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MÓDULO 4

Modulo 4

PRACTICA
PROFESIONAL
Inviolabilidad de la
defensa en juicio.
Instrumentos
internacionales de
derechos humanos
incorporados por la
Constitución Nacional.
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Jurisprudencia
MÓDULO 4

Inviolabilidad de la Defensa En Juicio:

Los diversos derechos y garantías que rodean al imputado, concebido como

esencial sujeto con capacidad de parte dentro del moderno proceso penal, pueden

englobarse dentro de la genérica denominación de derecho de defensa.

El reconocimiento de la dignidad humana y de los consecuentes derechos de la

persona sometida a proceso penal fue fruto de una larga evolución histórica e

ideológica, cuya culminación aún no ha llegado a su fin

Es dable destacar ahora que la defensa lato sensu deriva en forma directa de

las disposiciones y principios constitucionales y aparece como manifestación jurídica

de los cánones axiológicos de libertad individual y seguridad jurídica, relacionándose

en forma directa con el criterio valorativo del debido proceso, abarcando por ende la

totalidad de las garantías que implican el concepto del mismo. Así, el derecho de

defensa significa el cumplimiento efectivo del principio de legalidad, lo que supone que

nadie puede ser sometido a persecución penal sino por hechos en principio

subsumibles dentro de las disposiciones sustantivas, y el principio del juzgamiento por

el juez natural (órgano jurisdiccional imparcial e independiente, designado de acuerdo

con las disposiciones constitucionales y normas orgánicas que reglamentan su

competencia); así mismo, el derecho a saber los hechos que se atribuyen y a ser oído

y a ofrecer y controlar prueba y a no ser obligado a presentar constancias de cargo en

su propia contra, y al cumplimiento de las diferentes formalidades que conforman el

proceso penal, todo dentro de plazos razonables y con posibilidad de recurrir ante

instancias superiores.

Igualmente, dentro de la lógica que hace a la estructura y dinámica del

proceso, la defensa aparece como contraposición a la acción ante el poder

jurisdiccional. Fue Carnelutti quien insistió particularmente sobre este enfoque del

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problema1, señalando que puede advertirse una disposición dialéctica de elementos

con la acción como tesis, la defensa como antítesis y la sentencia como síntesis. En

consecuencia, si se concibe el juicio como la necesaria articulación, que culmina a

través de la sentencia, entre acusación y defensa, no es lógicamente concebible

pensar a la una sin la otra. Así, acción y defensa aparecen como interrelacionadas en

el orden del proceso y como situadas en igual rango. Claro está que lo señalado es

propio de las ideas básicas y de la consecuente sistemática del proceso acusatorio,

fundado sobre la actividad de las partes y la neta diferenciación de las funciones que

hacen a la relación entendida como contradictorio2.

La igualdad lógica, sistemática y operativa entre acusación y defensa debe

concebirse como un verdadero pilar del moderno proceso, tanto en lo que hace a la

noción general del mismo como con especial referencia a la materia penal.

Si se concibe la acción como requerimiento de tutela jurídica, como solicitud del

servicio de justicia, la defensa debe también ser entendida básicamente en similar

forma. De ahí el énfasis que procesalistas como Vélez Mariconde y Clariá Olmedo han

puesto en destacar las interrelaciones entre acción y defensa, ya que ambas son

manifestaciones de la legalidad y racionalidad del debido proceso, apareciendo como

poderes para la plena realización de la actividad integradora.

Desde un punto de vista general, el poder de defensa ha sido caracterizado

como una facultad tendiente válidamente a impedir, contradecir, resistir y prevenir

cualquier restricción injusta a la libertad individual, y al pleno ejercicio de los derechos

que las personas tienen otorgados por el orden jurídico.

1
CARNELUTTI, Francesco, Cuestiones sobre el proceso penal, Ejea, Buenos Aires, 1961.
2
En el proceso inquisitivo lo que procesalmente se define como propio es la confusión entre acción y
jurisdicción, lo que consecuentemente desdibuja la defensa. Por otra parte, en las ideas políticas que le
daban sustento se partía del convencimiento de que si el imputado era culpable la defensa no sólo era
improcedente, sino perjudicial para el éxito de la investigación y del castigo y, si no lo era, el tribunal
valoraría tal circunstancia y, por ende, era innecesaria

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No puede haber un proceso en el sentido lógico si la acción, como instancia

impulsora, no se proyecta hacia el accionado que, por serlo, debe tener las

posibilidades reales, los elementos operativos para poder contraponer y contradecir.

De ahí que el derecho de defensa tenga una amplitud que abarca todas las

situaciones en las cuales se cierne la amenaza de una sanción dentro de una

institución, por lo que el tema no sólo abarca los procedimientos judiciales sino que

también debe inexorablemente extenderse a los terrenos administrativos y a la vida de

las sociedades y asociaciones.

Existe una invariable doctrina judicial que reconoce la amplitud y necesariedad

del derecho de defensa operable en todas las situaciones como por ejemplo en el

derecho administrativo y que lleva a descalificar toda sanción institucional asumida sin

oportunidad de oír al interesado.

Ahora bien: si ello es necesario de modo general y amplio, mucho más lo es

cuando nos encontramos ante amenazas de las más graves sanciones de que un

orden jurídico dispone (que en numerosos países pueden llegar a la privación de la

vida, o a la prisión perpetua o al confinamiento por largo tiempo, amén de la pérdida

de prácticamente todos los derechos civiles), lo que explica que el mayor énfasis

respecto al tema se haya dado dentro de las referencias a la materia penal. Pero debe

quedarnos perfectamente en claro que la inviolabilidad de la defensa en juicio abarca

todo proceso y, dentro del penal, corresponde en primer lugar al imputado, pero que

se extiende igualmente a los demandados civiles que pudiere haber.

Inexorablemente, el imputado será coactivamente convocado a la causa donde

de modo personal y formal se le hará conocer la atribución delictiva y su derecho a

nombrar defensor de confianza y, para el supuesto de que así no lo haga, la

designación de oficio. De igual modo, otros actos de defensa material, como careos

con testigos o reconstrucciones del hecho, se llevarán a cabo necesariamente y aun

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cuando el imputado tiene la facultad de negarse a la realización concreta de ellos,

tales actos tienen que ser dispuestos en los procedimientos pertinentes. Y en lo que

respecta a actos de defensa técnica, la misma es obligatoria durante todo el curso de

la causa, no pudiendo hacerse la audiencia de debate sin la presencia del defensor ni

éste omitir las respuestas a las manifestaciones acusatorias. Lo señalado lleva a la

conclusión de que la defensa dentro del proceso penal es de carácter necesario y de

cumplimiento efectivo. Incluso en la hipótesis de que el justiciable se negase a contar

con defensor o a ejercer actos de defensa, la misma deberá ser llevada a cabo por un

defensor de oficio, por lo que desde este punto de vista tal actividad resulta en

definitiva indisponible, dados los graves intereses en juego.

Se ha indicado que el derecho de defensa es obviamente de rango

constitucional, enfáticamente proclamado y con directa incidencia y aplicación

procesal. El artículo 18 de la Constitución Nacional establece que es inviolable la

defensa en juicio de la persona y de los derechos, regulándoselo de parecida manera

en las constituciones provinciales y apareciendo expresamente consagrado en los

instrumentos internacionales a los que nuestro país ha adherido y a los que ha

otorgado carácter de leyes supremas.

Instrumentos internacionales de derechos humanos incorporados por la

Constitución Nacional.

Luego de la incorporación a la Consticución Nacional de los principales

tratados sobre derechos humanos, y de situarlos a su mismo nivel (art. 75 inc. 22, CN),

puede hablarse de un nuevos sistema constitucional integrado por siposiciones de

igual jerarquía “que abreva en dos fuentes: la nacional y la internacional. Sus normas,

“no se anulan entre si ni se neutralizan entre sí, sino que se retroalimentan”, formando

un plexo axiológico y jurídico de máxima jerarquía (Bidart Campos, 1969), al que

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tendrá que subordinarse toda la legislación sustancial o procesal secundaria, que

deberá ser dictada “en su consonancia” (art. 31, CN). Además, la paridad de nivel

jurídico entre la Constitución Nacional y esa normativa supranacional, obliga a los

jueces a “no omitir” las disposiciones conenidas en esta última “como fuente de sus

desiciones”, es decir, a sentenciar también en su consecuencia.

El sistema constitucional diseña un esquema de garantías para los derechos

que reconoce. Este esquema que se proyecta sobre el proceso penal es también ley

suprema en las diferentes constituciones provinciales.

Todo esto forma un verdadero bloque de legalidad de máximo nivel jurídico que

debe presidir la formulación de las normas procesales penales y, sobre todo, su

interpretación judicial y aplicación práctica. No es citando las constituciones y los

pactos que se cumple con ellos: a veces ese es el mejor método para esconder su

vulneración.

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