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Iván Balarezo Pérez - 1

El liderazgo evangélico actual:


¿A dónde vamos?
Cuadernos para
la reflexión y la acción

Iván Balarezo Pérez


2 - El liderazgo evangélico actual
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El liderazgo evangélico actual:


¿A dónde vamos?

Iván Balarezo Pérez

Cuadernos para
la reflexión y la acción

2022
4 - El liderazgo evangélico actual

© Iván Balarezo Pérez 2022.


Ove­ja Per­di­da Edi­cio­nes
Qui­to-Ecua­dor, 2022

Edición sin fines de lucro. Se ha preparado con la


única intención de motivar la reflexión y la acción en
favor de la renovación de la iglesia criatiana evangélica
latinoamericana.

“Dios no nos mandó a ser exitosos sino fieles”.


Madre Teresa de Calcuta
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El liderazgo evangélico actual:


¿A dónde vamos?

E l liderazgo en las iglesias evangélicas del continente


ha vivido en los últimos 30 años una serie de importantes
transformaciones de forma y fondo. Si pensamos que el liderazgo
es un elemento de crucial importancia en el avance o estanca-
miento de una comunidad humana, hay que poner atención a esos
cambios para examinarlos y ver cómo han incidido en la vida y
salud de la iglesias evangélicas latinoamericanas.
En la consideración de este tema deben concurrir por lo menos
tres vertientes para hacernos una idea más completa de la natura-
leza y características del liderazgo en nuestras iglesias evangélicas
hoy: (1) las enseñanzas que hemos extraído de la Biblia y que las
aplicamos en el aprendizaje del liderazgo cristiano; (2) la cultura
particular en la que hemos sido socializados como individuos de
una u otra nación latinoamericana; y (3) las características de la
cultura mundial globalizada en la que estamos todos inmersos.
Tradicionalmente, nuestro modelo de líder ha sido el Señor Jesu-
cristo. A partir de los evangelios, en tanto se conmsideran testi-
monios de la vida y del accionar del Maestro, biblistas, estudiosos
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y escritores de best-sellers crearon sendos perfiles con las presuntas


características de un líder cristiano “según la Biblia”.
Otros también destacaron y analizaron como líderes modélicos
a distintos personajes de la Escritura: Moisés, Josué, Rut, Nehe-
mías, Pablo, entre otros. En el imaginario de varias generaciones
de creyentes evangélicos quedaron grabados esos nombres, y por
muchos años se escribieron comentarios, tratados y manuales so-
bre el tema, con la Biblia y estos personajes como la base principal
para la reflexión sobre la filosofía y las marcas distintivas del lide-
razgo cristiano.
En qué medida las enseñanzas bíblicas han prendido en los cre-
yentes evangélicos nacionales es todavía materia no resuelta, más
que nada por el peso innegable de la cultura patrimonial sobre
cada hombre y mujer latinoamericano, acostumbrados a ver a su
sociedad como una pirámide de jerarquías, cuyo vértice superior
ya tenía dueños desde la Colonia: el poder político, el poder reli-
gioso y el poder militar. Los políticos, el clero y los militares eran
los dueños del país; eran los “padrecitos”, los líderes indiscutibles
de la nación.
Sin duda, la idea de un país en el que todo estaba ya dado presun-
tamente por designio divino y donde la disidencia se veía como
un desafío a la autoridad de Dios, penetró profundamente en la
siquis latinoamericana y facilitó que los “padrecitos” seculares y
religiosos, que nunca han dejado de ir apareciendo en sucesión a
lo largo de la historia, pudieran imponer su dominio material y
mental sobre nosotros.
Cuando el régimen vergonzoso de la hacienda y la explotación
inhumana del indígena fue abolido gracias a las nuevas ideas pro-
movidas por el liberalismo, la hacienda y el capataz siguieron vi-
viendo y en buen estado de salud en la mente de los ciudadanos
de las incipientes repúblicas del continente. El “síndrome de ha-
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cienda” que nos inclina a ver en los otros a peones que nos deben
servir, y el “espíritu de capataz” que nos lleva a creernos amos de
los demás y ver en ellos a herramientas para nuestros fines, siguen
vivos en nuestro interior.
Al mismo tiempo, y contradictoriamente, aunque los tiempos
coloniales pasaron, en nuestra mente todavía vivimos, simbólica-
mente, como peones de hacienda sometidos muchas veces a líde-
res seculares y religiosos autoritarios con espíritu de capataces. Es
la cultura colonial interiorizada en cada uno de nosotros y que no
hemos superado del todo.
Gracias a la entrada de los primeros misioneros evangélicos en el
continente en el siglo 19, la Iglesia Católica empezó a perder su
dominio-monopolio espiritual, pero aquello no significó, necesa-
riamente, que los dominados alcanzaran la libertad, pues tenían
demasiado interiorizada la cultura heredada. Así, el pastor pasó a
ser el nuevo símbolo de poder, el nuevo “caudillo”, el nuevo “cura”,
el nuevo “padrecito”, la autoridad infalible e incontestable.
Muchos creyentes evangélicos nuevos y viejos siguen convencidos
de que el pastor tiene poderes sobrenaturales, alguna conexión di-
recta con lo divino, algún privilegio, porque en el imaginario de
muchos de estos fieles un pastor está “arriba en la pirámide” y por
lo tanto “a él Dios sí le hace caso”.
De manera que el modo de entender el liderazgo cristiano en la
iglesia evangélica ha ido deformándose para convertirse en pro-
yecto de dominio en lugar de ser apostolado de servicio. La pirá-
mide, la jerarquía, los desniveles persisten; sólo han cambiado los
que ocupan el vértice de la pirámide en las nuevas comunidades
cristianas evangélicas, los que conforman la nueva jerarquía. En
los otros peldaños estamos todos los demás, obligados a obedecer
a las autoridades “puestas por Dios”. Ha cambiado todo, pero en
realidad no ha cambiado nada.
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Todos los cambios ocurridos nos recuerdan a la famosa novela El


gatopardo, del escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa
(1896-1957), en la cual uno de los protagonistas, miembro de la
nobleza, recomienda a su tío, un príncipe, fingir unirse a la revo-
lución política de su país que amenazaba con quitarles sus privi-
legios de aristócratas, los cuales había que proteger: “Si queremos
que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, le dice.
Su calculada idea era, en realidad, dar la apariencia de cambio por
la superficie pero dejar intacta la estructura de poder e influencia
por debajo.
Cambios más drásticos e igualmente perjudiciales para el Evange-
lio y los creyentes vinieron cuando la forma de entender la iglesia
y el liderazgo según la Biblia mutaron gracias a la introducción de
los modelos administrativos de negocios de la cultura del capita-
lismo de mercado que hoy nos rodea por todas partes. Con esos
cambios, la iglesia pasó a ser una empresa proveedora de servicios,
y los pastores y líderes, ejecutivos.
Muchos líderes se unieron con un entusiasmo, en muchos casos
no libre de cálculo, para dar impulso a esta nueva iglesia-empresa
y a los nuevos líderes. El líder-siervo de la Biblia se transformó en
líder-ejecutivo y en ese mismo instante cambió todo. En muchos
casos, las iglesias evangélicas actuales son verdaderos negocios fa-
miliares o de un grupo fácilmente identificable.
Ni el grado de instrucción académica ni bíblica parecen ser-
vir cuando se cruzan los intereses económicos. Muchos líderes
y pastores instruidos han adoptado estos modelos fatalmente
equivocados, y la única explicación posible es que si el discerni-
miento espiritual e ilustrado les falló es porque les ganó la lógica
de las utilidades, que suele ser irrefutable para quienes aman el
dinero y la popularidad. En los pastores y líderes más sencillos
y menos instruidos, usualmente ubicados en los estratos de me-
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nores ingresos, la posibilidad de salir de la insignificancia social


les resulta atractiva y eso también explica su adhesión al modelo
empresarial.
La cultura mundial globalizada sigue de este modo contaminando
la iglesia con valores extraños a la ética del Evangelio de Cristo:
éxito, dinero, número, popularidad. Así llegamos al estado actual
de buena parte del liderazgo evangélico latinoamericano, algunas
de cuyas características se describen brevemente a continuación y
se pueden comprobar por simple pero atenta observación. Queda
pendiente un análisis detallado de cada una:
Autoritario. El “síndrome de hacienda” y el “espíritu de capataz”
de la cultura patrimonial siguen vigentes en el liderazgo de la igle-
sia evangélica continental, con pocas excepciones. Bajo el argu-
mento de que una iglesia es una “teocracia” y no una “democracia”,
se intenta convencer a los creyentes de que no se puede contrariar
a la autoridad del “ungido” que, por cierto, se suele elegir en mu-
chas iglesias con un mecanismo contradictoriamente democrático,
la votación directa.
En congregaciones donde los nombramientos se hacen “a dedo”
(el dedo del pastor “ungido”, por supuesto) la situación es más
grave y peligrosa. La pregunta que cabe aquí es, ¿con qué auto-
ridad estos líderes autonombrados se consideran “representantes”
o “ejecutores” de dicha teocracia? ¿Quién los supervisa? ¿A quién
rinden cuentas? (por todo lo visto en muchos casos, no a sus res-
petivas congregaciones, ciertamente).
Remoto. Los pastores y líderes van dejando de estar disponibles
para la congregación, y su contacto e interacción con la congre-
gación es muy pobre y distante. Ahora muchos pastores simple-
mente no son accesibles por ningún medio (ni mediante cita). La
excusa que se pone es que el gran número de creyentes y asistentes
de la iglesia hace imposible ese tipo de contacto e interacción. La
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pregunta que cabe aquí es, ¿tiene entonces sentido apelar, como se
hace ahora, a todos los recursos para que crezca el número de cre-
yentes y asistentes de una iglesia para luego dejarlos abandonados,
sin atenderlos apropiadamente?
El llamado “ministerio de visitación” a los creyentes, una práctica
que atrajo a muchos a la fe por la evidente muestra de interés
por la persona que implicaba buscarla y visitarla, desapareció de
la mayoría de iglesias hace tiempo. Por ahora, no hay alternativas
para recuperar por lo menos en alguna medida la cercanía física
y emocional entre liderazgo y creyentes, marca distintiva de una
comunidad de discípulos que ama al ser humano en los hechos
tanto como nos ama Dios. La masificación siempre crea estos pro-
blemas, pero al liderazgo de las iglesias con sueños de grandeza
aparentemente no les importa.
Con escasa preparación. La mayoría de pastores y líderes evan-
gélicos del continente carecen de buena preparación, provienen de
estratos de bajos recursos y educación y, lo que es peor, no mues-
tran interés por prepararse. Desde luego, hay excepciones, pero
son pocas. Muchos pastores y líderes no quieren cursar estudios
largos que les exijan algún esfuerzo, lo que ha obligado a muchos
centros de estudio a ofrecer cursos rápidos, cortos (si son gratuitos
mejor) con la esperanza de conseguir alumnos.
Una visita a los seminarios de cada país indicará sin lugar a dudas
que el número de personas que se preparan para el ministerio es
muy pequeño y va en declive. La pregunta que cabe aquí es, ¿dón-
de y cómo se ha formado entonces la gran cantidad de pastores,
líderes, “ministros”, “profetas”, “apóstoles”, “especialistas”, “adora-
dores”, “salmistas”, etc., que se han multiplicado en nuestras igle-
sias? La respuesta es que en ningún lugar: simplemente carecen de
educación bíblica formal, y eso incide directamente en la calidad
de su participación y servicio.
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Ávido de prestigio. Obtener una posición de liderazgo en la igle-


sia evangélica siempre ha sido considerado por muchos un méto-
do eficaz de ascenso social y económico. El exdirector de un semi-
nario denominacional cuenta que cuando en una entrevista se les
preguntó a los padres de un joven candidato por qué querían que
su hijo estudiase en aquel centro, éstos le respondieron campantes:
“Es que un amigo se puso una iglesia y le está yendo muy bien,
incluso ya tiene una sucursal, y tiene casa y auto”.
A la búsqueda de éxito económico y social ahora se suma la avi-
dez por el prestigio y la popularidad, aspiraciones más propias del
mundillo de las celebridades de la industria del entretenimiento.
La “imagen” que un pastor se construye para sí y proyecta a los que
le rodean va ganando más peso y autoridad que su calidad huma-
na, espiritual e intelectual.
El carisma que se cotiza en el liderazgo de muchas iglesias hoy no
es el “carisma” de la Biblia, entendido como la gracia y los dones
que reciben del Espíritu Santo los creyentes para servir a la Iglesia
de Cristo y a la sociedad, sino una mezcla de “pinta y labia”: ropa
y zapatos finos, buen corte de cabello, atractivo físico y, muy im-
portante, talento histriónico, astucia para las relaciones públicas
y sonrisa eterna. La pregunta que cabe aquí es, ¿pueden ser estos
líderes modelos de la humildad, la sencillez, el espíritu de servicio
y la solidez ética de Cristo?
Seguidor de las modas del mundo evangélico. Si se hace un in-
ventario rápido de las excentricidades, boberías y herejías que han
aparecido en los últimos años en las iglesias evangélicas latinoa-
mericanas traídas del exterior (principalmente pero no exclusi-
vamente de los Estados Unidos) y que son auténticas “modas”,
es difícil de creer que hayan sido introducidas o inventadas por
pastores y líderes a quienes se les atribuye preparación y discerni-
miento pues son guías del pueblo de Dios, nada menos.
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Pero no. A las “coyunturas”, “coberturas”, “escuderos”, “unciones,


“certificados de virginidad”, “quiebra del vínculo”, “regresiones”,
“decretos”, “pactos”, le sigue una larga lista de ideas, conceptos y
prácticas por demás extrañas para quien tiene incluso un conoci-
miento básico de la Palabra de Dios. Que ocurra este fenómeno
no es de extrañar si el liderazgo de la iglesia evangélica, por un
lado, no tiene interés en prepararse y, por el otro, ha sido sedu-
cido por el sueño del éxito social y monetario, bajo los disfraces
de “iglesias”, “centros de adoración”, “corporaciones cristianas” y
“ministerios”, entre otros.
En suma, hermanos y hermanas, tenemos por lo menos tres de-
safíos frente a nosotros concernientes al liderazgo actual de las
iglesias evangélicas en nuestro continente:
Primero, volver a lo que enseña la Biblia sobre el líder en tanto
guía del pueblo de Dios y servidor de los demás por amor a Cristo.
Una responsabilidad seria, que se ha trivializado en demasía y ha
mutado para convertirse en lo opuesto de lo que debiera ser.
Segundo, instruir bíblicamente al liderazgo y a los creyentes y
ayudarlos para llevarlos a una auténtica conversión, lo que signifi-
ca también promover la transformación de las culturas nacionales
en las que hemos sido socializados y que, aparte de ciertas ideas,
actitudes, hábitos y comportamientos incompatibles con la fe, nos
siguen aplastando con sus vicios, su autoritarismo y su jerarquiza-
ción. La verdadera conversión implica también la transformación
de la cultura.
Tercero, resistir a la cultura globalizada del mercado en la que es-
tamos inmersos y que con distintos subterfugios, muchos de gran
atractivo, penetra en todas las esferas de nuestra vida, nos quiere
también dominar y poner al Evangelio y el mensaje transforma-
dor de Cristo bajo su control.
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Para reflexionar y actuar

Estudiemos y conversemos:
1. ¿Qué es un líder? Intenten responder esta pregunta con el úni-
co recurso de la Biblia, sin recurrir a opiniones de ningún gurú
popular en el ambiente evangélico.
2. ¿Cuáles son las diferencias y semejanzas entre un pastor cris-
tiano y un líder empresarial? ¿Son sus características intercam-
biables o no? ¿Por qué?
3. ¿Cuáles con las diferencias y semejanzas entre una iglesia y una
empresa? ¿Puede la una equipararse en todo con la otra? ¿Son
intercambiables su naturaleza y características? ¿Por qué?
4. ¿Tiene la cultura (el conjunto de ideas, actitudes, hábitos y
comportamientos de un grupo humano) una influencia impor-
tante en la forma de vivir la fe?
5. ¿Cuáles ideas, actitudes, hábitos y comportamientos (costum-
bres) de nuestra cultura ecuatoriana y evangélica considera posi-
tivos y que hay que mantener? ¿Cuáles sería mejor reemplazar?

Actuemos:
1. Hagan una pequeña encuesta entre los pastores y líderes de
su iglesia: ¿Cuántos tienen formación académica? ¿Qué estu-
diaron? ¿Por cuánto tiempo? ¿En qué campos del ministerio
tienen calificación formal para ejercer de manera competente?
2. Elaboren en grupo el perfil de un pastor al estilo de la Biblia:
características humanas, espirituales e intelectuales. No usen
referencias de ningún “gurú”, usen exclusivamente la Biblia.
Presenten este perfil al liderazgo de la iglesia en una reunión
específicamente solicitada para el efecto.
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