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Permitida la transcripción parcial de los textos incluidos en esta obra, hasta 1.000
palabras, según Ley 11.723, art. 10o, colocando el apartado consultado entre comillas
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autorización a la Dirección General de Inclusión Educativa. Distribución gratuita.
Prohibida su venta.
Peter Pan
Este material fue elaborado en el marco del Programa de Aceleración. Coordinación
de la serie: María Elena Cuter y Alejandra Rossano Adaptación: Mirta Torres
ISBN 978-987-549-644-6
1. Cuentos Clásicos Infantiles. I. Cuter, María Elena, adap. II. Rossano, María Alejandra,
adap. III. Torres, Mirta, adap. IV. Título.
CDD 823.9282
Subsecretaria de Planeamiento e
© Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Ministerio de Educación
Innovación Educativa Diego Meiriño
Hecho el depósito que marca la Ley no 11.723
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Peter Pan
W endy era la hija mayor de la familia Darling; vivió durante
su infancia en una casa
pequeña, cerca de Londres, con sus padres y sus hermanos menores, John y Michael.
El señor Darling trabajaba en una oficina. Su esposa, la señora Darling, era una dama
encantadora, romántica e imaginativa. Cada noche, reunía a sus hijos después de comer y les
contaba hermo- sas historias de hadas, de dragones, de príncipes valientes y piratas salvajes...
Pero Wendy, John y Michael preferían, sobre todo, la historia de un niño que podía volar
libremente sobre los tejados de las casas, entrar en silencio por las ventanas entreabiertas y
alegrar los sue- ños de los niños dormidos...
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del cuento... Lo había descubierto una
noche, aleteando junto a la ventana. Es que
Wendy conocía muy bien al niño inquieto
el chi- quillo volador acudía a menudo, sin
que nadie lo hubiera notado, a escuchar los –Oh –dijo Wendy–, mi nombre es Wendy
cuentos de la señora Darling en los que él Mary Angela Darling.
mismo era el héroe. Una noche, después de –Vaya, qué largo es tu nombre –se asombró
dar vueltas en silencio hasta que todos se Peter–. ¿Sabes? No hay niñas en el País de
quedaron dormidos, el niño volador se los Niños Perdidos. Son demasiado listas
atrevió a acercarse hasta los pies de la cama para caerse de los cochecitos.
de Wendy.
7. El regreso a casa
–Soy Peter Pan –le dijo–. Soy el Capitán de
los Niños Perdidos, los que caen de sus
cochecitos cuando los grandes están
Una noche, mientras sus padres dormían,
distraídos. Si a los siete días nadie los
Wendy, John y Michael entraron volando
reclama, se los envía al País de Nunca
por la ventana de su habitación.
Jamás.
Cuando la señora Darling entró en el cuarto no lanzó ningún grito de alegría. Simplemente se
sentó en la butaca junto a la ventana y alargó los brazos hacia los tres niños que corrieron hacia
ella. Nana entró y se quedó junto a los pies de John.
La escena no podría haber sido más encantadora, pero no había nadie para contemplarla. Nadie,
excepto un extraño chiquillo que miraba por la ventana.
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Algunos de los villanos saltaron al mar,
otros inten- taron esconderse en rincones
oscuros, pero Presuntuoso los iluminaba
con su linterna y debían huir. Un grupo de
chicos enarde- cidos rodeó a Garfio.
—Dejadlo, chicos –gritó Peter–, este
hombre es mío.
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—¡Aquí estoy! ¡Soy Peter Pan el vengador!
—¡Abridlo en dos! –ordenó Garfio a sus
piratas.
—Vamos, chicos, a ellos –resonó la voz de
Peter.
Wendy se ofreció a enseñarle, besándolo en
la mejilla. A Peter le gustó mucho el beso
de Wendy y decidió seguir con- tando
historias que conmovieran a la niña.
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Era cierto. La señora Darling no sabía qué Quería decir que era de su tamaño, tanto de
pensar. Hizo memo- ria y recordó las cuerpo como de mente; no sabía cómo lo
historias de Peter Pan que había oído en su sabía; simplemente, lo sabía.
propia infancia. En aquel entonces, ella
también creía que Peter vivía con las hadas
y que acompañaba a los niños que se
quedaban solos para que no tuvieran miedo.
Pero ahora que la señora Darling era una
mujer casada y llena de sentido común,
dudaba seriamente de que tal persona
existiera.
Una tarde, Wendy cosía tranquilamente los bolsillos agujereados de los pantalones de los niños
mientras Campanilla espiaba desde las ramas más altas de un árbol cercano. Arriba, el aire se
llenó de alaridos y de choques de armas. Los piratas habían desatado un tre- mendo ataque sobre
los pieles rojas. Las bocas de los niños se abrieron y se quedaron abiertas. Wendy cayó de
rodillas y tendió los brazos hacia Peter. En cuanto a Peter, tomó su espada y sus ojos
relampaguearon con el ansia de batalla.
El ataque pirata había sido una total sorpresa. Uno no puede al menos reprimir cierta admiración
involuntaria por el talento que había concebido un plan tan audaz y tan cruel. Pero no era a los
pieles rojas a quienes quería destruir; a ellos Garfio los ahuyentó como a abejas para llegar a la
miel. Era a Pan a quien quería, a Wendy y a su banda, pero sobre todo a Pan.
Peter le crispaba los nervios a Garfio. Mientras Peter viviera, aquel hombre seguiría
atormentado.
—¡Ahora, Peter! La lamparilla de Wendy parpadeó y las tres se apagaron de pron- to. Sin
embargo, una luz mil veces más brillante se deslizaba rápi- damente por la habitación. Cuando se
detenía un instante, se veía que era un hada de apenas un palmo de altura, en período de cre-
cimiento. Su nombre era Campanilla, estaba primorosamente ves- tida y se le notaba una ligera
tendencia a engordar. Peter llegó con ella; como la había traído de la mano parte del camino, aún
con- servaba polvillo de hada entre los dedos.
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Cuando los chicos pudieron salir a la superficie, vieron acercarse a un gran pájaro blanco.
—Parece cansadísimo –dijo Avispado en el momento en que Wendy, que de ella se trataba,
estaba casi sobre ellos y podían escu- char sus quejidos. Pero lo que más se oía era la voz de
Campanilla. La celosa hada pellizcaba salvajemente a la niña.
—Aléjate, Campanilla –gritó Peter. Él, John y Michael descendieron cerca de los niños perdidos
y ayudaron a Wendy a posarse sobre una roca. Peter dijo en voz baja a los niños:
—Poneos guapos; las primeras impresiones son las que valen. Ninguno preguntó qué eran las
primeras impresiones porque todos estaban ocupados poniéndose guapos. De a uno, se acerca-
ron a Wendy.
—Muy bien, diablillos –dijo la niña–, tengo tiempo de contaros el final de Cenicienta antes de
que os vayáis a la cama.
Y aquella fue la primera de las muchas noches felices que pasaron con Wendy.
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Los Niños Perdidos, ¿pero dónde están? ¡Ya han huido a su casa subterránea!
Mientras, los piratas avanzaban entre los árboles. —Recuerden –se oyó la voz de Garfio– sobre
todo quiero a su capitán, a Peter Pan. Fue él quien me cortó el brazo. ¡Ah! ¡Lo haré pedazos!
Arrojó mi brazo a un cocodrilo que pasaba por allí.
—Capitán –se atrevió a decir uno de los piratas– yo he notado su extraño temor a los cocodrilos.
—A los cocodrilos, no –lo corrigió Garfio–, sino a ese cocodrilo. Bajó la voz. —Le gustó tanto
mi brazo, compañero, que me ha seguido desde entonces de mar en mar y de tierra en tierra,
relamiéndose por lo que queda de mí.
—¿Sabes? –añadió roncamente–, ya me habría comido, pero por una feliz casualidad se tragó
también mi reloj que hace tic tac en su interior y por eso antes de que me pueda alcanzar, oigo el
tic tac y salgo corriendo.
Cuando Campanilla oyó a Peter, gritó con malos modales: —¡Cretino! No pretendas que sea el
hada de una niña grande y fea. —No le hagas caso, Wendy. Tú sabes que eres encantadora. Pero
la niña soltó un chillido. —¿Qué pasa, Wendy? —Es como si alguien me hubiera tirado del pelo.
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—Debe haber sido Campanilla. Nunca la había visto tan antipática. Campanilla volvió a replicar:
—Cretino. Peter no entendía por qué Campanilla seguía empleando un len- guaje tan ofensivo,
pero Wendy sí.
—¿Sabes –continuó Peter– por qué he venido? He venido a escu- char cuentos. Tu madre cuenta
esa historia preciosa del príncipe que no puede encontrar a la dama que llevaba el zapatito de
cristal. —Peter –dijo Wendy–, esa era Cenicienta y él la encontró y vivie- ron felices para
siempre.
Peter se puso tan contento que se levantó del suelo y corrió a la ventana.
—¿Dónde vas? –exclamó ella alarmada. —A decírselo a los demás chicos. —No te vayas, Peter
–le rogó ella–, sé muchos más cuentos. Él regresó, la agarró de la mano y comenzó a arrastrarla
hacia la ventana.
—¡Wendy, ven conmigo y cuéntaselos a los demás chicos! –excla- mó Peter.
—Pero no sé volar. —Te enseñaré. —¡Oh, Peter, sería fascinante! –exclamó la niña–. Pero...,
¿ense- ñarías a volar también a John y a Michael?
—Si quieres –dijo él con indiferencia y ella corrió a despertar a sus hermanos.
John se frotó por un momento los ojos y Michael se despabiló rápidamente. Mientras tanto,
Nana, en el jardín, no dejaba de ladrar de manera extraña.
Tras los pasos de los piratas, deslizándose en silencio por el sende- ro de la guerra, pasan los
pieles rojas, todos ellos con mirada atenta. Mirad cómo pasan por encima de las ramitas secas sin
hacer el menor ruido. Lo único que se oye es su respiración algo jadeante.
Los pieles rojas desaparecen como han llegado, como sombras, y pronto ocupan su lugar los
animales, una procesión de leones, tigres, osos e innumerables criaturas más pequeñas que huyen
de ellos. Cuando ya han pasado, llega el último personaje de todos, un gigan- tesco cocodrilo. No
tardaremos en descubrir a quién está buscando. 12 17
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La segunda a la derecha y todo recto hacia la mañana. Ese, decía Peter, que era el camino hacia
el País de Nunca Jamás. En la Isla, todos estaban ocupados de la siguiente manera: los niños
perdidos estaban buscando a Peter, los piratas estaban buscando a los niños perdidos, los pieles
rojas esta- ban buscando a los piratas y los animales estaban buscando a los pieles rojas. Iban
dando vueltas y más vueltas por la Isla, pero no se encontraban porque todos llevaban el mismo
paso.
Los niños van en fila; primero pasa Lelo, el más inocente. ¡Cuidado, Lelo, el hada Campanilla
está dispuesta a provocar daños esta noche y piensa que tú eres el que más fácilmente se deja
enga- ñar! ¡Cuidado con Campanilla!
A continuación, viene Avispado, alegre y jovial, seguido de Presuntuoso que baila las melodías
que él mismo silba. Presuntuoso es el más orgulloso de los chicos y mira a todo el mundo por
encima del hombro. Rizos es el cuarto niño: un pillo. Lo siguen los gemelos, de quienes no se
puede decir nada porque seguro que describiríamos al que no es.
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