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CRONOLOGÍA

ARQUEOLÓGICA
DE COCHASQUÍ
LUIS G. LUMBRERAS

PLANO DE LA PRIRÁMIDE K DE JIJÓN Y CAAMAÑO, 1914

H. CONSEJO PROVINCIAL DE PICHINCHA


Quito – Ecuador 1990
Consideraciones cronológicas y recomendaciones para el
estudio arqueológico de Cochasquí (Ecuador) y su cultura
Documento preparado por:

Luis Guillermo Lumbreras

Como informe al Proyecto RLA/


83/002 (Proyecto Regional del
Patrimonio Cultural NUD/UNESCO)
Ref: SSA/026/83

1
INTRODUCCIÓN

Durante el solsticio de 1497 d.c. (4.600 en el calendario


mesoamericano) en Cochisquí 1, a pesar del temor que existía sobre un
posible avance de las tropas del Inca desde Tumipamba, se celebraba al
Solsticio. Al frente de la organización de la fiesta de la cosecha se
encontraba Mama Quilago, la “reina” o señora principal, quince años
más tarde iba a distinguirse en la valiente defensa de Cochisquí contra
las fuerzas invasoras de Huaynacapac.
Desde sus aposentos circulas en la cima de la tola principal, la
Quilago, supervigilaba a través de la nobleza que atendía a sus órdenes,
los preparativos de la fiesta que incluía la preparación de la chicha de
jora, el charqui de llama y venado, los guisos de conejos blancos, de
cuyes, los camarones de río, las sabrosas preñadillas, los choclos, las
humitas, tortillas de maíz, los frijoles, las habas pallar, los aguacates, las
papas cocidas cubiertas con sala de maní, de ají con chochos y otros
tantos condumios que aprovechaban los tomillos , tagetas, achicorias
blancas, llantenes y molles. La riqueza de las viandas estaba dada por la
cantidad de microclimas que caracterizaban esta zona, ofreciendo una
variedad de plantas y animales útiles al hombre. Las guayabas, las
tunas, los babacos, los taxos y el fresco del cacao traído por los Quijos
completaban la larga lista de alimentos.
Se engalanaron también los aposentos reales, que encima de las
otras tolas debían acomodar a capaccuraca “rey” o curaca principal, y a
los curacas de los otros ayllus que conformaban Carangue, además de
otros huéspedes ilustres como los “señores” de Lita., Quilca, Caguasquí
de los Lanchas, de Chapi, y Pimampiro. Y de los otros señoríos con que
mantenían relaciones como los Pastos al norte, los Cofanes y Quijos al
este, y los representantes del señor de los pueblos de Quito, al sur del
valle del Guayllabamba.
En las plataformas bajas se encontraban, con sus cuerpos todos
pintados de rojo, los Mindalaes, comerciantes libres que mantenían
relaciones de intercambio de productos comunes por mullo (la bivalva

1
La aproximación histórica que hemos presentado está basada en las investigaciones publicadas, conocidas por
nosotros, tales como las de Athens (1978, 1980), Jijón y Caamaño (¡914, 1920, 1041 – 47), Meyers (1975, 1981),
Moreno (1981), Moreno y Oberem (1981), Oberem (1970, 1975, 1981), Oberem y W urster (1989), Wurster
(1978,1980, 1981, 1985).

2
Spondylus princeps) entre otros valiosos exóticos, con todos los
pueblos de los Andes Septentrionales. Junto con los Mindalaes habían
viajado hasta Cochasquí un grupo de Colorados de Angamarca, y otro
de os Chonos, pueblos igualmente constructores de tolas en la Cuenca
del Guayas.
Hicieron su ingreso en andas, a la explanada, ante la abigarrada
multitud que allí se reunía, Puento, el Jatún curaca que reinaba sobre
todos los ayllus que se encontraban entre los valles del Chota y
Guayllabamba, seguido de los ango, jefes principales de Otavalo y
Cayambe.
Se iba a dar inicio al sacrificio de llamas y de granos, para
agradecer por las cosechas y propiciar los cultivos del próximo año.
También se iba a proceder, en una de las nuevas tolas en construcción,
al entierro secundario de los restos de uno de los antepasados del Ayllu
de la Quilago.

EL INFORME DE LUMBRERAS

Este trabajo de evaluación crítica sobre la arqueología de


Cochasquí, hecho por Luis Guillermo Lumbreras bajo encargo del
Programa Regional del Patrimonio Cultural Andino UNESCO/PNUD
dirigido por Silvio Mutal, va más allá de la evaluación y
recomendaciones que el autor indica como meta del mismo.
El “informe” de Lumbreras no es solamente, un excelente estudio
sobre el estado actual del conocimiento sobre la arqueología de
Cochasquí, de la sierra norte y de las relaciones que sus habitantes
mantuvieron, a través del tiempo, con los grupos que poblaron el
noroccidente de la Amazonía ecuatoriana, el norte de la provincia de
Manabí, Esmeraldas y el sur de Colombia, sino que marca las pautas
para un programa serio, e investigación en Cochasquí y en las sierras
norte del Ecuador.
Las recomendaciones hechas por Lumbreras, sobre las
investigaciones que deben llevarse adelante para lograr vislumbrar el
modo de vida de los constructores de tolas, y de las poblaciones que
mantuvieron el sistema cacical que se intuye, constituye una guía
práctica para la planificación de cualquier investigación que se deba
llevar adelante en Cochasquí, en la Sierra Norte, y en el país en general.

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Los sitios arqueológicos, deben ser estudiados en su contexto
regional, especialmente sitios de importancia arquitectónica como
cochasquí. Se deben hacer investigaciones entre el área monumental y
de vivienda, y con otros complejos monumentales de importancia como
Zuleta y Cotacachi, por mencionar algunos. De seguir los lineamientos
de investigación propuestos por Lumbreras en el futuro cercano,
podremos llegar a enriquecer eventos de nuestra historia antigua.
Es evidente en este informe, que el arqueólogo no debe estar
formado solamente para hacer un trabajo de campo y análisis de
laboratorio de la más alta calidad profesional, sino que también debe
saber leer y extraer críticamente la información de los informes,
manuscritos, y datos sueltos escritos por otros investigadores, no
obstante la buena o mala calidad de los mismos.
No es arqueólogo aquel que “sabe”, al ojo, determinar si un
objeto es verdadero o falso, o a que cultura o período pertenece.
Tampoco es arqueólogo aquel que excavando con una técnica
preciosista, solamente se limita a presentar una “investigación”
fotogénica.
Arqueólogo es quien somete una hipótesis, o serie de hipótesis,
sobre el modo de vida de la sociedad que estudia a la prueba científica
en campo y laboratorio. Su función es diseñar y dirigir proyectos que
contribuyan a nuestro conocimiento del Patrimonio cultural de la
Nación, o que sirvan para desarrollar mejores teorías, métodos o
técnicas para interpretar el registro arqueológico. Debe hacer uso de
todas las técnicas necesarias y a su disposición, y para hacerlo deberá
acreditar los estudios superiores necesarios y una basta experiencia.
La necesidad de nuevas investigaciones destinadas a ampliar los
datos presentados por quienes han investigado en Cochasquí y la Sierra
norte, así como resolver los cuestionamientos planteados por
Lumbreras, deberán ser consideradas por el Consejo Provincial de
Pichincha, cuyo compromiso con Cochasquí y su arqueología tienen ya
más de una década de historia.

JORGE G. MARCOS Ph.D


DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS
ARQUEOLÓGICOS Y ANTROPOLÓGICOS DE LA ESPOL

4
BIBLIOGRAFÍA

Athens, John Stephen

1978 Evolutionary Process in Complex Societies and the Late Period


Cara Occupation of Northern Highland Ecuador (Diss, Univ.
New Mexico). Albuquerque, New Mexico.
1980 El proceso evolutivo en las sociedades complejas y la ocupación
del tardío-cara en los andes septentrionales del Ecuador.
Otavalo (Colección Pendoneros Vol. 2).

Jijón y Caamaño, Jacinto

1914 Contribución al Conocimiento de los Aborígenes de la Provincia


de Imbabura en la República del Ecuador (Estudios de
Prehistoria Americana II) Madrid.
1920 Nueva Contribución al Conocimiento de los Aborígenes de la
Provincia de Imbabura en la República del Ecuador, en: Boletín
de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos
IV, 10, 1-120; IV, 11, 183-245. Quito 1941 – 47 El Ecuador
Interandino y Occidental antes de la Conquista Castellana. 4
Vols. Quito.

Meyers, Albert

1975 La cerámica de Cochasquí, en: U. Oberem (ed.): Estudios sobre


la arqueología del Ecuador. Bonner Ameriknistische Studien 3,
81-11, Bonn.
1981 Análisis de la cerámica de Cochasquí, en: U. Oberem (ed.)
Cochasquí. Estudios Arqueológicos. (Colección Pendoneros 3)
219-285, Otavalo.

5
Moreno Yánez, Segundo

1981 La Época Aborigen, en: Segundo Moreno Yánez (ed. – Pichincha


Monografía histórica de la región nuclear ecuatoriana. 31-174.
Quito.

Moreno Yánez, Segundo y Udo Oberem

1981 Contribución a la Etnohistoria Ecuatoriana (Colección


Pendoneros 20). Otavalo, Instituto Otavaleño de Antropología.

Udo Oberem

1970 Montículos funerarios con pozo en Cochasquí, Boletín de la


Academia Nacional de Historia 52, 116, 243-249. Quito.
1975 Informe de trabajo sobre las excavaciones de 1964/65 en
Cochasquí, en: U. Oberem (ed.): Estudios sobre la Arqueología
del Ecuador. Bonner Amerikanitische Studien 3, 71-79. Bonn.
1981 Los Caranquis de la Sierra norte del Ecuador y su
incorporación al Tahuantinsuyo, en: S. Moreno Yánez / U.
Oberem: Contribución a la Etnohistoria Ecuatoriana 73-101
(Colección Pendoneros 20) Otavalo, Instituto Otavaleño de
Antropología.

Oberem, Udo y Wolfgang Wurster

1989 Excavaciones en cochasquí, Ecuador, 1964-1965. Comisión fur


Allegemeine und Vergleichende Archaologie, Verlag Philipp
von Zabern. Meinz am Rhein.

6
Wurster, Wolfgang

1978 aportes a la reconstrucción de templos sobre las pirámides de


Cochasquí, Ecuador, en: R. Hartmann/U. Oberem (eds.),
Amerikanistische Studien-Estudios Americanistas. Festschr.
Hermann Trimborn anlafslich seines 75. Geburstage. II
(Colecctanea Instituti Antropos 21) 300-304, St. Augustin/Bonn.
1980 Zur Rekonstruktion von Rundbauten auf den
Rampenpyramiden von Cochasquí, Ecuador, AVA-Beiterage 2,
459-486.
1981 Aportes a la reconstrucción de edificios con planta circular
sobre las pirámides con rampa de Cochasquí, en: U. Oberem
(ed.) Cochasquí Estudios Arqueológicos (Colección Pendoneros
3), 79-124. Otavalo. Instituto Otavaleño de Antropología.
1985 Representaciones arquitectónicas del Ecuador Prehispánico,
Memorias del Primer Simposio Europeo sobre Antropología del
Ecuador, 61-89, Quito.

7
El presente informe se origina en un encargo de la UNESCO
(RLA/83/002 para hacer una evaluación del estado de los
conocimientos existentes en torno al sitio Cochasquí y la cultura que le
dio origen, con el objeto de recomendar las líneas de acción futuras para
la investigación arqueológica.
Para tal efecto se procedió primero a hacer una investigación
bibliográfica sobre los materiales de Cochasquí y aquellos afines que
permitieran una justa apreciación de los problemas inherentes al sitio de
Cochasquí, su ocupación y su historia. Este estudio fue iniciado en Lima
entre los meses de diciembre de 1983 y marzo de 1984; de las casi 2000
referencias procesadas, fueron luego segregadas aquellas que se
entregan como parte de este informe. Posteriormente, durante el mes de
abril, en Quito, tuvimos acceso a bibliografía del Museo del Banco
Central, completando referencias y revisando los materiales publicados
por don Jacinto Jijón y Caamaño que no eran accesibles en Lima.
El segundo paso consistió en una serie de visitas a varios puntos
de la sierra norte y central del Ecuador en compañía del Lcdo. Lenín
Ortiz y sus asociados del Proyecto Cochasquí durante mi estadía de
cinco semanas en Quito; las visitas incluyeron sitios arqueológicos,
colecciones y museos locales, además de las que se pudieron hacer al
Museo del Banco Central con la gentil ayuda de su Director el Arq.
Hernán Crespo Toral y la colega Rosángela Adoum, y al Museo Jijón y
Caamaño de la universidad Católica de Quito.
Tanto las visitas al terreno como las de las colecciones tuvieron
como objetivo el familiarizarme con los materiales descritos y tratados
en las fuentes bibliográficas y no de la de hacer prospecciones o estudios
propios de ellos. Eran de nuestro particular interés los materiales del
área aledaña a esa zona: los de la zona “Panzaleo” (Cotopaxi y
Tungurahua) para observar los aspectos ligados al “componente
Panzaleo” y su comportamiento en la región que se supone “nuclear”
de dicho componente, y, Chimborazo, especialmente a objeto de
conocer el sitio Guano, que tiene una arquitectura compleja de tipo
“Cosanga”. En las cercanías de Latacunga tuvimos oportunidad de
visitar un sitio de puro estilo cusqueño en San agustín del Callo y un
asentamiento de excelentes perspectivas arqueológicas en Tigualó, con
ocupación “Panzaleo” y aparentemente un larga secuencia que se inicia
en el Formativo (Machalilla, según nuestro anfitrión el Lcdo. Lenín
Ortiz) y continua hasta la época Inca. En el “país Caranqui” pudimos
visitar los asentamientos más destacados en la literatura especializada,

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lo que nos facilitó el estudio de los problemas que se discuten en este
informe.
Desde mayo p.p. hasta el mes de agosto, hemos elaborado este
informe, completamente en algo la bibliografía y haciendo una serie de
consultas con materiales de otras regiones a fin de esbozar un cuadro
coherente de los problemas a tratar, descartando relaciones con la costa,
la amazonía, Colombia y la zona sur del Ecuador, a fin de aislar el
problema dentro de su perspectiva más concreta. Las referencias
bibliográficas consultadas extensivamente, han sido seleccionadas sólo
en lo relativo a los problemas que aquí tratamos; aún así, como es el
caso de la tesis de la arqueóloga L. Goff sobre la cerámica de Imbabura-
Pichincha, que pese a varias gestiones realizadas, no ha llegado a
nuestras manos hasta el momento de cerrar el informe en la presente
versión.
Luego de hechas las consultas bibliográficas y las observaciones
directas señaladas, pensamos que si bien existen múltiples y muy
importantes problemas por resolver en el estudio de Cochasquí y la
cultura que le dio origen, nada se podrá abordar mientras no quede
claro el aspecto cronológico al que dedicamos la mayor parte de nuestro
trabajo, partiendo por cierto, de las investigaciones realizadas por
nuestros colegas en las dos últimas décadas. Desde nuestro punto de
vista, tal como se expresa más adelante, deben ventilarse aspectos
precisos de terminología, periodificación y relaciones internas y
externas que tienen su expresión mas confusa en el estudio de la
cerámica llamada “fina” y que corresponde a lo que el arqueólogo J.
Jijón y Caamaño bautizó con el nombre de Panzaleo. De allí que el
presente informe ensayo al punto donde creemos que se genera una
significativa parte de la confusión: la secuencia de la cerámica Panzaleo
en el Ecuador y su radio cronología.
La cerámica Panzaleo es un problema por resolver y su
importancia radica en que debe revelar una consistente red de
distribución e intercambios a nivel macro-regional a lo largo de un
período bastante duradero entre los pueblos de diferentes formas de
vida (se encuentra esta cerámica desde El Carchi hasta Ambato y desde
Bolívar hasta Quijos).
Desde luego, el estudio de este problema no se resuelve con más
o menos excavaciones en Cochasquí o sitios aledaños; implica un
programa extensivo en la región, especialmente en Quito, Cotopaxi y
Tungurahua, el que, en una primera etapa debiera hacerse a nivel

9
prospectivo. Notamos que no se han hecho prospecciones de área en la
región, ni siguiera las suficientes en el "país Caranqui" que es la zona
más conocida. Las que se han hecho, en áreas reducidas, están inéditas o
se refieren únicamente a los sitios arqueológicos (ubicación y tipo de
asentamientos) y no a sus componentes diagnósticos de valor
cronológico y corológico.
Nos pareció también de necesidad y urgencia la publicación de
los materiales inéditos que existen sobre el "país Caranqui" y de los
materiales excavados tanto por la Misión Alemana como por los
arqueólogos norteamericanos que trabajaron en la zona; sólo se han
publicado conclusiones y síntesis de tales trabajos.
Por cierto, estos dos puntos son sólo los más urgentes y quedan
otros de notable importancia, como aquellos que tocan con la
reconstrucción estructural de la vida en la región. Nuestras notas al
respecto han quedado truncas por falta de varios materiales, pero
creemos que es posible ensayar interpretaciones sobre los patrones de
asentamientos y sus implicaciones socio-culturales, los mecanismos de
explotación de los recursos naturales y las diversas formas de
producción, así como sobre algunos aspectos de la organización social y
política de la región en términos históricos y procesales.
Creemos que Cochasquí no puede ser estudiado de modo aislado,
tal como se desprende del informe que entregamos; hay muchos
problemas que sólo se pueden resolver a nivel regional. Nuestras
recomendaciones apuntan a eso incluso simplemente si se trata de
establecer parámetros cronológicos válidos, punto de partida del que no
se puede prescindir.
Este es un informe técnico y no ingresa en el terreno de las
generalidades; creemos que es necesario que así sea, las
recomendaciones tienen pues el mismo carácter.

Lima, agosto de 1984

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Sumario:

Introducción

1. La Secuencia de Cochasquí
1.1 La estratigrafía: Asociación y Superposición
1.2 La cerámica: el principio de recurrencia
1.3 Sumario
2. Los antecedentes locales de Cochasquí
2.1. La Secuencia de Socapamba
2.2 La Secuencia de La Chimba
2.3 El problema Malchinguí o la "fase 1"
3. Cerámica Panzaleo
3.1. La "fase" Cosanga-Píllaro
3.2. La radiocronología de Cosanga
3.3. La secuencia de Cosanga
Cosanga Temprano
Cosanga Medio
Cosanga Tardío
4. Consideraciones finales y Recomendaciones

Bibliografía
Índice de Ilustraciones

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El objetivo de este ensayo es discutir los problemas cronológicos
y corológicos de la sierra norte del ecuador, a partir de la región que
don Jacinto Jijón y Caamaño llamara “país Caranqui”.
El “país Caranqui”, ocupa un territorio relativamente pequeño,
comprendido entre el curso del río Chota por el norte y el del
Guayllabamba por el sur, teniendo el río Intag como límite occidental y
el “divortium acquarum” de estos ríos, que pertenecen al sistema del
Pacífico, con los ríos orientales que confluyen en el Amazonas, por el
este. Su área es aproximadamente del orden de los 60 kms. de N-S y E-
O.
Políticamente esta región comparte secciones de dos provincias:
la de Imbabura, al norte, y una parte de Pichincha, al sur. Comparte
pues, la cuenca sur del chota y la cuenca norte del Guayllabamba,
incorporando el “nudo de Mojanda” que es una breve cadena
montañosa que corre de oeste a este separando las dos cuencas antes
dichas. Así pues, el “país Caranqui” compromete la “hoya de Ibarra” y
las faldas meridionales del Mojanda, que declina con fuerte vertiente
sobre el Guayllabamba.
Aquí, en tiempos de la conquista inkaika y luego española, existía
una sociedad cuya expresión cultural más definida era la organización
de sus poblados a base de la construcción de unos montículos
artificiales comúnmente llamados “tolas”, que permitieron formalizar
expresiones de carácter semi-urbano como son el sitio Cochasquí o el
inmenso asentamiento de Zuleta. Se trata, desde luego, de obras
monumentales de noble envergadura, que sugieren una organización
social compleja, un desarrollo económico suficiente y más bien
excendario y por cierto un nivel productivo bastante alto, características
que no se hacen manifiestas, en cambio, por los restos arquitectónicos
de los territorios vecinos, ni siquiera por el de Quito, al sur, tan afamado
por el padre Juan de Velasco en el siglo XVIII. Y esto llamó la atención
de todos, desde siempre, de modo que se puede encontrar una rica y
variada bibliografía al respecto; así es como los pioneros de la
arqueología ecuatoriana dedicaron parte de sus primeros esfuerzos al
estudio de esta región: monseñor González Suárez (1902-1908) y por
cierto Jijón y Caamaño (1914-1920) y Carlos M. Larrea (1919-1953); y,
aunque las contribuciones de Max Uhle en el Ecuador no fueron de las
más felices de su carrera como arqueólogo, a él también le tocó hacer
algunos trabajos en la zona (Uhle, 1933, 1939).
Según Jijón y Caamaño (1952: 73-76), en este territorio se habría

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hablado una lengua común a todos sus pobladores y que él bautiza
como "caranqui", distinta a la lengua de los "Pastos-Quillasingas", al
norte y "Panzaleos" al sur. Es otro elemento de unidad de una gran
importancia. Historiadores contemporáneos estarían de acuerdo en la
posibilidad de existencia de una tal lengua "que se habló hasta la época
colonial y que fue paulatinamente reemplazada por el quichua" que es
la lengua que actualmente se habla en la región (Moreno, 1981 a: 100).
De acuerdo con las exploraciones recientemente realizadas
(Athens, 1976; 1980; Athens y Orborn, 1974) se puede advertir la
distribución uniforme de un cierto completo de cerámica, que indica
que se trata una población relativamente integrada a un sistema de
producción artesanal también unitario, con una red de intercambio
homogénea.
Con estos datos básicos, a los que podemos agregar una aparente
unidad política constituida por una "confederación Caranqui -Cayambe"
(Moreno, 1981 a: 99) que habría confrontado la guerra contra los
conquistadores inkas del Cusco a comienzos del siglo XVI, tenemos un
cuerpo de información suficiente como para segregar el "país Caranqui"
como una unidad cronológica muy claramente definida en el siglo XV I.
Queda pues el problema cronológico.
La primera secuencia orgánica propuesta para la región, que
seguiremos llamando Caranqui en homenaje a don Jacinto Jijón y
Caamaño, registra tres períodos, que luego de haber sido considerados
en un orden diferente (Jijón: 1920), fueron finalmente ordenados (1952),
de la siguiente manera:

Período de las Tolas Habitacionales


Período de las Tolas con Pozo
Período de los Pozos Sepulcrales

Esta secuencia fue puesta a prueba recién en la década de los


setenta por la misión alemana dirigida por Udo Oberem (1969,1970,
1975, 1981) y por el grupo de arqueólogos norteamericanos asociados
con Jhon Stephen Atehens (Athens, 1976,1977, 1978, 1980; Athens y
osaron, 1974; Meyers, 1975) y por las investigaciones de Thomas P.
Myers Echeverría y José Berenger (Berenger, 1984) y de Philippe

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Guignabaudet (1953).
1. La secuencia de Cochasquí
Las excavaciones intensivas realizadas en Cochasquí por el
“grupo de Ecuador” de la universidad de Bonn entre 1964 y 1065 dadas
a conocer extensivamente en los setentas, permitieron establecer
claramente dos períodos durante la ocupación de este complejo
monumental: Cochasquí I y II. De éstos, el último resulta además
contemporáneo con la llegada de los inkas a este territorio y
parcialmente anterior y por lo tanto adjudicable en su parte tardía al
siglo XVI, mientras que el primero es definitivamente preincaico. Una
considerable cantidad de muestras sometidas al análisis radiocarbónico
dieron una edad promedio de 1550-1250 d.C. para el período II y de
1250 – 950 d.C. para el I.
De acuerdo con estas excavaciones, se puede decir que quedó
confirmada la secuencia propuesta por Jijón, dado que la época II
coincide con la construcción de los montículos o “Tolas habitacionales”
de Cochasquí, especialmente de las pirámides con rampa que son uno
de los componentes arquitectónicos más notables de la fase; del mismo
modo, la época I coincide con un período anterior a la construcción de
tales edificios y es, en cambio, contemporánea con alguno de los otros
montículos menores. Además, los arqueólogos alemanes descubrieron,
de modo casual, en Malchinguí, muy cerca de Cochasquí, dos tumbas
de pozo tubular con cámara lateral, que de acuerdo con sus
características y contenido corresponden a la época llamada de los
“Pozos Sepulcrales” por Jijón; los materiales asociados a estas tumbas
son muy diferentes a los encontrados en Cochasquí y tuvieron un
fechado radiocarbónico de 150 d.C., lo que les hace distantes en casi un
milenio de la época más antigua de Cochasquí. De modo que es posible
certificar una primera secuencia, al parecer firme en todos sus
contornos, para el "país Caranqui".

1250- 1550. Cochasquí II Tolas habitacionales


950- 1250. Cochasquí I Montículos con Pozo
c.a. 150. Malchinguí Período de los Pozos
Sepulcrales.
Desde luego, los .fechados radio carbónicos no son un factor
definitorio, como veremos más adelante, su uso poco crítico ha

14
contribuí- do a crear muchas de las más serias confusiones que hay en la
arqueología del Ecuador. Y esta observación es válida tanto para los
fechados de las dos fases de Cochasquí, como para Malchinguí (véase:
Apéndice A). Tal como la señalan Meyers, Schonfelder y los demás
investigadores que han tocado la cuestión cronológica de Cochasquí, las
fechas C14 "no corresponden siempre a la estratigrafía" (Schonfelder,
1981, 248), la que ha obligado a tomar un promedio aritmético
presumible, a partir de cuyos extremos se han establecido las fechas
indicadas líneas atrás para las fases I y II. En realidad, ambas caen
dentro de este tiempo, pero el tiempo de duración de cada una de ellas
es totalmente arbitrario. Se asume, con cargo a ser reajustados sus
límites frente a cualquier nueva evidencia al respecto.
En cuanto al período más antiguo, el de Malchinguí, la situación
es más compleja, tanto porque se trata de un dato arqueológico aislado
(las dos tumbas), cuanto porque las muestras son escasas. Como
veremos más adelante, la situación se complicó más aún con otros
hallazgos que dieron fechados francamente contradictorios como el de
los restos de Otavalo (Im 11) rescatados por Athens y Osborn (1974),
que correspondiendo a un contexto similar al de Malchinguí, dieron una
edad de 829 a.C., es decir una "duración" de casi 1000 años que es todas
luces improbable, a la luz de los conocimientos que se tiene ya sobre la
dinámica de la cultura en el Ecuador.
Esta inseguridad cronológica no proviene por cierto de la
arqueología sino de sus recursos técnicos auxiliares, los datos
arqueológicos de Cochasquí son firmes por sí mismos aún cuando nos
plantean una serie de problemas que pasamos a discutir.

1.1.- La estratigrafía: Asociación y Superposición


El problema principal en la evaluación de los importantes
trabajos conducidos por la misión alemana dirigida por Udo Oberem, es
que no se han publicado aún los informes de excavación, con excepción
de un informe preliminar y muy general evaluado por Oberem (1975) y
de varios comentarios dirigidos fundamentalmente a divulgar aspectos
resaltantes de los trabajos realizados y que Segundo Moreno (1981 b) y
Schonfelder (1981: 169 -173) han resumido muy bien. De modo que para
hacer una evaluación -evidentemente preliminar- debe acudirse a las
valiosas monografías temáticas que han hecho Albert Meyers (1975)
sobre la cerámica en general, Uwe Schonfelder (1981) sobre la cerámica

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fina y los hallazgos menores y Carlos Zalles- Flossbach (1981) sobre los
artefactos líticos y Kari Kunter (1981) sobre los restos humanos.
En Cochasquí se identifican al menos cuatro componentes
arqueológicos bien diferenciados en el terreno:
1. Pirámides con o sin Rampa;
2. Montículos Funerarios con Pozo o "Túmulos";
3. Montículos formados por residuos de viviendas a modo
de "Tell"; y
4. Restos de vivienda directamente dispuestas sobre el
terreno.
El en sitio hay 15 pirámides y 15 túmulos, de los cuales, el "grupo
Ecuador" de la Universidad de Bonn excavó 3 pirámides y 3 túmulos;
además, hizo excavaciones en un montículo habitacional conocido como
"Uspha Tola" y en varias "zonas planas" de vivienda. Las pirámides
examinadas fueron fundamentalmente la E y la L, aunque también se
intervino en la K y se hizo algunos exámenes en G (previamente
excavada por Uhle), H y O (Meyers, 1975: fig. 15: Oberem, 1975). Las
pirámides son edificaciones hechas a base de rellenos de tierra y un
material compacto conocido como "cangahua" y tiene restos de
cerámica, utensilios y restos de desecho en la superficie. Los túmulos
intervenidos son los designados con a, n, y h. El montículo "x" (Ushpa
Tola), considerado originalmente también como funerario, resultó ser en
realidad un montículo ocupacional no sepulcral, formado por "una
acumulación de restos habitacionales que con el tiempo alcanzaron una
altura y volumen considerables, y que, debido a la acción del viento y
de las lluvias, ha tomado una forma más bien redondeada" (Zalles-
Flossbach, 1981: 84); no se trata por cierto de las "Tolas Habitacionales"
de Jijón y Caamaño, que son montículos artificiales construidos para
colocar casas encima.
Aparte de la intervención en los edificios, los alemanes excavaron
31 unidades de 2 x 2 metros en un área que queda al sur de las
pirámides L y K y que ellos bautizan con el nombre de "pueblo"; donde
se advierte claramente la existencia de un conglomerado de viviendas
bastante extenso, con restos de cerámica, fogones, deposición de huesos
de animales, restos de instrumentos líticos y óseos y hasta restos de un
canal de riego cuya edad, sin embargo, no pudo establecerse.
Estas son las fuentes de asociación y superposición que para

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establecer la secuencia de dos períodos (ver cuadro 1).
En los túmulos "a" y "h" se presenta una superposición física muy
neta: el montículo y su foso están separados de un conjunto de capas
subyacentes a las que se superponen. En el caso de “h” se nota
visiblemente esta superposición (Meyers, 1975: 86), dado que se advierte
con toda claridad la superficie sobre la cual fue levantado el montículo e
incluso la tierra extraída del pozo funerario, que se puso encima de
dicha superficie, de modo que los materiales que están bajo tal
superficie son definitivamente anteriores al túmulo y sus elementos
asociados. Una cosa similar ocurrió con el túmulo "a", en donde se ve
también que el montículo funerario fue construido durante una fase II
sobre capas habitacionales de una fase I. Es una lástima que aún no se
haya publicado el protocolo de las excavaciones, porque recién entonces
sabremos cuáles fueron exactamente los materiales asociados a esas
capas inferiores, dado que sí conocemos algo de las pocas pero
significativas ofrendas del túmulo. Por ahora sólo se han publicado los
ensayos y carecemos de la posibilidad de manejo de los datos empíricos
con sus asociaciones específicas, que son realmente valiosas dadas las
características de la superposición.
Esta superposición se vio afectada por el aislamiento de otras
unidades de contemporaneidad en el túmulo “n” y luego en las
pirámides excavadas, que correspondían perfectamente con las
asociaciones verificadas en los túmulos “a” y “h” y que por lo tanto se
ubican en la misma época tardía que ellos (nuevamente, tampoco
disponemos de la presentación y descripción de todas estas asociaciones
y sólo debemos basarnos en la confirmación de la recurrencia que se
supone existe de modo parejo en tales unidades, según la autoridad de
los arqueólogos alemanes que hicieron el estudio).
En estas unidades, tal como lo expresan los arqueólogos
alemanes, no aparecen los elementos que se encuentran asociados
debajo de los montículos “a” y “h”, que configuran el contexto
definitorio de la fase I de Cochasquí. Este contexto I, en cambio, aparece
aislado en Ushpa Tola (montículo “x”), lo que es una confirmación de la
firme segregación de dos períodos en Cochasquí.
En Ushpa Tola se hicieron cuatro cortes estratigráficos que se
cortan o superponen en partes y que están recubiertos de arena por
acción eólica (Zalles Flossbach, 1981: 84). Cuando se publiquen los
informes finales, se podrán apreciar las diferencias que pudieran existir
en el “corpus” cultural de cada una de estas unidades de superposición

17
o “conjuntos estratigráficos” y se podrá verificar la presunción de dos
fases al interior de cada período, que no han podido definir, entrando
por ello en divergencias como las que se notan entre las fases IIa – IIb y
Ia – Ib de Meyers y las tres fases de Schonfelder: I I/II y II (ambas
subdivisiones carecen de suficiente definición y quedan por confirmar).
La imposibilidad de precisar las sub-fases a base de material publicado,
no invalida en nada la firmeza de las 2 fases mayores.
El problema es que las unidades de contemporaneidad
previamente referidas (los túmulos, las pirámides y Ushpa Tola),
ofrecen contextos superpuestos no continuos (túmulos “a” y “h”) o
contextos aislados (pirámides y Túmulo “h” para la fase II y Ushpa Tola
“x” para la fase I) que no permiten por sí solos establecer la continuidad
de las fases, dado que simplemente las aíslan, aún cuando en los casos
de superposición prueban la diferencia cronológica. Este problema
parece haber sido resultado en las excavaciones del “Pueblo”, en donde
se encontraron muy bien definidos los elementos componentes I y II en
las unidades de excavación 28 y 29 (Meyers, 1975: 87) y también en el
corte 8, donde según Zalles – Flossbach (1981:86) se encontró la tumba 5,
cuya importancia radica en que es “uno de los pocos casos de hallazgos
completos, es decir, con una deposición coetánea de todas las piezas del
inventario”.
En el pueblo, además de probar la continuidad de las fases I y II
en las unidades ya dichas, en donde en las capas superiores aparecen
los componentes II y en las inferiores parece que fue posible segregar las
sub-fases a y b de las fases II, dado como dice Meyers (1975: 86-7): “El
respectivo complejo de estratos en el “pueblo” se divide, a su vez, en
dos sectores estratigráficamente se diferencian entre sí de manera
unívoca y que son designados acá como fases IIa y IIb. A una capa
humosa, relativamente gruesa, que ya contiene tiestos, sigue una de
barro con tiestos densamente diseminados (IIb). Por debajo se encuentra
una capa gris de arena (tierra floja) que contiene solo poca cerámica
(IIa). Esta o se asienta directamente sobre la cangahua aflorante o se
divide en varias capas finas que contienen tiestos, y pequeñas
cavidades. La cerámica de la capa superior del “pueblo” corresponde a
lo que se encontró sobre los planchones cocidos de la pirámide E. En el
cuerpo de la pirámide y debajo de éste, se encontró una cerámica igual a
la del “pueblo”. Sin embargo, no es posible adjudicar ésta sin más ni
más a una de ambas fases”.
A todos estos datos hay que agregarle los de las excavaciones de

18
*Cubillos en Ajambi, donde hizo un pozo con 7 niveles de separación
arbitraria, de los cuales los 3 primeros tenían componentes II y los
inferiores I.
De acuerdo con todo lo indicado hasta aquí, se señalan las
siguientes unidades de contemporaneidad (ver cuadro 1):
Para el período I:
1. El montículo X (Ushpa Tola), donde se señala la posible
segregación de fases la Ib;
2. Las carpas de desechos domésticos que se encuentran
debajo del piso sobre el que fueron constituídos lo0s
túmulos “a” y “h”.
3. Las capas inferiores de los cortes 28 y 29 del “pueblo”.
4. La tumba 5 del Corte C8 (y las capas asociadas?)
5. Los niveles 4 – 7 de Ajambi.
Para el período II:
6. Las pirámides E y L (y al parecer todas las intervenidas)
y sus materiales asociados. En la pirámide E podrían
segregarse las fases IIa y IIb.
7. Los túm,ulos a, h y n
8. El “pueblo” (con excepción de los niveles bajos de los
cortes 28 y 29 y el C8), donde se aprecia una
diferenciación estratificada de los probables sub-fases: a
y b.
9. Los niveles 1 – 3 de Ajambi.
Existe superposición discontínua entre los componentes 7 (a y h)
y 2; se verifica superposición contínua entre los componentes 8 y 3 y se
asume superposición continua en Ajambi (componentes 5 y 9).
*Julio C. Cubillos arqueólogo colombiano de la Universidad del
Valle (Cali) hizo excavaciones en Ajambi, un campo de cultivo en los
bajíos de Cochasquí.
De otro lado, los componentes 1 y 2 aíslan los materiales de la
fase I, del mismo modo que ocurre con los componentes 6 y 7.
Queda claro, de acuerdo con esto, que Cochasquí comenzó a ser

19
ocupado en el llamado período I, cuando aún no se constituían ni las
pirámides ni los montículos funerarios (túmulos) y la población se
asentó en secciones aparentemente reducidas del sitio, sobre el terreno
mismo, son construir montículos artificiales, usando en cambio otros
recursos constructivos cuya presentación escapa a los fines de este tema.
En un caso, el de Ushpa Tola, se formó un montículo que no es una
“Tola habitación” como las describe Jijón y Caamaño, pues no se
construyó un amontonamiento de tierra para vivir encima, sino que
durante el tiempo de ocupación de sitio, ésta fue “creciendo” a medida
que se derrumbaron paredes, que se amontonaba arena, etc.” (Zalles –
Flossbach, 1981: 84). En el período II, en cambio, se edificaron las
pirámides y los túmulos, que estaban en pleno uso cuando llegaron los
inkas y españoles; un sector de los pobladores, llamémosle
“principales”, habitó en la cumbre de las pirámides y se enterró en los
túmulos; otro sector de la población llamémosle de los “comunes”,
continuó viviendo en la ladera sobre la superficie del terreno,
enterrando a sus muertos cerca de sus modestas viviendas (Kunter,
1981).
Estas son las evidencias, pero el problema cronológico no se
detiene allí, se trata hora de identificar los rasgos dignósticos de cada
época y los elementos asociados, desde donde podrá iniciarse la
descripción de la cultura y todo lo demás.
1.2. La cerámica: el principio de recurrencia.
Albert Meryers fue el encargado de armar la primera secuencia
de la cerámica, que permitiera conocer los “marcadores cronológicos”
de cada uno de los períodos visibles en las excavaciones. No es
necesario aquí hacer referencia al valor y la razón de tales
“marcadores”, que todos los arqueólogos conocen. Meyers para
encontrarlos estableció un primer deslinde en los materiales: Cerámica
tosca y Cerámica Fina, dedicándose fundamentalmente al análisis de la
primera, que es la mayoritaria; Schonfelder (1981) se encargó más tarde
de trabajar en más detalle con la segunda.
La clasificación de Meyers (1975) partió en primer lugar de la
organización de las formas en 35 categorías, de las cuales el 95% eran
del género “tosco” y solo el 5% restante del “fino”. La cerámica “fina”
corresponde al complejo conocido como “panzaleo” por Jijón y
Caamaño, aún cuando algunos objetos eran del estilo incaico y otros del
estilo Tuza del Carchi. Hay pues:

20
 Un componente local, de cerámica “tosca”;
 Un componente relativo al estilo “Panzaleo”;
 Un componente importado, de estilo Tuza; y,
 Un componente de estilo Inka.
Los dos últimos, definitivamente, aparecen dentro de los
contextos físicos tardíos, del período II, y lo incaico seguramente en
asociación con las capas más recientes; en cambio, el componente
“panzaleo” se encuentra en ambas fases, por lo que debe establecerse
sus cambios internos; se piensa que se trata también de un componente
importado, pero eso hay que probarlo. De esta manera los componentes
Inka y Tuza se constituyen en marcadores del período tardío, aun
cuando su escasez los convierte en elementos de valor diagnóstico muy
débiles. Ambos componentes, además, tienen reproducciones o
imitaciones "toscas" locales.
La cerámica Tuza o Cuasual corresponde a la última ocupación
del "territorio de los Pastos", que compromete las provincias del Carchi
(Ecuador) y Nariño (Colombia). Evidencia las conexiones de Cochasquí
con este territorio en los últimos siglos previos a la presencia hispánica
y su presencia en las capas superiores del sitio ratifica lo que ya está
claramente establecido en su territorio de origen (Francisco, 1969; Oribe.
1979).
La cerámica Inka puede ser además un marcador cronológico
muy preciso, correspondiente a las primeras décadas del siglo XVI, ya
que no parece probable su presencia a fines del siglo XV.
En cuanto a la cerámica Panzaleo, como veremos el problema es
mucho más complejo, no sólo porque aparece a lo largo de toda la
secuencia, aunque parecería que mayoritariamente en la época I
(Schonfelder, 1981: 213), sino sobre todo porque no se aprecia mucha
precisión cronológica en los materiales publicados. Por esta razón y
debido a que debe examinarse también la hipótesis de su origen
foráneo, se trata como un problema particular más adelante. Como
sabemos, Jijón y Caamaño dividió Panzaleo en tres fases, de la cuales,
segÚn los arqueólogos alemanes, habría evidencia de las fases II y III en
Cochasquí de otro lado, Pedro Porras (1980, 1970) cuestionó y reformuló
la secuencia de Jijón, presentándola en 4 fases, a las que llamó
"Cosanga-Pillaro" o simplemente "Cosanga", planteando que todo este
complejo tendría un origen oriental. En la medida en que los

21
arqueólogos alemanes (Schonfelder, 1981) proponen un origen oriental
de la "cerámica fina" se hace necesario examinar también la secuencia de
Cosanga. En fin, se trata del "problema Panzaleo".
Meyers (1975), como está dicho, centra sus estudios en el
componente lo "cerámica Tosca" que según todas las indicaciones es de
manufactura local y responde fundamentalmente a una función
doméstica, lo que se aprecia tanto por los restos de uso (hollín, p.e.) en
varias de las piezas encontradas, como por el contexto de deposición de
desechos dentro del que habitualmente aparece. En este sentido, el
mínimo porcentaje de cerámica fina de los contextos de desecho y, por
el contrario, su predominio o exclusividad en las tumbas o contextos de
ofrenda, induce a proponer una función ceremonial o habitualmente
“elegante” de ella, diferente al uso abundoso de la cerámica tosca.
Desde luego la producción local de la cerámica tosca de
Cochasquí no la exime de relaciones con otros territorios; en el Carchi y
Nariño (Territorio Pasto) hay cerámica doméstica muy similar en la
forma y aún en la manufactura, igualmente, la cerámica "llana", tosca u
"ordinaria de otros territorios vecinos, se le parece también en más de
un aspecto.
La clasificación de Meyers no es de carácter tipológico, lo que la
hace diferente de .aquéllas a las que estamos habituados los
americanistas, fuertemente impactados por la tipología. La organización
de la cerámica se hizo de acuerdo con su morfología; luego de advertir
que su producción es bastante homogénea, tanto en lo referente a la
materia prima como en lo relativo a la manufactura y otros rasgos
tecnológicos, la segregación morfológica se hizo a partir de los bordes y
las bases con privilegio lógico de los primeros. Hecha la clasificación,
ésta fue considerada cualitativamente como cuantitativamente en su
relación con las unidades estratigráficas. La muestra fue reducida
estadísticamente al análisis de las "curvas de popularidad", logrando
precisar 2 períodos mayores, tal como se advertía estratigráficamente; es
decir, hay congenio entre los cambios estratigráficos y los cambios en la
cerámica. Lamentablemente; el examen cualitativo de los cambios no
pudo contar con gran apoyo en "hallazgos cerrados", por que son muy
escasos y no alcanzan para formular una seriación (Meyers, 1975: 89).
Las observaciones de Meyers sobre la cerámica indican que ésta
parecía haber cambiado poco a lo largo de toda la secuencia, por la que
dice que: "Me pareció comprobar, por lo tanto, una situación semejante
por ejemplo, a la cerámica medieval europea". Desde luego, centro de

22
una formación social como la que estamos estudiando, no podemos
esperar cambios muy rápidos, menos aún en la cerámica doméstica o
común; la experiencia en otras partes de América es muy similar. Sin
embargo, como tampoco fue posible encontrar mayores cambios en la
cerámica fina, los arqueólogos alemanes se inclinan a pensar que este
"lento" comportamiento podría ser una característica común de los
pueblos de esta región, como aparentemente se probaría con la "larga
secuencia" de Cosanga (Porras, 1970) con cambios menores.
Estos pocos cambios (en un lapso de aproximadamente 500 años)
serían pues parte de los factores para una segregación no mayor de 2
fases; más aún, Meyers (1975: 109) considera que la "única conclusión
segura puede ser que existe una fase más vieja en la que dominan las
ollas zapato, y una más reciente en la que el ánfora de Cochasquí es
considerada como forma guía". En efecto, la fase I tiene como marcador
a las "ollas zapato" puntiagudas y la otra una larga ánfora de forma
particular.
De acuerdo con el cuadro de frecuencia (Meyers, 1975 fig. 7)
debería pensarse que las formas de bordes 1,3,9,22 y 26 y probablemente
5,7,8 y 20 corresponden a la fase I, mientras que las formas
4,15,16,17,18,19,21,25,31 y 34 se agrupan principalmente en la época
tardía. Allí, en ese cuadro de "curvas de popularidad” podría hablarse
también de las formas 29 y 30, como indicadores de una época
intermedia, aunque esa fase intermedia no se explicita con la suficiente
claridad. Nuevamente, nos encontramos con el problema que otras no
dispongamos del' 'corpus', preciso de cada uno de los textos tal como
corresponde a la opción metodológica de los arqueólogos alemanes, la
evaluación crítica y el estudio de las fases propuestas se hace difícil; por
el momento sólo se han publicado las interpretaciones y las
conclusiones, tanto en el trabajo de Meyers sobre la "cerámica tosca"
como en el Schonfelder sobre la cerámica fina. Esto resolverá cuando se
publiquen los informes finales, mientras tanto debemos someternos a la
autoridad de los autores mencionados.
Respecto a los marcadores morfológicos más definidos, se pueden
hacer algunos comentarios, pero de ellos, el más importante es el de
relaciones con la cerámica de la región de Pasto (Carchi y Nariño )
acuerdo con M. V. Uribe (1977-78: fig. 58), la cerámica que denomina
"vasija Mocasin" y que corresponde básicamente a la Forma 3 de
Cochasquí "zapatiforme" (Meyers, 1975: fig. 10, c-i), se encuentra largo
de toda la secuencia pastense, en asociación con los complejos Capulí,

23
Piartal y Tuza, lo que abre algunas interrogantes respecto al carácter de
"marcador temporal" que ésta forma tiene en Cochasquí I. Desde luego,
puede ocurrir que la "vasija mocasin" hubo de ser reemplazada por otra
en Cochasquí y que en cambio se mantuvo todo el tiempo entre los
Pastos que vivían en torno al Carchi y al Guáytara. De otro lado, la
forma -tipo de las fase II, la "ánfora Cochasquí", en tiene una clara
singularidad. (Meyers, 1975: fig. 11 j), tiene bastante parecido con la
clásica ánfora de Piartal ( antes conocida como Tuncahuan del Norte",
Jijón, 1952), más que con ánforas del tipo (Uribe, 1977-78: fig. 58); este
parecido sugiere parentesco, más bien que una simple situación de
convergencia, aunque se advierte que hay ánforas de Cochasquí que
imitan diseños Tuza. Meyers (1975) señala además, que la forma 5 se
parece a botellas Capulí. Por todos estos asuntos y por estar también
involucrado el Carchi en el "problema Panzaleo” discutiremos esto más
adelante de modo más intenso.
La cerámica tosca decorada es, en cuanto a su manufactura y
morfología. Muy similar a la no decorada y porcentualmente es muy
reducida, mal cocida y de estructura porosa, es claramente diferente a la
cerámica “fina" mayoritariamente decorada.
Meyes (1975:105) señala que estas vasijas no están muy alisadas y,
sobretodo en el interior, se pueden reconocer rastros muy notorios del
trabajo de alisado. Estas marcas de alisado se constituyeron, además, en
la principal forma decorativa de modo que aparte del engobe rojo que
cubre una buena parte de las vasijas en el exterior o alrededor del borde,
esta misma zona, cercana al vertedero, está decorado con rayas
verticales sub-paralelas ( es decir que siguen la misma dirección pero
que no son plenamente paralelas) derivadas del alisado; esta decoración
"aparece sobre todo en los estratos bajo los montículos (Meyers, 1975 :
105 ), es decir en el período I.
Señala el mismo autor que otros tipos de pintura son muy raros y
no aparecen en absoluto .en los estratos de la fase I (ibid.); en cambio, en
las capas del período II aparecen el blanco y el rojo en piezas que son
“pintadas en zonas" o "pintado lineal". En la primera categoría la
decoración se mayormente en el cuello de vasijas cerradas (por ejemplo
en la "ánfora de Cochasquí"); de vez cuando esta zona está dividida
alternativamente en trapecios o rectángulos blancos y rojos, lo que
duplica elementos decorativos de la "cerámica fina" de tipo Panzaleo,
aunque algunos recuerdan a Tuza. El "pintado lineal" parece más
generalizado se trata generalmente de franjas rojas y blancas verticales

24
que corren paralelas pendientes del borde y que cubren la zona del
cuello a la pared de la vasija en las escudillas y el interior de los platos.
Este régimen decorativo confirma nuevamente rasgos comunes con el
componente "fino" o Panzaleo y es importante tenerlo presente, dado
que es un buen argumento en el alegato de Meyers (1975: 107) “La
cerámica fina fue atribuida a la no autóctona (por el tipo de arcilla el
temperante nota de L.G.L.). ...Sin embargo, por esto no puede decirse
que se la debe considerar como importada. La interrogante del origen y
la extensión exacta de esa cerámica, no ha podido ser aclarada hasta
hoy. "Dentro del mismo rango de afinidad se encuentra la decoración
plástica, que aun siendo poco corriente reproduce el modelo Panzaleo
de "pezones en los bordes" de las vasijas, especialmente "compoteras"
(forma 29 de Cochasquí), decoración a la que Porras (1975) llamaba
"bordes con nudos".
1.3. Sumario
Los materiales discutidos hasta aquí, nos presentan un cuerpo
informativo muy rico en problemas, que afectan aspectos de orden
procesal y estructural de diversa naturaleza y magnitud.
1. De acuerdo con las excavaciones realizadas se aprecian dos
períodos de ocupación en Cochasquí; la diferencia más pronunciada
entre ambos reside en las construcciones monumentales, que siguiendo
la información existente estaría únicamente asociada a la época II, de
modo que en la época I, el sitio de Cochasquí no habría tenido ni
pirámides ni túmulos y habría sido una suerte de aldea más o menos
grande, aun cuando ya se habrían formando "tolas", como el montículo
"x" y es posible que ya hubiera pues viviendas sobre tales promontorios.
La segunda época, en cambio, de larga duración, sería la responsable de
la existencia de pirámides y túmulos y de una evidente estratificación
social. En este punto podría decirse que hay una contradicción con la
secuencia de Jijón y Caamaño, que diferencia a las "Tolas habitacionales"
(montículos construidos especialmente para hacer casas encima) de los
"montículos con pozo" (túmulos) en término cronológicos. Aquí se
demuestra no sólo que son contemporáneos, pero también
aparentemente correspondientes a un mismo complejo constructivo.
Hay pues que preguntarse si los montículos, de uno u otro tipo, tienen
antecedentes locales o son exclusiva creación de la gente que vivió
durante el período Cochasquí II. Para el efecto hay que revisar la
información proporcionada por los numerosos asentamientos con
"tolas" que existen en el "país Caranqui", dado que aparentemente es

25
posible seguir la historia de estos edificios monumentales en varios
sitios. A eso dedicamos el siguiente capítulo de este ensayo.
2.- La "cerámica fina" de Cochasquí, de ambos períodos,
corresponde aun estilo que ha venido siendo conocido como Panzaleo y
también Cosanga y Cosanga - Píllaro. Se supone que la "zona Panzaleo"
está al sur del país Caranqui y el sur de Quito, en Cotopaxi y
Tungurahua, o en el oriente, en torno del valle de los Quijos. La
secuencia de los Quijos, conocida como "fase Cosanga" parecería
haberse iniciado antes de nuestra era y haber continuado hasta el siglo
XVI, con lo cual su presencia en Imbabura sería pues muy reciente e
inequívocamente de origen oriental. Es necesario revisar este asunto,
porque el pie de sustento de las hipótesis tiene algunas debilidades,
siendo la mas significativa el hecho de que en la secuencia tardía de
Cochasquí (950 -1450 d. C.) se reproducen básicamente los mismos
elementos que constituyen toda la "secuencia Cosanga" de más de 15
siglos. De este asunto, que es además relevante para toda la sierra norte
del Ecuador, nos ocupamos en un tercer capítulo específicamente
dedicado al "Componente Panzaleo".
La "cerámica tosca" de Cochasquí muestra relaciones con la
región de los Pastos (Carchi-Nariño); queremos examinar esto en el
siguiente capítulo, donde además planteamos algunos problemas de
carácter corológico.
Un problema de otro orden es el que aparte de que la información
hasta ahora publicada es muy dispersa y reiterativa en algunos temas,
se nota la carencia del informe final de los trabajos realizados por la
Misión Alemana, lo que debilita enormemente el valor sistemático de
sus de conclusiones. Si en el nivel elemental de la cronología se
advierten estas carencias, es claro que serán aun más notables en la
descripción y trato otros problemas de compromiso mayor: falta de
descripción de las excavaciones, aun cuando se han publicado algunos
cortes (ver tomo 4 de “Pendoneros"); falta de protocolo de hallazgos
asociaciones específicas, con la prueba documental adecuada; la
descripción de los contextos y materiales se reduce a las categorías
elaboradas por los arqueólogos y no a los restos mismos, lo que debilita
mucho la base empírica de sustento del trabajo arqueológico; no se han
hecho comparaciones sistemáticas, aunque hubo un obvio intento de
hacerlo (Schonfelder 1981). La presentación de la evidencia arqueológica
ha sido descuidada a tal punto que incluso la publicación de los
hallazgos cerrados se debilita porque no se publican todos los

26
materiales; es el caso .de los hallazgos del túmulo "n", que Schonfelder
(1981) intenta publicar íntegramente, pero que, sin ninguna explicación,
no hace referencia a los especimenes 8, 9 y 10 ni en el texto ni en las
ilustraciones que tampoco aparecen en otras publicaciones sobre lo
mismo (Oberem 1970). A carencias, que serán seguramente subsanadas,
al publicarse los informes finales, hay que agregar las dificultades de
consulta de los artículos y trabajos ya editados, dado que aparte de que
hay traducciones defectuosas, ocurre que algunos cuadros (ejemplo, a
los de Schonfelder, tomo 4 de "Pendoneros") son casi ilegibles y no son
discutidos en ninguna parte. El trabajo de los arqueólogos alemanes
parece haber sido conducido con rigor y conocimiento; sus modelos
analíticos son además muy saludables para la americanística, en tanto
parten de la obediencia seria de los principios de asociación,
superposición y recurrencia que los americanistas no siempre
reconocen.
2. Los antecedentes locales de Cochasquí
En el territorio del "país Caranquí", y en ninguna otra parte más
de los Andes, se encuentra una consistente recurrencia de edificios
iguales a los que ocupaba Cochasquí en el período II. Se trata de unas
pirámides truncadas, construidas a base de tierra, piedras y "cangahua"
(una roca de origen volcánico o un paleosuelo), de planta cuadrangular
y que con frecuencia tienen una rampa de acceso, muy larga, que hace a
estos edificios diferentes de cualquier otro conocido en América; las
pirámides pueden presentarse también sin rampa pero de cualquier
modo están asociadas a otros montículos de planta circular y que
realmente son túmulos construidos con tierra para servir de mausoleo o
sepulcro de personajes enterrados en fosos excavados a 2, 3 o 4 ms. de
profundidad, con ofrendas de cerámica mayoritariamente
correspondientes al complejo o estilo que Jijón y Caamaño llamó
"Panzaleo II -III.
La definición del período Cochasquí II está aparentemente
confirmada por todos los hallazgos hechos en sitios con estos contextos
en el "país Caranquí", de modo que es posible afirmar que se trata de un
período no sólo perteneciente a Cochasquí sino a todo este territorio; así
lo prueban, al menos parcialmente, los hallazgos de Huaraquí
(Guignabaudet, 1853: Larrea, 1953 y 1953), los de Urcuquí, (Jijón, 19 ) y
sobre todo los Otavalo, Pisaquí, Sequambo, Chota, Socapomba y otros
sitios excavados o explorados por John Stephen Athens y sus asociados
en la década del 70. Son 15 a 18 sitios con las características señaladas,

27
ubicados dentro de un patrón que obedece, claramente, a un régimen
poblacional de agricultores ligados al cultivo de riego, con
concentraciones y formas de distribución derivadas del manejo de los
recursos hídricos y de tierras y, consecuentemente, diferenciadas en
rangos de mayor o menor riqueza.
Se trata de un período cuya edad se calcula entre los años 1250 a
1550 de nuestra era (s. XIII -XVI), a base de un considerable número de
fechados radiocarbónicos. Es un lapso en el que se sucedieron varias
generaciones y durante el cual se definieron y consolidaron los rasgos
indicados.
El período inmediatamente anterior, el de Cochasquí I, se
diferencia de modo notable de Cochasquí II; no se trata de UI1 simple
cambio cualitativo determinado por la aparición o ausencia de uno que
otro rasgo; la diferencia es de orden cualitativo, estructural. Mientras
que la existencia de las pirámides con rampa y sus asociados túmulos
circulares, diferentes al "pueblo" y sus enterramientos corrientes, nos sin
ajuar funerario hablando de una neta estratificación social, con
diferencias físicas en dos clases de pobladores (los que viven encima de
las pirámides allí. entierran en los túmulos y los que viven en el llano y
se entierran en el suelo), en Cochasquí I estas diferencias no son aun
manifiestas de modo abismal. La evidencia de Cochasquí (el sitio) es
que durante esta época no se construían túmulos ni pirámides aun
cuando pudieron ya iniciarse los hábitos de vivir sobre "tolas" (Ushpa
Tola). Si bien esto está así establecido en la secuencia de Cochasquí, en
cambio los materiales de la época I son insuficientes para definir sus
características estructurales, dificultando el análisis procesal. Para el
efecto debemos acudir a los estudios hechos por Athens y sus asociados,
quienes encontraron una secuencia complementaria a la de Cochasquí.
2.1 La secuencia de Socapamba
Athens (1980), a base de sus investigaciones en Imbabura, ha
propuesto una secuencia de 7 fases para el "país Caranquí", a las que ha
ordenado numéricamente usando tanto sus excavaciones como los
cálculos derivados de fechas radiocarbónicas. Esta secuencia incluye,
desde luego los dos períodos de Cochasquí, a los que ubica como
“Período Tardío" (Cochasquí II) y Fase 6 (Cochasquí I). De acuerdo y
depósito I esta secuencia, antes de la ocupación de Cochasquí se habrá
dado las fases 5, 4, 3, 2, y 1. Schonfelder (1981) no está conforme y
piensa que la fase 5 sería correspondiente a Cochasquí I, la fase 6
correspondería a Cochasquí I -II (época de transición) y la "Tardía"

28
correspondería a Cochasquí II. Si bien hay acuerdo para Cochasquí II,
en cambio están en debate las fases 5 y 6 y su relación con Cochasquí I.
Pasamos a discutir este problema a partir de las excavaciones realizadas
en e1 sitio de Socapamba.
Socampamba es un asentamiento ubicado al norte del nudo de
Mojanda, cerca de la hoya de Ibarra; es decir, está en la vertiente
septentrional del "país Caranqui" dentro de la cuenca del Chota, a
diferencia de Cochasquí que está en las faldas meridionales del
Mojanda, en la cuenca norte del Guayllabamba.
Se ubica a unos 4 kms. al norte del lago de Yaguarcocha y está
cortado por la carretera Panamericana
Es un asentamiento bastante grande, que contiene unos 60
montículos de los cuales 2 son pirámides con rampa. Hay también unos
30 túmulos, todos huaqueados, con excepción de uno, de una mujer sin
ajuar funerario de ninguna clase. La zona de los túmulos parece
solamente un cementerio, pues no se registraron restos de vivienda allí.
Athens excavó varios de estos montículos: 11, 12, 14, 15, 18, 19, 21,
22, 23 y 25, los que en su mayoría proveyeron materiales de la época de
Cochasquí II, confirmando los datos de Cochasquí, como en el caso del
montículo 21, pirámide con rampa definitivamente asociada a
elementos Cochasquí II (Athens, 1976: 64 y ss.) Los montículos y 19, en
cambio, permitieron el hallazgo de materiales anteriores.
Athens (1980: 127) comienza por señalar que los montículos 18
son similares en cuanto ambos contienen entierros múltiples y
superficies de vivienda. Sin embargo, en una inspección más meticulosa
se observan varias diferencias cuyo significado no está claro. En, primer
lugar, sus formas son diferentes. El montículo 18 es bajo y extendido,
mientras que el montículo 19 asume un perfil más cónico o hemisférico,
alcanzando una altura mayor (4.75 vs. 2.50 ms)". La descripción y los
cortes de ambos montículos señalan fuertes parecidos con Ushpatola,
(montículo x de Cochasquí) tanto por su morfología como por su
contenido (Athens, 1980' figs. 8 -12) de entierros y depósitos de basura.
Coincidiendo con la que se dice para Ushpa Tola (ver cap. ant.). Athens
indica que los montículos 18 y 19 no muestran evidencias de
construcciones específicas, pero "la acumulación de desechos en las
laderas bajos las superficies, parece indicar una función doméstica más
que cualquier cosa (op. cit.), agregando a tal función, receptores de
entierros (cuatro en el 18 y nueve en el 19). Esta observación es

29
interesante si se advierte que Ushpa Tola pertenece a a la época
Cochasquí I, lo que sería una confirmación adicional en el sentido de
que las tolas ocupacionales (a modo de "tell") son un rasgo previo a las
tolas sepulcrales y a aquellas totalmente construidas, como pirámides
de la época II.
De acuerdo con Athens (1976, 1980), mientras que la Tola 19
muestra evidencias de una sola ocupación, en cambio la 18 presenta
restos pertenecientes a 4 fases.
La Tola 18 (vamos a llamar así a los montículos "tipo Tell", para
diferenciarlos de las "pirámides", con o sin rampa, y de los "túmulos"),
presenta una superposición discontinua; en los niveles superiores hay
mezcla de materiales de los períodos I y II de Cochasquí, pues hay
restos del período tardío (Cochasquí II) en el nivel 1 (Athens, 1980: 130)
y también restos de muchas "vasijas zapatiformes" (idem: 134)
pertenecientes al período I (fase 6, de Athens); en cambio en los “niveles
medios e inferiores" aparecen materiales totalmente diferentes y que
Athens, a base de sus excavaciones en La Chimba, adjudicó a sus fases 3
y 4. Estaría pues ausente la fase 5.
Según Athens, los materiales 3 y 4 aparecían allí como parte del
relleno y no representarían restos directos de ocupación de la Tola
durante ese tiempo. Así pues, se habría construido una tola, en la época
Cochasquí I, con tierra mezclada con restos de épocas anteriores; este
montículo habría sido ocupado también en la época de Cochasquí II,
por lo que los "niveles superiores" son de ocupación del montículo y los
“medios e inferiores" restos de relleno. Observando el corte 2 (Athens,
1980, fig.9) de la Tola 18, esta interpretación nos parece poco adecuada a
los materiales superpuestos que forman el montículo, donde se
observan pisos y restos de deposición intercalados de modo más bien
secuencial; por cierto, la interpretación entra además en contradicción
con la definición de las tolas 18 y 19 que hace el propio Athens (1980:
127), donde señala que hay "dos superficies de vivienda" en el
montículo, y con su conclusión (ide,:133) de que: "Se puede notar que
esta cerámica pintada (fase 4) solamente se presenta en los niveles
medios, mientras que los fragmentos incisos (fase 3) ocurren en los
niveles bajos. El problema es que ni las excavaciones de Athens y sus
colegas, ni los materiales asociados, se han publicado hasta ahora y
lamentablemente no hemos tenido aún acceso a la tesis de Linda Goff
(1981) que discute la cerámica del programa conducido por Athens; esto
nos impide estudiar el problema con más seguridad y debemos

30
remitirnos a la autoridad de Athens: cuyo trabajo mayor (1980) trata
sólo del período tardío:
El montículo 19 es un caso particular, dado que corresponde a
una sola época de ocupación, carece de diferencias cerámicas en los
niveles excavados y ausencia de tipos que indiquen una ocupación
previa; no se encuentran aquí los tipos hallados en los niveles
superiores o medios e inferiores de la Tola 18 (Athens, 1980: 133), es
decir, no hay evidencias de Cochasquí I o II ni tampoco de la cerámica
del tipo de La Chimba (fases 3 y 4). De esta manera, los materiales de la
Tola 19 corresponderían a una fase diferente, a la que Athens llama “5”,
ubicándola entre las fases de Cochasquí ("Tardío" y "6" de secuencia) y
las de La Chimba (2, 3 y 4 de la secuencia). Una de las razones que alega
es que en la Tola 19 aparece una forma que el llama “plato con borde
somero", que es típica de su fase 6 (Cochasquí I) y del nivel "Tardío"
(Cochasquí II), pero que mientras que tiene un engobe de color "rojo
herrumbre" en las fases de Cochasquí, en cambio en la Tola 19
"solamente está presente con un interior pulido de engobe rojo" (Athens,
1980: 133); ésta sería un elemento de conexión entre los materiales del
montículo 19 con las fases tardías, mientras que "una pequeña cantidad
de apliqués de botones" (idem.p.128) permitiría conectar esta fase con
las más tempranas de La Chimba ( 3 y 4 ). Puede alegarse, también, que
en Socapamba 19 hay platos de cerámica con el "interior con pintura
negativa sobre engobe rojo claro" (Athens, 1980, fig. 15-1), que no
aparece en los períodos tardíos y que sí aparece en los tempranos (idem.
fig. 14-j). Así aparecería definida la fase 5, que por comodidad
llamaremos simplemente Socapamba 19, en referencia al sitio -tipo.
Como elemento diagnóstico complementario podría señalarse la
insistencia en el uso de unos adornos de "appliqué" con figuras
zoomorfas, especialmente sapos (idem, fig, 15, a,b,k; ver también
Athens, 1976, fig, 13 a-d), que están asociados abordes de escudillas; así
como compoteras con perfil de borde ondulado.
Por el momento, podemos aceptar, como hipótesis, que
Socapamba 19 precede a Cochasquí II, pese a que no tenemos evidencia
física de superposición y pese también a que los elementos diagnósticos
de la fase no aparecen suficientemente descritos como para hacer
deslindes precisos con Cochasquí I. Lamentablemente Schonfelder
(1981) no señala con precisión sus argumentos de porqué considera que
Cochasquí "I y Socapamba 19 representan una misma fase; cuando
presenta la cerámica adornada con "appliqué" (Schonfelder, 1981: tab.
XXX), es evidente que hay diferencias con las presentadas por Athens

31
como diagnósticas de Socapamba 19, del mismo modo como son
diferentes los "botones" agregados a la cerámica de Cochasquí (idem.
Tab. XXVI-2).
Si esto es así, podemos decir que Socapamba 19 y Cochasquí I
comparten una similar forma de organización de sus poblados, con el
uso de las Tolas para vivienda y entierros múltiples, con diferencias en
la cerámica que representarían una separación mayor que la de una
simple diferenciación de fases de una cultura. Efectivamente, Athens
(1980: 134), aparte de señalar las diferencias que hay entre los
componentes cerámicos de una y otra fase, indica que: " A pesar de que
Oberem y Meyers no lo han planteado, el período 6 (léase Cochasquí I)
puede también representar el uso inicial de la cerámica fina pintada,
tanto positiva como negativa" (se refiere, desde luego, a la "cerámica
fina" del tipo Panzaleo). Eso supone, supongo, que la "cerámica fina" del
montículo 19 es diferente a Panzaleo; implica en cambio la ausencia de
pintura positiva, que no aparece pese a la abundancia de "cerámica fina"
(Athens, 1980: Cuadro 13.p.132): 62 fragmentos, de los cuales 4 son
negativos, 2 punteados y 6 pastillages. Esto se verá mejor seguramente,
en el informe de Linda Goff.
Queda pues aún por saber si las Tolas tienen aún otros
antecedentes locales o no, lo que toca con el contenido de los niveles
medios e inferiores de la Tola 18 de Socapamba. Para discutir esto es
menester conocer la secuencia de La Chimba, que nos plantea un
problema adicional: en La Chimba aparece cerámica con pintura roja
(que desaparece en Socapamba 19?) en una época (fase 4) que Athens
considera anterior a Socapamba 19.
2.2 La secuencia de La Chimba
Según Athens (1980:128), en los niveles medios e inferiores de
Socapamba 18, se reproduce la secuencia encontrada por él y Osborn
(1974) en el sitio de La Chimba (P i 1) que se encuentra a unos 3 kms. al
E del pueblo de Olmedo. Se trata de un sitio sin montículos, excavando
en 1972 y 1974 (Athens, 1978 y Athens y Osborn, 1974) utilizando un
sistema de excavación, de niveles arbitrarios, con la modalidad del “test
– pits”, de pequeña área, de los cuales el Pozo 4 tuvo 250 m. de
profundidad "divididos en 15 niveles de aproximadamente igual
espesor" (Athens, 1978) y de donde se obtuvo la siguiente secuencia:
- Fase Temprana: Niveles 15 -14
- Fase Media: Niveles 14 -10

32
- Fase Tardía: Niveles 10- Sup.
Desde luego, en una excavación hecha con este procedimiento no
tiene caso discutir la estratigrafía y hay que limitarse a los datos que nos
proporcionan los cambios de los elementos culturales. El criterio para
establecer las fases se basó en la selección de atributos estilísticos
"mutuamente excluyentes en su ocurrencia" con un traslape máximo en
un nivel (Athens: 1978: 495), es decir una separación por presencia
ausencia de tales atributos y que son:
- La Chimba Temprano: cuencos con un diseño identado
exterior, ubicado bajo bordes prominentes;
- La Chimba Medio: cuencos mayormente carinados, con
incisiones diagonales en el exterior. Aparecen también
varios estilos de borde, así como engobe blanco en zonas
en el exterior de algunas piezas, botones aplicados y
engobe rojo en el interior; y,
- La Chimba Tardío: cuencos y cántaros con diseños
exteriores de color rojo de diseños geométricos simples.
El problema es que a todo esto Athens (1978; 496) agrega que: "La
cerámica de La Chimba es compleja, y hay un número de elementos
estilísticos diferentes y tipos cerámicos que no he mencionado aún", lo
que hace aún más difícil la crítica a partir de lo publicado. (Las citas son
traducción libre del texto original en inglés).
Materiales similares a éstos de La Chimba fueron encontrados
también en los alrededores del lago San Pablo, muy cerca de Otavalo y
que fueron originalmente interpretados como pertenecientes a una
tradición muy antigua llamada "Espejo", y relacionada con las culturas
Valdivia y Machalilla de la costa (Meyers, 1976, 1978; Meyers y
Reichhead). Tal como lo señala Athens (1978), parece vinculada con los
materiales de su fase media, tanto por las formas, como por la
decoración incisa o con botones aplicados: algunos fragmentos
asignados a la fase "Early Espejo" (Myers: 1976: fig. 2 g-h) podrían
además ser estilísticamente intermediarios entre la fase temprana y
media de La Chimba, en la medida en que aparecen puntos cerca del
borde ( en este caso de cuencos con labio redondeado directo)
combinados con un rasgo totalmente ausente en los fragmentos
publicados de La Chimba: círculos estampados con un punto en el
centro. De cualquier modo, puede tratarse también de un rasgo local

33
diferenciado, entre un sitio sureño, como Espejo, y uno norteño como La
Chimba.
La fase media es la que más se conoce, gracias a que además de
La Chimba y Espejo. José Echeverría y José Berenguer han excavado en
el sitio de Tababuela, en la cuenca sur del Chota, es decir en el extremo
norte del "país Caranqui", otro sitio con ocupación de esta fase
(Echeverría. 1981: fig. 40; Berenguer, 1984); lamentablemente, este
importante informe aún no se publica (Echeverría y Berenguer, Ms.) ni
siquiera en su forma preliminar.
Finalmente, sólo queda señalar que Myers (1980 A; 524) al hacer
una reseña sobre la clasificación cerámica que ha hecho Linda Goff
indica, además de las características publicadas por Athens (1978), que
hay vasijas con "asa puente" y "silbato" (Berenguer, 1984:4) y sobre todo
figurines con "mascadores de coca" y cerámica de intercambio que es de
procedencia foránea, lo que hace pensar en la cerámica Capulí del
territorio de los Pastos, que tiene a esos personajes como un elemento
diagnóstico. Athens, en ninguno de sus informes publicados se refiere a
esto, aún cuanto (Athens, 1976:77) menciona "el tipo Piartel (sic) de
cerámica, obtenido en los niveles medios de las excavaciones realizadas
en la Tola 18 del sitio Socapamba". En su cuadro 10 (Athens 1980- ubica
los figurines en su fase 3 (La Chimba medio) y podemos suponer que la
indicación de “niveles Medios” de Socapamba 18 puede referirse a la
Chimba Tardío, según se desprende del contexto de los trabajos
publicados por Athens y Osborn. Desde luego si el “figurín masticando
coca” es el que publica Berenguer (1984: fig. d; Athens y Osborn, 1974:
fig. 134; Echeverría, 1981: fig. 149h), su parecido con los “masticadores
de coca” de Capulí es apenas relativo a esta singularidad de almejilla
abultada.
En realidad, la fase mejor definida es la de La Chimba Medio, y
que Athens (1980) identifica como el Período 3 de su secuencia de
Imbabura. Incluso existen figurillas antropomorfas -tipo, que
permitirían aislarla (Berenguer, 1984). En el sitio-tipo se superpone a La
Chimba Temprano, complejo (fase 2 de Athens, 1980) que por ahora
sólo se conoce en esa localidad y en Im 11; y, estaría debajo de La
Chimba Tardío (fase 4, de la secuencia de Athens para Imbabura; 1980)
sobre la cual se tiene noticia tanto en el sitio-tipo como en Socapamba 18
(niveles medios), donde aparece mezclada con materiales de La Chimba
Medio, tal como lo comentamos antes.

34
Realmente, el aislamiento de La Chimba Medio en Espejo y
Tababuela valida la secuencia propuesta por Athens y Osborn para La
Chimba dado que aún cuando hubiese mezcla en la estratigrafía del
sitio, la no existencia de materiales del tipo temprano o tardío en esos
sitios, que, en su existencia como fases distintas. Está pues probada esta
secuencia; a esto hay que agregar que en ninguno de los sitios aparece
asociación con tolas o montículos de cualquier clase, confirmándose
también las indicaciones de Athens al respecto, inclinando la crítica
favorablemente hacia la tesis de que los niveles medios y bajos de
Socapamba 18 no necesariamente implican "inicio" de la tradición
constructivas de Tolas. Sin embargo, Athens (1980: 127) piensa que si
bien la construcción de montículos de tierra es una práctica
definitivamente arraigada durante Socapamba 19 ("periodo 5"), "hay
evidencia de que muy posiblemente haya aparecido tan temprano como
en el período 4" (La Chimba Tardío ): "Mi interpretación -dice- es que la
construcción de montículos probablemente comienza en el período 4,
incorporando , cerámicas de la ocupación previa del período 3 -sin
montículos- al relleno del montículo" (Athens, 1980: i 33).
La Chimba Tardío es un período que incorpora, según el Cuadro
10 de Athens (1980: 126), por primera vez diseños con pintura roja en el
"país Caranqui", además de la existencia de cerámica negativa que
seguramente procede de períodos anteriores, aún cuando no hay
indicaciones de ella en las fases media y temprana del sitio-tipo.
Los diseños con pintura roja sobre ante de La Chimba Tardío son
diferentes a los del Panzaleo que caracteriza la "cerámica fina; de
Cochasquí. Athens señala esto con insistencia y claridad (1980: 128): se
presenta esta decoración de líneas rojas solamente en jarros y platos con
superficie pulida, en el exterior: "en contraste, la pintura roja del
Período Tardío está principalmente limitada a las ánforas y usualmente
no tiene pulido exterior". Esta diferencia podría indicar que no existe
relación genética entre el estilo de La Chimba Tardío y Panzaleo, lo que
justificaría su ausencia en Socapamba 19 (que está entre La Chimba y
Cochasquí). Sin embargo, como veremos más adelante hasta el
momento es la única fase pre-Panzaleo con una decoración de esta
naturaleza, puesto que, como decía Jijón y Caamaño (1952), parece que
Panzaleo es un componente estrictamente tardío
Myers (1978:500) refiere que Linda Goff le informó que I;
cerámica del nivel superior de La Chimba es "resit painted" (Negativo)
lo que seguramente es cierto como -sin señalarlo explícitamente-

35
1(presenta Athens (1980: fig. 4j-k) en sus ilustraciones del material de
Socapamba 18.
Respecto a la decoración negativa, que excepcionalmente aparece
en Cochasquí, así como en Socapamba 19 y La Chimba Tardío, ocurre
que, en cambio, aparece como un rasgo característico de la "fase 1" de la
secuencia de Athens. La "fase 2" (Early La Chimba) está
insuficientemente descrita y no es, por tanto, una "evidencia negativa"
adecuada, pero en cambio, tanto en La Chimba Medio, como en Espejo
o Tababuela (Berenger, 1984:5) no aparece negativo, lo que le hace decir
a Meyers (1978:500) que esta carencia "es consistente con una fecha
Formativa para la fase Espejo". Así pues, habría un vacío de la "tradición
negativa" entre la "fase 1" y la "fase 4". Pasamos a examinar el problema.
2.3 El problema Malchinguí o la "fase 1"
La "fase 1" fue establecida por Athens a base de sus hallazgos en
el sitio Im 11 (Otavalo), en el corte e y el entierro 1. En realidad, en e]
depósito excavado se halló materiales asignables a La Chimba
Temprano y la definición de esta fase se refiere fundamentalmente a los
materiales provenientes de entierro. Se asigna a esta "fase" los
materiales provenientes de las 2 tumbas excavadas en Malchingí
(Meyers et al., 1975) y preferiremos referirnos a ella con el nombre de
este sitio, porque los argumentos y evidencias para la ubicación
cronológica sugerida por Athens no tienen mayor asidero.
En Malchingí, que es una localidad próxima a Cochasquí, se
produjo el hallazgo fortuito, "por un artesano que buscaba tierra en su
jardín para fabricar tejas" (Meyers, et. al. 1975:115), de dos "tumbas en
forma de pozo con cámara laterla" similares a las que Jijón y Caamaño
ubicaba en su período mas viejo del "país Caranqui". En la Tumba I se
encuentra 7 vasijas de cerámica y en la Tumba II había 6 de ellas. Una
muestra C14 procedente de esta última dio un fechado de 150 a C. (1800
_+ 70 AP). Los materiales de ambas tumbas tienen muchos rasgos en
común, lo que permite incorporarlas dentro de una misma fase. El rasgo
más significativo es la decoración negativa con diseños geométricos
simples, aún cuando aparece también "otra (decoración) obtenida
mediante el pulimento parcial de la superficie de la arcilla todavía
húmeda, antes de ser sometida al cocido. La decoración aparece en
forma de rayas verticales, colocadas irregularmente. Se distingue de la
superficie no decorada, por su brillo y su color rojo. En algunos casos
fue mojado en el engobe líquido, para obtener más brillo y quedar

36
destacado" (Meyers et. al.: 126). Esta decoración recuerda algo a la que
se usaba en Cochasquí I para la "cerámica tosca" (Meyers: 1975:105).
En Otavalo (Im 11) se excavaron tres tumbas, que se parecen a las
del Malchingí; la tumba 1 es un pozo sin cámara; la tumba 2 es igual a
las de Malchingí, con cámara lateral; y, la tumba 3 es un entierro de un
niño (Athens y Osbors, 1974). Igualmente, la cerámica es afín, de nodo
que puede incorporarse a la misma etapa.
El problema está en que hay diferencias radiocronológicas en
muestras obtenidas en Malchingí y Otavalo, pues mientras que una
muestra de Malchingí, tumba 2, dio una edad de 150 a C., como ya se
indicó, en cambio en Im 11 hay una fecha C14 de 820 a. C. (Tumba 1) y
otra de 720 a. C. (de la excavación: no necesariamente asociado a
materiales de esta fase), (véase apéndice C). Esta diferencia en los
fechados ha creado una gran confusión; ha sido, en primer lugar, el
factor principal por el que Athens ubicó estos materiales en su "fase 1",
sin ningún argumento o prueba arqueológica; en segundo lugar ha
inducido a una serie de conclusiones sumamente confusas, como la que
acepta la posibilidad de que esta fase haya tenido una "larga tradición",
sin mas argumento que los fechados radiocarbónicos. Lo curioso es que
a muy pocos se les ha ocurrido cuestionar las fechas por si mismas,
sobre todo conociendo, como sabemos, las debilidades inherentes al
método y las tremendas variaciones que presentan los fechados -sin ir
muy lejos - del Ecuador, en toda la sierra.
Es difícil asumir comparaciones con base en el material
publicado, pero valdría la pena escudriñar las semejanzas de Malchingí
con La Chimba Tardío o esperar más información concreta. Creemos
que por ahora su ubicación cronológica -relativa y absoluta- no tiene
ninguna base firme de sustento. Esta es una de las razones principales
por que no nos inclinamos a mantener las fases numeradas de Athens
(1980: Cuadro 10) y preferimos proponer la siguiente nomenclatura para
la secuencia arqueológica del país Caranqui:
Cochasquí II
Cochasquí I
Socapamba 19
La Chimba Tardío
La Chimba Medio

37
La Chimba Temprano
(Malchinguí)?
Más adelante discutiremos el problema de la cronología absoluta
predecible y su asignación a las épocas mayores reconocidas en la
arqueología de los Andes Septentrionales.
3. Cerámica Panzaleo
Panzaleo es el nombre que Jijón y Caamaño escogió para designar
una cerámica sumamente común en la sierra del Ecuador. Gracias a que
algunas de estas vasijas fueron encontradas por él en asociación con
ceramios inkaicos -en el Hospital Eugenio Espejo y el Barrio San Roque
de Quito -asumió correctamente que su fase más tardía debía ser
contemporánea con la conquista Inka. El nombre "Panzaleo" proviene
de un grupo étnico que vivió en la parte sur de la hoya de Quita en el
siglo XVI y que no necesariamente fue el responsable de la confección
de esta cerámica, de modo que debe desprenderse de ella la connotación
etnohistórica que pudiera tener al haber seguido las reglas de
nomenclatura que estaban de moda en tiempos de Jijón y Caamaño.
La cerámica Panzaleo tiene una dispersión muy grande en la
sierra ecuatoriana del norte; se encuentra en el "país Caranqui", en
Quito, Cotopaxi y Tungurahua y Quijos (en el tránsito alas tierras bajas
de la Amazonía). Su dispersión, sin embargo, no parece uniforme y, por
encima de todo, se inserta dentro de contextos culturales mas bien
diversos, por eso no es posible hablar de una cultura Panzaleo, sino
simplemente de un componente cerámico Panzaleo, copartícipe de
pueblos tan diferenciados como los del país Caranqui y los de Quijos,
para mencionar sólo las de más grandes diferencias. Una tumba fue
también a en El Carchi (Uhle, 1933:47-50), aún cuando evidente- bien el
II y el "territorio Pasto" (Carchi-Nariño) es sólo una expresión intrusiva.
Don Jacinto Jijón y Caamaño logró establecer 3 fases de su
complejo Panzaleo; las más reciente (Panzaleo III), a base de los
hallazgos , ya indicados (Jijón y Caamaño, 1952: 359-361) se caracteriza
principalmente por el uso de una combinación de pintura blanca y roja
sobre la superficie ante o beige de la arcilla, en vasijas
predominantemente en forma de ollas globulares con un cuello bulboso
y frecuentemente con base anular, y en platos en forma de "compotera"
(Jijón 1952: figs. 453- 462). El Panzaleo III es, además, el que más conoce,
al tal que, con excepción de la tumba de El Carchi ya citada, todos los

38
objetos procedentes de entierros documentados pueden incorporarse
dentro de esta fase del estilo, incluidas las tumbas de Cochasquí.
El Panzaleo II es una fase de muy difícil estructura y representa
esencialmente una hipótesis estilística del maestro Jijón y Caamaño.
Representa la "aparición" de la "pintura positiva", que desplaza y
reemplaza a la "pintura negativa" y al mismo tiempo es la que define los
caracteres formales más definidos del estilo Panzaleo, que se hacen
rotundos en la fase III. El problema es que no hay sustento arqueológico
contundente para sostener su presencia a base de asociaciones de
cualquier naturaleza y sólo el lote de objetos mostrados por Uhle (1933:
lam VII, figs, 2 y 5) procedentes de San Gabriel (Carchi), ofrece una
"prueba" de consistencia muy poco sólida. El mismo Jijón (1952:115)
confiesa que "De los diversos tipos de alfarería de la todos, salvo uno,
quedan perfectamente clasificados y decimos salvo uno por cuanto hay
otro que ocupa un lugar intermedio entre Panzaleo I y III, del que no se
ha estudiado aun ningún yacimiento especial, el Panzaleo II, al que
pertenecen los objetos importados, que se hallaron en un tumba de San
Gabriel".
Esta dificultad sistemática hace difícil separar consistentemente la
fase III de la II, pese a que Jijón (1952: 306-31; figs. 350-59) hace detalla
segregación de formas que por el momento no pasa de una separación
estilística sin la adecuada probanza arqueológica. Sin embargo, y en
(esta definición estilística, Jijón muestra algunas piezas (op. cit. fig. 355 y
356) que quizá se parecen a la cerámica de La Chimba Tardío.
El Panzaleo I, en cambio, es un estilo mucho más diferenciado y si
bien el II y el III pueden hasta confundirse, éste no. Comparte varios
atributos del Panzaleo; es cerámica delgada y fina, bien cocida y muy
liviana, porosa y permeable, sin engobe, con desgrasante de "polvo de
lavas pumíceas", "que le dan porosidad, poco peso y consistencia" (Jijón,
1952: 209).
La prueba arqueológica está aquí determinada por un cementerio
excavado por Max Uhle (1926) en Cumbayá, en la región de Quito.
Desde luego, la característica sintomática más notable, aparte de las
formas, es la presencia de la decoración negativa, la que se presenta en
las vasijas generalmente dividiéndolas en dos campos con líneas
verticales, reproduciendo el mismo diseño en ambos, y que se realiza
partiendo el campo con una diagonal y adornándolo con una figura de
grandes puntas o sólo un triángulo puntiagudo o uno escalonado que se
prolonga en un meandro triangular .En las compoteras decoradas, tanto

39
en el interior como en el exterior, se encuentran además hileras de
puntos y líneas dispuestas como tubos de una "flauta de pan" o "antara".
Se puede advertir que algunas de las formas del Panzaleo I
continúan, con cambios, en los dos subsiguientes períodos de Jijón, la
que es un buen argumento, desde el lado de la historia del arte, para
plantear la secuencia de ellos. Esta secuencia, que propone una fase con
decoración negativa, seguida de otra (s) con pintura "positiva", tendría
una confirmación muy válida en el "país Caranqui" y creemos, como
veremos luego, que también ocurrió la mismo en la región de Quijos. La
difícil fase La Chimba Tardío y la indeterminada (cronológicamente)
Malchinguí anteceden a la cerámica Panzaleo en la región que hemos
examinado; no es pues una mala hipótesis la de proponer un
antecedente "negativo" al complejo Panzalo en su conjunto, aun cuando
en el caso del cementerio de Cumbayá no esté probado que sea anterior
o posterior a nada, por el momento. Podría también agregarse una cierta
semejanza entre las "tumbas de Pozo', de Malchinguí y las de Cumbayá,
donde las fosas eran cilíndricas y excavadas en el suelo, con el depósito
de los huesos a manera de "entierro secundario". Una comparación
detallada de los materiales de Cumbayá con los del Complejo
Malchinguí, vale la pena de realizar, así como con otros similares en el
Carchi y en Quito (Toctiuco. p.e.). El padre Pedro Porras (1975: fig. 53 c-f
y fig. 43b) presenta algunas piezas enteras de Píllaro (?) y Oyacachi
(altos de Quijos), pertenecientes a este estilo, pero lamentablemente sin
asociaciones y hasta sin procedencia precisa.
Como vemos, la secuencia propuesta por Jijón y Caamaño tiene
algunas debilidades que, sin embargo, no desnaturalizan la consistencia
estructural de su definición del estilo cerámico Panzaleo, que está
bastante bien definido por él, al punto que si bien hay dificultad en
segregación de los objetivos por fases, por carencia de pruebas, en
cambio nadie puede equivocarse en establecer cuáles son y cuáles no
son "Panzaleo" en el conjunto de cerámica de la sierra norte del
Ecuador. El valor de un nombre reside, precisamente, en su capacidad
de permitir la identificación de los objetos a partir de su denominación.
Por eso creemos que no tiene sentido intentar cambiar el nombre
propuesto por Jijón para esta cerámica, no sólo en justicia de homenaje
al maestro, sino porque su valor clasificatorio es indiscutible. De lo que
se trata es de estudiar sus cambios internos a lo largo del tiempo y el
espacio; de eso se trata, porque además ahí está la debilidad de la
propuesta de Jijón y Caamaño y también la debilidad de los materiales

40
de Cochasquí, Socapamba y otros sitios, que por su poca cantidad, no
han permitido segregaciones específicas.
Quien intentó estudiar el "problema Panzaleo" de modo global
fue el padre Porras, habiendo excavado fundamentalmente en la región
de Quijos y luego en Píllaro. Vamos a referimos a estos estudios que
aparentemente cumplieron el papel de desautorizar a Jijón y Caamaño
introduciendo el nombre de Cosanga y Cosanga-Píllaro reemplazo del
de "Panzaleo" propuesto por Jijón.
3.1 La "fase" Cosanga -PílIaro. Puruhá,
El padre Pedro I. Porras Garcés, fecundo estudioso de la
arqueología ecuatoriana, ha realizado investigaciones sobre el
componente Panzaleo, a partir de excavaciones en varios sitios de
vivienda en la cuenca del río Quijos (Alto Napo) y en cementerios de
Píllaro, en la cuenca del Cutucho (Tungurahua), de donde, según él
(1980: 277) procede "el 80% del material recobrado por nosotros y por
otros estudiosos y actualmente reposan en los museos del país".
Se trata pues de materiales de dos fuentes de información
diferentes en el contexto de procedencia y en el territorio; uno de sitios
de vivienda en la ceja de montaña y en ambiente selvático y otro de
cementerios en la sierra misma, en el centro del territorio habitualmente
considerado como "típico" de la cerámica Panzaleo; la cuenca del
Cutuchi-Ambato.
A partir de ellos Porras ha elaborado una hipótesis muy compleja,
que propone una larga secuencia de la "fase Cosanga", de casi dos
milenios de vigencia, dividida en dos grandes períodos; el primero (I-II)
desarrollado en el oriente por cerca de un milenio, hasta 700 a.C.,
durante el período de los "Desarrollos Regionales' , y el segundo (III-IV),
provocado por migración hacia la sierra, entre 700 y 1550, durante el
período de "Integración Regional". El sitio-tipo de Oriente es Cosanga y
el de la Sierra Píllaro.
Lamentablemente, hasta ahora, el padre Porras sólo ha publicado
los materiales de Quijos (Porras, 1961, 1971, 1972, 1974 y 1975; Estrada,
1961) y sólo unas breves referencias a sus trabajos en Píllaro, de los
cuales, en cambio, hace algún uso gráfico (1975: lam. 49-52 y
posiblemente 53-59:1980; lam. 11; posiblemente también en Porras y
Piana, 1976: lam. 17).

41
La publicación de los materiales de Píllaro es de una importancia
fundamental en la arqueología de la región, porque por los pocos datos
insinuados por Porras (1975,1980) se hace posible precisar una
caracterización particular del contexto cultural Tungurahua, diferente al
de Quijos y también al del "país Caranqui", con íntimas conexiones con
la región Puruhá. Dice Porras (1975: 154): "En la misma provincia de
Tungurahua, y precisamente en Tunguipamba, sitio cercano a Píllaro, se
hallaron centenares de tumbas con ofrendas consistentes en ceramios de
estilo Cosanga (op. cit. lams, 49-52). En el mismo sitio posteriormente, el
autor de estas líneas tuvo ocasión de excavar unas cincuenta tumbas,
algunas contenían cerámica de estilo incásico, otras, de cerámica
Puruhá, y otras, finalmente, cerámica de estilo Cosanga asociada a
cerámica Puruhá". Agregando (Porras, 1980: 285) que en Píllaro: "Parece
que convivió pacíficamente, sin acertar rasgos ajenos, con la cerámica
Puruhá, dado que en tumba de la fase que nos ocupa la cerámica
utilitaria es de puro estilo Puruhá' '. Si estas observaciones de Porras son
ciertas, es evidente que la gente que usaba cerámica Cosanga (léase
Panzaleo) en Píllaro era totalmente distinta de la de Quijos y Cochasquí
y en cambio emparentada con la de Chimborazo, lo que a todas luces
parece lógico por su cercanía. Lamentablemente, las pocas piezas que
publica de este lote "Puruhá" procedente de Tunguipamba-Píllaro
(Porras, 1980: lam. 11b), son piezas que no necesariamente son típicas
del estilo que Jijón identificó con el nombre de Puruhá, ni mucho menos
con los complejos de Huavalac, Elén Pata o San Sebastián, que según
Porras (1980: 179, 271) son "Manifestaciones locales de una sola cultura,
la Puruhá". Los parecidos morfológicos son de carácter muy
generalizado y no diagnósticos, con excepción de unos pocos rasgos de
apariencia Huvalac, que apenas se aprecian en una u otra pieza del
grupo de objetos fotografiados; en realidad, la mayor parte de las vasijas
son una variante "tosca " de Panzaleo.
Desde luego, el carácter de estos hallazgos de Píllaro invalidarían
de algún modo la tesis de Porras en el sentido que la cultura o "fase"
Panzaleo se originó en la región de Quijos- Cosanga y que luego "los
portadores de la Fase Cosanga ..., desalojaron el valle posiblemente
acosados por las hordas de recolectores y cazadores al estilo de los
záparos, cofanes, jíbaros, para refugiarse en la serranía,
aproximadamente y de acuerdo a fechas radiocarbónicas, el siglo VII
(Porras: 1980:206); precisando que la gente del oriente huyó, "se vio
obligada a trasponer la cordillera" llegando al Carchi (tumba excavada
De Uhle en San Gabriel) por la depresión de Huaso; a Imbabura (fase

42
Cochasquí) por Pimampiro en el Chota; a Pichincha (los hallazgos de
Quito) por el paso de Guamaní, a Cotopaxi (no conocemos hallazgos
documentados) por Chalupas; y, a Tungurahua (Píllaro) y Chimborazo
no hay hallazgos "Panzaleos" documentados) por el corredor del
Pastaza. El problema de una hipótesis de esta magnitud, que propone
migración de gentes a toda la región en donde aparece la cerámica, es
que se contradice con la evidencia empírica. En efecto, si los portadores
de la "fase Cosanga" se desarrollaron en Oriente durante el primer
milenio de nuestra era y luego emigraron en todas estas direcciones, lo
que debiera esperarse es uniformidad cultural en el área de "migración"
y no una tal diversificación; es evidente que lo único que se difunde es
la cerámica que se asocia con contextos diferentes -incluidos diferentes
alfares doméstico -en cada uno de los territorios donde aparece el
componente Panzaleo". Curiosamente, en cambio no se ha examinado,
en ninguno de los alcances de Porras, la presencia de arquitectura de
terrazas típicamente Cosanga (esta vez si de Quijos) pero sin cerámica
Panzaleo en San Sebastián de Guano (Chimborazo), donde hizo Jijón y
Caamaño excavaciones efectivamente estratigráficas. (*)
_____________________________________
*Es oportunidad para aclarar el mito muy generalizado de que
fue Max Uhle el que introdujo la estratigrafía como método de
excavación. Porras (1980:179) llega a decir que Uhle "tiene el mérito de
haber traído a América el sistema de excavación por niveles", acusando
a Jijón de que lamentablemente él "prefirió las tumbas ...Estaba
convencido de que todo hallado en una misma tumba es
contemporáneo, lo que la práctica de campo demuestra equivocado".
Uhle jamás hizo ni promovió el tipo de excavaciones a las que se refiere
Porras Garcés; se le menciona como "introductor" de la estratigrafía
(Rowe. 1954) debido a un trabajo de superposición de tumbas que él
verificó en Pachacamac en 1896 y de su relación con arquitectura
superpuesta. Jijón, en cambio en varios trabajos, pero sobre todo en el
de Guano (1923), usó y manejó los principios básicos de la estratigrafía y
aún cuando sus excavaciones no estuvieron debidamente
documentadas y sus publicaciones defectuosas, en su tiempo nadie
manejaba en la América Andina los principios de asociación y
superposición con tanto acierto como Jijón, ni siquiera los "maestros"
norteamericanos como Alfred L. Kroeber que realizó un trabajo paralelo
al de Jijón en Maranga (Lima) con una diferencia metodológica abismal,
con notable superioridad de Jijón (1949 y Kroeber, 1954). Se hace pues
muy mal atacando a Jijón sin haberlo estudiado adecuadamente.

43
__________________________________
De otro lado, el poco material de Píllaro publicado por Porras
reproduce notablemente los atributos morfológicos y decorativos de la
cerámica excavada en Cosanga (Quijos), tal como lo reconoce el propio
padre Porras (1980: 210) que dice que se trata de "copias exactas". Si se
acepta que los materiales de Cosanga se dieron en el primer milenio y
los de Píllaro y otros de la sierra en el segundo, habría que aceptar la
hipótesis de una cultura con elementos formales inalterables a lo largo
de un tiempo tan dilatado y pese al cambio de ambiente. Desde luego,
las expresiones locales de la parte tardía (Cosanga-Píllaro III -IV)
aparecerían como inserciones de contacto que tendrían el extraño papel
de no influir en nada en la expresión alfarera original de la época
oriental (I -II). Esto es teóricamente improbable, pero además con muy
poco asidero empírico. Hay un doble problema: de orden cronológico
que es el principal, por un lado, y de orden corológico por el otro, que
afecta al análisis de las relaciones interregionales y a la dispersión de la
cerámica Panzaleo (o Cosanga ).
Si se acepta la propuesta de Porras, se crea una gran confusión en
el análisis procesal de la región, incluyendo la zona de Quijos o
Cosanga, donde se deben encontrar los restos de la ocupación post-
Cosanga (700-1550 d.C.) de los que no sólo no da noticia el padre Porras,
sino que a partir de sus excavaciones en Baeza, todo parece indicar que
la ocupación de su "fase Cosanga" llega hasta la época hispánica tal
como se desprende claramente del estudio realizado por Emilio Estrada
(1961) a base de los materiales excavados por Porras. Dice Estrada: "En
el cuadro de seriación, que forma parte de este estudio hemos colocado
el sitio B3 en la parte superior, por tener dicho sitio cerámica española,
pero aún mezclada con tipos claramente aborígenes. B3 es el sitio de
contacto de lo aborigen y lo español. La cuidad de los conquistadores
requirió también de la cerámica nativa, seguramente para el uso de los
indios del lugar, que les había sido asignado tareas domésticas,
agrícolas, o de cualquier especie dentro de la ciudad española...".
"Notable es la total ausencia de cerámica incaica. Dicha invasión no
parece haber llegado hasta el valle de Quijos. Más de hecho, sus
habitantes fueron conquistados por los españoles, tanto la cerámica
española fue encontrada allí entremezclada con la indígena”. (Estrada,
1961: 166-7). La "cerámica indígena" a la que se refiere Estrada es la que
Jijón llamó Panzaleo: Jijón -dice Estrada “establece como uno de los
componentes del período Panzaleo III, la de pintura blanca y roja. Esta
decoración la encontramos tanto en la parte superior como en la inferior

44
de nuestro cuadro. Considera dicho autor (Jijón) que sólo el Panzaleo III
es la cerámica presente en el valle de Quijos. Podemos nosotros
asegurar, sin embargo, que tanto el Panzaleo II como el III están
presentes allí, y que más bien es casi imposible diferenciar entre los dos
períodos de Jijón ...pese a la presencia del negativo en el sitio A,
característica del Panzaleo I, según Jijón, consideramos que la cerámica
del valle de los Quijos, o sea la cerámica extraída por el padre Porras,
sólo corresponde a los períodos Panzaleo II y III, de Jijón. Formas,
decoración, etc., así lo indican” (op. cit. p. 166)
Esta evidencia es rotunda; en el valle de Quijos, la fase Cosanga
existió hasta la época de la conquista española y sus portadores eran los
mismos a los que los cronistas -según Porras (1980:205)- describían
como conductores de "una cultura" muy primitiva y selvática" por lo
que no podían ser los mismos estudiados arqueológicamente, porque
estos supuestamente más antiguos- no eran primitivos " por sus obras
de ingeniería y eran agricultores en el sentido estricto del término”. De
esta aparente contradicción entre el dato etnohistórico y el arqueológico
Porras colige que los Quijos históricos eran diferentes a los Cosanga
arqueológicos, pese a que la evidencia arqueológica dice lo contrario.
Desde luego, si hubiese conocido el libro de Udo Oberem sobre los
Quijos históricos, recientemente publicado, los problemas del padre
Porras respecto al desarrollo de este grupo étnico en el siglo XVI no
hubieran sido tan graves; Oberem (1980:152) señala que las pocas
informaciones existentes señalan a los Quijos como productores de yuca
y maíz y "se mencionan también la papa, el camote, y la granadilla en
otra parte, Oberem (1980:157) dice que "Ya en el siglo XVI, la chicha era
la bebida principal de los Quijos. Pero aparte de la Yuca, se menciona
como de igual importancia la de maíz que hoy día casi ya con se dá. Este
hecho puede estar relacionado con que, en aquella época, las partes más
altas de la región de los Quijos, y entre ellos sobre todo la de Baeza se
encontraban más densamente pobladas, y en esos lugares, el cultivo de
maíz reporta mejor que en las partes más bajas y húmedas. Leyendo con
cuidado la etnografía de Oberem se da uno cuenta que los Quijos
corresponden, en su descripción, a los datos arqueológicos de Cosanga
y estos datos nos dicen, además, como ya vimos, que los Cosanga"
llegaron a ser coetáneos con los españoles. Por ahí la cosa va clara, es
decir que la hipótesis del "desalojo del valle" en el siglo VII, no
corresponde a la evidencia. Debemos pasar ahora al problema de la
profundidad cronológica de "Cosanga".

45
En esta dirección, nos basamos igualmente en las excavaciones
del padre Porras. Una atenta lectura de su libro "Fase Cosanga" (1975) y
sus demás obras, indica que hay aspectos de la aplicación del método
que deben ser replanteados; uno de ellos, el más grave, es el manejo de
los fechados radiocarbónicos; el otro, es el de la seriación. Nos referimos
a ambos.
3.2. La radiocronología de Cosanga.
Hemos venido llamando la atención sobre el uso de los fechados
radiocarbónicos en Cochasquí, Socapamba y Malchinguí y debemos
insistir en las graves dificultades interpretativas que se derivan de un
uso liberal del C14. Las muestras de C14 son un indicador cronológico
sujeto a criterios estadísticos y dependientes de una serie de factores
que se originan en la extracción de la muestra, el carácter y cantidad de
material, etc., aparte de los problemas intrínsecos del procedimiento de
análisis .radiocronológico. Las fechas no pueden pues ser asumidas
dogmáticamente y aisladas de sus concomitantes arqueológicos y
radiocronológicos.
Una fecha radiocarbónica señala la edad "probable" de un resto
orgánico concreto (carbón vegetal, hueso, concha, etc.), que por
asociación sirve como indicador de la edad "probable" de los restos
arqueológicos con los cuales aparece físicamente asociado. Esto significa
que existe una probabilidad dada (según se aplique lo 2 a) para
establecer la edad del resto orgánico sometido a medición isotópica; esta
probabilidad se extiende a una probabilidad no determinada de
contemporaneidad de los restos asociados a la muestra.
Un primer problema es pues el de la asociación arqueológica: un
contexto "cerrado" permite suponer que todos los hallazgos asociados
corresponden a "un mismo tiempo", lo que hace del hallazgo cerrado, la
prueba más firme de correspondencia entre un fechado C14 y los
objetos arqueológicos. Si el contexto no es "cerrado", el problema es
mucho más complicado, porque las asociaciones superpuestas o
estratificadas pueden provenir de desmontes, rellenos, deposiciones
fortuitas deposiciones circunstanciales, detritus, movimientos eólicos,
tectónicos o hídricos, etc. En el estudio de una tal asociación, debe
saberse de que clase de acumulación estamos hablando, porque sólo de
esta manera estaremos en condiciones de saber si los elementos
físicamente asociados son contemporáneos o no. Eso supone un
riguroso examen estratigráfico, que no se puede hacer con cualquier

46
tipo de excavación y mucho menos con el procedimiento
norteamericano de separar las capas "por niveles', arbitrarios.
De otro lado están los problemas de interpretación del método
radiocronológico. Se debe partir del hecho de que las muestras dan
probabilidades estadísticamente válidas de la relación C12 -C14, que
sólo son susceptibles de un resultado modal si se dispone de un número
adecuado de muestras equiparables. A medida que avanzan nuestros
conocimientos sobre el C14 y sobre los resultados del fechado, nos
vamos dando cuenta que las variaciones son de una magnitud muy
grande y que con gran frecuencia "invierten" los valores cronológicos
previsibles, de modo tal que con frecuencia alarmante, aparecen como
posteriores fechas que debieran ser anteriores; esto se da en Cochasquí,
en Socapamba (véase apéndice A, By C), y también en Cosanga, en
donde tiene especial importancia porque ocurre que la "larga" secuencia
propuesta por el padre Porras se basa específicamente en los fechados
radiocarbónicos. Las alteraciones radiocarbónicas son de tal magnitud,
que ponen en cuestión datos como los obtenidos para Malchinguí en
donde no se puede decidir "al voto" por cual fecha se inclina uno. Lo
malo es que los arqueólogos disputan decisiones de esa naturaleza y
"votan" por aquella que más se acomoda a sus ideas: unos "votan" por la
fecha más antigua; otros por la más reciente y finalmente los eclécticos
terceristas que opinan que ni uno ni otro, ambas fechas sirven y por
tanto se trata de una "larga fase".
En el cuadro No.3 se presentan las fechas obtenidas en las
excavaciones de Quijos, en el orden en que fueron encontradas en cada
sitio. No aparecen en este orden en el trabajo del padre Porras (1975:
147).
En el Corte 15, del sitio BOl (Minda), se tomaron cuatro muestras
de cuatro "niveles" diferentes: el nivel superior (0-10 cm) da una fecha
del siglo XIII d. C.; el cuarto nivel (30-40 cm. bajo la superficie) da una
antigüedad del siglo V a.C.; el siguiente nivel (40-50 cm.) que debiera
serán más antiguo, da una fecha del siglo XIX de nuestra era; y; el
último nivel (70-80 cm.) da una fecha en el siglo XVI. Si queremos
resolver estadísticamente la edad de los restos aquí excavados, aparte
de las incongruencias apreciables, tendríamos que decir que todo el
material cabría entre el siglo XII y el XVII (?) sin poder establecer las
edades específicas de cada "nivel". Habría que decir también que la
fecha del nivel 30 -40 es incongruente y por lo tanto debe desecharse.

47
Ocurre que en el Corte 15 (véase cuadro 4) se da una secuencia
completa de la "Fase Cosanga", partiendo del cuadro de popularidad
expresado en barras que elaboró el padre Porras (1975: fig. 23) Si
aceptamos la "media" estadística de las fechas, tendríamos que de
acuerdo a esta unidad de excavación toda la " “Fase Cosanga” está entre
quizá 1200 y 1600 d. C. (tomando como "tope” tardío presencia
hispánica).
Otro corte que presenta muestras superpuestas es el Corte 13, del
sitio BA7 (Mamallacta). Aquí hay cinco muestras procesadas; la del
nivel superior (0.10-0.20 m.) se ubica en el siglo XI d.C.; la que sigue
(0.20-0.30 m.) se ubica 2500 años antes, o sea en el siglo XV a.C. ; la del
nivel 0.40-0.50 da una fecha del siglo VII a.C., mientras que la de más
abajo (0.50-0.60) es mil años posterior (siglo IV d.C.) y la del nivel
inferior (0.60-0.70) es del siglo II a.C. A nosotros nos parecen
estadísticamente incoherentes estos fechados del Corte 13, dado que no
sólo no tiene consistencia secuencial como el anterior grupo de fechas,
sino que ni siquiera existe la posibilidad de un agrupamiento "medial"
que permita fijar parámetros probables. El conjunto de muestras es por
demás inconsistente dentro de una corelación estratigráfica; y aquí no se
presenta ni siquiera la deportiva opción del “voto”. De modo que ni
siquiera tiene sentido ver el cambio estadístico de "popularidad" del
componente arqueológico asociado (ver cuadro 4), que indica
aparentemente una mayor antigüedad de este corte, en relación con el
anterior, aún cuando aquí también se registra toda la secuencia.
Las demás muestras (véase cuadro 3) son relativamente aisladas y
proceden, cada una de ellas, de un corte diferente, de modo que no son
susceptibles de análisis secuencial; dan fechas del siglo V d.C. para el
nivel superior (0-10 cm.) del Corte 9, que a la luz del "cuadro de
popularidad" (Cuadro 4) debiera ser contemporáneo con el Corte 15, tal
como la sugiere también Porras al intentar "promediar” las .fechas del
Corte 15 y 9 (primer nivel). Hay una fecha del siglo I a.C. para el Corte
14 (nivel 30-40), siendo que esta unidad parece más bien tardía en la
seriación hecha por Porras (ver Cuadro 4). Finalmente el Corte 3 (nivel
40 -50) da una fecha "moderna", es decir de nuestro siglo, y el Corte 11
(nivel 40 -50) se ubica en el siglo XIX. Definitivamente, todos estos
fechados son inconsistentes.
El resultado de los fechados radiocarbónicos de Cosanga resulta
pues magro, independientemente de la debilidad de las asociaciones
derivadas del procedimiento de excavación "por niveles". No es posible

48
pues, suscribir los "promedios" establecidos por el padre Porras
(1975:148) que además de arbitrarios no fechan ninguna fase concreta.
La única serie de fechas que sin ser del todo coherentes, permiten una
"media" probable son las del Corte 15 y esa medida ubica –por C14 -a la
secuencia de Cosanga, toda, dentro del período de "Integración
Regional", contemporánea con Cochasquí II (1250-1550 d.C.). Desde
luego, este es un punto de partida adecuado para una discusión más
coherente con los hallazgos de Cochasquí, en donde el componente
Panzaleo tiene aun mayor antigüedad (Cochasquí I, 950-1250 d.C.)
El padre Porras, sin embargo, concluye que: "La posición de
cronología absoluta de esta Fase es certificada por varias fechas de
Carbón 14 y más de un centenar de fechas a base de hidratación de la
obsidiana, que la colocan entre el año 500 a.C. y se prolonga hasta el 800
d.C., que es cuando aparentemente desocupa parcialmente el valle e
invade las provincias norteñas y centrales de la serranía ecuatoriana,
posiblemente huyendo de las tribus de recolecto res y cazadores". Ya
hemos visto que para estos argumentos no hay asidero empírico
suficiente. Nos queda por examinar la "hidratación de Obsidiana".
El padre Porras no presenta ¡as fechas por muestras de obsidiana
y descarta la mayoría de las 126 pruebas elaboradas por L.F. Dixón en el
Laboratorio de la Smithsonian Institution de Washington, por
considerar que ellas dan fechados de factor geológico, "así como los que
tienen datación moderna" (Porras, 1975:148) sin mencionar siquiera
cuáles son las fechas desechadas. Sólo da a conocer los "resultados
promedio", o sea su interpretación de las fechas (op. cti.; p.149), que si
están establecidas como los "promedios" de sus fechados C14, entonces
no son ciertamente confiables; transcribimos el cuadro que presenta
Porras al respecto (1980:149):
Carbón 14 Hidratación Obsidiana
Grupo 1: 818 d. C. 906 d.C.
Grupo 2: 202 a. C. 762 d.C.
Grupo 3: 350 a. C. 663 d.C.
Grupo 4: 420 a. C. 219 d.C.
Si se compara las fechas de C14 transcritas en el Cuadro 3 y los
arbitrarios "promedios" de la primera columna, no se puede asumir otra
cosa que un alto grado de subjetivismo en el establecimiento de tales
"promedios", pese a que los fechados por hidratación de obsidiana

49
tienden a dar -todos -fechas mucho más recientes que los promedios
radiocarbónicos. Lo que no es explicable es que a partir de las fechas
publicadas, inclusive de los "promedios", pueda luego concluirse que en
Cosanga se ven 4 períodos y que: "De acuerdo al promedio de
dataciones absolutas, estos períodos hubieran podido tener
aproximadamente la siguiente duración:
- Período A: del 420 a. C. al 100 a. C.
- Período B: del 100 a. C. al 300 d. C.
- Período C: del 300 d. C. al 600 d. C.
- Período D: del 600 d. C. hasta una fecha indeterminada en
que pudo completarse el proceso de expansión hacia la sierra” (op. Cit.
P. 151). Esta propuesta cronológica ciertamente no tiene un fundamento
radiocarbónico y no puede pues usarse en tal sentido. Cualquier
conclusión o interpretación que se asiente en ella no tiene ninguna base
científica de sustento, sea de carácter empírico o hipotético.
Vale la pena examinar ahora el dato arqueológico, que se apoya
nuevamente en los materiales publicados por el padre Porras para
Cosanga.
3.3. La secuencia de Cosanga
Como se ha indicado unas líneas atrás, el padre Porras dividió u
"fase Cosanga" en cuatro períodos a base de una seriación basada en la
frecuencia y popularidad estadística de tipos de cerámica establecidos
con el sistema binomial estandarizado por los arqueólogos
norteamericanos. Para tal seriación, acude a los materiales provenientes
de los Cortes, 1, 3, 4, 10 ,6, 9, 14, 7, 11, 12, 13, 15, 16, 5 y 8 según el orden
de su presentación en el Cuadro respectivo de su monografía sobre
Cosanga -1975: 144-145). Dichos cortes fueron hechos en unidades de
área reducida variable y por niveles arbitrarios de espesor uniforme (10
cms. por "nivel").
Según Porras (1975:144-145): "La secuencia seriada de la Fase
Cosanga se basa principalmente en tendencias de popularidad de los
tipos cerámicos ordinarios. Fue tarea relativamente fácil interdigitar los
diferentes niveles de estos tiestos ordinarios dentro de la seriación
basada principalmente en el grosor del desgrasante... El análisis muestra
un aumento de frecuencia del tipo Cosanga Ordinario a la inversa de
Papallacta Ordinario ... Borja Ordinario ocupa casi exclusivamente el
tercio superior de la seriación y no presenta un cambio notable o

50
consistente de frecuencia". En realidad esta segregación de tres tipos
“ordinarios” es de algún modo la identificación de tres alfares
diferentes, aun cuando sólo se refieren a la diferencia en el tamaño de
los elementos temperantes. Observadas las curvas presentadas en el
cuadro de la Fig. 23 de Porras (1975), parecería que se trata de una larga
secuencia con un lentísimo proceso de cambio del aliar Papallacta al
Cosanga. Esta apariencia se desvanece cuando uno opta -como debe ser-
por segregar las unidades de excavación y observar la conducta de
cambio de los tipos en cada unidad, de acuerdo al orden de los niveles
(ver cuadro No.5). Hemos segregado algunas de estas unidades -
aquellas que tenían más niveles y alta variabilidad de tiestos- (ver
cuadro No.6) y apreciamos que en todos los sitios se reproducen las
mismas tendencias de cambio que aparecen en el cuadro mayor
presentado por Porras, con la diferencia que el sensación "cambio lente
o en una larga secuencia" desaparece y más bien se advierten cambios
más o menos rápidos en una corta secuencia, homogénea en todos 108
sitios, lo que habla de un poblamiento simultáneo del valle, o más bien
recurrente en todos los asentamientos examinados. El problema se
presenta en la frecuencia del tipo "Borja Ordinario" (de temperante muy
pequeño) que aparece sólo en algunos sitios y con tendencias
contradictorias, pues mientras que en el corte 6 (BA4) aparece
decreciendo, aún cuando se presenta sólo en los niveles superiores, en el
corte 12 (BA6) aparece en toda la excavación con tendencia creciente; en
el corte 13 (BA7) aparece en los niveles superiores pero al igual que en el
corte 7 (BA5) donde se presenta casi en todos los niveles, en proporción
estadísticamente no significativa. Esta ambigüedad o indefinición
estadística se aprecia también en la larga columna armada por Porras,
aun cuando parece que se trata de un componente esencialmente tardío.
El problema es que los cambios de la cerámica "ordinaria" no son
suficientes para apreciar los cambios de fases que pretende Porras, dado
que a partir de ellos se pueden separar las fases que se desee, o
simplemente 2 grandes períodos, uno con predominio de Papallacta y el
otro con predominio de Cosanga y presencia de Borja.
Los materiales decorados no ofrecen condiciones adecuadas para
un tratamiento estadístico simultáneo, por su poca cantidad; sin
embargo, cuando se los somete aun análisis de presencia-ausencia, los
resultados son sumamente interesantes (ver cuadro 7). A diferencia de
las fases de la cerámica ordinaria, donde seguramente son significativos
los cambios en la morfología, la cerámica decorada, que es la
propiamente conocida como Panzaleo, provee de indicadores

51
cronológicos muy precisos, con marcadores de tiempo que pueden
usarse mejor para fines comparativos temporales o corológicos. El
análisis por presencia-ausencia permite segregar complejos asociados de
tipos que se presentan formando contextos recurrentes; se diferencia del
análisis por frecuencias en el peso que se concede a la asociación más
bien que a la cantidad relativa de los componentes examinados; en
{ultima instancia, ambos procedimientos obedecen a las mismas leyes
de la recurrencia, que es un principio esencialmente estadístico.
En el cuadro 7, elaborado íntegramente a base de los datos
presentados por el padre Porras en su libro sobre Cosanga, que se
transcriben en el cuadro 6 en otro orden, se encuentra una clara
separación en tres fases, de la cerámica decorada.
La más antigua está representada por una asociación de 5 de los
tipos decorados segregados y descritos por Porras (1975):
1. Ribete Punteado (op. cit. p. 123 -125: fig. 26, 27, 28, 55a )
2. Borde Punteado (op. cit. p. 125-126; fig. 29-30. 50 c-e)
3. Pintura Negativa (op. cit. 122-123;fig.24 f-p)
4. Cerámica Modelada (op. cit. p. 120-122; fig. 25)
5. Rojo Engobado (op. cit. p.127: fig. 34 a-c)
De estos cinco tipos, tienden a desaparecer los dos primeros y en
cambio son reemplazados por 8 nuevos tipos:
6. Bandas Negras (op. cit.p.110; fig.24 a-e)
7. Rojo y Blanco (op. cito p. 130-132; figo 35 a-c)
8. Bandas Rojas (op. cit. p. 128-130; fig. 32.33.34 d-p)
9. Rojo sobre Blanco (op.cit.p.132-135;fig.35a-k 36-37)
10. Bordes con Nudos (op.cit.p.135-137;fig. 38-39)
11. Estampado de Anillos (op.cit.p.137-138; fig. 31a-d?)
12. Bandas Blancas (op.cit.p.140-142; fig.41); y,
13. Blanco Engobado
Los tipos 6 y 7 acompañan a los demás tipos por sólo un corto
segmento de la secuencia y así como aparecieron con los nuevos tipos,

52
desaparecen, en cambio, junto con los tipos 3, 4, y 5 que se mantenían el
comienzo.
La desaparición de estos dos tipos no va acompañada de su
reemplazo por otros tipos, aún cuando puede pensarse que eso es lo que
ocurre con el minoritario tipo 11, que aparece en la secuencia cuando los
tipos 8, 9 y 10 ya habían quedado solos, mientras se debilitaban los tipos
12 y 13.
De estas asociaciones recurrentes, es posible establecer 3 fases. A
efecto de proveer de un mayor número de elementos críticos para el
establecimiento de la secuencia, hemos acudido también a un análisis
estadístico de frecuencias a partir de los datos de Porras referido a la
cerámica decorada (ver cuadro 8). A tal efecto, tomamos como universo
estadístico el total de piezas decoradas recuperadas por nivel en todos
los cortes con un mínimo de materiales computables. El resultado
confirmó y ayudó mucho a interpretar el cuadro de presencia-ausencia
antes discutido permitiendo algunas separaciones más finas de fases en
los períodos establecidos.
Cosanga Temprano:
Esta fase está constituida por una asociación dominante de ollas,
cántaros y compoteras decoradas con puntuaciones, ya sea sobre el
labio de bordes engrosados y proyectantes o en cordones "(ribetes") en
el cuerpo esférico de las vasijas. Esta asociación dominante se aprecia
porcentualmente en el cuadro 8, en donde se aprecia, además, que está
acompañada con botellas, pequeñas ollas y cuencos altos decorados con
pintura negativa, que parece corresponder a la vajilla "fina" de esta
época, junto con una cerámica engobada de rojo (tipo 5) y la presencia
de modelado en algunas piezas, La cerámica "ordinaria", de debió ser
mayoritariamente "de cocina" es la Papallacta, en condición decreciente
y la Cosanga, en condición ascendente, en tanto que la fina arcilla
"Borja" es sensiblemente minoritaria. Esta fase temprana aparece aislada
en el corte 7 del sitio Manamishque (BA5) de Quijos, en las cercanías de
Baeza. Del mismo modo aparece de manera rotunda en el corte 9, del
sitio Banco Samana (BA4), también cerca de Baeza, en donde, sin
embargo, su asociación con los tipos 3-5 es más definida, así como -en
los niveles superiores- se hacen presentes los tipos tardíos aunque
débilmente.
Esta fase no tiene correlato con ninguna otra de las que tenemos
documentación conocida en el Ecuador, aún cuando puede tener

53
relación con las tumbas en donde la cerámica fina negativa es frecuente.
En Cochasquí I se encuentra la decoración punteada que corresponde a
los tipos 1 y 2 (Schonfelder, 1981: Tab. III, figs. 2-3; Tab. XVII-2; Tab.
XXV-4; Lam. IX-1 y 2) pero está asociada con otros componentes más
tardíos, de modo que puede pensarse que hay correspondencia bien con
la fase media de Cosanga, de la que hablaremos más adelante.
El Padre Porras (1975: lam. 50 c-e) publica dos compoteras con
borde punteado de Tuguipamba (Píllaro), de las que reproduce la
primera (Porras-Piana, 1976: fig. 81 b; y Porras 1980: fig. 30b)
asignándola a su "fase III-IV" (del período Integración); asimismo,
procedente de Píllaro (Porras, 1955: fig. 55 a) publica una olla con
“ribete punteado”, que luego asignó, la misma pieza, a las fases I-II, III-
IV o sea a todas las épocas (Porras-Piana, 1976: fig. 53 a y 81 a Porras,
1980: fig. 23a y 30a). Lamentablemente no se conoce la asociación de
ninguna de ellas. En el caso de Cochasquí, no hay piezas de este tipo
procedentes de tumba.
Cosanga Medio
La fase media se caracteriza por la extinción de las vasijas con
decoración punteada, de la que quedan seguramente algunos vestigios
al comienzo, del predominio de la cerámica con la decoración negativa
y engobada de rojo, así como la persistencia de modelado de figuras en
ciertas vasijas. En esta fase comienzan a aparecer también algunos
elementos que serán comunes en las fases posteriores, especialmente
constituidos por la aparición del engobe blanco y la pintura roja y
blanca para diseños lineales; estos elementos no existían en la fase
anterior. Asimismo, hacen su aparición tres componentes nuevos,
representados por vasijas finas decoradas con líneas o "bandas” negras
(tipo 6) y vasijas en forma de compoteras y ollas decoradas con pintura
roja y blanca (tipo 7) y rojo sobre blanco (tipo 9), las que se convierten
en componentes tardíos de la fase media, que tienden a desaparecer al
final de la misma, aunque la pintura rojo sobre blanco tendió a
mantenerse débilmente hasta mucho más tarde (véase cuadro 8).
Podemos pues, te ntativamente proponer dos sub-fases: una
Media A, con rezagos de la fase temprana y pleno dominio de
“Negativo” y el "Rojo Engobado" y una Media B, con muchas
innovaciones, donde son dominantes y sintomáticos los tipos "Rojo y
Blanco” y “Rojo sobre Blanco " con la presencia diagnóstica, aunque no
"popular”, de las “bandas negras”.

54
A nuestro modo de ver, la fase Media A, por la concurrencia de
los viejos tipos "punteados" y la introducción de la pintura roja y blanca
en la decoración (tipo "Panzaleo") coincide con la fase I de Cochasquí,
que de algún modo debe también ser contemporánea la fase media en
su conjunto (Schonfelder, 1981: tab. III; tab. X-4). La única cerámica
"negativa" adjudicada a la fase Cochasquí I por Schonfelder (1981:tab.
x-4), no procede del sitio-tipo. En cuanto al padre Porras, piensa que
debe ser contemporánea y aun más tardía que la cerámica pintada de
Cosanga no ofrece mayor información sobre este tipo, aunque presenta
una "botella con técnica negativa; hallada en Oyacachi (1975: fig. 43 b) y
algunos "cantaritos decorados con técnica negativa" procedentes de
Píllaro (Fig. 53 c-f), uno de ellos (c) parecido al ubicado por Schonfelder
en Cochasquí I y los otros parecidos a los de Malchinguí (especialmente
e y f). En sus obras de síntesis (1980: fig 30 e) ubica una de estas últimas
en su fase III-IV; consecuente con su idea de que sus propias
excavaciones estratigráficas invierten completamente la cronología
establecida para Panzaleo por don Jacinto Jijón y Caamaño. El Negativo
ocupa la parte superior o tardía de la seriación" (op.cit.p.212).
Lamentablemente, sus propios datos demuestran lo contrario, con lo
que las viejas ideas de Jijón se confirman de algún modo.
Jijón y Caamaño, como dijéramos ya, consideró el Panzaleo I
como una fase cuya característica más importante era la decoración
negativa, antecedente en formas a las fases Panzaleo II y III, en las que
aparecía la pintura positiva roja, primero, y blanca después.
Lamentablemente, esta "fase media" de Cosanga, de la que estamos
hablando, es insuficiente y bien podría ser que el Panzaleo I de Jijón
fuera parte de ella o aún anterior en otras regiones distintas a Quijos.
Este asunto del "negativo pre-Panzaleo" o anterior a la introducción de
la pintura roja y blanca en Quijos y el "país Caranqui" debe ser discutida
aparte, revisando la evidencia existente sobre Tuncahuán, Panzaleo I,
proto-Panzaleo II, Chilibulo-Toctiuco, Malchinguí y Capulí-Piartal; es
una tarea que requiere nuevas evidencias y un refinado manejo de los
pocos datos existentes. Aquí quedamos en este punto, señalando que
por cierto el negativo se pudo mantener -como de hecho ocurrió- aun
hasta tiempos inkaicos sin alterar las pautas procesales que la secuencia
nos muestra.
Cosanga Tardío
La fase tardía se identifica plenamente con la clásica cerámica
Panzaleo y está constituida por la concurrencia de ollas, ánforas y

55
compoteras decoradas con pintura roja y blanca, solas o en distintas
combinaciones y la desaparición de los elementos característicos de las
fases anteriores. Es notable, de otro lado, la popularidad creciente de
Cosanga ordinario y de la decoración hecha con líneas rojas y blancas,
así como las compoteras que tienen "nudos" en el borde. Al final de la
fase se hacen presentes unas vasijas que se distinguen por tener una
decoración de "anillos" estampados en los bordes. De algún modo
puede considerase también en esta época la cerámica "Borja Ordinario".
La fase tardía es la de mayores conexiones con otras regiones de
la sierra ecuatoriana. En realidad, corresponde plenamente al complejo
denominado "Panzaleo", aún cuando la fase media representa también
su "aparición" en Quijos. La fase tardía de Cosanga puede pues
proponerse coetánea y correspondiente a Cochasquí II y es ella la que
fue, seguramente en sus años tardíos, coetánea con la conquista incaica
en los valles interandinos, tal como lo prueban los hallazgos asociados
de los que hablan Jijón y otros autores. Los atributos de la cerámica fina
de Cochasquí II y los de Cosanga tardío coinciden en la concurrencia de
formas y decoraciones similares, aún cuando parece que hay diferencia
en la cerámica tosca y ordinaria, que lamentablemente no han sido
organizadas y descritas a partir de parámetros homologables. Sin
embargo, aparte de que en Cosanga no aparecen indicadores tales como
el "ánfora Cochasquí" (o la presencia de Tuza e Inka), el conjunto de
formas sugeridas por Porras no constituye un corpus morfológico
asignable a un mismo complejo.
Además, dentro de otros rangos de comparación, encontramos
diferencias más sutiles; por ejemplo, la decoración de tipo "bandas rojas"
(Líneas verticales paralelas segmentadas formando grupos de paralelas)
no aparece en Cochasquí, aún cuando allí esa misma decoración se da
en "bandas blancas". Ocurre que esta decoración tampoco aparece en las
vasijas publicadas por Porras (1975) como procedentes de Píllaro; sin
embargo, las colecciones de varios lugares, especialmente de Latacunga,
presenta cerámica entera abundante con este tratamiento.
Todas estas consideraciones no debilitan las semejanzas, al punto
que todos parecen estar de acuerdo en reconocer un mismo y común
lugar de origen para esta cerámica que habría sido luego distribuida en
varias direcciones de la sierra ecuatoriana por mercaderes tales como los
mindalaes quiteños. Nada de lo publicado hasta ahora indica que tales
productores fueran de los Quijos, dado que tanto allí como en el "país
Caranqui" aparece la cerámica Panzaleo como un componente

56
minoritario y tardío y no necesariamente local. La zona de Píllaro, las
proximidades de Ambato y el ignoto Cotopaxi podrían ser candidatos
notables para la cuestión de la alfarería panzaleana. Vale la pena
recordar que el padre Porras dice que la mayoría de las colecciones del
estilo Panzaleo proceden de Píllaro.
Lo que es evidente es que los que usan la cerámica Panzaleo no
son gentes de una misma cultura y corresponden a distintos niveles de
una formación social pre-urbana.
4.- Consideraciones Finales y Recomendaciones
Se ha hecho una revisión somera de los principales problemas
cronológicos que afectan a la secuencia de Cochasquí y el área
circundante, partiendo de la cerámica como un indicador principal de
los cambios suspectibles de examen en lapsos relativamente cortos.
Se ha iniciado la discusión con los datos procedentes del sitio
mismo de Cochasquí, derivando luego el debate hacia otras evidencias
que afectan de algún modo la comprensión del "país Caranqui".
Se ha procesado el análisis de lo cronológico partiendo de las
fases tardías y concluyendo con las más antiguas, a fin de ubicar
Cochasquí en el período preciso que le corresponde en relación con la
historia global de su área de desarrollo; se ha hecho, luego, el deslinde
de las fases de "Panzaleo" en la región de Quijos, de donde se presumía
podía proceder la "cerámica fina" de Cochasquí, en la medida en que se
suponía que en el oriente ("Cosanga") esta cerámica era muy anterior a
la del norte .
Está probado que en C.ochasquí existen dos fases bien definidas
de ocupación, que se estima cubrieron un lapso de casi 6 siglos (950-
1550 d.C.), que seguramente con más investigación podrán ser
segregadas en un mayor número de divisiones internas. Estas dos fases,
llamadas Cochasquí I y II, representan un período de grandes
acontecimientos económicos y sociales dentro de los que se dio inicio a
una sociedad definidamente estratificada y con un complejo desarrollo
económico y político (estos cambios no han sido analizados ni descritos,
dado que escapa a los fines de este estudio).
La más reciente es la fase Cochasquí II, cuyo signo más
característico es un "ánfora" alargada (forma 15) y la asociación de la
cerámica local con estilos "importados" muy definidos: "Tuza" e "Inka",
que establecen a las claras que esta fase es la última de la secuencia

57
prehispánica de la región y que participa de amplias relaciones con el
territorio de los Pastos (Carchi-Nariño). La presencia de la cerámica
Inka, a su vez, permite establecer que los productores de la cerámica
Cochasquí II estaba en plena actividad cuando se produjo la conquista
española en el siglo XVI. Se estima que su duración -como fase- fue de
casi 3 siglos (1250-1550) y que fue este pueblo el responsable de la
construcción de las "pirámides con rampa" y los túmulos para el
entierro de personajes importantes; asimismo, ésta es una época de
definida estratificación social, con moradores de palacios muy elegantes
en lo alto de las pirámides y habitantes del llano que vivían en casas
muy modestas en el "pueblo" y se enterraban en modestas tumbas bajo
tierra. Los portadores de esta cultura han sido llamados "Cara" por
algunos estudiosos, pero el deslinde étnico todavía requiere algunas
precisiones que aquí no hemos abordado.
El antecedente de Cochasquí II es la fase I, constituida por los
restos de un pueblo que no construía aun pirámides ni túmulos, pero
que ya estaba organizando sus viviendas elegantes en "tolas" que eran -
como los "tells" -producto de la acumulación de detritus, rellenos y otros
restos de ocupación. Estaba pues en proceso de organización una
sociedad estratificada en grupos progresivamente diferenciados. Los
marcadores -tipo más significativos son unas vasijas de cerámica en
forma de "mocasín" o "zapato" y la aparición de una cerámica "fina" que
luego sería muy popular en la fase II, generalmente conocida como
"Panzaleo".
En el "país Caranqui" (Imbabura y norte de Pichincha) hay
evidencias de una muy densa ocupación durante la fase Cochasquí II y
probablemente también durante la I, aun cuando queda por establecer
la magnitud poblacional a partir del estudio de los asentamientos
existentes. Como parte de este problema, queda por estudiar con más
detalle el problema de la "evolución" de las "tolas' " tanto en sus
antecedentes pre-Cochasquí, como en su proceso interno en Cochasquí
mismo. Es obvio que si se acepta como válida la cronología propuesta,
que abarca seis siglos de existencia con dos fases tan netamente
diferenciadas, se debe esperar un proceso de cambios internos
progresivos de dimensión temporal menor. En ese sentido, sería
recomendable estudiar las colecciones procedentes de las excavaciones
de la misión alemana o, si ellas tuviesen perturbaciones -como parece-
hacer nuevas excavaciones en los varios componentes segregados
(Pirámides, tolas, túmulos, "pueblo", etc.) a fin de estudiar con detalle
los cambios menores en los elementos asociados.

58
En cuanto a la cerámica Panzaleo, que aparece como el
componente doméstico y ceremonial cerámico minoritario frente a la
cerámica "gruesa" de Cochasquí, se ha venido presumiendo que tendría
un carácter "importado". Para verificar las hipótesis de procedencia,
hemos hecho un análisis de la secuencia de "Cosanga”, propuesta por el
Padre Porras Garcés, dado que se asume que ella representaría el origen
de la tradición "Panzaleo" y que rectificaría la propuesta de Jijón y
Caamaño al punto de dejarla obsoleta. Por tanto, se proponía también
dejar en desuso el nombre "Panzalo" sugerido por Jijón. El resultado de
nuestro análisis es que la fase Cosanga-Píllaro propuesta por Porras en
IV sub-fase, con una duración de más de 2000 años, tiene serias
deficiencias de procedimiento tanto analítico como interpretativo y que
la ocupación de Cosanga en Quijos tiene su reproducción en las 2 fases
de Cochasquí sin una diferencia cronológica significativa. A efecto de
poder entender el problema, se ha hecho una reformulación de la
secuencia de Cosanga a partir de la evidencia empírica ofrecida por el
propio Porras y se ha evaluado la información radiocronológica
conocida. Como resultado de ello:
1. Se desecha la reclamada gran antigüedad de la "fase
Cosanga", que no cuenta -desde luego- con sustento
radiocarbónico ninguno;
2. Se descarta una posible "migración" de los "Cosangas
selváticos" hacia la sierra "hacia el siglo VII", probando
que los Quijos históricos del siglo XVI eran los portadores
de la cerámica Cosanga en sus fases tardías, tal como lo
demuestra la evidencia empírica proporcionada por el P.
Porras en sus excavaciones en Baeza;
3. Se constata que la proporción de cerámica "Panzaleo" en
Cosanga y en Cochasquí son del mismo orden y
magnitud en relación a la cerámica tosca u ordinaria, lo
que implica que sus bajos porcentajes no son indicio
suficiente para proponer un "origen" en una u otra
dirección; por tanto, si hay dudas sobre el origen local de
la cerámica "fina" de Cochasquí por su bajo porcentaje,
las mismas dudas deben considerarse para ella en Quijos;
4. Se constata que la seriación de la cerámica Cosanga
revela hasta 3 fases, con cambios muy definidos de una a
otra fase, con indicadores precisos dentro de los mismos
tipos organizados por Porras, aun cuando el orden y

59
jerarquía de tales tipos es totalmente diferente a los que
propone Porras. Para probarle, se ha accedido a los
mismos procedimientos analíticos que usa dicho autor ya
otros complementarios que pudieron ajustarse a la
naturaleza de su ba se empírica;
5. Esta nueva secuencia permite establecer comparaciones
más fecundas con las dos fases de Cochasquí,
comprobando ciertas coincidencias y, sobre todo,
constatando que son equivalentes y a todas luces
contemporáneas. Sin embargo, en Quijos se pudo aislar
una fase (Cosanga Temprano) que no existe
aparentemente en Cochasquí, aunque hay indicios que
puedan suponer simplemente una inadecuada
representación en la muestra conocida. De cualquier
modo, la secuencia de Cosanga exige un mayor
afinamiento de la secuencia de Cochasquí, que tiene una
gran debilidad analítica y descriptiva en relación a este
material "fino".
No existe pues base ninguna para una hipótesis que sustente un
"origen oriental" de la cerámica Panzaleo y, por el momento, tanto
Cochasquí como Cosanga quedan en el mismo rango de indefinición
respecto a la procedencia de este complejo cerámico, que por su
distribución y uniformidad debe, efectivamente, haber tenido un centro
de producción y distribución común a comunidades tan diferentes
como la de los Quijos y Cochasquí, Ni en Quijos, ni en Cochasquí, por
otro lado, hay evidencias sobre una posible producción local de la
cerámica Panzaleo. Debe mirarse, en esa dirección, el territorio
interandino de las cuencas de Cutuchi-Ambato (Cotopaxi y
Tungurahua), que están a la espera de examen arqueológico.
Finalmente, respecto al origen de la cultura local de Cochasquí,
representada fundamentalmente por las "Tolas habitacionales", se ha
revisado la secuencia del "país Caranqui". El resultado es que las tolas
comienzan algo antes de la ocupación de Cochasquí en una fase que ha
sido aislada en Socapamba (montículo 19) y que tiene como indicador
cronológico más destacado el uso de una cerámica con adornos
"aplique", especialmente en forma de sapos. Antes de esta fase no se
conocen tolas; hay una larga ocupación de "Desarrollo Regional" que fue
identificada en el sitio de La Chimba y segregada en 3 fases
aparentemente bien diferenciadas aunque deficientemente definidas.

60
No hay antecedentes conocidos de las fases de La Chimba, y hay aún
varios problemas por esclarecer, especialmente aquellos relativos a las
tumbas de Malchinguí, a las que el arqueólogo Athens ubica como
anteriores a La Chimba sin prueba ninguna.
No se ha abordado el problema de las relaciones externas de
Cochasquí, porque escapan al interés de este informe. Además, es una
tarea que requiere más detalle descriptivo del que es accesible. Creemos,
sin embargo, que hay evidencias indiciarias de contactos y /o relaciones
con Esmeraldas y Tumaco, con la región de los Pastos (Carchi-Nariño ),
con Quijos, Quito, Cotopaxi, Tungurahua y Chimborazo, pero tales
relaciones sólo podrán resolverse mediante comparaciones basadas en
una fuente bien definida de material empírico.
Parece recomendable, finalmente, hacer una extensión de los
estudios sobre sitios tan importantes como Zuleta, a fin de contrastar la
información de Cochasquí en términos procesales y estructurales.
Por todo lo indicado, nos permitimos recomendar:
1) Independientemente de la publicación que deberá hacer el "Grupo
Ecuador" de Bonn de los protocolos de excavación y los materiales
recuperados, debería poderse revisar las colecciones existentes a fin
de obtener una fina secuencia de los 6 siglos de ocupación del sitio
Cochasquí, lo que permitirá entender la forma y características del
proceso de cambios operados entre las fases I y II, que toca con un
tema nuclear en la arqueología; el tránsito de las sociedades
igualitarias hacia aquellas complejas escindidas en clases.
2) Aunque tales colecciones fueran aún accesibles, deberán hacerse
excavaciones que al menos aborden los siguientes temas:
a) Excavaciones en varias pirámides, tendientes a establecer si
fueron de ocupación simultánea o no y cual fue su rango
temporal de uso; tales excavaciones permitirán afinar, además,
el asunto de la función y uso específico de cada una de ellas, a
partir de la recurrencia de contextos;
b) Excavaciones en las plataformas circulares anexas a las
pirámides, a objeto de determinar su edad relativa y su función.
Sobre ellas no hay noticia en el material publicado;
c) Excavaciones de túmulos y /o tolas, a fin de tener una muestra
más representativa de los primeros y sobretodo de las últimas,
de las que sólo hay referencia para "Uspha Tola".

61
d) Excavaciones en el "pueblo", tratando de abordar sectores no
examinados, buscando establecer su área por fases y aspectos
tales como el patrón del asentamiento (también en perspectiva
diacrónica).
Estas excavaciones deben partir, por supuesto, de un riguroso
examen morfológico y estratigráfico de los contextos, lo que implica un
tiempo largo de trabajo y la participación de arqueólogos con
experiencia, que podrían a su vez formar a estudiantes. Por cierto, esto
debe estar sujeto aun programa especial a largo plazo. En Cochasquí
existen las instalaciones de infraestructura adecuadas como para
sostener un proyecto de esta naturaleza y lo único que habría que
adicionar es algo de equipo para el funcionamiento de un laboratorio
decampo eficiente.
3) Debe hacerse una prospección rigurosa del "país Caranqui”, con el
objeto de lograr una buena base de hipótesis para el estudio de los
patrones de poblamiento de la zona. Ya existen algunas
aproximaciones, como la prospección aerofotográfica patrocinada
por el Museo del Banco Central con la ORSTOM (Gondard y López,
1983) y el recorrido que hizo el personal del Proyecto Cochasquí,
pero se necesita completar estos trabajos mediante muestreos
sistemáticos y ampliación de los registros a fin de incorporar no
solamente sitios con evidencia arquitectónica visible, sino todos
aquellos que como La Chimba, Tababuela, Espejo, etc., no tienen
este tipo de información externa. En esta dirección, ya hay algún
avance con los trabajos de Athens en torno al Lago San Pablo. En
términos de Cochasquí, este programa prospectivo cumplirá la
función de establecer la relación temporal y funcional del sitio en el
contexto regional y por cierto de la sociedad que la ocupó.
Cochasquí es evidentemente un sitio importante en la región ¿a qué
nivel y desde cuando? Debe poder examinarse su posición relativa
con sitios extensos y menores, con obras hidráulicas, con acceso a
recursos agrícolas y de materia prima, etc. Todo eso sólo puede
originarse en un examen del área.
4) Finalmente, creemos que deben hacerse excavaciones de
contrastación en sitios afines, no sólo para verificar las fases
registradas sino todos y cada uno de los elementos de análisis
propuestos, tanto al nivel de la función y la forma, como al de la
producción. En este sentido, debe pensarse principalmente en un
sitio equivalente, que sirva también para contrastar la evidencia de

62
Socapamba, creemos que el más adecuado es Zuleta, donde nos
parece fundamental hacer excavaciones prospectivas de verificación
de los rasgos detectados en Cochasquí. Complementariamente,
excavaciones menores en sitios pequeños (tipo "bohío” o de
elementos aislados como "Paila Tola") servirían para conformar un
marco de referencia muy significativo para el estudio estructural de
la cultura de Cochasquí.
Si bien escapa al entorno inmediato de Cochasquí, debiera
promoverse una prospección extensiva, arqueológica, de Quito,
Cotopaxi y Tungurahua, pues sólo a partir del esclarecimiento de las
formas culturales de estas regiones, podremos lograr una imagen
coherente de la formación social que dio origen a Cochasquí. Hemos
elaborado un cuadro (cuadro 9) y un mapa de toda el área (mapa 1)
para dar cuenta de las necesidades de investigación que existen a nivel
de todo este territorio.
Apéndice A- Fechados radiocarbónicos de Cochasquí
PIRAMIDE E
Hv 1274/561 903 +_ XX 1020n.e. Pozo 3, quizá tumba, cámara Este
Hv 1275/562 690 +_ 50 1260n,e, Pozo 3, quizá tumba, cámara E q.
parte inferior en cangahua.
Hv 1276/621 720 +_ 20 1230n.e. Corte 4, Pozo 6, Capa 19-20
Hv 1282/517 390 +_ 50 1560n.e. W5-8m.N. 15-25, sobre plancha cocida
Hv 1283/573 475 +_ 65 1475n.e. 4-7m.N 15-25, sobre plancha cocida
Hv .1284/649 465 +_ 50 1485n.e. 1-3m. N 15-25m, sobre plancha cocida
Hv 1285/656 425 +_ 45 1525n.e. Sobre plancha cocida
Hv 2286/661 190 +_ 60 1760n.e. Sobre Plancha cocida
Hv 1287/714 185 +_ 60 1765n.e. Huecos de poste
Hv 1288/738a 255 +_ 60 1695 n.e. Huecos de poste
Hv 1289/7 38b 405 +_ 65 1545n.e. Huecos de poste
Hv 1290/778 370 +_ 60 1580n.e. Huecos de poste
Hv 1292/779 440 +_ 60 1510n.e. Huecos de poste

63
PIRAMIDE K
Hv 1281/789 700 +_ 100 1250n.e. Rampa Sur de la Pirámide, Capa VI.
Corte estratigráfico "ultima capa".
PUEBLO
Bn 2032/2.11 1020 +_120 930n.e. Corte 28 (1.75-190 +) "última capa"
TUMULO n
Bn 2034/384 980 +_ 70 970n.e. Debajo Planum 5, restos de madera
TUMULO a
Hv 1269/114 920 +_100 1030n.e. Parte de una olla de madera
Bn 2033/114 890 =70 1060n.e. Parte de una olla de madera
TUMULO A
Hv 1277/7.19 890 +_ 60 1060n.e. Cuadrante SE, en P1, pozo Grande
Bn 2035/719 910 +_ 60 1040n.e. Cuadrante SO, Planum 1.
Hv 1278/721 975 +_ 105 975n.e. Cuadrante SO, bajo P2, debajo
molde 1 en Cangahua
Hv 1279/727 705 +_ 100 1245n.e. Cuadrante SW, hueso 1 al borde
del Pozo, quizá Poste.
Hv 1280/742 860 +_ 65 1090n.e. Cuadrante SO, pozo en arena
café, borde del Montículo
AJAMBI
Hv 1291/751 610 +_ 60 1340n.e. Capa mas baja, restos de una
choza quemada.
MONTICULO X
Mont. X S1 995 +_ 60 n.e.
S4 1020 +_60 n.e.
S4 1230 +_20 n.e.
S4 1260 +_50 n.e.
S4 1295 +_ 65 n.e.
S4 1415 +_ 200 n.e.
(Shomfelder 1981: 249-53)

64
Apéndice B -Fechas de Socapamba
Montículo 21 CWR -146. Lente de ceniza 1190+_100 760 d.C.
- en relleno expuesta, carbón
- Fecha rechazada, muy antigua
- para la cerámica asociada no
- conforme con la prueba DIC 755.
Montículo 18 DIC 386. Corte 2.2 ms. bajo 1270+_75 680 d.C.
- la SuP. catálogo 93. Carbón.
- Selectado de lente de ceniza y
- Carbón.
Montículo 19 DIC -387. Ent. 7, nivel 8, 1550+_70 400 d.C.
- hueso humano, fecha
- Problemática (ver muestra
- DIC -608)
Montículo 19 DIC -608. Nivel 9, 2,40 m. 1190+_55 760 d.C.
- bajo la sup. cat. 209. Carbón.
- Fecha problemática al borde
- del (ver muestra 387), de lentes
- de ceniza y carbón, sobre el
- piso "C".
Montículo 18 DIC-609. Entierro 2, 350+_140 1600 d.C.
- nivel 2. Hueso humano.
- Hueso casi mineralizado.
- Fecha edad mínima.
Montículo 15 DIC -754. Corte 1, nivel 3; 480 +_ 70 1470 d.C.
- 0.65-0.80 m. bajo la sup. cat.
- 277, carbón. Colect. en el área
- del piso de basura
Montículo 21 DIC-755, Corte 6,0.85m. 600+_60 1350 d.C.
- bajo la Sup. Cat. 341. Carbón.
- Excelente muestra de caña
- quemada del muro, asoc. Con
- el piso A.
(Athens, 1980; cuadro 14)
Apéndice C -Fechas de La Chimba y Malchinguí
CWR -72 1220+_40 730 d.C. La Chimba. “No
parece correcto”.
DIC -388 2100+_100 150 a.C. La Chimba 4. nivel
13 “(Buena)”

65
CWR -62 2670+_560 720 a.C. Im 11, "Pit feature”
DIC -195 2770+_1130 820 a.C. Im 11. "Burial"
BONN -2030 1800+_70 150 a.C. Malchinguí. Ent. 2
(Athens, 1978 y 1980)

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ILUSTRACIONES

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La presente edición de 1.000 ejemplares se terminó de imprimir
en el departamento Gráfico del H. Consejo Provincial de
Pichincha, como un aporte a las Jornadas Culturales 1990, en la
administración del Dr. Marco Landázuri Romo, Prefecto Provincial
de Pichincha y en la Jefatura del Lcdo. Alfredo Costales
Samaniego, Jefe del Programa Cochasquí.

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Luis G. Lumbreras es doctor en antropología, profesor Emérito
de la universidad Nacional Mayor de San Marcos, Director del
Instituto andino de Estudios Arqueológicos (INDEA) y ex-
Director del Museo Nacional de Antropología y Arqueología. Su
contribución a la arqueología latinoamericana ha girado en torno
a la búsqueda de un método de análisis del proc eso cultural
andino, el mismo que debe ser rescatado en su esencia
regional y en sus peculiaridades locales. Entre las numerosas
publicaciones del Dr. Lumbreras, se puede mencionar De los
Pueblos, las Culturas y las Artes en el Antiguo Perú (1969), Las
Fundaciones de huamanga. Hacia una Prehistoria de Ayacucho
(1975), La Arqueología como Ciencia Social (1981),
Arqueología de la América Andina (1981) y Chavin de Huantar
en el Nacimiento de la Civilización Andina (1989).

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