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Apoyada en la insularidad y la supremacía naval, Gran Bretaña resistió los masivos ataques
aéreos alemanes, sin que los esbozos de planes de invasión llegaran a cuajar por parte
alemana. Durante el segundo semestre de 1940 y la primavera de 1941, Hitler se planteó
pactar con los británicos el final de la guerra. Se trataba de conformar dos grandes zonas de
influencia que reservasen para Alemania el desarrollo del orden nazi en el Viejo Continente
y para Gran Bretaña la seguridad del Imperio.
Durante los años de la expansión nazi, la Europa ocupada estuvo subordinada al interés
alemán. Se creó un discurso político justificativo del orden nazi que postulaba la
construcción de una Nueva Europa dependiente de Berlín. Aprovechando el miedo al
comunismo de los grupos conservadores europeos, los alemanes utilizaron como coartada
la «cruzada contra el bolchevismo». En realidad la expansión nazi se tradujo en una
subordinación económica a Alemania que resolviera a la par el esfuerzo bélico y el espacio
vital del pueblo alemán.
Bien a través de la administración directa del ejército o de la constitución de gobiernos
colaboracionistas, toda la Europa ocupada fue económicamente explotada en materias
primas, productos alimentarios y fabriles mano de obra. Este último caso representó el
traslado forzoso a Alemania de millones de trabajadores de toda Europa. El sistema de
campos de concentración y de exterminio fue su espacio físico. La “solución final»
decidida en la conferencia de Wannsee, en enero de 1942, llevó hasta sus últimos extremos
la política nazi de exterminio.