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“CONCURSO DEL BICENTENARIO –

GRAN PREMIO BANCO PROVINCIA – LITERATURA”

LA QUEMA

por Martina Mut


Nos conocimos en la secundaria. Fuiste una especie de salvavidas en el caos familiar que

vivía en esos tiempos. Los veranos los pasaba en tu casa, en tu barrio, con tu gente; que

terminó siendo nuestra, al menos algunos instantes.

Era la temporada de fin de año y en nuestra ciudad, La Plata, se suele hacer el ritual de

“quema del muñeco”. No es exclusivo de nuestra identidad, es compartido por muchas otras

ciudades del mundo. La nuestra es vivida como una expresión de renovación, de cierre y

apertura, de continuidad diferente a la anterior.

Aquel año decidimos hacer honor a esta tradicional festividad platense. No creo que haya

sido de manera consciente pero lo hicimos. Todo comenzó cuando nos preguntamos cómo

pasar el tiempo en aquel caluroso día y Raquel no tuvo mejor idea: ¿y si hacemos un

muñeco? Uno fácil, para el barrio, para nosotras. Y ahí comenzó la aventura, la cual inició, en

primer lugar, con la búsqueda de dinero y por lo tanto, de auspiciantes. Sí, entrábamos a los

locales del barrio y pedíamos dinero. De alguna forma todas esas personas que colaboraron

formaron parte de ese muñeco, de la quema y de la regeneración del ciclo.

Una vez que tuvimos el dinero, nos decidimos por hacer un muñeco de tamaño mediano de

un dibujo animado de esa época y que sobre todo era seguro que podíamos hacer, era simple.

Y así lo fuimos construyendo, en noches calurosas, de risas y amistad.

Esos momentos de felicidad nos llevaron a no poder ver, ni calcular, ni siquiera pensar en lo

que se desataría a partir de la quema. Decidimos llevarla a cabo a las 2.00 de la madrugada,

idealmente poner música en la calle a partir de la 1.00 y luego, cuando la gente estuviera

reunida, alrededor del muñeco, dar inicio al ritual. Estábamos muy nerviosas y no era para

menos, éramos adolescentes encarando una responsabilidad social. Cuando empezó el fuego,

nos miramos y nos dimos cuenta que, en ese acto despertamos a un ser oscuro. No todos lo

veían, pero mientras el fuego ascendía había una sombra que crecía por detrás del muñeco.

Era una sombra que conocíamos, pero que igualmente nos dió miedo y, al mismo tiempo, nos
encandiló. Las otras personas aplaudían, reían, no la notaban. Terminó la quema y esa

manifestación había desaparecido. Por más que nos sentimos raras y con la sensación de

cambio, decidimos no darle relevancia.

Luego de 15 años, ya separada de mis amigas, pude darme cuenta que eso, lo que había

desatado el ritual, se había metido en nosotras y había esperado el momento oportuno para

mostrarse, para sentirlo. Ahí está esa sensación de vacío que, por momentos de quietud, se

apodera de mi. A tal punto que me hace dudar de todo, y emerge como una voz del interior

que me pregunta: ¿por qué te quemas?

Aquel ritual no significó sólo la renovación de un nuevo año, sino también, la muerte de lo

que habíamos sido pero que seguía allí sin poder cruzar hacía el otro lado y nos atormentaba.

En ese momento decidí contactar a mis amigas y quedamos en juntarnos en un bar en el

diagonal 74. Cuando llegué y las ví me sorprendí, estaban igual, no parecía haber pasado el

tiempo y, no solo a nivel físico, sino también a nivel de nuestra relación. Percibía confianza y

cariño, parecía que los años no habían pasado. Nos pusimos al día y les conté lo que me había

pasado. Al principio dudaron de todo lo que les dije, pero luego empezaron a recordar que

eso que había pasado en la quema era real. Con dos botellas de vino encima, decidimos ir a

visitar a Victoria. Ella era conocida de Raquel y se dedicaba a curar empachos, limpiezas

hogareñas, hechizos de amor y toda una variedad de saberes locales alternativos. Ya que

estábamos frente a algo o alguien desconocido para las ciencias, creímos que los

conocimientos tradicionales nos darían una explicación.

Al día siguiente nos encontramos a la tardecita en Plaza San Martín y de ahí fuimos

caminando hasta la casa de Victoria. Vivía en un edificio antiguo que había sido remodelado

unas cuantas veces. Cuando llegamos tocamos el timbre y nos abren sin escuchar ninguna

voz por el comunicador. Raquel ya había ido unas cuantas veces y le había servido para

“ordenar su vida” o eso era lo que ella decía. Entramos a un lugar oscuro, alumbrado
solamente por velas, lo cual me pareció de película. Victoria sale a recibirnos, era una mujer

de unos 60 y pico de años y no, no tenía una nariz en gancho, ni una verruga en su rostro, ni

nada de eso de uno recuerda de las películas de Disney donde la bruja era un ser malvado.

Le contamos todo, cada detalle y luego, de unos minutos en silencio nos dijo que no había

nada por hacer, que el ritual ya había sido iniciado y que no existía un contra ritual. Si nos dio

algunos consejos sobre cómo cuidarnos y no dejar que la sombra nos apodere.

Amargadas por la explicación o por la no explicación y furiosas porque no había nada que

hacer, nos fuimos al bar. Parecía que beber nos daba cierta tranquilidad.

Al otro día, descubrí que estar juntas, volver a encontrarnos significó la ausencia de ese vacío

que días atrás había sentido. Tal vez lo que se quemaba no era una misma, sino la amistad y

que ese reencuentro nos había despertado, nos había sacado de la sombra y de la quietud.

La quema nos invitaba a renovar nuestra amistad.

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