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La Paralitica – Alejandro Urdapilleta

¡Sí, es verdad! ¡Sí, es verdad! ¡Es verdad, oficial! Sí, sí, sí, yo la maté. Pero

es que me tenía harta, ella era mala, pérfida, ladina, ponzoñosa. Y me cansé

de sus ojos de mosquita muerta. Y de que se hiciera la paralítica. Porque ella

no podía moverse, es cierto, ahí están los certificados de los dotores, pero

no era como para poner ojos de paralítica, ella se regodeaba con su tragedia

y yo le decía paralítica de mierda y le tiraba el caldo con cabello de ángel,

hirviendo se lo tiraba en la cabeza y por eso estaba toda pelada. Sí, es

verdad, día por medio a las cinco de la mañana le tiraba el caldo porque no

soportaba sus piernas flácidas y el olor de paralítica y la mentalidad de

discapacitada y sobre todo que no había tenido la culpa de que se subiera al

andamio en la obra en construcción en el Chaco, cuando yo era bailarina,

más que le Belfiore, que me fui al monoblock en contrucción atrás del

obrero paraguayo y ella, como buena madre hija de puta que era, me

persiguió para espiarme y se cayó del andamio, porque yo en esa época

tomaba cañita Legui, sí, y después licor Ocho Hermanos, que no hay nada

más dañino que eso, y un día me preguntó por el hámster y yo no le

entendía porque decía lmmmmm jjmmmúmmter desde la silla de ruedas, en

el patio de atrás, mientras yo colgaba los pañales de su incontinencia todos

percudidos lmmmmm jjmmmúmmter ¿¡el hámster!? le dije, ¿¡sabés lo que

le hice a tu hámster!? ¡Lo desollé vivo! Y ahora está enterrado abajo de tu

cama.

¡¡¡Lmmmmm jjmmmúmmter!!! ¡Hablá bien gangosa de mierda!, le decía yo,

oficial, porque ella me lo hacía a propósito para cagarme porque yo era

bailarina y peluquera y me debía a mi arte, no tenía por qué vivir así

entonces, la maté, ¡sí!, ¡la maté, oficial! ¡Y no sabe qué liberación! Puse un
disco de Richard Clayderman el claro de luna y bailé como la llama de una

vela en un velorio.

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