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Una mujer lleva al pueblo a la victoria: Débora

( Falta completar) José L. Caravias S. J.


"En Israel faltaban los líderes, hasta que me levanté yo, Débora, hasta que me desperté como madre de Israel" (Jue
5,7)
En América Latina con frecuencia la mujer está marginada, despreciada y explotada. Por doquier reina el machismo. Pe-
ro, a pesar de ello, existen mujeres maravillosas, no sólo como madres de familia, sino también como auténticas madres de co-
munidades y organizaciones populares. Mujeres realmente decididas, valientes más que los hombres, que se engrandecen ante
los problemas y saben ponerse al frente del pueblo en sus luchas de liberación. Y el pueblo se fía y se enorgullece de ellas.
El hecho sucede probablemente en la segunda mitad del siglo XII. En alguna época imprecisa del tiempo de los jueces,
quizás alrededor del 1175 a.C. Israel ya se ha establecido firmemente en dos bloques divididos por una franja central. Los reyes
cananeos ocupan la fértil franja central, y se ven amenazados por la presencia israelita. Por ello forman una coalición, nom bran
un general, Sísara, y reunen sus armas más avanzadas: los carros de guerra. Presentan batalla en la llanura, donde su ejército
tiene superioridad absoluta. Pero sobreviene una tormenta, y los carros cananeos se vuelven su perdición. No pueden
maniobrar; ni siquiera huir. El general tiene que escapar a pie, y, para colmo de humillación, lo mata una mujer beduina.
Esta victoria decisiva da a los israelitas predominio sobre los cananeos, une geográficamente a las tribus y confirma su
sentido de unidad.
En Débora se juntan los dos oficios de "juez" y "libertador". Su nombre significa "Abeja". El de su marido, "Antorchas"
y el de Barac, a quien ella pide su colaboración, "Relámpago". ¡Historia de llamas y centellas!
Débora es el único personaje enteramente decente del libro de los Jueces. Está pre sentada como una mujer vigorosa y
radiante, digna de todo respeto, tanto que Barac no quiere ir a la guerra sin ella. Así le ayudaría con su ánimo y su gran influen-
cia. Su prestigio arrastrará al combate a otras tribus.
El capítulo cuarto está maravillosamente narrado. Se trata de una visión artística de los sucesos, no una crónica puntual.
No se dice con claridad qué pasó en la batalla. Pero se insinúa que, a causa de una gran tormenta, se desbordó el río y los pesa-
dos carros de hierro quedaron atascados e inutilizados en el lodo, con lo que pudo triunfar la agilidad y la intrepidez israelita
(ver 5,20-21). Por ello insisten en que la victoria fue de Dios: "Yavé hoy ha salido delante de ti" (4, 14). Simultáneamente se
subrayan el poderío del enemigo y la sencillez de los medios usados para derrotarlo: "A mano de mujer" (4,9. 21; 5,7. 12. 24-
27). Nótense los detalles. Insistiendo en la fuerza militar del enemigo (véase también Jos 17,16 y Jue 1,19), se resalta mejor lo
maravilloso de la victoria.
El canto de Débora es uno de los trozos más antiguos de la Biblia. Su viva primitividad y su impresionante crudeza ates-
tiguan su arcaísmo auténtico. El amor canta en este poema; pero también una ira implacable. Débora canta a Yavé, a los guerre-
ros, a las tribus de Israel; a sí misma. Canto de mujer, canto de las mujeres. La profetisa cuyo prestigio hacía que las gentes se
confiasen a su juicio en tiempo de paz, a la hora de la batalla se muestra como "madre" de energía que electriza; un formidable
temperamento al servicio de una fe pura y absoluta.
Junto a ella aparecen otras dos figuras femeninas, opuestas entre sí: sarcasmo contra la madre del tirano (5,28-30) y ben-
diciones para Yael, la que le dio muerte (5,24-27).
Se da honor a los valientes. Se canta gloriosamente su bravura, la nobleza de su corazón y el poder de su brazo (5,13-15.
18). Y también se da oprobio a los cobardes, las tribus que no participaron en el combate (5,16-17). Se dice de ellos que "no vi-
nieron en ayuda de Yavé junto a los héroes" (5,23).
Pero el verdadero y único héroe fue Yavé, Señor del estruendo y de la lluvia torrencial . El bajó al campo de batalla y se
mezcló en el estruendo de la pelea (5,4-5). El es quien aniquiló a la multitud de carros enemigos. Con él es con quien se midie-
ron los reyes enemigos. Los que le aman son invencibles. "¡Perezcan todos tus enemigos, oh Yavé, y sean tus amigos como el
sol en todo su fulgor!" (5,31).
A Yavé no se le considera como a un Dios fijo a un lugar determinado. El es un Dios histórico, que está dentro de las lu-
chas del pueblo oprimido. Por eso Débora invita a que se "celebren las victorias del Señor, las victorias de los campesinos de
Israel" (5,11). Dios lucha con su pueblo y los triunfos son de los dos juntos. Por eso se dice que en la lucha las tribus deben ve-
nir "en ayuda de Yavé" (5,23). Acción divina y acción humana se encuentran juntas en la lucha por la liberación.
Los autores deuteronomistas encontraron en esta antigua historia un ejemplo más para demostrar a sus contemporáneos
que Yavé no había cesado jamás de intervenir para salvar a su pueblo. Tampoco durante el destierro, tan duro, Yavé los dejaría
abandonados…
Los acontecimientos de Débora tenían actualidad en la época del exilio y la siguen teniendo en nuestros días también.
Siempre que Israel se preocupaba de su historia era para hacerla revivir en un presente. Eran y son llamadas de incesante actua-
lidad a la conversión y a la fidelidad hacia el Dios fiel, siempre en actitud de liberación.
Nosotros también tenemos en nuestra historia gestas parecidas, que tenemos que de senterrar y recordar para que nos
animen a superar los problemas presentes…
¿Qué nos enseñan a nosotros sobre la mujer? Qué conclusiones sacamos de la acción y el cántico de Débora.
¿Hasta qué punto descubrimos en el canto de Débora la llave hermenéutica para una lectura de la Biblia a partir de los o-
primidos?

San Pablo,
promotor de la pastoral de la mujer
José L. Caravias S. J.
Se ha dicho con frecuencia que San Pablo no quería a las mujeres. Y ello no es cierto. Hay que saber distinguir entre
textos doctrinales y textos que hacen relación a las costumbres culturales de entonces y aun a proble mas muy concretos de las
comunidades. Además, se debe distinguir entre cartas que verdaderamente escribió Pablo y otras que fueron escritas años más
tarde por diversos autores que usaron su nombre, y dentro de estas cartas es donde precisamente se encuentran algunas frases
discriminatorias de la mujer.
El Pablo histórico promovió la actividad pastoral de la mujer. El revela a través de sus cartas que diversas mujeres
participaban activamente en el movimiento cristiano, al mismo nivel que los varones, y ejercían funciones de enseñanza y de
liderazgo en las primeras comunidades.
Conocemos a Ninfa que, junto con Filemón y Arquipo, eran líderes de una iglesia en su casa (Col 4,15). Evodia y
Síntique son dos mujeres importantes en la actividad pastoral de Filipo, pues dice Pablo de ellas que "lucharon conmigo al
servicio del Evangelio" (Flp 4, 2-3).
Priscila, con su marido Aquila, son los jefes de una iglesia, primero en Efeso (1 Cor 16,19) y en Roma después (Rom 16,
3.5). Este matrimonio precedió a Pablo en la tarea misionera y colaboró con él en diver sas partes, pero nunca estuvieron
subordinados a él. Se les menciona siete veces y en cuatro ocasiones se nombra primero a la mujer. Además, Priscila siempre es
nombrada por su nombre y no por el de su marido, señal de que era muy conocida en su actividad pastoral. Era mujer instruida,
pues intervino en la enseñanza cristiana de Apolo, que era un hombre muy culto (Hch 18,26).
En Romanos Pablo saluda a María, Trifena, Trifosa y Perside, de las que dice que "han trabajado mucho en el Señor"
(Rom 16, 6.12). Saluda a la madre de Rufo, "que ha sido para mí como una segunda madre" (Rom 16,13). Del matrimonio
Junías y Andrónico dice Pablo que "son compañeros de cárcel, apóstoles notables y se entregaron a Cristo antes que yo" (Rom
16,7). Saluda a otras dos parejas, que seguramente son también misioneros (Rom 16,15).
Especial mención merece Febe, que probablemente es la portadora de la carta a los Romanos, de la cual Pablo dice que
es "diaconisa de la Iglesia de Cencrea", y pide que la ayuden "en todo lo que sea necesario, puesto que ella ayudó a muchos y
entre ellos a mí", dice él. En el sentido paulino, el diácono era responsable de una Iglesia, con el oficio de misionar y enseñar.
Por Pablo sabemos también que diversos apóstoles y el mismo Cefas misionaban acompañados de "alguna mujer
hermana" (1 Cor 9,5).
O sea, que en tiempo de Pablo diversas mujeres aparecen colaborando con él en la enseñanza, como misioneras
itinerantes o responsables de una Iglesia, como apóstoles y diáconos. Y Pablo las estima y se alegra de ello.
El movimiento de Jesús había producido una verdadera revolución en lo referente a la dignificación de la mujer. San
Pablo nos trasmite la gran proclama de este movimiento misionero, anterior a él: "Ya no hay diferencia entre judío y griego,
entre quien es esclavo y quien es hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en
Cristo Jesús" (Gál 3,28). Es ésta una magnífica expresión del entusiasmo de entrada en una nueva forma de existencia, tan
distinta a la de la sociedad de entonces... Muchas mujeres entraron entusiasmadas en el cristianismo, pues en él encontraban
posibilidades de participación y protagonismo, cosas que les eran negadas en otros ambientes.
En América Latina también hoy la mujer comienza a tener una participación importante en la actividad pastoral. Las
potencialidades dignificadoras y liberadoras de Jesús van creciendo hoy también en este aspecto. Ciertamente la presencia
femenina, activa y responsable, dentro de la pastoral, está danto un aporte específico a la marcha de la Iglesia Latinoamericana,
aporte que debe crecer y desarrollarse.
Dentro de la cultura de aquel tiempo, la mujer no podía participar de la vida pública. Ahí no había lugar para ella. La
función de la mujer estaba en el recinto interior de la casa, en la vida de familia. Y ahí, de hecho, ella coordinaba, era la dueña
de la casa. Por tanto, en la iglesia ella sólo podría tener lugar y participación, si la iglesia funcionase en el interior de las casas.

Ahora bien, las comunidades fundadas por Pablo se reunían en las casas del pueblo. Por eso son llamadas Iglesias
Domésticas. En casi todas las iglesias domésticas mencionadas en las cartas de Pablo aparece el nombre de una mujer, en cuya
casa la comunidad se reúne: en la casa de la pareja migrante Priscila y Aquila, tanto en Roma (Rm 16,5), como en Corinto
(1Cor 16,19); en la casa de Filemón y Apia (Flp 2); en la casa de Lidia en Filipo (Hch 16,15); en la casa de Ninfa en Laodicea,
que llegó a recibir una carta de Pablo, carta que no se ha conservado (Col 4,15); en la casa de Filólogo y Julia, Nereo y su
hermana y de Olimpas (Rm 16,15). Por tanto, a través de la creación de las iglesias domésticas, Pablo abrió el espacio para que
las mujeres pudieran ejercer la función de coordinadora en las comunidades.

Para valorar el alcance y la novedad de esta iniciativa de Pablo, conviene recordar lo siguiente. En aquel tiempo los
judíos no permitían que se formasen comunidades o sinagogas sólo de mujeres. Exigían que, como mínimo, hubiera diez
hombres, para que se pudiese formar una comunidad. Por esto no había sinagoga en Filipo, ya que allá había un grupo
solamente de mujeres. Estas se reunían fuera de la ciudad para rezar (Hch 16,13). Pablo tuvo el coraje de transgredir la
costumbre de su propio pueblo y permitió que el grupo de mujeres de Filipo formase una comunidad (Hch 16,13-15).

Este es el contexto más amplio de la vida y del trabajo de Pablo. Acabamos de ver los dos lados de la balanza. Si
tuviésemos sólo aquellos cuatro duros textos, diríamos: Pablo es totalmente contrario a la participación de la mujer en la
comunidad. Y si tuviésemos sólo estos otros textos, tendríamos exactamente la idea contraria. Conviene llegar a un equilibrio.
¿De qué manera? ¿Cómo evaluar los dos lados? ¿Cuál de ellos debe pesar más en la balanza?

Aquí conviene recordar algo muy importante. Aquellas palabras duras, contrarias a la participación de la mujer, Pablo
no las formuló como doctrina universal a ser aplicada tal cual en todos los tiempos. Al contrario. Fueron formuladas como
consejos ocasionales para resolver el problema bien concreto de una determinada comunidad. A título de ejemplo, vamos a ver
de cerca el problema que provocó uno de aquellos cuatro textos, el más difícil de ellos.

JESÚS Y LAS MUJERES


José L. Caravias sj.
El que no sabe lo que fue realmente la relación de Jesús con las mujeres, ni conoce a Jesús, ni comprende su
mensaje. En estos días, en que nos invade el recuerdo de la Madre de Jesús, es importante celebrarlo bajo el lema
de la dignificación de la mujer que realizan Jesús y María.
Para conocer la actitud de Jesús ante la mujer es imprescindible conocer las costumbres de aquella sociedad,
ya que Jesús les dio un trato diametralmente distinto al del machismo reinante en su época.
Afirma un rabino de entonces: "Se compra a la mujer por dinero, por contrato o por relaciones sexuales. Se
compra al esclavo pagano por dinero, por contrato o por toma de posesión. Así pues, ¿hay alguna diferencia entre la
adquisición de una mujer y la de un esclavo? No".
La mujer no podía gozar de los ingresos proporcionados por su propio trabajo. Si encontraba algo, lo hallado
era propiedad de su padre o marido. No se le permitía administrar ninguna clase de bienes. El padre podía vender
como esclava a su hija menor de edad. No podían decidir nada ellas solas. Sólo el padre o el marido la podían
representar jurídicamente. Los textos de la época indican hasta la cantidad mínima que tenían que tejer o hilar
durante la semana. El marido podía hasta imponerles votos religiosos...
No debían ausentarse de la casa. Y si se veían obligadas a salir, tenían que guardar el anonimato más
completo, por lo que se cubrían la cara con un doble velo, por encima y por debajo de los ojos. Nadie les podía dirigir
la palabra por la calle, ni siquiera para saludarlas, ni aun su propio marido. Podían ir a la sinagoga, pero se quedaban
como encerradas en un lugar aparte; y por muchas mujeres que asistieran, los oficios religiosos no se podían
celebrar hasta que estuvieran presentes diez hombres adultos.
Nunca se les podía admitir ante un tribunal como testigos, ni desempeñar ningún tipo de función oficial, civil o
religiosa. No podían protestar si su marido se casaba con otra o tenía relaciones sexuales con soltera o con
prostituta. Pero si ella le era infiel, era condenada a morir a pedradas.
El marido podía divorciarse de su esposa por cualquier motivo, aunque fuera simplemente porque no le gustara
más, o porque se hubiera vuelto fea o antipática. Había algunos fariseos que defendían que era lícito divorciarse
hasta porque un día a la esposa se le hubiese quemado la comida.
Jesús tiene un comportamiento totalmente contrario a las costumbres de su época. Él trató con el mayor
respeto y con suma delicadeza a todas las mujeres con las que trató.
Aunque se prohibía hablar con mujeres en la calle, Jesús conversaba tranquilamente con ellas en público.
Hasta se hizo acompañar por un grupo de mujeres, cosa inaudita en un predicador de aquel tiempo. Aun a las
prostitutas las trataba con cariño, defendiéndolas y ayudándoles a salir de su pecado.
Maravillosa es la actitud de Jesús cuando los maestros de la ley le traen a una mujer encontrada en fragante
adulterio (Jn 8). Ellos le proponen la pena de muerte para la acusada, según lo mandaba la ley. Pero Jesús no
aguanta su hipocresía. ¿Dónde estaba el hombre? ¿Por qué acusar solamente a la mujer? Les pide que el que esté
sin pecado arroje la primera piedra. Y, empezando por los más viejos, todos se marcharon. Y dialoga con ella: "Mujer,
dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?... Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar en adelante".
En un intento de acercamiento y diálogo, Jesús va a comer a casa de un fariseo. Y en medio de aquella
comida, seguramente un tanto tensa, se presenta una mujer "conocida como pecadora", que se echa a sus pies y se
pone a llorar sobre ellos, los besa, los seca con sus cabellos y se los unge con perfume. Jesús ve en la mirada del
fariseo todo lo sucio que está pasando por su mente. Y ante aquel ambiente embarazoso, no se excusa lo más
mínimo, sino que defiende plenamente a aquella mujer, explicando que sus numerosos pecados le son perdonados
"por el mucho amor que demostró". ¡Maravilloso!
Podríamos relatar otros ejemplos más, como la curación de aquella mujer que sufría una hemorragia por largos
años: "Animo, hija" (Mt 9,20-22). O la curación de la suegra de Pedro (Mt 8,14s). O la defensa que hace frente a las
críticas de Judas de la mujer que le derramó un perfume costoso (Mt 26, 7-13).
Por todo ello no es de extrañar que varias mujeres formaran parte de su comunidad y que ellas fueran las
primeras testigos de su cruz y su resurrección. La dignificación de la mujer que hizo Jesús fue total; y ello es mucho
más de notar conociendo el machismo ambiental de su época. Por eso los primeros cristianos proclamaron con
claridad el ideal aprendido de Jesús: "Ya no hay diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno solo en
Cristo Jesús" (Gál 3,27s).
Él dejó bien claro que todas las mujeres, aun las más despreciadas, gozan de una absoluta dignidad, igual que
cualquier varón. Todos somos por igual hijos queridos de Dios.
Todavía, a nuestro mundo de hoy, le falta mucho para llegar a vivir la plenitud del mensaje de Cristo... En
nuestra sociedad sigue reinando el machismo, a veces hasta en formas enmascaradas. Ninguna forma de
marginación o desprecio de la mujer es digna de un seguidor de Jesús.
Recomiendo, para profundizar el tema, el libro, recientemente publicado, de Mabel Gauto de Bellassai, titulado:
"Jesús, admirador de las mujeres".

¿Sacerdocio femenino?
José L. Caravias S.J.
En esta temporada se opina con frecuencia a favor y en contra del sacerdocio de la mujer. Y a veces hasta se caldean los
ánimos. Me han tanteado mi opinión y me siento llamado a sincerarme…
¿Se opone la Biblia al sacerdocio de la mujer? ¿Es cierto que Jesús estuvo en contra? ¿Por qué nunca ha habido mujeres
católicas sacerdotes? ¿Es verdad que el Papa ha cerrado todas las puertas?
Mirado desde la fe, constatamos que Dios, en contra del cruel machismo reinante, puso en marcha en la Biblia una
dinámica progresiva de dignificación de la mujer. Pero a pesar de este proceso realizado a lo largo de la historia de Israel, en
tiempo de Jesús el machismo ambiental y legal era aun terrible.
Las mujeres eran profundamente despreciadas, a todos los niveles. Eran propiedad absoluta del padre o del esposo. No
podían ejercer cargos públicos, ni poseer legalmente ningún tipo de propiedad, a no ser en caso de viudez. La mujer casada se
veía reducida al círculo estrecho de su casa; si salía a la calle no podía saludar a nadie, ni siquiera a su propio marido. Los
padres le elegían marido, y éste podía divorciarse por cualquier motivo; según algunos, hasta por un día que por descuido se le
quemara la comida. No se daba ninguna importancia a sus rezos. Y jamás una mujer desempeñaba cargos religiosos.
En este ambiente vive y predica Jesús. Y él jamás tiene o acepta el más mínimo gesto de desprecio a ninguna mujer. De
un golpe, en contra de su clima ambiental, Jesús dignifica totalmente a la mujer. Hay abundantes testimonio de su actitud. En
Samaría dialoga largamente y acepta la hospitalidad y la propaganda de una mujer de “mala fama”, hasta el punto que sus
mismos apóstoles se escandalizan. Se solidariza con aquella que querían apedrear por haber sido encontrada en adulterio: “el
que esté sin pecado…”. Defiende a la que se postró a sus pies llorando y besándolos, durante una comida de diálogo con un
fariseo. Y en su comitiva iban mujeres, aun mujeres casadas, que le acompañaban a todos lados. Varias de ellas formaron parte
de su comunidad y fueran las primeras testigos de su cruz y su resurrección.
¿Por qué, entonces, no las hizo apóstoles, al igual que a los varones? Si su comportamiento escandalizó tanto, que lo
mataron apenas a los tres años de su predicación, ¿cuánto menos hubiera durado si hubiera mandado a mujeres a predicar? Y,
además, nadie les hubiera hecho caso. En Jesús está patente una actitud de total dignificación de la mujer. Pero las
circunstancias fuertemente machistas de su época no le permitieron ir más lejos en su comportamiento histórico. La sociedad no
estaba aun preparada para tanto cambio. Mucho ya era que algunas mujeres formaran parte de su comunidad y sus correrías
apostólicas; y que las defendiera siempre de toda discriminación o desprecio…
De hecho, en las primeras comunidades cristianas encontramos mujeres desarrollando actividades pastorales, que el
mismo Pablo estima y alienta, muy a contramano de las costumbres de entonces.
La redención de Jesús alcanza horizontes tan amplios, que estamos aun lejos de alcanzarlos. Permanecen todavía latentes
muchas de las potencialidades que puso en marcha Jesús. Nuestro mundo está lejos de vivir a plenitud sus propuestas
alternativas. A través de la historia se irán actualizando.
Creo que éste es el caso del sacerdocio de la mujer. Por supuesto que llegará a haber mujeres sacerdotes. Negar esta
posibilidad sería negar la fuerza dignificadora de Cristo resucitado.
¿Pero ya llegó esa hora? El Papa piensa que no. Respeto su decisión temporal. Pero la fuerza transformadora de Cristo
seguirá actuando y llegarán otros tiempos; y otros Papas también… El pueblo de Dios irá madurando y alcanzando nuevas
metas en su caminar hacia la plenitud de Cristo.
Ciertamente en el mundo actual está en marcha un serio proceso de dignificación de la mujer. En ello veo actuante la
fuerza de la resurrección de Cristo. Pero personalmente pienso que quizás no ha llegado aun la hora del sacerdocio femenino.
¿Saben por qué? Porque me parece que aún no hay suficiente madurez como para que las mujeres instauren un sacerdocio
auténticamente femenino. Ellas tienen algo específico que dar a la Iglesia. Algo que la Iglesia necesita vitalmente. Y si ya
alcanzaran el sacerdocio parece que copiarían demasiado el estilo de los sacerdotes actuales, como por desgracia se está viendo
en las anglicanas. No se trata de copiar lo que hacen los varones, sino de crear algo nuevo, con claro cuño femenino. La Iglesia
machista no parece estar aun suficientemente dispuesta a recibir este aporte.
Además, la mujer ya está dando su ayuda específica a la Iglesia desde multitud de religiosas y laicas comprometidas.
Ellas cada vez tienen más éxito en pastoral, por su entrega generosa, su sintonía con los problemas, su tacto y delicadeza. Está
en marcha un serio proceso de formación de multitud de mujeres consagradas. Ellas van creando una pastoral alternativa, una
nueva forma de ser Iglesia, con un estilo más femenino… Sus aportes crecientes son ya una gran esperanza... ¡Y seguirán
creciendo!
Dignificación de la mujer
Jesús dignifica a la mujer
En primer lugar, los evangelios dicen con claridad que en el grupo de discípulos que acompañaban a Jesús había mujeres
(Lc 8,2-3).
Lucas nos dice que este grupo de personas iba con Jesús caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea (Lc 8,1).
Se puso a defender a la pecadora y a reprochar, en su propia casa, al señor respetable que lo había invitado a comer (Lc
7,44-47). Donde todos ven una pecadora, él percibe a una mujer que sabe amar; y donde todos ven a un fariseo santo, él ve
dureza de corazón (Lc 7,36-50).
Jesús, en función de su proyecto liberador, quebranta los tabúes de la época relativos a la mujer. Mantiene una profunda
amistad con Marta y María (Lc 10,38). Conversa públicamente y a solas con la samaritana, conocida por su mala vida, de forma
que sorprende incluso a los discípulos (Jn 4,27). Defiende a la adúltera contra la legislación explícita vigente, discriminatoria
para la mujer (Jn 7,53-8,10). Se deja tocar y ungir los pies por una conocida prostituta (Lc 7,36-50).
Son varias las mujeres a las que Jesús atendió, como la suegra de Pedro (Lc 4,38-39), la madre del joven de Naín (Lc
7,11-17), la mujer encorvada (Lc 13,10-17), la pagana sirofenicia (Mc 7,24-30) y la mujer que llevaba doce años enferma (Mt
19,20-22).
En sus parábolas aparecen muchas mujeres, especialmente las pobres, como la que perdió la moneda (Lc 15,8-10) o la
viuda que se enfrentó con el juez (Lc 18,1-8).
Jamás se le atribuye a Jesús algo que pudiera resultar lesivo o margina dor de la mujer. Nunca pinta él a la mujer como
algo malo, ni en ninguna parábola se la ve con luz negativa; ni les advierte nunca a sus dis cípulos de la tentación que podría
suponerles una mujer. En el camino de la cruz lo seguían muchísima gente, especialmente mujeres que se golpeaban el pecho y
se lamentaban por él (Lc 23,27). Al pie de la cruz estaba su madre y la hermana de su madre, y también María, esposa de
Cleofás y María de Magdalena (Jn 19,25). Algunas de ellas fueron las primeras en parti cipar del triunfo de la resurrección (Mc
16,1).
Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
Las mujeres desempeñaron en las primeras comunidades cristianas algunas actividades importantes en el anuncio y en la
práctica de la fe. Son muchas las mujeres que, en lenguaje paulino, trabajaron duro por el Señor (Rom 16,12).
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de Lidia (Hch 16,14-15), negociante de púrpura, la primera convertida en Filipo,
muy activa en la comunidad. Mencionan también a Dámaris, (17,34), a algunas profetisas (21,9), y a unas que confeccionan
ropa para los pobres (9,36-37).
Pablo revela a través de sus cartas que diversas mujeres participan acti vamente en el movimiento cristiano, al mismo
nivel que los varones, y ejercen funciones misioneras, de enseñanza y de liderazgo de las comunidades.
Conocemos a Ninfa que, junto con Filemón y Arquipo, eran líderes de una iglesia en su casa (Col 4,15). Evodia y
Síntique son dos mujeres importantes en la actividad pastoral de Filipo. Pablo les pide que se pongan de acuerdo, puesto que
lucharon conmigo al servicio del Evangelio (Flp 4, 2-3).
Priscila, con su marido Aquila, son los jefes de una iglesia en Efeso primero (1 Cor 16,19) y en Roma después (Rom 16,
3.5). Este matrimonio precedió a Pablo en la tarea misionera y colaboró con él en diver sas partes, pero nunca estuvo
subordinado a él. Se les menciona siete veces y en cuatro ocasiones se nombra primero a la mujer. Ade más, Priscila siempre es
nombrada por su nombre y no por el de su marido, señal de que era muy conocida en su actividad pastoral. Era mujer instruida,
pues intervino en la enseñanza cristiana de Apolo, que era un hombre muy culto (Hch 18,26).
En Romanos Pablo saluda a María, Trifena, Trifosa y Perside, de las que dice que han trabajado mucho en el Señor
(Rom 16, 6.12). Saluda a la madre de Rufo, que ha sido para mí como una segunda madre (Rom 16,13). De una mujer, Junías,
junto con su marido Andrónico, dice Pablo que son compañeros de cárcel, apóstoles notables y se entregaron a Cristo antes que
yo (Rom 16,7). Saluda a otras dos parejas, Folólogo y Julia, Nereo y su hermana, que seguramente son tam bién misioneros
(Rom 16,15).
Especial mención merece Febe, que probablemente es la portadora de la carta a los Romanos; de ella Pablo dice que es
diaconisa de la Iglesia de Cencrea, y pide que la ayuden en todo lo que sea necesario, puesto que ella ayudó a muchos y entre
ellos a mí, dice él. En el sentido paulino, el diácono era responsable de una Iglesia, con el oficio de misionar y enseñar.
Por Pablo sabemos también que diversos apóstoles y el mismo Cefas misionaban acompañados de alguna mujer hermana
(1 Cor 9,5).
O sea, que en tiempo de Pablo diversas mujeres aparecen colaborando con él en la enseñanza, como misioneras
itinerantes o responsables de una Iglesia, como apóstoles y diáconos. Y Pablo las estima y se alegra de ello. Tanto es así, que
hoy día hay quienes designan a San Pablo como promotor de la actividad pastoral de la mujer.
Igualdad de la mujer
El movimiento de Jesús había producido una verdadera revolución en lo referente a la dignificación de la mujer. San
Pablo nos trasmite la gran proclama de este movimiento misionero, anterior a él: Ya no hay dife rencia entre judío y griego,
entre quien es esclavo y quien es hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en
Cristo Jesús (Gál 3,28). Es ésta una magnífica expresión del entusiasmo de entrada en una nueva forma de existencia, tan
distinta a la de la sociedad reinante... Muchas mujeres entraron entusiasmadas en el cristianismo, pues en él encontraban
posibilidades de participación y protagonismo, que les eran negadas en la sociedad en general.

Una sola es la Madre de Jesús


José L. Caravias S.I.
Paraguay siempre ha sido y será país mariano. La Virgen María ocupa un lugar preferencial en nuestra fe y nuestra
religiosidad. Pero tenemos que reconocer que a nuestra devoción mariana le faltan más fundamentos bíblicos. Por eso son de
alabar los esfuerzos que se están haciendo en diversos tipos de comunidades cristianas para ir fortaleciendo estos cimientos.
El primer esfuerzo, ya muy extendido, es ir dándonos cuenta de que una sola es la Virgen, María, la Madre de Jesús. Es
lindo el hecho de que existan tantas imágenes y nombres de la Madre de Jesús. Pero con tal de que nos demos cuenta de eso
mismo, de que no son sino imágenes diversas de una sola persona. Tanto vale y tanto queremos a la madre de Jesús, que
multiplicamos por todos lados sus imágenes...
Hay nombres de la Virgen que hacen alusión a su forma de ser. Sus cualidades son muchas, y por eso sus advocaciones
son muy variadas. Ella es virgen, inmaculada, purísima, sin mancha; es madre, auxiliadora, perpetuo socorro; es dolorosa,
asumpta a los cielos, reina... Cada una de sus cualidades está representada en una advocación particular. Como buenos hijos,
resaltamos con cariño los valores de nuestra Madre. Tantos títulos no son sino un ramillete de hermosas flores, dedicadas a la
única y verdadera Madre de Jesús, María.
En cambio resulta ofensivo para ella cuando personalizamos cada imagen, sepa rándola del conjunto de las otras, y aun
haciéndola rival o al menos distinta de las otras "vírgenes". Sería como el enamorado que se olvida de su prometida y se queda
prendado de una de las flores que le ofrece... O el hijo que cubre de cariño una foto de su madre, haciéndola rival de otras
fotos y olvidándose de atender a su misma madre en persona... Nadie se enamora de la imagen de alguien, o de una cualidad
aislada de una persona, sino de la persona misma, completa...
Otros nombres de la Virgen María provienen del lugar geográfico donde se da culto a una imagen célebre de ella: de
Caacupé, de Luján, de Guadalupe... Es como recordar con cariño sitios donde ella se ha manifestado de manera especial. Y es
bueno que nos gusten esas romerías en las que tantos devotos de María acuden a honrarla. Se trata de un ambiente especial, que
nos ayuda a sentirnos más hermanos, hijos todos del mismo Dios, el Dios de María y de Jesús. Esas romerías, bien hechas,
avivan nuestra fe...
Una vez redescubierto el sentido de las diversas imágenes de María, el segundo gran paso que se debe dar es el de
recobrar el sentido histórico de su vida. María fue una mujer concreta, con una personalidad propia. Tuvo cualidades,
experiencias, ideas..., fe en el Dios de Israel. Su vida histórica no nos puede ser indiferente. Todo lo contrario: hay que partir de
ella. No podemos tener devoción a María a partir de meros sentimentalismos, sino a partir de lo que realmente fue su vida
concreta, de lo que dijo y lo que hizo.
El primer dato que salta a la vista en su vida es su origen sencillo. El Padre Dios eligió para madre de Jesús a una chica
de pueblo, que no se destacaba gran cosa de sus demás compañeras, sino en su fe profunda y su agudo espíritu de servicio. Pero
nada de diferencias en su forma de vestir o de comportarse. Es ésta una verdad básica, que todavía nos cuesta aceptar. Nos
agrada intentar corregir a Dios, quizás pensando que una chica tan sencilla no podría llevar con dignidad una responsabilidad
tan importante. Por eso nos gustan esas imágenes de la Virgen tan distintas al pueblo sencillo; y disfrutamos vistiéndolas de lujo
y colgándole lo que ella históricamente nunca tuvo. Parece como si lo importante fuera hacerla aparecer como nunca fue;
parece que a ella hay que representarla siempre como perteneciente a otra cultura, a otro estrato social... Nos gustan las
imágenes de María con ajos azules y vestidas lujosamente... Nos cuesta aceptar que María históricamente es parte del pueblo: es
nuestra, de cada uno de nosotros, de nuestro pueblo y de nuestra cultura. María es ante todo del pueblo. De un pueblo concreto;
de todos los pueblos reales de la historia. Ella es mujer del pueblo. Así lo quizo Dios, y así lo debemos aceptar todos nosotros.
Cualquier buen hijo se sublevaría ante una supuesta imagen de su madre que no se pareciera nada a como fue ella en la
realidad...
Queremos conocer lo mejor posible todo lo que la Virgen María dijo e hizo durante su vida mortal, siempre con el
corazón lleno de amor a ella y a su verdad histórica, según lo atestiguan las Sagradas Escrituras.

Sacó a los poderosos de su tronos


y puso en su lugar a los humildes
José L. Caravias S.I.
No, no se trata de una frase de ningún manifiesto comunista. Ni de ninguna crónica izquierdista sobre alguna guerra
lejana. Son palabras de la Virgen María, de la de verdad, la histórica, contadas por el evangelista San Lucas en su Evangelio,
capítulo 1, versículo 52. Sería bueno que consultara su Biblia..., ¡si es que la tiene!
Hace poco fue la fiesta de Caacupé y nos acercamos a la Navidad. Y nada mejor que recordar algunas de las palabras de
María. A veces buscamos preferentemente "revelaciones" de María, hechas a algún "devoto" medio histérico, con tal de no
tomarnos en serio las palabras marianas del Evangelio.
San Lucas nos ha transmitido al comienzo de su Evangelio (1,46-55) un resumen maravilloso del pensamiento de María.
Es lo que se llama el cántico del "Magníficat". En él María se manifiesta llena de la alegría de ser de Dios, de que Dios ha
mirado "la condición humilde de su esclava". No se trata de ninguna chica ingenua. Ella conoce bien a Dios, se conoce a sí
misma, y reconoce lo mucho grande que Dios hace en ella. Sin falsas humildades: "En verdad el Todopoderoso hizo grandes
cosas en mí".
Después de alegrarse de la presencia de Dios en ella, su mirada se vuelve alrededor, se extiende a lo lejos, llega hasta las
profundidades de la historia, y ahí reconoce también la presencia de Dios. Igual que Dios se había manifestado en ella mirando
su pequeñez, María descubre la mano de Dios en la historia cuando los poderosos caen y los humillados son levantados, cuando
los hambrientos llenan su estómado y los ricos quedan vacíos. María ve a Dios en estos actos y se alegra por ello. Son sus
palabras concretas. Arruinar a los soberbios con sus maquinaciones es para ella un hecho heróico realizado por la mano de
Dios.
Estas ideas no las inventó María. Su canto del Magníficat rezuma espíritu bíblico por los cuatro costados. Es como un
resumen maravilloso del mensaje del Antiguo Testamento.

La mentalidad de la Virgen María


José L. Caravias S.J.
La figura de María ha sido presentada con frecuencia como una gran señora, muy rica, rodeada de nubes y de angelitos.
Con ello la piedad popular ha expresado su profunda devoción a la Madre de Dios. Pero hay siempre el peligro de que la
devoción de la gente sencilla sea manipulada por otros intereses. Y entonces, puede ocurrir que se camuflen la realidad histórica
y el mensaje que se debe tener en cuenta cuando pensamos en María. Ella ciertamente fue una mujer pobre, de pueblo, sencilla,
pero con un corazón maravilloso, lleno de Dios y de servicialidad.
Por los datos que nos suministra el Evangelio de Lucas, podemos decir que la mentalidad de María era profundamente
revolucionaria, por más que dicha afirmación nos resulte desacostumbrada o incluso escandalosa.
Una revolución es un cambio radical de una situación determinada. De ahí que la revolución en sí no es buena ni mala, ni
violenta ni pacífica. Hay revoluciones malas, como las hay buenas; las hay violentas, como las hay pacíficas. Afirmar que
alguien es un revolucionario es decir simplemente que se trata de una persona que quiere y se esfuerza por cambiar pronto y de
verdad una situación. Si la situación es aplastante para la mayoría de la población, y alguien dice que eso tiene que cambiar de
raíz y lo antes posible, está claro que se trata de una excelente revolución, más aún si se propone conseguir sus deseos por
medios pacíficos.
Pues esto justamente es lo que queremos decir al hablar de la mentalidad que tenía María, la madre de Jesús. Porque así
lo expresó ella cuando fue a visitar a su prima Isabel. Allí María manifestó los sentimientos que había en su espíritu (Lc 1,46-
47). Tales sentimientos se refieren, sobre todo, a la situación de la sociedad y a la manera como Dios interviene en la vida y en
la historia de los hombres.
"En verdad el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:
El es santo
y su misericordia llega a sus fieles
generación tras generación.
Su brazo interviene con fuerza,
desbarata los planes de los arrogantes,
derriba del trono a los poderosos
y levantan a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide con las manos vacías..." (Lc 1,49-53).
Como se ve, María cree que Dios interviene en la vida y en el mundo de tal manera que, en realidad, su actuación resulta
revolucionaria, porque desbarata y derriba a los grandes y poderosos, mientras que levanta a la gente sencilla, los humildes de la
tierra; colma de bienes a los pobres, mientras que a los ricos los deja "con las manos vacías". María comprende que los planes
de Dios son completamente al revés de los planes del mundo. Porque los proyectos sobre los que descansa la sociedad tienen su
fuerza en el poder, el dinero y el prestigio, pero, según María, Dios está en contra de todo eso, porque está a favor de "los
humildes" y "los hambrientos" de la tierra: los que no cuentan en los planes de la alta sociedad...
El Dios en el que cree María es el Dios que transforma los pilares sobre los que descansa nuestro mundo. No se trata de
derribar a unos poderosos para poner en su lugar a otros, sino de acabar con la opresión y el disfrute de unos pocos a base de
pisar a los demás. Dios es el Padre de todos los hombres. Y por eso, está a favor de todos. Lo que pasa es que la manera de
ayudar a unos es levantarlos, mientras que la manera de ayudar a otros es hacer que dejen de estar sobre los demás. Esa es la
mentalidad divina, que es la mentalidad que asimiló María.
El mensaje del Magníficat es un maravilloso resumen de algo central del Antiguo Testamento. Y en él está presente
también algo central del mensaje de Jesús: que Dios es Padre bueno de todos, y precisamente por ello opta por los desheredados
y los despreciados del mundo. María cree en el Dios de la Historia, en el Dios de los pobres, en el Dios de Jesús... Ella sabe
interpretar la Biblia desde el dolor de su pueblo, con ojos de pobre... Enfoca la vida desde las perspectivas del Reinado de Dios.

A propósito de San José


José L. Caravias S.J.
No parece probable que San José tuviera las barbas blancas, la cara sonrosada y esa figura endulzada que le pintan en
algunas estampas. Tracemos algunas pinceladas de su personalidad, ciertamente muy distintas a las tradicionales. Es mi
patrono, y quisiera reivindicarlo…
Los Evangelios hablan poco de San José. Lo cual ya es un dato. Eso quiere decir que era un sencillo hombre de pueblo.
Pero pertenecía a una familia de muy larga tradición: era descendiente de David (Mt 1,6; Lc 3,32). Se conserva la larga
genealogía de sus antepasados (Mt 1-17; Lc 3,23-38), lo cual denota cantidad de tradiciones guardadas con esmero. José era un
hombre sencillo, pero lleno de rica sabiduría popular con raíces muy antiguas.
No hay ningún apoyo bíblico para justificar la costumbre de pintar a San José como un anciano. Ello va en contra de las
costumbres de entonces. Peor aún si así se quiere indicar la virginidad de María: es triste insinuar que María fue virgen porque
se casó con un viejo. Ella se casaría, como todas las chicas de su tiempo, con un joven de su edad.
Con toda seguridad, José era un trabajador manual (Mt 13,55). Había tenido antepasados poderosos, pero él vivía de su
trabajo manual. El oficio de "carpintero" pueblerino en aquel tiempo abarcaba una cantidad de actividades que no se reducían a
la fabricación de muebles, sino que se extendía a la construcción de casas y a una gama amplia de manualidades. Se podría
decir que era como el hombre hábil del pueblo, al que se recurre confiadamente buscando solución a cualquier problema
imprevisto. Todavía, en nuestros pueblitos, ése es también el servicio polifacético del carpintero.
No podemos olvidar la situación socio-económica del momento y la región donde vivió José. El también estuvo sometido
a la dura situación que vivía el pueblo. Se sabe que entonces los campesinos soportaban duros impuestos de sus cosechas,
cobrados por Roma y Jerusalén. Llegaban a exigir hasta al treinta por ciento. Algunos se veían obligados a vender sus tierras y
quedar de peones rurales o de meros mendigos. Esta dura crisis económica tuvo que afectar gravemente a José y su familia.
Nos consta que en aquel tiempo hubo abundantes revueltas populares en Galilea. Por la historia sabemos que cuando
Jesús tenía unos quince años se produjo un levantamiento armado de los habitantes de Séforis, a pocos kilómetros de Nazaret,
que fue sofocado violentamente por el ejército romano y que costó la vida a varios miles de judíos. ¿Fue allí donde murió José?
La hipótesis no es absurda, si bien no pasa de ser una mera hipótesis.
El Evangelio de Lucas cuenta que un día Jesús leyó delante de sus paisanos en Nazaret unas palabras que hablan de la
tarea que debía realizar el Mesías: dar la buena noticia a los pobres, liberar a los presos, dar vista a los ciegos, poner en libertad
a los oprimidos (Lc 4,18; ver Is 61,1-2). Pero resulta que Jesús leyó esas palabras de Isaías saltándose una línea. Justamente la
línea donde el profeta hablaba de la venganza de Dios contra los enemigos de la nación judía. Lógicamente, los paisanos de
Jesús se extrañaron de que no hiciera mención de las palabras que hablaban de la venganza divina (Lc 4,22). Y se pusieron en
contra de él, quizás por callarse lo de la venganza de Dios contra los enemigos de su nación. Lo cual querría decir que entre los
habitantes de Nazaret, como generalmente sucedía entonces, abundarían los nacionalistas, que soñaban con la hora de la
venganza, debido a la situación tan dura que soportaban.
Es significativo el comentario que hizo la gente al escuchar a Jesús: "Pero ¿no es éste el hijo de José" (Lc 4,22). Parece
que a sus paisanos le sorprende que un hijo de José no resultara nacionalista, partidario de la venganza contra los enemigos de
Israel. Quizás José era un nacionalista, de los muchos que había entonces.
Hay otro detalle que viene a reforzar esta opinión. El padre de José se llamaba Jacob (Mt 1,16). Y, según tradiciones
antiquísimas del Talmud ese Jacob tenía un apodo: "el Pantera". De ahí que a José le dieran el apodo de "hijo del Pantera". Un
apodo muy apropiado para gente más bien belicosa.
Lo del apodo no tiene importancia. Lo que parece claro es que José vivió en su propia carne la opresión que tuvo que
soportar aquel pueblo, y que quizás participó y hasta se significó (por eso lo recuerdan los vecinos de Nazaret) en la inquietud
de los pobres que buscan solución ante las opresiones que padecen.
José vivió y sufrió la desdichada condición de los oprimidos de la tierra. Y cabe pensar, en buena lógica, que la opción
de Jesús por los pobres la aprendió en parte de José y María.
Es aleccionador ver a José como un hombre solidario de su pueblo, lejos de esa caricatura bonachona, justificadora de
actitudes conformistas, que a veces nos han querido imponer.

La personalidad de San José


José L. Caravias S.J.
San José no era viejo. Ni parece probable que tuviera las barbas blancas, la cara sonrosada y la figura endulzada que le
pintan en algunas estampas. Intentemos rescatar, en lo posible, su figura histórica, distinguiendo algunos datos como ciertos y
otros como meras posibilidades.
Los Evangelios hablan poco de él. Lo cual ya es un dato. Eso quiere decir que era un sencillo hombre de pueblo. Pero
perteneciente a una familia de muy larga tradición: era descendiente de David (Mt 1,6; Lc 3,32). Sabemos que aquella familia
había conservado cuidadosamente la larga genealogía de sus antepasados (Mt 1-17; Lc 3,23-38), lo cual denota cantidad de
tradiciones conservadas con esmero. Era un hombre sencillo, pero lleno de una rica sabiduría popular con raíces muy antiguas.
No hay ningún apoyo bíblico para justificar la costumbre de pintar a San José como un anciano. Ello va en contra de las
costumbres de entonces. Peor aún si así se quiere indicar la virginidad de María: es triste insinuar que María fue virgen porque
se casó con un viejo. Con ello además se está insinuando también un mal gusto de la joven María. Ella era una chica muy
normal y se casaría, como todas las chicas de su tiempo, con un joven de su edad.
Ciertamente José era un trabajador manual (Mt 13,55). Habían tenido antepasados poderosos, pero en aquel momento él
vivía de su trabajo manual. El oficio de "carpintero" pueblerino en aquel tiempo abarcaba una cantidad de actividades que no
se reducían a la fabricación de muebles, sino que se extendía a la construcción de casas y a una gama amplia de manualidades.
Se podría decir que era como el hombre hábil del pueblo, al que se recurre confiadamente buscando solución a cualquier
problema imprevisto. Todavía, en nuestros pueblitos, ése es también el servicio polifacético del carpintero.
No podemos olvidar tampoco la situación socio-económica de aquella región. Podemos afirmar que era un hombre
sometido a la dura situación que vivían los obreros de aquel tiempo, sobre todo en aquella provincia de Galilea, región de
pescadores y agricultores muy pobres. Se sabe que entonces los campesinos no podían aguantar los duros impuestos de sus
cosechas cobrados por Roma y Jerusalén, que llegaban alrededor del treinta por ciento. Algunos se veían obligados a vender sus
tierras y quedar de peones rurales o de meros mendigos. Esta dura crisis económica tuvo que afectar gravemente a José y su
familia.
Nos consta que en aquel tiempo hubo abundantes revueltas populares en Galilea. Por la historia profana sabemos que
cuando Jesús tenía unos quince años se produjo un levantamiento armado de los habitantes de Séforis, a pocos kilómetros de
Nazaret, que fue sofocado violentamente por el ejército romano y que costó la vida a varios miles de judíos. ¿Fue allí donde
murió José? La hipótesis no es absurda, si bien no pasa de ser una mera hipótesis.
Dentro ya del terreno de las hipótesis, algunos dan una interpretación al pasaje evangélico de la sinagoga de Nazaret que
no deja de ser interesante.
El Evangelio de Lucas cuenta que un día Jesús leyó delante de sus paisanos en Nazaret unas palabras que hablan de la
tarea que debía realizar el Mesías: dar la buena noticia a los pobres, liberar a los presos, dar vista a los ciegos, poner en libertad
a los oprimidos (Lc 4,18; ver Is 61,1-2). Pero resulta que Jesús leyó esas palabras de Isaías saltándose una línea. Justamente la
línea donde el profeta hablaba de la venganza de Dios contra los enemigos de la nación judía. Lógicamente, los paisanos de
Jesús se extrañaron de que no hiciera mención de las palabras que hablaban de la venganza divina (Lc 4,22). Y se pusieron en
contra de él, quizás por callarse lo de la venganza de Dios contra los enemigos de su nación. Lo cual querría decir que entre los
habitantes de Nazaret, como generalmente sucedía entonces, abundarían los nacionalistas, que soñaban con la hora de la
venganza, debido a la situación tan dura que estaban soportando.
Es significativo el comentario que hizo la gente al escuchar a Jesús: "Pero ¿no es éste el hijo de José" (Lc 4,22). Parece
que a sus paisanos le sorprende que un hijo de José no resulte nacionalista, partidario de la venganza contra los enemigos de
Israel. Quizás José era un nacionalista, de los muchos que había entonces. Por lo menos, ahí queda el hecho de que los vecinos
del pueblo quisieron despeñar a Jesús por un cerro (Lc 4,28-29). ¿Por qué?
Pero hay otro detalle que viene a reforzar esta opinión. El padre de José se llamaba Jacob (Mt 1,16). Y, según tradiciones
antiquísimas del Talmud y los Midrash ese Jacob tenía un apodo: "el Pantera". Y de ahí que a José le dieran el apodo de "hijo
del Pantera". Si esta tradición es verdad, tendríamos que a José y su familia le llamarían en su pueblo "los Panteras". Un apodo
muy apropiado para gente más bien belicosa.
Lo del apodo no tiene importancia. Lo que parece claro es que José vivió en su propia carne la opresión que tuvieron
que soportar aquellas gentes, y que, quizás participó y hasta se significó (por eso lo recuerdan los vecinos de Nazaret) en la
inquietud de los pobres que buscan solución ante las opresiones que padecen.
Jesús vivió y sufrió la desdichada condición de los oprimidos de la tierra. José no pudo vivir al margen de ese estado de
cosas. Y cabe pensar, en buena lógica, que parte de la opción de Jesús por los pobres la aprendió de José y María.
Es aleccionador ver a José como un hombre solidario de su pueblo, lejos de esa caricatura bonachona que a veces nos
han querido imponer.

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