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Pedro Henríquez Ureña

Crítico de América

El Estudio del Lenguaje

Henríquez Ureña tenía que compartir su tiempo entre la labor científica del filólogo y el
trabajo de escritor. Este dilema no era extraño a la filosofía del lenguaje de esta época que
sin duda había leído. Karl Vossler, seguidor en cierta forma de la filosofía de Benedetto
Croce, planteaba que el estudio de la lengua se debe tratar desde dos puntos de vista muy
diferentes pero complementarios:

“Hemos encontrado, pues, dos momentos distintos en los cuales la lengua


debe ser estudiada y juzgada, según esto, de diversa manera:

El momento del progreso absoluto o de la libre creación individual.

El momento del progreso relativo o de la llamada evolución regulada y de la


creación colectiva que se condicionan mutuamente”. (ARENS; Hans, La
Lingüística, II, 568)

Ambos filósofos estuvieron bastante influidos por la formulación del lenguaje, como
expresión del genio o carácter de una raza, formulada por Guillermo de Humboldt en el
romanticismo alemán. Los estudios del lenguaje de Henríquez Ureña no van a estar
solamente integrados a sus estudios sobre las formas de expresión, sino también a su labor
americanista y patriótica.

En su último estudio sobre “El español en Santo Domingo” deja bien clara la relación que
existe para él entre la lengua y el sentido patriótico:

“Y este sentimiento de desesperada defensa persiste hasta ahora: en el


período de 1916 a 1922 durante la invasión que emprende el gobierno de los
Estados Unidos, sin motivo y sin derecho, Santo Domingo se defiende como
cien años antes, resistiendo la influencia del idioma extranjero, viendo en el
español su única arma, su único escudo, dentro y fuera del país”. (Obras
Completas, IX, 24)

Henríquez Ureña cree que dedicándose al estudio de nuestro lenguaje se está dedicando a
una de nuestras partes sustanciales. A aquella parte a la que tanto Andrés Bello como
Rufino José Cuervo habían prestado también atención porque sabían que era uno de los
principios fundamentales para mantener unidas a las naciones hispanoamericanas.

Es importante tener en cuenta que Don Pedro se dedicó, dentro de la filología, al área de la
dialectología. Del español se preocupó, fundamentalmente, del español de América y, de
éste, del español de Santo Domingo.
Le interesaba el español como se hablaba en América, y no tanto como se debería hablar.
Pensaba que un buen gramático tenía que estar siempre respaldado por un conocimiento
filológico profundo. Sobre Cuervo nos dice: “Y lo que da inconmovible superioridad a su
Gramática es la amplitud de visión, de doctrina lingüística y de erudición filológica” (Obras
Completas, IX, 327).

Don Pedro estudió el español de América tal cual como se hablaba, con sus regionalismos y
arcaísmos, pero esto no impidió que se preocupara también por establecer los principios de
la norma culta de los niños y bachilleres con sus dos libros fundamentales: El libro del
idioma realizado junto con Narciso Binayan y la Gramática Castellana realizada en
colaboración con Amado Alonso.

8.1. Las cinco zonas dialectales

Henríquez Ureña contribuye en gran medida a la dialectología al dividir a Hispanoamérica


en cinco zonas dialectales. Distribución que aparece en el trabajo “El español de América”
publicado en México en 1921, que probablemente fue el resultado de sus investigaciones en
el Centro de Estudios Históricos de Madrid dirigido por Menéndez Pidal.

“Provisionalmente me arriesgo a distinguir en la América cinco zonas


principales: primera, la que comprende las regiones bilingües del Sur y
Sudoeste de los Estados Unidos, México y las Repúblicas de la América
Central; segunda, las tres Antillas españolas (Cuba, Puerto Rico República
Dominicana), la antigua parte española de Santo Domingo), la costa y los
Llanos de Venezuela y probablemente la porción occidental de Colombia;
tercera, la región andina de Venezuela, el interior y la costa occidental de
Colombia, el Ecuador, el Perú, la mayor parte de Bolivia y tal vez el norte de
Chile; cuarta, la mayor parte de Chile; quinta, la Argentina, el Uruguay, el
Paraguay y tal vez parte del Sudeste de Bolivia”. (HENRIQUEZ UREÑA,
Pedro, Obras Completas, V, 10)

Esta clasificación la mantiene hasta su último trabajo filológico titulado El español en Santo
Domingo publicado en Buenos Aires en 1940. Estudio que fue casi el único instrumento de
los lingüistas americanos hasta la década de los sesenta.

“La primera sugerencia para dividir el español de América en zonas


lingüísticas fue hecha hacia fin del siglo XIX por el cubano Juan Ignacio
Armas y su elaboración en 1921 por Pedro Henríquez Ureña, mencionada en
dos ocasiones anteriormente, sigue siendo la casi generalmente aceptada”.
(HONDA, Vladimir, Simposium de Montevideo, 201)

Ha sido criticada por José Pedro Rona por incluir la zona del guaraní junto con la del Río de
la Plata y por el olvido de clasificar al papiamento como una zona lingüística aparte, es
también criticada por Vladimir Honda por establecer los criterios de división “no asentada
principalmente en los hechos del lenguaje…”.

Sin embargo, a pesar de no partir de hechos rigurosamente lingüísticos, sino


fundamentalmente históricos, la clasificación de Henríquez Ureña encaja perfectamente
bien en la de Vladimir Honda (1966), basada en hechos estrictamente fonéticos, en lo que
se refiere a la zona del Caribe y a la zona andina. No coincide nuestro autor con separar a
México de América Central y tampoco en unir a esta última con Paraguay, La Plata y Chile.

Cuando algunos autores consideran los trabajos filológicos de Don Pedro, como poco
científicos, por desconocer la terminología y los últimos avances de la fonética, no debemos
olvidar que el lenguaje no se da fuera de la historia de los pueblos sino que, al contrario, se
encuentra muy unido a ellos y en este punto siempre Henríquez Ureña tendrá algo que
decir, porque creemos difícil que existan muchos especialistas de su talla en la historiografía
hispanoamericana.

Además de su visión histórica, no olvidemos que Henríquez Ureña tenía una facultad
acústica bastante educada en la ortología y en la música que le permitía, sin conocer los
últimos instrumentos de la fonética, distinguir con facilidad un fonema de otro y llegar a
conclusiones bastante acertadas en este campo, aunque él mismo dijera en “El español en
Santo Domingo”:

“La descripción que doy enseguida está hecha a grandes trazos, con meras
impresiones. Esperamos descripciones rigurosas del gran maestro de la
fonética española, D. Tomás Navarro Tomas, que en 1928 visitó el país y
estudió el habla del sur y del este”. (Obras Completas, IX, 239)

Henríquez Ureña estudia con mayor detalle las zonas de México y América Central y la
zona del Caribe. En 1937 realiza dos estudios “El español en la zona del mar Caribe” y “El
español en México y sus vecindades”; en el primero predomina la descripción histórica y
geográfica de la zona por encima de la descripción fonética, en el segundo existe ya la
descripción fonética de la zona.

“El español en México y sus vecindades” precederá a otro gran trabajo realizado por el
Instituto de Filología de Buenos Aires también acerca de la zona dialectal de México. Sobre
esto nos dice Henríquez Ureña:

“El libro sobre México y su español (colección anotada por mí) debe salir en
abril: yo corrijo los índices alfabéticos, que son muy largos… En este mes
sale un libro de diversos trabajos sobre el español en México y la América
Central: de las 500 páginas unas 200 son mías”. (Obras Completas, VIII, 301
y 316)

8.2. La Polémica del Andalucismo dialectal de América

En la polémica sobre el andalucismo del español americano se crearon dos grupos: los no
andalucistas, representados fundamentalmente por Henríquez Ureña y Amado Alonso, y los
andalucistas, representados por Ramón Menéndez Pidal y Rafael Lapesa.

La polémica en sí nos ha hecho olvidar los diferentes matices con que el problema ha sido
formulado por sus defensores y opositores, situación concreta que ha afectado el verdadero
estudio de los planteamientos de nuestro autor.

Por pertenecer al lado que actualmente le toca perder en la contienda, se han olvidado aún
más los aciertos parciales que le corresponden a Henríquez Ureña en la solución del
problema. Generalmente, cuando se habla de antiandalucismo en la obra de Don Pedro se
toman en cuenta solamente “Observaciones sobre el español de América I” (1921), “El
supuesto andalucismo dialectal de América II” (1930), Observaciones sobre el español de
América III” (1931). No son considerados “La lengua en Santo Domingo” (1919) y “El
español en Santo Domingo” (1940), lo que no tendría mayor importancia si se encararan en
su totalidad los artículos que van de 1921 a 1931, pero generalmente esto no sucede.

Los trabajos sobre Santo Domingo abren y cierran los estudios filológicos de Henríquez
Ureña y nos dan una idea de cuál fue su evolución con respecto a la teoría del andalucismo.
De su primer artículo, “La lengua de Santo Domingo”, podríamos decir que el
antiandalucismo no ha sido formulado y que en el trabajo se reconoce una gran semejanza
fonética entre Santo Domingo y Andalucía: “En las Antillas predomina una pronunciación
semejante a la andaluza, y abundan los individuos en cuya boca se debilitan o alteran o
pierden la mayor parte de las consonantes en final de la sílaba” (Obras Completas, III, 343).

El rasgo fundamental señalado por Henríquez Ureña para la semejanza entre los dos
dialectos es la relajación de las consonantes a final de sílaba: “El caso de la “s” final es bien
conocido: las cosas, “Las cosas”, pero sólo por ser el más frecuente” (Obras Completas, III,
343).

No señaló como un rasgo andaluz: la eliminación de los fonemas apicoalveolares


representados hoy por la /s/ cóncava del norte y centro de España, porque todavía no se
conocía en España la fecha exacta del inicio del seseo y el yeísmo.

Por lo tanto si tuviéramos que calificar este trabajo de andalucista o de no andalucista,


paradójicamente afirmará que se acerca más al andalucismo que al no andalucismo.

En su segundo trabajo “Observaciones sobre el español de América I” (1921), publicado en


México, y resultado probable de sus estudios en el Centro de Estudios Históricos de Madrid,
formula por primera vez su tesis antiandalucista, pero no porque esté en contra de la
influencia de Andalucía en América, sino porque le parece una generalización no probada
históricamente para el momento:

“Ante tanta diversidad fracasa una de las generalizaciones más frecuentes: el


andalucismo de América; tal andalucismo donde existe –es sobre todo en las
tierras bajas-, puede estimarse como desarrollo paralelo y no necesariamente
como influencia del Sur de España”. (Obras Completas, V, 10)

Henríquez Ureña piensa que existe “el andalucismo” en América y va más allá, él, “no
necesariamente”, revela que no ha dejado de considerar la influencia andaluza directa en el
español de América como una posibilidad remota pero posible en 1921.

En 1925 publica su artículo “El supuesto andalucismo dialectal de América” donde aparece
Rufino José Cuervo como apoyo de la supuesta tesis antiandalucista de Henríquez Ureña
con su famosa frase: “toda la Península dio su contingente a la población de América”.

Guillermo Guitarte trata de probar que Cuervo no era antiandalucista, como Henríquez
Ureña pretende, para supuestamente darle mayor valor a su tesis:
“Rufino José Cuervo, figura máxima de la filología hispánica en el siglo XIX y
sin duda valor señero para cualquier época, tenía una visión muy amplia y
profunda de la historia del español americano y toda referencia a un aserto
suyo debe situarse convenientemente dentro de las líneas maestras de su
pensamiento, sopena de atribuirles ideas que jamás pudo tener. Esto es lo
que inadvertidamente hizo Henríquez Ureña al esgrimir, contra la pretensión
de que hubiera rasgos andaluces en el habla hispanoamericana, la frase de
Cuervo; “Toda la Península dio su contingente a la población de América”.
(GUITARTE, Guillermo. Cuervo, Henríquez Ureña y la polémica sobre la
andalucismo de América, 20)

Estamos seguros de que Cuervo admitía rasgos andaluces en el español de América como
Henríquez Ureña también lo hacía. El problema es que Cuervo no era ni andalucista ni no
andalucista, porque no se había planteado en su tiempo la polémica en dichos términos.

En el año de 1930 aparece “Observaciones sobre el español de América II” y en 1931


“Observaciones sobre el español de América III”. El primer trabajo lo dedica
fundamentalmente a la discusión con Max Leopold Wagner y tiene un tono conciliador a
pesar de haber sido acusado por dicho doctor de afición a la teoría climatológica por
mantener que el andalucismo en América era más fuerte en las tierras bajas que en las
altas.

Esta opinión no la considera suficiente Angel Rosenblat para demostrar el andalucismo de


las tierras bajas pero contribuye a afirmar las semejanzas fonéticas que siempre observó
Don Pedro entre Andalucía y las costas americanas.

En sus “observaciones sobre el Español de América II”, Henríquez Ureña admite claramente
y sin reservas rasgos andaluces en el español de América: “Hay, sin embargo,
coincidencias especiales de la América español (sic) con Andalucía. Las semejanzas son
ligeras, a veces ligerisimas en las tierras altas del Nuevo Mundo”; son más abundantes en
las tierras bajas” (HENRIQUEZ UREÑA, Pedro. Obras Completas, VI, 195).

En la época en que Henríquez Ureña escribe, todavía no había sido suficientemente bien
estudiado el español de España para establecerse la fecha precisa en que habían surgido el
seseo y el yeísmo en Andalucía, de ahí sus reservas por señalar al seseo andaluz como
rasgo típico americano: “Pero, aparte de que no se puede probar el predominio andaluz,
ignoramos hasta que punto estuviesen definidos en el siglo XVI los rasgos que ahora son
característicos del habla andaluza” (Obras Completas, VI, 200).

En “Observaciones sobre el español de América III”, prueba por medio de numerosas


fuentes, la participación de todas las regiones de España en la conquista de América; no
creemos que haya habido ninguna intención apriorística disculpable (como la de demostrar
que por medio de desarrollos paralelos América había sido capaz de crear rasgos
lingüísticos propios y así fortalecer nuestra identidad americana con respecto a España) o
no en la selección de estos datos, sino que parcialmente estos fueron las cifras obtenidas
cuidadosamente en aquella oportunidad. Tan veraces eran sus cifras que sus
investigaciones, sumadas a las de Peter-Bowman que disponía de un universo mayor de
datos, iban a dar un resultado contrario. Oigamos lo que dice Amado Alonso:
“Mi colaborador Peter Boys-Bowman, instructor de la Universidad de Harvard,
tiene adelantado un nuevo estudio estadístico de conquistadores y
colonizadores con intereses multilaterales y nuevos criterios, ampliando
mucho el material hasta unas 50.000 papeletas, entre ellas muchas que
nuestro llorado Pedro Henríquez Ureña venía acumulando con vistas a una
revisión de su trabajo.” (Obras Completas, VI, 195)

No creo que Henríquez Ureña hubiera tenido inconveniente en rectificar su tesis si los datos
estadísticos le hubieran demostrado que verdaderamente Andalucía predominaba en la
conquista de América. ¿A qué más puede aspirar un verdadero investigador sino a tratar
que su trabajo sea utilizado e incluso derrumbado parcialmente por los hallazgos
posteriores?

En su último artículo sobre “El español en Santo Domingo”, tiende aún más hacia el
andalucismo, porque el rasgo que le era difícil admitir en la totalidad de América, le era más
fácil de aplicar a Santo Domingo que pertenecía a las cosas de América: “El vocabulario y la
sintaxis del español, son, en Santo Domingo, de fuerte tinte castellano; pero la fonética,
queda dicho, tiene semejanzas con la andaluza” (Obras Completas, IX, 109).

En última instancia, el gran apoyo de la teoría andalucista en América van a ser semejanzas
de carácter fonético que Henríquez Ureña no negó. Ese maravilloso instrumento que
poseía, su propio oído, no le permitió nunca caer en las generalizaciones que tanto
detestaba, ya fuera el andalucismo o el no-andalucismo. Para terminar este punto,
concluimos con una frase fundamental formulada por Angel Rosenblat, compañero de
investigaciones de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña en el Instituto de Filología de
Buenos Aires:

“Un español común de España integrado por el habla de todas las regiones
peninsulares y ‘teñido de andalucismo’ es conclusión que sin duda hubieran
aceptado plenamente Henríquez Ureña y Amado Alonso, y que yo admito sin
reservas”. (ROSENBLAT, Angel. Simposio de México, 186-187)

8.3. EL Arcaísmo del español en Santo Domingo

La pureza del español dominicano es mantenida en su artículo de 1919 sobre “La lengua en
Santo Domingo”:

“Causas diversas contribuyeron a mantener la pureza del castellano en Santo


Domingo. Una fue el predominio social, nunca eclipsado de las familias de
abolengo españoles. Otra fue la cultura: durante la época colonial, Santo
Domingo tuvo escuelas, Universidades (una fundada en el siglo XVI y otra en
el siglo XVIII), conventos, arzobispos, Real Audiencia, Imprenta (desde el
siglo XVIII), arte dramático”. (HENRIQUEZ UREÑA, Pedro. Obras Completas,
III, 343 y 344)

Aunque “pureza del lenguaje”” y “arcaísmo” son dos términos bastante diferentes, se
encuentran estrechamente vinculados en las observaciones de Henríquez Ureña sobre el
español de Santo Domingo ya que arcaísmo no conlleva una connotación peyorativa de
estatización del idioma por falta de evolución, sino que, al contrario, el hecho de que el
español de Santo Domingo sea arcaico debiera ser motivo de gran orgullo para el pueblo
dominicano porque de alguna forma lo remite a sus orígenes y a la riqueza de su período
colonial. En 1940, cuando escribe “El español en Santo Domingo'', aparece ya el término
arcaísmo y no el de “pureza del lenguaje”.

“Hay en Santo Domingo muchos rasgos arcaicos. Pueden atribuirse en parte,


al hecho de haber sido la isla la primera región de América donde se
asentaron los españoles…. Sabor de antigua herencia, la herencia del
pasado colonial, con su fuerte tradición de arzobispos eminentes y de oidores
doctos”. ( Obras Completas, IX, 19 y 24)

Entre la caracterización del lenguaje en Santo Domingo como puro en 1919 y la atribución
de rasgos arcaicos al español de Santo Domingo, mediaba una larga labor en el campo de
los estudios filológicos que probablemente le permitió una observación más aguda del
español dominicano en su viaje realizado a la isla (1931 a 1933).

Pero fundamentalmente (a pesar de la gran cantidad de datos de que dispone en 1940 que
no poseía en 1919 y de un conocimiento y vocabulario más especializado en el área
lingüística) sus apreciaciones generales sobre el español dominicano siguen siendo las
mismas: el arcaísmo del español de Santo Domingo y sus rasgos fonéticos muy semejantes
a los andaluces.

8.4. La descripción de los vocablos “Caribe”, “Papa y Batata”, “O”, “Boniato”


y “Ello”

El Instituto de Filología de Buenos Aires estaba organizando un gran diccionario de términos


americanos para el cual nuestro autor hace la descripción minuciosa de las palabras
mencionadas anteriormente en 1938. Por medio de estos artículos Henríquez Ureña da la
formación precisa de cada uno de los términos, remontándose históricamente al momento
en que desplazando a otras palabras con su mismo significado dentro del idioma
adquirieron su valor semántico actual.

Su labor podría, entonces, ser incluida dentro de la semántica histórica ya que no le interesa
tanto a nuestro autor el significado actual del vocablo, sino los diferentes significados que ha
adquirido un significante a través de su historia. Digámoslo con respecto a la palabra
“Caribe”: “Como se ve, la palabra se llenó gradualmente de significados, partiendo del
etnográfico lingüístico, que conserva: el histórico (enemigo de los españoles) el descriptivo
(antropófago), el metafórico” (Obras Completas, IX, 12).

A un estudio de Semántica histórica somete las palabras “Papa y Batata” señalando cuál
fue le primer término utilizado históricamente que fue la palabra batata de origen taíno,
correspondiente a la planta convolvulácea, dulzaina, de tierra caliente. Posteriormente se
descubre y utiliza la papa (planta solanácea), vocablo proveniente del quechua y fruto de las
zonas eminentemente templadas.

De la palabra batata surgió la patata pero ya no para denominar a la convolvulácea sino a la


solanácea, situación que se constata en la mayoría de los idiomas europeos. A pesar de
este estudio minucioso de Henríquez Ureña, la Real Academia, en su edición de 1970,
deriva la palabra batata de patata cuando históricamente el artículo analizado demuestra
que sucedió de manera inversa, primero batata y después patata.“Papa y batata” es un
trabajo ejemplar desde el punto de vista metodológico porque maneja con gran destreza
cantidad de datos históricos, geográficos, lingüísticos y filológicos (crítica y valoración de las
fuentes documentales).

Le interesa tanto a Henríquez Ureña la historia de los vocablos que se preocupa por
averiguar “El enigma del aje” , palabra totalmente desaparecida dentro del idioma. Señala
los dos significados correspondientes históricamente a la palabra aje, batata y ñame. Por
haber tenido los dos significantes que siempre predominaron sobre “aje”, esta palabra
desapareció:

“Resultado: el aje, fuera batata o fuera ñame, después de conocerse como


compañero inferior de la batata, se convirtió en compañero en inferioridad del
ñame. En la nueva situación el vocablo “ñame” resultó dominante y “aje”
desapareció”. (Obras Completas, IX, 77)

Estudia la palabra boniato y declara que sobre ella hay anarquía. Tratando de evitar que
esto suceda, les da un consejo a los lexicógrafos: “... .es lástima que no dé el nombre
botánico, costumbre que haría bien en restaurar”.

Del pronombre “ello” estudia su progresiva desaparición dentro del idioma, su función
gramatical y los sitios donde todavía se conservaba para su época.

Los estudios lingüísticos expresan con nitidez una de las normas de vida de Henríquez
Ureña; la claridad. Claridad que iba a eliminar, según él, la mayor parte de los problemas
latinoamericanos. En “Volvamos a comenzar” nos dice:

“Volvamos a comenzar, y para comenzar de nuevo propongámonos alcanzar


siempre la claridad y la precisión…. En más de una ocasión –lo hemos visto-,
se ha resuelto, ya uno, ya otro de los diversos problemas que preocupan a
las naciones de la América Latina con la mera aplicación de principios
elementales, aplicación, eso sí enérgica y perseverante”. (Obras Completas,
V, 66-67)

Por eso somete al español americano a ese análisis constante, porque a través de él aspira
a despojar de toda sombra nuestro usual instrumento de expresión.

8.5. La norma culta

En 1927 Pedro Henríquez Ureña, junto con Narciso Binayan, importante profesor de la
Argentina, publica El libro del idioma destinado a los niños de 5° y 6° grado de primaria. El
libro tiene como objetivo fundamental el lograr en el niño facilidad para aplicar el castellano
en las diversas situaciones comunicativas de su vida. Ejercitar la escritura de una carta, un
billete, una exposición. Posee atrás un pequeño diccionario que aclara a los alumnos los
términos difíciles y ayuda a adquirir un mejor vocabulario.

No existe en este libro ni un solo concepto teórico gramatical, todo en él es aplicación del
lenguaje; concuerda entonces El libro del idioma con los conceptos emitidos en el artículo
“Aspectos de la enseñanza literaria en la escuela común”, aparecido tres años después de
este libro; pertenecen ambos a una misma etapa histórica dentro de la producción de
Henríquez Ureña. Sobre la gramática nos dice en este artículo:

“En apariencia la gramática de la lengua literaria es la que menos se estudia


entre todas las técnicas previas al cultivo de las artes; pero no hay que
engañarse; si separamos, de la mera teoría gramatical de definiciones y
clasificaciones, las reglas sobre el uso, veremos que las reglas se imponen
siempre”. (Obra Crítica, 661)

En términos de Auram Noam Chomsky, El libro del idioma estaría destinado a desarrollar en
el niño su “actuación” lingüística. La “competencia” lingüística innata, con la que está dotado
desde su nacimiento le permitirá reconocer las categorías gramaticales de la teoría
tradicional. Lo importante es que el niño use con propiedad y adquiera seguridad en el
lenguaje, que domine su actuación.

Los objetivos que Don Pedro quiere conseguir en su primera etapa Argentina con respecto
al lenguaje son eminentemente prácticos por eso, paradójicamente, considera a la literatura
como “útil”.

En la Gramática Castellana que realiza con Amado Alonso en los años de 1938 y 1939, la
orientación es diferente en cierto modo. Destinada a los bachilleres, existe en ella una
reflexión sobre las categorías gramaticales, un internarse en la teoría de la competencia. No
se pretende adquirir con ella solamente un apropiado uso de la actuación, sino que se
intenta ahondar en los conceptos y definiciones contenidos en las gramáticas tradicionales.

En los principios fundamentales la Gramática Castellana sigue a Andrés Bello y defiende


una gramática funcionalista. Define las partes de la oración según la doctrina de Bello y
frecuentemente la utiliza para atacar a la gramática de Port Royal. La Gramática Castellana
parte entonces, de tres modelos diferentes de gramática:

● La Gramática francesa como patrón negativo, por haber introducido en nuestra


lengua conceptos erróneos sobre el funcionamiento real del lenguaje. Basadas en
categorías lógicas del pensamiento y no en hechos propiamente lingüísticos son las
gramáticas francesa descendientes directas de la gramática de Port-Royal.
● El segundo patrón, ya no negativo sino positivo, sería la Gramática de Andrés Bello
que constantemente aparece en la Gramática castellana como un modelo a seguir
aunque no esté Henríquez Ureña totalmente de acuerdo con las teorías gramaticales
de Andrés Bello.
● El tercer patrón serían las normas gramaticales dictadas por la Real Academia
española que Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña adaptan o critican cuando lo
consideran conveniente.

La interacción entre el segundo patrón (la gramática de Bello) y el tercer patrón (las normas
gramaticales de la Real Academia) se observa claramente en el análisis que hace la
Gramática Castellana de los tiempos verbales (Gramática Castellana, Primer Curso, 111).

Básicamente se utiliza la terminología de la Real Academia con algunas aclaraciones y al


lado de ésta la terminología de Andrés Bello se pone entre paréntesis.
En el capítulo dedicado al pronombre se cuestiona la definición de pronombre dada por la
gramática francesa, por ser una definición errada que no corresponde al verdadero acaecer
de la lengua. En este punto se manifiesta la Gramática Castellana de acuerdo con Bello,
pero no por completo; porque para Andrés Bello el pronombre es un nombre que asume el
oficio gramatical de sustantivo o adjetivo. En cambio para Amado Alonso y Henríquez Ureña
el pronombre pertenece a una categoría especial de palabras con significado ocasional.

La influencia de la Gramática Castellana de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña ha


sido tan grande que los seguidores de Andrés Bello se han inspirado en ella para
introducirse en el pensamiento gramatical del gran filósofo americano.

La literatura aparece en El libro del idioma y en la Gramática Castellana como norma o


modelo de la expresión culta; ya que ella es la representación más perfecta de la
“actuación” dentro de la lengua. En la Gramática Castellana el predominio de autores
argentinos va a descender un poco frente a los españoles e hispanoamericanos con
respecto a El libro del idioma. En su segunda etapa argentina, que va a de 1933 a 1940,
Henríquez Ureña profundiza más su estudio en los elementos gramaticales del idioma o en
la competencia de la lengua.

Santo Domingo, como toda la zona del MarCari¬be, se distingue por el


sabor fuertemente castellano de su vocabulario y de su sintaxis, en
combinación con una fonética que se asemeja más a la andaluza que a la
castellana. La zona coincide, en la base castiza de su léxico y su
construcción, con Lima y Bogotá, ciudades que en la zona andina
representan el grado sumo del sabor castellano, en divergencia con vastas
regiones de los propios países a los que pertenecen.

Hay en Santo Domingo muchos rasgos arcaicos. Pueden atribuirse en


parte, al hecho de haber sido la isla la primera región de América donde se
asentaron los españoles. Podría Considerarse el caso como confirmación
—por repetición— de la vieja teoría según la cual los dialectos latinos de
cada una de las regiones de la Rumanía, de entre los cuales surgieron los
modernos idiomas cultos, de¬bían sus rasgos distintivos a la época en que
Roma las conquistó. La teoría ha sido muy discutida, y resuelta, desde
luego, insuficiente como explicación general: el dominio de Romarenovaba
Renovaba constantemente, unifica y nivelaba, el latín de las provincias.
Pero por debajo de la lengua unificada no podían dejar de persistir rasgos
arcaicos en cada región. Así ocurre con el español de Santo Domingo: el
núcleo de población, relativamente numeroso, que se formó durante los
quince años siguientes al Descubrimiento, estableció la base lingüística. A
este fondo inicial se sumaban las incesantes aportaciones de los niveles,
de los chapetones; pero debieron de persistir muchos rasgos del habla de
los primeros pobladores, de los viejos baquianos, como se llamaban ellos
a sí mismos,con palabras indígenas.

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