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PROFESORA: ANA BELÉN FERNÁNDEZ

“Desprovistas de poder pero


nunca olvidadas: las
desigualdades de género
como elemento
estructurante de la
organización del trabajo ”
Sociedad, Familia y Educación.
ELENA GARCÍA NÚÑEZ

74517545-Y

Curso 2010/2011
“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

Índice:

1. Introducción……………………………………………………………….….2
2. Dictadura, sección femenina e iglesia preconciliar: “…la pata quebrada y
en casa” (1939-1959)……………………………...………….………….…....3
3. El “Desarrollo Español” y el despertar de las mujeres…………………….….4
4. De inactivas a paradas (1974-1987)……………………………….……….….6
5. Los “techos de cristal” de algunas y “los suelos pegajosos” de la mayoría
(1987-2001)…………………………………………………………………...7
6. Últimas tendencias y a modo de balance: “Tres pasos adelante, dos pasos
atrás”……………………………………………………………………….….8
7. Opinión personal………………………………………………………………9
8. Bibliografía…………………………………………………………………..10

1.

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“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

Introducción:

Este artículo viene a aproximarnos al análisis del modo en que factores políticos,
económicos, demográficos y culturales se combinan en diferentes momentos para configurar
determinado sistema de relaciones sociales de género.
La historia de las relaciones sociales entre hombres y mujeres es un relato de conflictos
abiertos, de malestar silencioso y de avances y retrocesos en el camino hacia la paridad
desde las promesas de igualdad de la ciudadanía surgida de la Ilustración. Las ideas de la
universalidad de la razón, del individuo autónomo y racional o del pacto como principio de
legitimidad entre otras fueron desarrolladas pensando en solamente una parte de la
población, la otra, no fue olvidada pero si desprovista de poder y autonomía. La mujer
estaba adscrita al espacio doméstico y al papel de apoyo necesario para que los demás
pudieran hacer efectivos sus emergentes derechos de ciudadanía. Los discursos sobre la
existencia real de igualdad de oportunidades han legitimado la interpretación de las causas
de las desigualdades que tienen una génesis social.
El espacio público ha sido históricamente una reserva masculina en la que, de manera
anecdótica en todo caso, se admitía a alguna mujer excepcionalmente. En las democracias
formales, se han producido cambios muy significativos en las posiciones de las féminas en
la vida política, cultural o económica entre otras.
En el espacio privado conviven hombres y mujeres pero también en posiciones y relaciones
asimétricas. Para las mujeres el espacio privado es un espacio de domesticidad más que de
privacidad (Murillo, 1996).

El feminismo como movimiento social nacerá denunciando las exclusiones e


incoherencias de las ideas ilustradas de democracia y ciudadanía.
Antes de reconocer los derechos de las mujeres como ciudadanas y personas, se legislará
sobre la mujer como madre, guardiana de las buenas costumbres, trabajadora necesitada de
“protección” o “sujeta a restricción” durante buena parte de los siglos XIX y XX.
Las desigualdades sociales por razón de sexo tienen un carácter estructural, relacional,
multidimensional, y complejo. Se mantienen o se transforman por la acción voluntaria de las
instituciones sociales, por el efecto no intencionado de otros cambios sociales y por las
prácticas cotidianas que pueden combatir o reproducir el sistema de relaciones de género
patriarcal, la adscripción de roles sexuales diferenciados y los estereotipos de género.

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“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

Durante mucho tiempo la desigualdad social entre mujeres y hombres fue poco cuestionada.
En las sociedades llamadas democráticas los logros más espectaculares en la
consecución de igualdades formales entre mujeres y hombres se van a reproducir a partir de
la segunda mitad del siglo XX. Donde la sociedad todavía estaba marcada por el retroceso
que supuso la Dictadura. En el “tardofranquismo” ya se eliminaron algunas restricciones
para el ejercicio profesional de las mujeres y se suavizó el retraimiento de ciertas leyes.

Y no será hasta la Constitución de 1978 cuando se puedan hacer los cambios legislativos
y se promuevan políticas de igualdad considerablemente demandadas por los más
progresistas.

En el último siglo, las mujeres han transformado sus expectativas vitales: acceso a la
educación y al empleo, elevación de la esperanza de vida, posibilidad de controlar el número
y el momento de la maternidad, derecho al divorcio o posibilidad de denunciar situaciones
de discriminación o maltrato entre otras.
No obstante, la actual organización social del empleo está generando fuertes impedimentos
en el camino hacia una mayor equidad entre la ciudadanía.

Dictadura, sección femenina e iglesia preconciliar: “…la pata quebrada y


en casa” (1939-1959)

“El fin esencial de la mujer es servir de perfecto complemento al hombre, formando con
él una unidad social”-declaraba la sección Femenina. Fregar suelos, hacer remiendos o
dedicarse al estraperlo o la prostitución eran los únicos recursos para muchas mujeres (Roig
1989). El empleo industrial descendió en términos absolutos, muertes, expatriaciones y
emigración, en cantidades que justificaban la idea de “desertización humana” en los años
cuarenta y cincuenta.
Para una minoría más cualificada existía la posibilidad de ejercer la enfermería, el
magisterio o la secretaría. La propaganda franquista, con la ayuda de la Sección Femenina
de la falange, divulgó y legisló un modelo de mujer dedicada al hogar, al marido, a los hijos
y a las obras piadosas de la Iglesia.
A partir de 1942, todas las reglamentaciones dispondrían que las trabajadoras al casarse
deberían abandonar su puesto de trabajo. También se liberó a la minoría de españolas

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“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

académicamente más formadas del ejercicio de la Abogacía del Estado, la Judicatura, la


Fiscalía, la Magistratura, la Inspección de Trabajo, la Notaría y el Cuerpo Diplomático, lo
que vienen a ser las profesiones que podían otorgarles poder y autonomía. La realidad era
que miles de mujeres trabajaban duramente y percibían retribuciones muy inferiores a las de
los hombres. No se les apartó del trabajo, se les abocó a los trabajos familiares no
remunerados, a la economía sumergida y a la condición de “ejército de reserva de mano de
obra”.
Nuestra sociedad era polarizada entre una clase trabajadora reprimida, explotada e
instalada aún en la escasez y en la moral del ahorro, y una clase cuantiosa en la que, junto a
la antigua clase patrimonial, se alineaban los “nuevos ricos” procedentes de la corrupción y
del estraperlo.
A partir del acuerdo bilateral hispanoamericano de 1953, en el que España pasa a
desempeñar un papel geoestratégico en el frente contra la U.R.S.S., “se produce una tímida
apertura, se propicia del desarrollo del turismo y desaparecen parte de las penurias tétricas
de los años cuarenta” (Vázquez Montalbán 1974: 111). España aparece en la economía
internacional como un mercado con posibilidades de expansión, con mano de obra no-
cualificada abundante, disciplinada y barata, y en definitiva con una posición atractiva para
las inversiones extranjeras.
Esa tímida apertura económica es el comienzo de una muy relativa suavización de la
Dictadura.

El “Desarrollo Español” y el despertar de las mujeres:

El “Desarrollo Español” comenzó en los sesenta y duró hasta la mitad de los setenta.
En el primer período el despegue económico y la industrialización se consiguieron gracias a
la apertura de las fronteras. El pleno empleo masculino se consigue acompañado de una
fuerte emigración interior y exterior, largas jornadas, niveles salariales bajos, un marco
normativo represivo que no reconoce el derecho a la huelga, una política todavía bastante
proteccionista frente a la competencia exterior y, más que un estado de bienestar, un estado
autoritario paternalista en el que las responsables del bienestar siguen siendo las esposas-
madres.

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“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

La rapidez y la falta de planificación del proceso industrializador de los sesenta


acentuarán las desigualdades sociales entre grupos y regiones. Existieron leyes que
contemplaban a las mujeres como a niños discapacitados.

En la Ley de 1961 Pilar Primo de Rivera ya quiso hacer del hombre y de la mujer dos
seres iguales y que en igualdad de funciones estuvieran en igualdad de derechos. Pedía que
la mujer empujada al trabajo por necesidad lo hiciera en las mejores condiciones posibles.
No fue hasta 1966 cuando se permitió el acceso de las mujeres a la carrera judicial. En 1967
se ratifica el acuerdo de la OIT sobre “igual salario a igual trabajo”.
En las zonas urbanas españolas empieza a instalarse una peculiar “sociedad de
consumo” y muchas familias trabajadoras conocen una mejora en sus condiciones de vida.
Pero sin embargo esas mejoras no se atribuyen equitativamente en toda la población, ya que
más del 80% de la población española tenía ingresos inferiores al promedio nacional.

Con una gran escasez de equipamiento básico, es fácil imaginar la carga de trabajo
doméstico que seguían sufriendo las madres de familia de la época.

En los comienzos de los sesenta la vida laboral se iniciaba a edades tempranas y en el


caso de los hombres se prolongaba al máximo. Las mujeres empleadas como mano de obra
descualificada se retiran para dedicarse al cuidado de sus amplias familias. En 1965 el
abandono de empleo por matrimonio siguió institucionalizado con la figura de la “dote
nupcial” y los empresarios solían usarla para presionar. El empleo de la mujer casada
todavía se asociaba a situación de necesidad económica extrema, de pobreza o incapacidad
del marido para mantener a la familia. Los procesos de cambio acelerado que se
introducirían en todos los órdenes de la vida social española van a reforzar los deseos de
participación laboral de las mujeres. El turismo, la televisión, los mensajes del feminismo, la
pérdida de poder de la Iglesia junto a otras muchas cosas van a ir creando un nuevo modelo
de mujer.
Después llegará el feminismo radical o independiente y las mujeres más politizadas
discutirán sobre si es el capitalismo o el patriarcado “El enemigo principal”, además de
sobre si es suficiente luchar contra la dictadura y el capitalismo o si las mujeres deben
agruparse para derrotar a un enemigo más antiguo: el patriarcado. Las hijas de las mujeres
de la época españolas que llegaban vírgenes al matrimonio, disimulaban discretamente cierto
placer o asociaban la sexualidad con la reproducción, reivindicarán el derecho al placer, al
propio cuerpo, a decidir si quieren tener hijos o no y a la autonomía económica y vital.
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“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

En los setenta los anticonceptivos empiezan a ser conocidos y utilizados, aunque sólo se
conseguían con receta médica. Las madres eran los modelos de lo que ellas no querían ser o
hacer.
La educación superior en estos años era muy elitista en España. Durante el período del
“desarrollo” (1964-74) se produjo un aumento de un millón de ocupadas que es igual al
incremento que registra el número de activas. La modernización de la estructura productiva
y las reestructuraciones sectoriales del empleo, también favorecieron procesos de
asalarización de la mano de obra femenina.
Se creó empleo femenino en la industria ligera y en los servicios públicos como la
administración, la sanidad o la enseñanza, y en los privados como las oficinas, los comercios
o la hostelería.

De inactivas a paradas (1974-1987)

El modelo de feminidad ya incorpora el trabajo retribuido, pero un contexto económico


y laboral desfavorable no les da oportunidades de hacer realidad sus deseos y las lleva de la
inactividad al paro. En la segunda mitad de los setenta coincidieron: la crisis económica
mundial, los intentos de modernización socioeconómica y la lucha contra la Dictadura.
En 1977 se firmaron los Pactos de la Moncloa por lo que se acordaron políticas de
moderación salarial a cambio de mejoras sociales. Fueron los primeros pasos para intentar
construir un Estado de Bienestar Social. Pero las políticas sociales desarrolladas en ese
período en vez de corregir las desigualdades entre sexos las desarrolla ya que el estado
cuenta con la familia como institución básica para la seguridad social de las personas.
En 1978, se aprobó la Constitución que reconocía la igualdad de hombres y mujeres
ante la ley. En 1983 se creó el Instituto de la Mujer y supuso el reconocimiento institucional
del problema de la desigualdad, y ello contribuyó a dar credibilidad a los planteamientos del
feminismo menos radical.

En el ámbito laboral, la recesión económica produjo una caída de los millones de


ocupados y nuevos cambios sectoriales en el empleo. La crisis expulsó del empleo a
trabajadores de ramas industriales muy feminizadas como el textil y el calzado. Sin empleo,
o con uno dentro de la economía sumergida, muchas mujeres desaparecieron de las
estadísticas de actividad (E. Sanchis 1984). Las dificultades existentes dentro del mercado
laboral persuadieron a los jóvenes de la necesidad de seguir completando su formación. En
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“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

los años ochenta, a pesar del retraso en la incorporación laboral y del adelanto de las
jubilaciones, las tasas de desempleo juvenil masculino y femenino se dispararon. Desde los
setenta, las tasas de desempleo femenino superaron a las masculinas y lo hacían también en
los grupos de edad más jóvenes. Esa tendencia se incrementa en los años posteriores
llegando incluso a duplicar la tasa de desempleo masculina. Aunque según las estadísticas,
las nacidas después de 1960 dedicaban más tiempo a los estudios que sus coetáneos varones,
supuestamente debían haber mejorado sus posiciones relativas dentro del mercado de
trabajo.
La resistencia a declararse paradas en lugar de inactivas en momentos en que las
oportunidades de encontrar empleo son mínimas, demuestra el cambio de actitud frente al
trabajo retribuido de la población femenina en España. En 1987 el paro juvenil se convierte
en la gran preocupación de los gobernantes y en la legitimación de las reformas laborales
flexibilizadoras que se extenderán a todos los trabajadores.
El balance de la década de 1977 a 1987 decía que la inactividad de los más jóvenes
creció por la prolongación de los estudios. En ese mismo período se observó el desajuste
entre modelos y realidad; la tasa de paro femenino se multiplicó por ocho y la ocupación
disminuyó cuatro puntos. Las mujeres se incorporaron masivamente a la actividad pero el
mercado laboral no les dio acogida como ocupadas.

Los “techos de cristal” de algunas y “los suelos pegajosos” de la mayoría.


(1987-2001).

La recuperación económica del periodo entre 1987-1992, supone para las mujeres la
continuidad de la creación de empleo femenino dentro del sector de los servicios
cualificados como la administración, la educación, la sanidad o las instituciones financieras.
También crece el empleo femenino dentro del sector secundario, menos cualificado, más
inestable y peor retribuido).
En esta época algunas mujeres renunciaban a la maternidad conscientes del conflicto que
les podía plantear eso en su carrera profesional. Las mujeres de los grupos sociales más
desfavorecidos también se convirtieron en ocupadas o en buscadoras de trabajo retribuido.
Sus motivaciones fueron más instrumentales, tenían más que ver con la necesidad de aportar
un salario a la unidad familiar.

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“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

En 1992-1996 el desempleo subió a máximos históricos. Además de abaratar costes, la


flexibilización mejoró la disponibilidad y el control empresarial de la mano de obra. El
desequilibrio de poder se vio reforzado por las dificultades de respuesta social y sindical en
un contexto marcado por el discurso de la globalización, de la competitividad, de los efectos
de la introducción de las nuevas tecnologías, etc. que fomentó entre los afectados una
mentalidad fatalista, individualista, meritocrática y disciplinada.

Últimas tendencias y a modo de balance: “tres pasos adelante, dos pasos


atrás”.

En las primeras etapas la clave de la situación laboral de las mujeres estaba en la


relación actividad-inactividad; en los ochenta, en el balance entre ocupación y paro. En la
actualidad, aunque el desempleo sigue siendo un indicador muy significativo de las mayores
dificultades de inserción femenina, las cuestiones que más preocupan son la persistente
segregación sexual del empleo y el conflicto entre la organización actual de la producción y
de la reproducción.
Las situaciones laboralmente inestables son la norma. Muchas trabajadoras solo
consiguen empleos que no les aportan ni profesionalización, ni relaciones sociales duraderas
dentro del entorno laboral y normalmente, con horarios demenciales e indignos salarios. Las
mujeres observan como no les renuevan los contratos ante su embarazo.
Estamos en atravesando tiempos duros y difíciles para la búsqueda de una igualdad que
mejore y redistribuya el bienestar social. Sigue pasando, que ante situaciones en la que entra
en conflicto la dedicación a la familia y la profesión, hombres y mujeres siguen
reproduciendo los patrones de género: son mayoritariamente las mujeres las que asumen la
mayor responsabilidad en las tareas reproductivas. Y el tiempo laboral no ayuda, sino que
obliga a elegir. La experiencia histórica nos dice que los efectos negativos de las situaciones
de crisis no se distribuyen equitativamente entre las personas, los grupos sociales y los
países. Las desigualdades de género atraviesan toda la estructura social y constituyen uno de
los elementos estructurales de las políticas públicas y laborales. Pero existen también
desigualdades de clase, etnia, etc. que hacen que todas las mujeres no se vean igualmente
afectadas.
Cuando la adjudicación del puesto de trabajo responde a procesos de selección, se
sigue tropezando con la discriminación o esas barreras invisibles “techo de cristal”, que les

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“Desprovistas de poder pero nunca olvidadas.” (María M. Poveda Rosa)

dificulta el acceso a los puestos más elevados de la jerarquía laboral a aquellas mujeres tan o
más capaces que muchos hombres de ejercerlos con rigor.
Las desigualdades sociales de género tienen un carácter estructural, relacional,
multidimensional y complejo. “Las políticas económicas y laborales no han sido neutrales al
género”.

Opinión Personal:

A lo largo de esta lectura he podido observar que tanto los factores políticos, como los
económicos o los culturales afectan a las relaciones sociales de género. Basta observar los
informativos para corroborar que existe un enorme clima de terror que envuelve a muchas
mujeres; socialmente se les trata como inferiores, y como antes apunté, creo que la lucha es
contra el patriarcado, además de contra el capitalismo. A las féminas no se les permite llegar
a altos cargos, pero no se les permite por varias razones; una de ellas es el machismo que
existe en este país, otra el pánico de los mandamases que no quieren ocupar un puesto con
una mujer en época de reproducción.

Si la familia requiere de algún miembro parental para su cuidado siempre es la mujer


la primera en ausentarse del trabajo. Las mujeres se van abriendo paso lentamente en la
empresa tradicional, y en la economía social se puede considerar proporcional la
representación en las plantillas. Entre el personal femenino son más frecuentes los contratos
temporales que los indefinidos. Es en el sector servicios donde se da una mayor
representación de mujeres, mientras que en la industria y la construcción la representación
femenina es tremendamente baja.
El empleo femenino ha evolucionado en los últimos años de forma satisfactoria, pero
ello no debe implicar que se hayan excluido las diferencias entre los dos sexos en el entorno
de trabajo. Para seguir luchando contra estas diferencias, ahora se está llevando a cabo una
serie de acciones positivas en las empresas, con los objetivos de eliminar las
discriminaciones, ampliar la presencia de mujeres en el mercado laboral y contrarrestar los
estereotipos que atribuyen roles diferentes a cada sexo.

Con la aplicación de una serie de valores en la gestión empresarial, basados en la


democracia interna, la igualdad, la importancia de la persona frente al capital y la solidaridad

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se puede lograr la integración de la mujer en el mercado laboral sin sufrir un recorte salarial
o no poder llegar a cargos de responsabilidad.

Bibliografía:
POVEDA ROSA, MARÍA M. (2008) “Desprovistas de poder pero nunca
olvidadas: Las desigualdades de género como elemento estructurante de la
organización del trabajo”.
UBAY GARCÍA / JONÁS GONZÁLEZ (2010) “El camino hacia la igualdad:
empresa tradicional Vs empresa Economía Social”
BAYO, E. (1970a): Los trabajos duros de la mujer. Barcelona, Plaza y Janés.
DOMINGUEZ PRATS y García Nieto (1991): «Franquismo: represión y letargo de
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FERNÁNDEZ STEINKO (1999): «Trabajo, sociedad e individuos en la España de
fin de siglo», en Las relaciones de empleo en España. Madrid, Siglo XXI.
FERNÁNDEZ DE CASTRO, I. (1973): La fuerza de trabajo en España. Madrid,
Edicusa.
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Barcelona, Anagrama.
MURILLO, S. (1996): El mito de la vida privada. Madrid, Siglo XXI.
ROIG, M. (1989): A través de la prensa. La mujer en la historia. Madrid, Instituto
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SANCHIS, E. (1984): El trabajo a domicilio en el País Valenciano. Madrid,
Instituto de la Mujer.
TAMAMES, R. (1964): La estructura económica de España. S.E.P.
TAMAMES, R. (1968): Introducción a la economía española. Madrid, Alianza.

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