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Cuenta una vieja leyenda sobre un matrimonio anciano que vivía con su perro y gato. Poseían un anillo mágico que les proporcionaba comida. El hombre vendió el anillo, por lo que pasaron hambre. El gato y perro idearon un plan para recuperar el anillo con la ayuda de un ratón. Lograron su objetivo pero el gato se llevó solo el crédito, por lo que el perro fue castigado injustamente.
Cuenta una vieja leyenda sobre un matrimonio anciano que vivía con su perro y gato. Poseían un anillo mágico que les proporcionaba comida. El hombre vendió el anillo, por lo que pasaron hambre. El gato y perro idearon un plan para recuperar el anillo con la ayuda de un ratón. Lograron su objetivo pero el gato se llevó solo el crédito, por lo que el perro fue castigado injustamente.
Cuenta una vieja leyenda sobre un matrimonio anciano que vivía con su perro y gato. Poseían un anillo mágico que les proporcionaba comida. El hombre vendió el anillo, por lo que pasaron hambre. El gato y perro idearon un plan para recuperar el anillo con la ayuda de un ratón. Lograron su objetivo pero el gato se llevó solo el crédito, por lo que el perro fue castigado injustamente.
reflejarse en el agua; pero hasta donde llegaba el sol, crecían plantas verdes entre las piedras. En el fondo vivía una familia de sapos. Las verdes ranas, establecidas en el lugar desde mucho antes, llamaron a los nuevos residentes los «huéspedes del pozo». Estos llevaban el firme propósito de quedarse, vivían muy a gusto en el seco, como llamaban a las piedras húmedas. Madre sapo había efectuado un viaje; una vez estuvo en el cubo cuando lo subían, y llegó hasta muy cerca del borde, pero el exceso de luz la cegó, y suerte que pudo saltar del balde. No pudo contar muchas cosas del mundo de allá arriba, pero sabía, como ya lo sabían todos, que el mundo no terminaba en el pozo. -Es gorda, patosa y fea -decían las verdes ranillas de la señora sapa-. Sus hijos serán tan feos como ella. -A lo mejor -dijo la madre sapo-, pero uno de ellos tendrá en la cabeza una piedra preciosa, a no ser que la tenga yo misma ya. Las verdes ranas todo eran ojos y oídos, y como aquello no les gustaba, desaparecieron en las honduras con muchas muecas. En cuanto a los sapos hijos, de puro orgullo estiraron las patas traseras; cada uno creía tener la piedra preciosa, y por eso mantenían la cabeza quieta. Finalmente, uno de ellos preguntó qué había de aquella piedra preciosa de la que estaban tan orgullosos. -Es algo tan magnífico y valioso -dijo la madre-, que no sabría describíroslo. El que la luce experimenta un gran placer, y es la envidia de todos los demás. Pero no me preguntéis, porque no os responderé. -Bueno, pues lo que es yo, no tengo la piedra preciosa -dijo el más pequeño de los sapos, el cual era tan feo como solo un sapo puede ser-. ¿A santo de qué habría de tener yo una cosa tan preciosa? Además, si causa enfado a los otros, no puede alegrarme a mí. Lo único que deseo es poder subir un día al borde del pozo y echar una ojeada al exterior. Debe ser hermosísimo. -Mejor será que te quedes donde estás -respondió la vieja-. Aquí los conoces a todos y sabes lo que tienes. De una sola cosa has de guardarte: del cubo. Nunca te metas en él, que a lo mejor te caes. Al día siguiente fue elevado el cubo lleno de agua, y casualmente se paró frente al sapo. El animalito saltó al recipiente y se sumergió hasta el fondo. El cubo llegó arriba, y fue vertida el agua y el sapo. -¡Diablos! -exclamó el mozo al descubrirlo-. ¡Qué bicho tan feo!< Y lanzó violentamente el zueco contra el sapo, que habría muerto aplastado si no se hubiese dado maña para escapar, ocultándose entre unas ortigas. Formaban éstas una espesa enramada, pero al mirar a lo alto se dio cuenta de que el sol brillaba en las hojas y las volvía transparentes. El sapo experimentó una sensación comparable a la que sentimos nosotros al entrar en un gran bosque. -Esto es mucho más hermoso que el fondo del pozo- dijo el sapito-. Ya que he llegado hasta aquí, es cosa de ver si voy más lejos. Y salió a la carretera, donde lo inundó el sol y lo cubrió el polvo al atravesarla. -Esto sí es estar en seco -dijo el sapo-. Casi diría que lo es demasiado. Llegó a la cuneta, donde crecían muchas plantas. También revoloteaba una mariposa. -¡Quién pudiera volar tan rápidamente como ella! - pensó el sapo. Permaneció en la cuneta varios días con sus noches; la comida era buena y abundante. Pero necesitaba compañía. -Sigamos adelante, a ver si damos con ranas y con un sapito. La Naturaleza sola acaba aburriéndome. Y con este pensamiento continuó su peregrinación. Llegó a una charca muy grande y se dio un paseo por ella. Allí las ranas le dieron la bienvenida. -Seguiré adelante -dijo el sapito; lo dominaba el afán de descubrir cosas cada vez mejores. Vio centellear las estrellas, vio brillar la Luna y salir el Sol, y remontarse en el cielo. -Por lo visto, sigo estando en un pozo, sólo que mucho mayor. Me gustaría subir más arriba. Y cuando la Luna brilló llena y redonda, el pobre animal pensó: «¿Será acaso el cubo? Si lo bajaran podría saltar en él para, seguir remontándome. ¿O tal vez es el Sol el gran cubo? ¡Qué enorme y brillante! Todos cabríamos en él. Sólo es cuestión de aguardar la oportunidad. ¡Oh, qué claridad se hace en mi cabeza! No creo que pueda brillar más la piedra preciosa. Pero no la tengo y no lloraré por eso. Quiero seguir subiendo, hacia el esplendor y la alegría. ¡Qué verdor y qué hermosura! Y levantó la mirada hasta donde podía alcanzar. La cigüeña estaba en su nido, en el tejado de la casa de campo. -¡Qué altos viven! -pensó el sapo-. ¡Quién pudiera llegar hasta allá. En la granja vivían dos jóvenes estudiantes, uno de ellos poeta, el otro naturalista. Uno y otro eran hombres buenos y piadosos. -Ahí tenemos un bonito ejemplar de sapo -dijo el naturalista. Voy a ponerlo en alcohol. -Si pudiésemos dar con la piedra preciosa en su cabeza -observó el poeta-, también yo sería del parecer de abrirlo. -¡Una piedra preciosa! -replicó el sabio-. Parece que sabes muy poco de Historia Natural. -Pues yo encuentro un bello y profundo sentido en la creencia popular de que el sapo, el más feo de todos los animales, a menudo encierra un valiosísimo diamante en la cabeza. Los dos amigos siguieron su paseo, y él se libró de ir a parar a un frasco con alcohol. -Hablaban también de la piedra preciosa -pensó el sapo-. ¡Qué suerte que no la tenga! Se oyó un castañeteo en el tejado de la granja. Era el padre cigüeña que dirigía un discurso a su familia. -El hombre es la más presuntuosa de las criaturas - decía la cigüeña-. Fijaos cómo mueve la boca. Una sola jornada de viaje y ya no se entienden entre sí. Nosotros, con nuestra lengua, nos entendemos en todo el mundo. -Prudente discurso -pensó el sapito-. Es un gran personaje, y está tan alto como no había visto aún a nadie. Y madre cigüeña se puso a contar en el nido, hablando de Egipto. Al sapito le pareció todo aquello nuevo y maravilloso. -Tendré que ir a Egipto -dijo para sí-. Si quisieran llevarme con ellos la cigüeña o uno de sus pequeños... Este anhelo, este afán que siento, valen mucho más que tener en la cabeza una piedra preciosa. Y justamente era aquélla la piedra preciosa: aquel eterno afán y anhelo de elevarse, de subir más y más. En su cabeza brillaba una mágica lucecita. De repente se presentó la cigüeña. Había descubierto el sapo en la hierba, bajó volando y cogió al animalito sin muchos miramientos. El pico apretaba, el viento silbaba; no era nada agradable, pero subía arriba, hacia Egipto; de ello estaba seguro el sapo; por eso le brillaban los ojos, como si despidiesen chispas. El cuerpo había muerto, había muerto el sapo. Pero, ¿y aquella chispa de sus ojos, dónde estaba? Se la llevó el rayo de sol, se llevó la piedra preciosa de la cabeza del sapo. ¿Adónde? Búscala en el Sol. Vela si puedes. El resplandor es demasiado vivo. Nuestros ojos no tienen la fuerza necesaria para verlo y mirar al Sol podría dañar nuestros preciados ojos.
Cuenta una vieja leyenda que hace mucho mucho
tiempo atrás existía un matrimonio de avanzada edad que vivían junto a su perro y a su gato en su casita en un pueblito situado en un hermoso valle. Eran una pareja muy humilde, no tenían muchas cosas materiales, pero poseían un anillo, que era mágico sin que ellos lo supieran. Este anillo mágico les proporcionaba la comida que ellos necesitaban para no morir de hambre y, mientras ese anillo permaneciera en el hogar junto a ellos, nunca les faltaría algo para comer. Cuando el hombre salía por las mañanas a trabajar, el anillo se encargaba de hacer todo lo posible para que tuviera trabajo ese dia y poder regresar a casa con dinero para comprar alimentos. Un día el hombre pensó que sería buena idea vender el anillo y obtener por el unas cuantas monedas, y así lo hizo y a partir de ese momento, las cosas le empezaron a ir mal y no podía conseguir trabajo para poder comprar comida. El perro y el gato del matrimonio también estaban pasando hambre igual que sus dueños y como eran muy listos y ellos si sabían que el anillo era mágico, empezaron a pensar en la forma de recuperar aquel anillo mágico. - Yo sé dónde está el anillo - Dijo el gato - Seguí a la persona que lo compró. Lo tiene guardado en una caja fuerte. Entonces el perro tuvo una idea y le dijo al gato: - Ya se lo que vamos a hacer! Caza un ratón y lo llevaremos hasta la caja fuerte para que roa la caja y así podremos recuperar el anillo. El gato se dispuso a cazar un ratón y en pocos minutos tenía un pequeño rodeor listo para llevar a cabo sus planes. Un rato más tarde, el gato, el perro y el ratón, llegaron a la casa del nuevo dueño del anillo donde estaba la caja fuerte. Era ya de noche y el hombre dormia en su cama, así que entraron sigilosamente en el dormitorio y se acercaron a la caja fuerte. El ratón comenzó a roer la caja y en un rato había hecho un agujero por donde pudieron agarrar el anillo y salir los tres corriendo. Una vez en la calle el gato, con el anillo en su boca, subió al lomo del perro y emprendieron el viaje de regreso hacia la casa de sus dueños. El perro corría y corría muy rápido pero el gato, en un momento dado, decidió saltar del lomo del perroo y trepar a los tejados de las casas para llegar antes que el perro. Los dueños vieron llegar al gato con el anillo, y como ya se habían dado cuenta de que el anillo era mágico se pusieron muy felices de recuperarlo y dijeron: - Este gato merece que el demos el doble de cariño y comida que antes, porque ha recuperado nuestro gran preciado anillo. De ahora en adelante lo cuidaremos como a un hijo”. Momentos depues llegó el perro, muy cansado de tanto correr, y el dueño exclamó: - Este perro es un vago. Viene cansado y no tiene el anillo. A partir de ahora no le daremos cariño y solo le daremos las sobras para comer. El perro, al ver esa injusticia, le pidió al gato que explicara que los dos habían recuperado el anillo, pero el gato se quedó callado y no dijo absolutamente nada, y satisfecho por lo que había conseguido se fue a dormir tranquilamente justo a la chimenea, acomodado en unos cojines que el matrimonio había puesto al lado del fuego para él. A partir de ese día, el perro y el gato fueron enemigos y nunca más han podido estar juntos un perro y un gato sin pelearse. El lobito bueno tenía un padre que era menos bueno. Los corderos y los cabritillos tenían mucho cuidado de no ponerse a sus alcances. Papá Lobo estaba cierta mañana descansando en su cama. Aquel día no tenía ganas de salir, y decidió pasarse el día entero durmiendo desde la mañana hasta la noche.
Pero no podía conciliar el sueño, puesto que por la
ventana penetraba un ruido escandaloso. ¿Qué podría ser?
Se levantó papá Lobo y echó una mirada a la calle.
Entonces se quedó agradablemente sorprendido de lo que pudo ver en ella. Y se relamió con gusto los labios... El Lobito bueno estaba jugando a la pelota. Esto no tenía nada de particular. Pero lo que le llamó la atención a papá Lobo fue que el otro jugador era el más sonrosado cerdito de cuantos solían pasearse por el bosque. Precisamente, papá Lobo había pensado muchas veces que aquel cerdito tenía que estar riquísimo en una buena cazuela y bien cubierto con salsa de tomate.
- Ésta es una ocasión magnífica que no debo
desaprovechar. Quédese la siesta para más tarde, porque es una gran suerte para mí encontrarme este cerdito. En cuanto le he visto, me han entrado ganas de comer carne de cerdo. Pronto... Corramos. No vaya a ser que mi querido cerdito adivine lo que le espera, y se me escape... ¡Eh, cerdito, amigo cerdito! Aguarda un momento, porque tengo necesidad de hacerte una preguntita. Vamos a ver: ¿a que no sabes en quién estoy pensando para que me sirva de cena esta noche? Empieza por C y termina con O. - ¡Ajajá! ¡ya te cacé!
- Eso no está nada bien, papá. Te has apoderado del
cerdito. Deberías estar avergonzado. -¿Avergonzado? ¿Por qué?
- Nos han dicho en la escuela que ningún lobo honrado
se dedica a cazar con engaño cerditos. Tú eres honrado, ¿verdad, papá?
- Yo..., pues verás...
- No querrás que digan que mi papá no es honrado.
Me sentiría apenado.
- ¡Está bien! Dejaré libre al cerdito. Pero te prohibo en
adelante que juegues con cerditos. Se me hace la boca agua, ¿te enteras bien? No sé por qué razón has de jugar con cerditos. Supongo que ha de haber otros chicos en la vecindad. Vete por ahí, y búscate nuevos amigos.
- Está bien, papá. Así lo haré.
El Lobito bueno se fue por el bosque. Pasó de largo por
delante de la casa del Caracol, porque pensó Lobito que los hijos de aquél andaban tan despacio que no le iban a servir para jugar a la pelota. Luego, estuvo tentado de llamar en casa del Erizo. Pero se acordó de que el día anterior lo había pinchado con las duras púas de su cuerpo. Finalmente, tocó a la puerta donde vivía la señora Osa, y dijo:
- Soy el Lobito que vive cerca del río y estoy buscando
un amigo para jugar... Si por casualidad tuvieran ustedes un osito de mi tamaño... busco un compañero que le agrade a mi papá.
- Aquí tienes a nuestro hijo, el Osito. Espero que seréis
excelentes camaradas, Lobito bueno.
- Vamos a ser muy buenos amigos. Jugaremos a lo que
más te guste.
Se fueron los dos saltando por el bosque. y papá Oso y
mamá Osa vieron cómo se alejaban cogidos del brazo como buenos compañeros. Mamá Osa, sobre todo, estaba muy satisfecha de que el Lobito bueno hubiera llamado a su puerta.
- ¿No te parece - le dijo a papá Oso - que es un lobito
muy simpático? Seguramente que sus papás serán personas muy buenas y muy educadas. Me gustaría conocerlos, papá Oso.
- Está bien, si así lo deseas. Pero no sabemos dónde
viven.
- No será difícil encontrar su casa; recuerda que el
lobito nos dijo que vivía cerca del río. Vístete, que vamos a ir a hacerles una visita esta tarde.
- ¿Crees que estoy bien presentado con mi traje de
fiesta?
- Estás muy elegante, papá Oso. Te he planchado la
camisa, y has estrenado guantes. Mira: esta casa tiene que ser. Ella sola está junto al río.
- Bueno, pues, llamaremos a la puerta ahora mismo.
- Papá Oso: no te olvides de los buenos modales. Esta
gente debe ser muy educada y de gran distinción.
- Lo que tú digas; llamaré otra vez, ahora más fuerte.
- ¿Quién será el que me despierta en lo mejor de la
siesta? No quiero levantarme. Haré como que no oigo, y el que sea, se marchará.
- ¡Pom! ¡Pom!
- ¿Otra vez? ¡Uf! Me está pareciendo que empiezo a
perder la paciencia... y me gustaría mucho que esos malditos porrazos los estuviera recibiendo en su nariz el que llama.
- ¡POM! ¡POM! ¡POM!
- Esto es demasiado. ¡Canastos! ¿Me quieren echar la
puerta abajo? Como me levante y me obliguen a salir, aseguro a quien sea que se acordará del Lobo durante todos los días de su vida.
- ¡POM! ¡POM! ¡POM!
- No te enfades, papá Oso. Es posible que sean un
poco sordos. Llama más fuerte. Más. Así. Pero no te enfades. Recuerda que en esta casa deben ser muy educados. Supongo que no querrás quedar en mal lugar... Anda, llama otra vez, lo más fuerte que puedas. - ¡¡YA VOOOY!!... ¡Rayos y truenos! ¿Pero quién es el maldito que encima de no querer dejarme dormir, también se empeña en machacarme la casa? Esto no hay quien lo aguante ni un momento más. No cesan de aporrear mi puerta. ¡Ya voy!...
<<¡POF!>>
- ¡Oh! le ruego que me disculpe, señor . Estaba
llamando en su puerta, y como ha abierto usted tan de repente...
- ¿Quién diablos es usted? ¿Por qué escandaliza de esa
manera? ¿Qué quiere? Le advierto que no compro nada, ¿me entiende bien?
- Discúlpeme. Pero es que mi señora y yo...
- ¡No tengo ganas de conversación! Si tratan de
venderme algo, no lo quiero ni me hace falta.
- Perdone; permita que me presente...
-¿Es que no quieren entenderme? ¿Cómo he de
decirles que no necesito nada? El lobo cerró dando gran portazo, y las narices de papá Oso recibieron un mamporro más que regular. se volvió enfadado hacia mamá Osa.
- ¿Es ésta la gente tan educada?
- Verás... tampoco tú estuviste muy correcto.
- ¿Qué no he estado correcto? ¿Y por qué?
- Es mejor que no discutas. Al fin y al cabo, tú le diste
a él un puñetazo. No debería extrañarte que se enfade. Ya ves cómo tú también te quejas porque te ha dado con la puerta en las narices. Yo diría que la falta no es suya. Debes pedirle disculpas.
- Me parece que no te comprendo muy bien, mamá
Osa. ¿Quieres decirme que tengo que pedirle perdón, después de todo lo mal que hemos sido recibidos?
- No deberías acordarte de ello; él te ha dado un
golpe, pero tú le diste primero otro a él. Quedáis en paz y estamos igual que al principio. Esto es lo razonable, papá Oso.
- Según eso, tú crees que debo llamar.
- Claro. Te disculparas, y quedáis tan amigos.
- Está bien. Llamaré.
- Pero sin mal genio. Hay que tener buenos modales.
- Lo procuraré.
¡Bom! ¡Bom!
- ¿Quién es ahora? - preguntó la voz malhumorada del
Lobo.
- Le ruego que abra usted un momento. Quiero decirle
que...
- ¡¡Maldición!! Este oso se ha propuesto no dejarme
descansar, y le voy a dar un escarmiento .
¡BOM! ¡BOM! Volvió a golpear el puño de papá Oso,
quien al ver que no venía nadie a abrir, insistió. Como él decía: no iban a estarse toda la tarde contemplando la puerta verde.
- ¡Por cien mil bombas! - gritó el lobo -. Ahora mismo
voy a demostrar a quien sea, que el que me busca me encuentra.
¡Zas, zas, zas! Resonaron varios escobazos, al mismo
tiempo que el Lobo desahogaba de golpe todo su mal humor.
- Ya me ha encontrado usted, señor Oso. ¿Acaso se
cree que he puesto esta puerta en mi casa para que me la venga a destrozar usted con sus porrazos? Me cansé de aguantar sus impertinencias, y si lo que está pretendiendo es buscarme las cosquillas, llévese usted otro escobazo para que conserve un gran recuerdo de mí.
- ¿Escobazos a un oso?... Pues váyanse al diablo las
buenas maneras, y la educación de esta gente distinguida, y los buenos modos, y...
¡PLAF!
- Papá Oso, no te excites - pedía la mamá.
- ¡Ay! - gimió el lobo -. ¿Qué es lo que ha pasado aquí?
Me ha caído una torre sobre el carrillo... me ha caído una muralla... ¡me ha caído un ciclón!
- Le voy a dar su merecido, Lobo insolente.
- ¡Socorro! Que me llevan por los aires.
- Es usted una persona muy mal educada. Me agrada
mucho podérselo decir en su propia cara.
- Papá Oso, no te acalores tanto - aconsejaba la mamá
-; cuando te pones a discutir con alguien me pones nerviosa, y es que me acuerdo de cuando le rompiste un hueso al leopardo.
haga el favor de separarme de su marido, o me pasará lo que al leopardo, pero con muchos más huesos rotos. Suélteme usted, señor Oso.
- Voy a enseñarle antes a tener buenos modales.
- ¿Adonde voy?
- Al cubo de la basura. y de gracias el señor Lobo a
que tenemos una señora delante. Si yo no mirase eso, ahora mismo en vez de poner al Lobo dentro de la basura, pondría la basura dentro del Lobo. Mamá Osa se alejó al final, llevándose a su marido, y el infeliz Lobo salió más tarde, como pudo, y se encerró en su casa, palpándose los chichones.
Tenía dolores en todo el cuerpo, y a cualquiera que le
preguntase entonces le hubiera contestado que estaba tan molido como si sobre el cuerpo le acabara de pasar un camión bien cargado.
En estas consideraciones estaba, cuando oyó llamar a
la puerta muy suavemente. Tan suave, que sólo un amigo podía llamar así.
El lobo había vuelto a meterse en su cama. Ya no tenía
sueño, porque el encuentro con papá Oso se lo había quitado por completo. Pero le dolía la cabeza, y para refrescarse el calor del bofetón se había colocado una gran barra de hielo que había sacado de la nevera. Se imaginaba que dos o tres horas de tranquilidad, mientras tanto fumaba el tabaco de pipa, le dejarían tan bien como al principio. Y en esta situación se encontraba cuando sonaron en la puerta aquellos suaves golpes. - ¿Quién llama? - Soy yo, papá: el Lobito.
- ¡Bah!, ¿Qué es lo que quieres? ¿No te dije que te
entretuvieses por ahí?
- Si, papá.
- Bueno, pues sigue entretenido y no vuelvas a
molestarme.
- Vengo a decirte que he seguido tus consejos.
- ¿Consejos? ¿Qué clase de consejos?
- Recordarás lo que me dijiste de los cerditos. Que no
te gustaba...
- ¿A mí? - interrumpió el Lobo -. ¿Quién dijo que no me
gustan? Asados están riquísimos.
- ... que no te gustaba verme jugar con ellos.
- ¡Ah!
- Por eso, he estado en el bosque buscando otros
amiguitos. Fui a casa del Erizo. - ... del Erizo - repitió aburrido el Lobo.
- También estuve con el Caracol.
- ... con el Caracol. ¡Bah!
- Y con el Zorrito, y el Burro, y el Ganso. Lo he pasado
muy bien. Pero hay uno entre todos al que he traído aquí para que le conozcas. Ábreme la puerta. ¿A que no sabes quién es?
- No, claro está que no.
- Pues se trata de un oso.
- ¿Cómo? ¿Un oso has dicho?
- ¡Que no entre, que no entre! No le dejes pasar,
porque ese Oso es un terremoto. Y sálvese quien puesda, porque yo me voy de aquí antes de que me alcance otra vez. ¡Hasta luego!
El Lobo se puso tan nervioso y atolondrado
imaginándose que ya estaba el papá Oso preparando sus puños para caer de nuevo sobre él, que sin detenerse a pensarlo ni un instante, saltó de su cama y se arrojó por la ventana a la calle.
El Lobito bueno y su amigo corrieron hacia allí,
rodeando la casa que, como ya sabemos, estaba a orillas del río. El infeliz Lobo, en su apresuramiento para ponerse en salvo, no se acordó de aquella circunstancia.
Y al saltar por la ventana fue a caer justamente dentro
del agua.
- ¡Auxilio! Sáquenme de aquí, que todavía no he
conseguido aprender a nadar.
El Lobito bueno y su amigo se acercaron corriendo. Y
con ellos venía también papá Oso y mamá Osa, que, como eran de buenos sentimientos, habían acordado olvidar lo ocurrido.
- No tenga usted miedo, amigo Lobo; venimos a
salvarle. Y lo sacaremos del río dentro de esta red.
El papá de Lobito bueno se tranquilizó al comprender
que papá Oso venía en son de paz. - ¡Oh, me siento avergonzado! - se lamentó el Lobo.
- Olvídelo, amigo - dijo papá Oso -. Yo, ni me acuerdo
de los puñetazos que nos dimos.
- No es eso. Me avergüenzo de que me han pescado
igual que si fuese una mariposa. ¡Un Lobo convertido en mariposa! No sé lo que dirán los otros lobos cuando se enteren de ello.
- No dirán nada, porque a nadie hemos de contarlo.
Festejemos nuestra amistad merendando todos juntos. ¿Le parece bien?
- Perfecto. Y desde hoy seremos dos familias amigas;