Siéntate con las espalda erguida si es posible, y acomódate.
Cierra tus ojos. Deja que tu cuerpo y que tu mente reposen y se desprendan de tensiones. Y observa cómo se vuelven más calmados y relajados poco a poco. Ahora puedes identificar una sensación dolorosa en tu cuerpo, puede que lleve acompañándote un tiempo. Obsérvala. Mientras los haces, observa también cómo tu mente interpreta esa sensación como sufrimiento. Continúa observando la sensación de dolor desde fuera, de la manera más objetiva posible. Obsérvala como cualquier otra, observa la experiencia de la sensación. Puedes probar a sonreír ligeramente mientras observas y date cuenta del efecto de ello en tu cuerpo. Dale el permiso a la sensación dolorosa para estar ahí. Quizás observes cómo tu mente quiere deshacerse de esa sensación. Observa esa resistencia y dale también el permiso para estar ahí. Vuelve a la sensación de dolor, observándola con apertura y curiosidad, sin intentar librarte de ella, como si estuviera fuera de ti. Aceptándola de forma amable. Puedes colocar una mano sobre esa parte de tu cuerpo donde sientes ese dolor y dejarla reposar ahí suavemente. Ahora hazte consciente de tu cuerpo en su conjunto, integrando esta sensación con todas las demás en el amplio paisaje de tu cuerpo. Observa el conjunto sin centrarte en ninguna sensación en concreto. Poco a poco puedes comenzar a moverte y a respirar más profundamente. Cuando lo sientas abre tus ojos