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María Fernanda Linares Maldonado

Una buena ortografía siempre hablará bien de ti.®

Texto extraído íntegramente del sitio https://www.fundeu.es/escribireninternet/presidenta/


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‘Presidenta’, en femenino: es correcto


Circula por internet un documento que aduce una serie de razones pseudogramaticales para censurar
el uso de femeninos como presidenta. La parte fundamental de la explicación dice:
El participio activo del verbo atacar es «atacante»; el de salir es «saliente»; el de cantar es «cantante» y
el de existir, «existente». ¿Cuál es el del verbo ser? Es «ente», que significa ‘el que tiene entidad', en defini-
tiva ‘el que es'. Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la
acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación «-nte». Así, al que preside, se le llama «presi-
dente» y nunca «presidenta», independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la
acción.
Esta argumentación se basa en tres afirmaciones:
• que el participio activo del verbo ser es ente,
• que la terminación –nte que añadimos a los participios activos de los verbos procede de ente,
• que dicha terminación se toma de ente porque este denota entidad o significa ‘el que es'.
Sin embargo:
1. El participio activo del verbo ser no es ente. El único participio que actualmente tienen, de forma
general, los verbos españoles, es el de perfecto (por ejemplo sido, para el verbo ser, o comido para
comer). Solo algunos verbos tienen entre sus derivados los llamados participios activos, que hoy se
consideran sustantivos (como presidente) o adjetivos (como atacante o cantante). El verbo ser tuvo en el
pasado una forma de participio activo hoy perdida, pero no era ente sino eseyente.
2. La terminación –nte no procede de ente. Nuestro sustantivo ente (que, como se ha dicho, no es el
participio del verbo ser) sí que deriva, sin embargo, de ens, entis, participio de presente del verbo latino
esse (‘ser, estar'). Pero el hecho crucial no es que el participio del verbo ser en latín tuviera esta forma
entis, sino que todos los participios de presente del latín tenían esta misma forma: e-ntis, ama-ntis,
lege-ntis, capie-ntis, etc. Obviando la raíz verbal y la vocal temática que quedan a la izquierda del guion,
en todas estas formas lo que encontramos es la secuencia –nt– y la terminación –is, desinencia de caso
genitivo.
Esta secuencia –nt– es un infijo, un elemento que se inserta en el interior de una palabra, y es una
marca morfológica que indica un subtipo concreto de declinación por el que se guían algunas de las
palabras que forman parte de la tercera declinación latina. Este mismo infijo, y este mismo submodelo
de declinación (llamado precisamente temas en –nt-), está presente también en otras lenguas, como el
griego clásico.
Aunque por este modelo de temas en –nt– se declinan solo unos pocos sustantivos y adjetivos, en la
práctica es muy productivo, porque es el modelo por el que se declinan todos los participios de presente
activos de todos los verbos latinos y varios de los participios del griego clásico.
3. La terminación -nte no se toma de ente porque este denote al ser. El hecho de que esta secuencia -nt-
aparezca no solo en ente, sino en todos los participios de los verbos latinos e incluso en otros adjetivos
(como prudentis, ‘prudente'), sustantivos (como /leontos/, ‘león' en griego) y determinantes (como /pan-
ta/, ‘todo' en griego) prueba que esa –nt– no ha sido nunca, a lo largo de su historia, marca de entidad o
de existencia. Nunca, por sí sola, ha denotado al ser, al ente. Llegó a denotar, en latín, al ente al entrar en

mariafernandalinaresm@gmail.com
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interacción con el verbo ser, pero entró en contacto con este verbo, como con todos los demás verbos
latinos, pues no es más que una marca morfológica de la que los verbos se sirven para declinar una de
sus formas no personales, el participio.
Lo que históricamente existe es este infijo –nt– y no la terminación –nte. Recordemos que en las
formas amantis o legentis la terminación –is es marca de genitivo, pero este es solo uno de los seis casos
que tienen las declinaciones latinas. Estas declinaciones establecen distintas terminaciones en función
del caso, del género y del número: un participio como entis puede tener potencialmente hasta 24 desi-
nencias, es decir, 24 terminaciones después del infijo –nt– (entem, entis, enti, entium, entia, etc.) que se
encargan precisamente de marcar el caso, el número y el género. Nada, por tanto, en la morfología histó-
rica de este elemento –nt– impide que las palabras que se forman con él tengan una forma distinta para
el género femenino; es más, históricamente este infijo ha formado parte de palabras que explícitamente
diferenciaban el género.
Por último. Es cierto que el español conserva este infijo fundamentalmente en la terminación –nte, y es
fácil caer en el error de creer que la emplea solo para referirse a la persona que realiza la acción del verbo
(presidente el que preside, cantante el que canta, atacante el que ataca). Sin embargo esto no es una
verdad absoluta: ni todos los verbos se refieren al agente con esta terminación, ni siempre que esta
terminación aparece se asocia a la persona que lleva a cabo la acción del verbo.
Los que luchan, los que inventan, los que trabajan, los que corren, etc. no son los luchantes, los inven-
tantes, los trabajantes, etc. sino el luchador y la luchadora, el inventor y la inventora, el trabajador y la
trabajadora. El español actual conserva, además, casos en los que este infijo es más una mera marca
gramatical (heredera de un antiguo participio que hoy ya no se siente como tal): mediante, de mediar;
durante, de durar; o bastante, de bastar. Y de hecho, en el español de otras épocas estas palabras tenían
forma en plural (era, por ejemplo, posible decir ellas durantes).
Nada en la morfología histórica de nuestra lengua, ni en la de las lenguas de las que la nuestra procede,
impide que las palabras que se forman con este componente tengan una forma para el género femeni-
no. Las lenguas evolucionan y en esa evolución se transforman. Estos cambios se deben a muchas
causas, algunas son causas internas (evoluciones fonéticas, por ejemplo); otras son externas, el contacto
con otras lenguas o el cambio en las sociedades que las hablan. Para que una lengua tenga voces como
presidenta, solo hacen falta dos cosas: que haya mujeres que presidan y que haya hablantes que quieran
explícitamente expresar que las mujeres presiden. Si esas dos circunstancias se dan, ninguna supuesta
terminación, por muy histórica que sea su huella, frenará el uso de la forma femenina (pregúntese el
lector por qué no se han levantado voces contra el uso del femenino sirvienta). Pero es que, además, en
el caso de este infijo concreto, la historia de nuestra lengua y la de las lenguas que la precedieron pueden
llegar a avalar el uso de voces como presidenta, pues al hilo de esta explicación parecen ser menos
conservadoras que la variedad actual.

Fuente: https://www.fundeu.es/escribireninternet/presidenta/

mariafernandalinaresm@gmail.com

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