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¿Quién era, por tanto, Pedro Lombardo?

Aunque las noticias sobre su vida son escasas,

podemos reconstruir las líneas esenciales de su biografía. Nació entre los siglos XI y

XII cerca de Novara, en el norte de Italia, en un territorio que en otro tiempo pertenecía

a los Longobardos; precisamente por eso le pusieron el sobrenombre de "Lombardo".

Pertenecía a una familia de escasos recursos, como podemos deducir de la carta de

presentación que san Bernardo de Claraval escribió a Gilduino, superior de la abadía de

san Víctor en París, para pedirle que hospedara gratis a Pedro, el cual quería ir a esa

ciudad para estudiar allí. De hecho, incluso en la Edad Media, no sólo los nobles o los

ricos podían estudiar y llegar a ocupar cargos importantes en la vida eclesial y social,

sino también personas de origen humilde, como por ejemplo Gregorio VII, el Papa que

se enfrentó al emperador Enrique IV, o Mauricio de Sully, el arzobispo de París que

mandó construir Notre-Dame y que era hijo de un campesino pobre.

Pedro Lombardo inició sus estudios en Bolonia, luego se trasladó a Reims y, por último,

a París. Desde 1140 enseñó en la prestigiosa escuela de Notre-Dame. Estimado y

apreciado como teólogo, ocho años después el Papa Eugenio III le encargó que

examinara las doctrinas de Gilberto Porretano, que suscitaban muchos debates, porque

no parecían del todo ortodoxas. Ordenado sacerdote, fue nombrado obispo de París en

1159, un año antes de su muerte, que aconteció en 1160.


Como todos los maestros de teología de su tiempo, también Pedro escribió discursos y

textos en los que comentaba la Sagrada Escritura. Su obra maestra, sin embargo, son los

cuatro libros de las Sentencias. Se trata de un texto que nació con vistas a la enseñanza.

Según el método teológico utilizado en esos tiempos, era preciso ante todo conocer,

estudiar y comentar el pensamiento de los Padres de la Iglesia y de otros escritores a los

que se consideraba autorizados. Por eso, Pedro recogió una documentación muy amplia,

constituida principalmente por las enseñanzas de los grandes Padres latinos, sobre todo

de san Agustín, y abierta a la contribución de teólogos contemporáneos suyos. Utilizó

también, entre otras, una obra enciclopédica de teología griega que desde hacía poco

tiempo se conocía en Occidente: La fe ortodoxa, compuesta por san Juan Damasceno.

El gran mérito de Pedro Lombardo consiste en haber ordenado todo el material, que

había recogido y seleccionado con esmero, en un cuadro sistemático y armonioso. De

hecho, una de las características de la teología es organizar de modo unitario y ordenado

el patrimonio de la fe. Por eso, él distribuyó las sentencias, es decir, las fuentes

patrísticas sobre los distintos temas, en cuatro libros. En el primero se trata de Dios y

del misterio trinitario; en el segundo, de la obra de la creación, del pecado y de la

gracia; en el tercero, del misterio de la Encarnación y de la obra de la Redención, con

una amplia exposición sobre las virtudes. El cuarto libro está dedicado a los

sacramentos y a las realidades últimas, las de la vida eterna, llamadas Novísimos. La

visión de conjunto que se obtiene incluye casi todas las verdades de la fe católica. Esta

mirada sintética y la presentación clara, ordenada, esquemática y siempre coherente,

explican el éxito extraordinario de las Sentencias de Pedro Lombardo, que permitían a

los alumnos un aprendizaje fiable y a los maestros, que las usaban en sus clases,

profundizar ampliamente. Un teólogo franciscano, Alejandro de Hales, que vivió una

generación después de la de Pedro, introdujo en las Sentencias una subdivisión que hizo
más fácil su consulta y su estudio. Incluso los más grandes teólogos del siglo XIII, san

Alberto Magno, san Buenaventura de Bagnoregio y santo Tomás de Aquino, iniciaron

su actividad académica comentando los cuatro libros de las Sentencias de Pedro

Lombardo, enriqueciéndolas con sus reflexiones. El texto de Lombardo fue el libro que

se usó en todas las escuelas de teología hasta el siglo XVI.

Se trata de una compilación sistemática de las enseñanzas de los padres de la Iglesia y

de las opiniones de los primeros teólogos, y es importante por su explicación de la

teología de los sacramentos. Mientras escritores anteriores enumeraron hasta treinta,

Lombardo fue uno de los primeros en insistir que los sacramentos eran siete, para

distinguirlos de los remedios sacramentales. Sentencias, nombre abreviado por el que es

conocida su obra, continuó siendo el principal libro de texto sobre teología en las

universidades europeas hasta el siglo XVI; muchos teólogos y filósofos escolásticos,

incluido santo Tomás de Aquino, escribieron comentarios sobre él.

Las enseñanzas de Lombardo pronto ganaron reconocimiento. Puede suponerse que esta

atención es lo que impulsó a los canónigos de Nuestra Señora a ofrecerle un puesto

entre ellos. Era considerado un «celebrado teólogo» en 1144. La escuela parisina de

canónigos no había contado entre ellos a un teólogo altamente considerado durante

años. Los canónigos de Nuestra Señora eran miembros de la casa Capeto, familiares de

esta dinastía bien por sangre, bien por matrimonio, nobleza de la isla de Francia o del

valle del Loira oriental, o parientes de funcionarios reales. Por contraste, Pedro no tenía

familia o conexiones eclesiásticas y ningún patrono político en Francia. Parece que lo

invitaron a unirse a ellos tan solo por su mérito académico.


La importancia histórica de Pedro Lombardo descansa en sus Sentencias y en la

posición que tuvieron en la teología medieval. Los anteriores teólogos dogmáticos,

como Isidoro de Sevilla, Alcuino y Pascasio Radberto habían intentado establecer la

doctrina de la Iglesia desde los textos de la Biblia y citas de los Padres. En el siglo XI

este método dio paso a la elaboración dialéctica y especulativa de los dogmas

tradicionales. Pedro Lombardo entró en escena cuando los nuevos métodos y sus

artificios dialécticos estaban todavía expuestos a amplia objeción, pero cuando la sed de

conocimiento era notoriamente aguda. Se publicaba un texto tras otro, procediendo la

mayoría de la escuela de Abelardo o en algún grado inspirados por él. De esas obras, la

mayor influencia la obtuvo la obra de Pedro, que durante un tiempo fue un admirable

compendio de conocimiento teológico. Está escrita bajo la preeminente influencia de

Abelardo, Hugo de San Víctor y el Decretum de Graciano. Si Pedro había estudiado él

mismo a los escritores antiguos que cita es incierto; él era un hombre de amplias

lecturas, pero las obras de los Padres se habían usado una y otra vez en largas catenæ  de

'sentencias' que hacían innecesario ir a los tratados originales. Al igual que sus

contemporáneos, a quienes conoce totalmente, muestra la influencia de Abelardo en su

método y en incontables detalles, mientras que reserva una actitud crítica hacia sus

peculiaridades más pronunciadas. Por otro lado, sigue estrechamente a Hugo y a veces

textualmente, aunque también con una tendencia a evitar los aspectos puramente

especulativos. Para su doctrina sacramental le es útil Graciano, especialmente por las

citas aducidas de él y su actitud legal hacia esas cuestiones.


La característica más destacada del método de Pedro es la cauta y discreta reserva en su

tratamiento de los problemas dogmáticos. Muestra una fuerte inclinación a no entrar en

especulaciones, intentando presentar simplemente la enseñanza recibida de la Iglesia.

No entra en disputas sobre la Escritura y la razón, la autoridad y la filosofía. No era

capaz de dilucidar los términos técnicos de las escuelas filosóficas; las autoridades,

antiguas y posteriores, a las que siguió habían trabajado con esos términos. Pero sus

explicaciones son más bien no definidas y eclécticas, lo que hace a su obra de amplia

utilidad. Asumiendo que las bases de sus decisiones están en las Escrituras, los Padres y

los antiguos concilios con sus credos, procede antes de nada a proponer una pregunta,

ofreciendo a continuación una solución, a través de uno o más pasajes patrísticos. Las

autoridades que parecen contradecir esta solución son aducidas a continuación y la

oposición se resuelve mediante uno de los dos métodos, ambos de Abelardo, ya sea por

la hipótesis de que las palabras pueden tomarse en dos diferentes sentidos en las dos

autoridades o por la evaluación de las autoridades, en cuyo caso la Biblia se asume

como infalible y Agustín como el más grande de los Padres. Otra manera de situar la

pregunta es citar alguna declaración contemporánea y confirmarla o refutarla. La razón

tiene un lugar secundario. La razón natural es, de hecho, un reflejo de la presencia de

Dios, pero necesita ser ayudada y completada por la revelación. Admite que la creación

por Dios fue conocida por los paganos 'meditante el razonamiento filosófico' así como

por la ley de la naturaleza 'por la que un hombre entiende y es consciente de lo que está

bien y mal', anticipando aquí la posterior actitud escolástica. La teología está limitada a

la doctrina positiva de la Iglesia, pero en sus fundamentos concuerda con los resultados

naturales y racionales obtenidos por la mente humana. Pero Lombardo no alcanza la


claridad científica de sus sucesores en relación a esas cuestiones, mientras que por otro

lado resiste la tendencia a las sutilezas, tan característica de muchos de ellos.

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