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Sólo debe ser lo que puede ser, y sólo puede ser lo

que se mueve dentro de las condiciones de lo que es.


(José Ortega y Gasset)

VEROSIMILITUD. O «verdad poética»: cualidad que los textos narrativos bien formados tienen de
proponer al lector un PACTO NARRATIVO por el que es fácil aceptar que lo que se cuenta podría
haber ocurrido, aunque sea pura ficción.

“Renan. Teoría de lo verosímil”1


(fragmento)

El espíritu zig-zagueante no va de una verdad a otro; ésta sería la línea recta. Va


de una verdad a una mentira, de esta mentira a otra verdad, y para él no es lo
importante el punto de llegada ni el punto de partida, sino ese mismo movimiento
indeciso del uno al otro polo.
Y ahora podemos preguntarnos: ¿qué busca el espíritu cuando no busca ni lo
verdadero ni lo falso? ¿Qué cosa hay intermedia, medio día y media noche,
correspondiente a ese estado crepuscular del ánimo?
A despecho de haber sonreído muchas veces ante el recuerdo de los escolásticos
de la Universidad de París, que ocupaban sus ocios discutiendo «si una quimera
que bordonea en el vacío puede comer las segundas intenciones» (cuestión, por
cierto, mucho menos resible de lo que a primera vista parece), me he sorprendido
en más de una ocasión imaginando qué pensarían los centauros. Es ésta,
probablemente una cuestión ociosa; pero casi me atrevo a decir que una de las
obras más importantes del pensamiento español, la Antoniana Margarita, se reduce
a la discusión de ese tema, aunque no nombre a los centauros. [...] ¡Pobre corazón,
vacilando siempre entre una potra y una vacante! Lo que para una mitad de sí mismo
era verdad, era falso para la otra mitad; si entraba en una ciudad y llegaba a una
plaza pública, sus labios había de decir: He aquí el ágora, mientras sus cascos
golpearían: He aquí un hipódromo.
Pero esta dualidad es imposible; los centauros tenían que decidirse por un tercer
mundo ni humano ni hípico, resultado del compromiso entre sus dos naturalezas.

1
[Ortega y Gasset, José: “Renan. Teoría de lo verosímil” (1909). En: Obras completas. Madrid: Revista de
Occidente, 1963, vol. I, pp. 450-454.

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Renan es un discípulo de la cultura centáurida; le habéis oído protestar del mundo
matemático, que es el verdadero, porque ese mundo excluye el mundo de la ilusión,
que es un falso mundo. La armonía radical de su pensamiento le obligó a buscar un
tercer mundo en que se penetrasen aquellos dos antitéticos. Este es el mundo de
lo verosímil, el universo interior de las almas de los centauros. [...]
El mundo de lo real es el sometido a leyes conocidas, y la verdad de las cosas de
ese mundo no consiste sino en el reconocimiento de su legalidad. Decimos de un
acontecimiento que es natural cuando en él se cumple una ley prescrita. El mundo
de los sueños y de las alucinaciones se diferencia solamente del de las realidades
en que en éste ejercen su función policíaca las leyes de la física o de la fisiología.
Y esa realidad que avanza sobre nosotros, bronca y vibrante, desde los cuadros del
Greco, esa realidad fuera de todas las leyes, inexplicable, irreductible a conceptos,
indócil a la sujeción de las mismas palabras, ¿será una alucinación colectiva, un
sueño secular y nada más? Esos hombres cárdenos que delante de tantas
generaciones han hecho temblar sus barbas agudas, no gravitan hacia el centro de
la tierra, como los de carne y hueso; por consiguiente, no son verdad.
Pero si hubiéramos conocido el hombre mismo que sirvió de modelo a Theotocopuli,
persistiríamos en afirmar que el hombre pintado contiene mucha más realidad y
verdad española que aquel vulgar vecino de una Toledo cotidiana y vulgar. De otro
lado, podemos asegurar que, si la imagen no tuviera tantos puntos de coincidencia
con los cuerpos de los hombres vivos, no nos infundiría ese sentimiento
certidumbre. No es, por tanto, una mentira, no es completamente falsa esa realidad
misteriosa que nos visita en la luz pulida del Museo.
El Hombre con la mano al pecho nos ha servido para introducirnos con alguna
precisión en las condiciones de una existencia intermedia, semi-verdad, semi-error,
que puebla un mundo infinitamente más amplio, más viejo y más rico que el de las
realidades inequívocas. Es el mundo de lo verosímil.
Es la verosimilitud semejanza a lo verdadero, mas no ha de confundirse con lo
probable. La probabilidad es una verdad falta de peso, digámoslo así, pero verdad
al cabo. Por el contrario, lo verosímil preséntase a la vez como no verdadero y no

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falso. Cuanto más se aproxime a la verdad estricta aumentará su energía, con tal
que no se confunda jamás con ella. [...]
Arte y religión, poesía y mito, con la riqueza ilimitada de sus formas, son el contenido
de este mundo, cuya geografía describimos a grandes rasgos. La historia de la
belleza y de la fe confirman las condiciones que le hemos señalado; así el arte
evoluciona desde el simbolismo asiático hasta el actual impresionismo en el sentido
que se llama realista y la religión pulimenta tenazmente sus mitos para ajustarlos a
la ciencia. [...]
„El encanto que los mitos tienen para nosotros nace de que sabemos que no son
verdad. La palmera ecuatorial, que sueña con el pino del Norte en la poesía de
Heine, nos conmoverá tanto más cuanto mejor sepamos que las palmeras no
sueñan. La fe del carbonero, que cree en un Dios padre barbudo y cejijunto, no pasa
der ser un error; el creyente más cultivado no ve, en cambio, en esa imagen más
que una imagen, un símbolo y se complace en su alegorismo.
Del arsenal de sensaciones, dolores y esperanzas humanas exraen Newton y
Leibniz el cálculo infinitesimal; Cervantes, la quinta esencia de su melancolía
estética; Buddha, una religión. Son tres mundos diversos. El material es el mismo
en todos; sólo varía el método de elaboración. De la propia manera el mundo de lo
verosímil es el mismo de las cosas reales sometidas a una interpretación peculiar:
la metafórica.
Ese universo ilimitado está construido con metáforas. ¡Qué riqueza! Desde la
comparación menuda y latente, que dio origen a casi todas las palabras, hasta el
enorme mito cósmico que, como la divina vaca Hathor de los egipcios, da sustento
a toda una civilización, casi no hallamos en la historia del hombre otra cosa que
metáforas. Suprímase de nuestra vida todo lo que no es metafórico y nos
quedaremos disminuidos en nueve décimas partes. Esa flor imaginativa tan endeble
y minúscula forma la capa inconmovible de subsuelo en que descansa la realidad
nuestra de todos los días, como las islas Carolinas se apoyan en arrecifes de coral.
Renan no ha inventado probablemente idea alguna; pero ha creado muchas
metáforas nuevas. Fueron su delectación y su alimento. Los dioses que, a la postre,
no son sino las máximas condensaciones de verosimilitud, le habrán premiado

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enviándole después de la muerte a un mundo que sea la metáfora total de este
nuestro mundo real. Y allí le veo, entre las criaturas imaginarias, soñadas por todas
las razas, como un Sileno consagrado en órdenes menores, conducir los coros
virginales de las Comparaciones.

4/4

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