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Había una vez un pozo muy profundo con una cuerda

muy larga. Los rayos del sol nunca llegaban a


reflejarse en el agua; pero hasta donde llegaba el sol,
crecían plantas verdes entre las piedras. En el fondo
vivía una familia de sapos. Las verdes ranas,
establecidas en el lugar desde mucho antes, llamaron a
los nuevos residentes los «huéspedes del pozo». Estos
llevaban el firme propósito de quedarse, vivían muy a
gusto en el seco, como llamaban a las piedras
húmedas.
Madre sapo había efectuado un viaje; una vez estuvo
en el cubo cuando lo subían, y llegó hasta muy cerca
del borde, pero el exceso de luz la cegó, y suerte que
pudo saltar del balde. No pudo contar muchas cosas
del mundo de allá arriba, pero sabía, como ya lo sabían
todos, que el mundo no terminaba en el pozo.
-Es gorda, patosa y fea -decían las verdes ranillas de la
señora sapa-. Sus hijos serán tan feos como ella.
-A lo mejor -dijo la madre sapo-, pero uno de ellos
tendrá en la cabeza una piedra preciosa, a no ser que
la tenga yo misma ya.
Las verdes ranas todo eran ojos y oídos, y como
aquello no les gustaba, desaparecieron en las honduras
con muchas muecas. En cuanto a los sapos hijos, de
puro orgullo estiraron las patas traseras; cada uno
creía tener la piedra preciosa, y por eso mantenían la
cabeza quieta.
Finalmente, uno de ellos preguntó qué había de
aquella piedra preciosa de la que estaban tan
orgullosos.
-Es algo tan magnífico y valioso -dijo la madre-, que no
sabría describíroslo. El que la luce experimenta un gran
placer, y es la envidia de todos los demás. Pero no me
preguntéis, porque no os responderé.
-Bueno, pues lo que es yo, no tengo la piedra preciosa
-dijo el más pequeño de los sapos, el cual era tan feo
como solo un sapo puede ser-. ¿A santo de qué habría
de tener yo una cosa tan preciosa? Además, si causa
enfado a los otros, no puede alegrarme a mí. Lo único
que deseo es poder subir un día al borde del pozo y
echar una ojeada al exterior. Debe ser hermosísimo.
-Mejor será que te quedes donde estás -respondió la
vieja-. Aquí los conoces a todos y sabes lo que tienes.
De una sola cosa has de guardarte: del cubo. Nunca te
metas en él, que a lo mejor te caes.
Al día siguiente fue elevado el cubo lleno de agua, y
casualmente se paró frente al sapo. El animalito saltó
al recipiente y se sumergió hasta el fondo. El cubo
llegó arriba, y fue vertida el agua y el sapo.
-¡Diablos! -exclamó el mozo al descubrirlo-. ¡Qué bicho
tan feo!<
Y lanzó violentamente el zueco contra el sapo, que
habría muerto aplastado si no se hubiese dado maña
para escapar, ocultándose entre unas ortigas.
Formaban éstas una espesa enramada, pero al mirar a
lo alto se dio cuenta de que el sol brillaba en las hojas
y las volvía transparentes. El sapo experimentó una
sensación comparable a la que sentimos nosotros al
entrar en un gran bosque.
-Esto es mucho más hermoso que el fondo del pozo-
dijo el sapito-. Ya que he llegado hasta aquí, es cosa
de ver si voy más lejos.
Y salió a la carretera, donde lo inundó el sol y lo cubrió
el polvo al atravesarla.
-Esto sí es estar en seco -dijo el sapo-. Casi diría que lo
es demasiado.
Llegó a la cuneta, donde crecían muchas plantas.
También revoloteaba una mariposa.
-¡Quién pudiera volar tan rápidamente como ella! -
pensó el sapo.
Permaneció en la cuneta varios días con sus noches; la
comida era buena y abundante. Pero necesitaba
compañía.
-Sigamos adelante, a ver si damos con ranas y con un
sapito. La Naturaleza sola acaba aburriéndome.
Y con este pensamiento continuó su peregrinación.
Llegó a una charca muy grande y se dio un paseo por
ella. Allí las ranas le dieron la bienvenida.
-Seguiré adelante -dijo el sapito; lo dominaba el afán
de descubrir cosas cada vez mejores.
Vio centellear las estrellas, vio brillar la Luna y salir el
Sol, y remontarse en el cielo.
-Por lo visto, sigo estando en un pozo, sólo que mucho
mayor. Me gustaría subir más arriba.
Y cuando la Luna brilló llena y redonda, el pobre
animal pensó: «¿Será acaso el cubo? Si lo bajaran
podría saltar en él para, seguir remontándome. ¿O tal
vez es el Sol el gran cubo? ¡Qué enorme y brillante!
Todos cabríamos en él. Sólo es cuestión de aguardar la
oportunidad. ¡Oh, qué claridad se hace en mi cabeza!
No creo que pueda brillar más la piedra preciosa. Pero
no la tengo y no lloraré por eso. Quiero seguir
subiendo, hacia el esplendor y la alegría. ¡Qué verdor y
qué hermosura!
Y levantó la mirada hasta donde podía alcanzar. La
cigüeña estaba en su nido, en el tejado de la casa de
campo.
-¡Qué altos viven! -pensó el sapo-. ¡Quién pudiera
llegar hasta allá.
En la granja vivían dos jóvenes estudiantes, uno de
ellos poeta, el otro naturalista. Uno y otro eran
hombres buenos y piadosos.
-Ahí tenemos un bonito ejemplar de sapo -dijo el
naturalista. Voy a ponerlo en alcohol.
-Si pudiésemos dar con la piedra preciosa en su cabeza
-observó el poeta-, también yo sería del parecer de
abrirlo.
-¡Una piedra preciosa! -replicó el sabio-. Parece que
sabes muy poco de Historia Natural.
-Pues yo encuentro un bello y profundo sentido en la
creencia popular de que el sapo, el más feo de todos
los animales, a menudo encierra un valiosísimo
diamante en la cabeza.
Los dos amigos siguieron su paseo, y él se libró de ir a
parar a un frasco con alcohol.
-Hablaban también de la piedra preciosa -pensó el
sapo-. ¡Qué suerte que no la tenga!
Se oyó un castañeteo en el tejado de la granja. Era el
padre cigüeña que dirigía un discurso a su familia.
-El hombre es la más presuntuosa de las criaturas -
decía la cigüeña-. Fijaos cómo mueve la boca. Una sola
jornada de viaje y ya no se entienden entre sí.
Nosotros, con nuestra lengua, nos entendemos en todo
el mundo.
-Prudente discurso -pensó el sapito-. Es un gran
personaje, y está tan alto como no había visto aún a
nadie.
Y madre cigüeña se puso a contar en el nido, hablando
de Egipto. Al sapito le pareció todo aquello nuevo y
maravilloso.
-Tendré que ir a Egipto -dijo para sí-. Si quisieran
llevarme con ellos la cigüeña o uno de sus pequeños...
Este anhelo, este afán que siento, valen mucho más
que tener en la cabeza una piedra preciosa.
Y justamente era aquélla la piedra preciosa: aquel
eterno afán y anhelo de elevarse, de subir más y más.
En su cabeza brillaba una mágica lucecita. De repente
se presentó la cigüeña. Había descubierto el sapo en la
hierba, bajó volando y cogió al animalito sin muchos
miramientos. El pico apretaba, el viento silbaba; no era
nada agradable, pero subía arriba, hacia Egipto; de ello
estaba seguro el sapo; por eso le brillaban los ojos,
como si despidiesen chispas.
El cuerpo había muerto, había muerto el sapo. Pero, ¿y
aquella chispa de sus ojos, dónde estaba? Se la llevó el
rayo de sol, se llevó la piedra preciosa de la cabeza del
sapo. ¿Adónde?
Búscala en el Sol. Vela si puedes. El resplandor es
demasiado vivo. Nuestros ojos no tienen la fuerza
necesaria para verlo y mirar al Sol podría dañar
nuestros preciados ojos.

Cuenta una vieja leyenda que hace mucho mucho


tiempo atrás existía un matrimonio de avanzada edad
que vivían junto a su perro y a su gato en su casita en
un pueblito situado en un hermoso valle. Eran una
pareja muy humilde, no tenían muchas cosas
materiales, pero poseían un anillo, que era mágico sin
que ellos lo supieran.
Este anillo mágico les proporcionaba la comida que
ellos necesitaban para no morir de hambre y, mientras
ese anillo permaneciera en el hogar junto a ellos,
nunca les faltaría algo para comer. Cuando el hombre
salía por las mañanas a trabajar, el anillo se encargaba
de hacer todo lo posible para que tuviera trabajo ese
dia y poder regresar a casa con dinero para comprar
alimentos.
Un día el hombre pensó que sería buena idea vender el
anillo y obtener por el unas cuantas monedas, y así lo
hizo y a partir de ese momento, las cosas le
empezaron a ir mal y no podía conseguir trabajo para
poder comprar comida.
El perro y el gato del matrimonio también estaban
pasando hambre igual que sus dueños y como eran
muy listos y ellos si sabían que el anillo era mágico,
empezaron a pensar en la forma de recuperar aquel
anillo mágico.
- Yo sé dónde está el anillo - Dijo el gato - Seguí a la
persona que lo compró. Lo tiene guardado en una caja
fuerte. Entonces el perro tuvo una idea y le dijo al
gato:
- Ya se lo que vamos a hacer! Caza un ratón y lo
llevaremos hasta la caja fuerte para que roa la caja y
así podremos recuperar el anillo.
El gato se dispuso a cazar un ratón y en pocos minutos
tenía un pequeño rodeor listo para llevar a cabo sus
planes.
Un rato más tarde, el gato, el perro y el ratón, llegaron
a la casa del nuevo dueño del anillo donde estaba la
caja fuerte. Era ya de noche y el hombre dormia en su
cama, así que entraron sigilosamente en el dormitorio
y se acercaron a la caja fuerte. El ratón comenzó a
roer la caja y en un rato había hecho un agujero por
donde pudieron agarrar el anillo y salir los tres
corriendo.
Una vez en la calle el gato, con el anillo en su boca,
subió al lomo del perro y emprendieron el viaje de
regreso hacia la casa de sus dueños.
El perro corría y corría muy rápido pero el gato, en un
momento dado, decidió saltar del lomo del perroo y
trepar a los tejados de las casas para llegar antes que
el perro.
Los dueños vieron llegar al gato con el anillo, y como
ya se habían dado cuenta de que el anillo era mágico
se pusieron muy felices de recuperarlo y dijeron:
- Este gato merece que el demos el doble de cariño y
comida que antes, porque ha recuperado nuestro gran
preciado anillo. De ahora en adelante lo cuidaremos
como a un hijo”. Momentos depues llegó el perro, muy
cansado de tanto correr, y el dueño exclamó:
- Este perro es un vago. Viene cansado y no tiene el
anillo. A partir de ahora no le daremos cariño y solo le
daremos las sobras para comer.
El perro, al ver esa injusticia, le pidió al gato que
explicara que los dos habían recuperado el anillo, pero
el gato se quedó callado y no dijo absolutamente nada,
y satisfecho por lo que había conseguido se fue a
dormir tranquilamente justo a la chimenea, acomodado
en unos cojines que el matrimonio había puesto al lado
del fuego para él.
A partir de ese día, el perro y el gato fueron enemigos
y nunca más han podido estar juntos un perro y un
gato sin pelearse.
El lobito bueno tenía un padre que era menos bueno.
Los corderos y los cabritillos tenían mucho cuidado de
no ponerse a sus alcances. Papá Lobo estaba cierta
mañana descansando en su cama. Aquel día no tenía
ganas de salir, y decidió pasarse el día entero
durmiendo desde la mañana hasta la noche.

Pero no podía conciliar el sueño, puesto que por la


ventana penetraba un ruido escandaloso. ¿Qué podría
ser?

Se levantó papá Lobo y echó una mirada a la calle.


Entonces se quedó agradablemente sorprendido de lo
que pudo ver en ella. Y se relamió con gusto los
labios...
El Lobito bueno estaba jugando a la pelota. Esto no
tenía nada de particular. Pero lo que le llamó la
atención a papá Lobo fue que el otro jugador era el
más sonrosado cerdito de cuantos solían pasearse por
el bosque. Precisamente, papá Lobo había pensado
muchas veces que aquel cerdito tenía que estar
riquísimo en una buena cazuela y bien cubierto con
salsa de tomate.

- Ésta es una ocasión magnífica que no debo


desaprovechar. Quédese la siesta para más tarde,
porque es una gran suerte para mí encontrarme este
cerdito. En cuanto le he visto, me han entrado ganas
de comer carne de cerdo. Pronto... Corramos. No vaya
a ser que mi querido cerdito adivine lo que le espera, y
se me escape... ¡Eh, cerdito, amigo cerdito! Aguarda
un momento, porque tengo necesidad de hacerte una
preguntita. Vamos a ver: ¿a que no sabes en quién
estoy pensando para que me sirva de cena esta noche?
Empieza por C y termina con O.
- ¡Ajajá! ¡ya te cacé!

- Eso no está nada bien, papá. Te has apoderado del


cerdito. Deberías estar avergonzado.
-¿Avergonzado? ¿Por qué?

- Nos han dicho en la escuela que ningún lobo honrado


se dedica a cazar con engaño cerditos. Tú eres
honrado, ¿verdad, papá?

- Yo..., pues verás...

- No querrás que digan que mi papá no es honrado.


Me sentiría apenado.

- ¡Está bien! Dejaré libre al cerdito. Pero te prohibo en


adelante que juegues con cerditos. Se me hace la boca
agua, ¿te enteras bien? No sé por qué razón has de
jugar con cerditos. Supongo que ha de haber otros
chicos en la vecindad. Vete por ahí, y búscate nuevos
amigos.

- Está bien, papá. Así lo haré.

El Lobito bueno se fue por el bosque. Pasó de largo por


delante de la casa del Caracol, porque pensó Lobito
que los hijos de aquél andaban tan despacio que no le
iban a servir para jugar a la pelota.
Luego, estuvo tentado de llamar en casa del Erizo.
Pero se acordó de que el día anterior lo había pinchado
con las duras púas de su cuerpo. Finalmente, tocó a la
puerta donde vivía la señora Osa, y dijo:

- Soy el Lobito que vive cerca del río y estoy buscando


un amigo para jugar... Si por casualidad tuvieran
ustedes un osito de mi tamaño... busco un compañero
que le agrade a mi papá.

- Aquí tienes a nuestro hijo, el Osito. Espero que seréis


excelentes camaradas, Lobito bueno.

- Vamos a ser muy buenos amigos. Jugaremos a lo que


más te guste.

Se fueron los dos saltando por el bosque. y papá Oso y


mamá Osa vieron cómo se alejaban cogidos del brazo
como buenos compañeros. Mamá Osa, sobre todo,
estaba muy satisfecha de que el Lobito bueno hubiera
llamado a su puerta.

- ¿No te parece - le dijo a papá Oso - que es un lobito


muy simpático? Seguramente que sus papás serán
personas muy buenas y muy educadas. Me gustaría
conocerlos, papá Oso.

- Está bien, si así lo deseas. Pero no sabemos dónde


viven.

- No será difícil encontrar su casa; recuerda que el


lobito nos dijo que vivía cerca del río. Vístete, que
vamos a ir a hacerles una visita esta tarde.

- ¿Crees que estoy bien presentado con mi traje de


fiesta?

- Estás muy elegante, papá Oso. Te he planchado la


camisa, y has estrenado guantes. Mira: esta casa tiene
que ser. Ella sola está junto al río.

- Bueno, pues, llamaremos a la puerta ahora mismo.

- Papá Oso: no te olvides de los buenos modales. Esta


gente debe ser muy educada y de gran distinción.

- Lo que tú digas; llamaré otra vez, ahora más fuerte.

- ¿Quién será el que me despierta en lo mejor de la


siesta? No quiero levantarme. Haré como que no oigo,
y el que sea, se marchará.

- ¡Pom! ¡Pom!

- ¿Otra vez? ¡Uf! Me está pareciendo que empiezo a


perder la paciencia... y me gustaría mucho que esos
malditos porrazos los estuviera recibiendo en su nariz
el que llama.

- ¡POM! ¡POM! ¡POM!

- Esto es demasiado. ¡Canastos! ¿Me quieren echar la


puerta abajo? Como me levante y me obliguen a salir,
aseguro a quien sea que se acordará del Lobo durante
todos los días de su vida.

- ¡POM! ¡POM! ¡POM!

- No te enfades, papá Oso. Es posible que sean un


poco sordos. Llama más fuerte. Más. Así. Pero no te
enfades. Recuerda que en esta casa deben ser muy
educados. Supongo que no querrás quedar en mal
lugar... Anda, llama otra vez, lo más fuerte que
puedas.
- ¡¡YA VOOOY!!... ¡Rayos y truenos! ¿Pero quién es el
maldito que encima de no querer dejarme dormir,
también se empeña en machacarme la casa? Esto no
hay quien lo aguante ni un momento más. No cesan de
aporrear mi puerta. ¡Ya voy!...

<<¡POF!>>

- ¡Oh! le ruego que me disculpe, señor . Estaba


llamando en su puerta, y como ha abierto usted tan de
repente...

- ¿Quién diablos es usted? ¿Por qué escandaliza de esa


manera? ¿Qué quiere? Le advierto que no compro
nada, ¿me entiende bien?

- Discúlpeme. Pero es que mi señora y yo...

- ¡No tengo ganas de conversación! Si tratan de


venderme algo, no lo quiero ni me hace falta.

- Perdone; permita que me presente...

-¿Es que no quieren entenderme? ¿Cómo he de


decirles que no necesito nada?
El lobo cerró dando gran portazo, y las narices de papá
Oso recibieron un mamporro más que regular. se
volvió enfadado hacia mamá Osa.

- ¿Es ésta la gente tan educada?

- Verás... tampoco tú estuviste muy correcto.

- ¿Qué no he estado correcto? ¿Y por qué?

- Es mejor que no discutas. Al fin y al cabo, tú le diste


a él un puñetazo. No debería extrañarte que se enfade.
Ya ves cómo tú también te quejas porque te ha dado
con la puerta en las narices. Yo diría que la falta no es
suya. Debes pedirle disculpas.

- Me parece que no te comprendo muy bien, mamá


Osa. ¿Quieres decirme que tengo que pedirle perdón,
después de todo lo mal que hemos sido recibidos?

- No deberías acordarte de ello; él te ha dado un


golpe, pero tú le diste primero otro a él. Quedáis en
paz y estamos igual que al principio. Esto es lo
razonable, papá Oso.

- Según eso, tú crees que debo llamar.


- Claro. Te disculparas, y quedáis tan amigos.

- Está bien. Llamaré.

- Pero sin mal genio. Hay que tener buenos modales.

- Lo procuraré.

¡Bom! ¡Bom!

- ¿Quién es ahora? - preguntó la voz malhumorada del


Lobo.

- Le ruego que abra usted un momento. Quiero decirle


que...

- ¡¡Maldición!! Este oso se ha propuesto no dejarme


descansar, y le voy a dar un escarmiento .

¡BOM! ¡BOM! Volvió a golpear el puño de papá Oso,


quien al ver que no venía nadie a abrir, insistió. Como
él decía: no iban a estarse toda la tarde contemplando
la puerta verde.

- ¡Por cien mil bombas! - gritó el lobo -. Ahora mismo


voy a demostrar a quien sea, que el que me busca me
encuentra.

¡Zas, zas, zas! Resonaron varios escobazos, al mismo


tiempo que el Lobo desahogaba de golpe todo su mal
humor.

- Ya me ha encontrado usted, señor Oso. ¿Acaso se


cree que he puesto esta puerta en mi casa para que
me la venga a destrozar usted con sus porrazos? Me
cansé de aguantar sus impertinencias, y si lo que está
pretendiendo es buscarme las cosquillas, llévese usted
otro escobazo para que conserve un gran recuerdo de
mí.

- ¿Escobazos a un oso?... Pues váyanse al diablo las


buenas maneras, y la educación de esta gente
distinguida, y los buenos modos, y...

¡PLAF!

- Papá Oso, no te excites - pedía la mamá.

- ¡Ay! - gimió el lobo -. ¿Qué es lo que ha pasado aquí?


Me ha caído una torre sobre el carrillo... me ha caído
una muralla... ¡me ha caído un ciclón!

- Le voy a dar su merecido, Lobo insolente.

- ¡Socorro! Que me llevan por los aires.

- Es usted una persona muy mal educada. Me agrada


mucho podérselo decir en su propia cara.

- Papá Oso, no te acalores tanto - aconsejaba la mamá


-; cuando te pones a discutir con alguien me pones
nerviosa, y es que me acuerdo de cuando le rompiste
un hueso al leopardo.

- ¿Al leopardo? ¿Un hueso? - clamó el Lobo -. Señora:


haga el favor de separarme de su marido, o me pasará
lo que al leopardo, pero con muchos más huesos rotos.
Suélteme usted, señor Oso.

- Voy a enseñarle antes a tener buenos modales.

- ¿Adonde voy?

- Al cubo de la basura. y de gracias el señor Lobo a


que tenemos una señora delante. Si yo no mirase eso,
ahora mismo en vez de poner al Lobo dentro de la
basura, pondría la basura dentro del Lobo.
Mamá Osa se alejó al final, llevándose a su marido, y el
infeliz Lobo salió más tarde, como pudo, y se encerró
en su casa, palpándose los chichones.

Tenía dolores en todo el cuerpo, y a cualquiera que le


preguntase entonces le hubiera contestado que estaba
tan molido como si sobre el cuerpo le acabara de pasar
un camión bien cargado.

En estas consideraciones estaba, cuando oyó llamar a


la puerta muy suavemente. Tan suave, que sólo un
amigo podía llamar así.

El lobo había vuelto a meterse en su cama. Ya no tenía


sueño, porque el encuentro con papá Oso se lo había
quitado por completo. Pero le dolía la cabeza, y para
refrescarse el calor del bofetón se había colocado una
gran barra de hielo que había sacado de la nevera. Se
imaginaba que dos o tres horas de tranquilidad,
mientras tanto fumaba el tabaco de pipa, le dejarían
tan bien como al principio. Y en esta situación se
encontraba cuando sonaron en la puerta aquellos
suaves golpes.
- ¿Quién llama?
- Soy yo, papá: el Lobito.

- ¡Bah!, ¿Qué es lo que quieres? ¿No te dije que te


entretuvieses por ahí?

- Si, papá.

- Bueno, pues sigue entretenido y no vuelvas a


molestarme.

- Vengo a decirte que he seguido tus consejos.

- ¿Consejos? ¿Qué clase de consejos?

- Recordarás lo que me dijiste de los cerditos. Que no


te gustaba...

- ¿A mí? - interrumpió el Lobo -. ¿Quién dijo que no me


gustan? Asados están riquísimos.

- ... que no te gustaba verme jugar con ellos.

- ¡Ah!

- Por eso, he estado en el bosque buscando otros


amiguitos. Fui a casa del Erizo.
- ... del Erizo - repitió aburrido el Lobo.

- También estuve con el Caracol.

- ... con el Caracol. ¡Bah!

- Y con el Zorrito, y el Burro, y el Ganso. Lo he pasado


muy bien. Pero hay uno entre todos al que he traído
aquí para que le conozcas. Ábreme la puerta. ¿A que
no sabes quién es?

- No, claro está que no.

- Pues se trata de un oso.

- ¿Cómo? ¿Un oso has dicho?

- ¡Que no entre, que no entre! No le dejes pasar,


porque ese Oso es un terremoto. Y sálvese quien
puesda, porque yo me voy de aquí antes de que me
alcance otra vez. ¡Hasta luego!

El Lobo se puso tan nervioso y atolondrado


imaginándose que ya estaba el papá Oso preparando
sus puños para caer de nuevo sobre él, que sin
detenerse a pensarlo ni un instante, saltó de su cama y
se arrojó por la ventana a la calle.

El Lobito bueno y su amigo corrieron hacia allí,


rodeando la casa que, como ya sabemos, estaba a
orillas del río. El infeliz Lobo, en su apresuramiento
para ponerse en salvo, no se acordó de aquella
circunstancia.

Y al saltar por la ventana fue a caer justamente dentro


del agua.

- ¡Auxilio! Sáquenme de aquí, que todavía no he


conseguido aprender a nadar.

El Lobito bueno y su amigo se acercaron corriendo. Y


con ellos venía también papá Oso y mamá Osa, que,
como eran de buenos sentimientos, habían acordado
olvidar lo ocurrido.

- No tenga usted miedo, amigo Lobo; venimos a


salvarle. Y lo sacaremos del río dentro de esta red.

El papá de Lobito bueno se tranquilizó al comprender


que papá Oso venía en son de paz.
- ¡Oh, me siento avergonzado! - se lamentó el Lobo.

- Olvídelo, amigo - dijo papá Oso -. Yo, ni me acuerdo


de los puñetazos que nos dimos.

- No es eso. Me avergüenzo de que me han pescado


igual que si fuese una mariposa. ¡Un Lobo convertido
en mariposa! No sé lo que dirán los otros lobos cuando
se enteren de ello.

- No dirán nada, porque a nadie hemos de contarlo.


Festejemos nuestra amistad merendando todos juntos.
¿Le parece bien?

- Perfecto. Y desde hoy seremos dos familias amigas;


tan amigos como el Lobito bueno y el Osito.

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