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Roberto Rosales
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Miedo azul sobre un aletear en llamas
Derechos reservados
Roberto Rosales
Editorial Catorce
Chosica 672, Colonia Lindavista
Delegación Gustavo A. Madero 07300, México, CDMX
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LA CAJA DE PANDORA
Agua fuerte, Agua tinta Y Buril
Lámina de cobre
39 X 14 CMS.
INGRID SAÉNZ
Agua dulce, Veracruz
Premio estatal de grabado “Férido Castillo” en 2009 y mención
honorifica en 2006 en el mismo evento.
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Prólogo
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PRIMERA PARTE
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Para parecer a mi padre, solo tenía que morir
Me dicen que camino como él, que hablo como él, que
muevo las manos como él y todavía lo busco en el espejo,
porque no sé cuánto de esto es verdad pues no existe nin-
guna fotografía que me lo confirme, creo que mi padre lo
inventan a partir de mí y ahora yo soy mi padre intentando
ser mi hijo.
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Para no parecer a mi padre tengo que borrar las fle-
chas en las paredes de esta ciudad que no llevan a nin-
guna parte, debo dejar reposar mi cuerpo en los charcos
hasta que me salga musgo en la espalda, no debo señalar
el arcoíris con la mano derecha, tengo que aprender a res-
pirar con las branquias.
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Fue a partir del incendio en su casa cuando le nacie-
ron ganas de tener alas.
Fue una tarde con mucho viento que arrastro luz por las
calles junto con la basura y los perros, las aves planeaban
pues no podían mantener el equilibrio sobre las ramas de
los árboles ni sobre los cables del tendido eléctrico.
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y bailaron pero se han cansado y ya no se peinan ni cam-
bian sus vestidos, han dejado sus juegos de humano por
la indiferencia.
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La mañana respiraba todo el aire del parque de manera
lenta, no había alteración en el ritmo de los corredores ma-
tutinos ni en pasos lentos de ancianos, solo los giros acro-
báticos de una mujer jalaba las miradas, sus movimientos
de gacela y mariposa desentonaban con la quietud tem-
prana.
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La investigación dio inició en las agencias funerarias de
la ciudad tratando de encontrar la procedencia del ataúd,
después en los museos, el expediente se llenaba de hojas
con información pero sin pista alguna.
Al calce, la dirección.
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El sol se encuentra tendido sobre la ciudad.
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Una de las manos de John Lennon estaba más grande
que la otra como si tuviera canciones a punto de brotar,
letras inconclusas, quizá también por eso sus ojos eran
grandes, su rostro con la boca un poco abierta, parecía
como si cantara o estuviera encerado a mitad de un grito,
solo su rostro reflejaba una emoción y el resto del cuerpo
es una piedra rígida vestida con un traje de color blanco y
solo un zapato, el izquierdo. En muchos accidentes se ha
documentado que las víctimas pierden un zapato, aunque
no se han llevado estadísticas si ha sido el izquierdo o el
derecho, pero crea una hipótesis sobre la muerte que se
lleva el alma del cuerpo dentro de un zapato, ¿para qué?,
esa es otra pregunta que el Detective no se quiero hacer.
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Un tercer ataúd fue encontrado en un parque infantil,
enterrado debajo de los columpios donde los pies de un
chico que en cada movimiento que hacía para impulsarse,
movía un poco de tierra hasta que el color de la tapa de
madera fue apareciendo conjuntamente con la curiosidad
de la chica que lo acompañaba, ella sacó el lápiz con que
se delinea las cejas, su bilé y hasta su enchinador de pes-
tañas para escarbar. Solo descubrieron la mitad de la caja
porque su miedo fue grande al comprobar que no era un
tesoro si no un féretro en mitad del parque, salieron de este
con la prisa que les permitió el nerviosismo, su caminar
más bien parecía el de dos competidores de caminata, vol-
teaban hacia ambos lados deseando que nadie los hubiera
visto escarbar, decidieron llamar a la policía desde un te-
léfono público para no involucrarse en este macabro ha-
llazgo, ni a sus familias si llamaban desde un teléfono par-
ticular, jamás se dieron cuenta que sobre el tubo que so-
porta los columpios estaba pegado un letrero que dice ES
MEJOR LA MUERTE.
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El dueño de la florería EL GIRASOL llevaba tres horas
esperando al Detective en su oficina, cuando por fin lo tuvo
enfrente, lo miró retadoramente y vació una bolsa de plás-
tico sobre el escritorio sin importar los documentos que se
encontraban en la superficie, dedos de varios tamaños y
colores, patas de pollo y cerdo hacían un collage de olores
y colores.
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─¿Por qué no fue al periódico a preguntar sobre este
anuncio?
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Los dedos ahora eran recibidos con agrado, El gordo de
cabello teñido y modos afeminados los metía en una bolsa
y escribía el nombre sobre una etiqueta de papel, en un
afán de notoriedad muchas personas cortaron sus dedos,
los dejaron en la florería para después publicar en su red
social, YO SOY LENNON, o MI DEDO POR UN REINO.
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Llevo en la memoria
el cadáver de tantos vuelos,
tela de araña en la mirada
para engañar al resplandor
de la cicatriz que ancla.
Las orillas
que mis pies reconocen,
son lugares donde no volveré.
Mi cabeza es un animal
que absorbe la melancólica médula
del recuerdo, después de roer el hueso
que la esconde.
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La niña cursaba el 6to. grado en la escuela primaria que
se encontraba cerca de su casa, ya era una personita re-
traída que guardaba en una caja de cartón todos los dra-
gones y más animales fantásticos que imaginaba para des-
pués meterlos poco a poco en los cuentos que escribía,
cuando ella llegaba a su salón de clases sus compañeros
cambiaban de fisonomía por la de algún ser que llegara a
su cabeza, contrariamente a lo que se pudiera pensar, su
maestra casi siempre mantuvo su forma original aunque en
contadas ocasiones fuese una domadora de monstruos.
─! Pendejos ¡
Y salió de prisa.
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A los dieciséis ella se parecía a todas las cosas.
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La calle se despojaba poco a poco de los autos y el si-
lencio se volvía una capa espesa, solo agujerada por el
cigarrillo encendido que se consumía en el cenicero de la-
tón que se encontraba sobre el buró en el cuarto que habi-
taba el Detective.
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cía asomar los ojos arriba de los lentes, volteaba hacia al-
gún lado al azar se acomodaba los lentes para volver a
perderse en el infinito que le daba la inmovilidad.
─¿Quién lo busca?
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A su nariz llegó un aroma a gardenias y recordó a su
esposa saliendo del baño, con el cuerpo húmedo y cuando
él le dijo que ese olor le recordaba su cuerpo desnudo sa-
liendo del baño, con la humedad impregnada de gardenias,
sintió algo dentro de la vena del brazo derecho que le elec-
trizaba poco a poco y lo subía sobre un papalote que revo-
loteaba con el viento, los paramédicos habían subido al
Detective a una ambulancia y lo trasladaban a un hospital.
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y no lo que ella decía, que él siempre esperaba esas lla-
madas para escapar de casa y hasta desconfiaba que fue-
ran reales, él volvía y la miraba en la cama siempre limpia,
se acercaba lentamente y la olía y no paraba de olerla, no
la tocaba, no le hablaba, existía entre ellos un convenio de
respeto al sueño, él se desnudaba y se acercaba lo más
posible a ella con la intención de que ella girara y lo mirara
desnudo y despierto y le dieran ganas de responder al
beso que el tenia siempre preparado, pero eso nunca su-
cedió, ella se levantaba para irse al trabajo y lo miraba des-
nudo y dormido, le respetaba el sueño y mejor se metía a
bañar, evitaba ponerse la crema con aroma de gardenias
para no despertarlo, se vestía de prisa y ya no hacía ruido
cuando sorbía la leche sobrante en su plato que llenaba
con cereal, abrochaba el botón de su pantalón siempre an-
tes de salir y de cerciorarse de haber dejado la leche y el
pan sobre la mesa por si él se levantaba con hambre,
después cerraba la puerta como había cerrado su cora-
zón…con llave.
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Ella puso un pensamiento dentro de la cabeza de un
pájaro azul y lo vio alejarse, se sentó sobre una raíz del
árbol frondoso que había crecido en medio de dos grandes
avenidas y entonces quiso agregarle más cosas a ese pen-
samiento que ahora volaba a otro lugar, el pájaro volvió y
se paró cerca de ella como esperando instrucciones, ella
empezó a reír despacio y luego más fuerte hasta que ya
no pudo contener ese ataque de risa que la hizo rodar y sin
darse cuenta estaba a mitad de la calle revolcándose, los
automovilistas perplejos, detenían sus autos y mientras los
de atrás tocaban los cláxones sin saber que pasaba, un
conductor bajó de su auto, la miró y la quiso levantar para
sacarla de la vía pero la risa era contagiosa y no pudo re-
primirse, se agarró el estómago y cayó sentado para des-
pués revolcarse también de risa. Ella se levantó aún con
los estragos de esta risa loca en los ojos y cruzó la calle,
el señor que había bajado del auto también se incorporó
pero con la cabeza gacha, con un sentimiento de ver-
güenza que le estallaba en la cara, subió a su auto y se
perdió en la ciudad, quizá a nadie le cuente que fue inmen-
samente feliz sin motivo alguno.
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Los días de reposo se vieron frustrados por la aparición
de un nuevo ataúd, aunque al Detective le agrado este su-
ceso, pues la soledad y la prohibición de placebos como el
cigarro y el alcohol eran una mala combinación para su
atribulada mente, no pasó a la comisaría, se fue directo al
lugar del hallazgo, ahora no lo habían enterrado, solo lo
dejaron dentro de una gran alcantarilla de asbesto que uti-
lizarán para introducir el drenaje en una nueva unidad ha-
bitacional, el ataúd lo encontraron unos trabajadores de los
cuales el capataz de la obra no quiso dar nombres, solo
repitió el informe del velador.
"cerca de las tres de la mañana vio a un grupo de jóvenes
orinando y tirando latas de cerveza vacías en las zanjas
hechas en la tierra y nada más".
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Huesos de diferentes perros y una cabeza de plástico
eran la base de la figura bañada en parafina que se encon-
traba dentro del ataúd dejado en medio de las obras de
drenaje, el Detective leía los reportes sentado en el lugar
asignado cerca de la ventana con vista a la calle desde el
segundo piso, ahora calzaba unas pantuflas pues no se
había dado tiempo de regresar a buscar sus zapatos al lu-
gar donde los dejó, ni de comprar otros.
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ES MEJOR LA MUERTE, estaba escrito sobre una
barda ubicada en la entrada norte de la ciudad, el Detective
había manejado sin rumbo por dos horas y cuando regre-
saba a su casa fue cuando leyó ese letrero, detuvo su auto
y accionó la reversa para situarse lo más cerca posible, en
esa maniobra que hizo sin precaución estuvo a punto de
ocasionar un choque con otro auto que utilizaba el mismo
carril de la carretera, después de un intercambio de men-
tadas de madre bajó de su auto y abrió la cajuela para sa-
car la pala que guardaba allí desde el día que se encontró
el segundo ataúd.
─Pues el sobre tiene una nota con unas iníciales que coin-
ciden con las tuyas
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─Estaba junto a toda la correspondencia, pero como no te
había visto por aquí, lo dejé dentro de mis pendientes, ¿te
sirve o no?
─Lo que más me preocupa es que hace tres días está esta
nota en la oficina señalando la dirección donde encontré
este ataúd y su eficiente secretaria no le informó a nadie.
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El Detective aprovecha la mañana para revisar por vi-
gésima ocasión las figuras de cera, las toca y cierra los
ojos, en su reproductor de discos las canciones de sus ído-
los repitiéndose, quizá en alguna canción esté la clave de
esta maraña.
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No estás donde yo quisiera verte,
soy el fantasma que arrastra
tu recuerdo,
el que deja abierta la llave del agua
para escuchar tu voz en las entrañas
de esta casa.
Eres el agua
y te veo correr
cantas
y te quedas suspendida
esperando que baje la palanca.
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Ella camina y arriba, una parvada de aves, la imagen
podría parecer a un montón de zopilotes esperando la
muerte de algún animal para bajar y darse un festín, pero
no, la seguían como si ella ejerciera cierto poder en ellos.
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ES MEJOR LA MUERTE, otra vez ese letrero, ahora
clavado en el tronco de un árbol, cerca de un arroyo de
aguas negras. El letrero había pasado desapercibido para
las personas que transitan el lugar, no era la zona donde
solía pasar el Detective, algo como un presentimiento le
hizo llegar hasta allí, el letrero le hizo poner color a sus
mejillas, apretar con fuerza el volante y unas lágrimas lu-
chaban por salir de sus ojos.
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falta de un dedo, la rodilla en avanzada, un brazo más de-
lante del otro, la gente se acercaba al lugar donde está el
Detective, este cerró rápidamente el ataúd y comenzó a
subirlo a su auto, algunos espectadores tomaban fotos con
su celular, el Detective detuvo su maniobra para sacar su
placa de identificación, el morbo ya se había desbordado,
llegaban presurosas unas señoras, la agitación no les per-
mitía llorar y gritar al mismo tiempo, cuando se recuperaron
un poco, una se lanzó sobre el Detective que cubría con
su cuerpo al ataúd.
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Al salir del edificio en donde está situada su oficina, el
Detective se topa de frente con una chica de ojos lumino-
sos y cabellera enredada.
─Creo que no- dijo ella- el otro día detuve tu cabeza con
mi pie antes de que se estrellara con el piso.
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La chica le pidió se vieran el jueves por la tarde en el
café que estaba en la misma calle donde estaban ahora, a
dos cuadras de su oficina de trabajo.
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El escorpión se mira en el espejo, se ve tan feroz con
su armadura de miedo azul.
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El Detective veía detenidamente a la chica que vestía
un suéter azul lleno de plumas, ella esperaba alguna pala-
bra antes de tomar el café que ya humeaba el ambiente
ligeramente tenso.
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SEGUNDA PARTE
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Hubo un incendio.
Fue una tarde con mucho viento que arrastro luz por las
calles junto con la basura y los perros, las aves planeaban
pues no podían mantener el equilibrio sobre las ramas de
los árboles ni sobre los cables del tendido eléctrico.
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pero no lo lograron, el Detective pasó con su auto, afortu-
nadamente no había llamas, aun así el aire quemaba la
piel.
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Otra vez el escorpión
otra vez azul, aguijoneando la vena
ahora salió de su espalda, estaba debajo de él, no lo vio
venir.
Ruega por el
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─Cuarto 405 en el cuarto Piso, le informaba la recepcio-
nista del hospital a una señorita de pelo alborotado que
portaba un suéter decorado con plumas que llegó a pre-
guntar por el Detective.
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Ella se levantó y se dirigió a la ventana para abrirla,
pero se contuvo, regresó al lado del Detective.
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Sonó el teléfono a las 5.15 horas de la mañana, la es-
posa del Detective despertó pero no se movió, lo sabía
muy bien, su marido saldría corriendo de la casa. él tomó
el aparato que no dejaba de sonar.
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Buscaron al compañero que llamó al Detective a su
casa, esperaron en la oficina a que fuera a renunciar, no
llegó, aún lo siguen buscando, él es el inicio de este caso,
hasta ahora nadie sabe cómo supo del múltiple homicidio,
si es que alguien le avisó o si es que está involucrado, esa
ya es tarea para el Detective.
─¿Bueno?
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A las 12 del mediodía el Detective sale de su casa y
toma el rumbo a la oficina, a mitad del camino desiste, aún
con la modorra y el desvelo intenta pensar bien el próximo
movimiento, presiente que los asesinos volverán a cometer
otro asesinato, la investigación lo ha llevado a iglesias y
templos, pues los cadáveres pertenecen a sacerdotes y mi-
nistros de diferentes sectas religiosas, se ha hecho difícil
saber sobre su vida, pues la gente que los conoció ocultan
muchos datos que en este momento podrían llevarlo a es-
clarecer el motivo de su asesinato. Cambia el rumbo y se
dirige a la casa donde inició todo. Una llamada lo hace de-
tenerse, han encontrado cuatro cadáveres más y la direc-
ción es a la inversa a la que se dirige actualmente.
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si la pérdida de sangre ocasionó su muerte o se las extra-
jeron después de muertas. Las iniciales siguen siendo una
incógnita. El Detective regresa a su casa cerca de las dos
de la mañana, al estacionar el auto ve un cuerpo acostado
afuera de la puerta, es un cuerpo femenino con vestimenta
de monja y una rigidez mortuoria de más de doce horas,
llama al servicio forense para que levanten el cadáver, el
Detective decide no entrar a su casa y acompaña al cuerpo
en su traslado, al ser revisado el cuerpo se encuentran que
tiene una letra T en la espalda realizada con una punta
afilada.
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Han pasado tres meses desde los diez asesinatos y si-
guen sin pistas, las llamadas al teléfono del Detective no
cesaron en todo ese tiempo, su mujer decidió vivir lejos de
él, el Detective se ha vuelto irascible, neurótico y casi roza
la locura, habla solo, se despierta gritando, se hace análi-
sis de sangre cada tercer día, se alimenta de cigarros y
sangre de res que consigue en un rastro clandestino.
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El escorpión se ha cansado
busca un lugar sin luz
levanta la cola para
avanzar rápido y en guardia
Arácnido ciego
dentro de una botella
vacía.
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TERCERA PARTE.
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El Detective abandona el hospital, avanza apoyado en
el hombro de la chica que incrusta pensamientos en la
mente de las aves.
─El pájaro verde me trajo aquí hace tres días, les encargué
que encontraran un lugar ideal para que descansaras, me
mostraron varios y este es el que más me gustó.
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El Detective reconoció su cama y el sofá ahora medio
quemado, un nudo se le hizo en la garganta pero no pre-
guntó nada.
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─Otra vez desapareciendo, cabrón!- le reclama el Jefe al
Detective
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auto, despegar la caca de pájaro le costó otros veinte pe-
sos.
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La chica estuvo intentando insertar pensamientos en la
mente del Detective sin conseguirlo, ella hacía el intento y
el solo sonreía, como si esos pensamientos le hicieran cos-
quillas.
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El lugar estaba algo alejado de la ciudad, a un lado del
ataúd está un señor de aproximadamente setenta años.
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Para parecer a mi padre, solo tenía que morir
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Abre la puerta, entra y cierra por dentro, en un rincón
está un ataúd color azul recargado en la pared, lo desliza
para dejarlo en el piso, se sienta a su lado para quitarse
los zapatos, se mete lentamente al ataúd y cierra los ojos.
FIN
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Nota:
Los periódicos informan sobre una mortandad inexpli-
cable de pájaros, la ciudad se llena de cadáveres que caen
de los árboles.
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