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Los 65 años de este periódico, en sus inicios político y agudo, y hoy especializado en los temas
económicos, son en sí mismos un gran hito de la economía colombiana. Recorrer sus páginas de
ediciones anteriores, es recorrer la cotidianidad económica del país.
Cuando se fundó La República por el presidente Mariano Ospina Pérez, en 1954, Colombia estaba en
plena violencia entre conservadores y liberales. Era un país bastante pobre, absolutamente desigual
social y regionalmente y que no se decidía a aprovechar plenamente sus recursos naturales
abundantes para transformar la Nación y el Estado en instancias modernas, prósperas y dadas a
buscar la equidad. Arrodelada en los valles de sus cordilleras, Colombia aislada se dolía aún de la
pérdida de Panamá y era todavía una sociedad rural y atrasada a pesar de destellos urbanos en
Bogotá, capital también en duelo por los acontecimientos del 9 de abril de 1948. El PIB era de
US$6.000 millones ($13.000 millones) y el ingreso anual por habitante era más de US$400 ($1.000).
Los ingresos totales del Estado ascendían al 10% del PIB y el Índice de Pobreza, con las mediciones
actuales, permanecía alrededor del 75 %, es decir, solo dos de cada diez colombianos no eran pobres.
Las diferencias de valor agregado entre importaciones y exportaciones de 1954 la ilustra la cifra de
cada una en volumen: 5 millones de toneladas métricas de exportaciones contra 1,8 millones de
toneladas métricas de importaciones, con valores totales en dólares sustancialmente similares. Para
planear el Presupuesto General de la Nación, el Banco de la República y el Ministerio de Hacienda
debían esperar los supuestos del gerente de Fedecafé, don Manuel Mejía (Mr. Coffe) para el año
siguiente, así como el informe de caja mensual del Fondo del Café para diseñar el endeudamiento y
los pagos a corto plazo. Don Manuel acudía a las reuniones del BR con una libretica que heredó
después Arturo Gómez. En ella, estaban los parámetros macroeconómicos a los cuales debían
adaptarse las decisiones macro, especialmente las fiscales y cambiarias del Gobierno. Ese año
produjimos 120.000 barriles diarios de crudo y vendimos 5,5 millones de sacos de café por US$550
millones, plena bonanza de divisas, US$1,10 la libra, que haría empezar a virar la política macro. Las
reservas internacionales saltaron de US$169 millones en 1953 a US$270 millones en diciembre de
1954, y la cartera total del sector financiero contaba con apenas $1,6 billones.
Para poder medir el cambio dramáticamente positivo que ha vivido Colombia, hay que recordar los
números de diciembre de 2018, 65 años después: el PIB está en más de US$400.000 millones y el
ingreso nominal anual per cápita en US$8.000. Los colombianos en pobreza son dos de cada diez. Las
exportaciones totales del año pasado fueron de US$42.000 millones, de las cuales US$19.000 millones
fueron industriales, y las importaciones sumaron US$51.000 millones. Las reservas internacionales
acumularon cerca de US$50.000 millones, equivalentes a casi un año de compras al exterior,
aumentando nuestra capacidad de endeudamiento notablemente. El Presupuesto General de la
Nación está para 2019 en casi US$90.000 millones ($258,9 billones), equivalentes al 22% del PIB. Ese
es el gran cambio económico y social de Colombia. Veamos entonces los que, a mi juicio, son los hitos
económicos que hicieron posible o que demoraron esta transformación.
Llegó la televisión al país y la abundancia de divisas permitió la creación de empresas ávidas de bienes
de capital en los sectores de papel, azúcar, vidrio, acero, alimentos y la modernización textilera, entre
otras. Se fortalecieron las comunicaciones y la educación pública, se ideó el Sena, creado un mes
después de la caída del régimen, se construyó la vivienda popular y la primera refinería.
Afortunadamente, el sector privado que creció durante la bonanza de Rojas, fue el mismo que,
organizada y claramente, propició su caída para dar paso al Frente Nacional.
Se fortalecieron las instituciones cafeteras como la Flota Mercante, el Banco Cafetero y las
Corporaciones Financieras, y el Fondo Nacional del Café pasó a ser un ahorrador neto de divisas, que
irían a parar a las crecientes reservas internacionales.
En julio de 1989, John Rosenbaum y Myles Frechette, si mi memoria no me falla, enterraron en
Londres el Pacto. “Se consolidaban así el Consenso de Washington y la Escuela de Chicago”, dijo
después Cárdenas Gutiérrez, quien al final de esa reunión en la capital inglesa mencionó que el
término del AIC atacaba la “yugular de la economía colombiana”.
Debo mencionar que el mal final de la reforma agraria de Lleras Restrepo produjo atraso en el sector
rural y tal vez haya contribuido a acelerar la migración a los centros urbanos, masiva en ese momento.
Es cierto que el 444 dio reglas claras, e inicialmente positivas, para el crecimiento del sector
empresarial. Sin embargo, la fragilidad de la balanza de pagos seguía siendo evidente y una crisis,
inaplazable. Su consecuencia: desempleo subiendo en medio de una migración del campo a las
ciudades y de la participación también masiva de las mujeres en el mercado laboral. De la mano con el
Estatuto Cambiario, la creación del Pacto Andino en 1969, constituye un hito de estos años.
Fue ese acuerdo un serio intento de integración entre latinoamericanos, para crecer ordenadamente
y con reglas claras. Dio esperanza al sector empresarial para expandirse y atrajo inversión extranjera
que solo vendría para atender un mercado ampliado. El Pacto Andino especializó sectores como el
automotriz y el textil, benefició en general las manufacturas nacionales, trajo peleas de nunca acabar
en los ámbitos agropecuario y financiero, se despedazó con las salidas de Chile y, posteriormente, de
Venezuela y terminó siendo una pirámide de incumplimientos sobre un cadáver insepulto.
4. EL UPAC
El jalonamiento que la construcción dio en esta época a los 32 sectores industriales relacionados con
ella, tuvo su origen al mecanismo de valor constante para el ahorro, endeudamiento y crédito de
largo plazo para vivienda. Un gran salto dio el empresariado haciendo inversiones locales y
extranjeras en cemento, acero, madera, porcelana para construcción, vidrio, aluminio, servicios de
arquitectura e ingeniería y transporte entre otros. Y ese ritmo, a mi modo de ver, hubiera continuado
si no se hubiese producido la famosa decisión 24 del Grupo Andino, que prácticamente prohibía la
inversión extranjera y sobre todo las fusiones de firmas extranjeras con nacionales. Se crearon
además del Upac (Unidad de poder adquisitivo constante) y las Corporaciones de Ahorro y Vivienda,
el Fondo Nacional del Ahorro para financiar vivienda a los servidores públicos y numerosos centros de
pensamiento donde podían refugiarse los tecnócratas desplazados del Gobierno.
Recuerdo la política de exportaciones: alcancemos los US$1.000 millones de ventas externas, lo que a
la postre se logró. También recuerdo las dificultades sindicales con la muerte de José Raquel Mercado
por el naciente y cruel M-19 y la desaparición de centrales obreras de muchos años de activismo.
Coincide esta nueva dinámica doméstica con el encarecimiento global del petróleo, que nos coge
importando crudo y combustibles, agravando la brecha de la balanza de pagos. Una desafortunada
visión del Ministerio de Hacienda en 1991 y de la Corte Constitucional en 1999, prácticamente acabó
con un mecanismo que en su momento propició el crecimiento y la equidad. Hoy, la baja inflación y
las bajas tasas de interés, son las dinamizadoras reales y estables del crédito de largo plazo.
Sobre las empresas, el contexto narco produjo en algunos casos acomodamiento y en la mayoría
temores de abrirse al mercado de valores para capitalizarlas o al comercio exterior, que corre aún hoy
el riesgo de contaminación con droga. La bonanza marimbera que desataron los Cuerpos de Paz en
Santa Marta, pasó agachada en materia económica. Sus pingües ingresos pasaron por la banca central
con ojos cerrados e incluso se publicaron teorías sobre la necesidad de aprovechar su impulso para
hacer crecer más la economía. La después bautizada ventanilla siniestra pasó a ser importante
protagonista de la balanza de pagos. El deterioro reputacional de Colombia ha costado muchos
puntos de crecimiento del PIB y altos sobrecostos del dinero. Ha dirigido por décadas nuestra política
exterior, especialmente la relación con EE.UU., y ha producido controversias, no sin razón, con el
vecindario regional. Y en nuestros días, el narco resulta ser definitorio del futuro de Venezuela, donde
lo más grave no es quién sucederá a Maduro, sino si ese sucesor puede limpiar las instituciones del
hermano país, como afortunadamente, pero con altísimos costos, lo pudo hacer Colombia.
Los 3.000 millones de barriles de Cusiana y Cupiagua han sido el catalizador del avance del país. El
windfall que todavía produce sobre nuestra economía, nos ha permitido crecer más, exportar e
importar más y acceder al grado de inversión de las calificadoras de riesgo por su buen efecto sobre el
Fisco.
Sobre los hallazgos petroleros de los 90 se pudo construir una mejor política de comercio exterior, un
mejor gasto público orientado a los más vulnerables y una mejor macroeconomía. Se disparó la IED y
ascendimos varios puestos en la jerarquía geopolítica de Latinoamérica. El sector privado pudo
acceder a más divisas para su modernización y se amplió el mercado doméstico pues el PIB creció por
encima de 4% en los años siguientes. Y se vinculó una buena porción de la clase media colombiana a
la propiedad accionaria del 11% de Ecopetrol que fue sacado al mercado. Un nuevo proceso de
vinculación de accionistas a otro 10% sería hoy aconsejable.
El país tiene como gran activo de su política económica, la independencia y la autonomía del Banco de
la República. Creado en la Constitución del 91, al año siguiente se aprobó la ley que desarrolla el
mandato de la Carta. El primer día de enero del 93 entra a funcionar la primera Junta del BR, en
medio de un gran caos en sus cuentas por el exceso de divisas. Se liquida la cuenta especial de
cambios y con la Resolución 21 se remplaza el 444 flexibilizando el régimen cambiario. Las
privatizaciones abundantes de este período fortalecieron las finanzas públicas y abrieron nuevos
espacios al sector privado en el sector químico, eléctrico, de gas, y financiero. Crecen las
exportaciones y las importaciones y saltan las reservas de US$3.000 millones a US$8.000 millones.
Inventado para controlar la inflación, el exitoso BR es hoy un ícono de confianza de la sociedad
colombiana, la cual debe defender su autonomía como cuando se defiende la libertad política.
9. LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA
El final del siglo XX trae para Colombia dos tragedias: el terremoto en el Eje Cafetero y una recesión
no padecida en esa magnitud desde 1930. Del terremoto, con sus miles de víctimas que aún lloramos,
salimos a la postre bien. La reconstrucción fue todo un éxito a través del Forec, hoy tomado como
ejemplo internacional de buenas prácticas y de transparencia en el gasto de los US$1.000 millones
que costó reponernos del desastre natural. De la recesión, también logramos salir con buenos
ministros de Hacienda. Pero todo este panorama se desarrollaba en medio de un proceso de paz
impulsado por Pastrana con el beneplácito de la comunidad internacional. Sin embargo, el orden
público empeoraba. Al cabo, el proceso falló, pero el Gobierno había tomado el sabio camino de
fortalecer las FF.AA.; por ejemplo, pasamos en esa administración de 7.000 soldados profesionales en
el Ejército a 14.000. Allí nace la decisión de mejorar la seguridad. (Periodo presidencial de Uribe)
La seguridad que retorna al país, y los resultados positivos en variables económicas permiten la
revaluación del peso, se produjo un gran aumento de la IED (Inversión extranjera directa) y de la
inversión doméstica, de las exportaciones, de los flujos de turismo y de remesas. En este período, el
BR logró meter la inflación en su rango meta, bajaron consistentemente las tasas de interés y se
terminó la negociación del TLC con los EE.UU. Quien como ministro de Defensa de Uribe dio los más
certeros y estructurales golpes a las Farc, Santos presentó su candidatura presidencial y fue elegido
en 2010 con gran complacencia de los colombianos. Uribe sale del Gobierno al terminar su segundo
período.
Sin duda, terminar el conflicto armado con las Farc es el hecho más importante de lo que va corrido
del siglo XXI. El proceso de paz liderado por Santos comenzó porque nadie como él sabía que las Farc
estaban derrotadas. Aún en medio de la negociación, se ordenó el operativo en contra de Alfonso
Cano, jefe de esa organización, y así sucedió con otros miembros del secretariado. Se negoció como si
no hubiera conflicto y nuestra fuerza pública ganó la guerra como si no hubiera negociación,
siguiendo el principio israelí en la negociación con Palestina.
Casi seis años en la mesa. La perseverancia del presidente Santos fue puesta a prueba en numerosas
ocasiones, siempre con éxito. Las FF.AA. apoyaron la negociación y triunfaron en la guerra. Para ellas
se diseñó una justicia transicional que ha solucionado las causas judiciales de más de 2.000 de sus
miembros sub júdice. Ya fuera del Gobierno, he podido ver con mis propios ojos el renacer de tantas
regiones condenadas antes a la guerra. Fincas y poblados que reviven, inversiones inmensas en
aguacate, café, ganado puro, cacao, turismo, minería, reforestación, petróleo, gas, etc.
Los números anuales de homicidios en 2017 y 2018 ¡son los más bajos en 40 años! La economía ha
podido dedicarse a disminuir la desigualdad, a universalizar la cobertura de salud y de educación, a
modernizar la infraestructura vial, de acueductos, de saneamiento y de protección al medio
ambiente. Este año Colombia recibirá cinco millones de turistas extranjeros: la mejor prueba de que la
guerra terminó. En este comienzo del siglo XXI se hizo bien la guerra y se hizo bien la paz.
Quiero hacer un homenaje trayendo a colación la frase final de El Tábano de doña Berta, elegido
Virgilio Barco: “Tengamos fe y esperanza en el nuevo presidente de Colombia, que ya sabremos si lo
debemos aplaudir o hacerle oposición, pero no ensillemos sin traer las bestias”.