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2 Poratti, Armando, “La Comunidad Organizada. Texto y Gesto”, en Perón, Juan Domingo,
La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino. 2007.
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17 de octubre de 1945 abre paso al alumbramiento de esta nueva
fuerza política, generando una ruptura política, epistemológica,
cultural y económica respecto del imaginario de la Década Infame.
Consideramos que en la idea comunitaria sostenida por Perón
y por los pensadores del peronismo a lo largo del período funda-
cional, se hallan inscriptas las tramas diferenciales desde las que
este movimiento concibió la identidad nacional. Distanciándose
de una cosmovisión formalista y segregativa de lo argentino propia
de las elites políticas de los años treinta, el peronismo parecería
reconocer en las modalizaciones del ser-en-común el elemento
primordial de la vida social. Dinámica co-existencial que se expre-
saría en el nacimiento de una nueva comprensión de la política,
acompañada de un principio social renovado y una prospectiva
histórica identificada con los intereses de las mayorías sociales.
Una apelación que se dirigía a los valores axiológicos de la justicia
social, independencia económica y soberanía política, como ma-
nera de reformar la vida pública argentina. En este sentido, en la
perspectiva de diferentes pensadores del peronismo, se vislumbra-
ba el acaecer de una posición nacional que, contraponiéndose con
el imaginario de la Década Infame, asumía los diferentes modos de
intervenir y transformar la realidad político-social, tomando como
prisma la felicidad colectiva y la grandeza de la nación. En razón
de tal interpretación, se entendía que con el peronismo se abría el
horizonte de una democracia social capaz de suplir a la democracia
formal propia del modelo oligárquico.
Al referirnos a la categoría de comunidad dentro del pensa-
miento filosófico político y, en particular, a su re-escritura en La
Comunidad Organizada, nos enfrentamos, no a un concepto cerra-
do y unívoco, sino a un conjunto de axiomáticas complejas y a
tradiciones, hermenéuticas y formas diferenciales de compren-
sión del ser-en-común. La comunidad emerge como una catego-
ría compleja, como una serie de diversos entramados y senderos,
los cuales habilitan el despliegue de una lectura crítica capaz de
interrogar de manera esencial acerca de las diferentes axiomáticas y
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formas de com-parecencia del ser-en-común. Un conjunto de ela-
boraciones de lo comunitario que, en el discurso de 1949, presenta
un alto grado de singularidad en sus vertebraciones conceptuales.
Se nos presenta una apelación, a las figuras de lo colectivo que se
encarnan en la obra de distintos pensadores de la tradición de la
Metafísica Occidental como Platón, Aristóteles, Tomás de Aqui-
no, Dante Alighieri, Baruch Spinoza, Thomas Hobbes, Jean Jac-
ques Rousseau, Edmund Husserl y Martin Heidegger, entre otros.
Un relato que se interna en la tradición escritural del pensamien-
to occidental, pero que lo hace reconociendo su lugar singular.
De acuerdo a nuestra perspectiva, nos referimos a una com-
prensión de lo comunitario que se despliega desde su propia
diferencia específica, asumiendo las condiciones propias del
contexto latinoamericano de su época. Una forma de concebir el
pensamiento que reconoce las lógicas de dominación y los proce-
sos de Saber-Poder que se van reproduciendo a nivel global y que
repercuten sobre las realidades políticas de América Latina.
Fermín Chávez, en un texto titulado “Una epistemología de la
periferia” de 1983, expresaba la necesidad de desarmar las ideo-
logías elaboradas en los países centrales asumiendo que ellas
devenían directa o indirectamente instrumentos de dominación
semi-colonial. Las estructuras ideológicas desarrolladas por las
naciones dominantes, no eran saberes objetivos y neutrales, sino
que constituían una trama de jerarquías epistemológicas y cul-
turales en el marco de las relaciones entre centro y periferia. En
cada sistema de dominación, las ideologías se vertebraban como
plasmaciones de sentido que organizaban el poder y la admi-
nistración del orden de la dependencia. Como instrumentos de
dominio se intercalaban diferentes aspectos tales como estructu-
ras espirituales, elites, dirigencias, aparatos de poder. La ideolo-
gía debía expandirse simbólicamente, ocupando todo el espacio
epistemológico-cultural de una nación. De ese modo, las perspec-
tivas ontológicas, ética, psicológicas, estéticas y lógicas quedaban
reducidas a un estrecho marco co-incidente con el horizonte del
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modelo semi-colonial. Por esta razón, para los pensadores de los
ámbitos periféricos se trataba de denunciar y desmontar los fal-
sos presupuestos y los sofismas difundidos que obstaculizaban el
verdadero conocimiento de la realidad nacional. Solamente cuan-
do dichas pre-nociones, fueran desarmadas y neutralizadas en su
operatividad simbólica, se podría acceder a un segundo momento
que consistiría en conformar una “nueva ciencia del pensar”:
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el estar-en-el-mundo de los sectores populares, se imponía como
contra-movimiento el desmantelamiento de esa organización se-
mi-colonial de los saberes y la consecuente puesta en juego de un
pensamiento situado de procedencia popular.
En correlación con ello, consideramos posible afirmar, que
con las jornadas del 17 de Octubre de 1945, luego de una mani-
festación popular multitudinaria y la conformación del posterior
liderazgo político de Juan Domingo Perón, no sólo se establece
una nueva etapa institucional en Argentina, sino que también,
se abre el camino para una metamorfosis del entramado social
y una ruptura cultural-epistemológico-económico-política, sin
precedentes en la vida nacional. Una transformación sustancial
que le otorga una fisonomía propia al peronismo, abriendo todo
un nuevo horizonte político comunitario en el escenario de Pos-
guerra y en la que cobra un valor sustancial la apuesta conceptual
de La Comunidad Organizada.
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Nicola Abbagnano, Michele Sciacca y Eugen Fink. Enviaron ponen-
cias Karl Jaspers, Nicolai Hartmann, Benedetto Croce, Jean Hy-
ppolite, Ludwig Klages y Galvano Della Volpe. El mismo Heidegger
estuvo cerca de participar, a partir de las gestiones que, en ese sen-
tido, había llevado adelante el canciller Juan Atilio Bramuglia ante
su par alemán. Sin embargo, la situación delicada por la que estaba
pasando Heidegger en su país hizo imposible su participación; por
ello envió, únicamente, una salutación al Congreso.5 El cónclave,
a su vez, puede ser interpretado como un gran campo de disputa
entre las corrientes más significativas de la filosofía de la época,
sobre todo, una reyerta entre las expresiones identificadas con el
pensamiento existencial heideggeriano y los grupos más cercanos
a posiciones neotomistas. A su vez, desde el punto de vista político,
el escenario del Congreso aparece como un ámbito propicio para
la exposición y difusión de la cosmovisión e ideas sustanciales
del peronismo y, en especial, su concepción de la vida-en-común.
Precisamente, junto con la Reforma Constitucional de ese año, la
conmemoración, en 1950, del año de Libertador y la recuperación
simbólico-política de la figura de Martín Fierro, el evento puede ser
considerado como una de las intervenciones destinadas a conso-
lidar un fundamento identitario estable del movimiento político
peronista. En su exposición, Perón afirma que la obra del gobierno
peronista reflejaba la manifestación de un gran movimiento na-
cional, guiado por una concepción doctrinaria distintiva: el pero-
nismo se despliega por medio de la plasmación de una doctrina
propia, novedosa en el campo internacional, alternativa a la que
ofrecían los dos imperialismos vigentes (capitalismo norteameri-
cano - comunismo soviético) y ello es lo que debería ser expuesto.
Tales saberes doctrinarios le otorgaban una fisonomía singular al
movimiento en su entramado interno, re-produciendo un conjun-
to de valores propios característicos del pueblo argentino:
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El movimiento justicialista… es todo un movimiento doctri-
nario nacional que levantando banderas de la justicia so-
cial, la independencia económica y la soberanía política ha
creado un orden orgánico, estructural y funcional, mediante
una profunda reforma integral que ha cambiado la vida ar-
gentina, dándole características propias y originales (…) Su
doctrina, inspirada en las aspiraciones populares, ha sido
inculcada profundamente en la masa. Sus dirigentes han re-
cibido, asimismo, una gran capacitación técnica, política y
doctrinaria.6
6 Perón, Juan Domingo: La Fuerza es el derecho de las bestias, Buenos Aires, Edi-
ciones Fabro, 2013, pp.193-194
7 Perón, Juan Domingo, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para
el Modelo Argentino. 2007, pp. 139-140.
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propio el replantear la correspondencia de los hombres con su
principio, es decir, con la finalidad implícita en su existencia y la
de sus semejantes8. Dentro de tal panorama, el peronismo corre-
ría con la ventaja de que el conjunto de ideas y saberes propuesto
en el discurso ya habría sido ejercido por la obra de gobierno. Uno
de los aspectos más desafiantes para el hombre de Estado era la
cuestión de tener hacer coincidir todo lo proclamado a nivel dis-
cursivo con lo que, efectivamente, se fuese realizando en el plano
de los hechos. En este sentido, las políticas de gobierno llevadas
adelante por el peronismo representaban el mejor soporte para lo
expresado en el discurso.
En esta intersección del pensar y el hacer, o del ajuste del
obramiento respecto de las tramas de las ideas, puede ubicarse
el ámbito más apropiado para abordar la personalidad intelec-
tual de Perón. Jorge Bolívar ha reconocido que, si bien el enton-
ces presidente ponía en juego las enseñanzas provenientes de su
formación y docencia de historia militar, la aplicación de tales
saberes se vería acompañada por una distinción decisiva entre
lo que sería propio de la conducción política y lo que aparecería
como privativo de la conducción militar. De acuerdo a esta lec-
tura, se podría llegar a la conclusión de que en la axiomática de
Perón conducción política y conducción militar no resultarían
coincidentes. Mientras que la conducción militar se manifesta-
ría como ejercicio del mando, la experiencia del liderazgo político
incorporaría un horizonte diferenciado y más amplio que sería
el de una conducción sociocultural acertada. En la modalidad
política de la conducción lo estratégico permanecería vigente,
pero no como en el universo cerrado de la cosmogonía militar,
sino desde el prisma de sentido que ofrecía la praxis política. Nos
referimos a un pensar estratégico resignificado pero, también, re-
significante que entiende a la esfera de lo político como una in-
corporación compositiva de fuerzas diversas, inescindiblemente
unidas al conjunto de la reflexión. Reunión entre el “pensar” y el
8 Perón, Juan Domingo, La Comunidad..., Op. Cit., p. 141.
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“hacer” que desborda lo ideológico pero, al mismo tiempo, rebasa
lo exclusivamente militar. En una línea similar a la de Bolívar,
Carlos Piñeiro Iñíguez9 expresa que Perón incorporó en su bagaje
intelectual la distinción entre estratega y gran estratega propuesta
por Basil Liddell Hart. Por estratega se entiende una plasmación
más particularmente militar, vinculada a las actividades propias
de un conflicto bélico; en cambio, el gran estratega conlleva un
conjunto de funciones más profundas y complejas, un juego de
roles e interrelaciones más vasto y omnicomprensivo que el que
corresponde al mero ejercicio militar. El estratega puede desen-
volver exitosamente las tareas comprendidas en una batalla, sin
embargo, la conducción de las masas tiene como meta la conse-
cución de un objetivo político global que demanda un accionar
más complejo y elevado propio del gran estratega.
Podemos aventurar que, como hemos indicado en Fenomeno-
logía del Peronismo, una de las alternativas más favorables para
estudiar la personalidad intelectual de Perón consiste en abordar
sus diversos escritos desde la noción aristotélica de prudencia.
Consideramos que el obramiento de Perón se nos ofrece siempre
como una composición de fuerzas que, al mismo tiempo que se va
desplegando, parecería localizarse con referencia a una apelación
a la sabiduría y a la interpelación mediadora de la razón. Un sen-
dero tendiente a la construcción de escenarios hegemónicos más
estabilizados, el cual sería concurrente con una remisión a un sa-
ber capaz de conducir y moderar los tiempos de la acción. El sabio
(filósofo) aplica su sabiduría a lo que es y a lo que se mantiene en
su permanencia; en cambio, el prudente (el conductor) despliega
su actividad en la variación y contingencia de los casos. Así, lo
que aparece como privativo del prudente se dirige a los entes su-
jetos al cambio y no a los seres eternos. El mundo comparece en
su metamorfosis permanente, se expresa como una sucesión caó-
tica de realidades en movimiento, no obstante eso, la razón puede
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ser aplicada como un modo de descifrar los signos sustanciales
del acaecer en su progresión constante. El razonamiento se torna
prospectivo porque revela los trazos fundamentales del devenir
histórico en su futuridad. En Perón, el arte de la política, entendi-
da como un aspecto concerniente a la virtud del prudente, emer-
ge como encarnación de su propio obramiento. Hablamos de una
modalización del poder que parece irradiarse como un acaecer
virtuoso del accionar prudente dentro del ámbito de la inestabili-
dad y el regocijo del azar. Un reajuste en el que se irían reflejando
la acción y la razón sobre un terreno sinuoso ofrecido por la mu-
danza de las situaciones; virtud que permitiría obrar de manera
correcta en el mundo tal como éste sería en cada momento. Este
camino de indagación cobra más sustento si reconocemos la per-
manente alusión, por parte de Perón en sus discursos y escritos,
a categorías propias de la axiomática aristotélica, como felicidad,
bien común, justo medio o el carácter orgánico de la política, entre
otras.
Respecto del discurso, se han mantenido diversas posturas
que avalaron o cuestionaron la autoría por parte de Perón. Desde
nuestro horizonte axiomático, nos mantenemos en el camino in-
dicado por Armando Poratti (2007: 103), quien ha sostenido la hi-
pótesis de que la ponencia habría sido elaborada originariamente
por Perón, con un sentido y contenido políticos y que, luego, en
vistas de adaptar tal contenido al auditorio en cuestión, habría
sido modificada por algunos de los filósofos peronistas partici-
pantes en el Congreso. Igualmente, también consideramos que,
más allá de las diversas modificaciones e intervenciones que po-
dría haber sufrido la pieza, al asumir Perón su autoría hizo suyo
todo lo expuesto.10
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Apuntes sobre una Filosofía de la Historia
La estructura interna de Comunidad Organizada deja entrever
lo que podría considerarse como un recorrido de la evolución hu-
mana entrelazada en los términos de una filosofía de la historia.
Si bien los diversos períodos no son presentados de manera simi-
lar y con un mismo nivel de detalle, se puede detectar un sentido
interno de la exposición que privilegia ciertas etapas del pensa-
miento, entendidas como reflejo de la permanente lucha de los
hombres y los pueblos por su autonomía. A los fines de nuestra
indagación, consideramos significativo destacar cuatro momen-
tos sustanciales del devenir humano tal como son atestiguados
en Comunidad Organizada. En primer lugar, puede reconocerse el
desenvolvimiento del mundo antiguo, como contexto fundacio-
nal del horizonte político propio de la civilización occidental. En
esta etapa se hacen presentes los primeros destellos de la lucha
humana por su realización individual-social dentro del marco or-
gánico de la Polis. Bajo la axiomática platónica tal camino, se en-
sambla con las ideas de bien, orden, armonía, proporción, todas
ellas subsumidas a la noción de Justicia. Tal comprensión ofrece
nuevo vigor con la filosofía de Aristóteles, en la que se entiende
de manera más profunda el carácter comunitario de la vida hu-
mana. El existente, logra cubrir sus necesidades primarias, pero
también, acceder a una vida buena, en el marco del ser-en-común
y por esa misma razón el espíritu helénico tiene como presupues-
to ontológico- político el desenvolvimiento del Estado:
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Con el Cristianismo, podemos encontrar la segunda etapa des-
tacable en este decurso histórico-filosófico. Representaba la pri-
mera gran revolución humana, mostrándose como la primera li-
beración del hombre que transformaba la libertad teórica en una
posibilidad universal. A partir del advenimiento de esta nueva era
se incorpora una comprensión vertical de la vida, proyectando al ser
humano hacia una plenitud de la existencia. Rectificaba la expe-
riencia griega, pero no como una negación, sino como una aportación
que trasladaba la comprensión humana hacia un nuevo plano.
Perfeccionaba la impronta helénica, adicionándole una mirada de
la vida humana que acaecía desde una altura más elevada.
La Edad Media había sido una época con sus santos y demo-
nios, pero mientras que la libertad, previamente quedaba reclui-
da en el ámbito teórico y resultaba expropiable por medio de la
fuerza, con el cristianismo y la idea de un alma libre e inmortal se
convertía en un ente eterno y nunca completamente extinguible.
Una época en que se manifestaría históricamente el predominio
de lo espiritual como premisa de una liberación más plena y completa.
Como se expresaría en Filosofía Peronista13, el hombre es considera-
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do como material pero al mismo tiempo trascendente. Es decir,
como un ser limitado por su materia, caído en la temporalidad,
pero visto desde su acaecer espiritual puede ser reconocido como
infinito. En el peronismo…
14 Perón, Juan Domingo: Filosofía Peronista, Buenos Aires, Fabro, 2013, p. 76.
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Rousseau, en cambio sostiene una mirada positiva del ser
humano, sumando el poder individual al poder de todos y de ese
modo configurando su destinación comunitaria. Si bien en esta
axiomática se auguraba el futuro advenimiento de las democra-
cias, también se abrigaba la inquietud sobre la negación de lo es-
piritual que albergaba. Partiendo de tal raíz, se proyectaba hacia
el porvenir, el horizonte del liberalismo político, si es que se hacía
hincapié en el individuo, o del marxismo, si se le otorgaba valor a
la comunidad:
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comprometiendo a los seres humanos en una escalada irrefrenable
de organización del mundo de la vida. Representación de un mun-
do mecanizado y de un progreso desencadenado del tiempo que
abrían un enigma acerca del por-venir humano. Un movimiento
irrefrenable y concatenado que alcanzaba a todos los Pueblos de la
tierra de una forma nunca antes experimentada.
Casi dos décadas después y habiendo acaecido la Segunda
Guerra Mundial, Perón vería este escenario y su signo epocal más
agudizado. Como logra vislumbrarse en La Comunidad Organizada
esta crisis aparecía como una de las más profundas que había visto
el género humano. Tal era la singularidad de la coyuntura que se
presentaba, tan envolvente era el sentido de ese trance histórico,
que la posibilidad de superarla era considerada como el marco de
un nuevo Renacimiento:
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de las multitudes conducía a la renovación de los saberes políticos y
también a la reforma necesaria de las instituciones sociales que ha-
bían sido concebidas dentro del imaginario del Siglo XIX. La “hora de
los pueblos” constituía un desafío al que solamente se podía respon-
der eficazmente con una transformación de la conciencia política y
un rediseño de los dispositivos institucionales específicos. Por otro
lado, aparecía un segundo factor que era la aceleración del avance
técnico. Una progresión tecnológica que se desplegaba de manera
inusitada, involucrando individuos y pueblos en una vorágine de la
plenificación de la técnica:
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proceso evolutivo había proyectado al hombre fuera-de-sí pero sin
otorgarle una conciencia propia de sí. Ante esa coyuntura caótica
la tarea que se imponía a la política (y la filosofía) era la de devol-
ver al ser humano su proporción, reconociéndolo como portador
de valores supremos, reconstituyendo su comparecencia dentro
del plexo histórico. Se debía aspirar a formas organizativas nove-
dosas, una reconversión que encarrilase los diversos entramados
sociales y políticos dentro de los carriles de la evolución. Frente al
mundo desencadenado de la técnica únicamente se podía respon-
der desde el terreno de la conducción de los pueblos y de organiza-
ción de la vida social:
La Comunidad Organizada:
Prolegómenos de un Humanismo desde América Latina
Llegados a este punto, la pregunta que se nos presenta de manera
sustancial es la relativa a qué tipo de noción del ser-en-común se pro-
pone en La comunidad organizada. Sobre todo, cuáles son los elementos
diferenciales del discurso capaces de otorgarle un rasgo singular a la
propuesta comunitaria dentro de la axiomática del peronismo clásico.
En este sentido, debemos reconocer que, como hemos afirmado en Fe-
nomenología del peronismo, más allá de sus distintos tenores, la tenta-
tiva de Perón se dirige hacia una rehabilitación del ideario humanista.
Preocupación en torno a la “humanitas” que debería sostener los fun-
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damentos de la vida social y que, a su vez, serviría como paradigma
de un proyecto político-social. Tal inquietud, se corresponde con
cierto espíritu de época que también es posible distinguir en la pre-
ocupación sartreana y en la crítica heideggeriana. Un contexto sig-
nado, de manera decisiva, por el escenario de la posguerra y condu-
cido por el interrogante en torno a cuál sería el porvenir del hombre
en el período de desenvolvimiento desenfrenado de la técnica pla-
netaria. Desde fines del Siglo XIX y comienzos del XX los avances
tecnológicos se desplegaban de manera cada vez más acelerada,
en forma concatenada y en una progresión prácticamente irrefre-
nable. Torbellino de lo técnico, que había sido preanunciado por las
axiomáticas de Colmar Von der Goltz, Max Weber, Ernst Jünger y
Martin Heidegger. El tiempo-histórico de la modernidad madura se
expresaba como un continuum que ordenaba mecánicamente el mun-
do de la vida, desgarrando las formas asociativas tradicionales.
En el enfoque de Perón, se entiende que el género humano,
inmerso en el caótico mundo de la técnica, parecería encontrarse
ante la interrogación respecto de cómo pensar formas co-existen-
ciales que recreasen la tensión entre individuo y comunidad sin
malograr ninguna de las dos opciones. Un escenario se tornaría
más tempestuoso aún si incorporaba al análisis la irrupción de
las masas en la vida política y su profunda y sostenida influencia
en los destinos de cada nación. El desenvolvimiento de Occidente
se reconocía, a su vez, como un archipiélago de tensiones entre
épocas de predominio de lo material y períodos de hegemonía de
lo espiritual. Espíritu y materia que se ofrecían, en la intimidad
de su despliegue, como sustancia de la historia capaz de abrir el
tiempo. También, juego de relevos y transfiguraciones en que ambas
categorías testimoniaban la carestía existencial del ser-humano
determinado por la técnica.
Consideramos posible sostener que para Perón lo comunitario
adviene, en cierto modo, como una forma de persuasión y de digni-
ficación individual, en que la solidaridad debía clausurar la violen-
cia. Este hecho redundaba en la posibilidad de un equilibrio entre
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los distintos actores sociales dentro de una comunidad que sería
imposible imaginar sin la plenificación de los individuos que la in-
tegran. A su vez, tales individuos se desenvolverían en el sendero de
una perfección permanente hacía formas superiores de existencia
pero sin hallarse dispensados de co-participar del ser-en-común.
Desde tal perspectiva, los individuos formarían y con-formarían
comunidades, en la medida en que el desarrollo de la individuali-
dad aparecía como el requisito indispensable de las figuras meta-
morfoseadas del ser-social. No habría horizonte de comunidad sin
fomento de las potencialidades individuales pero, al mismo tiem-
po, no sería posible una individualidad plena y autoconsciente sin
su fusión tensional con el devenir del conjunto:
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por el yo”. Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de
bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser
cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede
de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo,
presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni
asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad.21
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El desenvolvimiento histórico se expresa como el avance de los
pueblos en la realización de formas de sociabilidad cada vez más
acentuadas y, en consecuencia, el concepto de evolución debe re-
ferirse a la presencia de esos pueblos, en tanto forjadores de lo más
propio del porvenir. Los pueblos reproducirían el movimiento del
agua, seguirían su táctica, desplegándose como hilos y constituyen-
do los eslabonamientos categóricos en la historia de la humanidad.
Inversamente, las oligarquías se comportarían como clases para-
sitarias, que, tal como los diques, intentarían frenar dicho avan-
ce, conteniendo, de ese modo, el prorrumpir de la historia misma.
Asimismo, el progreso histórico encontraría su fundamento en la
conformación sucesiva y sostenida de figuras colectivas que, en su
carácter compositivo, abren la historia bajo el signo de la evolución.
Ésta no sería otra cosa que el relato de lo comunitario, abriéndose
paso en el tiempo, contraponiéndose al anquilosamiento y al extra-
ñamiento antihistóricos de las oligarquías: Las grandes transfor-
maciones político-sociales se encauzan por los grandes movimien-
tos populares que llevan a la hora de los pueblos. En la evolución de
la humanidad esa hora llega muy de tanto en tanto y caracteriza a
las grandes revoluciones.23
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permite pensar articuladamente las perspectivas individuales
junto con el despliegue de las expectativas del Todo Social. El in-
dividuo se concibe en plenitud en tanto y en cuanto se proyecta
en co-habitación el desenvolvimiento histórico de los pueblos.
Una comunidad entendida como coexistencia de las libertades
de los seres singulares, que se reconocen plenamente en el ám-
bito del bien general, perspectiva comunitaria que implica una
forma diferente de concebir la ensambladura del ser-en-común.
Es decir, una interpretación que, en su desenvolvimiento, se aleja
progresivamente del paradigma liberal y que permite resignificar
el escenario relacional de los distintos sectores sociales en la Ar-
gentina de la época. De este modo, se hace presente lo comunita-
rio abriéndose como el momento configurador que correlaciona
lo individual con la vida del conjunto. Hablamos de formas colec-
tivas que no se muestran ajenas al derrotero del individuo en su
camino de perfección. Una noción del individuo que se encuentra
en condiciones de realizarse siempre en tensión permanente con
los “otros” pero, a su vez, siempre en disposición a la concordancia
y abriendo el camino de la co-existencia.
Desde esta perspectiva, en La comunidad organizada se augura
la posibilidad de un porvenir en que los individuos puedan ser
capaces de formar y con-formar comunidades, constituyendo el
desarrollo de la individualidad el requisito indispensable para
pensar las figuras metamorfoseadas del ser-social. No puede haber
horizonte colectivo sin fomento de las potencialidades indivi-
duales pero, al mismo tiempo, no es posible una individualidad
plena y autoconsciente sin su fusión tensional con el devenir del
conjunto.
La comunidad puede ser entendida como coexistencia de las
libertades de los seres singulares que se reconocen en el bien ge-
neral. Un ser-con-otros que, por momentos, aparece como una
instancia por la que lo individual es realzado en sus matices di-
ferenciales, a partir de su incorporación al tejido co-existenciario.
No se busca una organización ideal, un arquetipo de comunidad
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cerrada sobre sí misma, sino que se intenta alcanzar una compa-
recencia del ser-en-común capaz de distinguir las figuras diferen-
ciales y disonantes de lo individual. Tal vez, por ello, La Comunidad
Organizada parece no apuntar a la reivindicación de la función
del Estado, sino que hace mayor hincapié en la libre creación de
los pueblos y sus individuos. En un contexto de crisis de valores,
de desenvolvimiento desenfrenado de la técnica, los pueblos que
pretenden proyectarse en el porvenir bajo las imágenes de la au-
todeterminación y de una plena conciencia de ser del individuo y
del co-existir requieren una nueva articulación comunitaria que
los guíe en el hallazgo de un camino de felicidad colectiva.
El ser-en-común es siempre ex-posición del individuo a una
metamorfosis en el contexto de su propia ex-propiación comunitaria.
A su vez, la comunidad está en condiciones de advenir como la
transfiguración del individuo, como la comparecencia por la cual
“lo otro” y “lo mismo” desgarran infinitamente cualquier subje-
tividad atascada sobre sí. Por todo esto, eventualmente, nos es-
tamos refiriendo a una comunidad que modifica y altera a los
individuos, los cuales son, al mismo tiempo, comparecencia de
la originariedad de lo comunitario. Nos estamos refiriendo a un
ordenamiento del ser-en-común, en términos de una la exposición
de interrelaciones, vínculos y experiencias comparecientes, que
aparecen, paralelamente, como el relato ex-propiador de la tem-
poralidad comunitaria. Forja de escenarios políticos y com-positivos,
expuestos a la propia imposibilidad de cerrazón del juego de fuer-
zas contingentes. En el contexto del discurso, Perón va realizar
una mención sobre la relación entre Comunidad y Democracia:
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Si nos remitimos a las tramas esenciales del discurso, parece-
ría que la puesta en juego de la perspectiva comunitaria implica-
ría una forma diferente de concebir la democracia. Es decir, una
interpretación que, en su desenvolvimiento, se alejaría progresi-
vamente del paradigma liberal y que, en su despliegue, permiti-
ría re-significar el escenario relacional de los distintos sectores
sociales, en la Argentina de mediados de la década del 40. Se nos
ofrece un advenimiento de lo comunitario que se encarnaría
como la forma política de la construcción del Pueblo y como es-
tablecimiento de un campo articulatorio diferencial con respecto
a la comprensión liberal de la democracia. Esto también se rela-
cionaba a uno de los rasgos propios del peronismo, vinculado a la
superación de formas exclusivamente individualistas y la forma-
ción de una conciencia social en Argentina:
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dual. La Comunidad Organizada es, en este sentido, decididamen-
te, una propuesta tercerista: el relato de una distancia prudencial
pero, al mismo tiempo, tajante con respecto a las democracias li-
berales como la de Estados Unidos, como también del Comunismo
de la Unión Soviética. Horizonte distante de la conceptualidad li-
beral-democrática, como también de la autorreferencialidad y ce-
rrazón característica de los totalitarismos del Siglo XX. En el libe-
ralismo se veía el peligro de la proliferación de un individualismo
amoral, egoísta y contrario a la evolución del ser humano. El comu-
nismo (si bien se reconocía que el valor de la ideología marxista en
tanto respuesta a la explotación capitalista, proponiendo la unidad
de los trabajadores), será criticado desde las posiciones del colecti-
vismo comunista en la medida en que crea un Estado omnipotente
el cual insectifica al individuo, clausurando la posibilidad de un ho-
rizonte de justicia social. Entonces, lo se ofrece como amenazador
para la comunidad es lo siempre asediante en el egoísmo extremo
que siembra la discordancia y en el colectivismo que busca impo-
ner un desierto tendiente a borrar todas las diferencias. Una mirada
se mantendría en diferentes escritos como en La Fuerza es el Derecho
de las Bestias:
26 Perón, Juan Domingo: La Fuerza es el derecho de las bestias, Buenos Aires, Edi-
ciones Fabro, 2013, p.25
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sobre las nuevas formas posibles de una vida-en-común. Sobre la
desolación que se había cernido en Europa luego de la Segunda
Guerra Mundial, y en medio de la pugna planetaria que comenza-
ba a desplegarse en toda su magnitud entre el capitalismo esta-
dounidense y el comunismo soviético, la humanidad se encontra-
ba ante la interrogación de cómo pensar formas co-existenciales
que pudiesen re-crear la tensión entre individuo y comunidad sin
malograr ninguna de las dos opciones. Un escenario que se torna-
ba más tempestuoso aún, si tenemos en cuenta la incorporación
de las masas a la vida política y su profunda y sostenida influen-
cia en los destinos diferenciales de cada nación y junto con ello el
despliegue de la técnica moderna a escala planetaria:
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Ante tal situación, resultaba imprescindible distanciarse tanto
del individualismo inmunizado, es decir de las figuras de un libera-
lismo dislocado de cualquier pertenencia comunitaria, como tam-
bién era imperativo no caer en un colectivismo atroz en que el su-
jeto quedase expuesto permanentemente a su propia abdicación.
A su vez, la cosmovisión peronista reconocía como perniciosa la di-
námica de la lucha de clases como elemento central de la dinámica
social. Una lógica, que también se percibía en Conducción Política
como la presencia de un elemento disolvente de la vida de conjun-
to, un acaecer pernicioso respecto de la estructura comunitaria:
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Desequilibrio, incertidumbre e inestabilidad de los valores so-
ciales que cuestionaban el sentido mismo de la vida-en-común
tal como se había desplegado históricamente en Occidente. Para
Perón, entre la primacía de lo material y la posibilidad de adveni-
miento de lo espiritual, se jugaría la interrogación acerca de qué
tipo de felicidad debía corresponder a las ansias de perfección
del individuo en el contexto de desenvolvimiento de la técnica
moderna. Lo comunitario aparecía como una forma de persua-
sión de dignificación individual en que la solidaridad desterraría
la violencia en función de un equilibrio dinámico entre los dis-
tintos actores sociales. Desde esta perspectiva, en La Comunidad
Organizada, se augura como posibilidad un por-venir en que los
individuos pudiesen ser capaces de formar y con-formar comu-
nidades, constituyendo el desarrollo de la individualidad el re-
quisito indispensable para pensar las figuras metamorfoseadas
del ser-social. No puede haber horizonte colectivo sin fomento de
las potencialidades individuales, pero al mismo tiempo, no sería
posible una individualidad plena y autoconsciente sin su fusión
tensional con el devenir del conjunto: “No debemos predicar y reali-
zar un evangelio de justicia y de progreso, es preciso que fundemos su
verificación en la superación individual como premisa de la supera-
ción colectiva.”29 Es en este sentido, que se propone como clave de
una política del ser-en-común, la evolución del Yo en el Nosotros,
la integración superadora del individuo plenamente constituido
en el orden comunitario, es decir, la transfiguración del sujeto en
el fluir histórico y com-pareciente del tejido social. Un Nosotros
que, perfeccionado por el Yo, siente las premisas de una nueva
etapa en la evolución humana. Realización del Yo en el Todo so-
cial que, no sería otra cosa que, la invitación a una composición
armónica del desenvolvimiento de la vida de un Pueblo.
La política de la comunidad no sólo constituiría armonía y
concordia sino también, conflicto y tensión. Escenario en que los
actores, lejos de tener un rol preestablecido y compartimentado,
29 Perón, Juan Domingo, La Comunidad..., Op. Cit., p.184
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podrían modificar intentando re-significar su lugar dentro del or-
denamiento desgarrado de la Polis. Vida de la comunidad mani-
festada como com-parecencia en la que se sucederían profundos
desplazamientos de fuerzas encarnados, alternativamente, por di-
versos sujetos colectivos. Reflejos e imágenes de un orden comuni-
tario donde los conflictos se podrían alivianar o agudizar, pero que
nunca desaparecerían por completo. Una sombra en fuga en que lo
comunitario parecería no encontrar un acuerdo pleno; siempre se
expondría a la búsqueda de una concordia por-venir teniendo en
cuenta el carácter agonístico de la vida en común. Comunidad que
sería imposible concebir sin la plenificación de los individuos que
la com-ponen. También, individuos que se desenvolverían en el
sendero de una perfección permanente hacía formas superiores de
existencia, pero que no se hallarían dispensados de participar del
ser-en-común. Desde esta perspectiva tales individuos formarían y
con-formarían comunidades, en la medida en que el desarrollo de la
individualidad sería el requisito indispensable para pensar las figu-
ras metamorfoseadas del ser-social. No hay horizonte de comuni-
dad sin fomento de las potencialidades individuales, pero al mismo
tiempo, no sería posible una individualidad plena y autoconsciente
sin su fusión tensional con el devenir del conjunto: Se trataría, así,
de llegar a la “humanidad”, es decir de acceder a formas conviven-
ciales superiores sustentadas en el perfeccionamiento del existente
político tomado singularmente.
La comunidad podría ser entendida como coexistencia de las
libertades de los seres singulares que se reconocerían en el bien
general. Un ser-con-otros, en términos de un gesto de producción
de comunidad o, mejor aún, como una instancia por la que lo indi-
vidual sería realzado en sus matices diferenciales, a partir de su
incorporación al tejido co-existenciario del ser-en-común:
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quedaba reducido a una palabra vacía: la omnipotencia del
Estado sobre una infinita suma de ceros.30
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La vida de relación aparece como una eficaz medida para la
honestidad con que cada hombre acepta su propio papel. De
ese sentido ante la vida, que en parte muy importante pro-
cederá de la educación recibida y del clima imperante en la
comunidad, depende la suerte de la comunidad misma.31
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Bibliografía
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