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¿Cómo preparo mi corazón para

predicar todos los domingos, al


mismo tiempo que preparo el
texto durante la semana?
Esta es una excelente pregunta, porque la
respuesta tiene profundas implicaciones para la
salud del predicador y el poder del púlpito.

Pero antes de abordar la cuestión específicamente


en lo que se refiere al corazón del predicador y su
texto, se debe entender que mi consejo será
irrelevante aparte de la atención continua del
predicador por su alma a través de la confesión
diaria del pecado y caminar con el Espíritu.

Hermanos, tenemos que protegernos de una


profesionalidad que se centra en la preparación de
nuestros corazones para llevar a cabo la gran
tarea de anunciar la Palabra de Dios a través de
una “oración de la sacristía” formal con los
ancianos. Ahí ciertamente confesaremos nuestra
necesidad e imploraremos apasionadamente al
Espíritu Santo que nos ayude a cumplir con la
tarea. Pero si esa es nuestra única oración de
preparación, es posible que hayamos ignorado los
pecados del corazón “incidentales”, tales como la
forma en que hemos interactuado con nuestras
esposas e hijos (1 Ped. 3:7; Efe. 6:4).

El texto prepara al corazón


Mi método para preparar mi corazón para predicar
es permitir que el texto prepare mi corazón. Mi
práctica en los últimos años ha sido la de pasar
alrededor de 20 horas por semana en la
preparación de mi sermón. Y yo he dicho muchas
veces que la preparación del sermón es de 20
horas de oración, ya que son 20 horas de pedir al
Padre, Hijo, y Espíritu que abran el texto mientras
lucho por comprender su lugar en el libro, su
orientación y simetrías, y su significado para mis
oyentes.

Por lo tanto, la preparación del sermón es una


conversación en curso: “Señor, ayúdame; Espíritu,
ayúdame”. En esta búsqueda, siempre en las 20
horas hay un incremento de asombro ante el
despliegue de las perfecciones y penetrante
profundidad y sutileza de las Escrituras, al revelar
los secretos de nuestros corazones y señalarnos a
Cristo.

Rastrillando el alma
Junto con esto, son 20 horas de rastrillar mi alma
mientras el texto abre camino profundo, con
surcos de sangre en mi corazón (He. 4:12). Tanta
exposición da como resultado un arrepentimiento
continuo mientras le voy pidiendo al Espíritu que
me haga comprensivo para con la verdad del texto
y, aunque soy pecador, que lo convierta en una
verdad en mi corazón. A veces sucede, y a veces
no. Pero el arado de mi corazón ha sido saludable,
me ha elevado, y santificado. Mi experiencia
regular en el día del Señor es un corazón
desbordante. De hecho, tenía que contenerme de
decir: “Este es el texto más maravilloso en la
Biblia”.

Y ahora, hermanos pastores, como profesor de


seminario tengo que decir que lo que sucedía
semanalmente en mi corazón durante todos esos
años de predicación es lo que más extraño. Echo
de menos la elevación permanente que pasa en el
púlpito. Como el apóstol tan sabiamente encargó a
Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la
enseñanza. Persevera en estas cosas, porque
haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti
mismo como para los que te escuchan” (1 Tim.
4:16).

Publicado originalmente en The Gospel Coalition.


Traducido por Eri Miranda.

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