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Pedro Henríquez Ureña
Pedro Henríquez Ureña
Crítico de América
Henríquez Ureña tenía que compartir su tiempo entre la labor científica del filólogo y el
trabajo de escritor. Este dilema no era extraño a la filosofía del lenguaje de esta época que
sin duda había leído. Karl Vossler, seguidor en cierta forma de la filosofía de Benedetto
Croce, planteaba que el estudio de la lengua se debe tratar desde dos puntos de vista muy
diferentes pero complementarios:
Ambos filósofos estuvieron bastante influidos por la formulación del lenguaje, como
expresión del genio o carácter de una raza, formulada por Guillermo de Humboldt en el
romanticismo alemán. Los estudios del lenguaje de Henríquez Ureña no van a estar
solamente integrados a sus estudios sobre las formas de expresión, sino también a su labor
americanista y patriótica.
En su último estudio sobre “El español en Santo Domingo” deja bien clara la relación que
existe para él entre la lengua y el sentido patriótico:
Henríquez Ureña cree que dedicándose al estudio de nuestro lenguaje se está dedicando a
una de nuestras partes sustanciales. A aquella parte a la que tanto Andrés Bello como
Rufino José Cuervo habían prestado también atención porque sabían que era uno de los
principios fundamentales para mantener unidas a las naciones hispanoamericanas.
Es importante tener en cuenta que Don Pedro se dedicó, dentro de la filología, al área de la
dialectología. Del español se preocupó, fundamentalmente, del español de América y, de
éste, del español de Santo Domingo.
Le interesaba el español como se hablaba en América, y no tanto como se debería hablar.
Pensaba que un buen gramático tenía que estar siempre respaldado por un conocimiento
filológico profundo. Sobre Cuervo nos dice: “Y lo que da inconmovible superioridad a su
Gramática es la amplitud de visión, de doctrina lingüística y de erudición filológica” (Obras
Completas, IX, 327).
Don Pedro estudió el español de América tal cual como se hablaba, con sus regionalismos y
arcaísmos, pero esto no impidió que se preocupara también por establecer los principios de
la norma culta de los niños y bachilleres con sus dos libros fundamentales: El libro del
idioma realizado junto con Narciso Binayan y la Gramática Castellana realizada en
colaboración con Amado Alonso.
Esta clasificación la mantiene hasta su último trabajo filológico titulado El español en Santo
Domingo publicado en Buenos Aires en 1940. Estudio que fue casi el único instrumento de
los lingüistas americanos hasta la década de los sesenta.
Ha sido criticada por José Pedro Rona por incluir la zona del guaraní junto con la del Río de
la Plata y por el olvido de clasificar al papiamento como una zona lingüística aparte, es
también criticada por Vladimir Honda por establecer los criterios de división “no asentada
principalmente en los hechos del lenguaje…”.
Cuando algunos autores consideran los trabajos filológicos de Don Pedro, como poco
científicos, por desconocer la terminología y los últimos avances de la fonética, no debemos
olvidar que el lenguaje no se da fuera de la historia de los pueblos sino que, al contrario, se
encuentra muy unido a ellos y en este punto siempre Henríquez Ureña tendrá algo que
decir, porque creemos difícil que existan muchos especialistas de su talla en la historiografía
hispanoamericana.
Además de su visión histórica, no olvidemos que Henríquez Ureña tenía una facultad
acústica bastante educada en la ortología y en la música que le permitía, sin conocer los
últimos instrumentos de la fonética, distinguir con facilidad un fonema de otro y llegar a
conclusiones bastante acertadas en este campo, aunque él mismo dijera en “El español en
Santo Domingo”:
“La descripción que doy enseguida está hecha a grandes trazos, con meras
impresiones. Esperamos descripciones rigurosas del gran maestro de la
fonética española, D. Tomás Navarro Tomas, que en 1928 visitó el país y
estudió el habla del sur y del este”. (Obras Completas, IX, 239)
Henríquez Ureña estudia con mayor detalle las zonas de México y América Central y la
zona del Caribe. En 1937 realiza dos estudios “El español en la zona del mar Caribe” y “El
español en México y sus vecindades”; en el primero predomina la descripción histórica y
geográfica de la zona por encima de la descripción fonética, en el segundo existe ya la
descripción fonética de la zona.
“El español en México y sus vecindades” precederá a otro gran trabajo realizado por el
Instituto de Filología de Buenos Aires también acerca de la zona dialectal de México. Sobre
esto nos dice Henríquez Ureña:
“El libro sobre México y su español (colección anotada por mí) debe salir en
abril: yo corrijo los índices alfabéticos, que son muy largos… En este mes
sale un libro de diversos trabajos sobre el español en México y la América
Central: de las 500 páginas unas 200 son mías”. (Obras Completas, VIII, 301
y 316)
En la polémica sobre el andalucismo del español americano se crearon dos grupos: los no
andalucistas, representados fundamentalmente por Henríquez Ureña y Amado Alonso, y los
andalucistas, representados por Ramón Menéndez Pidal y Rafael Lapesa.
La polémica en sí nos ha hecho olvidar los diferentes matices con que el problema ha sido
formulado por sus defensores y opositores, situación concreta que ha afectado el verdadero
estudio de los planteamientos de nuestro autor.
Por pertenecer al lado que actualmente le toca perder en la contienda, se han olvidado aún
más los aciertos parciales que le corresponden a Henríquez Ureña en la solución del
problema. Generalmente, cuando se habla de antiandalucismo en la obra de Don Pedro se
toman en cuenta solamente “Observaciones sobre el español de América I” (1921), “El
supuesto andalucismo dialectal de América II” (1930), Observaciones sobre el español de
América III” (1931). No son considerados “La lengua en Santo Domingo” (1919) y “El
español en Santo Domingo” (1940), lo que no tendría mayor importancia si se encararan en
su totalidad los artículos que van de 1921 a 1931, pero generalmente esto no sucede.
Los trabajos sobre Santo Domingo abren y cierran los estudios filológicos de Henríquez
Ureña y nos dan una idea de cuál fue su evolución con respecto a la teoría del andalucismo.
De su primer artículo, “La lengua de Santo Domingo”, podríamos decir que el
antiandalucismo no ha sido formulado y que en el trabajo se reconoce una gran semejanza
fonética entre Santo Domingo y Andalucía: “En las Antillas predomina una pronunciación
semejante a la andaluza, y abundan los individuos en cuya boca se debilitan o alteran o
pierden la mayor parte de las consonantes en final de la sílaba” (Obras Completas, III, 343).
El rasgo fundamental señalado por Henríquez Ureña para la semejanza entre los dos
dialectos es la relajación de las consonantes a final de sílaba: “El caso de la “s” final es bien
conocido: las cosas, “Las cosas”, pero sólo por ser el más frecuente” (Obras Completas, III,
343).
Henríquez Ureña piensa que existe “el andalucismo” en América y va más allá, él, “no
necesariamente”, revela que no ha dejado de considerar la influencia andaluza directa en el
español de América como una posibilidad remota pero posible en 1921.
En 1925 publica su artículo “El supuesto andalucismo dialectal de América” donde aparece
Rufino José Cuervo como apoyo de la supuesta tesis antiandalucista de Henríquez Ureña
con su famosa frase: “toda la Península dio su contingente a la población de América”.
Guillermo Guitarte trata de probar que Cuervo no era antiandalucista, como Henríquez
Ureña pretende, para supuestamente darle mayor valor a su tesis:
“Rufino José Cuervo, figura máxima de la filología hispánica en el siglo XIX y
sin duda valor señero para cualquier época, tenía una visión muy amplia y
profunda de la historia del español americano y toda referencia a un aserto
suyo debe situarse convenientemente dentro de las líneas maestras de su
pensamiento, sopena de atribuirles ideas que jamás pudo tener. Esto es lo
que inadvertidamente hizo Henríquez Ureña al esgrimir, contra la pretensión
de que hubiera rasgos andaluces en el habla hispanoamericana, la frase de
Cuervo; “Toda la Península dio su contingente a la población de América”.
(GUITARTE, Guillermo. Cuervo, Henríquez Ureña y la polémica sobre la
andalucismo de América, 20)
Estamos seguros de que Cuervo admitía rasgos andaluces en el español de América como
Henríquez Ureña también lo hacía. El problema es que Cuervo no era ni andalucista ni no
andalucista, porque no se había planteado en su tiempo la polémica en dichos términos.
En sus “observaciones sobre el Español de América II”, Henríquez Ureña admite claramente
y sin reservas rasgos andaluces en el español de América: “Hay, sin embargo,
coincidencias especiales de la América español (sic) con Andalucía. Las semejanzas son
ligeras, a veces ligerisimas en las tierras altas del Nuevo Mundo”; son más abundantes en
las tierras bajas” (HENRIQUEZ UREÑA, Pedro. Obras Completas, VI, 195).
En la época en que Henríquez Ureña escribe, todavía no había sido suficientemente bien
estudiado el español de España para establecerse la fecha precisa en que habían surgido el
seseo y el yeísmo en Andalucía, de ahí sus reservas por señalar al seseo andaluz como
rasgo típico americano: “Pero, aparte de que no se puede probar el predominio andaluz,
ignoramos hasta que punto estuviesen definidos en el siglo XVI los rasgos que ahora son
característicos del habla andaluza” (Obras Completas, VI, 200).
No creo que Henríquez Ureña hubiera tenido inconveniente en rectificar su tesis si los datos
estadísticos le hubieran demostrado que verdaderamente Andalucía predominaba en la
conquista de América. ¿A qué más puede aspirar un verdadero investigador sino a tratar
que su trabajo sea utilizado e incluso derrumbado parcialmente por los hallazgos
posteriores?
En su último artículo sobre “El español en Santo Domingo”, tiende aún más hacia el
andalucismo, porque el rasgo que le era difícil admitir en la totalidad de América, le era más
fácil de aplicar a Santo Domingo que pertenecía a las cosas de América: “El vocabulario y la
sintaxis del español, son, en Santo Domingo, de fuerte tinte castellano; pero la fonética,
queda dicho, tiene semejanzas con la andaluza” (Obras Completas, IX, 109).
En última instancia, el gran apoyo de la teoría andalucista en América van a ser semejanzas
de carácter fonético que Henríquez Ureña no negó. Ese maravilloso instrumento que
poseía, su propio oído, no le permitió nunca caer en las generalizaciones que tanto
detestaba, ya fuera el andalucismo o el no-andalucismo. Para terminar este punto,
concluimos con una frase fundamental formulada por Angel Rosenblat, compañero de
investigaciones de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña en el Instituto de Filología de
Buenos Aires:
“Un español común de España integrado por el habla de todas las regiones
peninsulares y ‘teñido de andalucismo’ es conclusión que sin duda hubieran
aceptado plenamente Henríquez Ureña y Amado Alonso, y que yo admito sin
reservas”. (ROSENBLAT, Angel. Simposio de México, 186-187)
La pureza del español dominicano es mantenida en su artículo de 1919 sobre “La lengua en
Santo Domingo”:
Aunque “pureza del lenguaje”” y “arcaísmo” son dos términos bastante diferentes, se
encuentran estrechamente vinculados en las observaciones de Henríquez Ureña sobre el
español de Santo Domingo ya que arcaísmo no conlleva una connotación peyorativa de
estatización del idioma por falta de evolución, sino que, al contrario, el hecho de que el
español de Santo Domingo sea arcaico debiera ser motivo de gran orgullo para el pueblo
dominicano porque de alguna forma lo remite a sus orígenes y a la riqueza de su período
colonial. En 1940, cuando escribe “El español en Santo Domingo'', aparece ya el término
arcaísmo y no el de “pureza del lenguaje”.
Entre la caracterización del lenguaje en Santo Domingo como puro en 1919 y la atribución
de rasgos arcaicos al español de Santo Domingo, mediaba una larga labor en el campo de
los estudios filológicos que probablemente le permitió una observación más aguda del
español dominicano en su viaje realizado a la isla (1931 a 1933).
Pero fundamentalmente (a pesar de la gran cantidad de datos de que dispone en 1940 que
no poseía en 1919 y de un conocimiento y vocabulario más especializado en el área
lingüística) sus apreciaciones generales sobre el español dominicano siguen siendo las
mismas: el arcaísmo del español de Santo Domingo y sus rasgos fonéticos muy semejantes
a los andaluces.
Su labor podría, entonces, ser incluida dentro de la semántica histórica ya que no le interesa
tanto a nuestro autor el significado actual del vocablo, sino los diferentes significados que ha
adquirido un significante a través de su historia. Digámoslo con respecto a la palabra
“Caribe”: “Como se ve, la palabra se llenó gradualmente de significados, partiendo del
etnográfico lingüístico, que conserva: el histórico (enemigo de los españoles) el descriptivo
(antropófago), el metafórico” (Obras Completas, IX, 12).
A un estudio de Semántica histórica somete las palabras “Papa y Batata” señalando cuál
fue le primer término utilizado históricamente que fue la palabra batata de origen taíno,
correspondiente a la planta convolvulácea, dulzaina, de tierra caliente. Posteriormente se
descubre y utiliza la papa (planta solanácea), vocablo proveniente del quechua y fruto de las
zonas eminentemente templadas.
Le interesa tanto a Henríquez Ureña la historia de los vocablos que se preocupa por
averiguar “El enigma del aje” , palabra totalmente desaparecida dentro del idioma. Señala
los dos significados correspondientes históricamente a la palabra aje, batata y ñame. Por
haber tenido los dos significantes que siempre predominaron sobre “aje”, esta palabra
desapareció:
Estudia la palabra boniato y declara que sobre ella hay anarquía. Tratando de evitar que
esto suceda, les da un consejo a los lexicógrafos: “... .es lástima que no dé el nombre
botánico, costumbre que haría bien en restaurar”.
Del pronombre “ello” estudia su progresiva desaparición dentro del idioma, su función
gramatical y los sitios donde todavía se conservaba para su época.
Los estudios lingüísticos expresan con nitidez una de las normas de vida de Henríquez
Ureña; la claridad. Claridad que iba a eliminar, según él, la mayor parte de los problemas
latinoamericanos. En “Volvamos a comenzar” nos dice:
Por eso somete al español americano a ese análisis constante, porque a través de él aspira
a despojar de toda sombra nuestro usual instrumento de expresión.
En 1927 Pedro Henríquez Ureña, junto con Narciso Binayan, importante profesor de la
Argentina, publica El libro del idioma destinado a los niños de 5° y 6° grado de primaria. El
libro tiene como objetivo fundamental el lograr en el niño facilidad para aplicar el castellano
en las diversas situaciones comunicativas de su vida. Ejercitar la escritura de una carta, un
billete, una exposición. Posee atrás un pequeño diccionario que aclara a los alumnos los
términos difíciles y ayuda a adquirir un mejor vocabulario.
No existe en este libro ni un solo concepto teórico gramatical, todo en él es aplicación del
lenguaje; concuerda entonces El libro del idioma con los conceptos emitidos en el artículo
“Aspectos de la enseñanza literaria en la escuela común”, aparecido tres años después de
este libro; pertenecen ambos a una misma etapa histórica dentro de la producción de
Henríquez Ureña. Sobre la gramática nos dice en este artículo:
En términos de Auram Noam Chomsky, El libro del idioma estaría destinado a desarrollar en
el niño su “actuación” lingüística. La “competencia” lingüística innata, con la que está dotado
desde su nacimiento le permitirá reconocer las categorías gramaticales de la teoría
tradicional. Lo importante es que el niño use con propiedad y adquiera seguridad en el
lenguaje, que domine su actuación.
Los objetivos que Don Pedro quiere conseguir en su primera etapa Argentina con respecto
al lenguaje son eminentemente prácticos por eso, paradójicamente, considera a la literatura
como “útil”.
En la Gramática Castellana que realiza con Amado Alonso en los años de 1938 y 1939, la
orientación es diferente en cierto modo. Destinada a los bachilleres, existe en ella una
reflexión sobre las categorías gramaticales, un internarse en la teoría de la competencia. No
se pretende adquirir con ella solamente un apropiado uso de la actuación, sino que se
intenta ahondar en los conceptos y definiciones contenidos en las gramáticas tradicionales.
La interacción entre el segundo patrón (la gramática de Bello) y el tercer patrón (las normas
gramaticales de la Real Academia) se observa claramente en el análisis que hace la
Gramática Castellana de los tiempos verbales (Gramática Castellana, Primer Curso, 111).