La publicación de "Nacionalismo banal", escrita por Michael Billig, es la excusa perfecta
para reflexionar sobre las tensiones territoriales que vivimos en nuestros días
Comúnmente escuchamos el alarido nacionalista proveniente de algún grupo humano que
se siente nación y que, por ausencia de estado propio, propende hacia su búsqueda agitando las esencias. Michael Billig, en un libro publicado en 1995, se fijó en lo que él denominó "nacionalismo banal", definido este por el cotidiano "enarbolamiento de la nacionalidad" de aquellos que no tienen que reivindicar ningún estado-nación, puesto que ya lo poseen. Es decir, en Occidente vivimos sometidos por ese nacionalismo banal y, constantemente, nosotros actuamos (en muchas ocasiones inconscientemente) como proselitistas de nuestra propia nacionalidad. Es muy interesante prestar atención a los "recordatorios del nacionalismo banal" en estos momentos en los que el "nacionalismo acalorado" está rugiendo en Europa con mucha fuerza. Sin ir más lejos, las banderas españolas, por ejemplo, ondean con "normalidad" en todo tipo de lugares, ya sean públicos (institutos de secundaria, plazas de las principales ciudades,...) o privados (gasolineras, bares,...). Es indudable el plan de recuperación de la bandera española con afán resimbolizador, pronto, de seguir así (gracias al fútbol y a las respuestas "antinacionalistas"), el orgullo de portar la bandera se aproximará a la veneración que le profesan los estadounidenses. Podemos añadir la literatura nacional, el deporte nacional, las comidas nacionales, las fiestas nacionales y un largo etcétera de congratulaciones comunes. En el juego de las palabras se suele hacer pasar el "nacionalismo banal" por patriotismo. El patriotismo, a su vez, se hace pasar por un valor de imperiosa necesidad. Recientemente, la patria se ha quitado su veladura y se presenta, con sincero cinismo, como marca (España). Este hecho también demuestra las verdaderas razones del "nacionalismo banal", algo que Michael Billig, creo que no acentúa demasiado. Cada estado-nación se presenta como un conglomerado de productos que deben venderse en un mercado internacional. Cada uno de los patriotas debe ser, a su vez, un vendedor constante de las maravillas de su patria. Por otra parte, y en esto hay que estar muy de acuerdo con el autor, el "nacionalismo banal" contribuye incesantemente al fomento de la identidad. Desde mi punto de vista, la identificación es el mayor vicio de un ser humano. Identificarse con ideas comunes de patria, religión o política contribuye a la esquizofrenia de cada individuo, donde manifestarse libre es la máxima paradoja. Exacerbar la identidad nacional suele implicar una noción perversa del otro, máxime si se vive en estados de derecho o en comunidades donde ciertos principios morales parecen incuestionables a la hora de vivir en paz. Cuando se potencia la identidad española, por ejemplo, a la vez se está expresando la negación de toda posible identificación con otras formas de relación o unión grupal y que, de existir, se deben mantener subsumidas a la grandiosidad de sentirte eternamente español o alemán o francés. Aquí la crítica al nacionalismo en general, en un mundo de movilidad permanente y comunicación instantánea con cualquier parte del planeta, aparece ipso facto. ¿Hasta qué punto los gobiernos entran en liza con las empresas internacionales? Estas últimas, siempre que no les convenga por cuestiones de proteccionismo económico, apuestan por el fomento de las aficiones electivas. Hoy, cuando por primera vez en la historia, todas las clases sociales (al menos en Occidente) pueden disfrutar de momentos de ocio, son capaces de ampliar más allá de su ámbito cercano la red de contactos sobre aquellos ámbitos que ocupan sus deseos e ilusiones vitales (y que pondrán muy por encima de patrias y tradiciones). Ya sean cuestiones sobre hobbies, intereses artísticos, religiosos, culturales o experiencias turísticas, deportivas, etc. Ahí la noción de la nacionalidad suele aparecer como una traba y como un impedimento lleno de absurdez. Conviene recordar la idea de nación de Benedict Anderson —a la que Billig también hace referencia— como "comunidad imaginada". Se ha demostrado científicamente que los humanos tendemos a olvidar los malos momentos, es previsible, por lo tanto, que una comunidad tienda a imaginarse proveniente de una arcadia donde unos padres fundadores buenos e inteligentes se constituyeron como una fuerza primigenia que puso en marcha la nación de la que ahora miles de habitantes forman parte. ¿Cómo compatibilizar este asidero fantasmal que es la nación con la libertad individual? Desde luego los estados-nación han contribuido al control social en el proceso de industrialización durante los últimos doscientos años. En la lógica del capital, la puesta en marcha de la competencia entre naciones ha establecido una dialéctica que no ha terminado con las guerras mundiales, sino que continúa hoy en día mediante tratados de comercio donde, en ningún momento, se propende a la disolución de las naciones bajo otras estructuras políticas que rompieran esos anquilosados corsés que constriñen a los ciudadanos, fundamentalmente desde la burocracia, pero que no poseen las grandes corporaciones, como comprobaremos con el TTIP. Las naciones, actualmente, juegan con el mismo binomio que la moda: igualación- diferenciación. En Occidente, se vende igual la idea de que imaginariamente somos iguales respecto a nuestra nación (vestimos con el halo de nuestra misma bandera significadora), pertenecemos a ella, pero, simultáneamente, en aras de nuestra libertad, podemos ser tan distintos en nuestros hábitos y costumbres como nuestros vecinos e, incluso, los habitantes de otros territorios más lejanos (nos vestimos con el orgullo de nuestras elecciones personales). Es decir, se conjuga el cosmopolitismo globalizante con el localismo folclórico esencialista. De esta manera, nos alimentamos con los estereotipos y los suvenires en pos de un nacionalismo banal que nos sitúa en el mundo frente a los demás. Todos iguales, pero diferentes. Todos nacionalistas al amparo de nuestra matria protectora.
Billig, Michael, "Nacionalismo banal". Traducción de Ricardo García, Madrid, Capitán