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Seguridad
1 “La plena seguridad de que Dios ha librado a Pablo de condenación, sí, tan
plenamente y real que produce agradecimiento y triunfos en Cristo, puede
confundirse y, de hecho, se entremezcla con las quejas y lamentos de una
condición desdichada porque permanecía en el Apóstol el cuerpo de pecado”.
—Triumph of Faith (Triunfo de la fe) por Rutherford, 1645.
Entonces, no nos extrañe que no puedan aceptar la doctrina de la
seguridad.
(c) Pero hay también algunos creyentes auténticos que rechazan la
seguridad o que la evitan como una doctrina llena de peligros. Consideran
que es casi una presunción. Parecen creer que es una muestra de
humildad no sentirse nunca seguros, nunca confiar totalmente y vivir con
cierto grado de duda y suspenso con respecto a sus almas. Esto es de
lamentar y perjudica en gran manera.
(d) Admito sinceramente que hay personas presuntuosas que profesan
sentir una confianza que no tiene una garantía bíblica: Siempre hay
algunos que piensan bien de sí mismos cuando Dios piensa lo contrario;
también hay algunos que piensan mal de sí mismos cuando Dios piensa
bien de ellos. Siempre habrá gente así. Nunca ha existido una verdad
bíblica que no sufra abusos y sea falsificada. La elección de Dios, la
impotencia del hombre y la salvación por gracia sufren abusos por igual.
Los fanáticos y exaltados existirán mientras exista el mundo. A pesar de
todo esto, la seguridad es una realidad y una cosa verdadera y los hijos
de Dios no deben dejar que quienes abusan de ella los aparten de esa
verdad 2.
Mi respuesta a todos los que niegan la existencia de una seguridad real y
bien fundamentada es sencillamente ésta: ¿Qué dicen las Escrituras? Si
no la encontráramos allí, no diría ni una palabra más.
Pero, ¿acaso no dice Job: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se
levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi
carne he de ver a Dios” (Job 19:25, 26)?
¿Acaso no dice David: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no
temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Sal. 23:4)?
2 “No vindicamos a todo el que pretende vanamente tener ‘el testimonio del
espíritu’. Ni tampoco recomendamos a aquellos de cuya profesión de fe, no
vemos más que su atrevimiento y confianza. Pero no rechacemos ninguna
doctrina de revelación por un temor demasiado ansioso de las consecuencias”.
—Christian System (Sistema cristiano) por Robinson.
II. Puede ser que un creyente nunca llegue a sentir esta esperanza
segura.
Paso al segundo punto que mencioné. Dije: El creyente que nunca llega
a tener esta esperanza segura, que Pablo expresa puede, aun así, ser
salvo.
Reconozco esto sin problema. No lo disputo ni por un momento. No
quiero contristar a algún corazón que Dios no haya entristecido, ni
desalentar a un hijo débil de Dios, ni dejar la impresión de que alguien
no puede ser salvo en Cristo a menos que se sienta seguro.
6 Referimos al lector que quiera saber más acerca de este tema, al Apéndice, al
final de este capítulo, en el que encontrará fragmentos d e escritos de varios
teólogos ingleses reconocidos que apoyan la posición de este capítulo sobre la
seguridad. Los fragmentos son demasiado largos para insertar en esta página.
Pero aunque sólo tiene fe para hacer esto, por más débil y endeble que
sea esa fe, afirmo que no se perderá el cielo; las Escrituras lo garantizan.
Nunca, nunca restrinjamos la libertad del evangelio glorioso, ni limitemos
sus verdaderas proporciones. Nunca hagamos más estrecha la puerta y
el camino más angosto de lo que el orgullo y amor al pecado lo han
hecho ya. El Señor Jesús es muy compasivo y misericordioso. No tiene
en cuenta la cantidad de fe, sino la calidad; no mide su graduación, sino
su veracidad. No romperá ninguna caña cascada, ni apagará ningún
pábilo que humea. Nunca permitirá que se diga que alguien pereció para
siempre a los pies de la cruz. Dice: “Todo lo que el Padre me da, vendrá
a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37) 7.
¡Sí! Aunque la fe de alguien puede no ser más grande que un grano de
mostaza, si lo trae a Cristo y hace posible que toque la punta de su
manto, será salvo tanto como lo es el santo más antiguo en el paraíso,
salvo tan completa y eternamente como Pedro, Juan o Pablo. Hay grados
en nuestra santificación. No así en nuestra justificación. Lo que está
escrito, escrito está, y nunca fallará: “Todo aquel que en él creyere”, no el
que tiene una fe fuerte y poderosa, “todo aquel que en él creyere, no
será avergonzado” (Ro. 10:11).
(b) Pero en medio de todo esto, recordemos que puede ser que la
pobre alma del creyente no tenga una seguridad completa de haber sido
perdonado y aceptado por Dios. Puede sufrir temor tras temor y duda
tras duda. Puede tener en su interior muchas preguntas, mucha
a nsiedad , muchas luchas y muchas incertidumbres (nubarrones y
oscuridad, tormentas y tempestades) hasta el final.
Afirmo, lo repito, que una fe simple y sencilla en Cristo salva al hombre,
aunque nunca logre sentirse seguro, pero no digo que lo llevará al cielo
con consolaciones fuertes y abundantes. Afirmo que lo llevará a puerto
seguro, pero no que entrará a todo vapor, seguro y con regocijo. No me
sorprendería que llegara azotado por los elementos y sacudido por las
tempestades, casi sin darse cuenta de que está seguro, hasta que abre
sus ojos en la gloria.
Creo que es de suma importancia tener en mente esta diferencia entre
fe y seguridad. Explica cosas que el que se pregunta acerca de la
religión, a veces, encuentra difícil de entender.
Recordemos que la fe es la raíz y la seguridad es la flor. Nunca se
puede tener una flor sin una raíz, pero no es menos cierto que se
puede tener la raíz y no la flor.
III. Razones por las cuales una esperanza segura es sumamente deseable
Paso al tercer tema al cual me referí al principio. Daré algunas razones
por las cuales una esperanza segura es sumamente deseable.
Pido la atención especial de mis lectores al tratar este punto. Anhelo de
corazón que la seguridad sea más buscada de lo que es. Muchos entre
los que creen, empiezan a dudar y siguen dudando, viven dudando y
mueren dudando, y van al cielo en una especie de bruma.
Sería lamentable si yo hablara livianamente acerca de “esperanzas” y
“seguridades”. Pero me temo que muchos de nosotros nos contentamos
con ellas y hasta allí llegamos. Me gustaría ver menos creyentes
“vacilantes” en la familia del Señor y más que pudieran decir: “Yo sé y
estoy convencido”. ¡Oh, que todos los creyentes anhelaran los dones
mejores y no se contentaran con menos! Muchos se pierden la bendición
completa que el evangelio tiene la finalidad de dar. Muchos se
mantienen en una condición pobre y hambrienta del alma, mientras que
su Señor está diciendo: “Comed, amigos; bebed en abundancia, oh
amados”; “pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Cnt.
5:1; Jn. 16:24).
(1) Para empezar, recordemos que la seguridad es algo deseable, por la
tranquilidad y paz que da en el presente.
Las dudas y temores tienen el poder de arruinar mucha de la felicidad del
verdadero creyente en Cristo. La incertidumbre y el suspenso son malos
en todo sentido: En nuestra salud, nuestras pertenencias, nuestras
f a m i l i a s , nuestros afectos y nuestras vocaciones terrenales, pero
nunca tan malos como en los asuntos que conciernen a nuestras almas. Y
mientras un creyente no puede llegar más allá de “esperar que” y
“confiar que” se hace evidente que percibe cierto grado de
incertidumbre acerca de su estado espiritual. Las palabras mismas lo
implican. Dice: “Espero que” porque no se atreve a decir: “Yo sé que…”.
Ahora bien, la seguridad hace mucho para liberar al hijo de Dios de este
tipo de dolorosa esclavitud y, por tanto, tiene una gran influencia sobre
su tranquilidad. Le hace posible sentir que la gran cuestión de la vida, es
una
cuestión resuelta, la gran deuda es una deuda pagada, la grave
enfermedad es una enfermedad curada y la gran obra proyectada es
una obra terminada.
8 “El bien más grande que podemos desear, después de la gloria de Dios, es
nuestra propia salvación; y el bien más dulce que podemos desear es la
seguridad de nuestra salvación. En esta vida no hay bien mayor que estar
seguros de lo que disfrutaremos en la vida venidera. Todos los santos
disfrutan del cielo cuando parten de esta tierra, algunos santos disfrutan un
cielo mientras están aquí en la tierra”. —Joseph Caryl, 1653.
9 “El Obispo Latimer le decía a Ridley: ‘Cuando vivo con una seguridad d e c i d i d a
y firme sobre el estado del alma, me parece ser valiente como un león. Puedo
reírme de todos los problemas, no hay aflicción que me acobarde. Pero cuando
estoy eclipsado en mis comodidades, t e n g o tanto temor espiritual que
quisiera correr y meterme en una ratonera’”. —Citado por Christopher Love,
1653.
“La seguridad nos ayuda con todo deber y nos arma contra toda
tentación, responde a toda objeción, nos sostiene en todas las
condiciones en que nos podemos encontrar en los momentos más
tristes de la vida. ‘Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?’”. —
Obispo Reynolds sobre Oseas 14, 1642.
“Nada puede andarle mal al que tiene seguridad. Dios es de él. ¿Ha
perdido un amigo? Su Padre vive.
¿Ha perdido un hijo único? Dios le ha dado a su único Hijo. ¿Le falta
pan? Dios le ha dado el mejor, el pan de vida. ¿Ha perdido todos sus
consuelos? Él tiene un Consolador. ¿Pasa por tormentas? Sabe
dónde ir a puerto seguro. Dios es su Porción y el cielo es su remanso
de paz”. — Thomas Watson, 1661.
10 Éstas fueron las palabras de John Bradford en prisión poco antes de su
ejecución: “No tengo ningún pedido. Si la reina me otorga la vida, le daré las
gracias; si me la quita, le daré las gracias; si me quema en la hoguera, le daré
las gracias; si me da condena perpetua, le daré las gracias”. Ésta fue la
experiencia de Rutherford cuando fue exilado a Aberdeen: “Qué ciegos son mis
adversarios que me enviaron a una sala de banquetes y no a una prisión ni a
un lugar de exilio”. “Mi prisión es un palacio para mí y la sala de banquetes de
Cristo”. —Letters.
12 Éstas fueron las palabras de Rutherford en su lecho de muerte: “¡Oh que todos
mis hermanos supieran a qué Señor he servido y qué paz tengo este día!
Dormiré en Cristo y cuando despierte estaré satisfecho con ver su rostro”
(1661). Éstas fueron las palabras de Baxter en su lecho de muerte: “Bendigo a
Dios porque tengo una seguridad absoluta de mi felicidad eterna y mucha paz y
consolación en mi interior”. Cuando casi llegaba a su final, le preguntaron que
cómo estaba. La respuesta fue: “Casi bien”. (1691). siento que…”. El río de la
muerte contiene una corriente fría y tenemos que cruzarla solos. Ningún amigo
terrenal nos puede ayudar. El postrer enemigo, el rey de terrores, es un
oponente fuerte. Cuando nuestras almas están partiendo, no hay mejor bebida
que el vino fuerte de la seguridad.
En el Libro de Oraciones hay expresiones hermosas en el servicio
diseñado para la visita a los enfermos: “El Señor todopoderoso que es
torre fuerte para todos aquellos que ponen su confianza en él, sea ahora
eternamente tu defensa, y te haga saber y sentir que no hay otro nombre
debajo del cielo, por medio del cual puedes recibir salud y salvación, que
el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Los compiladores de ese
servicio mostraron aquí gran sabiduría. Vieron que cuando los ojos se
oscurecen, el corazón se debilita y el espíritu está a punto de partir
tiene que haber el saber y el sentir lo que Cristo ha hecho por nosotros,
de otra manera, no puede haber paz perfecta 13.
una gran razón de esto, creo, fue su esperanza segura. Eran hombres
que podían decir: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está
bajo el maligno” (1 Juan 5:19).
(3) Recordemos también que hemos de anhelar la seguridad porque
tiende hacer de un cristiano un cristiano decidido.
La indecisión y las dudas sobre nuestro propio estado son, a los ojos de
Dios, un mal gravoso y la madre de todos los males. A menudo producen
q u e el creyente siga con vacilación e incertidumbre al Señor. La
seguridad ayuda a desatar muchos nudos, aclara y esclarece la senda del
deber cristiano.
Muchos, que esperamos sean hijos de Dios y que tengan gracia
verdadera, aunque sea débil, se sienten continuamente atacados por
dudas sobre cuestiones prácticas. “¿Está bien que hagamos tales o
cuales cosas, que renunciemos a esta costumbre familiar? ¿Hemos de
andar con esas compañías? ¿A dónde ponemos los límites a las visitas?
¿Cómo conviene vestirnos y cuáles serán nuestras distracciones? ¿No
debemos nunca, bajo ninguna circunstancia, bailar ni jugar a las cartas,
ni asistir a fiestas?”. Ésta es la clase de preguntas que parece causarles
constantes problemas. Y con frecuencia, mucha frecuencia, la raíz
sencilla de su perplejidad es que no se sienten seguros de ser hijos de
Dios. Todavía no han determinado este punto, de qué lado de la puerta
están. No saben si están dentro o fuera del arca.
Creo que aquí tenemos una de las razones principales por la cual tantos
creyentes en esta época demuestran una conducta inconstante,
superficial, insatisfactoria y desganada con el mundo. Se niegan a
despojarse de todo lo relacionado con el viejo hombre porque no están
bien seguros de haberse vestido del nuevo. En suma, no tengo ninguna
duda de que una causa secreta de “vacilar entre dos opiniones” es la
falta de seguridad. Cuando alguien puede afirmar decididamente:
“Jehová es el Dios, ¡Jehová es el Dios!”, su camino se hace muy claro. (1
R. 18:39).
“Nadie camina tan armoniosamente con Dios como los que están
seguros del amor de Dios. La fe es la madre de la obediencia y la
confianza segura da paso a la rectitud en la vida. Cuando los hombres
se sueltan de Cristo, se sueltan de sus deberes y su creencia fluctúa; se
nota pronto por su inconstancia e irregularidad al caminar. No nos
sumamos con presteza a una empresa de cuyo éxito dudamos; de
manera semejante, c u a n d o no sabemos si Dios nos aceptará o no,
cuando somos inconstantes, así como confiamos y desconfiamos con
respecto a las cosas de esta vida, también somos inconstantes en
servir a Dios. Es calumnia del mundo decir que la seguridad es una
doctrina inútil.” (Exposición sobre Santiago) por Manton, 1660.
“Las estrellas que tienen trayectorias más cortas son las que
están más cerca del polo y los hombres cuyas vidas están
menos enredadas con el mundo, siempre son las que están
más cerca de Dios y de la seguridad de su favor. Recuerde
esto, cristiano mundano: Usted y el mundo deben separarse,
de otra manera la seguridad y su alma nunca se
encontrarán”. —Thomas Brooks.
Aplicaciones prácticas
(1) Para el no creyente
Y ahora, para terminar este importante estudio, quiero
dirigirme primero al lector que todavía no se ha entregado al
Señor, que todavía no se ha alejado del mundo, que aún no ha
escogido la mejor parte y no ha comenzado a seguir a Cristo.
Le pido entonces que aprenda, de este tema, cuáles son los
privilegios y consolaciones del verdadero cristiano.
No quiero que juzgue al Señor Jesucristo por su pueblo. El
mejor de l os siervos puede dar apenas un vislumbre de ese
glorioso Maestro. Tampoco quiero que juzgue los privilegios de
su reino por la medida de confort que logran muchos de los
suyos. ¡Ay, la mayoría somos unas pobres criaturas! Tenemos
pocas, muy pocas de las bendiciones que podríamos disfrutar.
Pero tenga por seguro que hay cosas seguras en la ciudad de
nuestro Dios que aquellos que tienen una esperanza segura ya
pueden palpar, aun en esta vida. Hay allí tal abundancia de
paz que el corazón no puede concebir. En la casa de nuestro
Padre hay tanto pan que hasta sobra, aunque muchos de
nosotros comemos muy poco de él y, por ende, seguimos
siendo débiles. Pero no culpemos al Maestro: La culpa es
toda nuestra.
(2) Para el
creyente
En último lugar, quiero dirigirme a todo creyente que lee
estas páginas y decirle algunas palabras de consejo fraternal.
(a) Lo principal que le insto a hacer es esto: Si no cuenta
usted con una esperanza segura de haber sido aceptado por
Cristo, resuelva este día buscarla. Ocúpese de esto.
Esfuércese por lograrla. Pídala en oración. No le dé descanso
al Señor hasta “saber en quién ha creído”.
Realmente siento que la poca seguridad actual entre los que
se consideran hijos de Dios, es una vergüenza y un reproche.
“Es para lamentar profundamente”, dice el anciano Traill, “el
que tantos cristianos hayan vivido veinte o treinta años desde
que Jesús los llamara por su gracia y aún sigan dudando”.
Recordemos el “anhelo” sincero que expresa Pablo: “Cada
uno” de los hebreos sea solícito en lograr plena certeza
(Hebreos 6:11) para que evite que se les reproche por su falta
de seguridad.
Lector creyente, ¿quiere realmente decir que no tiene ningún
deseo de intercambiar su esperanza por confianza, su anhelo
por convicción, su incertidumbre por conocimiento? Porque
una fe débil lo salva, ¿se contentará con eso? Porque la
seguridad no es esencial para su entrada al cielo, ¿se
conformará sin ella en la tierra? ¡Ay, ésta no es una condición
sana del alma en la cual permanecer, no es la manera de
pensar de la era apostólica! Levántese ya y marche hacia
adelante. No se quede pegado a los cimientos de la religión;
avance hasta la perfección. No se contente con un día de
pequeñeces. Nunca desprecie esto en los demás, pero nunca
se contente con esto en usted mismo.
(7) “Una cosa es tener algo con seguridad, otra saber con
seguridad que la tenemos. Buscamos muchas cosas que ya
tenemos en las manos y tenemos muchas cosas que creemos
haber perdido. Del mismo modo, un creyente puede tener
una fe segura, aunque no siempre sepa que la tiene. La fe es
necesaria para la salvación; pero una seguridad plena de que
cree no es indispensable”. —Ball on Faith (Ball sobre la fe),
1637.
(12) “Sé que usted dice que Jesucristo vino al mundo para
salvar los pecadores y ‘para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna’ (Jn. 3:15). No puedo
saber más que eso; que teniendo un sentido de mi propia
condición pecaminosa, me entrego en alguna medida a mi
Salvador y me apropio de su redención totalmente
suficiente. Pero, ¡ay, mis percepciones de él son tan débiles
que no pueden darle un consuelo firme a mi alma! Sea
valiente, hijo mío. Si es que usted confía en ser justificado y
salvo por el poder del acto mismo de su fe, tiene razón para
estar desanimado porque tiene conciencia de lo débil que es.
Pero si la verdad y eficacia de esta feliz obra es en el objeto
del cual usted se apropió, a saber los méritos y las
misericordias infinitas de Dios el Salvador, que no pueden ser
anuladas por ser usted débil, tiene razón para animarse y
esperar alegremente su salvación. Comprenda que su causa
es buena. Tenemos aquí una mano doble que nos ayuda a
marchar al cielo. Nuestra mano de fe se toma de nuestro
Salvador, la mano misericordiosa y redentora de nuestro
salvador se toma de nosotros. Nuestro asirnos a él es débil y
resulta fácil soltarnos, pero cuando su mano nos sujeta es
fuerte e irresistible. Si dependiéramos de nuestras obras,
necesitaríamos tener una mano fuerte; pero aquí se requiere
sólo tomar y recibir un regalo precioso ¿y por qué no habría
de poder hacerlo una mano débil tanto como una fuerte? Y
bueno, aunque no sea con tanta fuerza”. — (Bálsamo de
Galaad) por el Obispo Hall. 1650.
(25) “El que confiesa una fe débil tiene mucha paz con Dios,
por medio de Cristo, pero no tanta paz como aquel que
tiene mucha fe. La fe débil ciertamente llevará al cristiano al
cielo, tanto como la fe fuerte, porque es imposible que la
medida más pequeña de verdadera gracia perezca, siendo toda
semilla incorruptible; pero no es probable que el cristiano
débil que duda, tenga un viaje placentero como otro que
tiene mucha fe. Aunque todos en la embarcación llegan a
puerto seguro, el que sufrió mareos todo el trayecto no habrá
tenido un viaje tan agradable como el que es fuerte y
saludable”. — (La armadura completa del cristiano), por
William Gurnall, en algún momento rector de Lavenbam,
Suffolk, 1680.