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La gente decía que ahí vivía un viejo loco, un ermitaño que gustaba de echar
plomazos a quien se acercase, y a propósito había sembrado ahí arboles tan
densos que no dejaban pasar un rayo de luz ni en los días más soleados, pero
nuevamente una mentira se asomaba, pues el lugar en si tenía algo extraño, la
pesadez que se posaba sobre los hombros tan solo al acercarse, la sensación
de ser acechado, y el miedo… el miedo que se sentía no era de este mundo.
El chico nuevo estaba exento de estas historias, pero no del efecto que
provocaba aquel oscuro lugar, en el cual solo tenía que adentrarse tres pasos
para obtener reconocimiento y aprobación de las personas que formaban su
mundo entonces.
Solo tres pasos para demostrar su valía, solo tres simples pasos dentro de la
oscuridad profunda…pero no hubo oportunidad de que diera solo uno, una
súbita y agitada respiración los puso en alerta, después solo gritos, gritos y
gritos llenos de terror que se fueron ahogando en la oscuridad.
Nadie se atrevió a dar esos tres simples pasos para salvarlo, para saber lo que
ocurría, pero tienen muy claro que aquello que se lo llevó esa noche no era un
viejo ermitaño, pues los viejos ermitaños no tienen cuernos, ni dejan pezuñas
marcadas en el suelo.