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Capítulo 2

El profeta viviente: El Presidente


de la Iglesia

Introducción
El Presidente de la Iglesia preside sobre todos los cuórumes del sacerdocio y
los miembros de la Iglesia. El presidente James E. Faust (1920–2007), de la
Primera Presidencia, explicó: “… es el Apóstol mayor sobre la tierra; a él se lo
ha ordenado y apartado como Profeta, Vidente y Revelador del mundo. Se lo
ha sostenido como Presidente de la Iglesia.é Él es el Sumo Sacerdote
presidente que preside todo el sacerdocio en la tierra. Solo él tiene y emplea
todas las llaves del reino, bajo la dirección del Señor Jesucristo, quien está a la
cabeza y es la piedra angular de esta Iglesia” (véase “La revelación
continua”, Liahona, agosto de 1996, pág. 4).
El élder Mark E. Petersen (1990-1984), del Cuórum de los Doce Apóstoles,
testificó que el profeta viviente es el portavoz del Señor para la Iglesia y el
mundo: “Las personas que no son miembros de la Iglesia tal vez no perciban
el gran significado inherente a su ministerio; incluso algunos de los Santos de
los Últimos Días aún no lo han descubierto. Pero el Presidente de la Iglesia es,
de hecho, un profeta que ha sido levantado en estos últimos días para dar guía
inspirada, no solo a los Santos de los Últimos Días, sino a toda la humanidad
en todas partes” (“A People of Sound Judgment”, Ensign, julio de 1972, pág.
40).
Un estudio cuidadoso de este capítulo profundizará tu aprecio por el
Presidente de la Iglesia y las llaves de autoridad del sacerdocio que él posee,
y te ayudará a entender cómo la seguridad viene a aquellos que eligen prestar
oído a su consejo.
Comentarios
2.1
El profeta viviente posee todas las llaves del sacerdocio
El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce
Apóstoles, habló de una oportunidad en la que el presidente Spencer W.
Kimball (1895–1985) declaró que, como Presidente de la Iglesia, tenía las
llaves del sacerdocio:
“En 1976, después de terminar una conferencia en Copenhague, Dinamarca,
el presidente Spencer W Kimball nos invitó a visitar una pequeña iglesia con
el fin de ver las estatuas de Cristo y de los Doce Apóstoles esculpidas por el
artista Bertel Thorvaldsen. El Christus se encuentra en un nicho detrás del
altar. Las estatuas de los Doce, con Pablo reemplazando a Judas Iscariote,
están colocadas en orden a los costados de la capilla.
“El presidente Kimball le dijo al anciano cuidador que, en la misma época en
que Thorvaldsen creaba esas hermosas estatuas en Dinamarca, en América se
llevaba a cabo la restauración del evangelio de Jesucristo con apóstoles y
profetas que recibían la autoridad de quienes la poseían en la antigüedad.
“Luego, reuniéndonos a todos a su lado, le dijo al cuidador: ‘Nosotros somos
apóstoles del Señor Jesucristo’; y, señalando al élder Pinegar, agregó: ‘y él es
un Setenta, como los que se mencionan en el Nuevo Testamento’.
“Nos encontrábamos de pie cerca de la estatua de Pedro, al cual el escultor
representó sosteniendo llaves en la mano, para simbolizar las llaves del Reino.
El presidente Kimball dijo: ‘Nosotros poseemos las verdaderas llaves, tal
como Pedro, y las utilizamos todos los días’.
“Luego, ocurrió algo que jamás olvidaré. El presidente Kimball, un hombre tan
amable, se volvió hacia el presidente Johan H. Benthin, de la Estaca
Copenhague, y con voz de mando exclamó: ‘Quiero que les diga a todos los
prelados [líderes religiosos] de Dinamarca que ellos no poseen las llaves. ¡Yo
poseo las llaves!’.
“Recibí entonces ese testimonio que los Santos de los Últimos Días reconocen,
pero que es difícil de describir a los que no lo han experimentado —una luz,
un poder que atraviesa el alma misma—, y supe que, sin ninguna duda, allí se
encontraba el profeta viviente que poseía las llaves” (véase “La armadura de
la fe”, Liahona, julio de 1995, págs. 7-8).
El profeta tiene los poderes, los dones y las bendiciones que le permiten
oficiar en cualquier cargo de la Iglesia (véase D. y C. 46:29; 107:91–92). El
élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles,
señaló las responsabilidades del Presidente de la Iglesia, el profeta viviente:
“Es la cabeza terrenal del Reino de Dios sobre la tierra, el oficial supremo de
la Iglesia, el ‘presidente del sumo sacerdocio de la iglesia; o en otras palabras,
el Sumo Sacerdote Presidente de todo el sumo sacerdocio de la iglesia’(D. y C.
107:65–66). Su deber es ‘presidir a toda la iglesia…’ (D. & C. 107:91).
“Él es el único hombre sobre la tierra que puede tener y usar las llaves del
Reino en su plenitud(véase D. y C. 132:7). Por la autoridad que se le ha
investido, se realizan todas las ordenanzas; son autorizadas todas las
enseñanzas de las verdades de salvación; y, por medio de las llaves que
posee, se ofrece la salvación misma a los hombres en la actualidad”
(véase Doctrina Mormona, 1993, pág. 585; énfasis agregado).

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) explicó cómo las llaves del


sacerdocio continúan desde el profeta José Smith hasta el profeta viviente
actual en esta dispensación:
“Esa misma autoridad que tuvo José, esas mismas llaves y poderes que eran
de igual naturaleza que su derecho divinamente otorgado a presidir, fueron
conferidos por él a los Doce Apóstoles, con Brigham Young a la cabeza. Cada
Presidente de la Iglesia desde aquel entonces ha llegado a ese altísimo y
sagrado oficio habiendo sido escogidos de entre el Consejo de los Doce. Cada
uno de esos hombres ha sido bendecido con el espíritu y poder de revelación
de lo alto. Desde José Smith, hijo, hasta Spencer W. Kimball [que era el profeta
en ese momento], ha habido una cadena ininterrumpida. De esto doy solemne
testimonio ante ustedes en este día. Esta Iglesia está edificada sobre la palabra
cierta de la profecía y la revelación; edificada, como escribió Pablo a los
efesios, ‘sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal
piedra del ángulo Jesucristo mismo’(Efesios 2:20)”(véase “El documento de
José Smith III y las llaves del reino”, Liahona, agosto de 1981, pág. 30).

2.2 El profeta es el portavoz del Señor

El profeta José Smith recibió revelación de Dios.


El presidente Harold B. Lee (1899–1973) indicó que los santos no tienen
por qué ser engañados, ya que el Señor ha establecido un inconfundible canal
de instrucción:
“Cuando vaya a haber algo diferente de lo que el Señor ya nos haya
dicho, lo dará a Su profeta, no a algún fulano o mengano que viaje por
todo el país por autoestop, como algunas personas han contado; ni por medio
de alguien, como relata otra historia, que se desmayó y que al volver en sí dio
una revelación. He dicho: ‘¿Suponen que teniendo el Señor a Su profeta sobre
la tierra, usaría algún medio indirecto para revelar cosas a Sus hijos? Esa es la
razón por la que tiene un profeta; y cuando tenga algo que dar a esta Iglesia,
se lo dará al Presidente, y el Presidente verá que los presidentes de estaca y
de misión lo reciban, así como las Autoridades Generales; y ellos, a su vez,
harán que se informe a la gente de cualquier cambio nuevo’” (“The Place of
the Living Prophet, Seer, and Revelator”, discurso dado a los maestros de
religión del SEI, 8 de julio de 1964, pág. 11; énfasis agregado).

El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) enseñó que debemos valorar


las palabras del profeta más que las de cualquier otra persona:
“De entre todos los mortales, nuestra mirada debe estar fija en el capitán del
barco, el profeta, vidente y revelador, el Presidente de La Iglesia de los Santos
de los Últimos Días. Este es el hombre que está más cerca de la fuente de
‘aguas vivas’, y hay algunas instrucciones celestiales que solo podemos recibir
por su intermedio. Una buena manera de determinar nuestra posición ante el
Señor, es observar el efecto que tienen en nuestros sentimientos y acciones
las palabras inspiradas de Su representante terrenal, nuestro Profeta y
Presidente; con ellas no podemos jugar. Todos tenemos el derecho a recibir
inspiración, y cada uno puede recibirla para cumplir con su obligación
particular; pero solo hay un hombre que puede reclamar el derecho de ser el
vocero del Señor para la Iglesia y el mundo, y este es nuestro Profeta. De
acuerdo con sus palabras inspiradas se han de medir y juzgar las de todos los
demás hombres de la tierra” (véase “Los dones del Señor”, Liahona, abril de
1977, pág. 23).
2.3
El Señor guía a la Iglesia a través de la revelación continua a
Su profeta
El Señor revela Su intención y voluntad a Su profeta. El presidente
Spencer W. Kimball (1895–1985) testificó que los cielos todavía están
abiertos y que el Señor guía a Su Iglesia día a día:
“Hoy doy mi testimonio al mundo de que, hace ya más de un siglo y medio,
aquella bóveda de hierro se rompió, los cielos se abrieron una vez más, y
desde entonces la revelación ha sido continua…
“Desde aquel día memorable de 1820, hemos continuado recibiendo escritura
adicional, incluso las esenciales y numerosas revelaciones que fluyen en una
corriente sin fin, desde Dios a sus profetas en la tierra…

“Testificamos al mundo que la revelación continúa y que [las bóvedas] y los


archivos de la Iglesia contienen esas revelaciones que se reciben mes a
mes y día a día. También testificamos que, desde que se organizó La Iglesia
de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1830, ha habido y siempre
habrá en esta tierra un profeta, reconocido por Dios y por Su pueblo, que
continuará interpretando la intención y la voluntad del Señor.
“Quisiera dejarles una palabra de advertencia: no cometamos el mismo error
que cometieron los antiguos habitantes de la tierra. Actualmente, gran
cantidad de personas religiosas creen en Abraham, Moisés y Pablo, pero se
niegan a creer en los profetas de nuestra época. Los antiguos también podían
creer en profetas de tiempos remotos, pero maldijeron y condenaron a los de
sus propios días.
“En la actualidad, al igual que en tiempos pasados, muchos tienden a creer que
si hubiera revelación, tendría que venir acompañada por [impresionantes] y
resonantes manifestaciones. Les es difícil aceptar como revelaciones las
muchas recibidas en los tiempos de Moisés, de José y de nuestros propios días,
las que reciben los profetas como profundas e inexpugnables impresiones que
se depositan en su mente y su corazón como rocío del cielo o como el alba, que
disipa las tinieblas de la noche.
“Esperando algo espectacular, uno puede no estar alerta a la constante
corriente de comunicación. Yo afirmo, con la más profunda humildad, pero
también con el poder y la fuerza del ardiente testimonio que hay en mi alma
que, desde el Profeta de la Restauración hasta el de nuestros días, la línea de
comunicación permanece ininterrumpida, la autoridad es continua y la luz
sigue iluminándonos. La voz del Señor es una incesante melodía y un
atronador llamado. Durante casi un siglo y medio no ha habido ninguna
interrupción” (véase “La palabra del Señor a Sus profetas”, Liahona, octubre
de 1977, pág. 65, énfasis agregado).
2.4
La palabra del Señor al profeta viviente es oportuna y de suma
importancia para nosotros ahora
El mundo está cambiando constantemente. Problemas nuevos y diferentes, y
muchas variaciones de los problemas antiguos se presentan como desafíos
continuamente. Nuestro sabio y amoroso Padre Celestial sabe todas las cosas
antes de que sucedan, y Él revela respuestas y soluciones a través de Su
profeta cuando es necesario. Además de interpretar y reafirmar Escritura ya
existente, un profeta actúa como el agente por medio del cual el Señor da
Escritura nueva, según las necesidades de las personas. Al hablar bajo la
dirección del Espíritu Santo, las palabras del profeta viviente toman
precedencia sobre otras declaraciones en cuanto al mismo asunto. Su
inspirado consejo está en armonía con las verdades eternas que se hallan en
los libros canónicos, y se centra en las necesidades y condiciones de su época.
Las doctrinas son eternas y no cambian; sin embargo, el Señor, por medio de
Su profeta, puede cambiar las prácticas y los programas, de acuerdo con las
necesidades de la gente. Los siguientes ejemplos ilustran este principio:
1. La ley de Moisés fue dada a los hijos de Israel como un “ayo para
[llevarlos] a Cristo” (Gálatas 3:24; véase también Traducción de José
Smith, Gálatas 3:24 [Gálatas 3:24 nota b al pie de página de la versión
SUD de la Biblia en inglés] ), pero se cumplió cuando Jesucristo dio la
ley del Evangelio (véanse Gálatas 3:23–25; Mosíah 13:27–35; 3 Nefi
9:15–20).
2. Cuando Jesús estaba en la tierra, por lo general se enseñaba el Evangelio
solo a la casa de Israel (véanse Mateo 10:5-6; 15:24; Marcos 7:25–27).
Después de Su resurrección, el Salvador mandó a los apóstoles que
llevaran el Evangelio a todo el mundo (véanse Marcos 16:15; Hechos
10).
3. En la época de Moisés, se le quitó el Sacerdocio de Melquisedec a la
población general de Israel y se dio el Sacerdocio Aarónico únicamente
a los levitas (véase D. y C. 84:24–26, véanse también Números 8:10–
22; Hebreos 7:5). En la época de Cristo y Sus Apóstoles, el Sacerdocio
de Melquisedec volvió a estar disponible y se ofreció el Sacerdocio
Aarónico a hombres que no eran levitas (véanse Lucas 6:13–
16, Filipenses 1:1, Hebreos 7:11–12). Hoy en día, “todo varón que sea
fiel y digno miembro de la Iglesia puede recibir el santo sacerdocio, con
el poder de ejercer su autoridad divina” (Declaración Oficial — 2).
El presidente John Taylor (1808-1887) se refirió a los profetas del Antiguo
Testamento para ilustrar que nuevas revelaciones son necesarias para las
nuevas generaciones:
“Necesitamos un árbol viviente, una fuente viva, una inteligencia viva que
provenga del sacerdocio viviente que está en los cielos por medio del
sacerdocio viviente que está en la tierra… Y desde la ocasión en que Adán
recibió la primera comunicación de Dios hasta la ocasión en la que la recibió
Juan en la Isla de Patmos, o la ocasión en la que los cielos se abrieron para José
Smith, siempre han hecho falta nuevas revelaciones, adaptadas a las
circunstancias exclusivas de la Iglesia o de las personas.
“La revelación que recibió Adán no daba instrucciones a Noé para construir el
arca, ni la revelación que recibió Noé mandaba a Lot que abandonase Sodoma,
ni ninguna de ellas hablaba de que los hijos de Israel salieran de Egipto. Cada
uno de ellos recibió revelaciones individuales, del mismo modo que Isaías,
Jeremías, Ezequiel, Jesús, Pedro, Pablo, Juan y José. Y así debe ser también con
nosotros” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: John Taylor, 2002, págs.
176–177).

El presidente Wilford Woodruff (1807–1898) dijo lo siguiente en cuanto a


una reunión a la que asistieron el profeta José Smith y Brigham Young:
“El hermano José se volvió al hermano Brigham Young y le dijo: ‘Hermano
Brigham, quiero que usted se ponga de pie y nos diga cuáles son sus puntos
de vista con respecto a los oráculos vivientes y a la palabra escrita de Dios’. El
hermano Brigham se puso de pie, tomó la Biblia y la puso a un lado; tomó el
Libro de Mormón y lo puso a un lado; y tomó Doctrina y Convenios y lo puso
a un lado; y luego dijo: ‘Ahí está la palabra escrita de Dios a nosotros,
concerniente a la obra de Dios desde el principio del mundo casi hasta
nuestros días’. ‘Y ahora’, agregó, ‘cuando se comparan con los oráculos
vivientes [los profetas vivientes], esos libros son nada para mí; esos libros no
nos comunican directamente la palabra de Dios a nosotros, como lo hacen las
palabras de un profeta o un hombre que posee el santo sacerdocio en la época
y generación actual. Prefiero tener a los oráculos vivientes que todos los
escritos de los libros’. Sobre eso nos habló. Cuando él terminó, el hermano
José dijo a la congregación: ‘El hermano Brigham les ha hablado la palabra del
Señor, y les ha dicho la verdad’” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia:
José Smith, 2007, pág. 209; énfasis agregado).
El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce
Apóstoles, enseñó que los principios y las doctrinas del Evangelio
permanecen constantes, aunque las prácticas de la Iglesia deben ajustarse de
vez en cuando: “Los procedimientos, los programas, las normas
administrativas y aun algunos esquemas de organización están sujetos a
cambios. Es más, es nuestra libertad y nuestro deber alterarlos de vez en
cuando; pero los principios y la doctrina nunca cambian”
(véase “Principios”, Liahona, octubre/noviembre de 1985, pág. 39).
2.5
El Señor nunca permitirá que el profeta viviente guíe a la
Iglesia por mal camino

El presidente Wilford Woodruff (1807–1898) declaró que podemos tener


plena confianza en la dirección en la que el profeta está dirigiendo la Iglesia.
“El Señor jamás permitirá que yo ni ningún otro hombre que funcione
como Presidente de esta Iglesia los desvíe del camino. No es parte del
programa. No está en la mente de Dios. Si yo intentara tal cosa, el Señor me
quitaría de mi lugar, y así lo haría con cualquier hombre que intente desviar a
los hijos de los hombres de los oráculos de Dios y de su deber” (Declaración
Oficial 1, “Selecciones de tres discursos del presidente Wilford Woodruff
referentes al manifiesto”, énfasis agregado).

El presidente Harold B. Lee (1899–1973) enseñó el mismo principio:


“Mantengan la vista en aquel a quien llamó el Señor; y en este momento les
digo, sabiendo que estoy en este puesto, que no debe preocuparles que el
Presidente de la Iglesia alguna vez desvíe a la gente por mal camino, porque
el Señor lo quitaría antes de permitir que pasara tal cosa” (The Teachings of
Harold B. Lee, edición de Clyde J. Williams, 1996, pág. 533).

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) aseguró de manera similar


a los miembros de la Iglesia:
“La Iglesia es verdadera. Aquellos que la guiamos tenemos un solo deseo, y es
el de cumplir con la voluntad del Señor. Buscamos su guía en todas las cosas.
No hay ni una sola decisión de importancia que afecte a la Iglesia y a sus
miembros que sea adoptada sin consideración y oración, recurriendo a la
fuente de toda la sabiduría. Sigan a los líderes de la Iglesia. Dios jamás
permitirá que Su obra sea guiada por caminos equivocados” (“Que no os
engañen”, Liahona, enero de 1984, pág. 85; énfasis agregado).
2.6
Algunas personas creerán en los profetas del pasado pero
rechazarán a los profetas vivientes
Muchas personas veneran a los profetas del pasado, pero se niegan a aceptar
al profeta que el Señor ha enviado para guiarlos en su día (véase Helamán
13:24–26). El presidente Harold B. Lee (1899–1973) compartió una
experiencia que ilustra esa tendencia:
“Tengo un amigo banquero en Nueva York. Hace años, cuando lo conocí junto
con el presidente Jacobson, quien entonces estaba presidiendo la Misión
Estados del Este, tuvimos una buena charla. El presidente Jacobson le había
dado una copia del Libro de Mormón, la cual él había leído, y hablaba muy
positivamente de lo que él llamó sus ‘filosofías poderosas’. Cerca del cierre de
la hora de negocios, él nos invitó a volver a la casa de la misión en su limusina,
y aceptamos. En el camino, mientras hablaba acerca del Libro de Mormón y la
reverencia que sentía por sus enseñanzas, le dije: ‘¿Por qué no hace algo con
respecto a eso? Si acepta el Libro de Mormón, ¿qué lo detiene? ¿Por qué no se
une a la Iglesia? ¿Por qué no acepta a José Smith, entonces, como profeta?’. Él
dijo, muy pensativa y cuidadosamente: ‘Supongo que la razón es que José
Smith está demasiado cerca de mi época. Si hubiese vivido hace dos mil años,
supongo que sí creería. Pero, como hace tan poco que vivió, creo que esa es la
razón por la que no puedo aceptarlo [como profeta]’.
“Allí había un hombre que decía: ‘Creo en los profetas ya muertos que vivieron
hace más de mil años, pero me resulta muy difícil creer en un profeta viviente’.
Esa actitud también se tiene hacia a Dios. Decir que los cielos están sellados y
no hay revelación hoy en día es decir que no creemos en un Cristo viviente
hoy, o en un Dios viviente hoy; creemos en uno muerto y desparecido hace
mucho tiempo. Entonces, ese término, ‘profeta viviente’, es de gran
importancia” (“The Place of the Living Prophet, Seer, and Revelator”, discurso
dado a los educadores religiosos del Sistema Educativo de la Iglesia el 8 de
julio de 1964, pág. 2).
Afirmar creer en los profetas ya fallecidos pero rechazar al profeta viviente es
un problema muy antiguo. Algunos de los fariseos de los días de Jesucristo
rechazaron al Cristo viviente pero aceptaron al profeta Moisés, quien había
guiado a Israel más de mil años antes. Ellos vilipendiaron al hombre que Jesús
sanó, diciendo:
“Tú eres su discípulo, pero nosotros somos discípulos de Moisés.
“Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero este [Jesús], no sabemos de
dónde es” (Juan 9:28–29, véanse también Mateo 23:29–30, 34; Helamán
13:24–29).

El presidente Harold B. Lee (1899–1973) enseñó que creer en la revelación


debe incluir las enseñanzas del profeta actual:
“Poco después de que el presidente David O. McKay anunciara a la Iglesia que
los miembros del Primer Consejo de los Setenta serían ordenados sumo
sacerdotes a fin de extender su funcionalidad y darles la autoridad de actuar
cuando ninguna otra Autoridad General pudiera estar presente, un Setenta
que conocí… estaba muy preocupado. Me dijo: ‘¿No dijo el profeta José Smith
que eso era contrario a la orden de los cielos, nombrar sumo sacerdotes como
presidentes del Primer Consejo de los Setenta?’. Yo le dije: ‘Pues, he entendido
que así fue, ¿pero alguna vez ha pensado que lo que era contrario a la orden
del cielo en 1840 no sea contrario a la orden de los cielos en 1960?’. Él no
había pensado en eso. Él también estaba siguiendo a un profeta muerto, y se
olvidaba de que hay un profeta viviente hoy en día. De ahí la importancia de
hacer hincapié en la palabra viviente.
“Hace años, siendo un joven misionero, visité Nauvoo y Carthage con mi
presidente de misión y tuvimos una reunión de misioneros en la celda de la
prisión donde encontraron la muerte José y Hyrum Smith. El presidente de
misión relató los acontecimientos históricos que llevaron al martirio y luego
terminó con esta importante declaración: ‘Cuando asesinaron al profeta José
Smith, hubo muchos santos que murieron espiritualmente con José’. Lo
mismo sucedió al morir Brigham Young y cuando murió John Taylor…
Algunos miembros murieron espiritualmente con Wilford Woodruff, con
Lorenzo Snow, con Joseph F. Smith, con Heber J. Grant, con George Albert
Smith. Hay algunas personas en la actualidad que están dispuestas a creer
a alguien que murió y ya no está entre nosotros, y a aceptar sus palabras
como si tuvieran más autoridad que las palabras de una autoridad que
vive hoy en día” (Stand Ye in Holy Places, 1974, págs. 152–53; véase Liahona,
enero de 1999, pág. 98; énfasis agregado).
Puntos para meditar
• ¿Por qué es importante entender que todas las llaves del sacerdocio las posee y las dirige
una persona a la vez en la tierra?

• ¿Qué ventajas provienen de las palabras de un profeta viviente si ya tenemos las palabras
de los profetas antiguos?

• El Señor ha prometido que Él nunca permitirá que Su profeta lleve a la Iglesia por mal
camino. ¿Cómo puede esta verdad influir en la manera en que escuchas, lees y sigues las
enseñanzas del profeta viviente?

Asignaciones sugeridas
• Prepara una breve lección para la noche de hogar usando (1) lo que has aprendido de este
capítulo, (2) los pasajes de las Escrituras citados en este capítulo, y (3) la siguiente
declaración del presidente Gordon B. Hinckley: “O tenemos un profeta o no tenemos nada;
y tener un profeta significa tenerlo todo” (“Te damos, Señor, nuestras gracias”, Liahona,
octubre de 1992, pág. 4).
• Después de leer los siguientes pasajes de las Escrituras, explica a un amigo o a un miembro
de tu familia la manera en que el profeta viviente es como Moisés: Doctrina y Convenios
28:2; 107:91–92; Moisés 1:3, 6.

Material de enriquecimiento
Catorce razones fundamentales para seguir al profeta
Presidente Ezra Taft Benson, 1980 Devotional Speeches of the Year, 1981, págs. 26–30; véase Liahona,
junio de 1981, págs. 1–8; énfasis agregado.

Mis queridos hermanos y hermanas, me siento honrado de estar en su presencia el día de hoy.
Ustedes, estudiantes, son parte de una joven generación escogida—una generación que bien
podría presenciar el regreso de nuestro Señor.

La Iglesia no solo crece en números hoy en día, está creciendo en fidelidad y, aún más
importante, nuestra generación joven, como grupo, es aún más fiel que la generación anterior.
Dios los ha reservado a ustedes para la undécima hora —el día de Jehová, grande y terrible.
Será su responsabilidad no solo ayudar a llevar adelante el Reino de Dios triunfante, sino salvar
su propia alma y esforzarse por salvar a los de su familia y honrar los principios de nuestra
inspirada constitución.

Para ayudarles a pasar las pruebas cruciales que tendrán en el futuro, les voy a dar hoy varias
facetas de una gran clave que, si las honran, los coronarán con la gloria de Dios y saldrán
victoriosos a pesar de la furia de Satanás.

Pronto estaremos honrando a nuestro profeta [Spencer W. Kimball] en su cumpleaños número


85. Como Iglesia, cantamos el himno: “Te damos, Señor, nuestras gracias”. Entonces, aquí está
la gran clave: seguir al profeta; y aquí hay catorce razones fundamentales para seguir al profeta,
el Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Primera: El profeta es el único hombre que habla por el Señor en todo.


En la sección 132, versículo 7, de Doctrina y Convenios, el Señor habla del profeta —el
Presidente— y dice: “… nunca hay más de una persona a la vez sobre la tierra a quien se
confieren este poder y las llaves de este sacerdocio”.
Luego, en la sección 21, versículos 4–6, el Señor declara:
“Por tanto, vosotros, es decir, la iglesia, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que
os dará según los reciba, andando delante de mí con toda santidad;

“porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.

“Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros”.

¿Escucharon lo que el Señor dijo acerca de las palabras del profeta? Debemos “dar oído a todas
sus palabras” —como si vinieran de la “propia boca” del Señor.

Segunda: El profeta viviente es más vital para nosotros que los libros canónicos.
El presidente Wilford Woodruff cuenta de un incidente interesante que ocurrió en los días del
profeta José Smith:

“Hablaré de cierta reunión a la que asistí en el pueblo de Kirtland en mis primeros días en la
Iglesia. En esa reunión se hicieron algunas observaciones que se han hecho hoy aquí, con
respecto a los oráculos vivientes y con respecto a la palabra escrita de Dios. Se presentó el
mismo principio, aunque no tan extensamente como se presentó aquí, cuando un hombre de
liderazgo en la Iglesia se levantó y habló sobre el tema; dijo: ‘Tienen la palabra de Dios ante
ustedes aquí, en la Biblia, en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios; tienen la palabra
de Dios escrita, y ustedes, quienes dan revelaciones, deben darlas de acuerdo con esos libros,
puesto que lo que está escrito en ellos es la palabra de Dios. Debemos limitarnos a esos libros’.

“Una vez que él terminó de hablar, el hermano José se volvió al hermano Brigham Young y le
dijo: ‘Hermano Brigham, quiero que usted se ponga de pie y nos diga cuáles son sus puntos de
vista con respecto a los oráculos vivientes y a la palabra escrita de Dios’. El hermano Brigham
se puso de pie, tomó la Biblia y la puso a un lado; tomó el Libro de Mormón y lo puso a un lado;
y tomó Doctrina y Convenios y lo puso a un lado; y luego dijo: ‘Ahí está la palabra escrita de
Dios a nosotros, concerniente a la obra de Dios desde el principio del mundo casi hasta nuestros
días. ‘Y ahora’, agregó, ‘cuando se comparan con los oráculos vivientes, esos libros son nada
para mí; esos libros no nos comunican directamente la palabra de Dios a nosotros, como lo
hacen las palabras de un Profeta o un hombre que posee el santo sacerdocio en la época y
generación actual. Prefiero tener a los oráculos vivientes que todos los escritos de los libros’.
Sobre eso nos habló. Cuando él terminó, el hermano José dijo a la congregación: ‘El hermano
Brigham les ha hablado la palabra del Señor, y les ha dicho la verdad’”. [En Conference Report,
octubre de 1897, págs. 22–23; véase también Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia, José
Smith, págs. 208-209].

Tercera: El profeta viviente es más importante para nosotros que un profeta muerto.
El profeta viviente tiene el poder de darnos hoy las noticias que necesitamos hoy. La revelación
de Dios a Adán no instruyó a Noé cómo construir el arca. Noé necesitó su propia revelación.
Por lo tanto, el profeta más importante, en lo que a ustedes y a mí respecta, es el que vive en
nuestros días y época, a quien el Señor revela actualmente Su voluntad para nosotros. Por
tanto, lo más importante que podemos leer es cualquiera de las palabras del profeta que se
encuentran… cada mes en nuestras revistas de la Iglesia. Nuestras órdenes para que nos
pongamos en marcha se encuentran cada seis meses en los discursos de las conferencias
generales, que se imprimen en la revista Liahona.
Estoy muy agradecido de que el informe de la conferencia más reciente se estudia como parte
de una de sus clases de religión; el curso se titula: “Enseñanzas de los profetas vivientes”,
número 333. Quisiera recomendarles esa clase y sugerirles que obtengan un ejemplar del
manual de la clase… ya sea que puedan tomar la clase o no.

Cuídense de los que contraponen a los profetas muertos con los profetas vivientes, pues los
profetas vivientes siempre tienen precedencia.
Cuarta: El profeta nunca conducirá a la Iglesia por mal camino.
El presidente Wilford Woodruff declaró: “Yo digo a Israel: el Señor jamás permitirá que yo ni
ningún otro hombre que funcione como Presidente de esta Iglesia los desvíe del camino. No
está en Su plan. No existe en la mente de Dios.(The Discourses of Wilford Woodruff, selección
hecha por G. Homer Durham [Salt Lake City: Bookcraft, 1946], págs. 212–213).
El presidente Marion G. Romney cuenta este incidente que le ocurrió:

“Recuerdo que hace años, cuando era obispo, le pedí al presidente [Heber J.] Grant que diera
un discurso en nuestro barrio. Después de la reunión lo llevé a su casa… De pie junto a mí,
puso su brazo sobre mi hombro y dijo: ‘Hijo mío, siempre presta atención al Presidente de la
Iglesia; y si alguna vez te dice que hagas algo y no es lo correcto, y tú lo haces, el Señor te
bendecirá por ello’. Entonces, con una mirada pícara, agregó: ‘Pero no te aflijas. El Señor nunca
permitirá que Su portavoz desvíe al pueblo’ [En Conference Report, octubre de 1960, pág. 78].

Quinta: No se requiere que el profeta tenga ninguna instrucción ni credenciales


terrenales particulares para hablar sobre cualquier tema ni para actuar respecto a
cualquier asunto en cualquier momento.
A veces, hay quienes sienten que su conocimiento terrenal en cierto tema es superior al
conocimiento celestial que Dios da a Su profeta sobre el mismo tema. Sienten que el profeta
debe tener las mismas credenciales o instrucción terrenales que ellos han obtenido antes de
aceptar cualquier cosa que el profeta tenga que decir que pudiera contradecir sus estudios
terrenales. ¿Cuánto estudio terrenal tuvo José Smith? Sin embargo, dio revelaciones sobre toda
clase de temas. No hemos tenido, hasta el momento, un profeta que haya recibido un doctorado
en ninguna materia, pero como alguien dijo: “Un profeta tal vez no tenga el título de Dr., pero
ciertamente tiene el de SUD”. Alentamos a adquirir conocimiento en muchos campos, pero
recordemos que si existe un conflicto entre el conocimiento terrenal y las palabras del profeta,
crean lo que dice el profeta; serán bendecidos y el tiempo les dará la razón.

Sexta: El profeta no tiene por qué decir “Así dice el Señor” para que sea Escritura.
A veces hay quienes ponen demasiado peso en las palabras. Quizás digan que el profeta nos
dio consejos pero que no tenemos obligación de seguirlos a menos que especifique que es un
mandamiento. Sin embargo, el Señor dice acerca del Profeta José: “… daréis oído a todas
sus palabras y mandamientos que os dará” (D. y C. 21:4; cursiva agregada).
Y hablando de seguir el consejo del profeta, en D. y C. 108:1, el Señor declara: “De cierto, así
te dice el Señor, mi siervo Lyman: Te son perdonados tus pecados, porque has obedecido mi
voz al venir aquí esta mañana para recibir consejo del que yo he nombrado” (cursiva agregada).
Dijo Brigham Young: “Hasta el día de hoy, jamás he predicado un sermón, ni hecho que se
enviara a los hijos de los hombres, que ellos no pudieran llamar Escritura” (Journal of
Discourses, 26 tomos, [Londres: Latter-day Saints’ Book Depot], tomo XIII, pág. 95).
Séptima: El profeta nos dice lo que necesitamos saber, y no siempre lo que queremos
saber.
“Tú nos has declarado cosas duras, más de lo que podemos aguantar”, se quejaron los
hermanos de Nefi. Pero Nefi respondió diciendo: “… los culpables hallan la verdad dura, porque
los hiere hasta el centro” (1 Nefi 16:1, 3). O, para decirlo en palabras de otro profeta: “Una
paloma herida siempre aletea”.
Dijo el presidente Harold B. Lee:

“Es posible que no les guste lo que dicen las Autoridades de la Iglesia. Puede que contradiga
sus opiniones políticas o sociales; puede que interfiera con su vida social… Su seguridad y la
nuestra dependen de si [lo] seguimos o no… Mantengamos la mira en el Presidente de la Iglesia”
[véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2001, pág. 92].

Pero es el profeta viviente el que realmente perturba al mundo. “Aun dentro de la Iglesia”, dijo
el presidente Kimball, “muchos adornan la tumba de los profetas muertos, mientras que
mentalmente arrojan piedras a los vivos” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer
W. Kimball, 2006, pág. 278; véase también Instructor, tomo VC, pág. 257).
¿Por qué? Porque el profeta viviente recibe lo que necesitamos saber ahora, y el mundo prefiere
que los profetas estén muertos o que no interfieran en los asuntos de otros. Algunos llamados
expertos en ciencias políticas desean que el profeta guarde silencio sobre la política. Algunas
supuestas autoridades sobre la evolución desean que el profeta guarde silencio en cuanto a la
evolución. Y así la lista sigue y sigue.

La manera en que reaccionamos a las palabras de un profeta viviente cuando nos dice lo que
necesitamos saber, pero que preferiríamos no escuchar, es una prueba de nuestra fidelidad.

Dijo el presidente Marion G. Romney: “Es fácil creer en los profetas muertos”. Y luego dio este
ejemplo:

“Un día, cuando aún vivía el presidente Grant, me hallaba en mi oficina, al otro lado de la calle,
después de una conferencia general, cuando un señor de edad fue a verme. Estaba muy
disgustado por lo que en esa conferencia habían dicho algunas de las Autoridades Generales,
incluso yo. Por su forma de hablar, me di cuenta de que provenía de un país extranjero. Tras
haberlo tranquilizado lo suficiente para que me escuchara, le pregunté: ‘¿Por qué vino usted a
Estados Unidos?’. ‘Vine porque un profeta de Dios me dijo que viniera’. ‘¿Quién fue el profeta?’,
proseguí. ‘Wilford Woodruff’. ‘¿Cree usted que Wilford Woodruff fue un profeta de Dios?’. ‘Sí’,
contestó. ‘¿Cree usted que el presidente Joseph F. Smith fue un profeta de Dios?’. ‘Sí, señor’.

“Entonces le hice la pregunta más importante: ‘¿Cree usted que Heber J. Grant es un profeta
de Dios?’. Él contestó: ‘Creo que él debería callarse la boca en cuanto a la ayuda que que se
da a los ancianos’.

“Ahora yo les digo que un hombre en su posición está en camino a la apostasía. Él está echando
por la borda sus posibilidades de obtener la vida eterna. Así es con todo aquel que no puede
seguir al Profeta viviente de Dios” [En Conference Report, abril de 1953, pág. 125; véase
también Liahona, enero de 1998, pág. 67].

Octava: Lo que dice el profeta no está limitado por el razonamiento de los hombres.
Habrá momentos cuando tendrán que escoger entre las revelaciones de Dios y el razonamiento
de los hombres; entre el profeta y el político o profesor. Dijo el profeta José Smith: “Lo que Dios
requiere es justo, no importa lo que sea, aunque no podamos ver la razón de ello hasta mucho
tiempo después de que los acontecimientos ocurran” (Scrapbook of Mormon Literature, tomo II,
pág. 173).
¿Le parecería razonable a un oculista que le dijeran que sanara a un ciego escupiendo en la
tierra, haciendo lodo y aplicándolo en los ojos del hombre, y después decirle que se lave en un
estanque de agua contaminada? Sin embargo eso es precisamente lo que Jesús hizo con un
hombre, y fue sanado (véase Juan 9:6–7). ¿Parecería razonable curar la lepra diciéndole a un
hombre que se lave siete veces en un río en particular? Sin embargo, eso es precisamente lo
que el profeta Eliseo le dijo a un leproso que hiciera, y fue sanado (véase 2 Reyes 5).
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos,
dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que
vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” [Isaías 55:8, 9].
Novena: El profeta puede recibir revelaciones sobre cualquier asunto; temporal o
espiritual.
Dijo Brigham Young:

“Algunos de los hombres más importantes de la ciudad de Kirtland se oponían mucho a la


intromisión de José, el Profeta, en los asuntos temporales…
“En una reunión pública de los santos, dije: ‘Ustedes, élderes de Israel… ¿Alguno de ustedes
trazará la línea divisoria entre lo espiritual y lo temporal en el Reino de Dios para que yo pueda
entenderla?’. Ninguno pudo hacerlo…

“Desafío a cualquier hombre en la tierra a indicar el camino que debe seguir un Profeta de Dios,
o señalar su deber o poner límites a lo que puede decir respecto a las cosas temporales o
espirituales. Las cosas temporales y espirituales están inseparablemente conectadas, y siempre
lo estarán”.[Journal of Discourses, tomo X, págs. 363–364].
Décima: El profeta puede participar en asuntos cívicos.
Cuando un pueblo es justo, quiere que los que gobiernen sean las mejores personas. Alma fue
la cabeza de la Iglesia y del gobierno en el Libro de Mormón; José Smith fue alcalde de Nauvoo
y Brigham Young fue gobernador de Utah. Isaías dio muchos consejos en cuanto a asuntos
políticos, y de sus palabras el Señor dijo: “Grandes son las palabras de Isaías” (3 Nefi 23:1).
Aquellos que eliminarían a los profetas de la política sacarían a Dios del gobierno.
Undécima: Los dos grupos que tienen mayor dificultad para seguir al profeta son los
orgullosos que poseen mucho conocimiento y los orgullosos que son ricos.
Los instruidos quizás piensen que el profeta solo está inspirado cuando está de acuerdo con
ellos; de lo contrario, el profeta solo está dando su opinión, hablando como hombre. Los ricos
puede que sientan que no tienen necesidad de recibir consejo de un humilde profeta.

En el Libro de Mormón leemos:

“¡Oh ese sutil plan del maligno! ¡Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los
hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no escuchan el consejo de Dios, porque lo
menosprecian, suponiendo que saben por sí mismos; por tanto, su sabiduría es locura, y de
nada les sirve; y perecerán.

“Pero bueno es ser instruido, si hacen caso de los consejos de Dios.


“Y al que llamare, él abrirá; y los sabios, y los instruidos, y los que son ricos, que se inflan a
causa de su conocimiento y su sabiduría y sus riquezas, sí, estos son los que él desprecia; y a
menos que desechen estas cosas, y se consideren insensatos ante Dios y desciendan a las
profundidades de la humildad, él no les abrirá”[2 Nefi 9:28, 29, 42; cursiva agregada].
Duodécima: El profeta no necesariamente será popular en el mundo ni en lo mundano.
Cuando el profeta revela la verdad, la verdad divide al pueblo. Los de corazón honrado prestan
atención a sus palabras, pero los injustos ignoran al profeta o lo atacan. Cuando el profeta
señala los pecados del mundo, el mundo quiere hacerlo callar, o bien actuar como si no existiera,
en lugar de arrepentirse de sus pecados. La popularidad nunca es un indicador de la verdad.
La gente ha matado o desterrado a muchos de los profetas. Conforme nos acerquemos más a
la segunda venida del Señor, pueden esperar que a medida que el pueblo se haga más inicuo,
el profeta será menos popular entre ellos.

Decimotercera: El profeta y sus consejeros constituyen la Primera Presidencia, el


cuórum más alto de la Iglesia.
En Doctrina y Convenios, el Señor se refiere a la Primera Presidencia como “el consejo más
alto de la Iglesia” (107:80) y dice: “… quien me recibe a mí, recibe a los de la Primera
Presidencia, a quienes he enviado” (112:20).
Decimocuarta: Sigan al profeta y a la Presidencia —al profeta viviente y a la Primera
Presidencia— y serán bendecidos; rechácenlos, y sufrirán.
El presidente Harold B. Lee relata este incidente de la historia de la Iglesia:

“Se cuenta la historia de que, en los primeros días de la Iglesia —en particular, creo yo, en
Kirtland—, algunos de los hermanos principales de los consejos presidentes de la Iglesia se
reunieron en secreto y trataron de conspirar sobre cómo podían deshacerse del liderazgo del
profeta José Smith. Cometieron el error de invitar a Brigham Young a una de esas reuniones
secretas. Él los reprendió, después de haber escuchado el propósito de la reunión. Esto es parte
de lo que dijo: “Ustedes no pueden destruir el llamamiento de un profeta de Dios, pero en
cambio, pueden cortar los lazos que los unen al Profeta de Dios y hundirse en las profundidades
del infierno’”. [En Conference Report, abril de 1963, pág. 81; véase también Liahona, enero de
1996, pág. 49].

En una conferencia general de la Iglesia, el presidente N. Eldon Tanner declaró:

“El profeta habló claramente el viernes por la mañana, diciéndonos lo que son nuestras
responsabilidades…

“Después de eso, un hombre me dijo: ‘Hay personas en nuestro estado que creen en seguir al
profeta en todo lo que creen ser correcto; pero cuando es algo que no está de acuerdo con lo
que piensan, y no les gusta, la cosa cambia’. Dijo: ‘Entonces se convierten en su propio profeta
y deciden lo que el Señor quiere y lo que no quiere’.
“Pensé: ¡qué gran verdad!, y qué grave cuando empezamos a elegir qué convenios y qué
mandamientos vamos a obedecer y seguir. Cuando decidimos no cumplir o seguir algunos,
estamos tomando la ley del Señor en nuestras propias manos y nos convertimos en nuestros
propios profetas, lo cual, créanme, nos desviará, porque somos profetas falsos para nosotros
mismos cuando no seguimos al profeta de Dios. No, nunca debemos discriminar entre los
mandamientos, en cuanto a los que debemos o no debemos guardar”. [En Conference Report,
octubre de 1966, pág. 98; cursiva agregada].
“Confíen en la Presidencia y reciban sus instrucciones”, dijo el profeta José Smith
(véase Enseñanzas del Profeta José Smith, selección hecha por Joseph Fielding Smith, 1954,
pág. 187). Pero Almon Babbitt no lo hizo, y en Doctrina y Convenios, sección 124, versículo 84,
el Señor dice: “Y en cuanto a mi siervo Almon Babbitt, hay muchas cosas que no me complacen;
he aquí, ambiciona imponer su propio criterio en lugar del consejo que yo he ordenado, sí, el de
la Presidencia de mi Iglesia”.
En conclusión, resumamos esta gran clave, estas “Catorce razones fundamentales para seguir
al profeta”, porque nuestra salvación depende de ellas.

Primera: El profeta es el único hombre que habla por el Señor en todo.

Segunda: El profeta viviente es más vital para nosotros que los libros canónicos.

Tercera: El profeta viviente es más importante para nosotros que un profeta muerto.

Cuarta: El profeta nunca conducirá a la Iglesia por mal camino.

Quinta: No se requiere que el profeta tenga ninguna instrucción ni credenciales terrenales


particulares para hablar sobre cualquier tema o para actuar respecto a cualquier asunto en
cualquier momento.

Sexta: El profeta no tiene por qué decir “Así dice el Señor” para que sea Escritura.

Séptima: El profeta nos dice lo que necesitamos saber, y no siempre lo que queremos saber.

Octava: Lo que dice el profeta no está limitado por el razonamiento de los hombres.

Novena: El profeta puede recibir revelaciones sobre cualquier asunto, temporal o espiritual.

Décima: El profeta puede participar en asuntos cívicos.

Undécima: Los dos grupos que tienen mayor dificultad para seguir al profeta son los orgullosos
que poseen mucho conocimiento y los orgullosos que son ricos.
Duodécima: El profeta no necesariamente será popular en el mundo ni en lo mundano.

Decimotercera: El profeta y sus consejeros constituyen la Primera Presidencia, el cuórum más


alto de la Iglesia.

Decimocuarta: Sigan al profeta y a la Presidencia —al profeta viviente y a la Primera


Presidencia— y serán bendecidos; rechácenlos, y sufrirán.

Testifico que estas catorce razones fundamentales para seguir al profeta viviente son
verdaderas. Si deseamos saber cuán bien estamos ante el Señor, preguntémonos cuán bien
estamos con Su capitán terrenal. ¿Cuán cerca está nuestra vida en armonía con las palabras
del ungido del Señor —el profeta viviente, el Presidente de la Iglesia— y con el Cuórum de la
Primera Presidencia?

Que Dios nos bendiga a todos para que mantengamos la vista fija en el profeta y en la
Presidencia en los días críticos y cruciales que están por delante, es mi oración, en el nombre
de Jesucristo. Amén.

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