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Miedo azul

sobre un aletear en llamas

Roberto Rosales

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Miedo azul sobre un aletear en llamas
Derechos reservados
Roberto Rosales
Editorial Catorce
Chosica 672, Colonia Lindavista
Delegación Gustavo A. Madero 07300, México, CDMX

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LA CAJA DE PANDORA
Agua fuerte, Agua tinta Y Buril
Lámina de cobre
39 X 14 CMS.

INGRID SAÉNZ
Agua dulce, Veracruz
Premio estatal de grabado “Férido Castillo” en 2009 y mención
honorifica en 2006 en el mismo evento.

Ha expuesto en muestras colectivas:


“Gráfica” en el Instituto Cultural Peruano-Norteaméricano en Lima,
Perú.
“Talleres por la gráfica” y “Gráfica Contémpoanea” en Tlaxcala,
México

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Prólogo

Con una reflexión sobre el desprendimiento que necesita el


protagonista para no parecer a su progenitor con quien lo
comparan continuamente, mostrando las grandes diferen-
cias, esto dicho con una prosa poética cuando menciona la
libreta de apuntes de su padre en la cual muestra su elo-
cuente y original sabiduría que atrapa “como pedir deseos a
una estrella pálida o como iluminar una casa sin sonreír”,
desde la primera frase salta a la vista un envolvente torbellino
de acontecimientos que inician con un incendio silencioso
que todo consume incluidos los viejos recuerdos.

Los acontecimientos suceden más allá del bien y el mal, bro-


tan en los momentos inesperados cargados de reflexiones fi-
losóficas con tintes poéticos, a medida que introduce nuevos
elementos la historia se torna enigmática, el detective que
busca una solución a un caso extraño, a su realidad, a la exis-
tencia misma que percibe. Muestra los efectos de una vida
cotidiana con personajes que sorpresivamente aparecen y se
desvanecen. En la intriga policiaca vemos al solitario detec-
tive que tiene presente el recuerdo de la separación de su
esposa y por otro lado surge el personaje de la chica que
desde pequeña quiso volar y que ahora siendo una joven po-
see un don lleno de magia en un entorno paralelo en donde
finalmente estos dos personajes se cruzan mostrándonos el
mundo con otra mirada, rompiendo la realidad aparente con
un toque de encanto proporcionado por las aves, destacando
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el manejo del humor fino, a veces imperceptible, el autor
juega con el lector haciendo por momentos una triangulación
entre una prosa poética, ficción policiaca y fantasía, todo ello
en un ambiente urbano, perturbando su tranquilidad como re-
sultado de la aparición de los cuerpos de grandes figuras del
rock en los más inesperados lugares como si fuese el pro-
ducto de una confusa violencia enrareciendo el ambiente. El
mundo concreto aparente es afectado por un caso absurdo
pero exquisito a la vez, que plantea una solución a las apari-
ciones de los cuerpos con la frase con la que precede a todos
ellos “es mejor la muerte”, que sale de la racionalidad, en una
conexión entre dos o más existencias misteriosas, mostrán-
donos lo real y lo que no lo es, lo auténtico y lo aparente,
quiénes somos en verdad, esos otros mundos que influyen al
grado de afectar nuestras vidas al punto de ponerlas en
riesgo. La aparición de simbolismos que se hacen presentes
en su tatuaje, en la frase con la que aparecen los cuerpos, en
el alacrán, en la poesía; todos ellos son recursos de la técnica
literaria que maneja el autor para proponer otras variantes a
la historia. El perfil del detective se presenta cargado de de-
sidia y desánimo aparente sin embargo va tomando en cuenta
los acertijos que emergen y que en algunos casos quedan sin
respuesta, la historia flota en una realidad con momentos de
fantasía, buscando respuestas a su vida y a la problemática
de su investigación. El autor va más allá del realismo mágico
para incrustarse en la corriente de la literatura japonesa ac-
tual al hacer un manejo destacado hacia el interior del perso-
naje principal y a la vez exponiendo su existencia hacia fuera
cuando actúa en su entorno, como lo vemos en la narración.
La obra hace la propuesta al lector para que observe la vida
actual como una rutina monótona convertida en todo lo que
tenemos para ofrecer a los demás como consecuencia de un
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mundo industrializado e insensible cargando cada uno sus
problemas emocionales sin poderlos liberar completamente,
como decía Cortázar “el hombre se ve sumido en una rutina
sin fin” llegando muchas veces a desenlaces inesperados.

Alberto Calderón Pérez

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PRIMERA PARTE

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Para parecer a mi padre, solo tenía que morir

Decían que yo había sacado sus ojos, de eso no recor-


daba nada.

Los míos son de un color aceituna que presumían haber


visto como asfaltaron el camino de la tristeza y al que le
pusieron una línea blanca para separar la ida del regreso,
los míos son de un color que se asemeja a la aceituna que
se ahoga en una copa llena de alcohol.

Mi padre dejó una libreta con recetas para hacer jabo-


nes y botones, las diez maneras de volverse nahual, como
pedir deseos a una estrella pálida, como iluminar una casa
sin sonreír y algunos apuntes que no logré descifrar, pero
era algo relativo a las mujeres, él escribía con la certeza
de la sabiduría en la que se revolcó.

Aprendí a leer con culpa y miedo, miedo a un infierno


que se construía con mis actos, hasta que hacer y desha-
cer fue una potestad a la que nunca renuncie, pero la
culpa aún la tengo.

Me dicen que camino como él, que hablo como él, que
muevo las manos como él y todavía lo busco en el espejo,
porque no sé cuánto de esto es verdad pues no existe nin-
guna fotografía que me lo confirme, creo que mi padre lo
inventan a partir de mí y ahora yo soy mi padre intentando
ser mi hijo.

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Para no parecer a mi padre tengo que borrar las fle-
chas en las paredes de esta ciudad que no llevan a nin-
guna parte, debo dejar reposar mi cuerpo en los charcos
hasta que me salga musgo en la espalda, no debo señalar
el arcoíris con la mano derecha, tengo que aprender a res-
pirar con las branquias.

Cuando tenía la edad de ser niño, me aterraba el sonido


de las tijeras, chic, chic, aún tengo miedo a pesar de que
soy yo el que las acciona, corto las cortinas y la luz de mi
ventana y corto las horas, las palabras, chic chic, los en-
cuentros, las miradas, chic chic, mi pelo, el pelo de mi pa-
dre, chic, chic.

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Fue a partir del incendio en su casa cuando le nacie-
ron ganas de tener alas.

Fue una tarde con mucho viento que arrastro luz por las
calles junto con la basura y los perros, las aves planeaban
pues no podían mantener el equilibrio sobre las ramas de
los árboles ni sobre los cables del tendido eléctrico.

No se escuchó grito alguno pedir auxilio, las llamas tam-


bién fueron silenciosas, los muebles y la ropa entendieron
su destino y solidarios se quemaron junto con las fotos y
los zapatos.

El fuego empezó dentro y se extendió sobre las gruesas


cortinas de las habitaciones y la sala, estas exhalaron
humo negro de recuerdos y secretos guardados.

Cuando los vecinos extrañados por el calor súbito que


llegaba a sus rostros se asomaron a la ventana, vieron la
casa que se deshacía entre el fuego, ya era muy tarde para
tratar de salvar algo, aun así salieron de sus casas y se
acercaron de manera prudente, más de uno pudo ver como
una niña se aventaba del segundo piso hacía el jardín.

Ella tiene un cuaderno donde escribe el canto de los pája-


ros para leerlo cuando las noches se vuelven silenciosas y
necesita que su mente aletee, su cuaderno con olor a
pluma recién cortada, a pájaro que aprendió a caminar por
el borde de la ventana sin dejar huella, ella guarda el cua-
derno entre sus muñecas que alguna vez también cantaron

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y bailaron pero se han cansado y ya no se peinan ni cam-
bian sus vestidos, han dejado sus juegos de humano por
la indiferencia.

Le ha puesto en la portada la figura de un dinosaurio


rojo, una cáscara camuflaje, pues no quiere que alguien
por curiosidad lo abra y sus pájaros escapen.

Sus movimientos son ágiles, su caminar imita el andar


de algunas aves, con pequeños saltos y la mirada perime-
tral de vigía, pero su voz no es de ave, ella no sabe cantar.

Decir que nació detrás de la tierra, allí donde nacen los


árboles y después se extienden con todo el verde posible,
es decir una mentira a medias.

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La mañana respiraba todo el aire del parque de manera
lenta, no había alteración en el ritmo de los corredores ma-
tutinos ni en pasos lentos de ancianos, solo los giros acro-
báticos de una mujer jalaba las miradas, sus movimientos
de gacela y mariposa desentonaban con la quietud tem-
prana.

En la segunda sección del parque, un autobús se esta-


ciona para que bajen jóvenes atletas pertenecientes a una
escuela cercana y era el estridente silbato del profesor en-
cargado del grupo el que le daba sonido a las órdenes, los
jóvenes se movían como un enorme gusano rojo o un dra-
gón japonés sobre una superficie adoquinada enmarcada
por arbustos, después de 45 minutos de trotar, el grupo,
compacto al principio, empezaba a ser más largo y cuatro
muchachos que iban al final de la fila decidieron parar y
recuperar el ritmo normal de su respiración, sus playeras
sudadas se pegaban al cuerpo, el temblor en las piernas
ya no les permitió seguir corriendo, al ver que sus compa-
ñeros daban vuelta en una esquina donde un par de árbo-
les determinaban la terminación del parque en ese ex-
tremo, se tiraron al pasto, a medida que la agitación del
ejercicio pasaba, su vista se apoderaba del paisaje. Un
cartel debajo de un almendro llamó su atención, en el cuál
se leía ES MEJOR LA MUERTE, el tramo de tierra recién
removida sobre la que estaba el letrero era de una longitud
aproximada a los dos metros, uno de los estudiantes cortó
una rama del árbol y se puso a escarbar, a una profundidad
de 30 centímetros topó con una superficie uniforme y lisa,
dos compañeros se unieron a la excavación y rápidamente
descubrieron una parte de lo que parecía ser un ataúd.
El resto del grupo se acercaba trotando y el silbato del pro-
fesor parecía el de un ferrocarril llegando a la estación. Los
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jóvenes que escarbaban empezaron a hacer señas a sus
compañeros para que se detuvieran, ya todo el grupo se
había reunido alrededor del pequeño agujero, el profesor
se detuvo frente al montículo de tierra se dio cuenta de lo
grave del hallazgo y corrió al camión en busca de su telé-
fono para llamar a la policía.

Fue difícil acordonar el área y más aún, encontrar alguna


huella de zapato que sirviera como pista para comenzar la
investigación.

El Detective asignado al caso, malhumorado repartía


órdenes a gritos, cuando le tocaba ser un personaje prota-
gónico se esmeraba en ello, después de haber descubierto
en su totalidad al ataúd hubiera sido correcto subirlo a la
camioneta del servicio forense y revisar su contenido en
las instalaciones del SEMEFO, pero no, el morbo flotaba
en el ambiente y aunque no había olores fétidos muchos
de los curiosos ya tapaban su nariz con un pañuelo, se
puso en cuclillas para abrir el ataúd pero antes volvió su
cara para mostrar su sádica sonrisa a los curiosos, con un
movimiento lento, digno de un reality show comenzó a le-
vantar la tapa y lo que vio lo llevó del horror a la sorpresa,
abrió en su totalidad la caja y se levantó rápidamente, pa-
teo un montículo de tierra sin importarle a quien le pudiera
pegar con las pequeñas piedras que salieron disparadas.

─ ¡Puta madre, que pendejada es esta!


mientras grita, se agacha nuevamente y toca el brazo del
cadáver, examinó por un minuto las facciones, tocó y tocó
la mayor parte del cuerpo y soltó una carcajada.

El cuerpo encontrado en el parque resultó ser una figura


de cera que semejaba a John Lennon.

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La investigación dio inició en las agencias funerarias de
la ciudad tratando de encontrar la procedencia del ataúd,
después en los museos, el expediente se llenaba de hojas
con información pero sin pista alguna.

Habían pasado 18 días y apareció un segundo ataúd,


ahora era Kurt Cobain el que hacía acto de presencia, esto
les daba una pista, el autor de estas bromas era un meló-
mano melancólico, el letrero que señalaba el lugar donde
estaba enterrado el ataúd tenía la misma leyenda ES ME-
JOR LA MUERTE.

A esta nueva figura le faltaba un dedo de la mano dere-


cha, lo que hizo al Detective examinar nuevamente la fi-
gura de John Lennon y coincidentemente a esta también le
faltaba un dedo en la misma mano, ahora la oficina del De-
tective parecía un museo de cera con ese par de monigo-
tes, lo que lo hizo encabronar, salió de su oficina y se en-
caminó a la oficina de su jefe superior.

─Jefe porque no le asigna este caso a un policía de


distrito, estoy llenando mi oficina de monigotes y no veo
más delito que el de crear miedo con esos ataúdes en lu-
gares públicos.

─Deja de quejarte que ya me tienes hasta la madre, me


traes al payaso ese que se ve que tiene mucho dinero para
esta clase de bromitas y después hablamos de las quejas
en tu contra.

Salió más encabronado de la oficina y pateo un bote de


basura que estaba en el pasillo haciendo que algunos de
sus compañeros voltearan a verlo, no disminuyó su andar
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hasta que encontró al señor encargado hacer la limpieza,
sacó un billete de veinte pesos y se lo dio sin explicarle
nada, el aire caliente de la calle le hizo cerrar los ojos y en
un movimiento rápido sacó el teléfono celular que sonaba
dentro de la bolsa del pantalón. La llamada no la quiso
contestar, dio la vuelta y camino con la intención de me-
terse a un bar, quizá con algunas copas podría pensar en
el absurdo que tenía en las manos, pero al llegar a la es-
quina lo detuvo un oficial para mostrarle un anuncio en el
periódico.

“Se gratificará monetariamente a la persona que en-


cuentre y entregue un par de dedos meñiques de la mano
derecha que fueron cercenados a John Lennon y a Kurt
Cobain”.

Al calce, la dirección.

Cualquier persona que hubiera visto el rostro del Detec-


tive después de leer el anuncio se hubiera impactado con
la expresión de sorpresa y furia y sobre todo por el color
púrpura de sus mejillas.

Este caso empezaba a ser molesto.

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El sol se encuentra tendido sobre la ciudad.

Camino para jugar con mi elástica sombra, manchón de


un cuerpo que perdió la originalidad y tuvo que repetirse.

La mano derecha le miente a la izquierda y esta lo sabe


pero calla y se prepara para mentir a su manera, un riñón
puede suplir al otro, un hombre sin una pierna es un can-
guro, sin un pulmón es un pez en la acera.

Camino y parto mi sombra con un cuchillo que está en-


terrado a mitad de la calle, camino sin sombra, atrás de mí,
una mancha de aceite semeja un cadáver que se llena de
polvo.

Para cambiar de sombra me miro en un espejo.

Soy doblemente yo, un yo incompleto, que de tanto ha-


blar conmigo soy ignorante de los motivos que tienen los
barcos para irse, si es el otoño preludio de algo, o por qué
tengo arañas tejiendo redes entre mi voz y mi pecho.

Sin respuestas, me resto en una operación matemática


donde la física calcula mi velocidad que es desproporcional
a mis antojos.

Y solo quedo yo, reducido a un pensamiento suicida.

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Una de las manos de John Lennon estaba más grande
que la otra como si tuviera canciones a punto de brotar,
letras inconclusas, quizá también por eso sus ojos eran
grandes, su rostro con la boca un poco abierta, parecía
como si cantara o estuviera encerado a mitad de un grito,
solo su rostro reflejaba una emoción y el resto del cuerpo
es una piedra rígida vestida con un traje de color blanco y
solo un zapato, el izquierdo. En muchos accidentes se ha
documentado que las víctimas pierden un zapato, aunque
no se han llevado estadísticas si ha sido el izquierdo o el
derecho, pero crea una hipótesis sobre la muerte que se
lleva el alma del cuerpo dentro de un zapato, ¿para qué?,
esa es otra pregunta que el Detective no se quiero hacer.

Siempre le gustaron las historias de Detectives y no im-


portaba ver películas repetidas en la televisión ni releer las
novelas que compraba en el estanquillo de revistas viejas,
casi logró ser el prototipo de Detective de historietas,
duerme poco, fuma mucho, vive solo a causa de una mujer
que no entendió que su vida es primero, que todo debería
girar en torno a él y que si queda tiempo le hará el amor
sin importar el horario o la disposición, vive solo porque
ella se llevó las fotos y sus pantaletas que a él le gustaba
oler en las noches en que no encontraba la solución de
algún caso, solo le dejó un par de vasos, un par de platos
y algunos cubiertos.

La vida de su esposa era solitaria, cuando terminó de


estudiar su carrera de odontóloga, (carrera que eligió solo
por tener la mayor parte del tiempo de consulta callado a
su paciente), sabía que era el momento de abandonar la
casa de sus tíos que la cuidaron desde pequeña, donde
nunca recibió el amor de padres y que según le contaron
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sus amigas era maravilloso, siempre platicó de sus dudas
sobre las fotos de un periódico que le mostraron, donde
unas de esas personas eran sus padres que habían muerto
en un accidente de trenes y nada más.

Ella pensó que todos los trenes llevaban a la muerte y


cada vez que recordaba a sus padres, iba a la estación que
estuviera más cerca, aunque fueran 10 o 100 kilómetros,
se arrodillaba en el andén y lanzaba flores a las vías. AD
PERPETUAM REI MEMORIAM.

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Un tercer ataúd fue encontrado en un parque infantil,
enterrado debajo de los columpios donde los pies de un
chico que en cada movimiento que hacía para impulsarse,
movía un poco de tierra hasta que el color de la tapa de
madera fue apareciendo conjuntamente con la curiosidad
de la chica que lo acompañaba, ella sacó el lápiz con que
se delinea las cejas, su bilé y hasta su enchinador de pes-
tañas para escarbar. Solo descubrieron la mitad de la caja
porque su miedo fue grande al comprobar que no era un
tesoro si no un féretro en mitad del parque, salieron de este
con la prisa que les permitió el nerviosismo, su caminar
más bien parecía el de dos competidores de caminata, vol-
teaban hacia ambos lados deseando que nadie los hubiera
visto escarbar, decidieron llamar a la policía desde un te-
léfono público para no involucrarse en este macabro ha-
llazgo, ni a sus familias si llamaban desde un teléfono par-
ticular, jamás se dieron cuenta que sobre el tubo que so-
porta los columpios estaba pegado un letrero que dice ES
MEJOR LA MUERTE.

Catorce pájaros de diferentes colores, elaborados con


cera y un mecanismo que los hacía cantar con solo mover-
los, era el contenido del ataúd que al fondo tenia estaba
escrito el nombre de Paul Mcartney, curiosamente todas
las aves estaban estrelladas. El Detective con los guantes
puestos levantaba las figuras y las volvía a poner en su
lugar, tomaba fotos para fijar la forma en la que estaban
acomodadas, estas formaban un arco.

Pájaros de cera atados a un cordón y fijados a la parte


inferior de un cajón, extraña metáfora dentro de un caso
extraño.

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El dueño de la florería EL GIRASOL llevaba tres horas
esperando al Detective en su oficina, cuando por fin lo tuvo
enfrente, lo miró retadoramente y vació una bolsa de plás-
tico sobre el escritorio sin importar los documentos que se
encontraban en la superficie, dedos de varios tamaños y
colores, patas de pollo y cerdo hacían un collage de olores
y colores.

─!Oiga porque trae esas porquerías a mi oficina¡


reclama el Detective

─Eso solo es una parte de lo que me han ido a dejar a mi


negocio y todavía piden recompensa.

─Respondió con voz airada y chillona.

─Algún bromista puso mi dirección en el periódico dando


dinero por un maldito par de dedos y ya me canse de de-
cirles que no, ¡que no soy yo!, que están equivocados y a
cambio solo recibo insultos y tiran esos despojos a veces
en el piso y otras sobre mí.

La voz del individuo era molesta por el tono que utilizaba.

─¿Quién lo mandó conmigo?, pregunta el Detective

─Me dijo su jefe que usted me resolvería este problema.

Volteo su mirada hacia la oficina de su jefe y aunque no


le vio la cara se imaginó que escondía una sonrisa detrás
del periódico que leía en ese momento.

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─¿Por qué no fue al periódico a preguntar sobre este
anuncio?

─¡El contrato está firmado con mi nombre!, pero no es mi


letra.

─¿Ya hizo memoria sobre algún cliente insatisfecho?,


¿tiene amigos bromistas?, ¿es infiel?

─Assshhh, ya repasé todo eso, no es algo sobre mis actos,


quiero que investigue y aleje esa gente de mi florería,
ahora no se si la publicidad es buena o mala, pero ya no
quiero más patas de animal en mi negocio.

El dueño de la florería es una persona rolliza, de tez


morena con el pelo teñido de rojo y ademanes muy afemi-
nados, hizo un ademán con la mano, después movió sus
brazos como simulando volar, le dio la espalda al Detective
y salió.

Fuera de la florería un tumulto de gente con los dedos


cercenados se dejaba tomar fotos, lucían playeras con la
imagen de su cantante favorito, el anuncio en el periódico
había levantado un furor insospechado, las radiodifusoras
transmitían canciones de Lennon y Cobain todo el día, au-
tos con altavoces, estacionados cerca de la florería llena-
ban de música el ambiente. El dueño de la florería que te-
nía el pelo teñido de rojo y modos femeninos ahora era
considerado como una celebridad, en un intento por estar
a tono, se enfundó en un traje que hacia una combinación
de Elvis Presley y Juan Gabriel, respondía preguntas como
toda una diva, que sin conocer detalles de la vida de los
artistas en cuestión, comentaba anécdotas que recordaba
de otros artistas que leyera en alguna revista de espec-
táculos y que los interlocutores creían ciertas, como si fue-
ran pasajes de la vida oculta de sus ídolos.

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Los dedos ahora eran recibidos con agrado, El gordo de
cabello teñido y modos afeminados los metía en una bolsa
y escribía el nombre sobre una etiqueta de papel, en un
afán de notoriedad muchas personas cortaron sus dedos,
los dejaron en la florería para después publicar en su red
social, YO SOY LENNON, o MI DEDO POR UN REINO.

Por la ciudad transitan personas mutiladas del dedo me-


ñique de la mano derecha al igual que las dos figuras de
cera que ahora estaban a resguardo en las oficinas de la
policía, la mutilación se había puesto de moda.

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Llevo en la memoria
el cadáver de tantos vuelos,
tela de araña en la mirada
para engañar al resplandor
de la cicatriz que ancla.

Las orillas
que mis pies reconocen,
son lugares donde no volveré.
Mi cabeza es un animal
que absorbe la melancólica médula
del recuerdo, después de roer el hueso
que la esconde.

Vuelvo a poner mi cuerpo sobre la cornisa,


cierro los ojos y levanto un canto húmedo
como llamada de auxilio.

El vacío pierde su nombre


cuando estoy en el.

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La niña cursaba el 6to. grado en la escuela primaria que
se encontraba cerca de su casa, ya era una personita re-
traída que guardaba en una caja de cartón todos los dra-
gones y más animales fantásticos que imaginaba para des-
pués meterlos poco a poco en los cuentos que escribía,
cuando ella llegaba a su salón de clases sus compañeros
cambiaban de fisonomía por la de algún ser que llegara a
su cabeza, contrariamente a lo que se pudiera pensar, su
maestra casi siempre mantuvo su forma original aunque en
contadas ocasiones fuese una domadora de monstruos.

El camino a su casa siempre fue un laberinto en el que


invertía tres horas para descifrar las claves y poder llegar
antes que sus padres.

Los contenedores de basura le salían al paso lanzando


dentelladas que ella esquivaba y contraatacaba con la
bolsa de mezclilla donde guardaba sus libros, en las rodi-
llas tenía las huellas de caídas que sufrió a causa de las
persecuciones de una bestia parecida a los gatos terres-
tres.

Quienes la vieron reptar por las banquetas, se acostum-


braron a esa extraña acción, ella se escondía de las mira-
das de la gente y de las ventanas abiertas, ellos quizá pen-
saban que estaba loca, ella pensaba lo mismo de ellos y
no le preocupaba otra cosa que llegar a su escondite y po-
nerse a salvo.

El recuerdo que se quedó impreso en la memoria de sus


compañeros de escuela, es cuando ella se presentó a cla-
ses con un suéter cubierto de plumas de ave, despertaba
tanta hilaridad que no pudieron iniciar las clases hasta dos
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horas después, ella no se inmutó, pero al otro día se pre-
sentó en la escuela con una jaula que contenía dentro un
ave de color azul, entró al salón de clases y la colocó en
una esquina, después se sentó enfrente a esperar que sus
compañeros murieran de risa, esperó solo cinco minutos,
se levantó súbitamente, tomó la jaula y volteo hacia sus
compañeros, su mirada era de enojo aunque solo dijo

─! Pendejos ¡

Y salió de prisa.

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A los dieciséis ella se parecía a todas las cosas.

Para las personas con las que compartía la calle ella se


había convertido en una especie de jarrón, siempre lleno
de agua y al que bastaba inclinar un poco para saciar la
sed, siempre tenía una moneda, un oído y muchas locuras
para compartir, cuando se cansaba de los mismos compa-
ñeros cambiaba el rumbo y como si la vida de la gente se
pegara a la suela de sus tenis, caminaba casi todo el día y
por la noche se sentaba a escribir de las miradas y los pá-
jaros y encimaba las palabras hasta romper la hoja de tanto
repasar las historias.

Para sus padres ella era una especie de murciélago,


buscaba el rincón menos iluminado de la casa para hacerlo
su hábitat, ninguno de sus padres ni ella misma se dieron
cuenta cuando fue que dejó los estudios, solo cambió de
camino y se dejó llevar, posiblemente si en su recorrido
diario hubiera encontrado el camino a su escuela, quizá
habría entrado, pero no fue así, en lugar de escuela en-
contró puentes y los exploró por arriba y por debajo, cono-
ció la red de drenaje y bautizó con nombres raros a las
ratas que encontró a su paso, se tiraba en las azoteas para
mirar el cielo, subía a los edificios que tenían escalera para
incendios, siempre cargaba en su bolsa de mezclilla gises
de colores que ocupaba para dibujar sobre las paredes,
regularmente eran aves, el nombre que aparecía debajo de
los dibujos siempre cambiaba.

Fue al final del curso de tercer año de secundaria, que


al asistir a la escuela a recoger las calificaciones, su madre
se enteró de la deserción escolar, ella seguía usando el
uniforme en todas sus travesías, se dejaba preparar el
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desayuno, se dejaba comprar útiles escolares, se dejaba
que le dieran dinero para pagar pasajes y aceptaba la ben-
dición de su padre los cinco días de la semana.

Al encargado de la tienda ubicada a un lado de su casa,


ella le parecía un manjar apetitoso, con la edad idónea
para iniciarla en las cosas de sexo.

Ella se miraba en el espejo de su cuarto y sabía que se


parecía a todas las cosas.

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La calle se despojaba poco a poco de los autos y el si-
lencio se volvía una capa espesa, solo agujerada por el
cigarrillo encendido que se consumía en el cenicero de la-
tón que se encontraba sobre el buró en el cuarto que habi-
taba el Detective.

Acostado sobre la cama sin lograr dormir, dejaba los


ojos cerrados en espera de ser sorprendido por el sueño,
pero el olor de tabaco no se lo permitía, aun así, cuando
un cigarro se consumía encendía otro, ahora se daba ese
lujo de fumar dentro de la recamara, pues cuando vivía con
su esposa, esta lo echaba y el sacaba medio cuerpo por la
ventana hasta terminar el cigarro.

Había adoptado ciertas costumbres de hombre casado


pero las comenzaba a desechar solo para hacer más evi-
dente su soledad, el desorden de su casa lo solucionaba
con algo de dinero que le pagaba a una señora para que
dejara su departamento habitable cada cinco días, aunque
el orden duraba media hora, como no tenía horario definido
en este trabajo, muchas de las veces se quedaba dormido
en la sala muy cerca del teléfono, regularmente le llama-
ban de la comandancia por algún suceso en las horas
donde la gente suele descansar, pero con este nuevo caso
cesaron las llamadas en la madrugada y en los tres días
siguientes a la aparición del primer ataúd se dio a la tarea
de patrullar los parques de la ciudad, al cuarto día desistió
al no existir un delito grave y se dedicó a la investigación
solo por las tardes, pues las mañanas las pasaba somno-
liento sobre su escritorio, inmóvil con los lentes oscuros
sobre sus ojos y tomando café, no fumaba, por las maña-
nas el cigarro le daba asco. El sonido del teléfono le ha-

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cía asomar los ojos arriba de los lentes, volteaba hacia al-
gún lado al azar se acomodaba los lentes para volver a
perderse en el infinito que le daba la inmovilidad.

Ya el sol marcaba medio día y la modorra menguaba en


el cuerpo del Detective, se levantó como un coloso, con los
brazos hacia arriba y lanzando un gruñido bestial, empujó
la silla con las piernas y se enfiló hacia la salida, los lentes
no eran suficientes para detener el resplandor, caminó con
la cabeza baja aproximadamente unos cinco metros y des-
pués compuso su andar. Sacó su agenda donde previa-
mente había anotado una dirección, abordó un taxi y le or-
denó al conductor.

─A la funeraria polvo y olvido.-

─¿Es la que está por Bellavista?

─Sí, en la calle Eterna primavera número 31416

El taxi lo dejó en la puerta del negocio, el Detective bajó


y se encamino a la entrada, la estancia estaba vacía, de la
puerta que se ubicaba al fondo salió un empleado que ca-
minó hacia el Detective.

─Quiero hablar con el propietario del negocio-dijo el De-


tective al empleado-

─¿Quién lo busca?

En lugar de contestarle le mostró la placa de policía.

El empleado se dirigió a una oficina situada a un lado


del piso de exhibición, tras unos momentos salió y le indicó
al Detective que pasara, la entrevista con el dueño del lu-
gar solo duró quince minutos, tiempo necesario para obte-
ner una lista de los proveedores y de los últimos cincuenta
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clientes a los que obviamente y por deducción lógica no
podría interrogar, pero si a sus familiares. Entró a un café
y se sentó frente a una mesa amplia y puso sobre ella un
mapa de la ciudad que sacó de la bolsa trasera del panta-
lón, el papel donde estaba impreso el mapa estaba casi
deshecho tanto por el uso como por el mal trato que le
daba el Detective, sobre el mapa puso las hojas que le ha-
bía dado el dueño de la funeraria y marcó de color rojo la
ruta de su itinerario, guardó sus cosas y pidió un refresco
que se tomó tranquilamente mientras se ocupaba de mirar
la gente pasar por la acera fuera del establecimiento.

Salió del café y miró una dirección escrita en su agenda,


se detuvo un momento para ubicarse, cruzó la calle y ca-
minó ocho cuadras más hacia el lado este de la ciudad
para después introducirse en un edificio de departamentos,
tenía que subir al quinto piso pero no utilizó el ascensor,
muy rápido fue subiendo la escalera pero al llegar al tercer
piso, un dolor agudo en la pierna izquierda le hizo dete-
nerse y tambalear un poco, se recargo en la pared y se
deslizó lentamente hasta sentarse sobre un escalón, sabía
que era un error intentar esa escalada pero eso le daba
fuerza para arrancarle un pedazo muy pequeño al mito de
perdedor con el que cargaba desde hace algunos años,
pero este intento de proeza no le serviría de nada, esperó
cuatro minutos, el dolor había menguado, se levantó y se
dirigió al ascensor, se introdujo y marcó el botón de planta
baja., Al salir del edificio el dolor le había subido a la ca-
beza y comenzaba a sentir mareo, aun así, intento seguir
caminando hasta la calle y abordar un taxi, no pudo, las
rodillas se doblaron y cayó , antes de que su cabeza se
estrellara sobre el adoquín, un pie enfundado en un tenis
se interpuso deteniendo el impacto.

30
A su nariz llegó un aroma a gardenias y recordó a su
esposa saliendo del baño, con el cuerpo húmedo y cuando
él le dijo que ese olor le recordaba su cuerpo desnudo sa-
liendo del baño, con la humedad impregnada de gardenias,
sintió algo dentro de la vena del brazo derecho que le elec-
trizaba poco a poco y lo subía sobre un papalote que revo-
loteaba con el viento, los paramédicos habían subido al
Detective a una ambulancia y lo trasladaban a un hospital.

La vida a lado de su esposa duró tres años aunque ma-


ritalmente fuera uno si se contabilizaban solo los días que
compartieron, ella extrañaba su soledad, el su independen-
cia y por eso encendían los dos televisores aunque estu-
vieran en el mismo sofá, dividían los días entre el olvido y
la memoria, raramente, no compartieron ninguna fotogra-
fía, en donde aparecía ella las había tomado él y viceversa.

Ella consumía comida rápida, él creyó que sus hábitos


alimentarios cambiarían a partir del matrimonio, pero no,
siguió comiendo hamburguesas y sopa instantánea,
cuando tenía tiempo de cenar en casa, iba al supermer-
cado a comprar su comida pues su mujer nunca acertaba
a su sabor preferido de sopa, el cenaba mientras caminaba
por la cocina y la sala, ella esperaba sentada en el come-
dor, ya sin ánimos de entablar una conversación porque
sabía que el repiqueteo del teléfono la cortaría, él saldría
corriendo y ella tiraría nuevamente los restos de comida a
la basura.

La prisa con la que el salía de la casa hacia el lugar


donde era requerido se debía a querer terminar lo más
pronto posible y al regreso encontrar despierta a su mujer

31
y no lo que ella decía, que él siempre esperaba esas lla-
madas para escapar de casa y hasta desconfiaba que fue-
ran reales, él volvía y la miraba en la cama siempre limpia,
se acercaba lentamente y la olía y no paraba de olerla, no
la tocaba, no le hablaba, existía entre ellos un convenio de
respeto al sueño, él se desnudaba y se acercaba lo más
posible a ella con la intención de que ella girara y lo mirara
desnudo y despierto y le dieran ganas de responder al
beso que el tenia siempre preparado, pero eso nunca su-
cedió, ella se levantaba para irse al trabajo y lo miraba des-
nudo y dormido, le respetaba el sueño y mejor se metía a
bañar, evitaba ponerse la crema con aroma de gardenias
para no despertarlo, se vestía de prisa y ya no hacía ruido
cuando sorbía la leche sobrante en su plato que llenaba
con cereal, abrochaba el botón de su pantalón siempre an-
tes de salir y de cerciorarse de haber dejado la leche y el
pan sobre la mesa por si él se levantaba con hambre,
después cerraba la puerta como había cerrado su cora-
zón…con llave.

Acostado sobre la cama aún sin abrir los ojos, empezó


a escuchar, primero levemente, así hasta amplificar con ni-
tidez un quejido que él no emitía, le creció una gran inquie-
tud y miedo que lo obligó a moverse, abrir los ojos y em-
pezar a fustigar a su cerebro con preguntas que se acumu-
laban en ese frasco de solución salina que colgaba de un
tubo, su mirada se fijó en la gota que cae y se introduce en
la manguera que se conecta a su brazo derecho, y luego
otra gota y otra hasta que se volvió a dormir.

Cuando el efecto del medicamento y los dolores habían


terminado, el Detective empezó a crear una dinámica con
los dedos de sus pies para entretenerse, trataba de mover
simultáneamente los dedos iguales, pero se distrajo en
sus rodillas que parecían dos cabezas de perro de tan fla-
cas y las tapó alargando la bata que vestía, entonces quiso
32
mover las manos haciendo círculos pero se sintió ridículo
y solo las puso debajo de su cabeza, no era la primera vez
que ingresaba a un hospital, ahora que ya reconoció el lu-
gar, sabía que seguían múltiples estudios, recomendacio-
nes, dietas, pastillas y unos días de reposo, respiró pro-
fundo y comenzó a extrañar un cigarro en la boca.

33
Ella puso un pensamiento dentro de la cabeza de un
pájaro azul y lo vio alejarse, se sentó sobre una raíz del
árbol frondoso que había crecido en medio de dos grandes
avenidas y entonces quiso agregarle más cosas a ese pen-
samiento que ahora volaba a otro lugar, el pájaro volvió y
se paró cerca de ella como esperando instrucciones, ella
empezó a reír despacio y luego más fuerte hasta que ya
no pudo contener ese ataque de risa que la hizo rodar y sin
darse cuenta estaba a mitad de la calle revolcándose, los
automovilistas perplejos, detenían sus autos y mientras los
de atrás tocaban los cláxones sin saber que pasaba, un
conductor bajó de su auto, la miró y la quiso levantar para
sacarla de la vía pero la risa era contagiosa y no pudo re-
primirse, se agarró el estómago y cayó sentado para des-
pués revolcarse también de risa. Ella se levantó aún con
los estragos de esta risa loca en los ojos y cruzó la calle,
el señor que había bajado del auto también se incorporó
pero con la cabeza gacha, con un sentimiento de ver-
güenza que le estallaba en la cara, subió a su auto y se
perdió en la ciudad, quizá a nadie le cuente que fue inmen-
samente feliz sin motivo alguno.

Ella ya caminaba cerca de los árboles del parque y lan-


zaba pensamientos sobre pájaros en vuelo, les enseñaba
cantos nuevos, aunque algunos pájaros rebeldes volaban
bajo con los oídos cerrados y un sentimiento anarquista
entretejido en sus alas, le lanzaban caca que ella esqui-
vaba simulando un baile y giraba sobre sus pies, levantaba
las manos y pensaba en aviones, los pájaros se soltaban
de las ramas y volaban lento y en círculos.

Feliz por sus primeras clases de vuelo, se metió entre


el mar de gente que camina en las aceras para sentir el
34
roce de cuerpos, la violencia de un empujón, el sudor de la
prisa, el temor de la impuntualidad, la felicidad que dan las
compras, este grotesco ejercicio de realidad le produjo una
terrible ansiedad de querer salir de esta enorme ola hu-
mana. Detuvo sus pasos cuando vio el cuerpo de un hom-
bre que se precipitaba hacia el suelo, solo adelantó uno de
sus pies enfundado en tenis para detener el inminente cho-
que de la cabeza contra el adoquín.

Ella se agacho junto a ese cuerpo que hace unos ins-


tantes cayera al piso, lo volteo boca arriba, le extendió los
brazos para que pareciera un avión, le arregló el saco y la
camisa que vestía y le quiso poner un pensamiento para
hacerlo volar, en ese momento llegaron los paramédicos
que tenían su base en la parte baja del edificio de depar-
tamentos del que había salido hace unos instantes el hom-
bre caído, a ella la apartaron como a toda la gente que se
había detenido a curiosear, ya estaban llamando a una am-
bulancia.

35
Los días de reposo se vieron frustrados por la aparición
de un nuevo ataúd, aunque al Detective le agrado este su-
ceso, pues la soledad y la prohibición de placebos como el
cigarro y el alcohol eran una mala combinación para su
atribulada mente, no pasó a la comisaría, se fue directo al
lugar del hallazgo, ahora no lo habían enterrado, solo lo
dejaron dentro de una gran alcantarilla de asbesto que uti-
lizarán para introducir el drenaje en una nueva unidad ha-
bitacional, el ataúd lo encontraron unos trabajadores de los
cuales el capataz de la obra no quiso dar nombres, solo
repitió el informe del velador.
"cerca de las tres de la mañana vio a un grupo de jóvenes
orinando y tirando latas de cerveza vacías en las zanjas
hechas en la tierra y nada más".

El Detective sabía lo que se encontraba dentro, el ataúd


ya había sido abierto e informado al jefe del Detective,
pues si se ignorara el contenido habrían mandado a otro
Detective, temiendo fuera un cadáver de verdad.

No se quiso esperar a tomar huellas en la superficie y


lo abrió, dentro estaba algo que quiso ser una figura hu-
mana, el material no era cera como las anteriores figuras
encontradas, esta era de parafina con una base de huesos
que quedaban descubiertos en algunas partes de la amorfa
figura, el Detective ahora se mostraba preocupado, le mo-
lestaba que se hubieran dado a conocer demasiados deta-
lles sobre los ataúdes encontrados y sus contenidos, pues
ahora tenía unos impostores que le hacían más oscura y
extensa la investigación, pero su más grande preocupa-
ción era que los huesos que estaban dentro de esta figura
fueran humanos, se incorporó lento, respiró profundo,
buscó su teléfono para llamar a la camioneta del Semefo
36
para que retirara el ataúd y lo llevara a su oficina y revisarlo
con calma, pero no lo traía, la inactividad a la que lo obligó
su problema de salud lo había amodorrado, pidió un telé-
fono prestado y tuvo que pagar veinte pesos por la llamada
realizada.

Parado fuera de su carro sin atreverse a entrar, los za-


patos llenos de lodo a causa de la remoción de tierra en la
obra, la cabeza saturada de imágenes complicadas, le do-
lían las piernas, sentía un fuerte desgano, se quitó los za-
patos y los tiró lejos de él, después se metió a su auto, no
lo encendió, dejó caer su cabeza en el volante y así per-
maneció casi siete minutos, después se enderezó vio su
rostro en el espejo retrovisor, había llorado, por fin encen-
dió el motor del auto y se dirigió a la central de policía, iba
decidido a renunciar.

El color rojo del semáforo le iluminó muy dentro, en ese


lugar donde tiene la conciencia o el botadero de cosas
inservibles, ahora no lo puede saber, pero siente un golpe
de realidad que le obliga a detener el auto en un estacio-
namiento, ahora su decisión de renunciar se desmorona.
No sabe hacer otra cosa que ser Detective y aun así no lo
hace tan bien porque ahora le asignan casos no importan-
tes, este es el peor momento para renunciar.

Hace cinco años el Detective era uno de los mejores


elementos de la corporación policiaca hasta que le dieron
el caso de los asesinos vudú, su carácter se transformó en
una licuadora con velocidades turbo, el cambio se debía a
la falta de sueño, fue lo que él le decía a sus compañeros
como justificación, hasta que su jefe lo mandó con el sicó-
logo de la dependencia policial, con terapias de dos horas
diarias, de cuatro a seis de la tarde, que le ayudaron un
poco al principio hasta que llegaron a la parte donde él te-
nía que describir sus miedos, entonces comenzó a faltar
37
argumentando mucho trabajo, le cambiaron los horarios,
tampoco funcionó, entonces el sicólogo era de veinticuatro
horas, disponible para cuando se tuviera el tiempo sufi-
ciente para continuar con el tratamiento, el Detective ter-
minó ocultándose, apagaba su teléfono, se encerraba en
los cines, se metía solo a los moteles, conoció zonas ar-
queológicas o se tiraba en el pasto hasta que las hormigas
lo hacían moverse de lugar, eventualmente llamaba a la
oficina para reportar incoherencias, su jefe dejó de preo-
cuparse por su salud.

─Está loco, déjenlo, ya regresará el cabrón cuando se le


pase

¿Cuándo se le pase qué?, el Detective dejó de llamar a


su casa y dejó que su mujer lo extrañara.

El Detective regresó, tenía otro miedo, llaga y dedo den-


tro se volvió su entorno y aún no encuentra la visibilidad
real, aún se esconde debajo de la cama.

Varios meses fue guardián de su sombra, hasta que la


perdió.

No puede renunciar ahora, no sabe a dónde ir.

38
Huesos de diferentes perros y una cabeza de plástico
eran la base de la figura bañada en parafina que se encon-
traba dentro del ataúd dejado en medio de las obras de
drenaje, el Detective leía los reportes sentado en el lugar
asignado cerca de la ventana con vista a la calle desde el
segundo piso, ahora calzaba unas pantuflas pues no se
había dado tiempo de regresar a buscar sus zapatos al lu-
gar donde los dejó, ni de comprar otros.

Rastrear el ataúd ahora fue fácil, lo habían pagado con


una tarjeta de crédito y la persona que había hecho la com-
pra tenía sesenta y cinco años y una salud ya muy mer-
mada, que no lograba hilvanar tres palabras seguidas sin
que la tos con flemas interrumpiera, el señor que ya no te-
nía pelo ni dientes aceptó tener un ataúd en la bodega, en
espera de su ya cercana muerte, el Detective esperó cinco
minutos que ocupó el señor pelón para ponerse de pie,
cuando quedó lo más erguido posible arrastro los pies y le
pidió que lo siguiera hasta quedar frente a una puerta que
al señor desdentado se le dificultaba abrir a causa de la
artritis en las manos, el detective adelantó su mano y giró
el picaporte de la puerta y esta se abrió un poco menos
que los ojos del señor viejísimo, cuando vio que dentro de
la habitación no estaba el ataúd.

Un día le dedicó el Detective a la investigación del robo


del ataúd del anciano sin pelo ni dientes, interrogó a una
sobrina única familiar que lo visitaba y le hacia el aseo una
vez por semana, sin encontrar nada, a los vecinos y nada,
el detective subió a un árbol frondoso que estaba dentro
de la propiedad del señor viejísimo que ahora no tenía
ataúd para su muerte, para hacer un mapa mental y en-
contrar alguna vía por donde hubieran sacado el artefacto
39
de la casa y fue entonces que sentado en una rama tuvo
un extraño pensamiento como si alguien se lo hubiera
plantado, bajó rápidamente y se dirigió en su auto al pan-
teón, en la ciudad existían dos panteones, uno para gente
de escasos recursos y uno para personas con más posibi-
lidades económicas, el detective paró su auto fuera del se-
gundo, se apeó y entró. Ya eran cerca de las seis de la
tarde y el Detective se paseaba entre las tumbas cuidando
no pisar con los tenis nuevos, las flores que estaban sobre
ellas, anotó en su libreta cuatro nombres de muertos nue-
vos y se dirigió a la salida, pediría permiso para escarbar
en las tumbas y cerciorarse que a ningún cadáver lo habían
despojado de su ataúd para ser ocupado con una figura de
cera.

Conseguir autorización para remover la tierra de las


tumbas fue una labor imposible, los familiares de los difun-
tos se negaron a dicha acción, la autoridad no encontró
fundamentada la petición, solo era una premonición del
Detective y el NO fue contundente, lo que lo obligó a hacer
guardias nocturnas y patrullaje matutino, lo hizo por tres
días hasta que ya no soportó el olor del cempasúchil im-
pregnado en su ropa y decidió que ya era tiempo de ba-
ñarse, camino a su casa se detuvo en una tienda a comprar
un par de sopas instantáneas, un refresco y un paquete de
cigarros, a pesar de la prohibición médica.

Con el cuerpo mojado se tiró en el piso, parecía un sal-


món varado en una isla habitada por incertidumbres, su
cabeza es el paso de un arroyo de imágenes que arrastra
piedras y rasga el musgo, ve flotar ataúdes como barcas
que dejan una estela de flores blancas que huelen a gar-
denias, ve a su esposa huyendo dentro de un ataúd, con
una mano rema y con la otra espanta pájaros que quieren
posarse sobre su cabeza que porta un sombrero de ala an-
cha y un listón verde, escucha una canción que sale del
agua se le pega en la lengua y lo hace flotar.
40
Una grieta en la tierra lo jala, su cuerpo es un ojo
enorme donde se meten doce ataúdes, parpadear solo le
sirve para expulsar lágrimas, todo es verdad, todo es men-
tira, no encuentra orillas al remolino que lo traga. Su propio
llanto lo hace despertar.

Despertar llorando ya era una costumbre. , por eso evi-


taba dormir.

41
ES MEJOR LA MUERTE, estaba escrito sobre una
barda ubicada en la entrada norte de la ciudad, el Detective
había manejado sin rumbo por dos horas y cuando regre-
saba a su casa fue cuando leyó ese letrero, detuvo su auto
y accionó la reversa para situarse lo más cerca posible, en
esa maniobra que hizo sin precaución estuvo a punto de
ocasionar un choque con otro auto que utilizaba el mismo
carril de la carretera, después de un intercambio de men-
tadas de madre bajó de su auto y abrió la cajuela para sa-
car la pala que guardaba allí desde el día que se encontró
el segundo ataúd.

Esta vez no llamó antes para repórtalo a la oficina poli-


cial, se puso a cavar justo debajo del letrero, eran muchas
piedras las que tuvo que quitar antes de encontrar el ataúd,
esta vez quitó toda la tierra de los lados hasta dejarlo libre
sobre la superficie para poder maniobrar libremente, no
tocó el ataúd, fue hasta su auto a sacar sus implementos
para tomar huellas y sus guantes, estaba solo sin ningún
curioso cerca, lo que le permitió ser más minucioso, tomó
fotografías del exterior y de la barda antes de proceder a
abrirlo, quitó los seguros de la tapa y la levantó.

Esta vez fue FREEDIE MERCURY luciendo un bigote ne-


grísimo hecho de cera y encerrado en un cajón de madera
cubierto de satín negro, se percató que le faltaba un dedo
de la mano derecha y lanzó un suspiro leve al reconocer
las mismas características de las dos figuras anteriores y
hasta sintió cierto alivio de que no fuera otro mal imitador.
Llegó al lugar donde estaba el quinto ataúd la camio-
neta de un compañero del departamento de policía a la que
subieron la caja y se dirigieron a la estación, el Detective
no quiso llamar todo el equipo forense para evitar que se
42
filtraran detalles de este nuevo hallazgo, el ataúd tenia
marcas de humedad y eso le hizo albergar esperanzas de
que esta fuera la segunda exhumación, le urgía sacar la
figura de cera y que se examinara el ataúd por dentro hasta
encontrar indicios de un cuerpo humano que lo hubiera
usado antes de la figura de cera.

La investigación dictaminó que el ataúd llevaba dos días


enterrado y en su interior no había señas de haber sido
utilizado con anterioridad por otro cuerpo, esto desconsoló
al Detective y dejó de leer el informe, tomó su cabeza con
ambas manos y la apoyó contra el escritorio, su hipótesis
de ataúdes usados se descartaba, estuvo en esa posición
cerca de seis minutos antes de ser interrumpido por una
mano femenina que le tocó la espalda, el levantó su torso
y se recostó en su silla para ver a la persona que lo inte-
rrumpía en sus cavilaciones.

─Trajeron este sobre hace tres días, le dijo la secretaria


del departamento de Detectives

El Detective lo tomo y lo revisó sin sacar la nota que


estaba dentro, no traía remitente ni destinatario

─Cómo sabes que es para mí?

─Pues el sobre tiene una nota con unas iníciales que coin-
ciden con las tuyas

El Detective ya tenía la nota en su mano y leía la direc-


ción escrita, era exactamente la misma donde encontrara
el quinto ataúd.

─Quién trajo este sobre?, preguntó en automático, pues


casi sabía la respuesta

43
─Estaba junto a toda la correspondencia, pero como no te
había visto por aquí, lo dejé dentro de mis pendientes, ¿te
sirve o no?

El Detective se le quedo viendo a los ojos como bus-


cando una mentira, no le contestó lo que la secretaria que-
ría

─Gracias, le dijo y se dirigió a la oficina de su jefe.

Entró sin saludar como siempre y se sentó

El jefe no dejó de leer el informe que estaba en su es-


critorio, solo lo interrumpía momentáneamente como para
cerciorarse que aún estaba el Detective allí moviendo sus
ojos hacia él.

─Así que hay otra figurita, dijo de pronto el jefe

─Sí, ahora pintaron una barda para señalar el lugar

─Lo que más me preocupa es que hace tres días está esta
nota en la oficina señalando la dirección donde encontré
este ataúd y su eficiente secretaria no le informó a nadie.

─Deja en paz a la secretaria, ¿ya mandaste a los de labo-


ratorio a sacar muestras de la pintura que usaron en el le-
trero sobre la barda?

El Detective se levantó para que no se notara el color


que le encendía la cara, seguía perdiendo detalles y eso le
encabronaba mucho, no tanto por el olvido, si no porque
no le podía decir a su jefe que él no era ningún pendejo ni
que la nueva figura encontrada tenia puesto uno de sus
zapatos que el tiró cerca del lugar donde se encontró el
ataúd con la figura de parafina y huesos de perro.
44
El canto de grillo empezó a romper en pequeños peda-
zos al silencio que estaba pegado en todas las cosas de la
habitación, se acerca al oído como flecha lanzada desde
la ventana que obliga abrir los ojos, el día sigue en la es-
palda de la luna, una maldición que no se entiende pero se
traduce, sale de su boca junto con un hilo de saliva, deja
colgar de la cama la mano donde tiene tatuado un escor-
pión, la balancea, el grillo continúa cantando. Deja que el
escorpión arrastre su cuerpo por la habitación, se atoran
las piernas con las patas de la mesa, el escorpión sigue
avanzando.

Lanza su aguijón contra una sombra pegada sobre una


botella llena de orín, la visión del atacante es mala, con el
aguijón despostillado busca las orillas del cuarto para subir
por la pared y después lanzarse al vacío con la esperanza
de encontrar al emisor del canto que se convierte en rayo
y quema.

El silencio trepa sobre su espalda, el agujón se balan-


cea con su veneno, entonces el grillo canta, el escorpión
ataca y el canto se mete en las venas.

45
El Detective aprovecha la mañana para revisar por vi-
gésima ocasión las figuras de cera, las toca y cierra los
ojos, en su reproductor de discos las canciones de sus ído-
los repitiéndose, quizá en alguna canción esté la clave de
esta maraña.

Revisa las manos y se da cuenta de que los dedos fue-


ron cercenados, alguna vez estuvieron pegados a la mano,
¿qué importancia tendrá el quitarles un dedo?, ¿cuál era
el camino que el enterrador de figuras de cera quería mos-
trarle?, pensó en buscar en los archivos de las clínicas de
la ciudad alguna persona que hubiera perdido el dedo me-
ñique, pero desechó esa idea, sabía que esa era una labor
titánica y quizá no lo llevaría a nada. La ropa con la que
vistieron a las figuras de cera no era de buena calidad, las
costuras hechas a mano, los adornos de chaquira y lente-
juelas eran burdos, solo las facciones denotaban un tra-
bajo de artista, no así el cuerpo de las tres figuras de cera.
Sacó de una caja de cartón los pájaros de barro encontra-
dos en el tercer ataúd, ninguno tenía rastros de huellas
dactilares, solo la leyenda ES MEJOR LA MUERTE y era
lo que ligaba estas figuras a los monigotes de cera, un
chispazo le hizo abrir los ojos y corrió a su escritorio para
sacar los letreros encontrados junto a los ataúdes, com-
paró las letras con una lupa, ¡eran iguales!, en ese mo-
mento los envío al departamento de análisis de pruebas y
espero afuera por los resultados. Después de 45 minutos
salió una persona y le entregó un sobre.

Resultaron ser fotocopias.

Llevaba cinco ataúdes encontrados y uno perdido, el


viejo desdentado y sin pelo ya había levantado la demanda
46
por el robo de su ataúd, en el departamento de policía aún
no liberaban la orden para entregárselo, aunque el Detec-
tive lo tenía dentro de sus pendientes, había contemplado
la posibilidad de regalarle uno de los encontrados con la
figura de cera dentro si es que se adelantaba a morir antes
de que liberaran el suyo.

Regreso donde estaban las figuras de cera y las midió,


las tres median un metro con setenta centímetros, era la
misma posición para todas, con la rodilla derecha ligera-
mente flexionada, la mano derecha hacia adelante y la iz-
quierda para atrás, como si fuera a dar un paso, ¡por fin
otra pista!

47
No estás donde yo quisiera verte,
soy el fantasma que arrastra
tu recuerdo,
el que deja abierta la llave del agua
para escuchar tu voz en las entrañas
de esta casa.

Eres el agua
y te veo correr
cantas
y te quedas suspendida
esperando que baje la palanca.

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Ella camina y arriba, una parvada de aves, la imagen
podría parecer a un montón de zopilotes esperando la
muerte de algún animal para bajar y darse un festín, pero
no, la seguían como si ella ejerciera cierto poder en ellos.

Ella camina y los pájaros buscan al hombre que cayo


desmayado a los pies de su guía.

Si en ese momento alguien volteara hacia arriba, vería


un espectáculo difícil de comentar por lo inverosímil, abajo
una joven caminando en círculos y haciendo piruetas.

Los pájaros revoloteaban fuera de la ventana de la ofi-


cina del Detective, rebotaban y se hacen hacia atrás sos-
teniendo el vuelo con un aletear furioso, después de cinco
minutos de estar picoteando el cristal se retiraran hasta el
árbol más cercano como si esperaran una indicación,
mientras, entretienen la tarde con su canto.

Decidieron seguir su búsqueda y se enfilaron hacia la


casa del Detective, fue un vuelo con intermitencias que
duró 2 horas, los pájaros tenían que hacer paradas conti-
nuas y esperar a la chica que tenía que bordear parques y
avanzar a pesar del tráfico vehicular, por fin al final de una
calle en un barrio alejado de los suburbios, detuvieron su
vuelo.
La chica se acercó sigilosamente hasta la ventana, las
cortinas no le permitían ver bien, pero se daba cuenta de
la soledad del habitante en ese pequeño laberinto, se pal-
paba el desconcierto y un cierto aroma de abandono y gar-
denias salía por debajo de la puerta, ella siente un piquete
en el corazón y la mueca en su cara le hace arrugar la na-
riz, se aleja lentamente caminando sin darle la espalda a
49
la ventana, al llegar a la calle se voltea, agita los brazos y
empieza a caminar, curiosamente, cada cinco metros va
quedando un pájaro detenido sobre el cableado eléctrico,
como estatuas vigías.

Esta vez su canto no dice nada.

50
ES MEJOR LA MUERTE, otra vez ese letrero, ahora
clavado en el tronco de un árbol, cerca de un arroyo de
aguas negras. El letrero había pasado desapercibido para
las personas que transitan el lugar, no era la zona donde
solía pasar el Detective, algo como un presentimiento le
hizo llegar hasta allí, el letrero le hizo poner color a sus
mejillas, apretar con fuerza el volante y unas lágrimas lu-
chaban por salir de sus ojos.

Detuvo el auto y se bajó rápidamente para sacar de la


cajuela la pala que ya cargaba como si fuera su herra-
mienta de trabajo, la sacó y se encaminó hasta el árbol que
ostentaba el mensaje, buscó en el suelo señales de tierra
removida y empezó a cavar., Por cada palada de tierra que
el Detective cambiaba de lugar con la finalidad de encon-
trar otro ataúd, le caía sobre la espalda una cagada de pá-
jaro.

Cuando por fin descubrió en su totalidad el féretro dejó


a un lado la pala y fue al auto por una cuerda, se quitó la
chamarra y se dio cuenta que estaba llena de caca de pá-
jaro, lanzó al aire una mentada de madre y arrojó la cha-
marra dentro de la cajuela, tomó la cuerda y con ella ató el
ataúd y lo jaló para sacarlo del agujero de un metro de pro-
fundidad, antes de que el Detective pudiera abrir el ataúd
una parvada de aves empezó a volar arriba de él, hacían
círculos ruidosos y dejaban caer de vez en vez alguna ca-
gada. El Detective no soportó este ataque escatológico y
arrastro el ataúd hasta ponerlo a un lado de su auto.

Jimi Hendrix con un paliacate en la cabeza sonreía den-


tro de la caja de madera, las mismas características, la

51
falta de un dedo, la rodilla en avanzada, un brazo más de-
lante del otro, la gente se acercaba al lugar donde está el
Detective, este cerró rápidamente el ataúd y comenzó a
subirlo a su auto, algunos espectadores tomaban fotos con
su celular, el Detective detuvo su maniobra para sacar su
placa de identificación, el morbo ya se había desbordado,
llegaban presurosas unas señoras, la agitación no les per-
mitía llorar y gritar al mismo tiempo, cuando se recuperaron
un poco, una se lanzó sobre el Detective que cubría con
su cuerpo al ataúd.

─¡Es mi hija¡, ¡es mi hija¡, ¡ no se la lleve¡

El Detective comenzó a llenarse de una angustia que-


mante. Alguien había llamado ya a la policía y esta hacia
su arribo en donde el Detective seguía luchando con la
gente que intentaba bajar el ataúd de su auto.

52
Al salir del edificio en donde está situada su oficina, el
Detective se topa de frente con una chica de ojos lumino-
sos y cabellera enredada.

El recuerda que una noche como esta, conoció a su es-


posa, que no le sonreía pero tenía el pelo suelto para que
este le cubriera el rostro para cuando el aire llegara se re-
moviera las miradas.

─Él le preguntó a la chica- ¿te conozco?

─Creo que no- dijo ella- el otro día detuve tu cabeza con
mi pie antes de que se estrellara con el piso.

─No creo que recuerdes nada, estabas desmayado, te he


estado buscando, tú estuviste cuando se quemó mi casa.

─Escribí un cuento en donde te encuentro y tú me dices


que me protegerás siempre de las enfermedades y de los
sordos, que nunca te perecerá una grosería que yo enseñe
la lengua, que te divertía mi premonición sobre la llegada
de los trenes a la estación.

El Detective asombrado la escuchaba, de repente le


dieron ganas de correr, pero se quedó.

Ella seguía hablando y le tomó la cara con sus peque-


ñas manos, el Detective no escuchaba nada, su cabeza
era una maraña de cosas cada vez más confusas, hasta
que no pudo más y empezó a llorar, quedito muy quedito,
ella lo soltó para que pudiera sentarse en la banqueta.

53
La chica le pidió se vieran el jueves por la tarde en el
café que estaba en la misma calle donde estaban ahora, a
dos cuadras de su oficina de trabajo.

El asintió sin ánimo de levantar la cara, no escucho sus


pasos alejarse, espero aproximadamente 3 minutos y se
levantó para dirigirse a una vinatería, quizá el alcohol tu-
viera la respuesta a la extraña sensación que le produjo
ese encuentro.

El jueves, el Detective llegaba tarde a la cita con la es-


peranza de que la chica se hubiera cansado de esperar y
no estuviera, pero no, ella estaba allí, con una sonrisa
fresca y sobre sus hombros un suéter azul decorado con
plumas.

54
El escorpión se mira en el espejo, se ve tan feroz con
su armadura de miedo azul.

Nunca había encontrado en sus ojos ese brillo de


muerte tan agudizado, detrás de él un cuerpo semidor-
mido, el escorpión busca la razón por la que está sobre la
piel de aquel hombre que hasta ahora no sabía qué hacer
con el razonamiento zodiacal, solo recuerda que nació de-
bajo de una mano enguantada mientras en el ambiente un
blues se distendía.

Quizá todo hombre quiera tener un escorpión.

En esta parte de la vida cuando el veneno se acumula


como la grasa abdominal y no es posible escupirlo en cada
frase, es mejor tener un escorpión.

Se ha cansado de tanta alucinación, de arreglar la vía


para una respiración agitada y no solucionar nada.

Solo, tan solo como un balcón deshabitado, dejando flo-


tar el humor como humo, ciego y desesperado, no sabe
gritar.

Su mirada se rompe entre las cosas, mientras el cuerpo


se desdobla y gime, se azota contra el piso y una sonrisa
idiota cambia el panorama.

El escorpión avanza hacia la entrepierna hasta encon-


trar el pene erecto, intenta escalarlo, abrazarlo, agitarlo y
seguir.

55
El Detective veía detenidamente a la chica que vestía
un suéter azul lleno de plumas, ella esperaba alguna pala-
bra antes de tomar el café que ya humeaba el ambiente
ligeramente tenso.

El Detective está un poco intranquilo, no le gusta que al-


guien que no fuera él, busque en su interior y revuelva lo
que ya había acomodado, de tal manera que no pudiera
recordar.

Ella tiene una sonrisa que es como un canto de pájaros.

56
SEGUNDA PARTE

57
Hubo un incendio.

Fue una tarde con mucho viento que arrastro luz por las
calles junto con la basura y los perros, las aves planeaban
pues no podían mantener el equilibrio sobre las ramas de
los árboles ni sobre los cables del tendido eléctrico.

No se escuchó grito alguno pedir auxilio, las llamas tam-


bién fueron silenciosas, los muebles y la ropa entendieron
su destino y solidarios se quemaron junto con las fotos y
los zapatos.

El fuego empezó dentro y se extendió sobre las gruesas


cortinas de las habitaciones y la sala, estas exhalaron
humo negro de recuerdos y secretos guardados.

Los vecinos extrañados por el calor súbito que llegaba


a sus rostros se asomaron a la ventana, vieron la casa que
se deshacía entre el fuego, ya era muy tarde para tratar de
salvar algo, aun así salieron de sus casas y se acercaron
de manera prudente, más de uno pudo ver como una jo-
vencita salía por la ventana y se metía entre los autos que
pasaban en ese momento por la avenida.

Cuando llegaron los bomberos solo encontraron escom-


bros de lo que fue una casa y un olor como a gardenias,
cinco minutos después de ellos llegó el Detective, no bajó
de su auto, la opresión en el pecho le crecía y le dificultaba
respirar, llorar le ayudó un poco pero no le devolvió la
fuerza a las piernas ni la cordura a sus pensamientos, en-
cendió el auto y lo dirigió hacia las cenizas de lo que fue
su casa, los bomberos trataron de impedir que se acercara

58
pero no lo lograron, el Detective pasó con su auto, afortu-
nadamente no había llamas, aun así el aire quemaba la
piel.

Detuvo el auto antes de golpear la barda que delimitaba


su propiedad con el terreno de atrás, no pudo bajar, la de-
sesperación solo le permitía lanzar aullidos.

Los bomberos lograron arrancar la puerta del auto y sa-


car al Detective que no dejaba de aullar y subirlo a una
ambulancia.

La sirena de la ambulancia y los aullidos del Detective


hacían una extraña melodía que complementaba el canto
de una parvada de pájaros que volaba arriba de la ambu-
lancia, todos se dirigían al hospital más cercano, todos te-
nían motivos para hacer ruido, todos ahora eran un la-
mento.

59
Otra vez el escorpión
otra vez azul, aguijoneando la vena
ahora salió de su espalda, estaba debajo de él, no lo vio
venir.

Sigue el camino que empezó, no toda la sangre está enve-


nenada
allí su labor.
Transita lento, con una lentitud de asesino,
patético escorpión
cuerpo patético que lo aloja
patético veneno para un alma podrida
monstruo innecesario

Ruega por el

Di entre esta fiebre una plegaria, un canto que te ayude a


morir
estrena una forma de llorar, suplica
abre los ojos para que encuentres la vía que te aleje de
ese color azul que te está matando
no del escorpión
no del veneno...de tu amargura.

60
─Cuarto 405 en el cuarto Piso, le informaba la recepcio-
nista del hospital a una señorita de pelo alborotado que
portaba un suéter decorado con plumas que llegó a pre-
guntar por el Detective.

─Puedo pasar a visitarlo?, preguntó la chica

─ Sí pero se retira antes de las seis, hasta esa hora se


termina la visita a pacientes.

La cara se le iluminó y sonrió, sin agradecer la informa-


ción corrió hasta el elevador que ya se cerraba.

Se introdujo en el cuarto del Detective sin solicitar per-


miso.

El Detective tenía la cabeza sumida en la almohada, la


miró sin sorpresa como si la esperara, aun así hizo el in-
tento de ignorarla cerrando los ojos.

Ella se sentó sobre la cama y le agarró la mano, se la


apretó muy fuerte que hizo que salieran unas gotas de san-
gre por el orificio donde le introdujeron la aguja para sumi-
nistrarle suero, solo de esa manera dejó de hacerse el dor-
mido, ella se inclinó sobre su cara y le susurró unas pala-
bras al oído que el no supo descifrar, le soltó la mano para
tomarle ahora el rostro, le acarició el pelo y lo trató de pei-
nar con los dedos, metió la mano a la bolsa de su pantalón
y sacó un espejo que acercó a la cara de él.

─Tienes cara de muerto- le dijo al Detective

61
Ella se levantó y se dirigió a la ventana para abrirla,
pero se contuvo, regresó al lado del Detective.

─¿Quieres platicar?- le preguntó

Él no contestó, quiso hacerlo, decirle que no quería ha-


blar con ella, que se fuera, pero no lo hizo, la presencia de
ella le despertaba temor y nerviosismo, se sentía tan inde-
fenso, solo movió los labios como tragando saliva, no dijo
nada pero ella lo interpretó como un sí. La chica se subió
a la cama obligándolo a encoger las piernas, tomó la posi-
ción de flor de loto y no paró de hablar hasta que una en-
fermera le avisó del fin de la visita.

Al quedar solo el Detective le empezó a doler la sole-


dad, ahora más que otras veces, no quiso involucrar a su
esposa en los recuerdos y se remontó al caso Vudú, que
fue el inicio de su desgracia.

62
Sonó el teléfono a las 5.15 horas de la mañana, la es-
posa del Detective despertó pero no se movió, lo sabía
muy bien, su marido saldría corriendo de la casa. él tomó
el aparato que no dejaba de sonar.

─Bueno? su voz sonó convencida de abandonar el sueño,


estuvo un minuto escuchando a otra persona hablando de
una matanza y dándole instrucciones de cómo llegar al lu-
gar del evento.

─Voy para allá- colgó el aparato, se empezó a vestir, su


mujer no volvió el cuerpo siquiera para ver si llevaba todas
las prendas puestas, algunas veces salía tan aprisa que
olvidaba ponerse el calzón o la corbata ,esta vez no. Él no
se acercó a despedirse de ella, solo la vio inmóvil y se
quedó con el beso de despedida perdido entre el sabor del
primer cigarro del día.

Cuando llegó al lugar indicado se sorprendió que no hu-


biera tanta movilización, solo el auto de su compañero con
las luces apagadas y él afuera fumando, el Detective bajó
de su auto y caminó, su Compañero no lo espero, se enfiló
de prisa hacia el interior de la casa marcada con el número
318 que estaba con la puerta principal abierta, el Detective
entró y no pudo dar el siguiente paso, cinco cuerpos ata-
dos, cada uno a una silla y sobre un charco de sangre, un
olor que no pudo identificar en ese momento contaminaba
el aire.

─Ninguno tiene una sola herida, dijo el Compañero

Los cinco cuerpos estaban desnudos y estaban acomo-


dados haciendo un círculo.
63
─Cómo sabes eso si siguen atados?

─¡Míralos! no se les ve ninguna herida

─¿y si la sangre no es de ellos?; llama al SEMEFO para


que vengan los peritos y levanten los cuerpos.

─Llámalos tú, dijo el compañero, no quiero meterme en


este caso, no has visto la otra habitación, está este mismo
cuadro pero representado con muñecos de tela y estos lle-
nos de alfileres, por eso te llamé, voy a pedir mi baja de la
corporación, estas chingaderas me dan miedo.

Le extendió la mano en señal de despedida, el Detec-


tive no correspondió.

─¡No seas puto¡ tú los encontraste ahora sigue con el


caso.

─Bueno, entonces te dejo, que tengas suerte.

El compañero se enfiló a la salida sin dejar de persig-


narse, subió a su auto y se fue.

El Detective tomó su teléfono, hizo las llamadas nece-


sarias, se puso a buscar huellas y a tratar de encontrar
lógica a este espectáculo de terror que tenía enfrente.

64
Buscaron al compañero que llamó al Detective a su
casa, esperaron en la oficina a que fuera a renunciar, no
llegó, aún lo siguen buscando, él es el inicio de este caso,
hasta ahora nadie sabe cómo supo del múltiple homicidio,
si es que alguien le avisó o si es que está involucrado, esa
ya es tarea para el Detective.

Los resultados que entregó el laboratorio informaban


que la sangre encontrada alrededor de los cuerpos no per-
tenecía a ninguna de las víctimas, y que los cuerpos solo
tenían aproximadamente dos litros de sangre dentro, no
presentaban heridas, todos fallecieron por un paro car-
diaco y la hora aproximada de la muerte es 1:00 a.m., los
cinco en el mismo horario.

Los muñecos encontrados en la misma casa, contenían


sudor y sangre de las víctimas y los cinco con una abertura
en el pecho, en la parte de atrás tenían pintada una inicial,
T
C
I
S
U
mismas iniciales dibujadas en la frente de las víctimas.

En lo que tratan de identificar a las víctimas, el Detec-


tive se ha dado a la tarea de encontrar una palabra con las
iniciales.

Son las cinco de la mañana, suena el teléfono de la


casa del Detective, este acaba de dormir, revisaba nueva-
mente los informes del equipo forense, casi sin fuerza le-
vanta el auricular
65
─¿Bueno?

─¿Bueno?

Nadie contestó, cuelga y mete la cabeza bajo la sabana

5:05 a.m. suena nuevamente el teléfono, misma opera-


ción nadie contesta.

5:10 a.m. suena el teléfono, el Detective descuelga, na-


die contesta del otro lado de la línea y decide dejarlo des-
colgado, no está para bromitas de este tipo.

5:15 a.m. tocan a la puerta de su casa, hace un esfuerzo


y se levanta camina como autómata pero con la pistola en
la mano, abre y no hay nadie fuera de su casa, intenta re-
gresar a la cama y nuevos golpes en la puerta detienen su
andar y regresa, ya encabronado abre de una forma
abrupta, afuera no hay nadie, sale al patio y empieza a gri-
tar improperios al aire. La puerta de la casa se cierra y el
afuera, entonces regresa rápidamente para introducirse,
empuja la puerta golpeándola con el hombro, a causa del
impulso la puerta se abre y el Detective cae a los pies de
su esposa que se había levantado a causa de los gritos.

─Qué te pasa?, ¡te estás volviendo loco!

El Detective no contesta y se vuelve a acostar pero sin


poder dormir por la adrenalina que ahora corre por su
cuerpo, el teléfono que la mujer había regresado a su lugar
suena nuevamente, no contesta.

66
A las 12 del mediodía el Detective sale de su casa y
toma el rumbo a la oficina, a mitad del camino desiste, aún
con la modorra y el desvelo intenta pensar bien el próximo
movimiento, presiente que los asesinos volverán a cometer
otro asesinato, la investigación lo ha llevado a iglesias y
templos, pues los cadáveres pertenecen a sacerdotes y mi-
nistros de diferentes sectas religiosas, se ha hecho difícil
saber sobre su vida, pues la gente que los conoció ocultan
muchos datos que en este momento podrían llevarlo a es-
clarecer el motivo de su asesinato. Cambia el rumbo y se
dirige a la casa donde inició todo. Una llamada lo hace de-
tenerse, han encontrado cuatro cadáveres más y la direc-
ción es a la inversa a la que se dirige actualmente.

Cuatro cadáveres formando un semicírculo, todas son


mujeres, las cuatro desnudas, atadas de pies y manos,
sentadas en una silla y sobre el piso un gran charco de
sangre, todas tienen una inicial hecha con una punta filosa
sobre su espalda.
I
S
U
C.
Las mujeres son de edades mayores a los 40 años, dos
regordetas y las otras muy delgadas, las letras son las mis-
mas que aparecieron en los cadáveres masculinos, solo
falta la T., en el patio trasero están cuatro muñecas de
trapo, vestidas como monjas con el cuerpo lleno de alfile-
res. Han levantado rápidamente los cadáveres y todas las
pistas para realizar los estudios en las instalaciones de la
policía. La sangre resultó ser de cerdo y nuevamente los
cuerpos conteniendo muy poca sangre y la causa de su
muerte un ataque al corazón lo que no pueden precisar es

67
si la pérdida de sangre ocasionó su muerte o se las extra-
jeron después de muertas. Las iniciales siguen siendo una
incógnita. El Detective regresa a su casa cerca de las dos
de la mañana, al estacionar el auto ve un cuerpo acostado
afuera de la puerta, es un cuerpo femenino con vestimenta
de monja y una rigidez mortuoria de más de doce horas,
llama al servicio forense para que levanten el cadáver, el
Detective decide no entrar a su casa y acompaña al cuerpo
en su traslado, al ser revisado el cuerpo se encuentran que
tiene una letra T en la espalda realizada con una punta
afilada.

Son las cinco de la mañana, el Detective decide irse a


dormir unas horas a su casa, al subirse al auto ve colgando
del espejo retrovisor una muñeca de trapo llena de alfileres
y con hábito de monja, baja rápidamente, el miedo lo hace
vomitar, en la banqueta solo baba amarillenta.

La investigación de estos asesinatos lo está llevando al


miedo, un miedo que duele, que paraliza, que lo hace llorar
a escondidas, estos últimos días lo han hecho sentir mu-
cha debilidad, sin dormir sigue buscando pistas hasta que
no puede más y se desmaya entrando a la oficina, el mé-
dico de la corporación lo revisa y le detecta un cuadro
agudo de anemia, al escuchar el diagnóstico se alegra un
poco, no será presa suculenta para los vampiros, al decir
"vampiro" una idea llega a su cabeza, sabe que es dispa-
ratada pero tiene que agotar todas las posibilidades, pide
su teléfono y solicita que a los cuerpos encontrados les
quiten todo el cabello, quizá encuentren un orificio por
donde les sacaron la sangre.

El resultado fue negativo.

68
Han pasado tres meses desde los diez asesinatos y si-
guen sin pistas, las llamadas al teléfono del Detective no
cesaron en todo ese tiempo, su mujer decidió vivir lejos de
él, el Detective se ha vuelto irascible, neurótico y casi roza
la locura, habla solo, se despierta gritando, se hace análi-
sis de sangre cada tercer día, se alimenta de cigarros y
sangre de res que consigue en un rastro clandestino.

Lunes, regresaba a su casa y le extraño ver las luces


encendidas, la casa se veía rara con iluminación, duró tres
meses en completa oscuridad, se apresuró a entrar, un olor
agradable a gardenias lo guio a la habitación, sobre la
cama un cuerpo femenino, desnudo, atado en sus cuatro
extremidades cada una en cada ángulo de la cama, el De-
tective quiso gritar, llorar, golpear, correr, desatar, tener
sexo con la mujer, todo al mismo tiempo, no pudo hacer
nada, recibió un golpe en la nuca que lo privó de la reali-
dad.

Cuando el Detective despertó, estaba en un espacio re-


ducido y sin luz, su primer pensamiento fue tocarse la ca-
beza en el lugar donde recibió el golpe, el dolor era intenso,
su pelo estaba pegajoso a causa de la sangre que salió de
la cabeza, sintió cierto alivio al saberse vivo, aunque ahora
le surgía otra duda sobre el lugar adonde se encontraba,
primero pensó era una tumba pero al moverse también se
movía la superficie donde estaba acostado, se estiró y tocó
y tocó hasta que se cercioró de lo que estaba a su lado era
un cuerpo humano.

Movió el cuerpo y no obtuvo respuesta, hizo una nueva


expedición con las manos, era el cuerpo de una mujer y ya
no respiraba. El Detective empezó a moverse para tratar
69
de salir sin encontrar forma posible. Después de varias ho-
ras de estar encerrado empezó a tener calma, sus ojos ya
se acostumbraban a la oscuridad y pudo reconocer el lu-
gar, estaba en la cajuela de un auto y tenía a un cadáver a
un lado.

Eran dos días encerrado, según las cuentas del Detec-


tive, sin nada en el estómago la debilidad lo hacía alucinar,
el cadáver empezaba a descomponerse y el olor a muerte
lo hizo llorar infinidad de veces. En el lugar y el lamentable
estado en que se encuentra el Detective el tiempo pasa
lento y se cuenta con los latidos de corazón que se van
acelerando poco a poco al escuchar voces, un grupo de
personas se acercan, no logra identificar cuantas, la emo-
ción no le permite poner atención a los detalles, intenta gri-
tar y solo un quejido sale del cuerpo, se agarra la pierna
izquierda para poder golpear la ostra metálica donde está
metido, las personas están muy cerca pero solo una habla,
el Detective no entiende esa lengua que eleva la voz como
si orara, las otras personas responden en coro como si ora-
ran, el Detective intenta llorar, su cara es una mueca per-
manente la lengua lo ahoga y se abraza al cadáver que lo
acompaña.

El cuerpo encontrado en la cama del Detective no ha


sido identificado y presenta también ausencia de la mayor
parte de sangre, bajo el colchón se encontró una muñeca
llena de alfileres y el número 11 en la espalda que fue he-
cho con una punta filosa.

70
El escorpión se ha cansado
busca un lugar sin luz
levanta la cola para
avanzar rápido y en guardia

No conoce lo mortífero de su veneno


lo tiene y lo guarda
alguien le dijo que
solo la muerte
lo salva

Arácnido ciego
dentro de una botella
vacía.

71
TERCERA PARTE.

72
El Detective abandona el hospital, avanza apoyado en
el hombro de la chica que incrusta pensamientos en la
mente de las aves.

─Hacia dónde vamos?- pregunta el Detective, su cara está


llena de sombras, no tiene casa donde llegar y reposar, no
tanto por la orden del médico, es porque no tiene fuerzas
para seguir.

─No te preocupes, encontré el lugar perfecto para que re-


cuperes el brillo que te abandonó y puedas volver a volar-
le dijo ella.

El trayecto fue pesado, tomaron tres autobuses antes


de llegar a su destino, cuando ella le avisó que debían ba-
jar, a él le costó trabajo abrir los ojos, se dejaba guiar man-
samente, el lugar era boscoso, no se veía ninguna cons-
trucción cerca, él no quería caminar y preguntó

─Está lejos el lugar a dónde vamos?-

─Ella sonrío y lo jaló de la mano.

Avanzaron entre la vegetación aproximadamente veinte


metros y bajaron la pequeña cuesta para instalarse bajo el
puente que cruzaba un riachuelo.

─Cómo encontraste este lugar?-preguntó el Detective

─El pájaro verde me trajo aquí hace tres días, les encargué
que encontraran un lugar ideal para que descansaras, me
mostraron varios y este es el que más me gustó.

73
El Detective reconoció su cama y el sofá ahora medio
quemado, un nudo se le hizo en la garganta pero no pre-
guntó nada.

─Mira cuantas lonas recogí para poder construir tu nueva


casa.
La chica le mostraba orgullosa la sala construida con ca-
jas de madera, el Detective no compartía su ánimo solo
quería dormir, el lugar no le desagrada, la vida le des-
agrada.

Cuatro días en ese lugar tan lleno de vida y el Detective


no sabe de dónde llega la comida, la chica no lo deja solo
más de treinta minutos, comer fruta y verduras le empieza
a cansar.

─¿Sabes?, Creo que es tiempo de que regrese a la ciudad,


tengo que reportarme al trabajo y recuperar mi auto.

La chica bajó la cabeza y empezó a llorar, cuando él se


acercó e intentó abrazarla, ella salió corriendo y se trepó a
un árbol, él la siguió pero no subió, poco a poco el árbol se
llenó de pájaros de diferentes colores y cantos, llegó el mo-
mento en que ya no se vio el verde de las hojas, eran miles
de aves haciendo un ruido que estremecía el interior del
cuerpo del Detective.

74
─Otra vez desapareciendo, cabrón!- le reclama el Jefe al
Detective

─Cuando fuimos a recogerte al hospital ya no te encontra-


mos, que te fuiste con una chamaca eh.

─No estoy bien todavía- dijo el Detective

─Aquí te está esperando el desmadre de los monigotes de


cera-

─Solo vine a reportarme y a recoger mi carro

─!Ja¡, tu pinche carro está lleno de cagada de pájaros, allí


te lo están cuidando.

─¿Te dieron terapia? ¿Cuando vuelves? ¿Quieres vaca-


ciones?

─No, no jefe, ahora no tengo donde quedarme aquí en la


ciudad, quiero que me preste dinero y pues ya regresar y
me voy recuperando poco a poco.

El Jefe levantó el teléfono y le dio indicaciones a la secre-


taria para que le diera un adelanto de sueldo al Detective.

─Listo, ya quedó lo de tu dinero, si quieres tomate dos o


tres días más pero ten llévate este teléfono para que te
pueda localizar, no quiero que te me vuelvas a perder.

El Detective utilizó cincuenta pesos del dinero que le


habían dado para pagarle al conserje para que le lavara el

75
auto, despegar la caca de pájaro le costó otros veinte pe-
sos.

La chica lo esperó todo el tiempo sentada en la ban-


queta afuera del edificio donde estaba la oficina del Detec-
tive, ya no hablaba desde aquél día en el que él le dijo que
vendría a la ciudad, solo emitía unos sonidos raros como
de un ave enferma, coo, coo, era la respuesta a cada pre-
gunta del Detective.

76
La chica estuvo intentando insertar pensamientos en la
mente del Detective sin conseguirlo, ella hacía el intento y
el solo sonreía, como si esos pensamientos le hicieran cos-
quillas.

El Detective no entendía por qué esas repentinas sonri-


sas.

Ella no entendía por qué el Detective no volaba.

El sonido del teléfono le quitó la quietud al adormecido


riachuelo, la voz del jefe llegaba para arrancarlo de la mo-
notonía que da la paz.

─Necesito que vengas, apareció otro de tus monigotes, le


dijo y colgó.

El Detective caminó hasta la orilla del riachuelo donde


se encontraba la chica, le tocó el hombro y le dijo.

─Tengo que ir a la ciudad, cuídate, regreso después.

La chica volteo a verlo, en sus ojos había furia, se le-


vantó y alzó los brazos e hizo círculos y de manera inme-
diata varios pájaros que se encontraban cerca se abalan-
zaron contra el Detective, en su intento de escapar cayó
mientras las aves lo picoteaban, hizo un esfuerzo muy
grande pero alcanzó a llegar a su auto, cada segundo se
anexaban más aves al ataque, ya el auto estaba totalmente
cubierto de pájaros, el Detective encendió el auto y sin vi-
sibilidad avanzó, cuando creyó que había llegado a la ca-
rretera aceleró, algunas aves ya se separaban del auto a
causa de la velocidad, cuando al fin le dejaron un resquicio
77
en el parabrisas para poder ver hacia donde se dirigía era
muy tarde ya estaba topando de frente contra un árbol.

Una ambulancia que pasaba en ese momento se detuvo


al ver al auto chocar, los paramédicos utilizaron el gas del
extintor para ahuyentar a los pájaros y poder sacar al De-
tective, que estaba golpeado pero consciente, el choque
aunque fue casi frontal, el lado derecho del auto fue el más
averiado.

El resultado del choque fue un esguince en el cuello que


ameritó portar collarín para proteger las cervicales, un
golpe en el pecho con el volante y una lesión no grave en
la rodilla que le impedía caminar de manera normal.

Cuando pudo llegar a su oficina, Michael Jackson ya


estaba engrosando el número de figuras de cera encontra-
das dentro de ataúdes, la estaba revisando cuando se
acercó la secretaria a decirle que estaban reportando el
hallazgo de otro ataúd en el norte de la ciudad. El Detective
buscó algún compañero que lo pudiera trasladar pero no
había ninguno, bajó por el ascensor y abordó un taxi.

78
El lugar estaba algo alejado de la ciudad, a un lado del
ataúd está un señor de aproximadamente setenta años.

─Oiga, ¿usted es policía?- preguntó

El Detective solo le muestra la placa que lo acredita

─ Yo le mande avisar con un trailero que me hizo el favor


de detenerse, ahora nadie ayuda, tuve suerte.

El Detective no tenía ganas de entablar una conversa-


ción, el viejito sí.

─Oiga, no tendrá un cajón desocupado, ya no creo tardar


mucho en este mundo

El Detective hizo una mueca y siguió caminando hacia


el ataúd que estaba a flor de tierra. Se agachó a abrirlo, la
tapa no tenía seguro, la figura ahora era una mujer, tardó
en reconocerla pero por el pelo dedujo que era Janis Joplin
aunque esta figura tenía algo que le estaba encendiendo
un foco rojo en el cerebro.
Reconoció la ropa que vestía la figura de cera, un pantalón
rosa y una blusa azul, ambos en color pastel que él le ha-
bía comprado a su mujer como regalo de cumpleaños, la
visión y los recuerdos lo consternaron, se levantó y em-
pezó a caminar hacia la carretera, el viejito lo alcanzó.

─Jefe, ¿no se va a llevar a su muertito?

El Detective no escucha, no ve, sigue caminando.

79
Para parecer a mi padre, solo tenía que morir

Decían que yo había sacado sus ojos, de eso no recor-


daba nada.

Los míos son de un color aceituna que presumían haber


visto como asfaltaron el camino de la tristeza y al que le
pusieron una línea blanca para separar la ida del regreso,
los míos son de un color que se asemeja a la aceituna que
se ahoga en una copa llena de alcohol.

Mi padre dejó una libreta con recetas para hacer jabo-


nes y botones, las diez maneras de volverse nahual, como
pedir deseos a una estrella pálida, como iluminar una casa
sin sonreír y algunos apuntes que no logré descifrar, pero
era algo relativo a las mujeres, él escribía con la certeza
de la sabiduría en la que se revolcó.

Aprendí a leer con culpa y miedo, miedo a un infierno


que se construía con mis actos, hasta que hacer y desha-
cer fue una potestad a la que nunca renuncie, pero la
culpa aún la tengo.

Para no parecer a mi padre tengo que borrar las flechas


en las paredes de esta ciudad que no llevan a ninguna
parte, debo dejar reposar mi cuerpo en los charcos hasta
que me salga musgo en la espalda, no debo señalar el ar-
coíris con la mano derecha, tengo que aprender a respirar
con las branquias.

Cuando tenía la edad de ser niño, me aterraba el sonido


de las tijeras, chic, chic, aún tengo miedo a pesar de que
soy yo el que las acciona, corto las cortinas y la luz de mi
80
ventana y corto las horas, las palabras, chic chic, los en-
cuentros, las miradas, chic chic, mi pelo, el pelo de mi pa-
dre, chic, chic.

Corto las plumas, el tiempo, el aire, chic, chic, chic.

81
Abre la puerta, entra y cierra por dentro, en un rincón
está un ataúd color azul recargado en la pared, lo desliza
para dejarlo en el piso, se sienta a su lado para quitarse
los zapatos, se mete lentamente al ataúd y cierra los ojos.

FIN

Un escorpión baja por la pared

82
Nota:
Los periódicos informan sobre una mortandad inexpli-
cable de pájaros, la ciudad se llena de cadáveres que caen
de los árboles.

83
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84

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