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Rvdo. Néstor A. Blanco S.

Caracas, enero 2001


Ministerio Equilibrio. Reafirmando los Fundamentos Bíblicos
Rvdo. Néstor A. Blanco S. blanconestor47@gmail.com; equilibrio@cantv.net; Twitter: @pastornestor1
Telfs. 58-212-6723032; 0416-6287013. Caracas, Venezuela.

Índice.-

Introducción. Pag.2

Justificación. Pag.3

Objetivos. Pag.5

Capítulo 1. Sujeción, Concepto y Principios Pag.6

Capítulo 2. Lealtad, Concepto y Principios. Pag.8

Capítulo 3. Panorama Bíblico de la Sujeción y la Lealtad en las vidas de Moisés,


María y Aarón; Moisés y Coré; Moisés y Josué; Elías y Eliseo; Elí y Samuel; Saúl,
Jonatán y David; Pablo y Timoteo. Pag.9

Capítulo 4. Ámbito Institucional y Personal de la Sujeción y la Lealtad. Pag.15

Capítulo 5. Aspectos Absolutos y Relativos de la Lealtad y la Sujeción. Pag.16

Capítulo 6. Ámbito de autoridad en el Ministerio. Pag.19

Capítulo 7. Gobierno Eclesiástico en la Iglesia Primitiva. Pag.21

Capítulo 8. Crisis Históricas de Lealtad y Sujeción en Nathán, Micaías y Amós.


Pag. 23
Capítulo 9. Adonías: Un liderazgo sin Sujeción. Pag. 25

Capítulo 10 Sujeción, Lealtad y Quebrantamiento. Pag.26

Conclusión. Pag. 27

Resumen. Pag.29

Bibliografía. Pag.30

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Introducción.

El ministerio divino es otorgado por Dios a los hombres con el objeto de que,
en alguna forma se cumpla el plan de Dios para la humanidad. Si el reino de Dios va
a ser establecido, entonces el Señor, en ejercicio de su absoluta y total soberanía,
escoge personas a quienes otorga facultades, talentos, habilidades en todos los
órdenes, para que le sirvan y se establezca así, finalmente, su santa voluntad.
Dios llamó al patriarca Abraham, a Moisés, a Josué, al rey David, a los
grandes profetas, a los doce discípulos de Jesús, al gran apóstol Pablo, etc. Cada
uno de ellos sirvió en su área específica, y además, manifestaron su complacencia al
hacerlo. Todos se sometieron sin reservas al señorío de Dios y entendieron que, a
pesar de que algunos estuvieron sirviendo en lugares de notable eminencia. Ellos, con
respecto al Señor solamente fueron siervos. Sin embargo, en sus interacciones con
las personas que estuvieron por encima, al igual, o por debajo de ellos en el orden
de relación, la situación no fue tan sencilla. Hubo problemas.

Definitivamente, hay que reconocer sin ambages, que las personas tenemos
serios problemas al relacionarnos. Eso, en síntesis, es lo que explica la historia de
las confrontaciones de donde han surgido las contradicciones que ha debilitado a la
iglesia como institución.

Dios escogió y llamó a José, por ejemplo, y éste llegó a ser Virrey del imperio
faraónico. El mismo Dios escogió y llamó al profeta Amós, quien era cuidador de
bueyes y vivía con bastante modestia material. Sería ocioso negar que había
evidentemente diferencias notorias entre la erudición del apóstol Pablo y el lenguaje
llano e inmediato de un iconoclasta como Juan el Bautista.
Esas diferencias notorias y además, necesarias, son las que, en un momento
determinado pueden hacer surgir situaciones que causarán dificultades en el servicio.

Una postura honesta a los efectos de la comprensión de este problema sería


que a los hombres nos cuesta aceptar que, con prescindencia de nuestro rango o
postura ministerial, siempre habrá alguien – y si no lo hay, debe haberlo- bajo cuya
autoridad debemos funcionar.

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Josué, para mencionar alguno, jamás cuestionó la autoridad de Moisés. Coré,


en cambio, no tuvo la misma óptica. Equivocadamente creyó que él “también podía” y
como resultado terminó tragado por la tierra después de un juicio sumario y divino.
El rey Saúl no entendió el papel futuro que jugaría David, quien le era
subalterno. De manera que, en un arrebato de envidia personal decidió eliminarlo,
para terminar él mismo torpemente su ministerio y ser, por añadidura, desechado
por Dios
Un par de discípulos, del grupo de los doce de Jesús pensaron que podían
tener un puesto de privilegio, nada menos que en el Reino de Dios y, por supuesto,
chocaron de frente con los principios incorruptibles del cielo.
De manera, pues que, lo que se pone de manifiesto con lo antes dicho es que,
en términos de autoridad, nos resistimos a aceptar nuestra dependencia y sujeción a
otros.
En este trabajo desarrollamos con amplitud las diferentas caras del problema;
cuáles son las causas que la originan; cuáles son los problemas que se generan y cómo
podemos asumir la corrección.
El texto bíblico será nuestro material fundamental, pues en él está narrado
con detalles cada una de las especiales relaciones que Dios, decidió establecer con
los hombres y mujeres a quienes escogió y llamó a fin de que realizaran su eterna
voluntad. No obstante, la historia de la iglesia nos ofrece algunos ejemplos de lo
que significa una ruptura en el área de la sujeción y autoridad ministerial. Por lo
tanto, no dudamos incorporarlos, para enriquecer de esa forma el tratamiento que
damos a esta importante disciplina.

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Justificación.

La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Eso significa que es un organismo vivo cuya


cabeza rectora es Jesús. La iglesia es también, simultáneamente, una organización
compuesta por hombres. El problema es que los hombres somos imperfectos. En una
organización donde necesariamente tiene que haber una estructura piramidal y
jerárquica, unos ordenarán y otros obedecerán. La sujeción a nuestras autoridades
aparece en las Sagradas Escrituras como un principio que va a normar la conducta de
la gente en la iglesia. El desconocimiento de esta realidad ha producido bajas
sensibles y muy dolorosas a través de los años. Por ello es impostergable su cabal
comprensión, pues seremos enriquecidos espiritualmente cuando comprendamos y
aceptemos el adecuado movimiento del engranaje social de la iglesia

Objetivo General

Establecer que, a la luz de las Sagradas Escrituras, la sujeción y la lealtad a


nuestras autoridades eclesiásticas son indispensables para la realización de cualquier
ministerio cristiano.

Objetivos Específicos

1.- Entender que en la organización del Reino de Dios la sujeción a la


autoridad es un principio fundamental.

2.- Demostrar que la lealtad es una necesidad no negociable en la relación


con nuestras autoridades en la iglesia.

3.- Probar, que la sujeción y la lealtad sostenida a sus autoridades


producirán líderes que podrán tener adecuadamente a otros bajo su autoridad.

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Capítulo 1.- Sujeción. Concepto Y Principios

Para comprender a cabalidad el alcance de lo que es sujeción, es necesario


buscar el origen de esta palabra sustantiva en el verbo sujetar, del cual se origina.
La palabra Sujetar tiene cinco acepciones o significados en nuestro idioma:
♦ Poner debajo
♦ Someter al dominio o señorío, o disposición de alguno
♦ Afirmar o contener una cosa con la fuerza
♦ Dominar o someter a alguien
♦ Agarrar a alguien con fuerza

Cuando se habla de sujeción debe entonces entenderse como la acción de


sujetar o sujetarse.
Nuestro tema está dirigido a comprender relaciones entre personas que
deciden voluntariamente sujetarse a otros. De manera que, como primera
aproximación teórica necesario es precisar que no es lo mismo sujetar que sujetarse.
La diferencia es abismal, pues lo que se pone de manifiesto es nada menos que la
voluntad humana, por la cual sabemos que el mismísimo Dios ha guardado un
impresionante respeto.
En términos coloquiales podríamos decir: No es que alguien me sujeta; es que
yo decido voluntariamente abandonarme a la voluntad del otro y obedecerle. Decir,
por ejemplo, que él sujeta, es entender que él ejerce autoridad sobre alguien.
Mientras que si decimos: él se sujeta, entonces la autoridad de otro es ejercida
sobre él porque es aceptada por él.
¿Por qué y para qué es necesario que estemos sujetos? Porque en primera
instancia no somos capaces de ser absolutamente independientes. El niño está sujeto
a los padres porque él solo no es capaz de interactuar en el mundo. Estamos sujetos
a las autoridades civiles, judiciales o militares porque la sociedad tiene que
establecer controles que todos debemos respetar para que no haya anarquía.
La idea de sujeción tiene implícita la de dependencia. No existe ningún ser
humano que pueda comportarse con absoluta prescindencia de otro. Todos
necesitamos; queramos o no, nos guste o no, lo creamos o no, de la opinión, el juicio,
la decisión, la autoridad, o la palabra final de otros. Nuestro mundo está diseñado
así.
Ahora bien, en términos de sujeción ministerial, hablamos de dependencia en el
sentido espiritual. Las Sagradas Escrituras nos hablan de ser “maestros a causa del
tiempo” (Hebreos 4:12).
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El tiempo produce madurez en todos los órdenes de la vida; de manera que,


mientras se alcanza esa madurez es necesario andar bajo la sujeción de otros que ya
lo han alcanzado. En ese tiempo de formación recibimos “rudimentos” para poder
tomar “alimento sólido”
La sujeción a nuestras autoridades espirituales no es una disciplina que se nos
impone por fuerza. Es, más bien, una medida de protección ante nuestra indefensión
natural. En todo caso, siempre debe ser voluntaria. De lo contrario sólo seríamos
prisioneros, y esa no es la idea de Dios.
La iglesia como institución está sujeta a Cristo (Efesios 5:24). Esa sujeción es,
justamente la que garantiza la victoria final porque sola no podría enfrentar las
huestes enemigas.
Somos libres y por ello manejamos nuestro individual albedrío, por lo tanto, no
podemos eludir la responsabilidad que se deriva de nuestras acciones. En
consecuencia, el sujetarnos es la garantía de protección que Dios establece para
nuestra salud moral y espiritual.
Cuando damos una mirada panorámica al mundo en que nos ha tocado vivir
vamos a descubrir, quizás con asombro, que en realidad, la sujeción como sistema es
una función de control con la que nos encontramos en todas la áreas de la relación
humana. Finalmente, todos estamos sujetos, porque el diseño original se explica en la
necesidad de “entregar cuentas” La sujeción es la garantía de que tengamos un techo
de límites morales, espirituales o de cualquier otra naturaleza que sea menester.
En una nación democrática, por ejemplo, la cadena de sujeción de los poderes
públicos es recurrente. Todos se supervisan entre sí y reportan a la Carta Magna,
que es la máxima expresión jurídica de una sociedad. En la iglesia, que es un
organismo vivo definido como el “Cuerpo de Cristo”, unos nos sujetamos a otros y
todos, a través de los mandatos de la Sagrada Escritura nos sujetamos a Dios.
“Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las
cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las
cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo
mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en
todos.” 1a Corintios 15: 27-28

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Capítulo 2.- Lealtad. Concepto Y Principios.

La definición de lealtad pasa por el corazón del concepto de leal. Una persona
es leal cuando se comporta con nobleza y es incapaz de cometer traición o engaño.
La lealtad es el cumplimiento de lo que exigen las leyes morales de la fidelidad, del
honor y de la hombría de bien. Se dice que hay fidelidad en una persona cuando
exhibe observancia de la fe que debe a otro o cuando “guarda” la fe.

Cuando traemos a tema la lealtad nos referimos a una cualidad moral de altos
kilates, que por su propia naturaleza escasea en nuestro medio, porque sólo la
pueden ostentar espíritus superiores, que por ser tales, se mueven muy por encima
de la común pequeñez humana.
La aplicación de la lealtad se basa en la confianza. Confiar es una conducta
que al hombre le cuesta asumir, pero que, al final, tiene que forzosamente
depositarla en alguien, porque no hay otra forma de vivir la vida. No existe la
posibilidad de que alguien controle todo lo externo. De manera que, durante nuestra
peregrina existencia, y a veces en contra de nuestra voluntad, vamos a tener que
confiar.
La experiencia de la vida nos demuestra que diariamente nos sometemos a
prueba donde nuestra confianza sale fortalecida: Ejemplos: Nos subimos a un avión
sin conocer al piloto. Nos dejamos anestesiar en un quirófano entregando ¡nuestra
vida! en manos de unos médicos. Depositamos nuestro dinero en un banco o nuestros
bienes en una caja de “seguridad” etc. Hacemos todo eso y mucho más, simplemente
porque hemos aprendido a confiar y nos hemos convencido de que el mundo funciona
razonablemente bien bajo esas premisas.
Lo que lastima nuestra fe en la gente es un accidente que ocurre, cuando, a
pesar de haber depositado confianza surge un episodio que por ser oscuro, arroja
sombras. Surge la deslealtad.
Faltar a la lealtad que debemos a otros que confían en nosotros es una
falencia común en el género humano. Su origen está en los intereses, a veces
oscuros, que ensombrecen con frecuencia al corazón humano cuando nuestras
motivaciones no son sanas, no son puras.
La lealtad es un deber que tenemos con nuestros mayores en distintas
circunstancias de la vida. Seremos leales a nuestros padres, a los supervisores y a
las empresas donde ganamos el sustento. Seremos leales a nuestra nación, a la

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bandera, a nuestros principios republicanos. Seremos leales a nuestros líderes en la


iglesia, en el entendido y en el supuesto probado de que son hombres y mujeres
íntegros, cuya cobertura necesitamos, por lo que nuestra lealtad les es necesaria.
Todo líder a cualquier nivel sabe y reconoce que no hubiera podido realizar su
ministerio sin contar con la lealtad de muchos de sus colaboradores.
No nos equivoquemos; la lealtad también existe en el otro lado, en el del mal.
Quienes viven al margen de la ley y la justicia también necesitan que se les rinda
lealtad. El pecador también tiene su código de “honor.” Nos encontramos entonces
con las contradicciones que podríamos enunciar preguntando: ¿Es lícito ser leal para
lo malo? La respuesta está en aquello de que si el fin justifica los medios. En ese
sentido nos alerta Martín Luther King: “Los medios inmorales no pueden producir
fines morales, pues los fines preexisten en los medios”
O sea, no deberíamos mentir en nombre de la lealtad y, por extensión, no
deberíamos pecar por lealtad, porque las mezclas de pecado y bondad son una
manifestación de pecado que Dios desecha (Apoc. 3:16).
Afinemos el sentido espiritual y seamos leales, en tanto esa lealtad se
convierta en bastión de la obediencia para establecer, finalmente, en la tierra, el
reino de Dios. Cultivemos la lealtad, pues ella se deriva de la fidelidad de Dios.
Alabad a Jehová, naciones todas; Pueblos todos, alabadle. Porque ha engrandecido
sobre nosotros su misericordia, Y la fidelidad de Jehová es para siempre. Aleluya.
Salmo 117: 1-2.

Capítulo 3.- Panorama Bíblico de la Sujeción y Lealtad En: Moisés,


Aarón y María / Moisés y Coré / Moisés y Josué / Elías y Eliseo / Elí y
Samuel / Saúl, Jonatán y David / Pablo y Timoteo.

La Biblia es una revelación de Dios que ha llegado hasta nosotros a fin de


dejar testimonio de su voluntad para el hombre. En sus páginas aparecen muchísimos
personajes que protagonizaron eventos que quedaron congelados en la historia
sagrada. Unos alcanzaron la gloria y otros dibujaron una huella que muestra la
perversión del hombre cuando se obstina en oponerse al Creador.
Vamos a desandar el camino por los versículos del relato de Dios para
observar, de primera mano cómo se manejaron estos hombres con Dios y con sus

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semejantes, cuando para realizar la obra particular a la que fueron llamados, se


encontraron de frente con que tenían que ofrecer ¡y recibir!, sujeción y lealtad.

MOISÉS, AARÓN Y MARÍA.

La vida de Moisés, que era aparentemente desgraciada, porque iba directo a


la muerte por orden de Faraón, da un giro súbito, y se ve, por obra soberana de
Dios, convertido en príncipe. Un bebé ayer abandonado, hoy forma parte integrante
de la familia real del imperio más poderoso de la tierra.
Pasan 40 años. Ahora es un hombre maduro, con formación militar, con
educación superior que sabe mandar y sabe obedecer. Pero tiene un corazón hebreo
y por lo tanto, unos valores espirituales que van a ser definitorios de su futuro.
Moisés está sujeto a su rey y, desde luego, es leal a su reino, donde, como en todos
los reinos, la deslealtad y la desobediencia se pagan con la vida.
Dios tiene un propósito definido con este hombre. Va a ser un líder y pastor
por excelencia; va a manejar complejas relaciones con miles de personas por ochenta
años y va a ostentar un título único en los anales de la historia de la humanidad:
“...Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre
la tierra” (Num.12:3)
Un líder que va a exigir a sus seguidores sujeción y lealtad, tiene que haber
demostrado con su ejemplo que él ha sido leal y sujeto; porque si un hombre no
puede escuchar, entonces no merece ser escuchado. La mansedumbre de un pastor
espiritual se forjó en el palacio de los paganos y en el desierto de la escasez y la
soledad.
Ahora se encuentra con que han pasado 80 años desde que lo rescataron de la
orilla del Nilo. Es un dirigente a quien Dios ha encomendado una tarea de gigantes.
Tiene autoridad y debe ser obedecido. Pero no está solo; hay otros con él.
Justamente aquí comienza el problema. Dios lo apartó y lo llamó a él, a Moisés.
Los llamamientos de Dios siempre son específicos. Puede que haya otros que digan
como Aarón y María: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová?, ¿No ha hablado
también por nosotros?” (Num. 12:2)
Aarón y María tenían su espacio en el ministerio y como tales, debían estar
sujetos y ser leales al líder principal, a quien Dios en persona había escogido.
Definitivamente ellos dos tenían problemas en el área de reconocer la autoridad
humana que Dios les había impuesto. Fueron reprendidos y se les permitió continuar
bajo la supervisión de Moisés. Aprendieron la lección.

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MOISÉS Y CORÉ.

“Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de
Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de Rubén, tomaron gente, y se levantaron
contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de
la congregación, de los del consejo, varones de renombre. Y se juntaron contra
Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación,
todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis
vosotros sobre la congregación de Jehová? Cuando oyó esto Moisés, se postró sobre
su rostro; y habló a Coré y a todo su séquito, diciendo: Mañana mostrará Jehová
quién es suyo, y quién es santo, y hará que se acerque a él; al que él escogiere, él
lo acercará a sí” (Num. 16:1-5)
Coré era un líder. Como levita tenía su puesto en el santuario. El problema era
que no estaba satisfecho y le molestaba el lugar de preeminencia que ocupaba
Moisés. Tenía problemas con la sujeción y, por supuesto, con la lealtad. Así que,
junto con otros dirigentes agrupó 250 varones y se levantó “en contra” del hombre a
quien Dios había escogido. En Números 16:49, la Palabra de Dios señala que su
actitud se llamó rebelión. La rebelión es un terrible pecado que ha carcomido
muchos corazones y causado mucho dolor. El fracaso no se puede ocultar; por eso la
tierra se tragó a todos los rebeldes.
¿Cómo reaccionó Moisés? Se postró sobre su rostro. ¿Cómo actuamos nosotros
cuando nos vemos traicionados por la deslealtad? Tenemos varias opciones. La mejor
es la de Moisés. Finalmente, Dios demostró a través de un severo juicio que la
autoridad y la unción que Él delega sobre un siervo debe ser respetada.

MOISÉS Y JOSUÉ.

Josué era un joven de la tribu de Efraín descrito en Éxodo 33:11 como


“servidor” de Moisés, quien lo escogió como su ayudante principal y le dio autoridad
para seleccionar a los que le acompañarían en su contienda con Amalec. (Éxodo 17).
Fue Moisés quien le cambió el nombre (Num. 13:16). Josué representó a los
efraimitas en el grupo que fue nombrado para conocer la tierra prometida (Num.
13:18)
Mientras su líder Moisés estaba en la presencia de Dios en el monte Sinaí,
Josué permaneció en el Tabernáculo. Allí se modeló su paciencia, su sentido de la
ubicación ministerial, su lealtad y sujeción. Sabía la posición secundaria de su papel

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y ¡no le molestaba! Dios lo seleccionó como sucesor de Moisés y fue el hombre que
introdujo a Israel en la tierra prometida.
Ejerció autoridad y fue respetado porque aprendió a respetar. Recibió
lealtades porque fue leal. Josué, nos demuestra lo que podemos hacer y a dónde
podemos llegar cuando reconocemos el lugar de otros y el de nosotros sin los
sobresaltos que se producen en un corazón rebelde que desprecia la sujeción y la
lealtad que Dios impone.

ELÍAS Y ELISEO.

Elías, nombre que significa “Jehová es Dios”, fue un notable profeta del siglo
IX antes de Cristo en Israel. Sale a la luz pública enfrentado a esa tragedia moral
personificada que era el rey Acab. Este impresionante hombre de Dios llenó páginas
inefables en la historia del Antiguo Testamento de lo que significan la unción y
autoridad divinas ejercidas por una criatura humana. Su fin es muy original. No
conoció la muerte, pues fue traspuesto al cielo en un carro de fuego a la vista de
mucha gente.
Muchos siglos después reaparecen glorioso, acompañando a Moisés y a Jesús en
el monte de la transfiguración. Ese era Elías.
Sigamos el relato bíblico: “Partiendo él de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que
araba con doce yuntas delante de sí, y él tenía la última. Y pasando Elías por
delante de él, echó sobre él su manto. Entonces dejando él los bueyes, vino
corriendo en pos de Elías, y dijo: Te ruego que me dejes besar a mi padre y a mi
madre, y luego te seguiré. Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo? Y se
volvió, y tomó un par de bueyes y los mató, y con el arado de los bueyes coció la
carne, y la dio al pueblo para que comiesen. Después se levantó y fue tras Elías, y
le servía.” (1° de Reyes 19:19-21)

Eliseo, el profeta que reemplazó a Elías fue su sirviente por ocho años.
Durante ese tiempo de servicio a su mentor desarrolló un sentido de la sujeción y
lealtad que contrastaban con la personalidad atrabiliaria de Elías. Elías prometió
darle lo que pidiera. Eliseo tuvo la visión y el arrojo de pedir “una doble porción”
del espíritu del Profeta. Eliseo va a influir notablemente en la vida política, social y
espiritual de Israel. Sus milagros fueron más numerosos y más portentosos que los
de su antecesor. Erradicó el culto pagano a Baal, completando la obra de Elías.
Al comparar a estos dos hombres observamos un marcado contraste. Elías era
un torbellino fogoso. Eliseo fue la voz suave y apacible. La sujeción y la lealtad a su

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líder, que lo caracterizaron marcaron su vida y su ministerio. Sabía quién era él.
Sabía quién era Elías. Sabía quién era Dios y aprendió a esperar a que llegara su
hora. Su hora llegó y glorificó a Dios. No un minuto antes ni un minuto después

ELÍ Y SAMUEL.

La relación entre el Sumo sacerdote Elí y el futuro profeta Samuel es una de


las más curiosas e interesantes del Antiguo Testamento. Elí era la máxima
autoridad religiosa judía del momento. Le tocó criar a Samuel en el entorno físico
del Tabernáculo. Samuel estaba bajo sujeción y le debía lealtad a Elí. Pero Elí era
un ministro descuidado que puso en entredicho la efectividad y la pureza de su
ministerio. Sus hijos, quienes eran sacerdotes impíos, perecieron, y el arca, símbolo
de la presencia de Jehová, fue capturada por los filisteos, los enemigos naturales
del pueblo de Israel. Al final, el juicio inexorable de Dios sobrevino sobre Elí, quien
murió trágicamente. La gloria del Dios de Israel había sido traspasada.
Dios le había revelado al joven Samuel el juicio que vendría contra el hombre a
quien él le debía sujeción y lealtad. Guardó respeto hacia su autoridad hasta el
final, pero fue terminante en cuanto a que la lealtad y la sujeción tienen que estar
primeramente dirigidas hacia Dios.
Samuel hizo la transición entre los jueces y la monarquía. Fue el último de los
jueces e inauguró la era de los profetas. Estableció la “obediencia de corazón” (1°
Samuel 15:22...).
Esta es una historia donde están entreverados los sentimientos humanos que
permiten que un conductor como Elí sea juzgado por Dios a través de la boca de
Samuel, el jovencito que él moldeó en las faldas del santuario. La sujeción y la
lealtad no son una camisa de fuerza para evitar el cumplimiento de la justicia divina.
¡Qué cosas tenemos que aprender!

SAÚL, JONATÁN Y DAVID.

Saúl fue la persona a quien Dios escogió para iniciar la monarquía en Israel.
Jonatán era su hijo primogénito, y como tal, heredero natural al trono. David
apareció en el escenario colmando el espacio en un desafío militar que avergonzaba a
Israel como nación. Fue vencedor. Llegó a ser Rey. Era el ungido de Jehová. Un
hombre “según el corazón de Dios”.
La manera como se relacionaron estos tres hombres nos permite analizar
seriamente la realidad de la sujeción a nuestros líderes y la correcta ubicación de

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nuestras lealtades. No hay dudas de que Saúl tenía un llamamiento divino. Comenzó
cosechando éxitos militares y consolidó su gobierno. Luego comenzó a apartarse del
camino. Cometió una larga serie de errores y, finalmente no pudo soportar el éxito
de David. Escuchó con atención a ese calumniador secreto que se llama satanás y su
vida se convirtió en un infierno por la envidia y la ambición.
No atendió a Samuel cuando lo exhortó: “Obedecer es mejor que los
sacrificios”. O sea, la relación es mejor que la religión. Comenzó escogido y terminó
desechado. ¡Tengamos cuidado!
Jonatán; “fuerte como el león y ligero como un águila”. Está en medio de dos
hombres a quienes admira y respeta. Uno es su padre, el rey Saúl. Le debe doble
lealtad y sujeción; por padre y por rey. Pero el sentido de justicia al que respondía
su corazón fue más allá de lo convencional y hasta renunció a su derecho al trono.
No podía entender por qué su padre perseguía implacablemente a un inocente que le
había salvado el trono y rescatado el honor.
Jonatán se encontró en una encrucijada moral que le exigía tomar una posición,
y la tomó al lado de David. La historia es apasionante. Jonatán no podía nadar
contra la corriente de la justicia de Dios. La verdad era que Dios había desechado a
su propio padre y escogido a David. Una vez más la sujeción y la lealtad se
acomodan del lado de la verdad cuando esa verdad es Dios.
h David, por su parte, fue leal, fue sujeto. No devolvió la lanza que le disparó
Saúl. Huyó solo y se escondió. Por lealtad se rehusó dos veces a matar a un rey
perseguidor que se había vuelto loco. Dios lo colocó en el trono y consolidó su reino.
No se convirtió en el juez de Saúl. No somos jueces de los hombres. El juez es
Dios. La sujeción y lealtad que observó fueron recompensadas con un trono de 40
años y un lugar honorable y único en las páginas sagradas.

PABLO Y TIMOTEO.

De todos los colaboradores que tuvo el gran apóstol Pablo ninguno llegó a
concitar tan ardientes elogios por su lealtad y espíritu de sujeción (Fil. 2:19-23) .
Timoteo era lo que pudiéramos llamar, una hechura ministerial de Pablo. Es fácil
inferir que el Apóstol de los Gentiles viera en él a su natural sucesor. Durante su
ministerio de apoyo a Pablo, Timoteo se comportó de acuerdo a la sólida enseñanza
que había recibido en su familia.
Los consejos y estímulos de que fue objeto este fervoroso discípulo deberían
ser seriamente considerados por nosotros hoy. Nunca su corazón se desvió por

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alcanzar el lugar de Pablo. La lealtad y sentido de la sujeción lo ubicaron para


ocupar con honor su puesto en el concierto de Dios

Capítulo 4.- Ambiente Institucional y Personal de la Sujeción y la


Lealtad.

Ahitofel significa “hermano de la locura”. Este personaje acomodaticio


aparece en 2° de Samuel 15:12. Fue uno de los más influyentes “consejeros” de
David. Un consejero es una persona de confianza, que debe demostrar, al menos,
lealtad. El consejero no ordena, sólo sugiere. Mientras funcione como tal se
beneficia de los privilegios que se desprenden de los círculos de autoridad propios del
entorno del poder. Si el gobierno en el cual el consejero actúa cae y es sustituido
por un régimen de signo contrario; parece, por lo menos, inmoral, que tal consejero
sirva a los nuevos gobernantes.
Hay gente inescrupulosa que desconoce las demandas de la ética, pues su moral
cambia bajo las conveniencias de la situación. Ahitofel tenía debilidad por moverse
en los círculos del poder. Por eso aconsejaba al rey David, pero no titubeó en
traicionarlo y apoyar al rebelde Absalón cuando creyó que este último sería rey. Así
que le recomendó al príncipe alzado que atacara inmediatamente a quien él debía
lealtad y obediencia. Finalmente, las cosas no salieron como esperaba y terminó
suicidándose en la soledad de su propia casa. (2° Samuel 17:23)
Ahitofel representa esa peligrosa especie de gente que pueden ser muy leales
al poder que la gente representa, pero no son necesariamente leales a las personas a
quienes sirven. Son leales al sistema, no a las personas. Se engolosinan con los
beneficios del poder y para mantenerlos son capaces de traicionar a cualquiera. Son
mercenarios de la conciencia y están en todas partes, hasta en la iglesia.
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Esto significa que es un organismo vivo y
espiritual. Sin embargo, está compuesto por gente. No puede ser de otra manera.
La gente se reúne, se organiza, crece, y se van formando grupos humanos cada vez
más complejos. Así surge la iglesia organizada que va a necesitar estructuras de
administración y del concurso de mucha gente.
En este punto aparecen los liderazgos de primer, segundo, tercer orden y más,
si es menester. Esa necesaria estructura administrativa y social produce una
dinámica que requiere ser expresada mediante leyes formales. Es entonces cuando

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hablamos de Iglesia local, regional o nacional; Organización, Denominación, Concilio,


Federación, Confraternidad, etc.
Toda persona que se mueva en el ámbito de la iglesia va a administrar su
lealtad y sujeción a tres instancias en sentido de jerarquía vertical: A Dios; a la
Iglesia instituida y a sus líderes.
En una situación ideal los tres deben armonizar. La historia está llena de
casos en que esa armonía dejó de ser. Por ejemplo, Lutero sorteó su lealtad y
obediencia entre sus autoridades eclesiásticas inmediatas, la estructura religiosa de
Roma y el testimonio veraz de las Sagradas Escrituras. “El justo por la fe vivirá”
prevaleció sobre cualquier otra consideración y él asumió los riesgos. Es claro que si
Dios ocupa en nosotros el primer lugar, su opinión no puede ocupar un puesto
subalterno, pues tenemos que ser coherentes.
Todos nosotros llegamos a Dios un día. Casi todos entramos por la puerta de
la iglesia “local” y nos encontramos, sin darnos cuenta, con peldaños de autoridad
sobre nosotros a los cuales les debíamos obediencia y lealtad. El tiempo pasó y en
ocasiones tuvimos que botar el lastre porque la organización humana de la Iglesia nos
entregó su tradición y ésta nos ahogó, como lo hizo con los Fariseos en tiempos de
Jesús. Eso le pasó a Pedro con el “mata y come”. Le costó entender que el
mandamiento de Moisés fenecía y que ese era justamente un cambio de Dios.
La fidelidad, la sujeción, la lealtad del individuo cristiano hacia sus mayores
debe definir la vida y las relaciones de cada creyente. No es fácil ver más allá de
lo que aparece ante nuestros ojos. Los hombres, las organizaciones y Dios reclaman
nuestra lealtad y sujeción. Debemos ser lo suficientemente espirituales para poder
discernir y tomar decisiones que en este sentido satisfagan la paz, y la armonía con
los demás, sin sacrificar la opinión del Dios de todos.

Capítulo 5.- Aspectos Absolutos Y Relativos De La Lealtad Y La


Sujeción.

El tema de la lealtad y la sujeción a nuestros líderes es tan interesante como


complejo. Si nuestra lealtad y fe tuviera que ser depositada sólo en Dios, pues no
habría problemas, ya que en ese caso, la confianza que depositamos en el Creador es
sencillamente absoluta. No tenemos dificultad en entregarnos sin reservas en sus
manos.
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En nuestra experiencia de vida, la lealtad y la sujeción van a sernos


reclamadas desde diferentes instancias. Examinemos algunas de las más importantes:
• Dios
• La Iglesia
• La familia
• La nación
• Nuestros Líderes
• Nuestros empleadores

La lealtad y la sujeción que entregamos a otros descansan en la confianza y en


la seguridad de que no vamos a ser defraudados. La iglesia nos reclama lealtad y
sujeción. La expresión “iglesia”, en este orden, tiene una connotación amplia, que se
desliza desde la iglesia local hasta las grandes corporaciones internacionales.
Cualquiera que sea el caso, la iglesia tiene que mantener un standard de pureza que
sea el aval para exigir obediencia.
¡Sólo tenemos que recordar cómo Pablo el apóstol recrimina en términos
bastantes severos a los cristianos griegos de la Galacia del siglo I. “Oh gálatas
insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos
ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?
“Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la
ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu,
ahora vais a acabar por la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que
realmente fue en vano. Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas
entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gálatas 3:1-5)

El lenguaje subido de tono del apóstol guarda correspondencia con la liviandad


exhibida por los gálatas, quienes habían compartido su lealtad y sujeción entre
Cristo y los aspectos ceremoniales de la ley mosaica. Esa postura herética hizo
explotar a Pablo, porque habían corrompido las bases de la fe cristiana y eso no se
podía, ¡ni se puede tolerar!
Pero el creyente no vive relacionándose sólo con su iglesia. El mundo es algo
más que la congregación. Por ejemplo, la iglesia está por encima de los líderes. Si
el líder solicita sujeción y lealtad, él debe, a su vez, estar sujeto y ser leal a su
iglesia. Todo el mundo debe tener un techo que respetar. La sujeción no ocurre
dentro de un vacío cultural. Nadie puede dar lo que no tiene. La iglesia, es un
organismo vivo que tiene a Cristo por cabeza, mientras que cualquier liderazgo
descansa en el riesgo del error humano que significa cada persona, sin distingos.

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La familia como tal, solicita lealtad. ¿Cómo hemos de catalogar la fidelidad


que le debemos a esta institución creada por Dios sin lesionar la que le debemos a la
iglesia? “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos,
y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.”
(Lucas 14:26)
¿Acaso Cristo nos está diciendo que tenemos que aborrecer literalmente a
alguien para poder amarlo a Él? ¡Por supuesto que no! Lo que el Señor está
estableciendo es, justamente, la diferencia entre la lealtad absoluta y la relativa.
Es decir, si finalmente alguien o algo se interpone en mi fe a Cristo, ese sujeto debe
pasar a segundo plano. Así de simple. Dios no negocia lealtad con los hombres. Él
simplemente la reclama y nosotros tomamos la decisión y asumimos responsablemente
las consecuencias.
La nación también tiene derecho de solicitar lealtad y sujeción de sus
ciudadanos. Tenemos un Estado, un territorio, una cultura, unos valores, una
historia, un orgullo nacional y aprendemos a amar y respetar toda esa formación
desde que nacemos. No hay problemas con eso mientras el Estado al que estamos
sujetos respete la postura de la conciencia del creyente. Cuando chocan los
principios de la nación con los de Dios entonces se produce una crisis de lealtades.
En ese momento es cuando surgen hombres superiores como Daniel, quien se
planta ante el Imperio babilónico y desafía todo ese poderío. Su postura es
determinante: No se va a contaminar (Daniel 1:8). Siglos después la historia se
repite con Pedro y los apóstoles en Palestina ante la imposición del poderoso
estamento judío: “Es menester obedecer a Dios ante que a los hombres” (Hechos
5:29).
Trabajamos para subsistir. Prestamos servicio a empresas, dirigidas, las más
de las veces por hombres sin temor a Dios. Las crisis de lealtad surgen entonces.
¿Qué debemos hacer? ¿Mentir y adoptar una conducta pecaminosa por lealtad a
nuestro empleador? ¡No! Debemos ser leales a Dios y desafiar a quien pretenda
corrompernos.
De manera que, cualquier lealtad o nivel de sujeción que nos sea solicitada
debe estar supeditada primeramente a Dios, el único a quien debemos obediencia y
sumisión absoluta. Todo lo demás es relativo y así lo enseña la Sagrada Escritura.

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Capítulo 6.- Ámbito de Autoridad en el Ministerio.

¿Cuál es el verdadero significado de este término tan manoseado? ¿por qué nos
gusta tanto usarlo y además, ejercerlo. Porque en esencia, la autoridad está
relacionada con el poder, y el poder es algo que ha trastornado a los hombres a
través de la historia. De hecho, se ha dicho con razón, que la mejor manera de
conocer realmente a un hombre, es concediéndole poder. Por otra parte, se ha
repetido hasta la saciedad que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe
absolutamente”
Pero, ¿Qué es autoridad? Se dice que autoridad es una potestad, facultad,
derecho o poder para mandar y hacerse obedecer. Autoridad es el poder que una
persona ejerce sobre otra.
¿Para qué sirve la autoridad? Fundamentalmente para controlar. El control es
necesario en todas las áreas de la vida. Es la garantía de que todo lo creado
funcione adecuadamente. Si en el mundo no se ejerciera autoridad habría anarquía.
Es decir, un desorden social que haría imposible la convivencia entre los seres. El
gobierno de una nación ejerce autoridad legal para que funcionen los poderes públicos
y haya justicia en el reparto de las bondades del Estado. Las autoridades de una
Universidad son responsables de que esa institución investigue en las diferentes
disciplinas científicas y forme a los futuros profesionales al más alto nivel. Los
padres ejercen autoridad en el hogar para que los hijos no se desvíen y no reciban el
daño de una sociedad anómala. En las manadas de animales observamos principios de
autoridad de un individuo superior sobre los demás de su especie para protegerlos de
los peligros del medio.
De manera que el ejercicio de la autoridad se basa en una motivación
forzosamente buena. Así que, cuando en nombre de la autoridad se causan daños o
se producen abusos, esa autoridad pierde legitimidad porque el producto final de ella
contraría las razones para las que fue diseñada.
La Palabra de Dios establece en Romanos 13: 1-2 “Sométase toda persona a
las autoridades superiores. Porque no hay autoridades sino de parte de Dios, y las
que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que, quien se opone a la
autoridad, a lo establecido por Dios resiste, y los que resisten, acarrean
condenación para sí mismos”
Es evidente entonces que el origen de la autoridad como sistema de control es
divino. Por lo tanto, el hombre debe someterse, so pena de encontrarse en rebeldía
contra Dios.
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La vida humana, y la animal también, nos sugiere que la autoridad es un diseño


superior, sin la cual es imposible la convivencia. Todos, sin importar nuestro rango o
posición tenemos que estar bajo una autoridad. Todos debemos ser controlados.
Es sumamente importante hacer una fina distinción entre la autoridad que se
deriva solamente de relaciones humanas y la autoridad divina que deviene de una
concesión de Dios. Examinemos el texto bíblico en Mateo 8: 8-9 “Respondió el
centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, solamente di la
palabra y mi criado sanará. Porque yo también soy hombre bajo autoridad, y tengo
bajo mis órdenes soldados y digo a éste vé y va, y al otro, ven y viene, y a mi
siervo, haz esto, y lo hace”
El oficial romano entiende la naturaleza y los alcances de la autoridad. En su
mundo funciona a la perfección, pues él manda y es obedecido. Pero esa autoridad,
digamos, militar es total y absolutamente ineficiente en el mundo espiritual. Por eso
él reconoce su incapacidad y humildemente le solicita a Jesús que ejerza su
autoridad espiritual para que su criado sea sanado. El centurión entiende que ni
siquiera es necesaria la presencia física del maestro en su casa. Por eso le sugiere:
“Di la palabra”. La palabra del Hijo de Dios transfiere la autoridad divina para la
realización del milagro.
El liderazgo cristiano puede ejercer autoridad espiritual y autoridad relacional
humana también. La autoridad espiritual se deriva, naturalmente, de una condición
espiritual individual que infunde respeto y obediencia. La relacional se deriva de
cargos, rangos, puestos, posiciones, experiencia, tiempo. Lo ideal sería que las dos
funcionaran juntas.
El problema surge cuando liderizamos sin autoridad espiritual, cuando
liderizamos solamente porque ocupamos una posición de poder. Oigamos a Pablo en 2ª
de Cor, 10: 8-9 “porque, aunque me gloríe algo más todavía de nuestra autoridad, la
cual el Señor nos dio para edificación y no para vuestra destrucción, no me
avergonzaré, para que no parezca que os quiero amedrentar por cartas.”
El apóstol entiende que la autoridad que se ejerce desde la posición de
liderazgo es para “edificación”. Nunca debe ser usada para apuntalar vanidades ni
orgullos, ni para solazarnos al ver a la gente corriendo a nuestras órdenes. Esa
autoridad espiritual proviene de Dios y la gente la percibe, la obedece sin que
nosotros se lo pidamos.
Toda formación de autoridad en la vida de un líder viene con el tiempo. La
autoridad espiritual no se decreta. Ella simplemente está, o no está. El ejercicio de
la autoridad espiritual debe surgir de una vida consagrada al Señor y al servicio y
debe ser ofrecida con humildad.

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Capítulo 7.- Gobierno Eclesiástico en la Iglesia Primitiva.

El capítulo 6° del libro de Los Hechos es un retrato lo más fiel de la primera


forma de gobierno eclesiástico de la naciente iglesia de Cristo. Examinemos el
texto: “En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo
murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran
desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de
los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para
servir a las mesas.
“Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen
testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este
trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.
Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y
del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás
prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando,
les impusieron las manos. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos
se multiplicaba grandemente en Jerusalén y muchos de los sacerdotes obedecían a la
fe.”
Ya hemos analizado la doble naturaleza de la iglesia. Es un organismo vivo
como cuerpo de Cristo y es también, una organización humana. Al estar formada
por hombres con todos los componentes de las pasiones de la tierra y al plantearse
el crecimiento de los individuos que la conforman, tienen que surgir, por fuerza de la
dinámica social, algunos problemas.
De manera que es necesario que comience por organizarse. Debe haber
líderes, cabezas del grupo. Surgirán también líderes a nivel medio que puedan
canalizar las inquietudes de la multitud.
La radiografía de la primera parte del capítulo sexto del principal libro de
historia de la iglesia cristiana abre con la revelación de que había un problema.
Cuando la gente comenzó a colmar la iglesia surgieron problemas. El crecimiento trae
problemas naturales de todo cuerpo que como es normal, debe crecer. La naturaleza
carnal de la gente afloró y aparecen entonces las muy humanas preferencias y
discriminaciones que salen de los lados oscuros del corazón. Todo tenía que ver con
los detalles del reparto de la ayuda material a los necesitados del grupo. Aparece,
pues, la murmuración, que es un pecado terrible. Justamente en este punto de la
crisis surgió la primera forma de liderazgo visible. El texto dice: “...entonces los
doce convocaron a la multitud de los discípulos...”

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Los doce eran los que habían acompañado a Jesús. De alguna manera tenían la
dirección y el control de “los discípulos”, o sea, de la iglesia, de los creyentes. Ud.
Puede ver claramente dos instancias: los doce dirigiendo a la multitud y la multitud
siendo dirigida.
Los doce no fueron elegidos en una asamblea. Ellos asumieron el liderazgo de
una forma natural. Nadie más podía hacerlo. Cuando convocaron a la multitud ésta
acudió y se oficializó así la forma de gobierno de la iglesia.
Hay claridad en lo que significa un liderazgo. Los doce y la multitud van a
manejar, respectivamente “la Palabra de Dios y las mesas”, porque “no es justo” que
quienes tienen que dirigir distraigan su papel con otras tareas.
Observemos que luego de la reunión de los doce con la multitud aparece un
segundo nivel de liderazgo, que van a ser los diáconos o servidores. Ellos iban a
estar entre los doce y la multitud. Sin embargo, impresiona la pulcritud del Espíritu
Santo al exigir a través de los doce un alto nivel en el perfil de los diáconos.
Tenían que ser de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. La
elección se hizo teniendo en cuenta estos supremos valores. El resultado fue: “Y
crecía la Palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba
grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”
No hace falta ahondar en que había lealtad y sujeción de abajo hacia arriba
en estos niveles de liderazgo. Tampoco hace falta hacer notar que la sujeción y la
lealtad se fundamentaron en que había plena confianza en que “los de arriba” iban a
“persistir en la oración y en el ministerio de la Palabra”. Los de abajo se sujetan a
los de arriba y los de arriba se sujetan al de más arriba.
No tendremos problemas en sujetarnos ni de pedir sujeción cuando en cada
nivel entendamos que los principios del reino de Dios deben respetarse para que la
iglesia sea iglesia. No tendremos desconfianza o temor cuando la oración y el
ministerio de la Palabra sean los rectores de nuestra forma de gobierno eclesiástico.

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Capítulo 8.- Crisis Históricas de Lealtad y Sujeción en Natán, Micaías


y Amós.

Ya hemos concluido que la lealtad y la sujeción a nuestras autoridades


espirituales es un principio divino que debe respetarse, pues cuando se viola,
entorpecemos y retrasamos el avance del establecimiento del Reino de Dios.
Hay situaciones cuando las circunstancias particulares nos ubican en un ángulo
moral donde el sujetarse a secas, puede contradecir la voluntad de Dios.
Revisemos los casos puntuales de tres profetas del Antiguo Testamento. Ellos
son: Natán, Micaías y Amós.
Natán es un joven profeta que ministró en los reinados de David y Salomón.
Fue la única voz que se levantó para condenar el horroroso pecado de su líder, de su
rey, de David, a quien, por razones obvias, estaba sujeto y le debía lealtad. El
capítulo 11 de 2° de Samuel narra los detalles de lo que es capaz de hacer un
hombre de Dios cuando permite que su corazón navegue solitario por las rutas
tenebrosas del pecado.
David había pisoteado todos sus valores sólo para satisfacer una pasión de la
carne. Aparentemente todo se había “arreglado”. La Biblia dice sentenciosamente:
“...mas esto que hizo David fue desagradable ante los ojos de Jehová” (cap.11:27).
Dios envió a Natán (cap.12:1) y confrontó al rey: “mataste a Urías con la
espada de los hijos de Amón” (12:19). David había hecho un vulgar montaje. El
maquillaje social del mandatario no sirvió para ocultar la falta. Para Natán, el
problema de la sujeción y la lealtad tenía que pasar primero por el corazón de Dios.
De manera que no sólo reprendió al monarca, sino que le profetizó en qué consistiría
el castigo de Dios.
Natán no se vendió, no negoció, no contemporizó con la decadencia moral.
Estaba sujeto y era leal tanto a David como a Dios. Pero como el rey saltó la
talanquera al pecado, entonces el profeta hizo lo que tenía que hacer. Escogió a
Dios.
Micaías fue un profeta singular a quien le tocó actuar como voz de Dios en
medio de la oscuridad moral que significó el corrompido Acab, rey de Israel, quien
junto con Josafat, rey de Judá pretendían hacer la guerra contra los sirios para
reconquistar la ciudad de Ramot de Galaad.
“...yo le aborrezco porque nunca me profetiza bien sino solamente mal” (1° de
Reyes 22:8). Ese era el criterio que un rey corrupto tenía del profeta de Dios.
Había una colección de 400 profetas que le daban luz verde al rey; lo adulaban y le
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decían lo que sus oídos querían oír (cap. 22:6); eran mercenarios de la religión.
Había también hasta un bufón gratuito que hacía teatro de adulancia prometiéndole
al monarca una victoria militar “en nombre de Jehová” (cap. 22:11).
La postura de Micaías era radical, era simple porque no estaba contaminada
con intereses subalternos. “...vive Jehová, que lo que Jehová me dijere, eso diré”
(cap. 22:14), y sentenció la derrota de Israel a manos de los sirios.

La lealtad que Micaías debía a su rey y la sujeción a la cual estaba obligado


pasaron por el filtro de lo que Dios opina. El rey Acab oyó de labios de Micaías lo
que no quería oír. El profeta no iba a ser obsecuente. El rey no le hizo caso, y ese
día se convirtió en cadáver. Las multitudes, ni los mercaderes del poder, ni los
profetas mentirosos pueden soliviantar la voz de Dios mientras haya varones íntegros
como Micaías, cuya lealtad y sujeción no puede ser comprada y menos cuando la
voluntad de Dios ha sido quebrantada.
Hablemos ahora de Amós. Era un profeta que vivía en Judá, pero ministraba
en Israel en tiempo de los reyes Uzías y Jeroboam II. Le tocó observar muy de
cerca cómo el mal manejo de los efectos de la prosperidad económica que
caracterizó el reinado del segundo Jeroboam había introducido idolatría, opresión,
injusticia, arrogancia y desviación general de las costumbres del pueblo de Dios.
La situación era tal, que hasta Amasias, un sacerdote corrompido que apoyaba
el pecado trató de desterrarlo (Amós 7:10) porque, en su opinión, “...la tierra no
puede sufrir todas sus palabras...”. La opinión de Dios generalmente molesta a los
hombres. En este caso molestaba al rey y al sacerdote; o sea, a las autoridades
bajo las cuales Amós debía estar sujeto.
Jeroboam II, a través del sacerdote Amasias, le ordenó al profeta Amós que
se fuera con su profecía a otra parte (cap. 7:12-13). ¿Qué debía hacer el varón
de Dios? Pues escoger entre una lealtad a Dios y una lealtad a los hombres.
La profecía de Amós era terrible, pero era la voz de Dios. Mientras los
hombres de Dios a quienes estamos sujetos vivan en integridad y respeten la
voluntad de Dios, no debemos temer a serles leales.

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Capítulo 9.- Adonías: Un Liderazgo Sin Sujeción.

Adonías era un príncipe. Su nombre significa “Jehová es mi Señor”. Después se


supo que el carácter del joven no guardaba correspondencia con su nombre. Para este
aspirante al trono de David, la lealtad y la sujeción no formaban parte de su equipaje
moral. Quería ser rey, quería mandar, le gustaba el poder, pero no entendía que en el
reino de Dios no hay lugar para las promociones personales. No hay que luchar para
llegar a ser. Sólo hay que servir con excelencia y humildad y estar en las manos de
Dios. Las “demás cosas” son cosas de Dios.
Era el cuarto hijo del rey David. Sus aspiraciones reales se fundamentaban en
que ya habían desaparecido sus hermanos Absalón y Amnón. Le “tocaba el turno” a él.
El problema era que Dios, quien es el dueño del Reino, había elegido a otro que, por
cierto, no se había promocionado. Se trataba de Salomón, su hermano menor.
Sin embargo, Adonías tenía apoyo militar a través del general Joab, contaba
también con la anuencia de la cúpula religiosa en la persona del Sumo sacerdote
Abiatar. Además, tenía una considerable simpatía popular. Pero su deslealtad y falta
de sujeción contaminaron su carácter y aunque aparentemente se creía que podría tener
éxito, fracasó por una sola razón: No tenía el apoyo de Dios. En las interioridades de
los círculos celestiales las decisiones no siempre son congruentes con las nuestras. Uno
más uno no suma necesariamente dos en las matemáticas de Dios. No puede solicitar
lealtades quien no ha sabido ser leal.
Adonías se rebeló diciendo: “...yo reinaré...” (1° de Reyes 1:5). Al saberlo,
David mandó a coronar y a ungir a Salomón. La Biblia dice que los rebeldes “...se
estremecieron y se levantaron todos los convidados que estaban con Adonías y se fue
cada uno por su camino...” (cap. 1:49).
El nuevo rey Salomón le permitió la vida al príncipe Adonías a cambio de su
lealtad; pero esta carencia espiritual marcaría su vida y al final salió a la luz de nuevo
el contenido de su torcido corazón y terminó en un juicio de muerte.
Si despreciamos la sujeción y la lealtad como valores espirituales supremos del
servicio a Dios, entonces no estamos listos para ocupar posiciones en el Reino.

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Capítulo 10.- Sujeción, Lealtad y Quebrantamiento.

Somos siervos. Cristo, nuestro Señor vino a servir. La característica principal


de nuestro ministerio debe ser la disposición a prestar servicio.
“... “Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las
naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad.
Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros
será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro
siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para
dar su vida en rescate por muchos.” Mateo 20: 25-28
Lo que hace hermoso al servicio cristiano es su condición de voluntario. Servir
a Dios y al prójimo identifica al hombre con lo más sublime del espíritu humano.
Servir significa una entrega sin condiciones. Es una forma de vida.
Para que los hombres alcancemos el ideal divino en el servicio tenemos que ser
transformados. Las condiciones normales de nuestra vida son chocantes con las del
“hombre tratado” que Él necesita.
Los 40 años de la vida de Moisés en el palacio de los faraones produjeron,
entre otras cosas, un individuo autosuficiente y orgulloso. El “más manso” de los
hombres que él iba a ser necesitaba unos 40 años más en la escuela del desierto, en
la universidad de la vida con una maestría en quebrantamiento de corazón.
Si bien es cierto que la lealtad y la sujeción a los siervos de Dios que Él ha
puesto sobre nosotros son un fruto del Espíritu Santo; la verdad es que nunca
podremos ejercer lealtad y sujeción si todavía no hemos sido quebrantados por Dios.
El quebrantamiento destruye ese ego que domina nuestra naturaleza caída y
hace que nos bajemos del pedestal donde nos hemos montado y le digamos al Señor:
¿Qué quieres que haga?
El quebrantamiento nos humilla y nos postra ante la majestad del Señor. Si
tenemos problemas de sujeción será porque no hemos sido quebrantados. Nadie
puede ser quebrado sin sufrir. El quebrantamiento duele.
Tenemos que ser procesados por Dios para calificar como siervos al estilo de
Cristo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el
cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para

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que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en
la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre”. (Fil.2: 5-11).
No hay obediencia posible, no existe lealtad ni sujeción posibles hasta que
pasemos por la sala de cirugía del médico divino que transforma nuestras bajezas en
gloria. Sólo entonces seremos dignos de ser llamados siervos.

Conclusión.-

Dios tiene un propósito con la humanidad. Su voluntad finalmente se realizará al


establecer su Reino. Cada uno de nosotros ocupamos un lugar específico en ese plan
Hay toda una pirámide donde el Señor preside desde la cúspide. Él es el Rey.
Nosotros ocupamos el resto De arriba hacia abajo, los diferentes puestos de
liderazgo van a actuar al unísono, como una orquesta sinfónica. Tiene que haber
armonía; de lo contrario, el propósito divino se estorba.
En ese concierto unos brillarán como Abraham, Moisés, Elías, Pablo. El brillo de
otros será menos notorio. Otros, apenas serán conocidos por los hombres. No
importa. Dios los conoce y eso basta. Después de todo, es lo único que importa.
El lugar de servicio llegará hasta la base de la pirámide donde habrá una vasta
multitud. Todos, gracias a la sujeción debida y a la lealtad como fruto del Espíritu,
somos parte integrante del propósito eterno.
La sujeción es un principio universal de orden. Forma parte del diseño que
permite que lo creado funcione. Los astros vagarían errantes en el espacio infinito y
chocarían destruyéndose si no estuvieran sujetos por una ley antigua que al hombre
le costó milenios descubrir: La ley de la Gravitación Universal.
La lealtad apela a los más nobles sentimientos humanos, a la bondad, al
agradecimiento, al respeto. La lealtad toca nuestra vida moral. Sin ella, muchos
avances y victorias jamás se hubiesen conquistado.
Los grandes ministerios que permitieron que el Evangelio de Jesucristo se
estableciera se basaron en la lealtad anónima de miles que serán premiados en el
tribunal de Cristo, porque los seres que son verdaderamente leales no se complacen
en decirlo. No les gusta tocar trompetas.
Basta que hagamos un vuelo rasante por las páginas de la Biblia para que veamos
la película del tiempo donde los personajes desfilan delante de nosotros y nos

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descubren su corazón. Nos horrorizará ver manchas y aberraciones y nos bendecirá


cuando la pureza de otros toque nuestro espíritu. Así somos los hombres. Hay de
todo en el reino. No dejemos de aprender la lección.
En el ministerio que el Señor, en su misericordia nos entrega, nos vamos a topar
con la autoridad por encima y por debajo de nosotros. Obedeceremos, pues, y
seremos obedecidos. La obediencia a nuestros mayores espirituales marcará pauta
para entrar en la tierra prometida.
Dios no nos dejó a la deriva en la tierra. Todos los parámetros de control en lo
que atañe al gobierno y a la autoridad están plasmados en las Escrituras. no
tenemos que inventar.
La sujeción y la lealtad en el ministerio no son conductas simplemente aprendidas;
son frutos del Espíritu y se ofrecen bajo la transformación que produce el
quebrantamiento de corazón.
El reloj continúa su cuenta regresiva. Queda muy poco tiempo. Todavía hay
lugar. Entremos.

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Resumen.-

Una radiografía de la estructura de este trabajo nos va a permitir apreciar los

siguientes elementos:

• Análisis metodológico de la esencia, es decir, de los principios de la lealtad y

la sujeción.

• Cómo las Sagradas Escrituras proveen el escenario donde caminan los seres en

relación a sus experiencias cuando tuvieron que dar y recibir órdenes.

• Diferencias entre la lealtad y la sujeción debidas al hombre, y la institución,

con sus límites absolutos y relativos.

• Estudio de la autoridad y de las formas históricas de gobierno en la iglesia, a

la luz de la Biblia.

• Cómo algunos personajes de la Biblia respondieron ante estas demandas de

control, o sea, ante la lealtad y la sujeción.

• Reconocimiento final de la obra del Espíritu Santo para que fluya una

verdadera lealtad y sujeción en el ministerio cristiano.

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Bibliografía.-

• SLOAN, Concordancia Española de Las Sagradas Escrituras. Editorial Caribe,

1967

• WILTON M. NELSON Y ROJAS MAYO, JUAN. Nuevo Diccionario Ilustrado

de la Biblia. Editorial Caribe. 1998

• VILA, SAMUEL Y ESCUAIN, SANTIAGO. Nuevo Diccionario Bíblico

Ilustrado. Editorial Clie. 1985

• RAND, W.W. Diccionario de la Santa Biblia. Editorial Caribe.

• SANTA BIBLIA. Versión de Reina-Valera. 1960

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