Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Hoy vamos a ver un tema central de la filosofía platónica de madurez, que es una de las
maneras que contempla el platonismo para conocer las Ideas. En la “línea dividida” de
República o en el ascenso erótico de Banquete veremos la posibilidad de algo así como una
captación directa de las Ideas. Esa es una manera que el platonismo de madurez contempla
para conocer las Ideas, pero después hay otra, que es la que vamos a ver hoy que se conoce
como “reminiscencia” (en términos griegos, anámnesis), que también va a ser un
procedimiento para conocer las Ideas, pero no tanto de manera directa como a partir de cierto
procedimiento que ahora veremos. La reminiscencia aparece tratada en tres contextos de la
obra de Platón: en Menón 80b a 86c, en Fedón 72a a 77a y en Fedro aparece también
mencionada en 247a-250a. Hoy veremos los dos primeros contextos, es decir en el Menón y
en el Fedón.
A propósito de estas cuestiones hay un pasaje del Banquete que no tienen en la antología:
Así son las cosas, ninguno de los dioses filosofa ni desea ser sabio, porque
ya lo es. Y por lo demás si alguien es sabio, no filosofa. Pero tampoco los
ignorantes filosofan ni desean hacerse sabios, porque esto es lo penoso de la
ignorancia: el hecho de que alguien que no es noble, ni bueno, ni sabio, crea
tener todo eso en modo suficiente. Porque de ninguna manera que sea algo
que carece, quien cree no carecer de ello.
Noten que el universo platónico se divide entre los sabios y los ‘ignorantes’. Pongo ignorantes
entre comillas simples porque los ignorantes han sido definidos como los que creen que
saben, fíjense que no es una ignorancia pensada en términos absolutos. No hay nadie que no
sepa nada, todos creemos que sabemos algo. Lo que Platón dice en este pasaje del Banquete
es que los sabios no van en busca del conocimiento, no quieren saber, porque ya saben. Uno
tendería a pensar que son los ignorantes los que filosofan y quieren saber, pero tampoco.
Tampoco filosofan porque creen que saben, de modo que no van en busca de lo que creen que
saben, porque creen que ya lo saben. Ahí está lo penoso de la cuestión. Lo penoso de la
cuestión no es que ignoren, sino que creen que saben. Como creen que saben no activan estos
dispositivos epistemológicos (como la reminiscencia) para ir en busca del verdadero
conocimiento. Se quedan con esto que creen que saben, que, en la mayor parte de los casos,
como Platón denuncia, son opiniones falsas. Este es el contexto en el cual la teoría de la
reminiscencia entra para tratar de hacer una propuesta epistemológica respecto del mundo
pensado así, dividido en sabios, que según el texto de Banquete no es ningún hombre, sino
que son los dioses, y por otra parte estos ignorantes. En el contexto del Banquete Sócrates
funda una figura intermedia entre el ignorante y el sabio que es el filósofo, que si bien no
sabe, sabe que no sabe, es consciente de que no sabe y por eso va en busca de ese
conocimiento, es un intermediario entre la ignorancia y la sabiduría. Es en el Banquete donde
se va a decir que este lugar intermedio es el que ocuparía Eros, el amor, siempre mediando
entre dos situaciones.
Les comento estas cuestiones porque el primer contexto en el que vamos a ver la
reminiscencia, que es el del diálogo Menón (textos 8 y 9 de la antología de textos
platónicos) va a partir de esta situación un tanto aporética del conocimiento. Es un diálogo
conceptualmente y, en teoría, cronológicamente previo al Fedón, donde la pregunta que
organiza todo el diálogo es ‘¿qué es la virtud?’, areté en griego. Como suele ocurrir en los
diálogos de juventud y de transición, el interlocutor de Sócrates, Menón, da una serie de
respuestas erróneas a la pregunta hasta que finalmente formula una famosa aporía del
conocimiento. Es importante porque es la aporía en el conocimiento lo que va a justificar la
inclusión de la reminiscencia en todo esto:
Sóc.- Comprendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das cuenta del argumento
erístico que empiezas a entretejer: que no le es posible a nadie buscar ni lo
que sabe ni lo que no sabe? Pues ni podría buscar lo que sabe —puesto que
ya lo sabe, y no hay necesidad alguna entonces de búsqueda—, ni tampoco
lo que no sabe —puesto que, en tal caso, ni sabe lo que ha de buscar—.
Esta aporía conocida como “aporía del conocimiento” o “paradoja del conocimiento” dice
básicamente que el conocimiento es imposible. El conocimiento en términos de investigación,
de búsqueda, el conocimiento en términos de adquisición es imposible. Porque si ya lo tengo
no necesito buscarlo y si no lo tengo no sé cuándo lo encuentro. Reparen en la similitud con lo
que acabamos de comentar del Banquete.
Menón había planteado más bien la segunda parte de esta cuestión, mientras que Sócrates le
agrega la primera parte, concluyendo de esto que el conocimiento sería imposible, en el
sentido de la búsqueda del conocimiento. Desde este punto de vista el conocimiento sería
imposible. Se trata de una paradoja de tipo sofistico, pero, como ven, obtura la posibilidad del
conocimiento. La obtura haciendo del conocimiento y la ignorancia dos situaciones absolutas,
es decir: quien sabe, sabe todo, y el que no sabe, no sabe nada. Ambas cosas son imposibles
de relacionar. Lo que aquí está haciendo Menón es decir que el conocimiento es algo así como
una isla, es algo aislado de toda situación que no sea conocimiento, y la ignorancia es otra
isla, algo aislado de toda situación que no sea ignorancia. Es fundamental que se comprenda
esta aporía, que se comprendan los supuestos que esta paradoja maneja, porque Sócrates la
va a resolver postulando la teoría de la reminiscencia en el Menón. Entonces, Sócrates no
introduce la cuestión de la reminiscencia de la nada, sino para responder una objeción
importante de Menón que esta de que el conocimiento es imposible. Entonces para poder
explicar y entender la reminiscencia hay que tener esto muy claro. Es esto lo que justifica la
inclusión que hace Sócrates en este diálogo. Es importante contextualizar la reminiscencia en
este diálogo, que viene a responder una aporía: no somos completamente sabios, no somos
completamente ignorantes, sino que estamos en un estado intermedio sobre el cual podemos
trabajar. Ese estado intermedio es el de aquel que sabe algo pero lo olvidó. Con lo cual,
tenemos alguna punta por la cual empezar para realizar el transito de la ignorancia al
conocimiento. Sócrates va a buscar una situación intermedia, aportada por la reminiscencia.
En el Menón la reminiscencia viene a responder a la aporía del conocimiento que presentó
Menón. En Fedón va a ser distinto, la reminiscencia va a aparecer para responder otro
problema: el de la inmortalidad del alma. Entonces, atención con estas diferencias entre estos
dos planteos.
Esta manera de concebir la ignorancia de manera absoluta, en el sentido de que el que ignora
es un ignorante total, no es la manera en la cual Sócrates va a entender la ignorancia, sino que
entre estos dos polos absolutos va a insertarse la reminiscencia. En cierto sentido ignoramos
pero en cierto sentido no. Podemos ir acercándonos intuitivamente: lo que llamamos
ignorancia es olvido de algo que ya conocíamos. Con esta imagen del olvido queda abierta la
puerta para que aquello que nosotros ignoramos en realidad sea algo que tenemos que
recuperar, que ya tuvimos, no algo que, de la nada, tendríamos que descubrir en la nada. Esto,
en términos muy generales. Así como no hay conocimiento absoluto tampoco hay ignorancia
absoluta, lo que llamamos ignorancia en realidad es olvido que hay que recuperar; de alguna
manera hay un rastro de eso en el alma, que no lo conoce, desde cierto punto de vista, pero
que sí lo conoce desde otro. Entonces, tenemos esta imagen del olvido no como la ausencia de
algo sino como la presencia de algo que no está, pero es algo, es una resignificación del
olvido. Aquí Sócrates propone pensarlo como una posesión, el olvido es algo que tengo y que
puedo trabajar. Distinto es si nunca vi aquello que olvidé, ahí no tendría nada.
Hay un texto de Borges, un poema que se llama “Un lector”. Está en el libro El elogio de la
sombra. Fíjense qué elocuente, a propósito de lo que estamos hablando:
Esta es la idea: el olvido como posesión, como forma de recuerdo, como forma de la memoria.
Más allá de las diferencias entre Borges y Platón, estamos hablando de la valoración del
olvido y cómo el olvido es una posesión. No estamos en lo que dice Menón, en un aislamiento
total, una nada total. Tenemos algo, que son nuestros olvidos. Lo que vamos a leer ahora en el
Menón son las condiciones para poder activar la memoria que recupere aquello olvidado.
81a MEN. — ¿No te parece, Sócrates, que ese razonamiento está correctamente
hecho?
Sóc. —A mí no.
Sóc. — Los que lo dicen son aquellos sacerdotes y sacerdotisas que se han
ocupado de ser capaces de justificar el objeto de su ministerio. Pero también
lo dice Píndaro y muchos otros de los poetas
Cuestiones para destacar. Primero, se está dando por supuesto el hecho de que el alma es
inmortal. Esto no lo cuestiona Menón, no lo cuestiona Sócrates, es un dato que no se
demuestra. Alguien podría molestarse con el hecho de que la hipótesis sobre la que se va a
fundar un argumento epistemológico apele a condimentos mítico-narrativos –de hecho, nada
menos que la introducción de la teoría de las Ideas y la inmortalidad del alma en general
apela, en Platón, a condimentos mítico-religiosos–. Sin embargo, en este punto quizás
tendríamos que tener en cuenta las palabras del filósofo italiano Giorgio Agamben en un libro
titulado “¿Qué es la filosofía?” (publicado en castellano en Argentina por Adriana Hidalgo):
Las hipótesis en filosofía tienen necesariamente un carácter mítico, es decir,
siempre son “narraciones” y el rigor del pensamiento consiste en reconocerlas
como tales.
Volviendo a la suposición de la existencia del alma en el Menón, les anticipo que el hecho de
dar por supuesta la existencia del alma para, a partir de allí, probar que hay
reminiscencia es una diferencia con el Fedón, donde la cosa es exactamente a la inversa:
se da por supuesto que hay reminiscencia para, a partir de allí, mostrar que el alma es
inmortal. Salteo los versos y vamos a lo que sigue:
…nada impide que quien recuerde una sola cosa —eso que los hombres
llaman aprender—…
Está definiendo aquí en definitiva Platón o está redefiniendo aquello que se entiende por
aprendizaje. Conocer es recordar, conocer no es ver, no es tocar, conocer ni siquiera es
pensar en un sentido vago o abstracto. En el marco de la reminiscencia conocer es
recordar, en este sentido que estamos hablando.
Ahora bien, como decía antes, este recordar no es automático. Es algo que requiere trabajo,
que requiere esfuerzo, requiere pena, dolor. Filosofar es algo que requiere esfuerzo, trabajo y
que genera angustia cuando uno no llega a los resultados. La filosofía supone asumir que hay
algo que no se tiene, estar habitado por cierta clase de vacío.
A propósito de estas cuestiones les leo un pasaje muy interesante de un texto de Rodolfo
Mondolfo que tienen recomendado para esta unidad. Se trata de un capítulo llamado “Platón,
reminiscencia y Eros” del libro La comprensión del sujeto humano en la cultura antigua. En
determinado momento en la página 162, Mondolfo dice:
2 m.
Sup.4 m2
Resumiendo un poco la cuestión, por una serie de preguntas y respuestas, Sócrates le termina
mostrando que si nosotros necesitamos un cuadrado que tenga el doble de superficie de este
necesitamos un cuadrado que tenga cuatro de estas mitades. Si el cuadrado original tiene dos
de estas mitades, necesitamos que el otro tenga cuatro.
La diagonal del cuadrado original es la extensión que tiene que tener un lado de un cuadrado
del doble de superficie. Este es el teorema de Pitágoras: la diagonal de un cuadrado es la
medida de un lado que tiene que tener un cuadrado del doble de superficie. El esclavo llega a
esta conclusión solo, respondiendo a las preguntas que le hace Sócrates y comprendiendo los
errores que él le indica. El esclavo no sabía el teorema de Pitágoras, pero gracias a las
preguntas adecuadas de Sócrates el esclavo ‘recuerda’ esto que sí sabía, que estaba escondido
en su alma y que gracias a un correcto interrogatorio fue recuperado.
Hasta este punto el esclavo lo que ha obtenido es una opinión verdadera respecto de esta
cuestión, pero Sócrates dice que si continuáramos preguntándole llegaríamos a un
verdadero conocimiento, llegaríamos a que el esclavo formule el teorema de Pitágoras.
La denuncia de Rancière es que quizás el esclavo llega a descubrir estos conocimientos, pero
en cualquier caso sin la asistencia de Sócrates jamás hubiera llegado a algo parecido. Es decir,
el esclavo sigue siendo esclavo. Sócrates sólo lo ha ayudado a que consiga lo que él mismo
quiere que el esclavo consiga. El esclavo por sí mismo no va a conocer nada.
Por otro lado, es interesante destacar la cuestión del diálogo. Sócrates ha dicho tener un
diálogo con el esclavo. Hay una entrevista a Gianni Vattimo, donde dice lo siguiente:
Reparen entonces cómo, mas allá de las críticas de Rancière y de Vattimo, sin un maestro que
pregunta y que sepa, la reminiscencia aquí en Menón no se da. Remarco mucho esto porque
en el Fedón la cuestión es absolutamente distinta, no hay alguien que interroga sino que
parece ser otro tipo de ejercicio. Lo que se distingue aquí de alguna manera es que en realidad
el esclavo no está recordando algo desde adentro sino que le están inyectando un recuerdo o
un conocimiento desde afuera. Algo que se les puede responder a Rancière, a Vattimo y a
tantos otros que critican el hecho de que Sócrates aquí sabe y transfiere esos conocimientos al
esclavo, es que es cierto que bien podemos decir que Sócrates conoce el teorema de Pitágoras
y se lo ha enseñado de una manera solapada al esclavo; también podemos decir que a Sócrates
a su vez se lo ha enseñado algún maestro y que a ese maestro alguien a su vez se lo ha
enseñado.
Ahora bien, si bien al esclavo el teorema de Pitágoras se lo pudo haber enseñado Sócrates, a
Pitágoras no se lo enseñó nadie, ese es el punto aquí: Pitágoras sólo puede haberlo
‘recordado’, sólo lo puede haber obtenido buscando en su propia alma.
Segunda gran diferencia: en el Fedón hay Ideas. Lo que el alma conoce ya son las Ideas.
Aquí el mecanismo del conocimiento ya está asociado con el conocimiento de las Ideas, que
es el único conocimiento en sentido pleno que Platón admite. Aclaro esto porque lo que aquí
el alma va a conocer antes de encarnar son las Ideas, concretamente, mientras que en el
Menón se conocen “cosas”, no Ideas (consideren que no se trata de conocer, en el ejemplo del
esclavo, la Idea del cuadrado).
Otra diferencia con el Menón sería que allí la reminiscencia se planteaba para salir de la
paradoja del conocimiento y mostrar que el conocimiento es posible. En el Fedón en
cambio, la reminiscencia se va a plantear para mostrar que el alma es inmortal.
-Pero, Cebes -dijo Simmias interrumpiendo-, ¿cuáles son las pruebas de eso?
Recuérdamelas. Porque en este momento no me acuerdo demasiado de ellas.
Es el Menón casi textualmente: hay una persona que interroga correctamente y el ejemplo que
Cebes pone es el de dibujos geométricos. Platón de alguna manera señala que lo que va a
desarrollar acerca de la reminiscencia se monta sobre aquello que ya dijo en el Menón. Pero
no va a ser lo mismo. Reparen que menciona “dibujos geométricos”. Clarísimamente es el
Menón, como para ponernos en tema Platón remite a otro diálogo; además, confirmamos
aquello que veíamos en la Línea dividida: los geómetras se sirven de imágenes sensibles, de
“dibujos geométricos”. Entonces, volviendo al Fedón, sobre la base de lo ya dicho en Menón
Platón va a montar otra cosa, poniendo como excusa un Simias que cuestiona estos temas. No
obstante, noten la cuestión del interrogatorio, que vimos en el Menón, y el hecho de que
según Cebes es algo que cualquiera puede hacer. Es decir, se puede interrogar
correctamente a cualquiera y obtener opiniones verdaderas pasibles de volverse
conocimientos. El ejemplo de que cualquiera puede hacer esto es que se ha usado a un
esclavo. Resalto esto de que cualquiera puede hacerlo porque en el Fedón ya no es
cualquiera, ya es el ojo del filósofo el que puede realizar esta otra reminiscencia que no
necesita de un interrogador. Acá la cosa se pone más elitista porque por otra parte Sócrates
está con todos sus discípulos en la cárcel, a punto de morir.
Continuamos leyendo:
c -Yo, del modo siguiente -repuso-. Reconocemos, sin duda, que siempre que
uno recuerda algo es preciso que eso lo supiera ya antes.
d -¿Cómo dices?
-¿Cómo no?
-Desde luego sabes que los amantes, cuando ven una lira o un manto o
cualquier otro objeto que acostumbra a utilizar su amado, tienen esa
experiencia. Reconocen la lira y, al tiempo, captan en su imaginación la
figura del muchacho al que pertenece la lira. Eso es una reminiscencia. De
igual modo, al ver uno a Simmias a menudo se acuerda de Cebes, y podrían
darse, sin duda, otros mil ejemplos.
Otro ejemplo que pone Sócrates es cuando ve a Simmias y se acuerda de Cebes, porque
parece que andaban juntos todo el tiempo. Es por asociación.
-¿Y qué? -dijo él-. ¿Es posible al ver pintado un caballo o dibujada una lira
rememorar a una persona, o al ver dibujado a Simmias acordarse de Cebes?
Hay una segunda clase de reminiscencia que podemos llamar “por semejanza”. Por
semejanza uno ve un retrato de Simmias y se acuerda de Simmias. Aquí hay semejanza
porque uno ve la imagen de una persona y se acuerda de ella. Leemos un poco más:
-Ocurre.
Entonces, en el caso de cosas semejantes sería por semejanza, cosas diferentes sería por
asociación. Sócrates está fundando el territorio del recuerdo para ir a la reminiscencia,
tratando de fundamentar cómo se conocen las Ideas y, en definitiva, tratando de mostrar que
el alma es inmortal, no hay que perder el hilo conductor del argumento.
Ahora bien, que yo vea el retrato de Simmias no puede llevar a que confunda el retrato de
Simmias con Simmias mismo, porque hay una diferencia entre el retrato de Simmias y
Simmias. Hay en el retrato una deficiencia ontológica, porque el retrato es una copia. Hay
una relación de original a copia. Aquí hay deficiencia ontológica de la copia respecto del
modelo. El retrato de Simmias es ontológicamente deficiente respecto del Simmias original.
La copia es ontológicamente deficiente respecto de su original. Aun con todas estas
diferencias, una cosa nos remite a la otra. El retrato de Simmias no es lo suficientemente
imperfecto como para que yo no recuerde a Simmias. Evidentemente hay que tener en cuenta
que el arte griego es representativo en todos los sentidos. Anticipo esta intuición porque va a
ser fundamental para la reminiscencia. En ese retrato hay muchas cosas que no son iguales a
Simmias, lo cual no impide que la asociación se produzca. Ahora bien, para que el retrato
imperfecto me lleve a Simmias antes tengo que haber conocido a Simmias. Tengo que
conocer primero a Simmias para que eso me remita a Simmias y, en segundo lugar,
necesito conocer el Simmias real para detectar que el retrato es imperfecto.
-Así que, cuando uno recuerda algo a partir de objetos semejantes, ¿no es
necesario que experimente, además, esto: que advierta si a tal objeto le falta
algo o no en su parecido con aquello a lo que recuerda?
En el caso de la semejanza uno detecta que no se trata de lo mismo, lo único que es igual a
Simmias es Simmias mismo. Ahí está la deficiencia ontológica: le falta algo a cualquier
retrato de Simmias, por más que se le parezca en alto grado.
-Examina ya -dijo él- si esto es de este modo. Decimos que existe algo igual.
No me refiero a un madero igual a otro madero ni a una piedra con otra
piedra ni a ninguna cosa de esa clase, sino a algo distinto, que subsiste al
margen de todos esos objetos, lo igual en sí mismo. ¿Decimos que eso es
algo, o nada?
¿Qué es lo igual en sí mismo? La Idea de lo igual. ¿Decimos que existe la Idea de lo igual? Y
Simmias dice que sí.
Entonces, ¿por qué el conocimiento de lo igual en sí no pudo haber surgido de dos maderas
iguales o de dos piedras iguales? La cuestión va a ser esta deficiencia ontológica que van a
tener las igualdades sensibles en relación con la igualdad en sí. Antes de seguir leyendo
volvamos al ejemplo de Simmias. Si ustedes jamás en su vida vieron a Simmias, si yo les
muestro un cuadro de Simmias, a través de ese cuadro ¿ustedes pueden recordar el original?
No. El conocimiento de la copia me permite recordar el original, tan sólo si yo ya conocía,
previamente, ese original. Aquí viene la prioridad de la que hablábamos antes: sólo por el
conocimiento del original puedo detectar que esto es una copia; si no conozco el original,
no puedo saber que esto es una copia imperfecta.
Ahora bien, ¿hay algo exactamente igual en el plano sensible? No. Entonces, ¿cómo algún ser
humano concibió eso, el concepto de “igualdad”, como algo posible? Reparen en lo complejo
de la cuestión. ¿Cómo alguien alguna vez concibió algo que jamás en su vida vio, tocó, gustó,
etc.? Me estoy refiriendo a lo Igual en sí, a aquello que no es igual en un sentido y desigual en
otro. No hay nada en el plano sensible que sea igual a otra cosa, sin embargo, nosotros
predicamos igualdad de las cosas sensibles, de los leños. La respuesta de Platón va a ser que
la única manera que explica que nosotros prediquemos igualdad en el plano sensible, aun
cuando sea una igualdad deficiente, imperfecta, es que nuestra alma ya haya venido con ese
conocimiento de esa Idea. No es algo que el cuerpo pueda haberle proporcionado al alma
durante la vida corporal, porque con ninguno de los mecanismos que el cuerpo tiene para
conocer nosotros podemos captar algo así como dos cosas iguales. Entonces no podemos
haber tenido ninguna experiencia sensible de lo igual como para formarnos esa noción.
Conclusión: esa noción tiene que haber sido conocida antes de tener un cuerpo. Repito,
sacando todo el ropaje mítico de la cuestión, aquí hay una teoría del conocimiento que apuesta
por un innatismo.
Seguimos leyendo:
Seguimos leyendo:
-Por lo tanto, no es lo mismo -dijo él- esas cosas iguales y lo igual en si.
Aquí la operación es diferenciar: no puede ser la igualdad sensible lo mismo que la igualdad
en sí, porque en dos cosas iguales hay copresencia de contrarios. Volviendo al ejemplo de
Simmias y su cuadro: hay deficiencia ontológica. La deficiencia ontológica radica en el
hecho de que, al mismo tiempo que hay igualdad, hay desigualdad. Las cosas iguales en sí
mismas jamás se van a mostrar como desiguales. Por lo tanto no es lo mismo la igualdad que
existe entre los leños, o entre Simmias y su retrato, que la Igualdad en sí.
-Con todo -dijo-, ¿a partir de esas cosas, las iguales, que son diferentes de lo
igual en sí, has intuido y captado, sin embargo, el conocimiento de eso?
-En efecto.
d -No hay diferencia ninguna -dijo él-. Siempre que al ver un objeto, a partir
de su contemplación, intuyas otro, sea semejante o desemejante, es necesario
-dijo- que eso sea un proceso de reminiscencia.
Para que esta reminiscencia ocurra se tienen que dar ciertas condiciones: el recuerdo se
dispara gracias a una percepción sensible. ¿Cualquier percepción sensible en cualquier
momento? Evidentemente no. El esclavo de Menón necesitó un exhaustivo interrogatorio para
llegar a las propiedades del cuadrado. Pero Simmias es un filósofo. Esta manera de presentar
la reminiscencia donde no hay un interrogatorio por parte de un maestro que sabe supone un
ejercicio restringido a unos pocos. La pregunta es, ¿cualquiera podría hacer esto tal como
el esclavo del Menón podría haber sido interrogado? Aparentemente no. Es para ciertos
espíritus entrenados en este tipo de reflexiones. Que estén entrenados no quiere decir
que recuerdan aislados de lo exterior. Hay un disparador que es sensible. La fractura del
mundo es lo que al filósofo lo lleva a hacer estas recuperaciones de entidades suprasensibles.
Es la constatación de la imperfección lo que dispara la recuperación de lo perfecto. Nosotros
venimos con lo perfecto en el alma, pero está obturado, está ensombrecido por lo apabullante
que son los sentidos. Al filósofo esto debería implicarle un trabajo de reflexión que le dé
cómo resultado el conocimiento de entidades perfectas; mientras que al esclavo de Menón no.
Como ven, este es otro tipo de interlocutor.
-¿Y qué? -dijo él-. ¿Acaso experimentamos algo parecido con respecto a los
maderos y a las cosas iguales de que hablábamos ahora? ¿Es que no parece
que son iguales como lo que es igual por sí, o carecen de algo para ser de
igual clase que lo igual en sí, o nada?
-Carecen, y de mucho, para ello -respondió.
-Por tanto, ¿reconocemos que, cuando uno al ver algo piensa: lo que ahora
yo veo pretende ser como
e algún otro de los objetos reales, pero carece de algo y no consigue ser tal
como aquél, sino que resulta inferior, necesariamente el que piensa esto tuvo
que haber logrado ver antes aquello a lo que dice que esto se asemeja, y que
le resulta inferior?
-Necesariamente.
Este párrafo es fundamental: cuando yo veo algo, pienso; esto pretende ser igual, ese retrato
pretende ser Simmias, pero no lo es. Reparen en que las Ideas no “pretenden” ser tal cosa, las
Ideas son tal cosa. Lo importante aquí es que nosotros vemos el retrato y sabemos que no es el
Simmias real, pero sin embargo nos sirve para recordar al Simmias real, que tengo que haber
conocido antes.
-¿Qué, pues? ¿Hemos experimentado también nosotros algo así, o no, con
respecto a las cosas iguales y a lo igual en sí?
-Por completo.
75a que al ver por primera vez las cosas iguales pensamos que todas ellas
tienden a ser como lo igual pero que lo son insuficientemente.
-Así es.
Otra diferencia con el Menón es que lo que disparaba la reminiscencia en el esclavo era
la pregunta de quien interroga, mientras que aquí lo que dispara la reminiscencia son
los sentidos, la captación sensible: es este uno de los tantos lugares en la obra platónica
donde los sentidos, si bien no son la meta epistémica a la cual queremos llegar, son
ayudantes, son condiciones de posibilidad para que el conocimiento tenga lugar.