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Aunque generalmente se atribuye a Alexander Fleming el descubrimiento de

la penicilina, muchas épocas y culturas diferentes llegaron mediante la


observación y la experiencia a conocer y emplear las propiedades
bactericidas de los mohos. Se han descubierto precedentes en la Grecia e
India antiguas, y en los ejércitos de Ceilán del siglo II Ha estado también
presente en las culturas tradicionales de regiones tan distintas y distantes
como Serbia, Rusia o China, así como en los nativos de Norteamérica. Se solía
aplicar alimentos florecidos o tierra del suelo que contuviera hongos a las
heridas de guerra. Desde el siglo VII por lo menos, los médicos árabes
curaban infecciones untando las heridas con una pasta blanca que se
formaba en los arneses de cuero con que se ensillaban los burros de carga. A
lo largo del siglo VIII algunos farmacólogos y herboristas ingleses, como John
Parkington, incluyeron el tratamiento con hongos en los registros de
farmacia.N 1

Hospital St. Mary de Londres, en cuya famosa ala Clarence estaba situada el
departamento de inoculación de Almroth Wright y Alexander Fleming donde
tuvo lugar el descubrimiento de la penicilina.
A finales del siglo XIX, Henle (uno de los grandes científicos de la llamada
«generación intermedia») suscita en su discípulo Robert Koch, en la
Universidad de Gotinga, el interés por los trabajos de Agostino Bassi y Casimir
Davaine, que le llevaría a investigar a los microorganismos como agentes
causales de las enfermedades. Esto le conduciría en 1876 a descubrir que
Bacillus anthracis era el agente causal específico del carbunco, en la línea de
la teoría microbiana de la enfermedad, y a enunciar sus célebres
postulados.Más tarde, Paul Ehrlich, que trabajó con Koch en Berlín,
desarrolló el concepto de Magische Kugel o bala mágica, denominando así a
aquellos componentes químicos que pudieran eliminar selectivamente a los
gérmenes. Finalmente, en 1909 consiguió sintetizar un compuesto, el n.º
606, más tarde conocido como salvarsán, que se mostró eficaz contra la
sífilis. Este descubrimiento influyó posteriormente en Alexander Fleming,
hasta el punto de que existen caricaturas del joven Fleming caracterizado y
apodado como «recluta 606».

Al mismo tiempo o poco después, conocido el hecho de que las bacterias


podían provocar enfermedades, se sucedieron multitud de observaciones,
tanto in vivo como in vitro, de que los mohos ejercían una acción bactericida.
Por solo citar algunos nombres, sirvan de ejemplo los trabajos de John Scott
Burdon-Sanderson, Joseph Lister, William Roberts, John Tyndall, Louis
Pasteur y Jules Francois Joubert, Carl Garré, Vincenzo Tiberio, Ernest
Duchesne, Andre Gratia y Sara Dath.

En marzo de 2000, médicos del Hospital San Juan de Dios de San José (Costa
Rica) publicaron los escritos del científico y médico costarricense Clodomiro
Clorito Picado Twight (1887-1944). En el reporte explican las experiencias
que adquirió Picado entre 1915 y 1927 acerca de la acción inhibitoria de los
hongos del género Penicillium sobre el crecimiento de estafilococos y
estreptococos (bacterias causantes de una serie de infecciones humanas).
Aparentemente, Clorito Picado reportó su descubrimiento a la Academia de
Ciencias de París, pero no lo patentó, a pesar de que su investigación había
sido iniciada unos pocos años antes que la de Fleming.
El descubrimiento de la penicilina ha sido presentado como un ejemplo
«icónico» de cómo procede el método científico a través de la observación, y
de la habilidad singular de Alexander Fleming interpretando un fenómeno
casual. El propio Fleming abona esta versión en su conferencia de recepción
del Premio Nobel. Sin embargo, algunos autores revisan esta historia oficial, y
opinan que, sin restar méritos, está distorsionada por mitos, la necesidad de
propaganda en la Segunda Guerra Mundial y también una cierta lucha por el
prestigio de instituciones con influencias sobre áreas del poder y la prensa.
George Wong, al considerar la versión de un descubrimiento casual, hace
notar los siguientes antecedentes:
Conocía a casi todos los autores mencionados en el apartado anterior. Su
gran número es ya por sí solo indicador de que existía toda una corriente que
investigaba en el campo con mutuo conocimiento de trabajos. El propio
Fleming lo admite en su conferencia de Nobel.
Buscaba activamente una sustancia bactericida: impresionado por los
campos de guerra europeos en la Primera Guerra Mundial y las bajas por
infección en las heridas, ensayó con salvarsán, descubrió la lisozima
constatando que no afectaba a ninguno de los organismos problemáticos de
la penicilina, y ello aun en contra de la línea marcada por su jefe, Almroth
Wright, más interesado en la inmunización. Compara en su primer trabajo el
espectro de acción de la penicilina y la lisozima.
El descubrimiento de la penicilina según Fleming ocurrió en la mañana del
viernes 28 de septiembre de 1928, cuando estaba estudiando cultivos
bacterianos de Staphylococcus aureus en el sótano del laboratorio del
Hospital St. Mary en Londres, situado en el Ala Clarence, ahora parte del
Imperial College. Tras regresar de un mes de vacaciones, observó que
muchos cultivos estaban contaminados y los tiró a una bandeja de lysol.
Afortunadamente, recibió una visita de un antiguo compañero y, al enseñarle
lo que estaba haciendo con alguna de las placas que aún no habían sido
lavadas, se dio cuenta de que, en una de ellas, alrededor del hongo
contaminante, se había creado un halo de transparencia, lo que indicaba
destrucción celular. La observación inmediata es que se trataba de una
sustancia difusible procedente del contaminante. Posteriormente aisló y
cultivó el hongo en una placa en la que disponía radialmente varios
microorganismos comprobando cuáles eran sensibles. La identificación del
espécimen como Penicillium notatum la realizó Charles Thom. Publicó su
descubrimiento sin que recibiera demasiada atención y, según los
compañeros de Fleming, tampoco él mismo se dio cuenta en un inicio del
potencial de la sustancia, sino progresivamente, en especial por su baja
estabilidad. En su trabajo obtuvo un filtrado libre de células que inyectó a
conejos, comprobando así que carecía de toxicidad. También apreció su
utilidad para aislar Haemophilus influenzae a partir de esputos.
El término antibióticos literalmente significa "contra la vida"; en este caso,
contra los microbios. Existen muchos tipos de antibióticos: antibacterianos,
antivirales, antimicóticos y antiparasitarios. Algunos medicamentos son
eficaces contra varios organismos; a estos se les llama antibióticos de amplio
espectro. Otros son eficaces solo contra unos cuantos organismos y se les
llama antibióticos de espectro reducido. Los antibióticos de uso más común
son los antibacterianos. Su hijo puede haber recibido ampicilina para una
infección de oído o penicilina para una garganta con estreptococos.

Cuando un hijo se enferma, los padres se preocupan. Aún si tiene solo un


resfriado leve que lo vuelve irritable y malhumorado o un dolor de oído que
solo duele un poco; estos momentos pueden ser muy estresantes. Por
supuesto, usted quiere darle el mejor tratamiento posible. Para muchos
padres, esto quiere decir llevarlo al pediatra y salir de la clínica con una
receta médica para antibióticos.

Pero necesariamente no es lo que ocurrirá durante la visita al médico.


Después de examinar a su pequeño, el pediatra puede decirle que con base
en los síntomas de su hijo o tal vez los resultados de alguna prueba, los
antibióticos sencillamente no son necesarios.

Muchos padres les sorprende esta decisión. Después de todo, los antibióticos
son medicamentos poderosos que han aliviado el dolor y el sufrimiento de
los humanos por décadas. Incluso han salvado vidas. Pero muchos médicos
no acuden a estas prescripciones tan rápido como solían hacerlo. En años
recientes, se están percatando de que hay desventajas al elegir antibióticos:
si estos medicamentos se usan cuando no se necesitan o se toman de
manera incorrecta, de hecho pueden poner a su hijo en un riesgo de salud
más elevado. Así es, los antibióticos se deben recetar y usar con precaución o
sus beneficios potenciales disminuirán para todos
Las enfermedades graves que alguna vez mataron a miles de jóvenes
anualmente han sido casi eliminadas en muchas partes del mundo gracias al
uso generalizado de las vacunas infantiles.

De manera muy parecida, el descubrimiento de los medicamentos


antimicrobianos (antibióticos) fue uno de los logros médicos más
significativos del siglo 20. Existen varios tipos de antimicrobianos:
medicamentos antibacterianos, antivirales, antimicóticos y antiparasitarios
(Aunque los antibacterianos muchas veces se conocen por el término general
antibióticos, usaremos el término más preciso). Por supuesto, los
antimicrobianos no son panaceas que pueden curar todas las enfermedades.
Cuando se usan en el momento correcto, pueden curar muchas
enfermedades graves y potencialmente mortales.

Los antibacterianos están diseñados específicamente para tratar las


infecciones bacterianas. Miles de millones de bacterias microscópicas
normalmente viven en la piel, el sistema digestivo y en nuestras bocas y
gargantas. La mayoría son inofensivas para los humanos, pero algunas son
patógenas (causan enfermedades) y pueden causar infecciones en los oídos,
la garganta, la piel y otras partes del cuerpo. En la era anterior a los
antibióticos, a principios de 1900, las personas no tenían medicamentos
contra estos gérmenes comunes y como resultado, el sufrimiento humano
era enorme. Aunque el sistema inmune del cuerpo que combate
enfermedades muchas veces puede atacar exitosamente las infecciones
bacterianas, a veces los gérmenes (microbios) son demasiado fuertes y su
hijo puede enfermarse. Por ejemplo,

Antes de los antibióticos, el 90% de los niños que se contagiaban con


meningitis bacteriana fallecían. Entre los niños que sobrevivían, la mayoría
tenía discapacidades graves y duraderas, desde sordera hasta retraso mental.
Las infecciones de la garganta eran a veces una enfermedad mortal y las
infecciones del oído a veces se pasaban del oído al cerebro, causando
problemas graves.

Otras infecciones graves, desde la tuberculosis hasta la neumonía y la


tosferina, eran causadas por bacterias agresivas que se reproducían a una
velocidad extraordinaria y provocaban enfermedades graves y a veces la
muerte.

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