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Cantar primero – Destierro del Cid

El rey Alfonso VI envía al Cid a cobrar las parias de los reyes moros de Córdoba y Sevilla. El rey de
Granada y el de Sevilla son grandes enemigos. Con el de Granada se encuentran el conde García
Ordóñez y el yerno del rey de Navarra y todos juntos deciden atacar al rey de Sevilla.

Como el de Sevilla es vasallo del rey Alfonso el Cid les manda cartas para que no vayan contra él,
pero no le hacen caso y destruyen todas sus tierras y su castillo. Entonces el Cid va a batallar
contra ellos para que salgan de las tierras de Sevilla, apresa al conde García Ordóñez y le arranca la
barba. Desde entonces le llaman el Cid Campeador que quiere decir batallador. A éste y a otros
muchos los tiene presos tres días y después los suelta y devuelve al rey de Sevilla todas sus
posesiones. Éste le da al Cid regalos y le paga las parias. Con éstas regresa y el rey Alfonso se pone
muy contento, lo cual hace que muchos le tengan envidia y tramen algo para enemistar a Alfonso
con su vasallo. El rey los cree y muy enojado destierra al Cid de su reino dándole nueve días para
abandonarlo.

El Cid convoca a sus parientes y vasallos y les cuenta del destierro. Quiere saber quienes quieren
venir con él. Habla Álvar Fáñez, primo hermano del Cid, para decir que todos irán con él. Salen de
Vivar hacia Burgos dejando atrás sus palacios. El Campeador llora tristemente y se acuerda de sus
enemigos y lo que han tramado contra él. Al salir de Vivar ven volar del lado derecho del camino
una corneja, presagio de buena suerte.

El Cid entra en Burgos pero nadie quiere hospedarle porque el rey ha mandado avisar que quien lo
ayude se enemistará con él. Sale de Burgos y acampa en un arenal junto a la villa. Como también
ha prohibido que le vendan al Cid cualquier tipo de víveres Martín Antolínez, burgalés vasallo del
Cid, viene a proveerlo de ellos.

Como el cid necesitaba dinero decidieron hacer dos arcas para que parecieran muy finas y llenarlas
de arena. Éstas están destinadas a obtener el dinero de dos judíos de Burgos. Antolínez se internó
en la judería para buscar a Raquel y Vidas y les cuenta del destierro y de las arcas llenas de oro.
Como el Cid no puede llevarlas consigo quiere que las cuiden y le den algún dinero prestado a
cambio. Necesitaba seiscientos marcos. Los judíos aceptaron y hacen el cambio haciéndoles
prometer que no las abrirán antes de un año.

El plazo de nueve días ya estaba pronto a expirar. Se ponen en camino y el Cid se despide de la
catedral de Burgos prometiéndole a la virgen si le ayuda mil misas para su altar.

El Campeador va a Cardeña a despedirse de su familia. El abad lo recibe y él le da dinero para que


en su ausencia nada falte a su mujer y sus hijas. Doña Jimena aparece con sus hijas y todas se
lamentan por la separación. El Cid les promete regresar y casarlas honradamente.
Un centenar de castellanos junto con Martín Antolínez llegan a Cardeña para unirse al Cid. Solo
quedan tres días para que acabe el plazo. A la mañana siguiente después de una misa parten y al
cruzar el río Duero hacen noche. La última noche que el Cid duerme en tierras de Castilla se le
aparece el arcángel San Gabriel que lo consuela y le dice que Dios lo está protegiendo.

Al día siguiente manda acampar en la frontera de Castilla al lado ya de tierra de moros. Pasa
revista de su gente y cuenta hasta trescientas lanzas. Manda acampar en el día y cabalgar de
noche para que nadie los pueda seguir y averigüen a donde van. El Cid prepara una emboscada en
Castejón, se queda con cien hombres para acorralarla y manda a Álvar Fáñez de Minaya con
doscientos para atacar en vanguardia Hita, Guadalajara y Alcalá. Todas las ciudades caen en poder
suyo, juntando un botín considerable. Como no quiere enfrentarse con el rey Alfonso decide dejar
Castejón y en vez de derribar el castillo se lo devuelve a los moros.

El Campeador marcha a tierras de Zaragoza, dependientes del rey moro de Valencia. Descansa en
Alcocer y manda cavar un foso alrededor del campamento pues tiene planeado ganar la ciudad.
Con la noticia de la llegada del Cid todos los moros se encuentran atemorizados y le pagan sus
parias, pero como Alcocer no se entrega el Cid decide intentar un ardid de guerra. Manda quitar
todas las tiendas y dejar una sola en el campamento. Así se va por el río Jalón abajo y al verlo los
de Alcocer piensan que le falta la comida y que es un buen momento para atacarlo, así salen de la
muralla y lo persiguen dejando las puertas abiertas. Pero el Cid deja en retirada una emboscada,
juntos atacan a los moros y de esta forma conquistan el castillo.

Los pueblos cercanos a Alcocer le mandan al rey Tamín de Valencia noticias de lo ocurrido y le
dicen que pronto sus tierras también caerán bajo la influencia del Cid. El rey enojado decide
mandar contra él más de tres mil moros bajo el mando de los emires Galib y Hariz. Después de
cercarlos y dejarlos sin agua durante tres días el Cid celebra consejo y todos animados por Minaya
deciden salir a batallar. Le encarga a Pero Bermúdez, pariente del Cid, la bandera y le pide que se
quede en retaguardia. Cuando salen del castillo el Cid les dice a sus tropas que no se muevan hasta
que él lo ordene. Sin embargo Pero Bermúdez espolea su caballo y dice que va a clavar la enseña
del Cid en mitad de sus enemigos, que los que a ella estén obligados ya se encargarán de
defenderla. Así lo hace y entonces el Campeador viéndole rodeado de moros manda acometer a
los suyos para socorrerlo. Se produce una batalla terrible y mil trescientos moros quedan tendidos
en el campo. Por fin el Cid consigue herir al emir Hariz y Martín Antolínez a Galib y de esta forma
alcanzan la victoria. Los moros huyen perseguidos por los del Cid.

Todos están contentos con el botín conseguido. Con su parte el Cid decide hacerle un regalo al rey
Alfonso de Castilla. Así manda a Minaya que vaya a entregarle treinta caballos y le pide también
que lleve oro y plata fina para pagarle mil misas a la virgen de Burgos y que lo restante se entregue
a su mujer y sus hijas. Después de vender Alcocer a los moros el Cid se asienta en un cerro sobre
Monreal y desde ahí le hace pagar tributo a todas las ciudades cercanas.
Minaya llega ante el rey con el regalo y le cuenta las hazañas del Cid. Éste lo acepta y perdona a
Minaya, sin embargo tres semanas le parece muy poco tiempo para perdonar a su amo. También
permite a los caballeros castellanos que quieran unirse al Cid que lo hagan sin recibir castigo.

El Cid viendo que Minaya tarda ya tres semanas decide emprender la marcha y por donde pasa las
ciudades sojuzga y le pagan tributo, incluida la misma Zaragoza. Minaya regresa con doscientos
castellanos y todos se ponen muy contentos al recibir noticias de sus parientes.

Las correrías y saqueos llegan a oídos del conde de Barcelona que lo toma como una afrenta. Éste
enojado porque el Cid recorre sus tierras y al parecer por otra afrenta en que hirió a su sobrino
reúne tropas de moros y cristianos y se dispone a alcanzarlo. El Cid intenta calmar al conde
mandándole una carta pero no lo convence y el Campeador se da cuenta de que ya no puede
evitar la batalla.

Arenga a los suyos haciéndoles ver que su ejército está en clara ventaja porque se encuentra
mejor equipados y por su mejor posición estratégica. El Cid vence la batalla, hace prisionero al
conde Ramón y gana su espada Colada que valía más de mil marcos. Al conde prisionero manda lo
custodien en una tienda y le den de comer pero éste avergonzado quiere dejarse morir de
hambre. Le promete dejarlo en libertad pero no devolverle nada de su ganancia pues lo necesita
para los suyos. El conde marcha receloso pero el Cid se encuentra feliz con los suyos contando la
gran riqueza que han acumulado.

Cantar segundo – Bodas de las hijas del Cid


Aquí empieza la gran gesta del Cid Campeador, la conquista de Valencia que constituye el nudo de
la obra.

El Cid deja las tierras de Zaragoza, Huesa y Montalbán y cabalga hacia el oriente donde sale el sol.
Conquista Burriana y Murviedro mientras en Valencia empieza a cundir el miedo

Los moros valencianos se unen en consejo y deciden cercar al Cid en los campos de Murviedro.
Éste al verlos venir manda mensajes a sus tropas que están desperdigadas en distintos pueblos
para que vengan a su encuentro y así poder empezar aquella batalla campal. Cuando se hallan
todos reunidos recuerda a sus súbditos que si desean seguir su camino deben vencer a aquellos
moros. Al amanecer atacarán.
Minaya da el plan de batalla. Le pide al Cid solamente cien caballeros para atacar por retaguardia y
le propone que él ataque con todos los demás. Le complace el plan y a la mañana siguiente lo
ejecutan con éxito. Los moros se ven obligados a rendirse o huir hacia Valencia perseguidos por los
del Cid. Matan a dos emires y consiguen grandes ganancias. El miedo se incrementa en Valencia y
la fama del Cid sigue creciendo. Éste sigue avanzando hacia el sur. Toma Cullera, Játiva, Denia y
Benicadell y sigue saqueando y guerreando hasta conquistar toda la región de Valencia en el
transcurso de tres años.

Los moros amedrentados se esconden en Valencia, no se atreven a salir a batallar y el Cid asedia la
ciudad dejándolos sin comida. Los moros intentan conseguir ayuda del rey que hay en Marruecos
pero no reciben contestación. Esto alegra mucho al Cid y manda pregones por Aragón, Navarra y
Castilla para invitar a los cristianos que se quieran unir a él en el cerco de Valencia. Muchos van allí
atraídos por la posible ganancia y entonces el Cid decide no esperar más. El cerco dura ya nueve
meses y al décimo los moros se entregan. Al fin entra en la ciudad y en lo alto del alcázar ondea su
enseña.

Mientras tanto al rey de Sevilla le llega la noticia de que el Cid tomó Valencia y entonces marcha a
atacarlos con treinta mil hombres. Los del Cid salen a su encuentro y libran con ellos batalla. Los
hacen retroceder en desbandada y al regresar los del Campeador traen consigo más ganancia de la
que consiguieron en Valencia.

La barba del Cid ha crecido ya mucho desde que lo desterraron e hizo la promesa de no cortársela.
Todos los que lo han acompañado se encuentran ahora nadando en riquezas con las que él ha
pagado su lealtad. Se hace aconsejar por Minaya ya que quiere formar un estado allí en Valencia
con todos los que con él se encuentran. Por esta razón manda juntar a sus súbditos para poderlos
contar. Tiene tres mil seiscientos, muchos más de aquellos con los que salió de Castilla. Manda a
Minaya a Castilla con un regalo de cien caballos para el rey y con la petición de que le deje sacar
de su reino a su mujer y sus hijas. Lo acompañan cien hombres y lleva mil marcos de plata de los
que debe dar quinientos al abad.

Llega a Valencia un clérigo guerrero y culto llamado el obispo don Jerónimo. Por las hazañas del
Cid viene preguntando. Éste para dar gracias a Dios de sus victorias quiere fundar un obispado en
Valencia y así se lo comunica a Minaya para que también de esto lleve noticias a Castilla. Se le da a
don Jerónimo el cargo de obispo con el cual puede enriquecerse grandemente. Los cristianos
muestran gran alegría pues ya hay obispo en Valencia.

Minaya se dirige a Carrión donde se encuentra el rey Alfonso. Lo encuentra al salir de misa y le
relata todas las hazañas del Cid, la toma de Valencia y la creación del obispado. Le entrega su
regalo y le comunica el deseo del Cid de que deje salir a sus mujeres. El rey se muestra contento y
acepta con agrado. Sin embargo el conde Garci Ordóñez que allí se encuentra muestra recelo y
gran envidia.

El rey decide devolverle sus tierras a aquellos a las que se las confiscó y permite marchar a los que
se quieran unir al Cid. Mientras esto sucede los infantes de Carrión hablan entre ellos. Se dan
cuenta de que las riquezas del Cid son grandes y entonces piensan que si se casaran con sus hijas
ganarían mucho, aunque por ahora no dicen nada. Quedando la cosa así se despide Minaya del rey
recibiendo su bendición, no sin antes recibir la petición de los infantes de Carrión de que salude al
Cid de su parte.

Minaya se dirige a San Pedro donde se encuentran las damas. Les narra todo lo sucedido, da los
quinientos marcos al abad y con los otros quinientos prepara el viaje de las mujeres. Cuando se
disponen a marchar aparecen los judíos Raquel y Vidas pidiendo su dinero y Minaya les asegura
que por lo que hicieron por él seguro los recompensará. Todavía antes de partir se les unen más
de setenta hombres y mientras cabalgan por tierras de Castilla son custodiados por mensajeros del
rey y alojados en todas partes.

El Cid recibe a los mensajeros de Minaya con noticias de su mujer y sus hijas y entonces manda a
sus hombres, Muño Gustioz, Pero Bermúdez, Martín Antolínez y el obispo Don Jerónimo, con cien
jinetes para que las encuentren en Medina. Llegando a Molina le piden al moro Abengalbón los
acompañe con cien hombres más.

En Medina todo está preparado y Minaya al ver gente armada acercándose piensa mal y envía
mensajeros. Son los hombres del Cid. Regresan todos juntos siempre custodiados por los de
Abengalbón y ya cerca de Valencia mandan un aviso al Cid que a su vez manda doscientos jinetes
al encuentro de las damas. Dejando el alcázar al cuidado de otros hombres sale él mismo a
recibirlas sobre su caballo Babieca que desde ese día se hará famoso en toda España. En mitad de
una gran pompa las mujeres entran en la ciudad y el Cid las sube al alcázar para que desde ahí
contemplen Valencia.

El rey de Marruecos se encuentra muy enojado porque cree que el Cid se ha metido en sus tierras.
Manda entonces entrar a sus hombres por mar y allí plantan sus tiendas. El Cid al ver las huestes
de moros da gracias a Dios por ponerle delante esta oportunidad de defender Valencia, su
heredad, delante de sus hijas y su mujer. Éstas muy atemorizadas al oír los tambores moriscos son
tranquilizadas por el Cid.

Al ver a los moros entrando ya por la huerta de Valencia las mesnadas del Cid salen de la villa a su
encuentro. Matan a quinientos y a los demás persiguen hasta el campamento moro. Regresan y
preparan el plan de batalla para el día siguiente. Minaya le pide al Cid ciento treinta hombres para
atacar la retaguardia.

A la mañana siguiente el obispo canta la misa, bendice a todos y le pide al Cid que le permita que
las primeras heridas sean hechas por su espada. Todos salen ya a la batalla por las torres de Quart
dejando las puertas resguardadas. Son cuatro mil cristianos contra cincuenta mil moros. El Cid
montado en Babieca va sembrando la muerte a diestra y siniestra. Hiere al rey moro Yúcef pero
éste huye a ocultarse en un castillo. De los cincuenta mil moros solo han quedado un centenar y
las ganancias son de tres mil marcos, mil caballos y las tiendas preciosas de los moros. El Cid
quiere mandarle de presente al rey Alfonso la tienda del rey moro toda labrada en oro.

Pero Bermúdez y Minaya son enviados por el Cid para llevar a Castilla el regalo del rey y manda
decirle que mientras viva será su servidor. Los mensajeros llegan a Valladolid donde se encuentra
el rey. Éste recibe con agrado los presentes y las noticias de sus batallas y victorias. El conde Garci
Ordóñez muestra envidia del Cid, pues cuanto más crece su honra esto a él más le humilla. Los
infantes de Carrión cavilan algo con el conde.

El rey Alfonso ofrece comodidades a los mensajeros mientras los de Carrión traman casarse con las
hijas del Cid, ya que creen que esto les dará honra y riqueza, entonces le piden al rey que medie y
les trate el casamiento. Éste acepta aunque con reticencias y le comunica a Minaya y Bermúdez
que por lo bien que ahora le sirve el Cid recibirá su perdón y que puede ir a visitarlo cuando
quiera. Además les dice que los infantes de Carrión quieren casarse con sus hijas y les pide lleven
de esto noticias al Cid.

Cuando de todo se entera el Cid pide su opinión a Minaya y Bermúdez que le contestan que lo que
él piense les parecerá bien. Finalmente decide hacer caso de lo que le pide el rey, además de que
los infantes tienen muy buen puesto en la corte. Los mensajeros también le comunican la
intención del rey de tener un encuentro para ofrecerle la prueba de su favor y él decide que la
entrevista se celebre sobre el río Tajo mandando mensajeros de regreso con esta noticia.

Al recibirla el rey decide que el encuentro se realice en tres semanas. Los preparativos de la cita se
hacen en las dos partes. Un séquito numeroso acompaña al rey Alfonso VI, sus mesnadas leonesas,
gallegas y castellanas y por supuesto también los infantes de Carrión. El Cid deja Valencia al
cuidado de Álvar Salvadóñez y don Galindo el de Aragón. Las damas quedan a su cuidado
encerradas en el alcázar, del que no podrán salir hasta el regreso del Cid.

Por fin se encuentran en el Tajo y el Cid se postra ante el rey llorando emocionado. Éste le
concede el perdón y le dice que desde ese día vuelve a ser bienvenido en su reino. Los infantes de
Carrión saludan al Cid y el rey le pide sus hijas para que se casen con ellos. Éste le contesta que
tanto él como ellas están a disposición de lo que el rey ordene y así deciden que se casarán. Pero
no quiere entregar a sus hijas por su mano y pide al rey que designe un representante que lo haga.
Minaya es el elegido. Se despiden y regresan a Valencia donde el Cid anuncia a sus hijas el
casamiento, éstas se muestran satisfechas porque piensan que de ahora en adelante nada les
faltará. El Cid sin embargo recela del casamiento y quiere dejar claro que las casa por petición del
rey y no por su propia voluntad.

Empiezan los preparativos para las bodas y se decora el palacio. Los de Carrión se presentan ante
el Cid y doña Jimena y Minaya entrega a sus hijas. Todos salen de palacio, se dirigen a Santa María
donde el obispo don Jerónimo les da la bendición y canta la misa. Las bodas duran quince días, el
Cid se muestra contento y los de Carrión viven en Valencia los dos años siguientes recibiendo
agasajos de todo el mundo.

Cantar tercero – La afrenta de Corpes


Un día el león del Cid, mientras éste duerme en un escaño, escapa de su jaula. Todos los hombres
rodean a su señor dormido pero los infantes de Carrión huyen y no encuentran donde esconderse.
Al despertar el Cid pregunta qué sucede y le cuentan del león. Sin embargo él se levanta
presuroso, se acerca al león y lo amansa agarrándolo por el cuello y devolviéndolo a su jaula. Los
presentes quedan maravillados. El Cid pregunta por sus yernos, más por mucho que los buscan no
los encuentran. Cuando al fin los hallan aterrorizados la burla y la diversión se apodera de todos,
hasta que el Cid manda guardar silencio. Los infantes avergonzados quedan muy resentidos por
este suceso.

Mientras tanto el rey Búcar de Marruecos se dispone a atacar Valencia y tiende cincuenta mil
tiendas sobre los campos de Quart. El Cid y los suyos ya piensan en la batalla y sus ganancias, más
los infantes se muestran contrariados pues piensan que ahora les toca batallar, calcularon la
ganancia pero no la perdición. Ahora extrañan Carrión acobardados por la presencia de las tiendas
moras. Toda esta conversación la oye Muño Gustioz que de ello informa al Cid. Éste sonriendo se
dirige a sus yernos y les dice que se queden en Valencia que para vencer a los moros se basta él
solo.

El rey Búcar manda un mensaje para que abandonen Valencia o si no les pesará. A la mañana
siguiente salen contra los moros. Los de Carrión le piden al Cid la delantera para contrarrestar su
fama de cobardes. Entonces don Fernando, uno de los infantes, se adelanta para atacar a un moro,
más cuando se encuentra delante de él siente miedo y huye. Pero Bermúdez lo socorre, mata al
moro y le dice al infante que cuente a todos que lo mató y él lo atestiguará como cierto. Al oír esto
todos quedan maravillados y el Cid piensa que tal vez no esté todo perdido con sus yernos.
El obispo don Jerónimo rompe la batalla matando a varios moros. El Cid al verlo rodeado acomete
contra los enemigos y así invaden el campamento, haciendo que los de Búcar deban huir de sus
tiendas. Los persiguen y el Cid alcanza a Búcar, lo mata y así gana la espada Tizona que vale más de
mil marcos.

Todos regresan contentos de la victoria y el Cid expresa su satisfacción a sus yernos al ver como se
han esforzado en la batalla. Él lo dice en serio más los infantes lo creen burla y escarnio. El Cid en
el colmo de su gloria medita la posibilidad de dominar Marruecos, sin embargo decide no atacarlos
aunque le deberán de pagar parias.

Doña Jimena y sus hijas pensaban que los infantes eran valientes,mas sin embargo eran todo lo
contrario. Éstos ante tantas burlas se van mal aconsejando y deciden regresar a Carrión con sus
ganancias y afrentar a las hijas del Cid, para esto le piden a su padre que las permita acompañarlos
para enseñarles Carrión. El Cid que nada sospecha no solo entrega a sus hijas sino que les ofrece
un ajuar de tres mil marcos, vestidos, mulas y caballos y regala las espadas Tizona y Colada a sus
yernos.

Las infantas se despiden de su madre y el Cid los acompaña a la salida de Valencia, más las
predicciones le dicen que estos casamientos no acabarán bien.

El Cid envía a Félez Muñoz, primo de sus hijas, para que las acompañe a Carrión. Los viajeros llegan
a Molina y el moro Abengalbón los acompaña hasta Medina donde se despide y les ofrece grandes
regalos. Al ver todas las riquezas del moro los infantes empiezan a tramar algo, si matasen al moro
podrían quedarse con todo. Sin embargo un moro que conoce su lengua oye toda la conversación
e informa a Abengalbón. Éste se despide de los infantes no sin antes amenazarlos y presintiendo la
desgracia de las hijas del Cid.

Los infantes siguen su camino hasta el poblado de Corpes donde ordenan acampar. A la mañana
siguiente mandan a sus criados que se adelanten pues quieren quedarse solos con sus esposas.
Entonces les anuncian que allí serán ultrajadas, las despojan de sus vestiduras y las azotan.
Aunque las damas les ruegan que las dejen, ellos deciden que allí se vengarán de la ofrenta del
león y así desfallecidas las dejan dándolas por muertas.

Mientras los infantes se dan a la fuga alabándose de su cobardía Félez Muñoz que había sido
mandado a la delantera sospecha que algo no va bien y se separa del séquito internándose en el
bosque para esperar a sus primas. Vuelve atrás en su busca y las encuentra desmayadas. Las
intenta reanimar y cuando lo consigue les da agua, las cubre con su manto y las monta en su
caballo. Las lleva hasta San Esteban donde encuentra a un siervo de Minaya que las hospeda y les
ofrece cuidados.

Estas noticias llegan a oídos del rey Alfonso y también del Cid, que manda a Pero Bermúdez y a
Minaya con doscientos hombres para que traiga a sus hijas.

El Cid las recibe en Valencia donde les promete que no serán deshonradas y encontrarán un mejor
casamiento. Manda un mensaje al rey Alfonso con Muño Gustioz para que le pida justicia y le dé
derecho contra los infantes de Carrión. El rey medita por largo tiempo y le promete reparación.
Convocará a cortes en Toledo donde deberán presentarse todos sus vasallos incluidos los infantes.

Los de Carrión tienen miedo de ir a las cortes porque allí se encontrarán al Cid, así que le piden al
rey que les perdone la obligación de asistir. El rey se niega y les dice que deben rendir cuentas de
una queja que contra ellos tiene el Campeador. Los infantes piden consejo a sus parientes y
reciben el apoyo del conde Garci Ordóñez enemigo declarado del Cid.

Llega el plazo y todos se reúnen en las cortes. Cuando llega el Cid entra en Toledo con sus mejores
galas y cien hombres. Cuando lo ven todos se levantan de sus asientos incluido el rey. Los únicos
que no lo hacen son los de Carrión. El rey abre la sesión para encontrar derecho sobre el asunto
del Cid que ya todos conocen y para que se proclame la paz entre los litigantes. Le pide que
empiece su demanda al Cid. Éste aclara que por dejar a sus hijas no siente deshonor ya que fue el
rey y no él quien las hizo casar.

Pero les reclama a los infantes las espadas Colada y Tizona que les regaló. Éstos parlamentan con
sus parientes y creyendo que así habrán de librarse de otras demandas deciden devolvérselas. El
Cid se las regala a Pero Bermúdez y Martín Antolínez. Pero el Cid realiza entonces su segunda
demanda, que le devuelvan el ajuar de sus hijas, los tres mil marcos que él les dio. Los infantes se
lamentan pues ya han gastado gran parte del dinero, pero finalmente se lo pagan reuniendo
cuanta cosa valiosa pueden encontrar. Los infantes salen muy malparados con esta resolución del
juicio.

Acabada ésta, la demanda civil, el Cid expresa la gran deshonra que no puede olvidar y propone
retar a los infantes enumerando las traiciones que infringieron a él y sus hijas. De pronto se
levanta Garci Ordóñez insultando al Cid y sus hijas y defendiendo a los infantes. El Cid le contesta
recordándole aquel sitio de Cabra en el que le cortó la barba.

Los infantes se levantan para defenderse y entonces son retados por Pero Bermúdez y Martín
Antolínez. En ese momento llega a las cortes Asur González, hermano de los infantes, e insulta al
Cid. Muño Gustioz también lo reta. El rey Alfonso proclama se termine esta discusión y que los que
se han retado tendrán que enfrentarse.

Acabada esta cuestión llegan dos mensajeros de los infantes de Navarra y de Aragón a pedir la
mano de las hijas del Cid. El rey concede el casamiento y decide que los retos se celebren dentro
de tres semanas en las vegas de Carrión y que él viajará con los vasallos del Cid y será su protector.
El Mío Cid da sus últimos consejos a sus tres lidiadores y regresa a Valencia.

Los infantes piden se excluyan de ellos a las espadas Colada y Tizona pero el rey no acepta. Éste
señala jueces y advierte a los de Carrión, que van acompañados por muchos de sus familiares y
vasallos, que si intentan algún fraude con los del Cid tendrán que vérselas con su ira.

Se producen los enfrentamientos y todos los de Carrión son heridos y se retiran declarándose
vencidos. Los del Cid emprenden el camino de regreso y son recibidos con gran alegría por el Cid.
El alborozo es general en Valencia y más aumentan las fiestas cuando se celebran los segundos
matrimonios de las hijas del Cid con los de Navarra y Aragón, de forma que ahora el Cid se
convierte en pariente de los reyes de España. Así acaba el poema no sin antes el juglar anunciar
que el Cid dejó este siglo el día de Pentecostés.

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