Asignatura LTE802 6. Aplicaciones pastorales 6.1 Planificación Pastoral (Ver PDF: “El camino de la planificación pastoral” de Jesús Andrés Vela sj.) 6.2 Espiritualidad misionera La espiritualidad misionera es una espiritualidad del Reino. El misionero es el hombre enamorado del Reino, como Cristo que vino a anunciarlo y a llevarlo a su plenitud. Una llamada a ser misionero, es, ante todo, una invitación a enamorarse de lo esencial: El Reino. Hemos comparado el Reino con un sembrado y a la Iglesia con un riachuelo que le da vitalidad. El punto de partida ha sido el sembrado, no el riachuelo. Como misioneros tenemos necesidad de ver, gustar y amar la acción de Dios en el mundo, en los pueblos y en sus culturas; ahí está el Reino que crece. Como misioneros, estamos llamados a actuar la revolución de Copérnico, en caso de que aún estemos anclados al sistema de Tolomeo. Este formuló una teoría según la cual el sol da vueltas alrededor de la tierra la cual permanece inmóvil, en el centro. Copérnico vino a cambiar este sistema colocando el sol al centro. Para un misionero, el Reino es el sol que está al centro y la iglesia es la tierra que se mueve a su alrededor, como humilde sierva. Un misionero ve en el Reino el punto de llegada de todo hombre, de cualquier religión sea. El Reino es la vocación de toda la humanidad. Por eso, un misionero es especialmente sensible al hecho de que se trata de un Reino universal, para todos, como el sol que nace para buenos y malos (Mt 5,45), como el relámpago que sale por oriente y brilla hasta occidente (Mt 24, 27). La espiritualidad misionera es una espiritualidad de enviados. Pablo habla de la anchura y longitud, la altura y la profundidad de Cristo y de su amor que excede a todo conocimiento. (Ef 3, 18-19). 258 Es imposible agotar la experiencia de Cristo. Nadie puede actuarla en esa plenitud presentada por Pablo. A un momento dado hay que escoger. Esto es, hay que ver la experiencia de Cristo desde un ángulo, desde un punto focal y seguirlo en esa forma peculiar. El misionero ve a Cristo, preferencialmente, como el enviado del Padre. El es su modelo, su inspiración, su guía segura. "Como el Padre me envió, así yo os envío" (Jn 20, 21). Su mandato genera en el misionero un movimiento de amor más allá de toda frontera para efectuar una transmisión. Amar misioneramente, como enviados, es transmitir lo que se ha recibido y continuar sin cesar la transmisión. La historia del fraile que recibió un racimo de uvas es iluminadora. El pensó: "Cuan feliz se sentirá mi hermano si le doy estas uvas". Y las envió a la pieza del vecino. Este tuvo un pensamiento semejante y envió el racimo a otro de sus hermanos. Hasta que el racimo dio toda la vuelta. No se paró. Amar misioneramente es comunicar lo que se ha recibido. El enviado es la garantía de que este movimiento prosigue. Esta misión, sin embargo, exige que el misionero se considere: a) Enviado a partir de Cristo, esto es, desde una profunda comunión con él; desde la experiencia íntima y familiar de Dios en Cristo. "Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí" (Jn. 15, 4). b) Enviado de Cristo, esto es, en nombre suyo, para realizar el proyecto de él, para manifestar su amor en el mundo. Como enviado no tiene un proyecto propio, sólo el proyecto de Cristo. Enviado pues, a la par de Cristo que decía: "Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar. (Jn. 12,49). Espiritualidad de enviado es la que Cristo enseñó a María Magdalena: encontrarás a aquél que tu corazón ama sólo revelándolo a tus hermanos. Así pues, "vete donde mis hermanos..." (Jn. 20, 17). La espiritualidad misionera es una espiritualidad de frontera. El libro de Josué comienza con una orden del Señor: "Pasa ese Jordán, tú con todo este pueblo, hacia la tierra que yo les doy" (Jos. 1, 2). El Jordán indicaba los confines del territorio que había de ser conquistado, la tierra prometida. Juan presenta a Jesús atravesando el mismo río pero en sentido contrario al de Josué. Jesús se mueve más allá de las fronteras de su tierra y de la institución judía. El movimiento inaugurado por él con el mandato después de la resurrección, supera toda frontera. Es necesario profundizar un poco en esta realidad de la frontera. La frontera es un lugar, es una situación y, sobre todo, es una opción. La frontera es el lugar que divide, que marca un límite, que separa lo conocido de lo desconocido, en los otros, en la sociedad, en las culturas, en las religiones. La frontera como lugar es siempre ambigua por la mezcla que la misma comporta. Cuando ella separa las naciones nunca es un territorio definido, es más bien un lugar de continuos intercambios donde se confunden idiomas y acentos; las costumbres y las visiones del mundo se entrecruzan. En la frontera no somos del otro país ni ellos son del nuestro y, sin embargo, de alguna manera nos sentimos unidos. Hay una comunicación de tanta fuerza (en términos de cultura) que escapa a todos los controles. La frontera es siempre peligrosa. Cuando las relaciones de nación y nación se resquebrajan, allí acontecen los primeros conflictos, los primeros ataques, los gestos precursores de la agresividad. Por tanto, no es del agrado de todos, conducir una vida en un lugar con sabor de frontera. La frontera es también una situación. Ella marca la zona que divide la situación de holgado bienestar de aquélla otra de marginalidad. La situación de los privilegiados de la de los desheredados. Gonzales Mario, "Alie frontiere della Chiesa", en Mondo e Missione. 260 La frontera divide la situación que nos es hogareña de aquélla que nos es extraña. La situación definida habitual, de la otra que se insinúa con la novedad y el desafío. La situación de seguridad, de aquélla que implica correr riesgos. La frontera divide la experiencia de fe de la comunidad en que nacimos, vivimos y crecimos hasta llegar a una opción por Cristo, de otras experiencias de fe comunitarias. La frontera separa la vivencia cristiana de la iglesia local en que nos congregamos, de otras vivencias cristianas por ésta desconocida. La frontera divide la realidad de mi iglesia cristiana de esas realidades que son las otras religiones. Más acá de la frontera encuentro coherencia, claridad, sabor familiar. Más allá de la frontera puedo encontrarme en la incoherencia, la confusión, el tono extranjero, pues la historia de los otros y sus significados no tienen resonancia afectiva. Más acá de la frontera se siente aceptación. Más allá de la frontera, muchas veces sólo se logra ser algo tolerados. Más acá de la frontera todo se ve más fácil, más sensato, más obvio. Más allá de la frontera el mundo es más difícil. A todos les gusta traspasar la frontera mas sólo como turistas; como espectadores de un mundo que no será plataforma de una acción permanente y de un compromiso vital. Pocos corren el riesgo de crecer en apertura más allá de las propias fronteras. Por eso, la frontera es también una opción. La opción del misionero es ser hombre de frontera. Es la opción de vivir el evangelio en tierra extraña. ' Hombre de frontera es quien ha aceptado el mandato de ir (en sentido físico y no sólo espiritual) más allá de sus propias fronteras de cultura, religión, iglesia local. Como el Hijo de Dios que se despojó de si mismo tomando la condición de siervo. (Flp. 2,7). _ Vivir una espiritualidad de frontera es vivir siendo un puente entre la comunidad cristiana y los pueblos de otras religiones para ser voz de la iglesia frente a ellos y voz de ellos frente a la iglesia; y para evidenciar en ellos las maravillas que el Espíritu realiza en la construcción del Reino. No se trata solamente de ser puente y contacto entre dos culturas. El movimiento misionero parte de un punto anterior a toda cultura —el amor del Padre revelado en Cristo— y llega a un punto que trasciende toda cultura: el hombre como hombre, abierto al hombre. Ningún hombre es un prisionero de su propia cultura. Cada hombre es capaz de recibir un mensaje que llega desde su punto exterior a su cultura y a toda cultura8 . Jesús es misionero porque se mueve más allá de toda frontera. Lejos está de ser un símbolo de la propiedad privada con fronteras cerradas, protegidas, insuperables. El no tiene fronteras, ni muros, ni propiedad. (Mt. 12, 48-50; 8, 20). 5. La espiritualidad misionera es una espiritualidad de periferia ¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? (Le. 15, 4). Podemos determinar dos situaciones: la del centro y la de la periferia. El centro es el lugar de las ovejas al seguro, donde no hay peligros inminentes. El centro es ese lugar que, en las ciudades y pueblos tradicionales goza de los máximos beneficios. En el centro se encuentra quien tiene el poder económico, sociopolítico y cultural. El centro ofrece seguridad y bienestar. La periferia es el lugar de la oveja perdida, en inminente peligro, sumida en la inseguridad. La periferia es el lugar de los marginados de la sociedad, de la economía y de la fe. Es el lugar de los doblemente pobres: de fe explícita en Cristo y de posibilidad de derechos humanos. Optar por la periferia, por los doblemente pobres, es espiritualidad misionera. Es seguir a aquél que no murió en el centro de la ciudad sino lejos, en la periferia, en el lugar de la crucifixión, llamado calvario. Optar por la periferia es también escoger el desierto. No se trata de una categoría mental o espiritual. El desierto es el lugar árido, geográficamente difícil y a donde casi nadie quiere ir. Véase, Comblin, J., o. c. p. 20. 262 En el desierto los frutos no se ven ni tan inmediatos ni tan abundantes. A veces puede parecer más habitual el fracaso que el éxito. Se necesita un sentido profundo de esperanza y la aceptación de un ritmo no marcado por el misionero mismo. 6. La espiritualidad misionera es una espiritualidad de escucha No basta optar por la frontera o la periferia. Bien poca cosa serían si no llegan a ser una voz que nos interpela. Una vez un pagano interrogó a un rabino: "¿Por qué Dios escogió una zarza para hablar desde allí con Moisés? El Rabino respondió: "Si el hubiera escogido un algarrobo o un moral, me habrías hecho la misma pregunta. Pero no puedo dejarte ir sin una respuesta. Por eso te digo que Dios escogió la pequeña y miserable zarza para enseñarte que no hay ningún lugar sobre la tierra en el que Dios no esté presente. Ni siquiera una zarza"9 . Todo lugar es bueno para la Palabra de Dios. Todo lugar puede ser un lugar teológico, esto es, un lugar desde el que Dios habla. Desde toda cultura, aun la más pobre, Dios nos desafía. Pero hay que escucharla. Ella nos interpela por medio de la gente sencilla. El misionero lleva consigo una respuesta, el evangelio. Mas el comienzo de su tarea no puede ser el evangelio mismo. El punto de partida ha de ser una pregunta, un interrogante, que llega de todo hombre y pueblo desde la situación en que se encuentra: "El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí" (Ex. 3,9). El evangelio es respuesta a este clamor: "He bajado para librarle" (Ex. 3, 8). Para dar la respuesta, se requiere escuchar la pregunta. Sólo quien escucha puede ofrecer una buena noticia y no sólo una doctrina. El misionero es capaz de decir con Salomón: "Dame, Señor, un corazón que sepa escuchar*' (1 Re. 3, 9). La espiritualidad misionera es una espiritualidad de sencillez. La sencillez es la condición para escuchar. La persona sencilla es capaz de asumir una actitud de discípulo dispuesto a aprender. Sencillez quiere decir amor a lo esencial. David se ofreció para enfrentarse al gigante Goliat. Entonces, mandó "Saúl que vistieran a David con sus propios vestidos y le puso un casco de bronce en la cabeza y le cubrió con una coraza. Ciñó a David su espada sobre su vestido" (1 Sam. 17, 38-39). Pero David no pudo dar un paso. Se despojó de todo y marchó con lo que consideró esencial: su honda y la confianza en el Señor. La espiritualidad misionera exige la sencillez. Sólo este rasgo asegura la posibilidad de alcanzar al hombre en la fuente de su humanidad y, por ende, en el nivel de mayor universalidad. La sencillez hace posible la acogida de parte del más humilde de los hombres, como hombre. Por eso, los pobres se sentían cómodos con Jesús (Le. 4,18) y los ricos se sentían interpelados por él (Le. 19, 1-10) en un nivel más profundo que el de las capas superficiales resultantes de los condicionamientos socio-culturales. La misión del Espíritu Santo es, precisamente, eliminar la innecesaria complejidad que impide el camino misionero y hace regresar a la sencillez de los orígenes10 (1 Cor. 1, 25-55). La espiritualidad misionera es una espiritualidad de provisionalidad. Vocación misionera quiere decir vocación a una ministerialidad itinerante. "Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido. (Me. 1, 37). La misión universal es movimiento, desplazamiento de un lugar a otro dejando atrás comunidades formadas como signo e instrumento del Reino. Este movimiento exige el sentido de lo provisional. No la 10 Véase, Comblin, J , Teología de la misión, Ed. Latinoamericana libros, Buenos Aires, 1974 264 provisionalidad del turista que, como ave migratoria, pasa sin un compromiso serio, sino la de Juan Bautista que dice: "Es necesario que él crezca y yo disminuya" (Jn. 3, 30). Se trata de una provisionalidad que exige, por una parte despojo de sí, de los propios proyectos personales, y, por otra confianza en el otro, en sus capacidades de actualizar la creación de construir el futuro, de llevar su propia planta hasta la cosecha. Sentido de lo provisional es dejar que el otro sea; es ayudar-, lo a que sea autónomo, dándole el espacio necesario para ello11 . La espiritualidad misionera es una espiritualidad pascual. Pascua quiere decir muerte y resurrección. Asumir la dimensión de la cruz quiere decir vivir la espiritualidad de renuncia, de olvido de sí, de sacrificio. "El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros. (Jn 15, 20). Este rasgo es una denuncia a una visión del hombre donde la autorrealización del yo, sobre toda otra cosa, es el primer valor. Pascua es también resurrección. La espiritualidad misionera es propia de los enamorados de la vida. "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn. 10,10). El misionero es un proyecto vivo en favor de la vida de todas sus experiencias. Es el testigo de la resurrección, de la vida nueva que quiere se haga presente en comunidades pascuales reunidas en torno a la eucaristía y lanzadas desde la misma, a la misión. La espiritualidad misionera es una espiritualidad mariana. El misionero ve en María la síntesis de una espiritualidad misionera. En efecto, si consideramos la vida de María, podemos ver que por muchísimos aspectos, fue una vida misionera. A. En la anunciación aceptó incondicionalmente la Palabra de Dios (Le. 1, 26 y ss.) y el Espíritu la cubrió, en forma permanente con su sombra, es decir, la consagró para la misión de generar a Cristo para el mundo. En la visitación sirvió y anunció la presencia del Señor (Le. 2, 39-45), tarea eminentemente evagelizadora. C. En el Magníficat cantó proféticamente la libertad de los hijos de Dios y el cumplimiento de la promesa (Le. 2, 46 y ss) lo cual es un elemento esencial de la evangelización que quiere decir liberación integral. En la natividad, dio a luz el Verbo de Dios y lo ofreció a la adoración de todos los que lo buscaban, ya fueren sencillos pastores o sabios venidos de tierras lejanas (Le. 2, 1-8). La finalidad de la misión, es precisamente conducir a los pueblos a la adoración del único Dios en Cristo. En la huida a Egipto aceptó las consecuencias de la sospecha y de la persecusión de que es objeto el Hijo de Dios (Mt. 2, 13-15) y que suelen ser compañeros casi habituales de la misión. En una presencia atenta a las necesidades de los hombres, provocó el signo mesiánico, propiciando la fiesta (Jn. 2, 1-11) y favoreciendo la fe de la comunidad apostólica en Cristo. En la cruz es fuerte, fiel y abierta a la acogida de la maternidad universal (Jn. 19, 25-27). En el calvario su misión maternal se dilató asumiendo dimensiones universales. H. En el cenáculo está en ardiente espera, con toda la iglesia, de la plenitud del Espíritu con la cual se inaugura la acción misionera universal de los apóstoles (Hch 1, 2). En todos estos momentos, se ve una persona para quien la presencia de Dios y la realización de su Reino universal son realidades más importantes que sus propios intereses. 2