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STEVEN PINKER EL MUNDO DE LAS PALABRAS Una introduccién a la naturaleza Numana ? PAIDOS Barcelona Titulo original: The stuff of thought Traduccién de Roc Filella Coleccién dirigida por Ignacio Lépez Verdeguer Diseio de la coleccién y de la cubierta: excéntric comunicaci6 Queda rgurosamente prohiidas, sin la autonizactén escita de os ituares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, a eprocuccion total 0 parcial de esta cba por ovalquer ‘medio 0 procedimiento, comrencidos la reprografay el tratamiento informstico,y a istibueién de elerlares de ela mackantealqular 0 préstaro pibices, © 2007 by Steven Pinker. All Rights Reserved © 2007 de la traducci6n, Roc Filella © 2007 de todas las ediciones en castellano Ediciones Paidés Ibérica, S.A., Av, Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona www.paidos.com ISBN: 978-84-493-2053-8 Depésito legal: B-40.839/2007 Impreso en Grup Balmes - AM 06, A.LE. Ay. Barcelona, 260, Pol. Ind. El Pla - 08750 Molins de Rei (Barcelona) Impreso en Espafia - Printed in Spain SUMARIO Agradecimientos . nH Prefacio 13 1. Las palabras y los mundos . 15 2. Por la madriguera abajo. 45 w . Cincuenta mil conceptos innatos (y otras teorfas radicales del lenguaje y el pensamiento) ....... 129 4, Surcar el viento .........-. 5. La metéfora de la metdfora .. 6. :Qué hay en un nombre? 7. 8. . Las siete palabras que no se pueden pronunciar en la televisién . 427 . Los juegos que la gente practica .. 493 9. Escapar de la caverna 557 Bibliografia 0.000. .00 cc cccc cece eceveeeveeeeeeresenes 573 Indice analitico y de nombres .........00c00eceeceeeeeeeeee 609 LAS PALABRAS Y LOS MUNDOS 39 {Todo el mundo? Si, todo el mundo. Imaginemos que le dijera al lector que hay una obscenidad tan escandalosa que las personas decentes no osan mencionarla ni siquiera en una conversacién privada. Al igual que los ob- servantes judfos cuando se refieren a Dios, tienen que hablar de ello con cierto distanciamiento, empleando una palabra que se refiera a la palabra en cuestién. Se concede una exencién especial a un circulo de personas ele- gidas para que puedan utilizarla, pero todas las demas se arriesgan a suftir graves consecuencias, incluida la provocacién de una violencia justifica- ble.'> ;Cudl es esa obscenidad? Es la palabra nigger («negrata») —o, como se alude a ella en foros respetables, /a palabra-n, que sélo la pueden pro- nunciar los afroamericanos para expresar camaraderia y solidaridad en los lugares que ellos determinen—. La escandalizada reaccién que otros usos provocan, incluso entre personas que apoyan la libertad de expresién y se preguntan por qué se forma tal alboroto cuando se trata de palabras que se refieren al sexo, indica que la psicologia de la magia de la palabra no es sélo una enfermedad propia de puritanos amantes de la censura, sino un elemento de nuestra constitucién emocional y lingiiistica. LAS PALABRAS Y LAS RELACIONES SOCIALES En los tiltimos afios, Internet se ha convertido en un laboratorio para el es- tudio del lenguaje. No sélo proporciona un gigantesco corpus de lengua- je real que usan personas reales, sino que es un portador mas que eficiente para la transmisién de ideas infecciosas, y que de este modo destaca ejem- plos del lenguaje que las personas consideran suficientemente fascinantes para pasarlos a los demas. Permitame el lector que introduzca el tema prin- cipal de este libro con una historia que circulé ampliamente por correo electrénico en 199 Durante los uiltimos dias del aeropuerto Stapleton de Denver, se cancelé un vuelo abarrotado de pasajeros de la compaji‘a United. Una tinica em- pleada de esta compafifa estaba reservando plaza de nuevo a una larga cola de viajeros muy molestos. De repente, un pasajero airado avanzé hasta el mos- 15. Kennedy, 2002. 40 EL MUNDO DE LAS PALABRAS trador y tiré sobre éste su billete, diciendo: «TENGO que estar en este vuelo, y TIENE que ser en primera». La empleada respondié: «Lo siento, caballero. Me encantarfa poder ayudarle, pero primero tengo que ayudar a toda esta gente, y estoy segura de que todo saldré bien». El pasajero no se inmuté. En voz muy alta, para que los pasajeros que tenia a su espalda lo oyeran, pre- gunté: «;Tiene usted idea de quién soy yo?». Sin dudarlo un segundo, la em- pleada sonrié y cogié el micréfono para dirigirse al publico: «Atencién, por favor —empez6, con su voz bramando por toda la terminal—. Tenemos aun pasajero aqui en la puerta de embarque QUE NO SABE QUIEN ES. Si alguien le puede ayudar a encontrar su identidad, por favor que se acerque». Con la gente que tenia detrés de sf riéndose a carcajadas, el hombre fulminé a la em- pleada con una mirada, apreté los dientes y espet6: «Es usted una [imprope- rio}». La chica, sin inmutarse, sonrié y dijo: «Lo siento, caballero, pero tam- bién para eso tendré que hacer cola». La historia parece demasiado buena para ser verdad, y es probable que se trate de una leyenda urbana.'® rompecabezas sobre las rarezas del lenguaje que analizaremos en capitulos posteriores. Ya me he referido a ese rompecabezas que se oculta detrds del segundo chiste, concretamente al decir que determinadas palabras para re- ferirse al sexo se emplean también en imprecaciones agresivas (capitu- lo 7). Pero el primero de los chistes introduce el tiltimo mundo que deseo conectar con las palabras, el mundo de las relaciones sociales (capitulo 8). La respuesta de la empleada al «;Sabe usted quién soy yo?» surge de un Pero sus dos chistes constituyen un buen desequilibrio entre el sentido que el pasajero queria dar a su retérica pre- gunta —la exigencia de reconocimiento de su estatus superior— y el sen- tido que la empleada simulé darle —una solicitud literal de informa- cién—. Y el desenlace para los espectadores (y el ptiblico del correo electrénico) surge de la interpretacién del intercambio a un tercer nivel: que la mal interpretada simulacién de la empleada era una tdctica para darle la vuelta a la relacién de dominio, y relegar al arrogante pasajero a una ignominia bien merecida. El lenguaje se interpreta en multiples niveles y no como un anilisis sin- tactico del contenido de la frase.” En la vida cotidiana aprovechamos la 16. . 17. Grice, 1975. LAS PALABRAS Y LOS MUNDOS 41 capacidad de nuestro interlocutor para escuchar entre lineas para agregar solicitudes y ofertas que no podemos soltar sin mas. Los autores de obras de ficcién recurren a menudo a esta capacidad, e invitan al publico a que entre en la mente de las dos personas que intervienen en un didlogo. En la pelicula Fargo, un policia hace que un par de secuestradores con un rehén oculto en el asiento trasero se detengan porque el coche no lleva ma- tricula. El policia pide al secuestrador que conduce que le muestre el per- miso de conducir, y éste saca la cartera, de la que asoma un billete de cin- cuenta délares, y dice: «Quiz lo mejor sea que nos ocupemos de esto en Brainerd». La frase, obviamente, se dice y se interpreta como un soborno, no como un comentario sobre la relativa conveniencia de las diferentes ju- risdicciones en las que pagar la multa. Hay otras muchas formas de hablar que se interpretan de manera dis- tinta del que es su significado literal: Si pudieras pasarme el guacamole, seria formidable. Contamos contigo para que asumas el liderato en nuestra Campa- fia para el futuro. éTe gustarfa subir a ver mi coleccién de sellos? Tienes aqui muchas cosas de valor. Serfa una ldstima que le ocu- triera algo a todo esto. No hay duda de que cada una de las frases contiene, respectivamente, una peticién, una solicitud de dinero, una insinuacién sexual y una ame- naza, Pero gpor qué la gente no dice lo que realmente quiere decir? —«Si deja que me vaya, le doy 50 délares», «Nos vamos a la cama?», ete.—. Con el velado soborno y la velada amenaza, se podria pensar que intervie- nen todos los tecnicismos de la renuncia verosimil: el soborno y la extor- sién son delitos y, al evitar una proposicién explicita, si el caso llegara a los tribunales, quien habla podrfa conseguir que las acusaciones fueran difici- les de probar. Pero el velo es tan transparente que cuesta creer que pudiera confundir al fiscal o engafiar al jurado —como dicen los abogados, no pa- saria la prueba de las risitas, es decir, es algo completamente ridiculo—. Sin embargo, todos tomamos parte en estas payasadas, sabedores de que no engafiamos a nadie. (Bueno, a casi nadie. En un episodio de Seinfeld, la chica con quien ha ligado le pregunta a George si le apetece un café. Fl de- 42 EL MUNDO DE LAS PALABRAS clina la invitacién, alegando que la cafeina no le deja dormir. Después se da un cachete en la frente y cae en la cuenta: «;“Café” no significa café! i“Café” significa sexo!». Y, claro est4, son dos cosas muy distintas. En un chiste que Freud cuenta en «El chiste y su relacién con el inconsciente», un empresario se encuentra con uno de la competencia en la estacién del tren y le pregunta adénde va. El segundo empresario dice que se dirige a Minsk. El primero responde: «Me dices que vas a Minsk porque quie- res que piense que vas a Pinsk. Pero resulta que sé que vas a Minsk. De modo que zpor qué me mientes?».) Si el que habla o el que escucha tuvieran que explicar siempre las pro- posiciones tdcitas que se ocultan tras su conversacién, la profundidad de la representacin discursiva del estado mental de ambos serfa mareante. El conductor propone un soborno; el policia sabe que el conductor le esté ofreciendo un soborno; el conductor sabe que el policia lo sabe; el policia sabe que el conductor sabe que él lo sabe; y asi sucesivamente. Entonces, gpor qué no lo sueltan directamente? ;Por qué el que habla y el que escu- cha intervienen a conciencia en una comedia costumbrista? La educada peticién que se produce en la cena —lo que los lingiiistas Ilaman un imperativo interrogativo (whimperative)— da una pista. Cuan- do uno hace una peticién, se presupone que quien la escuche accederd a ella. Pero, aparte de los empleados o los amigos {ntimos, no se puede man- donear asf con la gente. Ademés, uno quiere el condenado guacamole. La forma de salir de este dilema es formular la peticién como si se tratara de una pregunta tonta («;Puedes...?»), una cavilacin sin sentido («Me pre- guntaba si...»), una burda exageracién («Seria fantastico si pudieras...»), 0 alguna otra tonterfa que est4 tan fuera de lugar que quien escucha no sa- bra qué es exactamente lo que se quiere decir, y recurre a una especie de psicologfa intuitiva en un esfuerzo por inferir cual es nuestra verdadera in- tencidn. Al mismo tiempo, quien nos escucha nota que hemos hecho ese esfuerzo por no tratarlo como a un factétum. Un sigiloso imperativo nos permite hacer dos cosas a la vez: comunicar nuestra peticién, y apuntar que comprendemos la relaci6n. téte habitual es Como veremos en el capitulo 8, la conversacién séte como una sesién de diplomacia, cuyas partes estudian la forma de guardar las apariencias, ofreciendo una escapatoria al tiempo que mantienen la po- sibilidad de una negativa verosimil mientras negocian la mezcla de poder, LAS PALABRAS Y LOS MUNDOS 43 sexo, intimidad y justicia que compone su relacién. Como ocurre con la diplomacia real, si los comunicados son demasiado sutiles, 0 no lo son lo bastante, pueden encender la mecha de una tormenta incendiaria. En 1991, el nombramiento de Clarence Thomas para el Tribunal Supremo de Estados Unidos casi se desbaraté porque se le acusé de haberse insinuado auna subordinada, la abogada Anita Hill. En uno de los raros episodios de la historia del ejercicio del poder de aconsejar y consentir por parte del Se- nado, los senadores tuvieron que decidir qué pretendia Thomas cuando le hablaba a Hill de una actriz de peliculas pornogréficas llamada Long Dong Silver y cuando formuls la pregunta retérica «;Quién puso vello pu- bico en mi Coca-Cola?». Cabe presumir que no era esto en lo que pensa- ban quienes formularon la doctrina de la separacién de poderes, pero este tipo de pregunta se ha convertido en parte de nuestro discurso nacional. A partir del momento en que el caso Thomas-Hill sacé a la palestra el acoso sexual, los fallos sobre las denuncias de acoso han supuesto un auténtico quebradero de cabeza para universidades, empresas y gobiernos, sobre todo cuando una supuesta insinuacidn sexual se hace indirectamente y no como una proposicién pura y simple. Estos chismes de la prensa y de la red desvelan algunas de las formas en que nuestras palabras se relacionan con nuestros pensamientos, nuestras comunidades, nuestros sentimientos, nuestras relaciones y con la propia realidad. No es de extrafiar que el lenguaje proporcione tantos asuntos candentes de nuestra vida ptiblica o privada. Somos verbivoros, una espe- cie que vive de las palabras, y es seguro que el significado y el uso del len- guaje estan entre las cosas importantes que cavilamos, compartimos y de- batimos. Al mismo tiempo, seria un error pensar que estas deliberaciones son realmente sobre el propio lenguaje. Como demostraré en el capitulo 3, el lenguaje es ante todo un medio con el que expresamos nuestros pensamien- tos y sentimientos, y no se puede confundir con los propios pensamientos y sentimientos. Y otro fenédmeno del lenguaje, el simbolismo del sonido (capitulo 6), da una pista sobre esta conclusién. Sin un substrato de pen- 44 EL MUNDO DE LAS PALABRAS samientos en que apoyar las palabras, en realidad no hablamos, simple- mente parloteamos, charlamos, farfullamos, cotorreamos, chachareamos, chismorreamos, cascamos 0 pegamos la hebra; una serie de elementos del léxico que se refieren al charlar vacfo, lo cual hace evidente la expectativa de que los sonidos que salen de nuestra boca normalmente sean sobre algo. EI resto de este libro trata de este algo: las ideas, los sentimientos y el apego que se hacen visibles a través de nuestro lenguaje y que componen nuestra naturaleza. Nuestras palabras y construcciones desvelan ideas de la realidad fisica y de la vida social humana que son similares en todas las cul- turas, pero diferentes de los productos de la ciencia y la erudicién. Estan enraizadas en nuestro desarrollo como personas, pero también en Ia his- toria de nuestra comunidad lingiifstica y en la evolucién de nuestra espe- cie. La capacidad que tenemos de combinarlas en conjuntos mayores y de extenderlas a nuevos dominios mediante saltos metaféricos explica en gtan medida qué es lo que nos hace inteligentes. Pero también es posible que estén en conflicto con la naturaleza de las cosas y, cuando asi ocurre, el resultado puede ser la paradoja, la locura y hasta la tragedia. Por estas razones, espero convencer al lector de que los 3.500 millones de dédlares que estaban en juego en la interpretacién de la palabra «suceso» no son més que una parte del valor que tiene la comprensién de los mundos de las palabras.

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