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LA MUÑECA DE TRAPO

Cuando entré a la universidad, busqué un piso que estuviera cerca de las instalaciones del campus.
Yo venía de una provincia pequeña y era la primera vez que vivía sola en la gran ciudad, lo cual me
hacía mucha ilusión. Al final alquilé un departamento pequeño y con dos dormitorios, junto a otra
compañera que asistía a la misma institución.

Entre ambas apenas y nos apañábamos para completar el gasto, pero estaba bien. El barrio era
tranquilo, la convivencia pacífica y podíamos ir todo el tiempo a fiestas en la zona, ya que era un
vecindario para estudiantes.

Un día, mi compañera trajo a casa un curioso adorno para decorar. Era una muñequita de trapo vestida
de manera anticuada, con falda larga, una blusita blanca y una capa sobre los hombros. Tenía una
gorro sobre los cabellos que me recordó a las mujeres del siglo XIX. Lo más extraño es que su rostro
estaba en blanco, no le habían dibujado facciones.

Mi amiga dijo que se la había encontrado tirada en la calle y como le pareció bonita, se la había traído.
A mi no me pareció bonita en absoluto, pero de cualquier manera terminó sentada en una estantería
del pasillo, justo afuera de nuestras habitaciones.

Esa noche, ella se fue de fiesta mientras yo me quedaba estudiando. Tenía un examen muy importante
al día siguiente y no me podía permitir reprobar, ya había descuidado bastante mis notas.

Mientras pasaba las páginas de mi libro, escuché un sonido afuera y no le di la menor importancia.

Cuando algo se cayó al suelo, esta vez sí que me espanté y salí a ver qué pasaba. Las cosas de la
estantería se habían caído y encima de ellas se encontraba esa maldita muñeca. Mosqueada, recogí
todo y a ella la dejé boca abajo.

Me metí de nuevo a la habitación y pensé en tomar una siesta. Mis párpados se cerraban y era más
de medianoche.

Al poco rato de acostarme, escuché que la puerta se abría y lo primero que pensé fue que mi
compañera había regresado. No oí sus pasos pero sí sentí que un lado del colchón se hundía, mientras
algo se acercaba hacia mí. Algo pequeño y ligero.

Cuando abrí los ojos, la muñeca estaba delante de mí y tenía la más horrible expresión dibujada en
su rostro. Un rostro tan horrible, que me estremezco de solo recordarlo y que en ese instante me quiso
hacer gritar. Pero yo no podía moverme. Todo el cuerpo se me había paralizado y mientras esa
muñeca maligna me miraba, escuché una risita aguda que me puso todos los pelos de punta. Parecía
que estaba viviendo un cuento de terror.

—Nadie te escucha —me susurró con una voz perversa.

Aterrorizada, cerré los ojos y comencé a rezar mentalmente, intentando ahuyentarla. Los minutos se
me hicieron eternos hasta que a lo lejos, escuché el sonido de llaves en la puerta.

Cuando mi amiga entró, recién pude moverme y corrí hacia ella, llorando de terror.

Al día siguiente tiramos la muñeca.

Fin

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