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¡Su Santidad!
Obediente a la voluntad del Padre, en la unidad del Espíritu, Jesús entregó su vida
para destruir la muerte. En verdad, la muerte de Cristo fue el comienzo de una
nueva vida y la liberación de las ataduras del pecado y la ocasión de nuestra alegría
pascual, abriendo ante todos los hombres el camino desde la sombra de las tinieblas
a la luz del reino de Dios.
¡Querido hermano!: recemos unos por otros para hacer creíble el testimonio del
mensaje evangélico de Cristo resucitado y de la Iglesia como sacramento universal
de salvación, para que todos entren en el reino de «la justicia, la paz y la alegría en
el Espíritu Santo» (Rm 14,17).
¡Feliz Pascua!