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San Pablo,
promotor de la pastoral de la mujer
José L. Caravias S. J.
Se ha dicho con frecuencia que San Pablo no quería a las mujeres. Y ello no es cierto. Hay que saber distinguir entre
textos doctrinales y textos que hacen relación a las costumbres culturales de entonces y aun a proble mas muy concretos de las
comunidades. Además, se debe distinguir entre cartas que verdaderamente escribió Pablo y otras que fueron escritas años más
tarde por diversos autores que usaron su nombre, y dentro de estas cartas es donde precisamente se encuentran algunas frases
discriminatorias de la mujer.
El Pablo histórico promovió la actividad pastoral de la mujer. El revela a través de sus cartas que diversas mujeres
participaban activamente en el movimiento cristiano, al mismo nivel que los varones, y ejercían funciones de enseñanza y de
liderazgo en las primeras comunidades.
Conocemos a Ninfa que, junto con Filemón y Arquipo, eran líderes de una iglesia en su casa (Col 4,15). Evodia y
Síntique son dos mujeres importantes en la actividad pastoral de Filipo, pues dice Pablo de ellas que "lucharon conmigo al
servicio del Evangelio" (Flp 4, 2-3).
Priscila, con su marido Aquila, son los jefes de una iglesia, primero en Efeso (1 Cor 16,19) y en Roma después (Rom 16,
3.5). Este matrimonio precedió a Pablo en la tarea misionera y colaboró con él en diver sas partes, pero nunca estuvieron
subordinados a él. Se les menciona siete veces y en cuatro ocasiones se nombra primero a la mujer. Además, Priscila siempre es
nombrada por su nombre y no por el de su marido, señal de que era muy conocida en su actividad pastoral. Era mujer instruida,
pues intervino en la enseñanza cristiana de Apolo, que era un hombre muy culto (Hch 18,26).
En Romanos Pablo saluda a María, Trifena, Trifosa y Perside, de las que dice que "han trabajado mucho en el Señor"
(Rom 16, 6.12). Saluda a la madre de Rufo, "que ha sido para mí como una segunda madre" (Rom 16,13). Del matrimonio
Junías y Andrónico dice Pablo que "son compañeros de cárcel, apóstoles notables y se entregaron a Cristo antes que yo" (Rom
16,7). Saluda a otras dos parejas, que seguramente son también misioneros (Rom 16,15).
Especial mención merece Febe, que probablemente es la portadora de la carta a los Romanos, de la cual Pablo dice que
es "diaconisa de la Iglesia de Cencrea", y pide que la ayuden "en todo lo que sea necesario, puesto que ella ayudó a muchos y
entre ellos a mí", dice él. En el sentido paulino, el diácono era responsable de una Iglesia, con el oficio de misionar y enseñar.
Por Pablo sabemos también que diversos apóstoles y el mismo Cefas misionaban acompañados de "alguna mujer
hermana" (1 Cor 9,5).
O sea, que en tiempo de Pablo diversas mujeres aparecen colaborando con él en la enseñanza, como misioneras
itinerantes o responsables de una Iglesia, como apóstoles y diáconos. Y Pablo las estima y se alegra de ello.
El movimiento de Jesús había producido una verdadera revolución en lo referente a la dignificación de la mujer. San
Pablo nos trasmite la gran proclama de este movimiento misionero, anterior a él: "Ya no hay diferencia entre judío y griego,
entre quien es esclavo y quien es hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en
Cristo Jesús" (Gál 3,28). Es ésta una magnífica expresión del entusiasmo de entrada en una nueva forma de existencia, tan
distinta a la de la sociedad de entonces... Muchas mujeres entraron entusiasmadas en el cristianismo, pues en él encontraban
posibilidades de participación y protagonismo, cosas que les eran negadas en otros ambientes.
En América Latina también hoy la mujer comienza a tener una participación importante en la actividad pastoral. Las
potencialidades dignificadoras y liberadoras de Jesús van creciendo hoy también en este aspecto. Ciertamente la presencia
femenina, activa y responsable, dentro de la pastoral, está danto un aporte específico a la marcha de la Iglesia Latinoamericana,
aporte que debe crecer y desarrollarse.
Dentro de la cultura de aquel tiempo, la mujer no podía participar de la vida pública. Ahí no había lugar para ella. La
función de la mujer estaba en el recinto interior de la casa, en la vida de familia. Y ahí, de hecho, ella coordinaba, era la dueña
de la casa. Por tanto, en la iglesia ella sólo podría tener lugar y participación, si la iglesia funcionase en el interior de las casas.
Ahora bien, las comunidades fundadas por Pablo se reunían en las casas del pueblo. Por eso son llamadas Iglesias
Domésticas. En casi todas las iglesias domésticas mencionadas en las cartas de Pablo aparece el nombre de una mujer, en cuya
casa la comunidad se reúne: en la casa de la pareja migrante Priscila y Aquila, tanto en Roma (Rm 16,5), como en Corinto
(1Cor 16,19); en la casa de Filemón y Apia (Flp 2); en la casa de Lidia en Filipo (Hch 16,15); en la casa de Ninfa en Laodicea,
que llegó a recibir una carta de Pablo, carta que no se ha conservado (Col 4,15); en la casa de Filólogo y Julia, Nereo y su
hermana y de Olimpas (Rm 16,15). Por tanto, a través de la creación de las iglesias domésticas, Pablo abrió el espacio para que
las mujeres pudieran ejercer la función de coordinadora en las comunidades.
Para valorar el alcance y la novedad de esta iniciativa de Pablo, conviene recordar lo siguiente. En aquel tiempo los
judíos no permitían que se formasen comunidades o sinagogas sólo de mujeres. Exigían que, como mínimo, hubiera diez
hombres, para que se pudiese formar una comunidad. Por esto no había sinagoga en Filipo, ya que allá había un grupo
solamente de mujeres. Estas se reunían fuera de la ciudad para rezar (Hch 16,13). Pablo tuvo el coraje de transgredir la
costumbre de su propio pueblo y permitió que el grupo de mujeres de Filipo formase una comunidad (Hch 16,13-15).
Este es el contexto más amplio de la vida y del trabajo de Pablo. Acabamos de ver los dos lados de la balanza. Si
tuviésemos sólo aquellos cuatro duros textos, diríamos: Pablo es totalmente contrario a la participación de la mujer en la
comunidad. Y si tuviésemos sólo estos otros textos, tendríamos exactamente la idea contraria. Conviene llegar a un equilibrio.
¿De qué manera? ¿Cómo evaluar los dos lados? ¿Cuál de ellos debe pesar más en la balanza?
Aquí conviene recordar algo muy importante. Aquellas palabras duras, contrarias a la participación de la mujer, Pablo
no las formuló como doctrina universal a ser aplicada tal cual en todos los tiempos. Al contrario. Fueron formuladas como
consejos ocasionales para resolver el problema bien concreto de una determinada comunidad. A título de ejemplo, vamos a ver
de cerca el problema que provocó uno de aquellos cuatro textos, el más difícil de ellos.
¿Sacerdocio femenino?
José L. Caravias S.J.
En esta temporada se opina con frecuencia a favor y en contra del sacerdocio de la mujer. Y a veces hasta se caldean los
ánimos. Me han tanteado mi opinión y me siento llamado a sincerarme…
¿Se opone la Biblia al sacerdocio de la mujer? ¿Es cierto que Jesús estuvo en contra? ¿Por qué nunca ha habido mujeres
católicas sacerdotes? ¿Es verdad que el Papa ha cerrado todas las puertas?
Mirado desde la fe, constatamos que Dios, en contra del cruel machismo reinante, puso en marcha en la Biblia una
dinámica progresiva de dignificación de la mujer. Pero a pesar de este proceso realizado a lo largo de la historia de Israel, en
tiempo de Jesús el machismo ambiental y legal era aun terrible.
Las mujeres eran profundamente despreciadas, a todos los niveles. Eran propiedad absoluta del padre o del esposo. No
podían ejercer cargos públicos, ni poseer legalmente ningún tipo de propiedad, a no ser en caso de viudez. La mujer casada se
veía reducida al círculo estrecho de su casa; si salía a la calle no podía saludar a nadie, ni siquiera a su propio marido. Los
padres le elegían marido, y éste podía divorciarse por cualquier motivo; según algunos, hasta por un día que por descuido se le
quemara la comida. No se daba ninguna importancia a sus rezos. Y jamás una mujer desempeñaba cargos religiosos.
En este ambiente vive y predica Jesús. Y él jamás tiene o acepta el más mínimo gesto de desprecio a ninguna mujer. De
un golpe, en contra de su clima ambiental, Jesús dignifica totalmente a la mujer. Hay abundantes testimonio de su actitud. En
Samaría dialoga largamente y acepta la hospitalidad y la propaganda de una mujer de “mala fama”, hasta el punto que sus
mismos apóstoles se escandalizan. Se solidariza con aquella que querían apedrear por haber sido encontrada en adulterio: “el
que esté sin pecado…”. Defiende a la que se postró a sus pies llorando y besándolos, durante una comida de diálogo con un
fariseo. Y en su comitiva iban mujeres, aun mujeres casadas, que le acompañaban a todos lados. Varias de ellas formaron parte
de su comunidad y fueran las primeras testigos de su cruz y su resurrección.
¿Por qué, entonces, no las hizo apóstoles, al igual que a los varones? Si su comportamiento escandalizó tanto, que lo
mataron apenas a los tres años de su predicación, ¿cuánto menos hubiera durado si hubiera mandado a mujeres a predicar? Y,
además, nadie les hubiera hecho caso. En Jesús está patente una actitud de total dignificación de la mujer. Pero las
circunstancias fuertemente machistas de su época no le permitieron ir más lejos en su comportamiento histórico. La sociedad no
estaba aun preparada para tanto cambio. Mucho ya era que algunas mujeres formaran parte de su comunidad y sus correrías
apostólicas; y que las defendiera siempre de toda discriminación o desprecio…
De hecho, en las primeras comunidades cristianas encontramos mujeres desarrollando actividades pastorales, que el
mismo Pablo estima y alienta, muy a contramano de las costumbres de entonces.
La redención de Jesús alcanza horizontes tan amplios, que estamos aun lejos de alcanzarlos. Permanecen todavía latentes
muchas de las potencialidades que puso en marcha Jesús. Nuestro mundo está lejos de vivir a plenitud sus propuestas
alternativas. A través de la historia se irán actualizando.
Creo que éste es el caso del sacerdocio de la mujer. Por supuesto que llegará a haber mujeres sacerdotes. Negar esta
posibilidad sería negar la fuerza dignificadora de Cristo resucitado.
¿Pero ya llegó esa hora? El Papa piensa que no. Respeto su decisión temporal. Pero la fuerza transformadora de Cristo
seguirá actuando y llegarán otros tiempos; y otros Papas también… El pueblo de Dios irá madurando y alcanzando nuevas
metas en su caminar hacia la plenitud de Cristo.
Ciertamente en el mundo actual está en marcha un serio proceso de dignificación de la mujer. En ello veo actuante la
fuerza de la resurrección de Cristo. Pero personalmente pienso que quizás no ha llegado aun la hora del sacerdocio femenino.
¿Saben por qué? Porque me parece que aún no hay suficiente madurez como para que las mujeres instauren un sacerdocio
auténticamente femenino. Ellas tienen algo específico que dar a la Iglesia. Algo que la Iglesia necesita vitalmente. Y si ya
alcanzaran el sacerdocio parece que copiarían demasiado el estilo de los sacerdotes actuales, como por desgracia se está viendo
en las anglicanas. No se trata de copiar lo que hacen los varones, sino de crear algo nuevo, con claro cuño femenino. La Iglesia
machista no parece estar aun suficientemente dispuesta a recibir este aporte.
Además, la mujer ya está dando su ayuda específica a la Iglesia desde multitud de religiosas y laicas comprometidas.
Ellas cada vez tienen más éxito en pastoral, por su entrega generosa, su sintonía con los problemas, su tacto y delicadeza. Está
en marcha un serio proceso de formación de multitud de mujeres consagradas. Ellas van creando una pastoral alternativa, una
nueva forma de ser Iglesia, con un estilo más femenino… Sus aportes crecientes son ya una gran esperanza... ¡Y seguirán
creciendo!
Dignificación de la mujer
Jesús dignifica a la mujer
En primer lugar, los evangelios dicen con claridad que en el grupo de discípulos que acompañaban a Jesús había mujeres
(Lc 8,2-3).
Lucas nos dice que este grupo de personas iba con Jesús caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea (Lc 8,1).
Se puso a defender a la pecadora y a reprochar, en su propia casa, al señor respetable que lo había invitado a comer (Lc
7,44-47). Donde todos ven una pecadora, él percibe a una mujer que sabe amar; y donde todos ven a un fariseo santo, él ve
dureza de corazón (Lc 7,36-50).
Jesús, en función de su proyecto liberador, quebranta los tabúes de la época relativos a la mujer. Mantiene una profunda
amistad con Marta y María (Lc 10,38). Conversa públicamente y a solas con la samaritana, conocida por su mala vida, de forma
que sorprende incluso a los discípulos (Jn 4,27). Defiende a la adúltera contra la legislación explícita vigente, discriminatoria
para la mujer (Jn 7,53-8,10). Se deja tocar y ungir los pies por una conocida prostituta (Lc 7,36-50).
Son varias las mujeres a las que Jesús atendió, como la suegra de Pedro (Lc 4,38-39), la madre del joven de Naín (Lc
7,11-17), la mujer encorvada (Lc 13,10-17), la pagana sirofenicia (Mc 7,24-30) y la mujer que llevaba doce años enferma (Mt
19,20-22).
En sus parábolas aparecen muchas mujeres, especialmente las pobres, como la que perdió la moneda (Lc 15,8-10) o la
viuda que se enfrentó con el juez (Lc 18,1-8).
Jamás se le atribuye a Jesús algo que pudiera resultar lesivo o margina dor de la mujer. Nunca pinta él a la mujer como
algo malo, ni en ninguna parábola se la ve con luz negativa; ni les advierte nunca a sus dis cípulos de la tentación que podría
suponerles una mujer. En el camino de la cruz lo seguían muchísima gente, especialmente mujeres que se golpeaban el pecho y
se lamentaban por él (Lc 23,27). Al pie de la cruz estaba su madre y la hermana de su madre, y también María, esposa de
Cleofás y María de Magdalena (Jn 19,25). Algunas de ellas fueron las primeras en parti cipar del triunfo de la resurrección (Mc
16,1).
Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
Las mujeres desempeñaron en las primeras comunidades cristianas algunas actividades importantes en el anuncio y en la
práctica de la fe. Son muchas las mujeres que, en lenguaje paulino, trabajaron duro por el Señor (Rom 16,12).
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de Lidia (Hch 16,14-15), negociante de púrpura, la primera convertida en Filipo,
muy activa en la comunidad. Mencionan también a Dámaris, (17,34), a algunas profetisas (21,9), y a unas que confeccionan
ropa para los pobres (9,36-37).
Pablo revela a través de sus cartas que diversas mujeres participan acti vamente en el movimiento cristiano, al mismo
nivel que los varones, y ejercen funciones misioneras, de enseñanza y de liderazgo de las comunidades.
Conocemos a Ninfa que, junto con Filemón y Arquipo, eran líderes de una iglesia en su casa (Col 4,15). Evodia y
Síntique son dos mujeres importantes en la actividad pastoral de Filipo. Pablo les pide que se pongan de acuerdo, puesto que
lucharon conmigo al servicio del Evangelio (Flp 4, 2-3).
Priscila, con su marido Aquila, son los jefes de una iglesia en Efeso primero (1 Cor 16,19) y en Roma después (Rom 16,
3.5). Este matrimonio precedió a Pablo en la tarea misionera y colaboró con él en diver sas partes, pero nunca estuvo
subordinado a él. Se les menciona siete veces y en cuatro ocasiones se nombra primero a la mujer. Ade más, Priscila siempre es
nombrada por su nombre y no por el de su marido, señal de que era muy conocida en su actividad pastoral. Era mujer instruida,
pues intervino en la enseñanza cristiana de Apolo, que era un hombre muy culto (Hch 18,26).
En Romanos Pablo saluda a María, Trifena, Trifosa y Perside, de las que dice que han trabajado mucho en el Señor
(Rom 16, 6.12). Saluda a la madre de Rufo, que ha sido para mí como una segunda madre (Rom 16,13). De una mujer, Junías,
junto con su marido Andrónico, dice Pablo que son compañeros de cárcel, apóstoles notables y se entregaron a Cristo antes que
yo (Rom 16,7). Saluda a otras dos parejas, Folólogo y Julia, Nereo y su hermana, que seguramente son tam bién misioneros
(Rom 16,15).
Especial mención merece Febe, que probablemente es la portadora de la carta a los Romanos; de ella Pablo dice que es
diaconisa de la Iglesia de Cencrea, y pide que la ayuden en todo lo que sea necesario, puesto que ella ayudó a muchos y entre
ellos a mí, dice él. En el sentido paulino, el diácono era responsable de una Iglesia, con el oficio de misionar y enseñar.
Por Pablo sabemos también que diversos apóstoles y el mismo Cefas misionaban acompañados de alguna mujer hermana
(1 Cor 9,5).
O sea, que en tiempo de Pablo diversas mujeres aparecen colaborando con él en la enseñanza, como misioneras
itinerantes o responsables de una Iglesia, como apóstoles y diáconos. Y Pablo las estima y se alegra de ello. Tanto es así, que
hoy día hay quienes designan a San Pablo como promotor de la actividad pastoral de la mujer.
Igualdad de la mujer
El movimiento de Jesús había producido una verdadera revolución en lo referente a la dignificación de la mujer. San
Pablo nos trasmite la gran proclama de este movimiento misionero, anterior a él: Ya no hay dife rencia entre judío y griego,
entre quien es esclavo y quien es hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en
Cristo Jesús (Gál 3,28). Es ésta una magnífica expresión del entusiasmo de entrada en una nueva forma de existencia, tan
distinta a la de la sociedad reinante... Muchas mujeres entraron entusiasmadas en el cristianismo, pues en él encontraban
posibilidades de participación y protagonismo, que les eran negadas en la sociedad en general.