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LA COBRA

Al comienzo, por etiqueta, o porque quería impresionar a los vecinos me portaba


bien. Pero una tarde rellené la media negra de mujer. La envolví en un hilo y corté la punta
del pie. Después, donde había estado el pie puse un hilo bien largo de barrilete y lo até. De
lejos, empujando despacito, parecía una cobra y en la oscuridad ella iba a tener gran
éxito. De noche, cada uno cuidaba de su vida. Parecía que la casa nueva hubiera
cambiado el espíritu de todos. En la familia reinaba una alegría como desde hacía mucho
tiempo no la había. Me quedé quietito en el portal, esperando.

¡Listo! Por allá venía una mujer. Traía una sombrilla debajo del brazo y una
cartera colgando de la mano. Se alcanzaba a escuchar el ruido de los zuecos golpeando
la calle con sus tacos. Corrí a esconderme en el portal y probé el hilo que empujaba la
cobra. Ella obedeció. Estaba perfecta. Entonces me escondí bien escondidito detrás de
la sombra de la cerca y me quedé con el hilo entre los dedos. Los zuecos venían
acercándose, más cerca, más cerca todavía, y ¡zas! Comencé a tirar de la línea de la
cobra, y ella se deslizó despacio en el medio de la calle. ¡Solo que yo no esperaba
aquello! La mujer dio un grito tan grande que despertó a toda la calle. Largó la bolsa y
la sombrilla para arriba y se apretó la barriga sin dejar de gritar:
- ¡Socorro! ¡Socorro! … Una cobra, amigos. ¡Ayúdenme!

Las puertas se abrieron y yo solté todo, disparé por al lado de la casa, entré en la
cocina. Destapé rápidamente el cesto de la ropa sucia y me metí dentro, cubriendo de nuevo el
cesto con la tapa. Mi corazón latía, asustado, y continuaba escuchando los gritos de la
mujer. En ese momento yo no solamente estaba asustado, sino que comencé a temblar.

Los vecinos la llevaron para adentro y los sollozos y las quejas continuaban.
- ¡No puedo más, no puedo más! ¡Y tan luego una cobra, con el miedo que les
tengo!
- Tome un poco de agua de flor de naranjo. Cálmese. Quédese tranquila, que los
hombres fueron detrás de la cobra armados con pedazos de palo, machetes y un farol
para alumbrarse.

¡Qué lío de los mil diablos por causa de una cobrita de género! Pero lo peor de
todo es que la gente de casa también había ido a mirar. Jandira, mamá y Lala.

- ¡Pero si no es una cobra, amigos! Apenas es una media vieja de mujer.

En mi miedo había olvidado retirar “la cobra”. Estaba frito. Atrás de la cola venía
el hilo y el hilo entraba en nuestro fondo. Tres voces conocidas hablaban al mismo
tiempo:

- ¡Fue él!

Ya no se trataba de la caza de una cobra. Miraron debajo de las camas. Nada.


Pasaron cerca de mí, y yo ni respiré. Fueron del lado de afuera para mirar la casa. Jandira
tuvo una idea:

- ¡Me parece que ya sé dónde está!

Levantó la tapa del cesto y fui levantado por las orejas hasta el comedor (…).

Fragmento de Mi planta de naranja lima de José Mauro de Vansconcellos.

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