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mariafernandalinaresm@gmail.com
María Fernanda Linares Maldonado
Una buena ortografía siempre hablará bien de ti.®
interacción con el verbo ser, pero entró en contacto con este verbo, como con todos los demás verbos
latinos, pues no es más que una marca morfológica de la que los verbos se sirven para declinar una de
sus formas no personales, el participio.
Lo que históricamente existe es este infijo –nt– y no la terminación –nte. Recordemos que en las
formas amantis o legentis la terminación –is es marca de genitivo, pero este es solo uno de los seis casos
que tienen las declinaciones latinas. Estas declinaciones establecen distintas terminaciones en función
del caso, del género y del número: un participio como entis puede tener potencialmente hasta 24 desi-
nencias, es decir, 24 terminaciones después del infijo –nt– (entem, entis, enti, entium, entia, etc.) que se
encargan precisamente de marcar el caso, el número y el género. Nada, por tanto, en la morfología histó-
rica de este elemento –nt– impide que las palabras que se forman con él tengan una forma distinta para
el género femenino; es más, históricamente este infijo ha formado parte de palabras que explícitamente
diferenciaban el género.
Por último. Es cierto que el español conserva este infijo fundamentalmente en la terminación –nte, y es
fácil caer en el error de creer que la emplea solo para referirse a la persona que realiza la acción del verbo
(presidente el que preside, cantante el que canta, atacante el que ataca). Sin embargo esto no es una
verdad absoluta: ni todos los verbos se refieren al agente con esta terminación, ni siempre que esta
terminación aparece se asocia a la persona que lleva a cabo la acción del verbo.
Los que luchan, los que inventan, los que trabajan, los que corren, etc. no son los luchantes, los inven-
tantes, los trabajantes, etc. sino el luchador y la luchadora, el inventor y la inventora, el trabajador y la
trabajadora. El español actual conserva, además, casos en los que este infijo es más una mera marca
gramatical (heredera de un antiguo participio que hoy ya no se siente como tal): mediante, de mediar;
durante, de durar; o bastante, de bastar. Y de hecho, en el español de otras épocas estas palabras tenían
forma en plural (era, por ejemplo, posible decir ellas durantes).
Nada en la morfología histórica de nuestra lengua, ni en la de las lenguas de las que la nuestra procede,
impide que las palabras que se forman con este componente tengan una forma para el género femeni-
no. Las lenguas evolucionan y en esa evolución se transforman. Estos cambios se deben a muchas
causas, algunas son causas internas (evoluciones fonéticas, por ejemplo); otras son externas, el contacto
con otras lenguas o el cambio en las sociedades que las hablan. Para que una lengua tenga voces como
presidenta, solo hacen falta dos cosas: que haya mujeres que presidan y que haya hablantes que quieran
explícitamente expresar que las mujeres presiden. Si esas dos circunstancias se dan, ninguna supuesta
terminación, por muy histórica que sea su huella, frenará el uso de la forma femenina (pregúntese el
lector por qué no se han levantado voces contra el uso del femenino sirvienta). Pero es que, además, en
el caso de este infijo concreto, la historia de nuestra lengua y la de las lenguas que la precedieron pueden
llegar a avalar el uso de voces como presidenta, pues al hilo de esta explicación parecen ser menos
conservadoras que la variedad actual.
Fuente: https://www.fundeu.es/escribireninternet/presidenta/
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