Está en la página 1de 5

Transplantes

Suele decirse que el progreso técnico nos va haciendo a los


hombres cada vez más egoístas y encerrados en nuestro
propio corazón. Y sin embargo, también ese progreso nos
abre nuevos e insospechados caminos de caridad. Ese
prodigio de la ciencia de los trasplantes parece lograr una
forma más alta de fraternidad, a poder compartir órganos de
nuestro cuerpo y convertir así una muerte en algo de vida.

Como cristianos debemos preocuparnos por los enfermos que


tienen necesidad de nosotros en espera angustiosa de una
solución que puede ser el trasplante.

En el transplante de órganos convergen la totalidad de los


problemas éticos de la medicina. Han supuesto una auténtica
revolución con avances sorprendentes desde un surgimiento
hace medio siglo exigiendo nuevas técnicas de información,
de obtención del consentimiento, de comunicación de malas
noticias, etc., siendo un modelo para aplicar en los demás
campos de la medicina.
Los problemas éticos y jurídicos han ido cambiando según
evolucionaban las técnicas. Desde le tema de la mutilación en
los años cincuentas; experimentación con transplantes en
seres vivos en los años sesentas; definición de muerte y
donación de cadáver en los setentas, distribución equitativa
de órganos y recursos en los ochentas y la organización en los
noventas, y actualmente la problemática gira en torno a los
implantes artificiales, transplantes eterólogos y producción de
tejidos y órganos histocompatibles con la clonación.

Sólo 20 mil de los 100 mil mexicanos que requieren de un


órgano o tejido para mejorar su salud podrán disponer de él,
el resto está supeditado a que verdaderamente un milagro
mejore su condición; el número anual de muertes por
problemas que pueden resolverse con trasplante de algún
órgano o tejido es considerable: enfermedades renales, 8 mil;
cardiovasculares, 90 mil; hepáticas 45 mil.

Donar es un acto de beneficencia. No se puede obligar ni


coaccionar moralmente. Es un acto altruista que uno puede
exigirse a si mismo, pero que nadie tiene derecho a exigir a
los demás.

La falta de información y mentalización previas, la situación


traumática y dolorosa que los familiares experimentan ante la
muerte de los seres querido, el miedo al “que dirán” hacen
que algunos creyentes se resistan a la donación con las idea
que son los otros los que deben ayudar o que “cada uno debe
resolver sus problemas”

Nosotros desde la Iglesia tenemos la obligación de ayudar a


disipar esos temores. Es cierto que se exigen algunas
condiciones que garanticen la moralidad de los trasplantes de
cadáver (que no haya coacción, que se haga por motivos
altruistas y no por mercadería, perspectivas razonables de
éxito, acertamiento de la muerte), pero cumplidas estas
condiciones, no sólo no tiene la fe nada contra tal donación,
sino que la Iglesia ve en ella una preciosa forma de imitar a
Jesús, que dio la vida por los demás. Tal vez en ninguna otra
acción se alcancen tales niveles de ejercicio de la fraternidad.
En ella nos acercamos al amor gratuito y eficaz que Dios
siente hacia nosotros. Es un ejemplo vivo de solidaridad. Es la
prueba visible de que el cuerpo de los hombres puede morir,
pero que el amor que los sostiene no muere jamás.
Esto no es nuevo en la Iglesia. Últimamente por ejemplo Juan
Pablo II veía en este gesto “no solo la ayuda a un paciente
concreto sino un regalo al Señor enfermo que en su Pasión se
ha dado en su totalidad y ha derramado su sangre para la
salvación de los hombres” Es ciertamente, al mismo Cristo a
quien toda donación se hace, ya que Él nos aseguró que “lo
que hiciéramos a uno de estos mis pequeñuelos conmigo lo
haces” (Mt 25, 40)

Desde la Iglesia estimulamos y alentamos a los enfermos, a


los familiares de ellos que esperan nuestra generosidad,
asociaciones de enfermos, equipos médicos que se actualizan
y buscan darnos una vida mejor, órganos legislativos,
administrativos, Medios de comunicación que se preocupan
por esto. Sobre todo deseo mostrar mi reconocimiento a los
que ya han decidido donar sus órganos.

Junto a este estímulo y reconocimiento pedimos la agilización


de trámites para establecer las leyes que convienen para esta
nueva realidad que necesita ordenarse jurídicamente, que se
intensifique la sensibilización e información, que queden fuera
intereses económicos.

En 1999 se crea el Cenatra, que retoma los programas de


registro y difusión que se llevaban a cabo en el país e integra
un plan único, en el que participan aproximadamente 181
hospitales autorizados para la realización de trasplantes, 300
médicos especializados y más de mil 500 personas
involucradas, desde trabajadores sociales, psicólogos,
anestesiólogos, médicos internistas y muchos más.
Necesitamos un marco jurídico que centre los justos términos
de las actuaciones biomédicas desde el respeto a la vida, a la
dignidad y a los derechos humanos, aún de los no nacidos,
garantizando la libertad científica e investigadora,
condicionándola a los valores reconocidos en la Constitución
como son la protección del cuerpo y de la vida, capacidad de
decisión y la dignidad humana como conquista de un México
democrático y civilizado en el que el progreso debe estar
basado en el respeto a la dignidad y libertad humanos.
El éxito o fracaso de los programas de trasplantes depende en
buena medida de factores organizativos. Una compleja
estructura, equipos muy especializados y complejos y todo
ello dispuesto para funcionar en cualquier momento y siempre
contra reloj. Se comprende fácilmente que el trasplante no es
una hazaña individual, ni siquiera de equipo. El individualismo
y protagonismo están reñidos con este procedimiento.

Algo que ayudará a añadir mas donadores es la confianza de


la institución que se ganará con el manejo adecuado de la
información, con una rigurosa ética de la experimentación, de
la donación, de la distribución; poca burocracia e imbuida de
un peculiar carisma, con valores muy claros y elevados niveles
éticos y aceptable financiación económica.

Continuemos perfeccionando el funcionamiento de la actual


organización de trasplantes, mejorando la formación de los
profesionales y del público en general y buscando elevar la
calidad y excelencia. La tarea lo exige.

Para que no quede en palabras expreso mi voluntad de ser


donante de los órganos que pudieran servir para bien de
cualquiera de nuestros hermanos, a fin de imitar un poco a
Jesús que nos dice: “Nadie tiene mayor amor que el que da la
vida por sus amigos” (Jn 15, 13) y que El mismo dio su vida
por los hombres.
Pbro. Lic. Arturo Macías Pedroza

También podría gustarte