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Ambientación:
La Paz es el regalo que Jesús dio a los discípulos después de haber resucitado.
Cuando los discípulos de Emaús relataban a los apóstoles el encuentro que habían
tenido con el Resucitado, el mismo Jesús glorioso se les apareció y les dijo: “La paz
esté con vosotros”… Lo mismo repitió por dos veces al aparecer en medio de ellos
cuando no estaba Tomás, y luego, de nuevo, a la semana siguiente, cuando éste sí
los acompañaba (Jn 20, 19.20.26)… El efecto principal de la presencia de Jesús debe
ser la paz que se obtuviera con su encuentro.
La paz es fruto de la Redención. Haber retomado, por la obra de Cristo, el camino del
encuentro con Dios, nos pone en la senda de la pacificación universal. El hombre, en
su intimidad más profunda, por la infinita misericordia de Dios, ha entrado en una
sensación de armonía total. Es la armonía que produce serenidad al encontrarse de
nuevo con Dios, consigo mismo y con los hermanos. La triple armonía del hombre, da
como fruto la sensación y la experiencia real de paz interior.
El anciano Sacerdote Zacarías, lleno del Espíritu Santo, dijo refiriéndose al que venía:
“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros
pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).
Al nacer Jesús, los coros celestiales se desataron en un cántico glorioso: “Se juntó al
ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en
las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!” (Lc 2,14).
Para el anciano Simeón, la visión del niño Dios fue suficiente para desear la muerte en
paz: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque
mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz
para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,29-32).
Ante estas evidencias de la paz que viene a sembrar Jesús en los corazones de los
hombres, ¿qué podemos decir de las dificultades que hemos colocado los mismos
hombres para la llegada de esa paz de Cristo a todos? ¿No tenemos que pensar que
son nuestros egoísmos, nuestra intolerancia, nuestra soberbia, nuestras injusticias
contra los más desposeídos, el continuo pisotear los derechos de los más débiles, lo
que le ha impedido a la paz asentarse como es el deseo del que ha venido como Luz
de las naciones?
(Pausa corta)
Señor, te pedimos ser más dóciles para recibir con corazón abierto la paz con la que
nos quieres llenar a todos. Te pedimos que tengamos corazones que se dispongan
mejor a aceptar a los demás como hermanos, a no considerarlos invasores de nuestra
comodidad o de nuestras circunstancias, que sepamos ponernos a su disposición para
servirles desde el amor, particularmente a los más necesitados. Que sepamos
llenarnos de tu amor para poder ver a todos los hombres como nuestros hermanos, los
que has colocado en nuestro caminar para verte a Ti en ellos. Sólo así, Señor,
deponiendo las actitudes que nos alejan de ellos, podremos trabajar verdaderamente
por lograr la paz, por lograr que esa paz que nos regalas se incruste en nuestras vidas
y en nuestros corazones y la difundamos en todos nuestros caminos, como Tú lo
hiciste.
Cuando Jesús envió a los setenta y dos por delante de Él a los pueblos que pensaba
visitar, les encomendó la tarea de ir disponiendo los corazones a recibir la paz que Él
les iba a llevar: “Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Si hay
allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros” (Lc
10,5-6).
(Pausa corta)
Señor, yo quiero ser instrumento de tu paz. Quiero convertirme en alguien que derribe
muros y separaciones, que destruya los obstáculos que impiden que tu paz llegue a
los corazones de los hombres. Quiero, Señor, eliminar de mí toda barrera, todo
pensamiento, toda actitud, que impida que en mí se asiente la paz. Y así, Señor,
quiero ser sembrador de esa paz en los corazones de los que me rodean. Que al
decirles yo a ellos: “La paz sea con vosotros”, la vean reflejada en mi rostro, la vean
atractiva, y se sientan arrobados por esa paz que yo lleve dentro… Que mi paz sea la
paz que tú me das. Y que la haga pasar de mi corazón al corazón de mis hermanos.
Que yo sea en mi vida testimonio vivo de la paz que me enriquece, que me ilusiona,
que me motiva. Que nunca dé lugar a que nadie pierda la paz, o que no se sienta
atraído a vivirla…
María nos pide que pongamos a Cristo en el centro, dejando el pecado que es la
guerra interior, para poder ser constructores de la Paz a todos los niveles: “Haced lo
que Él os diga” (Jn 2,5). María nos recuerda que si no vivimos en paz con Dios, no
podemos vivir en paz con nosotros mismos ni con el prójimo. No podemos construir la
paz.
(Pausa corta)
María, Madre nuestra, Reina de la Paz. Nos ponemos también delante de ti ahora para
que nos llenes del amor que tuviste hacia tu Hijo, el Príncipe de la Paz. Enséñanos,
como lo enseñaste a Él, a ser personas de paz, a desear vivir en armonía con todos, a
nunca ser causa del desasosiego o la intranquilidad de nadie. Muéstranos tu corazón
inmaculado para que podamos ver en él el retrato perfecto del amor y de la paz que
hay en ti. Virgen santísima, no dejes de usar tu mano maternal y amorosa con
nosotros tus hijos, de modo que siempre podamos sentir la delicadeza y la suavidad
de tus gestos que descubren la eterna paz en la que vives. ¡Cuánta paz hemos
perdido por no vivir a tu lado! ¡Cuánto desasosiego hay lejos de ti, que eres fuente de
paz para todos tus hijos! Mantennos junto a ti, bien resguardados en tu amor, para que
podamos ser verdaderos instrumentos de la paz en nuestros hogares y en todas
partes…
(Oración en silencio a nuestra Madre María, Reina de la Paz, para pedirle nos
llene de su paz)
Vivo con particular sufrimiento y preocupación las tantas situaciones de conflicto que
hay en nuestra tierra, pero, en estos días, mi corazón está profundamente herido por
lo que está sucediendo en Siria y angustiado por los dramáticos desarrollos que se
presentan.
Dirijo un fuerte llamamiento por la paz, ¡un llamamiento que nace de lo íntimo de mí
mismo! ¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor ha traído y trae el uso
de las armas en aquel martirizado país, especialmente entre la población civil e
inerme! ¡Pensemos en cuántos niños no podrán ver la luz del futuro! Con particular
firmeza condeno el uso de las armas químicas: les digo que tengo aún fijas en la
mente y en el corazón las imágenes terribles de los días pasados! ¡Hay un juicio de
Dios y también un juicio de la historia sobre nuestras acciones al que no se puede
escapar! Jamás el uso de la violencia lleva a la paz. ¡Guerra llama guerra, violencia
llama violencia!
Con toda mi fuerza, pido a las partes en conflicto que escuchen la voz de su propia
conciencia, que no se cierren en sus propios intereses, sino que miren al otro como un
hermano y emprendan con coraje y con decisión la vía del encuentro y de la
negociación, superando la ciega contraposición. Con la misma fuerza exhorto también
a la Comunidad Internacional a hacer todo esfuerzo para promover, sin ulterior
demora, iniciativas claras por la paz en esa nación, basadas en el diálogo y en la
negociación, por el bien de la entera población siria.
Que no se ahorre ningún esfuerzo para garantizar asistencia humanitaria a quien está
afectado por este terrible conflicto, en particular a los evacuados en el país y a los
numerosos prófugos en los países vecinos. Que a los agentes humanitarios,
empeñados en aliviar los sufrimientos de la población, se les asegure la posibilidad de
prestar la ayuda necesaria.
¿Qué podemos hacer nosotros por la paz en el mundo? Como decía el Papa Juan: a
todos nos corresponde la tarea de recomponer las relaciones de convivencia en la
justicia y en el amor (Cfr. Carta encíclica, Pacem in terris [11 abril de 1963]: AAS 55
[1963], 301-302).
¡Que una cadena de empeño por la paz una a todos los hombres y a las mujeres de
buena voluntad! Es una invitación fuerte y urgente que dirijo a la entera Iglesia
Católica, pero que extiendo a todos los cristianos de las demás Confesiones, a los
hombres y mujeres de toda religión y también a aquellos hermanos y hermanas que
no creen: la paz es un bien que supera toda barrera, porque es un bien de toda la
humanidad.
Repito con voz alta: no es la cultura del enfrentamiento, la cultura del conflicto la que
construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino la cultura del
encuentro, la cultura del diálogo: éste es el único camino hacia la paz.
Que el grito de la paz se eleve alto para que llegue al corazón de todos y todos dejen
las armas y se dejen guiar por el anhelo de paz.
-Por la Iglesia santa de Dios, para que sea instrumento eficaz en la implantación del
Reino de Cristo, que es Reino de Paz, en todo el mundo y en el corazón de cada
hombre. Roguemos al Señor
-Por todos los ministros de la Iglesia, para que sean fieles dispensadores de los
misterios del Reino de Paz de Cristo, y mantengan siempre su fidelidad en el servicio
a sus hermanos. Roguemos al Señor
-Por los laicos organizados que sirven desde la Iglesia a todos los hombres del
mundo, para que sean anuncio vivo de la paz y de la concordia entre ellos. Roguemos
al Señor.
-Por los gobiernos de las naciones, para que sepan ejercer la autoridad como servicio,
y no pretendan imponer sus ideologías, actitudes y conductas con la violencia y la
guerra. Roguemos al Señor
-Por todos los hombres, pueblos y naciones que están en conflicto, para que
depongan sus actitudes de egoísmo y soberbia, y puedan aceptar a los demás como
hermanos. Roguemos al Señor
-Por todos nosotros, para que sepamos abrir nuestros corazones al Príncipe de la Paz,
para que reine en nosotros y nos llene siempre de su paz. Roguemos al Señor
Nuestra oración, Padre, la ponemos ante ti, confiando en tu infinita misericordia.
Escucha nuestra súplica y llena de paz los corazones de todos los hombres. Te lo
pedimos por Jesucristo, Nuestro Señor.
es de María, la nación