peor es que, en ese momento, seguimos pensando que


estamos seguros bajo la protección de Dios y que vivimos una vida
espiritual correcta en sus caminos. Seguimos pensando que nos
mantenemos a una distancia adecuada del mal, y seguimos
pensando que estamos trazando un camino firme para los que
vienen detrás. Sin embargo, estaremos viviendo en el reino de la
muerte, y guiando a otros a pastos llenos de maldad y destrucción,
alimentando sus almas con “verdades” contaminadas de men ra.
Porque ya no estaremos basados en la verdad de Dios, sino en
nuestras propias “verdades”.

Así que cuando nos insisten una y otra vez que nos guardemos
de cues ones como la lujuria, el dinero, el poder, el sexo, la
pereza, etc. hacen bien, porque van a ser los ataques más
recurrentes y efec vos para destruir nuestro ministerio personal;
pero recuerda también que, muchas veces, van a ser señuelos que
Satanás emplee para hacernos sen r vencedores, seguros y firmes.
Y entonces comenzará la verdadera batalla del ministerio.

Por ello te invito a acompañarme para que, a lo largo de las


siguientes páginas, podamos analizar algunos de los más graves
errores (pecados) que puede cometer un ministro de Dios en su
afán sincero por ser mejor pastor, y vamos a intentar profundizar
en sus caracterís cas y en sus formas de manifestación, a fin de
que estemos preparados para denunciarlos, con amor y
comprensión, así como para protegernos y proteger a otros.
Porque, bajo un barniz de aparente espiritualidad, son situaciones
que pueden arrasar un ministerio y la congregación en la que sirva.
1 – El Profesional
“Quitado éste (Saúl), les levantó por rey a David, de
quien dio también testimonio diciendo: He hallado a
David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien
hará todo lo que yo quiero.”

Hechos 13:22

Cuando hablamos de “profesionalismo”, en relación con el


ministerio, en seguida vienen a nuestra mente los pasajes sobre
los “pastores asalariados”, aquellos que solo buscan un puesto de
trabajo y una nomina a final de mes, y para quienes la
congregación no pasa de ser un mal necesario para conseguir sus
fines, y una fácil fuente de ganancia. Contra esto ya se ha escrito
mucho y bueno, y se suele hacer una fuerte criba en los diferentes
seminarios y en los consejos de iglesia.

Así que no, no me estoy refiriendo a este pecado contra el


ministerio, sino a otro muy su l pero mucho más peligroso. Ese
primer pecado contra el ministerio, del que vamos a hablar en este
capítulo, consiste en dejar de ser un pastor de almas para
conver rse en un gestor de congregaciones. Un pecado muy
peligroso, porque mientras que el asalariado es muy fácilmente
detectable, en la primera dificultad o problema grave o doloroso
que surja en la congregación, esta otra ac tud pecaminosa es
prác camente indetectable, a menos que se disponga de un don
de discernimiento muy bien ejercitado.
Veamos por qué.

El peligro de la Caracterización
Cuando un escritor comienza a formarse, una de las primeras
cosas que aprende es que no es lo mismo un personaje que una
caracterización.

El concepto de “personaje” ene que ver con la vida interior


de la persona, con sus mo vaciones y sus valores, con aquello que
le hace ser como es. Por el contrario, el concepto de
“caracterización” hace referencia a todo aquello que vemos o
percibimos en alguien, es su aspecto externo. Y ambos aspectos
pueden ser radicalmente dis ntos. De hecho, no es extraño
encontrar personas de apariencia frágil que son, en realidad,
tremendamente peligrosas, o personas de apariencia in midatoria
pero en las que, cuando las conoces, descubres una sencillez y una
riqueza espiritual increíbles.

Pues bien, el peligro del pastor “profesional” es que cumple a


rajatabla con la caracterización, con el cliché que todos tenemos,
de lo que debe ser un buen pastor.

Así, el pastor “profesional” prepara estudios y predicaciones


intachables, visita a los enfermos, llama a la san dad y denuncia el
pecado, cuenta con buen reconocimiento social y lleva una ru na
de oración excelente. Si ene familia su tes monio en ella es
ejemplar, y sus hijos pueden ser un referente en cuanto a
comportamiento. No hay ningún aspecto, en cuanto a lo que
vemos, que lo muestre como un mal pastor. Entonces, ¿cuál es el
problema?
El problema radica en las mo vaciones, y además es muy su l.
El obje vo del “pastor profesional” ha dejado de ser el buscar el
crecimiento sano de las vidas de los creyentes. Quizá empezó su
ministerio cargado de ilusión, pero el desgaste diario, la
incomprensión de algunos miembros de su congregación, y el
apoyarse en sus propias capacidades le ha llevado a distanciarse
de los creyentes y sus problemas. Ya no es un pastor de almas, se
ha conver do en un gestor de congregaciones.

Al pastor profesional ya no le mo va el servicio a Dios, lo que


le mo va es obtener el mejor resultado posible de los medios con
los que cuenta. Es demostrar que es el mejor pastor posible para
esa congregación. Y ya sea que hablemos de ac vidades
evangelís cas, de formación de los creyentes, de consejería, de
compras o de ac vidades sociales, todo se hace persiguiendo el
máximo retorno posible (y medible) de beneficio sobre la inversión
realizada, ya se trate esta de dinero, de medios o de empo. Busca
tener éxitos visibles en su ministerio, en unos casos porque es la
propia congregación la que le está demandando esos resultados,
en otros para jus ficarse ante sí mismo, y en otros casos porque
quizá se está labrando un currículum para el futuro.

Por supuesto que no estoy diciendo que un buen pastor no


ene que hacer una ges ón sabia de sus recursos, lo que estoy
diciendo es que la “idoneidad” de la inversión no debe ser el único
parámetro que guíe nuestros actos.

Jesús nos dejó un claro ejemplo de esto cuando nos narró la


parábola del buen pastor y la oveja descarriada. En ella vemos que
deja a noventa y nueve ovejas en el desierto y se va a buscar a una
oveja perdida:
Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué
hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de
ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la
que se perdió, hasta encontrarla?

Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso;


y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles:
Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había
perdido.

Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador


que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no
necesitan de arrepen miento (Lucas 15:3-7).

Desde un punto de vista racional, ser un “buen pastor”, al


es lo del pastorado de Jesús, no parece una decisión inteligente.
Porque dedicarse a buscar a una oveja, mientras se desa ende a
noventa y nueve, supone desperdiciar el poco empo y los
recursos de los que se dispone en el día a día. Por eso, un pastor
“profesional” puede llegar a ser alabado por su dedicación a la
congregación, mientras que un buen pastor puede llegar a ser
cri cado porque “dedica demasiado empo a las personas
problemá cas en vez de dedicárselo a los buenos cris anos, a esos
que apoyamos su ministerio con nuestros diezmos y ofrendas, y
que apenas recibimos un par de llamadas a cambio. Debería
aprender del consejo de Jetro a Moisés y dedicarse a lo importante
para que no acabe destrozado y destrozando a la congregación”.

Comentarios irresponsables hechos por creyentes


irresponsables, pero que pueden hacer que un pastor aislado,
cansado y agobiado llegue a pensar que están en lo cierto, y que
debería aprender a ges onar mejor su empo para dedicárselo a
los “buenos cris anos”.

Su lucha diaria, su cansancio, le ha podido llevar a dejar de


mirar la Cruz en la distancia, para fijar los ojos en lo que él
considera su realidad. En vez de aprender a descansar en Dios, y
de darse cuenta de que no estaría tan agotado si todos esos que le
cri can la falta de atención, asumieran su parte de responsabilidad
en el cuidado mutuo –Moisés contó con la ayuda de setenta
ancianos, y solo para el tema de los juicios–, asume que esa
situación es su culpa y que es él quien debe cambiar.

Sin darse apenas cuenta, y creyendo que está cambiando para


mejorar la atención de su congregación, podría estar deslizándose,
muy peligrosamente, fuera del camino estrecho, algo contra lo que
Jesús mismo nos está alertando en esta parábola. Porque Él no
está diciendo que se desen ende de las 99 y las abandona a su
suerte. Es una parábola en la que nos muestra el comportamiento
de un buen pastor, no el de un pastor irresponsable.

Lo que hace Jesús en esta parábola es recordar la prác ca de


los buenos pastores de ovejas, quienes o bien dejaban el rebaño
en un redil con alimento y agua para que estuviesen seguras, o
bien pedían a un compañero que las cuidase mientras él daba una
ba da por los alrededores para buscar a esa oveja descarriada
que, quizá, estaba en un grave peligro de muerte.

Y un verdadero cris ano no solo en ende este concepto, sino


que apoyará al pastor en esa tarea, porque el impacto de un buen
pastor en la vida de su congregación supera, con creces, el
impacto del desempeño “exitoso” de un pastor profesional.
Las Consecuencias de un Pastorado
Profesional
Porque un pastorado profesional lleva, en sí mismo, la semilla
de la muerte. Y es que aunque este po de pastorado puede
parecer muy efec vo al principio, lo cierto es que no deja de estar
centrado en los aspectos externos y formales, convir endo a la
congregación en un autén co cementerio, lleno de cruces
bellamente talladas y de sepulcros blanqueados. El mismo po de
califica vo con el que Jesús definió a los fariseos y otros religiosos
de su empo. Porque esto es lo que eran estos “maestros de la
Ley”. Estos hacían ayunos, daban limosnas, cumplían todos los
preceptos y se mostraban como ejemplo ante los demás. Sin
embargo sus corazones estaban alejados de la Palabra de Dios. Por
eso Jesús dijo de ellos a los que le escuchaban: “Así que, todo lo
que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis
conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen” (Mateo 23:3).

Al pastor profesional termina por no importarle tanto que las


cosas estén bien, como que parezcan estarlo. Prima el
cumplimiento estricto de las normas por encima de los principios
bíblicos del Evangelio, porque las primeras se pueden medir con
facilidad, pero los segundos son más “interpretables”. En el pasaje
de la mujer adúltera la ortodoxia de la Ley (de las normas) exigía
su muerte por lapidación, mientras que el Evangelio ofrece
arrepen miento y perdón.

Y esto acaba por generar un espíritu de hipocresía en la


congregación, cada vez más preocupada en guardar las formas, y
en que todo esté bien organizado, que en buscar a Dios y amar al
prójimo. Y una congregación hipócrita es una congregación
muerta.

Otra consecuencia grave es que todas aquellas personas que


no entren en la categoría de “rentables” se van a sen r
completamente abandonadas por la iglesia y el ministerio, de tal
forma que o bien se acabarán alejando (o cambiando de
congregación), o bien entrarán en la dinámica de la apariencia,
haciendo cosas solo para que se las considere y se las a enda.

Nuevamente se está esparciendo la semilla de la hipocresía, y


con ella el sen miento de que a Dios no le preocupa cómo
consigas las cosas, siempre que se haga de una forma “apropiada”.

Por otro lado, y como lo que se buscan son resultados


medibles, exitosos y rápidos, el pastor profesional estará más
ocupado en buscar tareas y obje vos que se los faciliten, en vez de
buscar la voluntad de Dios para su vida y su congregación. Esto
llevará a generar iglesias llenas de personas centradas en perseguir
sus propios obje vos personales, pero alejadas de la búsqueda del
plan de Dios para sus vidas. Andarán a la caza de obje vos fáciles o
que muestren resultados espectaculares, y dejarán de lado los
servicios más exigentes o de menores expecta vas.

Quieren que Dios bendiga sus planes privados, pero ellos no


quieren vivir para dar gloria a Dios.

Conclusión
Dice un viejo refrán castellano que "el hábito no hace al
monje”, y en el caso del pastor “profesional” hemos de recordar
que, mientras que nosotros apenas entrevemos lo que tenemos
delante de los ojos, Dios “mira el corazón”.

Por ello, recuerda que prepararte y estudiar te faculta para


desarrollar las ac vidades del ministerio de una forma más
eficiente, pero eso no te capacita para ser mejor cris ano. Esta
capacitación solo se logra viviendo bajo la guía del Espíritu Santo,
creciendo en madurez junto a otros cris anos y en obediencia a
Dios y su Palabra. Recuerda que una de las funciones del pastor es
la de mentor. Mentor hacia su propia congregación, pero mentor
también de otros ministros que están iniciando su vida de servicio.

Porque ser un buen pastor es algo que se logra con la prác ca,
y esta es mejor desarrollarla cerca de alguien con un ministerio
experimentado y probado. De este modo podrás aprender de su
propia vida y ejemplo, y podrás ser corregido antes de que tus
errores puedan derivar en algo grave para o para tu
congregación.

Así que si estás empezando, o enes dudas sobre alguna


cues ón, búscate un buen mentor que te oriente; pero ten siempre
presente que la congregación que pastoreas es responsabilidad
tuya ante Dios.

Además, el buen pastor no se preocupa solo de que las cosas


parezcan estar bien. Profundizará, con la ayuda de Dios, para
verificar que están bien en su interior. Y si no lo están actuará para
corregirlo, aunque dichas acciones no sean “favorables” a sus
intereses personales ni lleven aparejado ningún éxito ministerial
“visible”.
Porque el buen pastor ene siempre presente que el único éxito
que le importa es ser fiel al llamado y al plan de Dios en cada
momento.

Todo lo demás es destrucción y muerte.


2 –Centrado en su
Congregación
“Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo
orado por sus amigos; y aumentó
al doble todas las cosas que
habían sido de Job”
Job 42:10

El siguiente punto de esta lista es el del pastor centrado en su


congregación. Esta demanda suele venir un poco al hilo de la
anterior y es algo que, a mi juicio, no ene ninguna razón de ser,
ya que si Dios te llama para servir en una congregación es evidente
que lo hace para que a endas sus necesidades.

Los mo vos
Sin embargo, esta solicitud suele surgir, básicamente, en tres
pos de congregaciones. El primer po corresponde a aquellas
iglesias que han sufrido en sus carnes la presencia de un pastor
que ha usado la congregación local como un trampolín para
alcanzar sus intereses personales. El segundo po corresponde a
aquellas iglesias que han pasado por una situación traumá ca, tal
como una división o una falta grave en el liderazgo. El tercero
corresponde a aquellas congregaciones que han perdido el fuego
del primer amor y su llamado a ser luz y sal para este mundo.
En el primer caso, puede ser que el llamado real del ministro
anterior fuera el de evangelista o misionero y que “no encontrando
nada mejor” aceptase el encargo de pastorear una iglesia,
pasándose el día desentendido de la misma y de sus necesidades y
centrado en aquello en lo que se encontraba más cómodo. O
puede haber sido un pastor “profesional” tan centrado en alcanzar
sus propios intereses, y tan alejado emocionalmente de las
necesidades de su congregación que acababa con la confianza de
los creyentes.

Por supuesto que dentro de las funciones de un pastor están la


evangelización y el probar nuevas vías de transmi r el mensaje,
pero un pastor que ha sido llamado por Dios para atender una
congregación ene que tener claro que velar por el bienestar
espiritual de todos y cada uno de sus miembros (su propia familia
incluida) es la primera de sus responsabilidades eclesiales y que,
en modo alguno, la iglesia puede ser considerada como un recurso
para lograr sus sueños.

En el segundo caso la congregación puede estar pasando por


un proceso de duelo, pero si bien es cierto que, en un primer
momento, puede ser necesario detener ciertas ac vidades para
que las personas vuelvan a reencontrar el rumbo, rara vez un
duelo se resuelve permaneciendo aislado. De hecho, cuanto más
te aíslas peor se realiza la superación del duelo.

En el tercer caso, la congregación ha perdido el interés en lo


que ocurre fuera de sus cuatro paredes y no quiere nada que
pueda alterar el statu quo alcanzado. En realidad lo que ha
perdido es la presencia de Dios en medio de ellos, y lo único que
les interesa es alguien que les haga sen r cómodos y que se
dedique a “engordarlos”.
Por otro lado, algunas veces esa ac tud de centrarse en exceso
en la propia congregación también puede ser generada por el
propio ministro, que quizá vea el mundo exterior como un entorno
agresivo en el que se siente inseguro, y que, para evitarlo, se
encierre en la propia congregación y en su cuidado pastoral.

En todo caso, sea una demanda de la congregación, una


reacción ante una situación de crisis, o una acción promovida por
el ministro, las consecuencias suelen ser similares y comienzan por
un sen miento que se puede considerar lógico: “Si nuestra
congregación es un entorno seguro que necesita ser protegido es
porque el resto de la sociedad es insegura, y por extensión el resto
de congregaciones”.

Pero lo realmente peligroso es que pasar de ahí a considerar


que su congregación –o denominación– es la “única” congregación
sana y verdaderamente cris ana solo hay un paso. Y uno muy
pequeño, pero de repercusiones terribles, porque dará lugar a una
ac tud enfermiza de orgullo que llevará a dejar de es mar al resto
del Cuerpo de Cristo y que culminará con la separación del mismo
y el aislamiento, ”para no sufrir las corrientes heré cas que
circulan por el exterior”, mientras se llenan la boca con
afirmaciones del po: “En nuestra congregación solo se predica
sana doctrina”, o “Nosotros creemos toda la verdad del
Evangelio”.

Por supuesto que es correcto predicar sana doctrina y creer


toda la verdad del Evangelio, pero cuando oigo estas frases no
puedo dejar de esbozar una sonrisa, porque aún no he escuchado
a un solo pastor declarar que en su congregación se predica mala
doctrina o que no crean todo el Evangelio. Otra cosa es lo que
cada uno en ende por “buena doctrina” o por “verdad del
Evangelio”. Porque, en ocasiones, lo que se en ende por “verdad
doctrinal” no son sino costumbres arraigadas en la tradición y sin
ningún po de respaldo bíblico, cuando no simples y llanas
herejías. En cualquier caso, este orgullo desmedido les llevará a
considerar al resto de congregaciones como si fueran inferiores.
De hecho he llegado a escuchar afirmaciones del po “No están
mal, aunque esos más que hermanos los considero primos
lejanos”, para referirse a creyentes cuyo único “pecado” era ser de
otra denominación.

Y sí, por supuesto que vamos a encontrar, tristemente,


congregaciones cercanas en los que el enfriamiento del amor, o
incluso la apostasía, se han instalado y de las que hay que
protegerse (y a las que hay que corregir, en la medida de lo
posible). Pero que otra congregación tenga enfoques teológicos
secundarios diferentes a los nuestros no solo no es preocupante,
sino que es muy enriquecedor. Como nos ilustró el apóstol Pablo
con el símil del cuerpo, sería una locura pretender que todo el
organismo deba ser oreja, o mano, u ojo.

Por el contrario, cuando este pecado de aislamiento, de


rechazo total a cualquier cosa externa y de enfoque exclusivo en
las necesidades de la propia congregación se instala, el fin de la
misma, y del ministerio, están próximos. ¿Por qué? Porque cuando
se comete este pecado hay toda una serie de pecados aguardando
para caer unos detrás de otros, cual fichas de dominó.

Las consecuencias del aislamiento


Veamos algunas de las consecuencias de estar centrados solo
en las necesidades de la propia congregación:
Se daña el concepto de Reino de Dios. En lugar de trabajar
para edificar la Iglesia de Cristo se dedican a levantar pequeños
reinos par culares y cerrados. Con ello se pierde el sen miento de
formar parte de algo mucho más grande, el Pueblo de Dios, y de
conformar, junto a otros muchos, el Cuerpo de Cristo.

Se eliminan las relaciones o colaboraciones con otras iglesias


o ministerios. Con ello se pierde la gran riqueza y el potencial que
hay en la diversidad de ministerios, y se impide que se haga real en
esas comunidades el proverbio del libro de Eclesiastés: “Si alguno
prevaleciere contra uno, dos le resis rán; y cordón de tres dobleces
no se rompe pronto”.

Se comienza a ver a los demás bajo un halo de sospecha. Lo


cual es lógico, toda vez que no se sienten parte del mismo Pueblo
de Dios, por lo que ven a las demás congregaciones o ministerios
como algo extraño y ajeno a ellos.

Se ende a hablar de “nosotros” en oposición a “ellos”. Y


cuanto más observan, y más empo pasa, más diferencia ven
entre el “nosotros” y el “ellos”. Con el añadido de que al
“nosotros” se le asigna un valor posi vo (los buenos), mientras
que el “ellos” siempre ene una connotación nega va.

Se ve al otro más como un compe dor que como un hermano


y colaborador en la obra de Dios. Algo lógico, toda vez que no se
forma parte del mismo Pueblo o Reino. Por ello, cada alma ganada
para Dios por los demás es, para ellos, un alma perdida. O al
menos en grave riesgo.

Se resquebraja la unidad y la comunión entre congregaciones.


Si no existe ninguna relación, ni se busca, es lógico que tanto la
unidad como la comunión queden dañadas.

El respeto a las diferencias da paso a la crí ca y al


menosprecio a otras denominaciones. Es un paso natural. Si se
considera que los demás están equivocados, y no quieren
corregirse, es porque son rebeldes a Dios y están en un camino
inferior al suyo.

El aislamiento genera una endogamia espiritual. Y esta acaba


provocando desviaciones peligrosas, ya que todos están
encerrados viendo las cosas desde el mismo punto de vista, y los
errores acaban por conver rse en norma.

Se acaba evitando cualquier injerencia externa. Cualquier


cosa que pueda poner en peligro el bienestar de la congregación,
incluyendo a los “molestos” nuevos creyentes, se evita a toda
costa, y se instala la autosuficiencia.

Si no me equivoco, todo lo anterior ene serios visos de


describir a una secta destruc va. Pero aún hay más, porque todas
estas consecuencias nega vas también enen su traducción hacia
el interior de la congregación.

Así, es muy probable que cada miembro o familia enda a


repe r estas pautas con respecto al resto de miembros de la
congregación, con el consiguiente alejamiento y pérdida de la
comunión entre hermanos.

El resultado: una iglesia destruida.

Lo que parecía ser una ac tud posi va, centrarse en las


necesidades de la congregación, ha acabado arrastrándola a su fin.
Conclusión
En cierta ocasión, el pastor Samuel Arnoso dijo algo que
debemos tener siempre presente a lo largo de todo nuestro
ministerio: “Hemos de aprender a pensar más en Pueblo y menos
en Congregación”.

Porque cuando asumimos un pastorado es fácil pensar que


trabajamos para la congregación, pero lo cierto es que trabajamos
para la obra de Dios y para Su gloria, y esto lo hacemos
desarrollando nuestra labor en una congregación que forma parte
de la Iglesia de Cristo.

Nuestro llamado no se acaba dentro de las cuatro paredes de


la capilla, del mismo modo que el ministerio de Elías no se limitaba
a las cuatro paredes de la casa de la viuda que lo hospedó. Él era
profeta de Dios para todo Israel.

Por otra parte, también es interesante notar que cuanto más


centrado estaba Job en defenderse y legi mar su causa peor le iba,
pero fue cuando dejó de centrarse en sus propias necesidades y
dificultades y oró por sus “amigos”, en respuesta al mandato de
Dios, cuando sus circunstancias fueron cambiadas por el mismo
Dios.

Porque lo cierto es que no hemos sido llamados por Él para


preocuparnos de nosotros y nuestro pequeño círculo, sino para
hacer su voluntad en nuestras vidas. Por eso Jesús nos dejó dicho:
No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué
beberemos, o qué ves remos?
Porque los gen les buscan todas estas cosas; pero vuestro
Padre celes al sabe que tenéis necesidad de todas estas
cosas.

Mas buscad primeramente el reino de Dios y su jus cia, y


todas estas cosas os serán añadidas (Mateo 6:31-33).

Por supuesto que la iglesia debe ser un entorno que provea


cuidado y crecimiento para los creyentes, pero eso no es óbice
para dejar de cumplir la gran comisión que Cristo nos dejó a todos:
“Id por todo el mundo y predicad el Evangelio” (Mateo 16:15).

Porque no hemos sido llamados a “engordar”, sino a crecer y a


ser luz y sal, así que si quieres cuidar de verdad a tu congregación
enséñale a ser una iglesia que busque a Dios para compar rlo, y
que muestre su amor a los demás.
3 –Una Visión Poderosa
“Antes que te formase en el vientre te conocí, y
antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las
naciones”

Jeremías 1:5

Tener una visión clara de la voluntad de Dios para nuestras


vidas es algo tremendamente importante, porque, sin ella
estaremos completamente perdidos. Pero una vez que tengamos
esa percepción de la voluntad de Dios “buena, agradable y
perfecta” (Romanos 12:2), estaremos en una posición correcta
para empezar a dar rumbo a nuestras vidas.

Ahora bien, hemos de tener presente que la visión de Dios


para nuestras vidas siempre ene un encaje dentro de su plan
global, y que la visión (y misión) personal no ene por qué ser la
misma que la de la congregación en la que Dios te pone. Me
explico.

Personalmente no concibo a una congregación como el


resultado de un proyecto personal. Aunque sean personas las que
desarrollan los proyectos, y establecen o hacen crecer las
congregaciones, hemos de tener presente que “si Jehová no
edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmos
127:1), y que, como nos recuerda el Apóstol Pablo: “Yo planté,
Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1ª de Corin os
3:6).

Tomemos como ejemplo el ministerio del apóstol Pablo. Dios le


llamó y le dio una visión concreta: él iba a ser el apóstol, o
enviado, a los gen les.

Esto suponía que la labor de Pablo iba a ser, básicamente,


i nerante y de plantación de iglesias. Cada vez que llegaba a un
nuevo lugar estratégico, dentro de la visión que Dios le había dado,
iniciaba una nueva obra. Una vez puesta la base de esa
congregación él con nuaba su labor en un nuevo lugar, mientras
que algunos de sus ayudantes se encargaban de la maduración de
esos puntos.

Ahora bien, que ese fuera el llamado concreto y la visión de


Pablo para su vida, no quiere decir que él se limitase a crear
“agencias misioneras” con el único obje vo de apoyar su
ministerio, ni que los nuevos creyentes debían abandonar sus
casas y sus trabajos para acompañarle durante sus viajes, porque
él era consciente de que cada creyente ene una función dentro
del plan de Dios para TODA su Iglesia.

Al contrario, Pablo creó autén cas congregaciones, y


estableció una estructura enfocada en apoyar el crecimiento
espiritual de cada uno de los creyentes y en su expansión en las
respec vas áreas de influencia naturales. Otra cosa es que estas
congregaciones apoyaran el ministerio de Pablo como forma de
ayudar en la expansión del Evangelio, o que personas concretas
fueran llamadas para acompañarle en su ministerio.
Esto viene a colación de que cuando se busca, o se habla, de
un pastor con una visión poderosa se está corriendo el riesgo de
poner a la congregación al servicio de la visión personal del
ministro, cuando el enfoque correcto es, precisamente, el
contrario. El pastor ene razón de ser cuando se dedica a hacer
crecer y desarrollar los dones y llamados de cada creyente.
Ninguna congregación puede conver rse en la herramienta
privada de un ministro para alcanzar sus propios sueños u
obje vos.

A los pastores Dios nos llama para hacer Su obra, pero algunos
se limitan a saquear a las familias para engordar las arcas de
organizaciones o supuestos ministerios, a fin de crear emporios
personales o para llevar a cabo grandes eventos que solo hacen
ruido mediá co, olvidando el trabajo silencioso de pastorear y
capacitar a los nacidos de nuevo para la obra a la cual Dios les
llama. Se olvidan del compromiso contraído ante Dios para con esa
congregación.

Si analizamos la historia de los líderes de Israel, y de la propia


Iglesia, vemos que cada vez que Dios levantaba un líder con una
visión poderosa lo hacía como respuesta de una necesidad del
pueblo o de la Iglesia. Moisés no se levantó porque sí, ni Gedeón,
ni Débora, ni Pablo. Todos fueron llamados por Dios como
respuesta a una necesidad del pueblo, que debía ser cubierta
dentro de Su voluntad. Recuerda que cuando Moisés intentó hacer
la obra de Dios “a su manera”, y autoerigirse como líder, aprendió
lo peligroso y duro que es actuar de esta manera. Después tuvo
que ser entrenado por Dios hasta que aprendió.

Este es un punto a tener muy en cuenta, ya que si el pastor


arrastra a la congregación, y la u liza para sus propios obje vos,
está erigiéndose en el señor de esa iglesia, está impidiendo el plan
de Dios para esa congregación y está poniendo en grave riesgo el
desarrollo espiritual de los creyentes.

Porque el mensaje que transmi rá es que las personas son


simples recursos que no enen un obje vo ni un proyecto propio
dentro de los planes de Dios. Y ello acabará agotando y
destruyendo la confianza y la fe de las personas.

Por otro lado, hay veces en que es esto lo que busca la


congregación. Es decir, la iglesia quiere a alguien que tome las
riendas y se convierta en una especie de Moisés que suba al
Monte Sinaí por ellos, porque no se sienten lo bastante limpios
como para que Dios les hable directamente o, las más de las veces,
para que ellos puedan quedarse tranquilos sin tener que pensar o
comprometerse en exceso.

Al fin y al cabo, si la visión viene de fuera y es impuesta


siempre pueden alegar que eso no va con ellos o que no se sienten
comprome dos con la idea. Por esto, es muy importante conocer
cuál es la verdadera ac tud de la congregación y que tengamos
claro que es eso de “la visión”.

¿Qué es “la visión”?


Entonces, ¿qué significa tener “la visión”? Porque eso de tener
una “visión poderosa” es algo tremendamente ambiguo.

¿Quiere decir que ene muy claro lo que Dios pide de él? ¿O
que ene muy claro lo que Dios puede hacer? ¿O que sabe
exactamente lo que hay que hacer en esa comunidad?
Si haces esta pregunta lo habitual es que te respondan que una
persona con una visión poderosa es alguien capaz de imaginar y
emprender grandes proyectos que atemorizarían a muchos;
alguien con el don de saber lo que hay que hacer en cada
momento y con la valen a de llevarlo adelante. Y cuando lo
encontramos pensamos que hemos encontrado “al hombre” (o a
“la mujer”).

Si la Iglesia fuera una ins tución humana, regida por los


principios del mercado, y al arbitrio de la capacidad y sagacidad de
su dirigente, entonces sí, habríamos encontrado “al hombre”. Sin
embargo, la Iglesia ya cuenta con la mente más aguda y sabia: la
mente de Cristo. Lo que necesitamos es encontrar personas que
tengan la humildad suficiente para reconocer su impotencia, y
estén dispuestas a dejarse guiar por el Espíritu Santo para buscar
la Visión de Dios para su congregación. Y una vez encontrada tener
la fe suficiente para encomendarse a la misericordia de Dios y
comenzar a caminar para hacerla realidad.

Porque, como nos enseña el apóstol Pablo: “Así que no


depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que ene
misericordia” (Romanos 9:16).

Por otro lado, también es cierto que Dios no siempre te


muestra todo lo que has de hacer. A Jeremías, cuando lo llamó,
simplemente le dijo que “te di por profeta a las naciones”
(Jeremías 1:5), pero su labor concreta se la fue desvelando poco a
poco. Cada asunto en su momento. Y, de hecho, muchas veces ni
el propio Jeremías entendía lo que le estaba pasando.

Otro ejemplo de siervo de Dios con una gran visión era el


apóstol Pablo. Llamado como apóstol a los gen les tenía claro el
obje vo global de Dios para su vida. Pero ¿y el día a día?

Al principio de su carrera religiosa Pablo ya tenía muy clara la


visión para su vida: Servir a Dios. Ahora bien, su concepto de
servicio era un tanto par cular: Matar cris anos y acabar con esa
secta de herejes. Durante esa parte de su “ministerio” ene un
encuentro con Jesús, y como alegoría de lo que Pablo ha vivido
hasta ese momento, a una persona con una visión tan clara de su
obje vo en la vida, Dios lo deja ciego. Después Ananías recibe el
mandato de ir donde Pablo para que reciba la vista, y Ananías se
echa a temblar porque lo que sabe de Pablo le aterra. Pero Pablo
solo recuperará la vista por medio de la respuesta obediente de
Ananías a ese mandato de Dios.

Un pasaje en el que ambos hombres deben aprender a ver con


los ojos de la fe y aprender a confiar en el poder y la sabiduría de
Dios, y que nos habla muy claramente de no apoyarnos en
nuestras propias capacidades, convicciones o ideas preconcebidas,
sino de buscar y apoyarnos en la voluntad de Dios para nuestras
vidas y para nuestras congregaciones.

Sin embargo, el apóstol Pablo tuvo que volver a aprender la


lección. Cuando él inicia su segundo viaje misionero ene muy
claro lo que quiere hacer en ese viaje. Pablo tenía el plan, dentro
de su llamado misionero y apostólico, de volver a visitar las iglesias
establecidas durante el primer viaje con Bernabé para afirmarlas
en la fe. Así que prepara la ruta con me culosidad y se dispone a
ul mar los detalles. Sin embargo, antes de dar un solo paso ya
surgen los primeros contra empos.

Él había formado un equipo muy exitoso con Bernabé, y se


complementaban a las mil maravillas. Pero una discusión sobre
Juan Marcos acaba con dicho equipo y Pablo ene que echar
mano de Silas para que le acompañe. Una vez puestos en marcha
parece que las cosas se arreglan. Las iglesias les reciben con gozo y
Timoteo se añade al equipo. Y cuando todo parece ir de acuerdo a
lo previsto vuelven a surgir los problemas:
Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue
prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y
cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bi nia, pero el
Espíritu no se lo permi ó. Y pasando junto a Misia,
descendieron a Troas (Hechos 16:6-8).

Pablo tenía muy claro lo que él quería hacer, sin embargo, Dios
tenía otros planes. Y lo encaminó a Macedonia.

Esto nos muestra algo muy importante, y es que es muy fácil


confundir “visión” con “resolución”. Vuelvo a explicarme.

Pablo era alguien muy resuelto. Le costaba poco tomar


decisiones, y planificar las acciones necesarias para llevarlas a
cabo. Pero esto no es “visión”, esto es capacidad decisoria y
organiza va. Tener visión es tener la capacidad de percibir la
voluntad de Dios en medio de las dudas y la oposición. Cuando
Pablo inició el segundo viaje tenía una visión correcta, afirmar las
congregaciones, aunque no una visión completa, lo que le llevó a
dejarse fuera de la ruta aquellas que, en verdad, lo necesitaban
más. Pero fue sensible a Dios, aunque le costó un poco darse
cuenta, y Él lo pudo reencaminar.

Y esta ac tud, la sensibilidad a la voz de Dios, es especialmente


importante porque por mucha visión que tengas es más que
probable que nunca la vayas a tener completa. Esto te va a llevar a
situaciones en las que todos te van a mirar y tú no vas a tener una
respuesta inmediata. Y estas situaciones no se van a resolver
aferrándote a tu plan, sino aferrándote a Dios y escuchando su
voz.

Pablo sabía esto, y por ello no buscaba que pensaran que él


era alguien poderoso o infalible. Aunque todos sabían de las
grandes capacidades de Pablo, y él mismo las reconoce, sin
embargo, él no se apoyaba en sus capacidades o dones para
presentarse como alguien “con visión” infalible. Lo que buscaba
era ser sensible a la voz de Dios, y humilde para aceptar su
corrección y para dejarse guiar por Él. De hecho, al lado de algunos
"grandes líderes" actuales Pablo podría ser tachado de pusilánime.

Por otra parte, en la prác ca del ministerio pastoral lo normal


es que se entrecrucen varias visiones, y ello nos lleva a la siguiente
pregunta:

¿Qué visión?
Porque si bien es cierto que el ministro ene que tener una
visión clara del llamado de Dios para su vida, y de su implicación
para con la congregación en la que Él le ene, no es menos cierto
que Dios también ene unos obje vos específicos, dentro de sus
planes, para dicha congregación.

Asimismo, Él también ene unos llamados y ministerios


específicos para cada uno de los miembros de la misma. Y la labor
del ministro es buscar la gracia y sabiduría de Dios para integrarlas
todas, sabiendo que cada una de ellas es de igual importancia.

Por ejemplo, un ministro puede tener un llamado específico


para fortalecer las relaciones familiares, estar sirviendo en una
iglesia con una clara orientación evangelís ca local, y en la que hay
varios miembros con un llamado a la obra misionera.

Si se obvia la gracia que Dios ha dado a la congregación en el


área evangelís ca se estará frustrando el plan de Dios (y a los
creyentes). Si se olvida de las relaciones familiares estará
frustrando el don de Dios en su vida, y si deja de lado el llamado
misionero de esos miembros estará frustrando el plan de Dios para
la vida de dichas personas.

Lo correcto es que juntos, ministro y creyentes, busquemos la


visión de Dios para la congregación y que, con humildad,
busquemos la sabiduría de Dios para integrar los dis ntos
llamados y dones de los miembros dentro de ese plan maestro.

Las consecuencias de tener a un mal


“visionario”
Porque las consecuencias de tener como pastor a una persona
que solo ve su propia visión son devastadoras. Porque equivale a
tener como guía de la congregación a alguien que no ene una
visión real de la situación en la que Dios le ha puesto.

Veamos algunas de estas consecuencias.

En primer lugar, es habitual que esa visión par cular se


convierta en un molde preconcebido al que deben ajustarse todas
las cosas. O como dice un viejo adagio: “a quien solo ene un
mar llo todo le parecen clavos”.

Si trabaja de una determinada manera, “porque yo soy así”,


intentará que toda la congregación abrace su forma de ser y se
conviertan en clones de él mismo. No busca la integración de los
llamados, ni se preocupa por ges onar “la mul forme gracia de
Dios” para el crecimiento de la obra, sino que su obsesión es que
todos asimilen su visión y su forma de trabajo, obviando, en
muchos casos, todo el bagaje de trabajo y servicio previo de la
congregación, así como los planes de Dios para los demás
miembros.

El resultado será una congregación sin alma y sin visión propia,


cuya voluntad estará some da al albur de los deseos del “líder
supremo”, y cuyo fuego y pasión se irán apagando de forma
irremisible.

Ello nos lleva a la siguiente consecuencia: la manipulación de


la congregación. El rey francés Luis XIV pronunció una terrible
frase: “El Estado soy yo”. Con ella proclamaba que creía
encontrarse por encima de la Ley y que, por tanto, podía hacer y
decidir a su antojo sobre vidas y haciendas. Esta es una
consecuencia natural de la ac tud de una persona que se rige solo
por su visión y que, además, considera que es la única válida.

La congregación entera se convierte en un recurso para llevar a


cabo sus proyectos y para alcanzar sus obje vos. Este po de
“líderes” no ve en los creyentes a colaboradores de la obra de Dios
y coherederos de la Gracia, sino que tan solo los ve como medios a
los que manipular para lograr sus fines.

Las secuelas serán terribles. Creyentes agotados o


endeudados, familias rotas, personas desengañadas de ese
“evangelio u litarista” y una iglesia que se irá quedando desierta y
en la que los creyentes serán marcados por la idea de que solo
valen por lo que enen y ofrecen, y no por lo que son: hijos de
Dios, rescatados por Cristo en la cruz, y llamados a alcanzar la
estatura de la plenitud en Cristo.

Finalmente, alguien que solo se guía por su ambición, porque


esta y no otra es la condición del que desprecia a sus hermanos, se
volverá ciego a cualquier otra necesidad, tanto de la congregación
como del entorno en el que esta se desenvuelve; y solo mostrará
interés por aquellas acciones en las que perciba un rédito
interesante para sus fines.

La consecuencia de esta ac tud es una pérdida de la confianza


de todos, y la pérdida de la relevancia y de la influencia en la
sociedad y en la vida de los creyentes.

Tal congregación dejará de verse como un referente en su


entorno, y su mensaje dejará de tener impacto.

Y lo peor del caso es que la congregación seguirá a estos


“líderes” debido a su carisma, pues como dijo el apóstol Pablo:
Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos,
que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla,
porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.

Así que, no es extraño si también sus ministros se


disfrazan como ministros de jus cia; cuyo fin será conforme a
sus obras…

…porque de buena gana toleráis a los necios, siendo


vosotros cuerdos. Pues toleráis si alguno os esclaviza, si
alguno os devora, si alguno toma lo vuestro, si alguno se
enaltece, si alguno os da de bofetadas (2ª de Corin os 11:
13-15; 19-20).
Conclusión
Para evitar este tremendo pecado no hay más an doto que la
humildad y la firme dependencia de Dios. Pero por todas las partes
implicadas.

El ministro ha de reconocer que, por muy claro que tenga su


camino, aún vemos las cosas oscuramente, y que es muy probable
que Dios cambie todo su paradigma en un momento, como le
ocurrió al apóstol Pedro cuando Dios, en visión, hizo descender el
lienzo, ordenándole tomar alimentos impuros para un judío.

Asimismo es importante reconocer que estamos trabajando en


una empresa espiritual, cuya cabeza es Cristo, y que los recursos y
las herramientas necesarias no son carnales, sino espirituales, y
que tampoco nos pertenecen, sino que nos son encomendadas
por nuestro Señor para que las cuidemos y empleemos en el
ejercicio de nuestra mayordomía y en obediencia a Él.

Por supuesto que los dones naturales, la formación y los


recursos técnicos son ú les e importantes para llevar a delante la
obra de Dios, pero ninguna capacidad humana, ningún doctorado
o ninguna computadora son suficientes, por si mismos, para
alcanzar a un alma sedienta del amor y la jus cia de Dios.

Por otro lado, la congregación en conjunto, y cada creyente en


par cular, ha de recordar que no hay mediadores entre Dios y
ellos. Que el ministro está para velar por sus vidas, pero no para
apropiarse de ellas. Y que si bien es nuestra responsabilidad y
deber respetar a los siervos de Dios, y aportar nuestro esfuerzo y
dones a la expansión del Evangelio, dependemos de Dios en
primer lugar, y que es Él al único a quien debemos rendir nuestras
vidas. No podemos entregar nuestra alma y nuestra voluntad de
forma incondicional a ningún ser humano, ni abdicar del llamado
de Dios para nuestras vidas.

Como está escrito:


Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su
confianza, y no mira a los soberbios, ni a los que se desvían
tras la men ra” (Salmos 40:4).

Y más aún:
Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que con a en el
hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de
Jehová” (Jeremías 17:11).

De esta forma, si entendemos con claridad qué es esto de “la


visión”, y velamos y trabajamos juntos, llegaremos al final de
nuestros caminos habiendo realizado la voluntad de Dios
“agradable y perfecta”.
4 – El Respeto por la Tradición
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y
aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a
vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen,
haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que
os ultrajan y os persiguen”

Mateo 5:43-44

El siguiente problema que analizaremos es tan su l como la


diferencia que existe entre la firmeza de criterio y la cabezonería, y
no es otro que el inmovilismo o apego a la tradición.

Por supuesto que no voy a abogar, en este capítulo, por una


teórica necesidad de tener que aceptar todo po de nuevas líneas
o pseudointerpretaciones de la Palabra de Dios, ni de tener que
abrazar cualquier po de nueva puesta en escena para estar “más
en la ola”, porque no en vano somos llamados a examinarlo todo
con mucho cuidado y a guardar nuestro corazón y nuestros
pensamientos.

En este capítulo, en lo que me quiero centrar es el inmovilismo


formal o ritual que, con la excusa de salvaguardar la verdad y la
pureza doctrinal, no hace otra cosa que rechazar cualquier nuevo
planteamiento que altere sus hábitos y que los saque de su “zona
de confort”, como, por ejemplo, la forma en la que se desarrolla la
liturgia de un culto o los métodos evangelís cos. Y, por supuesto,
cubriendo todas sus jus ficaciones con una apariencia de presunta
espiritualidad.

Es algo muy sano que denominaciones y pastores defiendan la


riqueza espiritual e histórica de sus congregaciones. Esta es la
consecuencia del trabajo fiel de muchas personas a lo largo de los
años y conforman la iden dad propia de cada una de ellas.

Sin embargo, el respeto a esa riqueza histórica no debe ser un


obstáculo que nos permita examinar, y en su caso aceptar, nuevos
enfoques, nuevas formas de trabajar o nuevas herramientas. Y es
que el problema de todo lo nuevo es precisamente ese: su
novedad.

Todo lo nuevo es extraño e implica un esfuerzo de adaptación,


y a veces de ruptura con lo habitual, aunque sea parcial; pero
pretender que nada debe cambiar es no entender a Dios, porque
su Palabra nos enseña, una y otra vez, que Dios renueva las
fuerzas, que nos hace nuevas criaturas, que lo pasado queda atrás
y todo es hecho nuevo o que nuevas son, cada día, sus
misericordias. Dios es un Dios de desarrollo, transformación y
crecimiento.

El mero hecho de crecer en Dios ya nos está cambiando. Y el


simple paso del empo nos transforma, aunque no nos demos
cuenta. En el año 2000, por mo vos de trabajo, tuve que
ausentarme de mi iglesia por casi un año; cuando regresamos me
sen a extraño. Había nuevos creyentes, algunos otros se habían
marchado, y hasta la forma de predicar era un poco dis nta. Ellos
no lo habían percibido, o lo habían interiorizado de forma natural,
pero yo sí pude apreciar la evolución.
Y del mismo modo que a nadie se le ocurriría intentar ponerse
la ropa que usaba cuando tenía cinco años, tampoco tenemos que
encorsetarnos con procedimientos o ritos que “son los que se han
usado siempre”, simplemente porque sí, pero que puede que nos
estén limitando en nuestro movimiento o que, peor aún, nos estén
ahogando o debilitando.

En algunos casos podemos encontrarnos con herramientas o


canales, como Internet, que nos resulten ajenos, complejos o,
incluso, que pueden ser considerados inadecuados para su uso por
parte de la Iglesia. Por cierto, si este es tu caso te recomiendo que
leas mi libro “Evangelizar en Internet” o que visites la web
www.evangelizar.es y quizá te sorprendas. En otras ocasiones,
pueden ser formas o lenguajes que nos resultan extraños,
comparados con la forma en la que nos hemos expresado hasta el
momento.

Un ejemplo de esto úl mo lo podemos encontrar en relación


con las diferentes versiones de la Biblia que tenemos en la
actualidad. Contamos con muchas y buenas, pero di cilmente
pueden compe r en aceptación con la versión Reina Valera de
1960, que es un estándar indiscu ble de Biblia en las iglesias
evangélicas y que, incluso, marca nuestra forma de expresarnos. Y,
sin embargo, para los creyentes de 1960, acostumbrados como
estaban a la versión de 1909, este cambio fue todo un impacto.

Es evidente que no toda novedad es siempre posi va, pero


también hemos de tener presente que toda tradición consolidada
comenzó en su día siendo una novedad. Por eso, es importante
analizar todo y ver sus posibilidades de una forma honesta,
olvidándonos de cuanto esfuerzo podría llevar su implantación.
Porque si el impacto de dicha novedad es posi vo y correcto debe
ser implementado en la iglesia.

El peligro de la descontextualización
Por otro lado, tengamos presente que muchas de las formas
litúrgicas y de los métodos de trabajo que u lizamos en las iglesias
responden a costumbres y condicionantes de la época en la que se
instauraron. Al fin y al cabo, como ya hemos visto, todas las
tradiciones tuvieron un principio y se conservaron en el empo
porque fueron eficaces en su contexto. Pero fuera de dicho
contexto esas mismas tradiciones pueden perder todo el sen do, y
empeñarnos en mantenerlas “porque siempre se ha hecho así” o
importar las que usan otras congregaciones porque “a ellos les
funciona”, pero sin analizar el porqué, sería una grave negligencia.
Es como si los hoteles de carretera mantuvieran cuadras y corrales
con abrevaderos y heno para las monturas de los viajeros. Hace un
siglo y medio tenía sen do, pero hoy no pasaría de ser una mera
atracción turís ca que, por cierto, no sería visitada si no contase
con un buen área de estacionamiento cerca.

Y, sin embargo, hay congregaciones que siguen aferradas a sus


tradiciones con más intensidad que a la propia Palabra de Dios. Y si
el único problema fuera tener que u lizar candelabros en la
liturgia en vez de luz eléctrica (y prescindir de sistemas de
megafonía) no tendría mayor objeción. Sin embargo, el verdadero
problema de esta descontextualización es que llevará a la
congregación a perder relevancia espiritual en su entorno, y dejará
de ser un templo de la verdad para pasar a conver rse en una
mera atracción de feria. Y no porque el mensaje que se predique
desde su púlpito sea incorrecto, sino por empeñarse en mantener
unas formas o un lenguaje absolutamente anacrónicos y carentes
de sen do para las personas que pudieran acudir a los servicios.

Pensemos en la gran can dad de recintos religiosos que


reciben más visitantes interesados en disfrutar de la belleza
arquitectónica de los mismos, de su liturgia o de los cantos de sus
coros, que visitantes deseosos de escuchar el mensaje del
Evangelio.

Y es que lo que muchos esconden detrás de esta ac tud no es


el deseo de aferrarse a la verdad, sino simple y pura vagancia y
desinterés. Conocer las necesidades de la congregación y las del
entorno social requiere esfuerzo y dedicación, y es mucho más
fácil replicar lo que hicieron los antecesores, quienes sí realizaron
dicho esfuerzo. Y aunque, a primera vista, pareciera que con ese
apego a la tradición les estamos rindiendo homenaje y mostrando
respeto, lo que de verdad estaremos haciendo es desperdiciar su
verdadero legado.

Porque lo que ellos nos dejaron no son ritos o fórmulas


mágicas, lo que ellos nos dejaron fue su ejemplo de entrega,
trabajo y consagración.

El equilibrio
¿Quiere esto decir que hay que desechar todo lo an guo? Por
supuesto que no. Las tradiciones y los ritos también enen su
función en la vida congregacional.

En unos casos, y si se hace respetando el espíritu con las que


fueron creados, nos pueden servir de recordatorio y
agradecimiento hacia los que nos precedieron en la fe y fueron
fieles en su labor de guardar y transmi r el Evangelio. En otros
casos, pueden ser señales dis n vas de iden dad local, que
además nos pueden ayudar a ganar en relevancia e iden ficación
con el propio entorno social. Y, en otros casos pueden servir para
enriquecer la propia experiencia del culto a Dios.

Entonces, ¿qué cosas podemos ir eliminado y cuales podemos


ir incluyendo en nuestra tradición?

A la hora de eliminar es evidente que cualquier tradición o rito


contrario a la Palabra de Dios debe ser eliminado de nuestro
acervo. Asimismo, cualquier tradición que entorpezca o distraiga
del entendimiento cabal del Evangelio, o que haya perdido
cualquier significado reconocible, debería ser evitado.

En resumen, cualquier ac vidad que podamos calificar de


vanidad ─en el sen do de algo vacío y sin trascendencia espiritual─
debe ser eliminado de nuestras tradiciones y ritos, porque lejos de
conver rse en herramientas que nos ayuden a llegar más lejos y
mejor, se convierten en rémoras que nos impiden avanzar con
libertad.

Recordando las palabras de la epístola a los Hebreos:


Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro
tan grande nube de tes gos, despojémonos de todo peso y
del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la
carrera que tenemos por delante (Hebreos 12:1).

¿Y qué añadir? Todo aquello que sea valioso como seña de


iden dad y aporte una mejor comprensión de la verdad del
Evangelio. En este caso la norma que nos debe guiar la
encontramos en las palabras del apóstol Pablo:
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo
honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo
que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de
alabanza, en esto pensad (Filipenses 4:8).

Conclusión
El respeto a la tradición y a las señas de iden dad de una
congregación es algo muy importante, ya que nos ayuda a
transmi r una imagen de coherencia y fomenta el sen do de
pertenencia.

Pero nuestro pasado no puede condicionar eternamente el


futuro de nuestra congregación, porque eso sería como caminar
de espaldas a nuestra meta y, si bien el pasado es algo que
podemos llevar en el corazón, la meta es algo que siempre debe
estar ante nuestros ojos y en nuestra mente.

Porque del mismo modo que los retrovisores son elementos


muy importantes para poder conducir con seguridad, también es
cierto que conducir mirando solo los retrovisores nos llevará al
desastre, y dejar nuestros ojos en el pasado nos conver rá en una
congregación aislada en sus propios recuerdos e incapaz de
transmi r, de forma eficaz, el mensaje profé co de vida y
esperanza.

Como nos recuerda Eclesiastés 7:10: “Nunca digas: ¿Cuál es la


causa de que los empos pasados fueron mejores que estos?
Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría”.
5 – La Unción
“Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres,
Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos.”

Mateo 16:17

Una de las mayores esperanzas que tenemos al acudir a un


servicio religioso es encontrarnos con una predicación poderosa y
ungida, llena de la presencia de Dios, que nos saque de nuestro
adormecimiento diario y nos confronte con la verdad del
Evangelio.

Por eso, una de las condiciones más importantes que se le


exigen a un ministro es precisamente esa: ser una persona con una
unción especial. La propia Biblia es clara en el sen do que no
cualquiera puede ser propuesto para una responsabilidad de tal
nivel dentro del cuerpo de Cristo, y nos provee de diversas
recomendaciones en cuanto a formación, madurez, tes monio y
carácter, aparte del correspondiente llamamiento divino, por
supuesto. Es, por tanto, evidente que un pastor o anciano ene
que tener unas caracterís cas humanas y espirituales que sirvan
de referencia y mo vación a otros creyentes dentro de la
congregación, como vemos en las instrucciones que Pablo da a
Timoteo:
Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino
amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con
mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios
les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y
escapen del lazo del diablo, en que están cau vos a voluntad
de él (2ª Timoteo 2:24-26).

Además de esto, todo pastor sabe que va a tener que dar


cuenta a Dios de su labor al frente de cada congregación en la que
Él le ponga. Esto supone que se ha de ser especialmente
cuidadoso a la hora de pastorear a los creyentes, fomentando el
crecimiento y la madurez, enseñando sólidos principios y valores
bíblicos sobre los que cada uno debe basar sus decisiones
personales. Sin embargo, también hemos de tener claro que
daremos cuenta de cómo hemos realizado nuestra labor y no de lo
que otros hayan hecho a pesar de nuestros esfuerzos, advertencias
o amonestaciones.

Es importante tener esto claro, porque hay quien teme que las
cuentas se le pedirán por las decisiones de los creyentes puestos
bajo su responsabilidad, y esta interpretación errónea puede llevar
a esos pastores a la ansiedad y a caer en alguna de estas dos
presunciones erróneas:

El pastor teme que será condenado por las decisiones o


ac tudes incorrectas o pecaminosas de los miembros de su
congregación. Por ello debe controlar, de forma férrea, las
vidas de los creyentes.
El pastor asume que si debe dar cuentas es porque ene
una unción superior a la de los demás. Por ello él es la única
persona que puede saber con precisión lo que ocurre en cada
momento y lo que hay que hacer en cada caso.
En cualquier caso el resultado es el mismo: el pastor llega a la
conclusión de que no puede permi r que los miembros de la
congregación tomen decisiones por su cuenta, por tanto él tomará
las decisiones por ellos, y los demás deben aceptar su criterio.

Definición
Asimismo, también tenemos un problema rela vo a lo que
algunos creyentes y ministros en enden con la expresión de
“pastor ungido”. Porque lo cierto es que hay mucha confusión con
respecto al verdadero significado de esta caracterís ca.

Si realizas un poco de trabajo de campo y preguntas que es lo


que se en ende por “un siervo ungido” las respuestas suelen ir en
un mismo sen do: “Una persona con una relación especial con
Dios, a la cual Él le revela “cosas grandes y ocultas” y a la que dota
de especiales sabiduría, entendimiento y poder”. En otras palabras,
una especie de Moisés moderno que, al igual que aquél, se erija
en nuestro interlocutor ante Dios. No hace falta que le brille el
rostro como al original, pero si lo hace, mejor.

El problema es que esta definición choca frontalmente con dos


principios bíblicos esenciales.

El primero es que convierte en excepción de lo que debería


ser norma, porque entonces ¿dónde queda el camino abierto en la
cruz por Cristo y que nos da acceso directo al Padre? ¿Dónde la
responsabilidad personal como miembros del sacerdocio
universal? ¿Acaso el Espíritu Santo es concedido solo a unos pocos
elegidos?
Con este planteamiento, lo que debería ser norma en la vida
de cualquier cris ano fiel, se convierte en la excepción de unos
pocos elegidos. A lo largo de toda la Biblia y de la Historia
podemos ver que cualquier creyente sincero, que busca la
presencia de Dios y que se prepara en el conocimiento de Su
Palabra, ene acceso a la guía del Espíritu Santo, puede ser usado
por Dios para enseñar a otros, puede ser un canal de bendición y
puede ser usado por Él para la manifestación de su poder.

Pedro, Esteban, Felipe, y tantos y tantos otros, eran personas


sencillas, llamadas por Dios y que brillaron por el simple hecho de
ser fieles a su llamado. No había otro requerimiento. En sus inicios
no eran personas especialmente dotadas en cuanto a
conocimientos de la Ley, ni tampoco grandes teólogos o
pensadores. Sin embargo Dios los usó como referentes universales
de lo que Él puede hacer a través de las vidas de personas
sencillas, humildes y fieles que caminan junto a Él.

El segundo es que se le estarían reconociendo al ministro


atribuciones que la Biblia no le da. Porque, si se considera que
está especialmente ungido, entonces es fácil que se caiga en el
error de pensar que solo él está en posesión de la verdad, y que su
palabra es “palabra de Dios”. Y si su palabra es “ley” entonces toda
persona y ministerio subordinado deben estar sujetos a su
voluntad, y toda ac vidad debe contar con su bendición expresa,
porque en caso contrario estaría en rebeldía contra el mismo Dios.

Y con esto no estoy diciendo que un pastor no deba saber y


aprobar lo que ocurre en la congregación. Antes bien al contrario,
porque como ministros y siervos de Dios hemos de dar cuenta de
la forma en que hemos atendido las vidas que Él ha puesto a
nuestro cuidado, y ante las que tenemos una tarea y una
responsabilidad especial, como nos recuerda Hebreos 13:17:
“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos
velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para
que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es
provechoso”.

Así que no, no me refiero a este po de comportamiento sano


y correcto, sino a aquel otro en el cual el pastor, que se cree con
una unción especial y superior, ende a ejercer un control férreo y
dictatorial de todo. No hay delegación de responsabilidades ni se
fomenta el crecimiento de los creyentes, sino que las personas se
convierten en simples teres que deben moverse, exactamente,
como su plan establece. No enseña pautas y principios bíblicos
sobre los que basar sus vidas y sus servicios, sino tan solo
obediencia ciega a su voluntad. Cualquier discrepancia, por
mínima que sea, es aplastada y tratada como si se tratara de un
ataque contra el propio Dios, y cualquier a sbo de disidencia es
eliminado de raíz sin discernir la posible verdad que haya en ella, a
la vez que sus presuntos promotores son expulsados de la
congregación sin más miramientos. No importa la verdad, lo único
que importa es la obediencia ciega al pastor, y confunden el
some miento mutuo y el respeto “a los que os presiden” con la
sumisión incondicional al líder.

Consecuencias del falso “pastor ungido”


Como te puedes imaginar, este po de enfoque lleva a la
iglesia a su destrucción.

Primero, porque genera una especie de “Síndrome del


Mesías”, tanto en el ministro como en la congregación, que se
realimenta de forma con nua.
El ministro se centra en su propio crecimiento personal, pero
no como una forma de enriquecer su servicio, sino como una
forma de destacar sobre el resto. La figura del pastor se convierte
en algo distante. Es alguien que está a otro nivel, que debe dirigir
todo y al que no hay que molestar con banalidades. Transmite una
falsa sensación de espiritualidad que demanda obediencia y
sumisión.

Y cuanto más ciega es la obediencia de los creyentes más sube


el ego del ministro y más obediencia exige. Esto lleva a que deba
estar presente en todo y dirigirlo personalmente porque sin él o
ella nada funciona. Él es la fuente del poder de su congregación, él
es quien trae la palabra con autoridad, él es quien hace los
prodigios y milagros. Todo en la iglesia gira alrededor de su
persona.

Consecuencia: creyentes más enfocados en imitar la ac tud de


su “líder” que la de Cristo, más preocupados en lograr la
“excelencia personal” que de aplicar y vivir un cris anismo bíblico.
Centrados en sí mismos se olvidan de dar y de darse, y acaban
siendo congregaciones de personas aisladas, con proyectos
paralizados, personas quemadas, ministerios desaprovechados, y
creyentes atrofiados y debilitados

Segundo, porque los creyentes dejan de depender de Dios


para pasar a depender del pastor. Dejan de estudiar la Palabra de
Dios para absorber las interpretaciones del pastor, y dejan de
buscar la voluntad de Dios para cumplir la voluntad del pastor. La
advertencia de Dios contra este po de comportamientos es
tremendamente dura: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que
con a en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se
aparta de Jehová” (Jeremías 17:5).
Y tercero, porque cualquier contacto externo es visto como
algo intolerable. Los demás ministros o congregaciones no
cuentan con el mismo nivel de autoridad divina que el suyo, y
cualquier contacto externo es visto como una afrenta y como un
riesgo a su autoridad y, por tanto, sólo él puede decidir con quién,
y en qué condiciones se establecen.

Nuevamente nos encontramos con comportamientos más


propios de una secta destruc va que de una verdadera iglesia. Y el
final, si no se interviene a empo, no puede ser otro que la muerte
de la congregación y del ministerio. Y todo ello por no tener una
visión clara de lo que supone tener, o ser, un pastor realmente
ungido.

La prevención
¿Cuál sería entonces la verdadera definición de “pastor con
gran unción”? Pues la de una persona comprome da con su
llamado. Una persona que reconoce sus limitaciones e
imperfecciones, y que las suple buscando cada día el rostro de su
Señor, profundizando en el conocimiento de las Escrituras,
buscando la guía del Espíritu Santo en cada paso o servicio,
rogándo a Dios que le ayude a amar más y más su Palabra, a los
miembros de su congregación y al resto del Cuerpo de Cristo, y
pidiendo sabiduría para saber apreciar los dones y los llamados de
las personas de su congregación. En otras palabras, un cris ano
sencillo y verdadero.

Cuando el apóstol Pablo le da instrucciones a Timoteo no le


indica que busque personas con gran carácter o con un carisma
especial, sino que le indica que: “Lo que has oído de mí ante
muchos tes gos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos
para enseñar también a otros” (2ª Timoteo 2:2). No se trata de
buscar hombres “ungidos y poderosos”, sino de buscar hombres
“fieles”. Ese es el pastor con una verdadera unción.

Por ello, la mejor prevención, por parte del ministro, es


recordar cada día que si estás en este servicio no es por tu
formación ni por tus capacidades personales, sino por la gracia y la
misericordia de Dios. Cualquier intento de erigirte hasta el cielo
acabará de igual manera que la Torre de Babel.

Del mismo modo, los creyentes deben recordar siempre que la


verdadera cabeza de la iglesia es Cristo y que cualquier ministro
que intente ocupar su lugar, a pesar del presunto poder de sus
palabras o de la grandeza de sus prodigios, no es sino “ladrón y
salteador”, y no debe ser escuchado.

Recordemos la advertencia que el propio Cristo nos hizo:


Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y
harán grandes señales y prodigios, de tal manera que
engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. (Mateo
24:24).

Conclusión
Un verdadero siervo de Dios siempre será una persona con una
unción especial de parte de Espíritu Santo. Su propio anhelo de
búsqueda diaria de Dios, su aversión a todo lo pecaminoso, el
amor de Dios manifestado a través de su vida, y la presencia del
Espíritu Santo actuando a través de él, son elementos más que
suficientes para que esa unción divina esté sobre su vida.
Por ello, no es correcto buscar evidencias de una hipoté ca
“unción especial”, para establecer la valía de un ministro, sino que
lo que hemos de buscar son las evidencias de una vida fiel y
some da a la voluntad de Dios.

Cualquier otro comportamiento autoritario o de superioridad


lo único que estarán demostrando es una preocupante debilidad
espiritual, por muy enérgico que parezca exteriormente y por
mucha “autoridad” que emane de su presencia, y el único final
posible de los que tal hagan, si no se corrige, es la destrucción de
la iglesia y su tes monio.
6 – La Excelencia
Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a
Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles
ha dado Dios arrepentimiento para vida!

Hechos 11:18

La búsqueda de la excelencia es algo posi vo. De hecho,


aunque no estaba expresamente indicado, era algo que Dios
demandaba a la hora de realizar los sacrificios.

Solo hay que hojear el Pentateuco para observar el estricto y


exhaus vo procedimiento para ellos, tanto en la forma de
realizarlos, como en la calidad de los productos o animales
presentados. Por eso, no es de extrañar que sea algo que se valore
muy posi vamente en el perfil de un ministro.

Ahora bien, ¿tenemos realmente claro lo que significa esta


palabra? Porque aunque el concepto de la excelencia forme parte
esencial del espíritu del servicio cris ano, parece que solo se haya
descubierto en nuestros días. Porque ahora todo se hace con
excelencia, o al menos eso parece si hacemos caso de lo que las
organizaciones dicen de sí mismas. Sin embargo, es probable que
sea uno de los términos que más daño esté haciendo a la Iglesia.
Entre otras cosas porque existe un fuerte desconocimiento de lo
que con ello se quiere decir.
Para empezar es muy común pensar que la excelencia ene
que ver con los resultados conseguidos. Si se emprende unos
estudios se cree haber alcanzado la excelencia al obtener las notas
más altas y los mayores reconocimientos; si se organiza un evento
y se consigue que todo se desarrolle según lo planificado también
se habla de una organización excelente; o si se realiza una
campaña evangelís ca durante la que se logra alcanzar los
obje vos planteados es fácil que se defina como una campaña
realizada con excelencia. Y esto se traslada, muy frecuentemente,
a la evaluación que las congregaciones realizan del desempeño
ministerial de su pastor.

Pero poner el foco en la excelencia obviando todos los demás


aspectos es como cambiar la harina, de la masa de pan, por arcilla.
Se podrá amasar, se le podrá dar una forma bonita, se podrá
hornear, pero lo que no podrá hacer es alimentar ni sostener la
vida.

Por otro lado, también es común confundir excelencia con


perfección. Y si bien enen mucho que ver, es posible conseguir
resultados perfectos sin haber desarrollado la más mínima
excelencia. Porque al confundir el enfoque ponemos la mira en la
parte externa, en las formas. Una ru na excelente, una formación
amplia y ortodoxa. Se buscan pastores, y creyentes, ejemplares en
cuanto a su aspecto é co, pero, ¿son creyentes y pastores que
manifiestan el fruto del Espíritu en sus múl ples aspectos?

Según la Real Academia de la Lengua, “perfecto” no quiere


decir “sin defecto alguno”, sino algo mucho más prosaico:
Que ene el mayor grado posible de bondad o excelencia
en su línea.
Que posee el grado máximo de una determinada cualidad
o defecto.

Las definiciones hacen referencia al “mayor grado posible” o


un “grado máximo”, pero no a un “grado absoluto”. Es decir, que el
propio diccionario reconoce que el ser humano no es capaz de
realizar algo “sin defecto alguno”. Y este error es tan común que,
de hecho, tanto el apóstol Pedro como la Iglesia primi va tuvieron
este mismo problema.

El problema de la falsa excelencia


Cuando leemos el pasaje rela vo a Cornelio, en el libro de
Hechos capítulo 10, y el posterior informe de Pedro, en el 11,
vemos este problema en toda su extensión.

Cuando Dios prepara a Pedro para que acepte la invitación de


Cornelio hace descender en un paño “… de todos los cuadrúpedos
terrestres y rep les y aves del cielo” (Hechos 10:12), y le ordena
que “mate y coma” de ellos. Muchos de estos eran animales que
los judíos no podían comer según sus leyes, y Pedro estaba muy
orgulloso de no haber comido jamás de ellos. Aunque Pedro tenía
sus defectos, él se consideraba excelente, al menos en lo referente
a este tema, de ahí su respuesta inicial: “Señor, no; porque ninguna
cosa común o inmunda entró jamás en mi boca” (Hechos 10:14).

Dios tuvo que repe r este proceso varias veces hasta dejar a
Pedro realmente perplejo. No tenía ni idea de lo que Dios estaba
intentando decirle. Por un lado las leyes le prohibían comer de
algunos de aquellos animales y, por otro, Dios le decía que, aquello
que Él san ficaba, Pedro no debía llamarlo inmundo.

Pedro tenía un concepto muy elevado de excelencia en cuanto


a la Ley, algo que también nos confiesa el apóstol Pablo, y esto le
hacía posicionarse en un nivel superior al del resto de pueblos. Él
tenía un llamado especial de Dios, y los demás no. Él cumplía con
la Ley de Dios, y los demás no.

De no haber sido por esta preparación previa es muy probable


que Pedro hubiera rechazado la invitación del Cornelio. Según él,
tendría muy buenas y sólidas razones.

La primera, Cornelio era un gen l, y no les estaba permi do a


los judíos ir a las casas de los gen les. La segunda, los gen les no
solían respetar las leyes alimentarias de los judíos. La tercera,
Cornelio era un soldado romano y, por tanto, pertenecía a la
misma clase de personas que crucificaron a Cristo. La cuarta, el
Mesías era alguien que venía para liberar al pueblo de Israel y
hacerle gobernar sobre los demás, y Cornelio era un invasor. En
todo caso, y si tan interesado estaba Cornelio en hablar con Pedro,
¡qué hubiera venido él!

Pero Dios le enseña a Pedro que lo que él ha recibido no le


coloca por encima de los demás, sino que es él quien ene la
responsabilidad de ir donde haya personas necesitadas del
mensaje del Evangelio.

En lo rela vo al ministro, este falso concepto de excelencia


puede ser un problema terrorífico, si le lleva a considerar que su
llamado le coloca en una posición de excelencia espiritual por
encima del resto de la congregación. Es cierto que Dios dota de
dones, según Él considera conveniente, para el cumplimiento del
llamado que ha señalado a cada hijo o hija suyo, pero esto no nos
pone en una posición especial, ni nos hace perfectos. En todo caso
otorga una autoridad que los demás pueden apreciar y reconocer,
siempre que seamos fieles al llamado, pero no te hace “mejor” o
“superior” a nadie. Todos formamos parte del mismo cuerpo.

También se convierte en un problema si lleva al ministro a


considerar que él es el referente en cuanto a espiritualidad. Es
decir que todos aquellos miembros que no dediquen el mismo
número de horas, o la misma intensidad, que él en el estudio, o en
la oración, o en cualquier otra ac vidad, no son cris anos
“autén cos”.

Por otro lado, este mismo problema puede surgir en la


congregación, si llegan a considerarse como “cris anos excelentes”
que deben cuidar mucho su relación con otros “cris anos
inferiores”. Esto lo podemos ver al considerar el rechazo inicial con
el que recibieron la no cia de la conversión de Cornelio: “Oyeron
los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también
los gen les habían recibido la palabra de Dios. Y cuando Pedro
subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la circuncisión,
diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y
has comido con ellos?” (Hechos 11:1-3). En otras palabras:
“Nosotros somos el Pueblo de Dios, y los demás no, y Cornelio,
además de ser un gen l, y no cumplir con la Torá, ¡es un opresor
romano! ¿Y aún así te has rebajado a entrar en su casa? ¡Esto es
vergonzoso!”.

Entonces Pedro les empieza a narrar la historia y su conclusión.


Si se me permite la paráfrasis vendría a ser algo así como: “Pues sí,
ni son judíos, ni guardan nuestras leyes, ni están circuncidados, y
además son parte de nuestros opresores. Y sin embargo aman a
Dios y Él los acepta y los ha bau zado con su Espíritu Santo, como
a nosotros”.

Esto fue un choque brutal para ellos, pero reaccionaron de


forma correcta y no solo aceptaron la acción de Dios hacia los
gen les, sino que se alegraron de ella.

Y es que la verdadera excelencia ene mucho más que ver con


la ac tud y el cuidado que se pone, que con los resultados
conseguidos. Asimismo, la excelencia no es algo obje vo, sino
rela vo. No es lo mismo el nivel de desempeño que puede
alcanzar alguien maduro o experto que alguien inexperto, aunque
ambos estén poniendo todo de su parte.

Por ello no se puede exigir a los demás el mismo nivel de


madurez que nosotros hayamos alcanzado. O dicho de otra forma:
el pastor no puede condenar a los creyentes que no muestren un
nivel de madurez o “excelencia espiritual” similar al que él haya
conseguido alcanzar. Porque si bien es cierto que todos hemos de
crecer, también lo es que no todos hemos comenzado al mismo
empo, ni todos lo hacen al mismo ritmo, ni todos enen las
mismas capacidades o dones. Por supuesto, esto es aplicable en
todos los niveles de responsabilidad o servicio.

Sin embargo, cuando se pierde de vista esto es fácil caer en el


pecado de creer que “excelencia” ene que ver con grandes
acciones u obje vos, con una atención obsesiva por detalles sin
valor, o con una gran disponibilidad para el servicio; some endo a
las personas que enen que realizarlos a una presión tal que, lejos
de disfrutar de su servicio para Dios, hace que se sientan
agobiadas y frustradas por no poder alcanzar el nivel de perfección
que se les demanda, o que enmascaren su inmadurez con
ac vismo.

Caer en este po de “excelencia” hace que el enfoque se


ponga sobre los resultados; y quedarnos solo con los resultados
nos lleva fácilmente a transmi r el concepto de que el fin jus fica
los medios. En este po de situaciones se segrega a los creyentes
en base a dichos aspectos externos de excelencia. Todos aquellos
con buenas capacidades intelectuales, de empo o económicas, o
que tengan buenas habilidades naturales y que las pongan al
servicio de la iglesia serán cris anos excelentes, los que no estén
tan bien dotados, por mucha disposición y entrega que muestren
serán cris anos de segunda clase. Y bien sea una caracterís ca
propia del ministro, o bien impuesta por la congregación, el
resultado es el mismo: la destrucción de la congregación.

Veamos algunos efectos:

El perfeccionismo como meta. Pastor y congregación se aíslan


en un mundo ilusorio en el que todo ene que ser exacto y
perfecto en su forma o ejecución, pero en el que no importa el
fondo. Como Jesús dijo a los fariseos esto equivale a “colar el
mosquito y tragarse el camello”.

La disociación de la realidad. Al pretender vivir en un mundo


ideal pierden la noción de los problemas reales de la gente y de su
vivir diario. No a enden a los condicionantes concretos de cada
miembro, sino que los miden haciendo tabla rasa y les exigen los
mismos niveles de desempeño, sin valorar de si se trata de un
joven estudiante, un profesional en ac vo y con familia, alguien en
situación de desempleo, una persona jubilada o alguien enfermo.
Se persigue la excelencia, pero solo se consiguen personas
defraudadas y desatendidas en sus necesidades.

Eli smo. Una comunidad construida sobre un falso principio


de excelencia aparta a los “menos capaces”, y construye sus
estructuras no sobre los verdaderamente llamados por Dios, sino
sobre los “más dotados”. Con ello se vulnera la voluntad de Dios, y
la congregación acabará gobernada por el legalismo más acérrimo.
Y ya sabemos que, sin misericordia y sin la guía del Espíritu Santo,
“la letra, mata”.

Simonismo. Puede que no se mueva un solo euro, pero los


“cargos” se ob enen por la presunta calidad de la ac vidad que se
desempeña y la adecuación a los principios que rijan la
comunidad, y no por los valores bíblicos, el fruto del Espíritu
mostrado o el llamado de Dios. Nuevamente, se está construyendo
un edificio con una base errónea, y su final será lamentable.

La Excelencia Bíblica
Entonces, ¿no es necesaria la excelencia? Por supuesto que sí,
pero una excelencia bíblica.

Una de las cues ones esenciales en la Ley de Moisés era la


excelencia. La perfección de Dios era remarcada en cada aspecto
de la Ley. Y uno de los aspectos en lo que esto era especialmente
importante era en los sacrificios.

Ac tudes perfectas, cas gos exactos, ritos exactos y ofrendas


perfectas. No había nada que escapase a esta exigencia de
perfección. Sin embargo, esta exigencia solo ponía de manifiesto la
evidente imperfección del ser humano en su naturaleza caída.
Por eso es por lo que Dios no establece un nivel cuan ta vo,
sino cualita vo, de excelencia espiritual, de anhelo por sus cosas.
Dios no busca hombres ni mujeres perfectos que con en en sus
propias capacidades para hacer una obra que es espiritual y que,
por lo tanto, queda fuera del alcance de cualquier don,
conocimiento, capacidad o habilidad humana.

Él busca personas que se reconozcan imperfectas e indignas,


para capacitarlas y usarlas como vasos de honra. Busca personas
fieles, adoradores que le busquen en espíritu y verdad.

No estamos llamados a dar un cierto nivel que solo algunos


pocos pueden alcanzar. Estamos llamados a dar toda nuestra vida,
al completo. Y todas las vidas enen el mismo valor para Dios. Por
tanto, la excelencia bíblica es el anhelo profundo por buscar,
conocer, obedecer y servir a Dios. Es dar lo mejor de como
ofrenda para nuestro Señor, y no ese falso perfeccionismo que, en
realidad, solo busca exaltar la capacidad humana.

“Que vuestra palabra sea siempre con gracia” (Colosenses 4:6);


“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor
los unos con los otros” (Juan 13:35); “Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bau zándolos en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19); “Orad sin
cesar” (1ª de Tesalonicenses 5:17); “Escudriñad las Escrituras”
(Juan 5:39); “Buscad primeramente el reino de Dios y su jus cia”
(Mateo 6:33). Estas ac tudes, y otras similares, son las que
cons tuyen la verdadera excelencia.

El rey David, aunque fue un hombre “conforme al corazón de


Dios” (Hechos 13:22), no pudo levantar el templo para Dios.
Salomón, por el contrario, fue un rey de sabiduría excelsa y quien
construyó un templo magnífico, pero sin embargo su corazón
acabó arrastrado tras los ídolos (1ª de Reyes 11:4).

Y es que si tu excelencia se centra en tu servicio fiel a Dios, en


tu caminar con Él, esta acabará impactando todo lo que hagas,
aunque aparente ser “poca cosa”.

Conclusión
Dios demanda excelencia, pero no la excelencia de este
mundo. Una excelencia basada en el amor a Dios y a los
semejantes. Una excelencia entendida como un acto sacrificial por
el que nos entregamos sin contrapar da.

No es un “te doy para que me des”, sino un “me doy a , Señor,


porque tú me has amado primero”. Es un ayudar a los demás para
que puedan alcanzar una mejor estatura en Cristo; es un sostener
al débil y, también, un corregir con firmeza al errado; pero en
todos los casos con amor y misericordia.

Por supuesto que hemos de procurar hacer todo con la mayor


perfección posible, porque es nuestro sacrificio para Dios, pero
recordando también que los que nos rodean y colaboran no enen
por qué estar llamados ni dotados del mismo modo que nosotros y
que, en todos los casos, “… si supieseis qué significa: Misericordia
quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes” (Mateo
12:7).

Porque es muy fácil pensar que una maestría en Teología es un


valor más sólido que una credencial de paciencia otorgada por una
vida de sujeción a la Palabra de Dios.
Pero obtener un tulo forma vo está, prác camente, al
alcance de cualquiera, con independencia de su condición
espiritual, mientras que el fruto del Espíritu solo puede ser
manifestado en la vida de verdaderos cris anos, con
independencia de su condición social, educa va o cualesquiera
otras. Solo brota en autén cos hijos de Dios, humildes, fieles y
obedientes a su Palabra.

Porque Él busca corazones dispuestos a seguir sus caminos,


con obediencia, confianza y fe, y que sepan que la verdadera
excelencia no es la externa, sino la del corazón sencillo y fiel.

Y lo que, como ministros, hemos de buscar no son miembros


excelentes en su apariencia externa, sino cris anos fieles a Dios y
comprome dos con su Palabra. Entonces Él podrá hacer, a través
de ellos, la obra perfecta que Él tenga determinada, y los podrás
guiar al crecimiento adecuado en Cristo.
7 – El Equipo Fiel
“Y estableció a doce, para que
estuviesen con Él…”
Marcos 3:14

Una vez leí el comentario de un veterano de guerra en el que


hablaba sobre la importancia del trabajo en equipo. Él comentaba
que las gestas individuales raramente superan el desempeño de
un equipo, y que los combates se ganan cuando todos trabajan de
forma coordinada y se apoyan mutuamente. Si cada uno va a lo
suyo, o se con a todo a la capacidad de una sola persona, la
derrota es prác camente segura. Y Pablo lo sabía, por eso ponía
tanto cuidado en la elección de su equipo.

Ya te he expuesto al principio mi concepto de “ministerio


múl ple” (dentro del principio del sacerdocio universal), es por
ello que contar con un buen equipo pastoral que colabore con el
pastor principal, que le ayude en sus cargas, y que esté atento a
posibles señales de alerta en su vida y ministerio, es esencial para
desarrollar un servicio verdaderamente efec vo y constructivo,
tanto para el pastor como para la congregación.

Los peligros
Por otro lado, es cierto que toda congregación necesita de una
cierta organización. El error viene cuando se ve a la propia
congregación como una organización que necesita de estructuras
rígidas para cumplir sus obje vos, cuando en realidad una
congregación necesita ser vista como un organismo, como
personas que crecen juntas y que se apoyan, y que lo que
necesitan son estructuras de soporte que les ayuden en esa labor
mientras recorren el camino en el que Dios les ha puesto.

Error este que es agravado cuando se ve al equipo pastoral


como a peones a los que u lizar para mantener la organización de
la iglesia y para desarrollar el programa previsto, en vez de
entender al equipo pastoral como a un conjunto de personas que
se ayudan, que velan los unos por los otros, que con an en el
pastor porque se ha ganado su respeto, y que trabajan some dos
unos a otros en aras de alcanzar la voluntad de Dios para esa
congregación. Se prima la visión u litarista del equipo pastoral, e
incluso del propio pastor, por encima de la espiritual.

En base a este enfoque u litarista es fácil que las personas


elegidas lo sean por su capacidad de trabajo o sus conocimientos,
por su afinidad con el pastor, por su ac tud acrí ca o por su
aceptación o some miento irreflexivo ante los criterios del pastor,
mientras que cues ones como su posible llamado, su madurez o el
fruto del Espíritu queden relegadas a un segundo plano.

Un caso aún peor se da cuando se elige a los miembros del


equipo en base a favores debidos, a parentescos o para acallar a
personas conflic vas, entregándoles áreas que, con el empo,
acabarán convir éndose en reinos de taifas, futuro foco de
divisiones.

Asimismo, es curioso observar que en ninguna de las listas de


requisitos para ser diácono o anciano que Pablo les da a Timoteo y
Tito figure la lealtad al pastor como uno de ellos. Y más curioso
aún que este sea uno de los requisitos más valorados por los
malos pastores. No buscan buenos siervos de Dios llenos del
Espíritu Santo y con una devoción sincera por la obra de Dios, sino
tan solo personas que no les den problemas.

Por otra parte, he liderado muchos equipos de trabajo a lo


largo de mi vida profesional, y otro de los mayores problemas con
el que te puedes encontrar es tener un equipo desunido, sin una
visión clara de los roles, responsabilidades y ámbitos de
autonomía y autoridad de cada uno y sin una visión clara de los
obje vos a alcanzar.

De hecho, eso no es un equipo, sino un grupo de personas


guiadas, bien por sus propios intereses privados y en el que pronto
surgirán luchas intes nas, o bien por los intereses del “líder”,
pronto a usarlos y manipularlos a su antojo. En cualquier caso, la
destrucción del grupo y, lo que es peor, de sus vidas espirituales,
está muy cerca.

Pero si tener un grupo desunido es un problema grave, más


grave es aún que el miembro desunido sea el pastor, porque será
el propio pastor el que destruya al equipo. Y la forma en la que lo
hará será distorsionando el concepto de lealtad por medio de una
frase que a muchos les sonará conocida: “¿Estás conmigo o no?”
Como si disen r sobre una opinión o una decisión del pastor fuera
un pecado tan terrible como ir contra la propia Palabra de Dios.
Aunque sobre este tema hablaremos más en el próximo capítulo.

Consecuencias
Las consecuencias no se harán esperar, porque afectarán todo
desde el primer momento. Algunas de ellas:

Divisiones. Entregar “poder” a personas indignas de la


responsabilidad que asumen solo conseguirá corromperlas aún
más. Se verán como autoridades espirituales y entrarán en
competencia con el propio pastor y como “Absalones” intentarán
arrastrar a débiles y descontentos tras sí, destruyendo la unidad de
la congregación y dañando su tes monio y labor.

Mediocridad. Si las personas han sido seleccionadas por su


sumisión es poco probable que encuentren defectos o áreas de
mejora, ya que todo lo que proponga el pastor será aceptado, y
todo lo que haga estará bien hecho.

Detener la preparación de las personas llamadas por Dios. Al


no considerar para el equipo pastoral a las personas realmente
llamadas se les hurta la posibilidad de desarrollar su llamado así
como las funciones para las que Dios les ha preparado.
Nuevamente esto implica pérdida de empo, hermanos
“quemados” y daño en el tes monio y labor de la iglesia.

Simonismo. La congregación será confundida porque lo que


Dios presenta como lugares u oportunidades de servicio, el
liderazgo los mostrará como puestos de autoridad. Y verá que
dichos puestos se alcanzan comprándolos con servilismo o
mediante favores. Transmi endo con ello la hipocresía y el interés
personal como valores a desarrollar si quieren medrar.

Pérdida de la confianza. Quienes aún resistan en su fe habrán


perdido toda confianza en el equipo pastoral, y si están en minoría
acabarán abandonando una congregación que está tocada de
muerte.

Entonces, ¿cómo escoger al equipo pastoral?

El ejemplo de Jesús
El mejor ejemplo de ello lo tenemos en nuestro Señor. Él tenía
una labor que realizar: traernos el mensaje de salvación. Esto
requería tanto una labor a corto plazo (predicaciones, señales,
denuncia, etc.), como una labor a largo plazo (preparación de los
que debían con nuar la tarea, formación, maduración, etc.).

Pero, a pesar de que en ocasiones colaboraron con Jesús


grupos más numerosos, Él se rodeó de un pequeño grupo de
acérrimos seguidores, los apóstoles, con los cuales trabajó de
forma muy cercana e intensa.

Lo curioso es que, si nos fijamos bien, estas eran personas


absolutamente inapropiadas desde el punto de vista humano y de
méritos: sin formación teológica, inconstantes, torpes, sin dominio
propio… Ninguno de nosotros los hubiera escogido.

Sin embargo, el escogió hombres en base a su corazón y


disposición. Jesús no los eligió en base a sus capacidades humanas
para llevar adelante la obra que Dios le había encargado, sino en
base a su respuesta al llamado divino, a su disposición para ser
capacitados para la obra que ellos debían hacer.
Porque la labor que Dios quiere desarrollar a través de una
congregación no es solo obra del pastor, sino que será el resultado
del esfuerzo de todos y cada uno de los creyentes.

Jesús fue su ejemplo en todo, y siempre estuvo accesible y


dispuesto a escuchar. Veló por sus necesidades, les corrigió cuando
lo necesitaron, se gozó con sus victorias y compar ó con ellos los
momentos más especiales. Con ello consiguió un verdadero
equipo que le respetaba, que confiaba en Él, y que se sen an en la
libertad de poder expresarle sus más ín mos pensamiento
aunque, a veces, fueran autén cas barbaridades. Pero se las
decían.

Así, un buen pastor se esforzará por ser ejemplo a sus


colaboradores, mostrando constancia y diligencia en el servicio,
humildad y amor hacia su equipo y hacia todo el que le necesite, y
construirá un equipo en base a sus llamados, en base a la
disposición de sus corazones, y en base a sus anhelos por trabajar
para la gloria de Dios.

Un buen pastor se preocupará de poner las cosas en su si o y


valorar cada llamado, integrando, en la medida de lo posible, los
intereses y obje vos personales dentro del proyecto global.

Del mismo modo, un buen pastor creará un entorno de


confianza en el que todos puedan expresarse sin temor a
represalias y en el que se fomente, dentro del respeto, el valor de
la discrepancia y la denuncia del error y la injus cia que pudiera
producirse en el seno del equipo. Porque solo así se podrá
“corregir lo deficiente”.
Por otra parte, ese equipo fiel es también el mejor soporte
espiritual y emocional del propio pastor. Siempre que vemos a
Jesús en algún momento especial de su ministerio estaba rodeado
de sus discípulos. Especialmente en su momento de mayor dolor,
la oración en Getsemaní, quiso estar acompañado de los suyos.

Cierto que le fallaron y lo dejaron solo, e incluso uno lo


traicionó, pero la enseñanza es clara para cualquier ministro: En
los momentos di ciles rodéate de amigos, de esos que están
siempre dispuestos, aunque alguna vez te fallen, porque pocos hay
mejores que esos que comparten la carga del ministerio junto a .

Conclusión
La labor pastoral es una responsabilidad personal, pero en
modo alguno ene por qué ser una labor solitaria. La Biblia nos da
múl ples ejemplos de la importancia del cuidado mutuo y del
trabajo en equipo.

Es por eso que ser capaz de crear y coordinar un verdadero


equipo de trabajo es una cualidad muy deseable en un ministro;
porque no solo estará poniendo en marcha una en dad de gran
valor para la iglesia y para la expansión del evangelio, sino que
también estará poniendo de relieve su capacidad para integrar los
dis ntos llamados y ministerios; su obediencia a Dios, al trabajar
con aquellos que han dado prueba de su llamado; así como su
interés sincero por el bienestar espiritual de su congregación, al
aparcar cualquier interés personal espurio.

Incluso ene un tremendo valor a la hora de velar por la


protección y bienestar del propio ministro, tanto en el aspecto
eclesial, al ofrecerle un entorno de verdadera libertad en el que
poder prac car el some miento mutuo y el compañerismo, y que
le avise de posibles desviaciones o aspectos no considerados a la
hora de planificar o evaluar el trabajo eclesial, como en el aspecto
personal, al ofrecerle verdadero apoyo, respeto y amistad.

Pero ene que ser eso, un verdadero equipo basado en la


voluntad de Dios, porque en caso contrario se conver rá en una
terrorífica herramienta del mal.
8 – Leal con sus Consiervos
Estos son los nombres de los valientes
que tuvo David…
2ª de Samuel 23:8

El úl mo aspecto que vamos a considerar es el de la lealtad


con los consiervos. Y este es un tema especialmente delicado.

Es evidente que el some miento mutuo, el considerarnos


como parte de un mismo cuerpo, el vernos como coherederos de
la gracia o el mandamiento de nuestro Señor de amarnos unos a
otros, lleva implícito el deber de lealtad.

Ahora bien, la cues ón es ¿qué entendemos por lealtad?

Porque si bien es posible que coincidamos en muchos


aspectos, es posible que encontremos serias diferencias en la
forma en la que la lealtad se manifiesta. De hecho, el primer
problema lo encontramos con la definición que, de lealtad, hace el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Cumplimiento de lo
que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de
bien”. Porque ¿cuáles son esas leyes?

Y si este punto se presta a debate, el siguiente es aún más


peliagudo, porque ¿cómo se verifica ese presunto cumplimiento o
incumplimiento de dichas leyes?
Para algunos, lealtad supone apoyar sin reservas a alguien. En
otras palabras, la lealtad se presupone hacia las personas, con
independencia de sus obje vos o mo vaciones.

Para otros, lealtad supone encubrir las faltas. En este caso se


considera leal a la persona que calla ante cualquier irregularidad o
pecado para no “dañar” la imagen de la persona afectada.

Para otros, lealtad supone defender sin cues onamientos. No


importa lo que haya hecho. La sola posición le otorga inmunidad
ante los ojos del leal, el cual deberá defender el presunto derecho
de dicha persona a actuar como lo ha hecho, aunque sea pecado.

Y otros, finalmente, se conforman con un concepto de lealtad


pasivo, con un sencillo “no traicionar”. Es decir, “no intentes nada
contra mí” o “no robes mis ovejas”.

El problema que veo es que nada de esto parece tener mucho


que ver con “cumplir la ley”. Más aún, todos estos
comportamientos enen, en la sociedad, un nombre muy concreto
y peyora vo: corpora vismo. Más aún, desde el punto de vista
bíblico estaríamos hablando de men ra, de llamar a lo malo bueno
o de hacer acepción de personas. Y nada de esto es posi vo, antes
bien, a todo esto la Biblia lo llama PECADO.

Hemos dicho antes que lealtad significa “cumplimiento de lo


que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de
bien”, pero lo cierto es que el vocablo lealtad proviene del la n
“legalitas” y esta de “legalis” y se traduciría como “respeto a la ley
y a las normas morales”. Es decir que el concepto de lealtad no
solo afecta a unas presuntas leyes de la fidelidad, sino a todas las
leyes.
Por su parte, la palabra hebrea que se usa en la Biblia, y que se
traduce por nuestra “leal” o “lealtad”, es “‫( ”ּ ֶ֝נאֶ ְמנ֗ ו‬ne·’em·nū) y
significa “fiel” o “verdadero” en el sen do de “portavoz de la
verdad”, o “alguien que no miente”. Por tanto el concepto de
lealtad bíblico nada ene que ver con “ocultar”, “falsear” ni “dar
por cierto sin confirmar”. La palabra “lealtad” ene que ver con ser
fiel a la verdad y, por extensión, ser fiel a los principios contenidos
en la Palabra de Dios.

Por tanto, no se es leal a un consiervo al encubrir sus faltas,


sino al denunciarlas. Primero a él en privado, como establecen las
Escrituras, a fin de darle opción al arrepen miento espontáneo,
pero si persiste es obligación y deber de todo ministro
denunciarlas públicamente.

Observa el siguiente pasaje:

… (Jesús) se levantó de la cena, y se quitó su manto, y


tomando una toalla, se la ciñó.
Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies
de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba
ceñido (Juan 13:4-5).

Cuando Jesús tomó la toalla para limpiar los pies de sus


discípulos la usó para secar sus pies después de lavarlos, y no para
encubrir la suciedad. Lo hizo con humildad y amor, pero lo hizo. Y
todos tuvieron que pasar por ese proceso, incluso Pedro, porque si
no nos corregimos y cuidamos, con hones dad y verdad, no
terminaremos la carrera. No se trata de ocultar el pecado ni
encubrirlo, sino de ayudarnos a mantenernos limpios. Porque, en
caso contrario, como le dijo Jesús a Pedro, no tendremos parte con
Cristo en su reino.
Y si piensas que lo que pasa en otra congregación no te afecta,
observa las palabras de Dios en Ezequiel:
Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre,
profe za contra los pastores de Israel; profe za, y di a los
pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de
Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los
pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os ves s de la
lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas.
No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no
vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la
descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis
enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. Y andan
errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del
campo, y se han dispersado. Anduvieron perdidas mis ovejas
por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz
de la erra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las
buscase, ni quien preguntase por ellas (Ezequiel 34: 1-6).

En este pasaje Dios habla duramente contra los pastores que


desa enden sus rebaños, pero también condena que nadie más se
preocupara por las ovejas dispersas.

Porque la primera obligación de los pastores llamados por Dios


es la de apacentar a las ovejas. Y si un pastor está actuando de
forma peligrosa o inadecuada para con su congregación, o está
intentando apropiarse del rebaño puesto por Dios al cuidado de
otro consiervo, y esto llega a nuestros oídos, y es confirmado de
forma fehaciente, es nuestro deber de pastores actuar, con
misericordia, pero con firmeza. No podemos mirar para otro lado
ni desentendernos de las necesidades de las ovejas afectadas,
dentro de nuestras posibilidades.
Y no importa si un pastor ha fundado una congregación o si la
ha hecho crecer hasta el infinito. Nada de eso legi ma al pastor
para actuar de forma inadecuada. El rey David había engrandecido
Israel como nunca antes, pero eso no le autorizaba a tomar a
Betsabé, la mujer de Urías heteo. Recordemos también la
advertencia que el propio Jesús nos hace al respecto:
¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su
señor sobre su casa para que les dé el alimento a empo?
Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga,
le halle haciendo así.

De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá.


Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda
en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a
comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel
siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo
cas gará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí
será el lloro y el crujir de dientes (Mateo 24:45-51).

Conclusión
Como ministros, y como vimos en el ejemplo del profeta Elías,
nuestra responsabilidad no se circunscribe solo a la congregación
en la que nos encontremos.

Asimismo somos servidores de Dios, y no señores de ninguna


congregación. Jesús nos dejó claro este punto en varias ocasiones:
Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son
tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de
ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será
así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande
entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros
quiera ser el primero, será siervo de todos (Marcos 10:42-44).

Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su
manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he
hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien,
porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado
vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como
yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto
os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es
mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis si las hiciereis (Juan 13:12-17).

También debemos evitar que nuestra iglesia sea conocida


como “la iglesia del pastor Tal y Cual”. La iglesia siempre es de
Cristo.

Nosotros somos personas con el privilegio extraordinario de


ser llamados por Dios para “dar el alimento en su empo”, y para
“fortalecer a las débiles, curar la enferma; vendar a la
perniquebrada, volver al redil la descarriada o buscar a la
perdida”. Esa es nuestra sublime labor.

Seamos leales a Dios, lo demás “vendrá por añadidura”.


9 – Resumen
Palabra fiel: Si alguno anhela obispado,
buena obra desea.
1ª de Timoteo 3:1

Pablo lo tenía muy claro: el pastorado es uno de los servicios


más nobles a los que puede aspirar un cris ano. El privilegio de
poder ayudar a tus hermanos, de verlos crecer y emprender sus
propios llamados es algo que, sencillamente, no ene precio.

Y cuando Dios llama a alguien al pastorado le entrega todo su


apoyo, pero con él se recibe también la responsabilidad de cuidar
la congregación que te ha encomendado, con la mayor diligencia
posible.

Esto implica dedicar el empo necesario para crecer en


madurez, en conocimiento de la Palabra y en capacitación para un
mejor servicio.

Pero todo ello no debe verse como un fin en sí mismo, sino


como un medio para alcanzar el obje vo de estar más capacitado
para trasmi r el carácter de Dios y su mensaje.

Si no se ene una comprensión clara de Dios, si no se ha


interiorizado el mensaje del Evangelio, si no se ha entregado la
vida a Dios de una forma plena, de nada valdrán ac tudes,
habilidades o conocimientos, porque serás “como metal que
resuena”.
Porque ser pastor no es algo a lo que se opta tras realizar una
prueba de selección, ni es un puesto que se gana tras completar
una formación rigurosa.

Cierto que, como le recuerda el apóstol Pablo a Timoteo, un


obrero aprobado usa bien la Palabra de Verdad y debe esforzarse
por ofrecer un mejor servicio; pero el pastorado no es un trabajo,
es una profesión o vocación; y solo se accede a ella mediante un
llamado específico de Dios.

A lo largo de este libro hemos analizado una serie de


caracterís cas que componen un perfil que podría considerarse
como el perfil ideal que todo pastor debería alcanzar. Y lo cierto es
que es muy deseable. Ahora bien, recuerda que si bien esto es
muy posi vo, también corres el riesgo de creer que si lo alcanzas
ya has llegado a tu meta.

Y si caes en esta trampa de nuestro adversario habrás puesto


tu ministerio en un resbaladero muy peligroso.

Del mismo modo, recibir a un ministro con este perfil no


garan za su idoneidad ni su llamado, puesto que el baremo más
certero para su consideración debe ser el fruto del Espíritu
demostrado a lo largo de su vida.

Por ello, demos un pequeño repaso a los ocho puntos.

Profesional

El ministro debe ser una persona consciente de su


responsabilidad. Por ello debe buscar obtener una buena
formación, y debe esforzarse por realizar su labor de la mejor
manera posible y op mizar los recursos que la congregación pone
a su disposición. Pero también debe tener siempre presente que
no se trata de trabajar para presentar cada año una lista de
obje vos cuan ta vos alcanzados o de ra os mejorados, sino de
madurez y de crecimiento espiritual de la congregación.

Piensa que llenar un local de personas puede ser rela vamente


fácil, pero lo realmente complicado es llenar las vidas de las
personas con el Evangelio.

Centrado en su Congregación

Por supuesto que nuestra principal responsabilidad es nuestra


congregación (después de la atención de nuestra propia familia),
pero cuidar y proteger a la iglesia no nos puede llevar a aislarla del
resto del cuerpo de Cristo, porque cuando esto sucede no nos
encontramos con una mejor iglesia, sino con una iglesia amputada
y separada del resto del Cuerpo. Y esto no es sano para la
congregación.

Por el contrario, un ministro realmente preocupado por su


congregación la abrirá al exterior, la guiará a tener una relación
sana con el resto del cuerpo de Cristo, y la impulsará para cumplir
la Gran Comisión en medio de un mundo que se pierde.

Claro que la iglesia es un entorno de protección y sanidad,


pero una vez restaurados, donde de verdad hacemos falta es al
lado de los que se pierden. Y es tu responsabilidad enseñarlo.
Una Visión Poderosa

Dios te ha llamado, y es seguro que ene un plan para tu vida.


Y también es probable que te haya mostrado parte de aquello a lo
que has de extenderte, como hizo con José o con Jeremías.

Ahora bien, que tú tengas claro hacia dónde te dirige Dios no


quiere decir que puedas planear tu camino por mismo, ni que la
congregación sea un recurso puesto por Dios a tu servicio. Tu labor
como pastor es que la congregación crezca, que sus miembros
lleguen, incluso, a niveles espirituales superiores a los que tú
mismo has logrado, y que cada uno de ellos pueda alcanzar el
propósito de Dios para sus vidas.

Debes tener siempre presente que eres un servidor de Dios, un


pastor puesto por Él para cuidar su rebaño, no para enriquecerte
con él ni para u lizarlo a tu antojo, porque ese rebaño no es tuyo.
Cuando aprendes esto, y lo usas como tu guía de trabajo, la
congregación te seguirá porque sabrá que realmente trabajas para
su bien, y no por tus intereses personales. Entonces, y solo
entonces, Dios te irá abriendo las puertas necesarias para alcanzar
aquello a lo que Él te haya podido llamar. Recuerda un principio
fundamental en el Reino de Dios: que si “sobre poco has sido fiel,
sobre mucho te pondré” (Mateo 25:21). Nunca esperes servir en
“grandes obras” si no has demostrado amor, fidelidad y pasión por
tu Señor en medio de las “pequeñas obras”.

Respeto por la Tradición

El respeto por la labor de nuestros antecesores, el respeto por


la historia y tradición de la congregación en la que Dios te ha
puesto es un valor muy importante para cualquier ministro.

Ahora bien, ese respeto nunca debe ser un corsé que impida a
la congregación avanzar y adaptarse a las nuevas realidades
sociales; sin que ello suponga, evidentemente, comprometer las
verdades del Evangelio.

Recuerda que toda tradición, toda forma de culto o de prác ca


litúrgica, empezó siendo una novedad en algún momento y por
algún mo vo. Si sigue siendo necesario y ú l, o al menos no
estorba, lo an guo debe conservarse; pero si se convierte en un
lastre para el crecimiento sano de la congregación es momento de
plantearse el iniciar una “nueva” tradición.

La Unción

En este capítulo vimos que la unción no es una cualidad


específica de algunos pocos escogidos. Ese concepto de unción es
más propio del An guo Testamento, empo en el cual la presencia
del Espíritu de Dios estaba restringida a unos momentos o
personas muy concretas.

Sin embargo, con la llegada del Nuevo Pacto, la presencia del


Espíritu Santo es un don prome do a todos los creyentes, por el
mismo Jesús, y en todo momento de sus vidas.

Por tanto, esta caracterís ca no debería ser un aspecto


extraordinario a buscar en un pastor o ministro. Esta caracterís ca
debería formar parte de la vida de todo creyente. De ahí que nadie
pueda considerarse superior a otra persona por pretender
manifestar una cualidad que, en la prác ca, es concedida a todo
cris ano verdadero. De hecho, el “presumir” de ello lo único que
demuestra es la carencia de la misma.

Porque tener una verdadera unción, esa que quebranta las


ataduras y que te hacer ver con claridad, te llevará a considerar
con gran respeto tu propia labor y la de todos los demás, porque
es algo que no generas tú, sino que proviene de Dios.

La Excelencia

Y esto nos lleva al siguiente punto: la excelencia. Algo que


forma parte de la esencia del mismo Dios, pero que, a nuestro
nivel, hemos de entender que no alcanzaremos de forma plena
hasta estar en su presencia.

Mientras tanto, nuestra labor como ministros no es tanto el


exigir a la congregación una perfección que ni nosotros mismos
podemos alcanzar, sino el enseñarle a dar lo mejor de sí mismos
en cada momento, y a valorar a cada uno por su esfuerzo, amor y
fidelidad, y no por la grandeza o perfección de lo conseguido.

Al fin y al cabo, lo que nos va a guiar en nuestro camino a la


salvación no es el conseguir grandes obras, sino el vivir el
Evangelio con la misma ilusión y sencillez que lo haría un niño.

El Equipo Fiel

No es bueno que el hombre esté solo. Esta verdad es real desde


el primer momento de la creación. No estamos hechos para vivir
aislados ni disponemos de todas las capacidades, dones, sabiduría
ni ministerios necesarios para llevar a cabo la obra de Dios.
Siempre necesitaremos ayuda idónea.

En el caso de Adán fue Eva. Ni Adán sin Eva, ni Eva sin Adán. No
se podría entender la obra del uno sin la otra. Del mismo modo un
ministro necesita ayuda para llevar a cabo la obra de Dios.

En este punto es interesante hacer notar que la palabra


“ayuda” que se menciona cuando se hace referencia a Eva es la
misma palabra que se usa para referirse a la intervención divina a
favor del ser humano.

Como ministros, sabedores de que realizamos una labor


espiritual y no natural, necesitamos ese mismo po de ayuda
idonea en nuestros ministerios. Por eso es esencial rodearnos de
personas “llenas del Espíritu Santo”, quienes sean la ayuda divina
enviada por Dios.

Escógelos por su devoción y fidelidad a Dios, y no por tus


gustos o intereses personales; y crea un entorno de libertad en el
que todos puedan crecer y desarrollar su propio llamado y en el
que puedan expresarse, en la confianza de que no serán cri cados
por ello.

Y recuerda que no saberlo todo, no es pecado. Es pecado la


arrogancia de pretender no necesitar ayuda.

Leal con sus consiervos

Por úl mo, sé una persona leal. Pero no leal a uno u otro líder.
Sé una persona leal a Dios, al Evangelio y a la verdad. Si haces esto
serás un obrero ú l, que con misericordia y jus cia ayudará,
apoyará y corregirá a sus consiervos y que será un verdadero
pastor preocupado por el bienestar de las ovejas de nuestro Señor.

Recuerda que cuando Jesús tomó la toalla para limpiar los pies
de sus discípulos la usó para secar sus pies después de lavarlos, y
no para encubrir la suciedad. No se trata de ocultar el pecado ni
encubrirlo, sino de ayudarnos a mantenernos limpios. Porque, en
caso contrario, no tendremos parte con Cristo en su reino.

Conclusión final

Errar a la hora de entender el verdadero cumplimiento de


alguno de estos puntos te va a arrastrar poco a poco en el resto de
ellos. Y la consecuencia final será la muerte de la congregación, y
el fin de tu ministerio.

Pero aún hay esperanza.

Porque aunque una congregación esté “muerta de cuatro días


y hieda ya”, Cristo ene poder para resucitarla. Solo es necesario,
como en el caso de Lázaro, creer.

Cierto que tendrás que pagar un precio, pero si eres lo


suficiente humilde y sabio como para reconocer tu total
dependencia de Dios, Él te entregará lo necesario.
Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que
cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no
paga las dos dracmas?
El dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero,
diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la erra, ¿de
quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o
de los extraños?
Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego
los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al
mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y
al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por
mí y por (Mateo 17:24-27).

Y ello porque tú estarás al lado de Dios, y si Dios está con go…


10 – Epílogo
Para concluir este pequeño manual me gustaría dejarte una
úl ma reflexión.

A lo largo de tu vida te vas a encontrar con ministros con muy


poca preparación teológica, y puede que algunos pocos incluso
estén haciendo más mal que bien a sus congregaciones. Pero si
son fieles y sinceros una cosa sí es cierta: enen lo más
importante. A estos corrígelos con mansedumbre y aprende de
ellos.

Examínalo todo, retén lo bueno, apréndelo y ponlo en prác ca.


Sé humilde, pero nunca te creas “poca cosa”. Si Dios te ha llamado,
y eres fiel, Él será el poderoso gigante que irá delante de . Por
ello, nunca temas enfrentar la injus cia ni defender a las ovejas del
abuso o del error, aunque esto te lleve a tener que levantar tu voz
delante de “reyes” del cris anismo. Si estamos hoy aquí es porque
otros hicieron lo mismo antes, y es nuestra responsabilidad serles
leales y con nuar su legado de verdad.

Y nunca llegues a creerte suficiente. Depende siempre de Dios,


pero aprende también a depender y a confiar en tus consiervos.
Quizá te defrauden en alguna ocasión, así como tú también lo
harás. Pero que eso no te lleve a la crí ca o al desencanto. En su
lugar, ama y perdona, y Dios te llenará de su presencia.
Agradecimiento Final
De todo corazón, muchas gracias por llegar hasta aquí.

Espero que te haya sido un libro de lectura edificante y que te


haya servido para avanzar un poco más en tu camino hacia un
servicio más fiel a nuestro Señor.

Por ello, me alegrará mucho saber de y de tu experiencia con


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De nuevo muchas gracias por tu empo y que Dios te bendiga.

Hasta siempre.
(Auto) Biogra a del Autor
Hola, mi nombre es David Gómez y soy ministro auxiliar de las
Asambleas de Dios de España (FADE), con una amplia trayectoria
de servicio y proveniente de una familia de larga tradición
protestante que se remonta a antes de la Guerra Civil española.

He servido como maestro, líder de jóvenes y ministro auxiliar


en la primera Iglesia de Asambleas de Dios en Bilbao durante más
de 15 años y como pastor interino por otros 2 años.

Asimismo, he ejercido diversos cargos en el Consejo Evangélico


del País Vasco (CEPV) como vocal, secretario, vicepresidente y
presidente (este úl mo durante 7 años).

Actualmente (2018) soy vocal del CEPV por la provincia de


Álava y, desde 2006, colaboro en la Iglesia de FADE en Vitoria-
Gasteiz como copastor. También he formado parte de la Comisión
de Trabajo para los Eventos del 500 Aniversario de la Reforma
Protestante (de FEREDE) como responsable del Área de Redes
Sociales, colaboro como asesor para la Federación de Asambleas
de Dios de España en Social Media, realizo formación, asesoría y
diseño web para iglesias y en dades religiosas, y coedito el blog
www.evangelizar.es en el que, junto a Isabel Guinea, comparto
información sobre el uso de Internet en la evangelización y ayudas
para la evangelización infan l.

Si queréis poneros en contacto conmigo lo podéis hacer a


través de la dirección de correo electrónico info@davidgomez.ovh.

Un saludo

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