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UNIDAD 2

 NUNES PEREIRA, S (2012) “Estados, naciones y colonialismo: trazos de la Geografía


política vidaliana” En Haesbaert, R; Nunes Pereira, S; Ribeiro, G. Vidal, Vidais. Textos de
Geografía Humana, Regional e Política (pp. 337-358). Brasil: Bertrand Brasil.
Traducción: Prof. Carolina Ricci para uso exclusivo de la cátedra Introducción al
Pensamiento geográfico, prohibida su circulación o reproducción.

Estado, Nación y Colonialismo: trazos de la Geografía política vidaliana.


Sergio Nunes Pereira.

En el último apartado de este libro, pretendemos arrojar luz sobre un campo temático
tratado hasta ahora de forma insatisfactoria en la obra de Vidal de La Blache: la geografía
política, entendida aquí como una reflexión académica sobre las acciones estratégicas y de
control del territorio desarrolladas por los Estados a nivel nacional, continental o, cuando son
europeos, respecto a los dominios de ultramar. Al examinar la tarea, encontramos dos
perspectivas predominantes que deben evitarse, para no empañar el debate previsto. En el
primera de ellas, aún dominante en los libros de texto (manuales) de introducción a la
Geografía, encontramos a un Vidal alejado de las formulaciones geográficas revestidas de
connotación política para construir la imagen del autor como el polo opuesto de Ratzel
(también blanco de simplificaciones reduccionistas). En la segunda, asistimos a la
"rehabilitación" de Vidal gracias a la publicación, en 1917, de La France de l'Est, "un libro
geopolítico silenciado durante sesenta años", como se anuncia en la edición francesa de 1994
presentada por Yves Lacoste. Fruto tardío de la copiosa producción del autor, la obra se
explicaría por las circunstancias excepcionales en que llegó a la imprenta (durante la Primera
Guerra Mundial, en la que Vidal había perdido un hijo).
Es cierto que un número razonable de trabajos académicos recientes han contribuido
a superar tales perspectivas, situando al maestro francés al margen de las construcciones
sesgadas (Berdoulay, 1988; Andrews, 1986; Nicolas Obadia, 1988; Sanguin, 1988; Claval,
1998; Ribeiro, 2010b). Dentro de esta nueva orientación, anclada menos en las
interpretaciones que en una cuidadosa investigación, examinamos la incursión de Vidal en el
ámbito geográfico-político a través de artículos, reseñas o capítulos de libros. De acuerdo con
esta historiografía, pretendemos abordar el tema de forma detallada, considerando, además
del contexto histórico, la influencia de las ideas de Ratzel en el autor y su impresionante
cultura científica, que le proporcionó formulaciones originales en diversas ramas de la
Geografía.
A partir de estas referencias, Vidal realizó una lectura de la situación europea y de la
influencia francesa en el mundo que constituye un importante registro de su tiempo, en un
contexto de redefinición del papel de las principales potencias en la escena global. Como
señala Peter Taylor (1994:xiv), la geografía política siempre avanza en momentos en los que
la sociedad mundial se enfrenta a cuestiones de gran importancia histórica, como las que
circunscriben el periodo intelectual activo del autor. No es de extrañar, por tanto, que lo
practicara con soltura, dejando importantes huellas que pretendemos examinar a través de
los siguientes textos.
En esta breve presentación, hemos optado por comentar los textos seleccionados
siguiendo un orden diferente al de la secuencia cronológica adoptada en el libro. Este camino
obedece a la intención de no perder de vista la historicidad de la geografía política, para
considerarla tanto en la fase previa a la institucionalización del conocimiento geográfico como
en su desarrollo posterior, conviviendo con las nuevas elaboraciones derivadas de la
formulación del campo disciplinar -como la geografía humana, pronto convertida en marca de
Vidal y su Escuela-. La elección nos impuso alinear inicialmente los textos que mejor permiten
situar la geografía política frente a la geografía humana en el pensamiento del autor, para
deconstruir la imagen de la primera como un borrador o rama subordinada de la segunda
(consolidada en ciertas versiones de la historia de la disciplina).
Comenzamos, así, con un comentario sobre États et nations de l’Europe autour de la
France, obra de geografía política “a la vieja usanza” escrita cuando la noción de geografía
humana ni siquiera era contemplada por Vidal; seguimos con su defensa y favorable
apreciación de los “escritos de Friedrich Ratzel”, definidores de una geografía política
renovada de la cual la futura versión “humana” vidaliana será confesamente tributaria; por fin,
concluimos la secuencia con una examen de un texto tardío que no esconde su suscripción
geográfico-política (Du principe de groupement dans l’Europe Occidentale) , no obstante, aquí
el autor ya tenía a su disposición su geografía humana plenamente desarrollada. Todo eso
parece indicar que la geografía política no fue un “momento” de la obra de Vidal, ni tampoco
un género subordinado a cualquier otro, al punto de merecer sucesivas reservas a su
existencia autónoma (Brunhes, 1962: 406; Demangeon, 1982:53).
Tal actitud parece irrazonable si tenemos en cuenta la totalidad de la obra de Vidal.
Su geografía política se deja sentir también en textos de menor alcance teórico, liberados de
la preocupación por instituir "principios" o por dialogar con la geografía alemana. Inadvertidos
en las revalorizaciones del pensamiento del autor, tales escritos fueron evidenciados por
Guilherme Ribeiro (2010a, 2010b) a través de un rastreamiento de los Annales de Geographie
desde su fundación (1891) hasta la muerte de Vidal (1919), con especial atención al apartado
Notes et correspondances. Siguiendo ese camino, encontramos en esta sección una serie
de reseñas y comentarios bibliográficos que, si no se incluyen entre los marcos de la
epistemología vidaliana, en cambio, son testimonios notables de la manera en que el
académico se involucró en los problemas de su tiempo, comprometiendo su autoridad
intelectual en el debate de los grandes temas políticos en boga. Desde su institucionalización,
la Geografía francesa ha estado ligada al movimiento colonial (Berdoulay, 1981), hecho que
la ha llevado a reflexionar sobre los dominios establecidos en el exterior y, por extensión, la
espectacularidad sobre el papel que desempeñará Francia en el ámbito internacional.
Sobre la base de lo anterior, se incluyeron en esta sección cinco textos que implican
directamente la problemática colonial y la influencia francesa en el mundo: La zone frontiere
de l’Angerie et du Maroc, d’apres de nouveaux documents; La conquete du Sahara d’apres
E.F Gautier; Le contesté franco-brasilien; y La carte internationale du monde au milionieme.
Cerrando el conjunto, se añade un interesante comentario en el que Vidal parece profetizar
sobre el fin de la era colonial - La Colombie Britannique, par A. Métin.

***
¿Cómo clasificar États et nations de l’Europe autour de la France (1889), tercer libro
de Vidal, en términos temáticos? André- Louis Sanguin (1993: 128), por ejemplo, no dudo en
considerarlo el “primer manual de geografía política verdaderamente”, debido a sus detalladas
explicaciones sobre la formación territorial de los Estados europeos, atentas observaciones
acerca de las diversas nacionalidades existentes en el interior de aquellos y, en especial, por
su “geopolítica prospectiva”, - en términos de Sanguin- con relación al expansionismo alemán.
Una impresión similar aparece en la evaluación de Armen Mamigonian (2003), pionera en
llamar la atención del libro en medio de los numerosos escritos de Vidal. El geógrafo brasilero
enlista los mismo puntos marcado por Sanguin, destacando además de estos el aspecto
militar; finalmente concluye su argumentación de un modo en el cual no podemos discordar:
“Toda obra de La Blache está imbuida de una visión política al servicio del colonialismo
francés” (Mamigonian, 2003: 25). Cabe verificar, de todas maneras, lo que era llamado como
geografía política en el momento en que États et Nations fue escrito, con base en el estado
en que se encontraba la Geografía de entonces.
Para ello, recurrimos a la historia del pensamiento geográfico, entendiéndola como un
denso ámbito de investigación anclado en marcos textuales, fuentes documentales y en
constante diálogo con la historiografía. Desde esta perspectiva, en uno de sus estudios
seminales sobre el desarrollo del conocimiento geográfico, Horacio Capel (1989) señaló la
dualidad de este conocimiento, caracterizado por una matriz matemática (interesada en
aspectos de la esfera terrestre y su estructura física) y otra matriz histórica (basada en
información descriptiva derivada de la observación y la indagación). Esta dualidad atravesó
diferentes épocas desde la antigüedad hasta el siglo XVII, pero se debilitó en el siglo siguiente
debido a la aparición de las ciencias especializadas de la Tierra y la cartografía topográfica,
que absorbieron los contenidos de la geografía matemática para desarrollarlos en sus propios
campos. De ahí que, a partir de entonces, el conocimiento geográfico se identificara casi
exclusivamente con su matriz histórica, lo que dio lugar a los manuales de geografía política
o civil -así llamados desde finales del siglo XVII- y a las llamadas corografías -descripciones
enciclopédicas de estados y provincias-, ampliamente difundidas en el siglo XVIII y la primera
mitad del XIX. Los géneros, sin embargo, se mezclaban a menudo, de modo que "(en) la
geografía política o civil se incluía a menudo la descripción corográfica de países y regiones,
con los rasgos fundamentales de los diferentes pueblos" (Capel, 1989: 11). Dichos escritos,
según su autoría o finalidad, también podían contemplar temas como la influencia del clima,
la composición de la población, la religión, las formas de gobierno y la información sobre la
actividad comercial de los países estudiados (1989:11).
Estamos, cabe decir, ante un modelo cognitivo actual, sometido, sin embargo, a
constantes actualizaciones. Véanse las sucesivas Geografías Universales elaboradas en el
siglo XIX (como la de Maltre-Brun, con sus siete volúmenes publicados entre 1810 y 1829) y
también la Geografía General Comparada de Ritter, publicada en 1817-1818 y reeditada en
21 volúmenes entre 1822 y 1858. La institucionalización efectiva de la Geografía, en la
década de 1870, se produciría incluso antes de que contara con nuevos paradigmas que le
dieran coherencia y legitimidad científica (tarea que realizarían los creadores de la nueva
disciplina, como Ratzel, Davis y Vidal). Aunque tal empeño no se completó, los viejos modelos
aún en boga mantuvieron su utilidad, marcando la pauta de la enseñanza y las publicaciones.
La situación era quizás más válida en el caso de Francia, donde la geografía histórica
mantenía una fuerte influencia académica, bajo la sombra de Auguste Himly (Berdoulay,
1981). Pronto este panorama se transformaría sensiblemente con la creación de los Annales
de Geographie y la aparición de la geografía humana; sin embargo, debemos considerar a
Vidal como un autor en proceso, en beneficio de su mejor comprensión.
En base a lo que acabamos de exponer, vemos Etats et Nations como obra de
geografía política, pero en el sentido tradicional anteriormente apuntado. Si, por un lado, los
contenidos políticos son evidentes, por el otro, el estudio cubre prácticamente todo el universo
temático posible en un compendio geográfico. Para darnos una idea, solamente en su parte
general (introductoria) son abordados temas como la posición, configuración, la geografía
física y la distribución de las poblaciones y de las lenguas en el continente europeo. En la
parte más extensa dedicada a los Estados, los aspectos físicos son retomados fuertemente,
sirviendo de preámbulo para las consideraciones sobre la relación de las sociedades locales
con sus respectivos medios y algunos ensayos de clasificación regional. La importancia
política de los imperios (británicos y alemán) y reinos (los demás países) es discutida a partir
de criterios históricos, geográficos y militares; finalmente, el contenido enciclopédico ya
presente es acentuado a través de artículos de desarrollo urbano, vías de comunicación,
actividades comerciales y concentraciones industriales, los cuales dan al libro, igualmente,
un aspecto de geografía comercial o económica.
Todo esto no le quita interés a Etats et Nations, innovador en diversos aspectos.
Nuestra intención de evaluar el significado geográfico-político del libro no debe llevarnos a
buscarlo sólo en su objetivación más común, procedente directamente de la obra de Ratzel:
las relaciones entre el Estado y el suelo. En este sentido, cabe señalar que Vidal se mostrará
como un atento lector del maestro de Leipzig, sin incorporar necesariamente sus
concepciones. Ello es evidente en este libro, aunque, en aquella época, ni el geógrafo francés
había alcanzado la madurez de su pensamiento científico, ni el alemán había desarrollado su
versión más actualizada de la geografía política, plasmada en la obra homónima de 1897. Al
escribir Etats et Nations, Vidal dispuso de las consideraciones presentes en el primer volumen
de Anthropogeographie sobre la acción de los estados y grupos humanos frente al sustrato
material donde se asientan y establecen una vida común. Su forma de llevar a cabo la
discusión propuesta, sin embargo, diferiría de Ratzel en al menos dos aspectos, que
comentaremos brevemente a continuación.
La primera, bastante evidente en la estructura del libro, es el énfasis dado a los modos
de existencia social y cultural de los pueblos europeos, que, en cierto modo, contradicen la
primacía estatal del análisis ratzeliano, tan frecuentemente subrayada (Raffestin, 1993;
Souza, 1995). Al desarrollar el tema, Vidal recurre varias veces a los términos "nación" y
"nacionalidad", diferenciándolos de "pueblo" o "raza". Así, el pueblo holandés estaría formado
por tres razas principales (los frisones, los francos y los sajones), del mismo modo que la
amalgama entre los anglos y los sajones habría originado el pueblo inglés de finales del primer
milenio. Los pueblos, por tanto, serían el resultado de una superposición o mezcla de razas,
transcurrida a lo largo de los siglos. La nación y la nacionalidad, en cambio, aparecen
vinculadas a procesos de afirmación identitaria, sustentados en argumentos lingüísticos,
religiosos o, entonces, en vicisitudes históricas. Vidal no parece querer sacar ninguna
conclusión general sobre el problema de las nacionalidades, explorando, por el contrario, las
diferencias que representan los ejemplos sueco, holandés, escocés, irlandés y catalán. La
referencia a Suiza, bastante elogiada, adquiere para nosotros una importancia especial, al
revelar ciertas preocupaciones no explicitadas por el autor. El país es alabado por haber
construido una cohesión nacional por encima de cuestiones de religión y raza, por lo que
puede ser señalado como "una alta expresión de la civilización europea" (Vidal de la Blache,
1889:65). Se trata, como podemos observar, del mismo modelo de nacionalidad asociado por
el autor al caso francés.
La diversidad de situaciones evocadas y sus correspondientes cavilaciones
encuentran así una explicación. Reflejan la intención del autor de situar en otro plano el
debate sobre el sentido de la nación, estallado en Europa durante la Revolución Francesa y
sometido a un sensible desplazamiento en el ámbito cultural alemán, a través de Herder y
Fichte. El primero propuso a finales del siglo XVIII la noción de Volksgeist (que puede
traducirse como "espíritu nacional"), mientras que el segundo pronunció, en el invierno de
1807-1808, sus famosos Discursos a la Nación Alemana. En ambas elaboraciones, el término
nación tiene básicamente un sentido étnico-lingüístico, que corresponde, además, a un
territorio concreto: el de la raza y la lengua alemanas. Debido a su manifestación territorial, el
Volksgeist tuvo evidentes implicaciones para el pensamiento geográfico en Alemania y en
otros países, a menudo de forma reactiva.
Paul Claval ha captado bien el impacto de tal formulación a ambos lados del Rin,
ofreciendo un argumento que nos ayuda a entender los escritos de Vidal. En Alemania, con
su particular concepción de nación, la cuestión crucial era dónde fijar las fronteras del recién
constituido Imperio, para permitir que todo el pueblo alemán formara parte del Estado alemán;
en Francia, en cambio, el problema era diferente. La geografía francesa tendría una
motivación distinta: explicar Francia; explicar cómo un pueblo de orígenes diversos -celta,
romano, germánico- acabó constituyendo una entidad política original (Claval, 1996:199).
Esta es exactamente la preocupación implícita en Etats et Nations, aunque no se mencione
directamente a Francia. Cabe recordar que, en el momento de la publicación del libro, la
anexión de Alsacia-Lorena por parte de Alemania era todavía una herida abierta en el orgullo
francés. Esta herida no sólo reavivó las pasiones nacionales, sino que reavivó la polémica
teórica en torno a la Nación, es decir, entre el contrato-nación -de los que "quieren vivir
juntos"- y el concepto fundado "en la comunión de lengua y costumbres" (Rossolillo,
1992:797).
Discutiremos mucho más brevemente el segundo aspecto que difiere de Ratzel en
Etats et Nations, dado que también se manifiesta (y más claramente) en el comentario
posterior a los escritos del maestro alemán, que examinaremos próximamente. Es la
causalidad definitoria del retorno de los pueblos y los Estados, que a Vidal le suponen, a
veces, un tanto rígidas en las páginas de Anthrogeographie. Así, sin devaluar los aspectos
físico-naturales a los que, en numerosos casos, estarían ligados dichos pueblos y Estados,
el autor recurrirá sobre todo a la historia para darles sentido. En el prefacio de la obra, un
pasaje lapidario intenta resumir el principio defendido: "La influencia del suelo no se traduce
hoy directamente en las manifestaciones de la vida contemporánea. Esencialmente múltiple
y fluida, circula por la vida de los pueblos" (Vidal de la Blache, 1889: v-vi).
Del mismo modo, encontramos en el cuerpo del texto pasajes que parecen denotar
que la evolución histórica no resulta necesariamente del cuadro físico, presentando una
dinámica más compleja. Veamos un solo ejemplo: "la unidad italiana no es uno de esos
resultados a los que los hombres son empujados lentamente por la influencia de causas
geográficas, es una obra de la pasión y la voluntad" (Vidal de La Blache, 1889:531). Por otra
parte, hay que reconocer que el principio histórico al que se hace referencia no siempre es
capaz de proporcionar explicaciones coherentes, dando paso en cambio a formas de
razonamiento naturalizadas. Es así como leemos, en el mismo ejemplo citado, que la unidad
italiana estaba en cierto modo predestinada. No por medios geográficos, sino obedeciendo a
"(el) apasionado deseo de un pueblo ya aproximado por la historia y la lengua, de lograr en
el mundo un lugar digno de su pasado" (1889: 531-32).
Aunque presenta rasgos originales y distintivos, Etats et Nations no podía dejar de
presentar, como toda obra geográfica francesa de la época, un fondo ratzeliano. Esto
residiría, en gran medida, en una de las formulaciones más queridas por el geógrafo alemán:
la noción de posición (lage), resignificada a partir de una idea de Karl Ritter. En el contexto
del libro, sin embargo, es la elaboración de Ratzel -también llamada situación político-
geográfica- la que resulta más útil. Es un hecho conocido que Vidal recurrió directamente al
maestro alemán durante su periodo de formación, meses antes de asumir la cátedra de
Geografía e Historia en Nancy (enero de 1873). Descrita como "de las más amistosas y
frecuentes" (Broc: 1977:80), la relación entre los geógrafos se prolongó probablemente en los
años siguientes al viaje, de lo que se infiere un seguimiento de las ideas de Ratzel por parte
de Vidal. Seguramente asistió a los cursos impartidos por el primero en Leipzig en los años
anteriores a la publicación de Etats et Nations. Según Luciana Martins (1993:127), los títulos
de los cursos hablan por sí mismos: "Introducción a la geografía política" y "Geografía política
de Europa" (1887-1888); "Alemania y sus vecinos" (1888-1889).
Estados y naciones de Europa en torno a Francia... Después de todo, ¿qué sería el
libro sino una lectura geográfico-política de la posición francesa en el continente europeo?
Ciertamente, a Vidal no se le escapó que su país era al mismo tiempo un país atlántico,
continental y mediterráneo, rodeado por cinco o seis estados diferentes. De ahí la importancia
de conocerlos, utilizando el concepto revisado por Ratzel. Su adopción no implica ningún
finalismo, como en el caso de Ritter, sino -en palabras de un fino conocedor del mismo- "un
gran número de consideraciones sobre la civilización de los vecinos, la riqueza y los recursos
naturales, las combinaciones de intereses. (...) Todos los hechos geográficos que determinan
la posición tienen su interpretación, o mejor dicho, su valor político relativo. En realidad, no
hay reglas fijas" (Delgado Carvalho, 1935:195).
Más allá del contexto francés implícito, en algunos pasajes del libro Vidal analizó la
situación de los pequeños estados europeos por su posición desfavorable. En este sentido,
Suiza, Bélgica, Luxemburgo, Holanda y Dinamarca son retratados como "estados alemanes
exteriores en la órbita del nuevo Imperio" (Vidal de la Blache, 1889:204, énfasis nuestro). Más
elocuente aún sería el caso irlandés: "demasiado cerca de Inglaterra para escapar de ella,
demasiado grande para ser absorbida por ella, Irlanda es víctima de su posición geográfica"
(1889: 301).

***

Publicado en 1898, La Geographie politique. A propos des escrits de M. Frederic


Ratzel no es la primera apreciación de este autor que aparece en los Annales de Geographie,
ya con siete años de antigüedad. En el primer número de la revista, Louis Raveneau había
escrito una reseña de Antropogeographie -que acababa de publicar su segundo volumen-, en
términos muy favorables. El intervalo entre ambos textos es relativamente corto, pero
suficiente para que la geografía francesa dé sus primeros pasos hacia la autonomía
epistemológica y profundice en sus lazos académicos con la Facultad de Letras, donde
estaba inserta. También hay que tener en cuenta las tres importantes obras escritas por Vidal
en este intervalo, que añadieron más solidez a su pensamiento geográfico, tanto teórico como
empírico. No es de extrañar, por tanto, que su texto tenga un tono menos complaciente que
el anterior, aunque acepte en general las proposiciones de Ratzel y las considere
fundamentales para el desarrollo de la entonces más tímida rama de la Geografía -la dedicada
al "elemento humano", según la expresión de Raveneau-.
A finales de un siglo en el que las ciencias naturales habían alcanzado un enorme
prestigio, era comprensible que la geografía física ocupara un lugar destacado en la disciplina.
Autores como Frobel, Peschel y Gerland, de formación naturalista, cuestionaron abiertamente
la cientificidad de los estudios geográficos de inspiración unificadora, que además aspiraban
a incluir el estudio del hombre en su proyecto cognitivo (Capel, 1981). En este contexto, la
sistematización ofrecida por Ratzel debe ser bienvenida, aunque algunos de sus aspectos
sean cuestionables. Vidal no se limitará a comentar la recién publicada Politische Geographie,
abarcando, en la primera parte de su texto, toda la obra ratzeliana escrita hasta entonces. Allí
encuentra, en esos "volúmenes impregnados de mucha sustancia" (Vidal de la Blache,
2002:124), la cuestión central que guiará todas sus reflexiones: el papel de las influencias
geográficas en la historia. A partir de esta premisa, muchos de los puntos de vista de Ratzel
serán aceptados casi por completo por el geógrafo francés, pareciendo incluso salir de su
propia pluma. El papel intermediario que desempeña la geografía de los seres vivos en
relación con los fenómenos de la geografía física -el mundo inanimado- y los de la llamada
geografía política -el mundo socialmente organizado- es uno de estos puntos. Otra es, sin
duda, la preocupación por dotar al estudio del elemento humano en la Tierra de medios de
investigación tan precisos como los utilizados por las ciencias naturales, a través de mapas
topográficos y temáticos e información censal (Vidal de la Blache, 2002:130-31).
Por otra parte, al igual que en Etats et Nations, Vidal no deja de ver problemas en la
forma un tanto dogmática en que Ratzel pretende enmarcar sus objetos de estudio en
términos de causalidad. Sin embargo, al examinar de cerca el texto de 1898, cabe señalar
que la objeción parece deberse menos al énfasis natural que se encuentra en dicho marco
que al desprecio del autor por la "relatividad de los fenómenos" (Vidal de la Blache, 2002:124).
Un breve pasaje al final del artículo refuerza esta impresión: "(en) la perpetua movilidad de
las influencias que se intercambian entre la naturaleza y el hombre sería, sin duda, una
ambición prematura querer formular leyes" (2002:137). El problema, por tanto, estaría más
en la cadena de determinaciones establecida por Ratzel que en su construcción
ambientalista, como aclara Capel (1981:331-32).
Otro aspecto importante del texto es el cuestionamiento de la exhaustividad y la
imprecisión propias de la geografía política, manifestadas tanto en las versiones clásicas
como en los enunciados de la Politische Geographie. Este último, en efecto, habría
redimensionado el problema estableciendo, a partir de nociones ecológicas y biológicas, los
medios analíticos necesarios para el desarrollo de la geografía política. El nuevo enfoque
amplió el dominio de la geografía política hacia áreas que abarcaban prácticamente todo el
espectro científico, desde la fisiología humana hasta la ciencia política, la ecología y la
etnografía. Mucho más de lo que Vidal consideraba saludable para una ciencia en formación,
que, por el contrario, tendría que perfeccionar su discurso científico y su metodología. De ahí
su preocupación por relacionar la geografía política con la Geografía en su conjunto, una base
supuestamente adecuada para discernir los hechos "que debe reclamar como patrimonio, y
los que debe eliminar como parásitos" (Vidal de la Blache, 2002:124).
Basándonos en lo que leemos en el texto podemos afirmar que las objeciones de Vidal
a la amplitud del campo son básicamente de naturaleza cognitiva, sin ninguna preocupación
por el contenido ideológico que pueda amenazar su integridad científica. No hay ningún tabú
o "espectro" que implique la geografía política. No es más que una rama de la disciplina que
alcanzó el estatus de universidad a principios de la "era imperialista", al igual que la geografía
comercial (o económica) y la geografía colonial (Flint, 2009:549). Sin embargo, entre todas
ellas es la que mejor expresa el propósito de realizar un tratamiento sistemático del "elemento
humano" de la disciplina, antes de que Ratzel propusiera su antropogeografía. Fuera del
circuito académico, en el ámbito "profano" de los Congresos Internacionales de Geografía, el
área encontró aceptación en forma de comisión o sección de estudio, atrayendo la
participación de una fiel legión de diletantes. Por lo tanto, era un término de uso común en la
época.
Por ello, Vidal la aceptaría sin limitaciones para designar fenómenos geográficos más
allá de la geografía física, como las relaciones entre el hombre -organizado en sociedad o en
grupos- y el medio donde se desarrolla la actividad humana (Vidal de la Blache, 2002:123).
Esta sería exactamente la concepción de Halford Mackinder (1996:158), claramente
expresada en un texto clásico de 1887: "se acepta que la función de la geografía política
consiste en descubrir y demostrar las relaciones existentes entre el hombre en la sociedad y
las variaciones locales de su medio". El geógrafo británico manejaría la denominación como
bandera insignia de su discurso, llevándola del ámbito académico al terreno de las hipótesis
estratégicas sobre el poder mundial. Ratzel, por su parte, se trasladó decididamente al
subcampo como un despliegue de su antropogeografía. La trayectoria de Vidal, en cierto
modo, sugiere lo contrario. En el texto en cuestión, el autor trata la "geografía política" y la
"geografía humana" como términos estrictamente equivalentes, aunque no consideraba a
esta última, en ese momento, como una perspectiva particular de estudio. Son los "hechos
de la geografía humana" (es decir, la geografía de los hombres sobre la superficie terrestre)
los que le interesan aquí, y deberían ser estudiados -diría al final- por la "geografía política o
humana", entendida como parte del mismo conjunto: la geografía general (Vidal de la Blache,
2002: 129, énfasis nuestro)
Un último aspecto a destacar en el comentario de Vidal consiste en el sutil
desplazamiento operado por el geógrafo francés en la perspectiva de estudio dominante de
su colega alemán, centrado preferentemente en la relación Estado-suelo. La cuestión fue bien
detectada por Rogerio Haesbaert (2002:117-18), quien señaló dicho desplazamiento y lo
resumió en los siguientes términos: "más que el debate sobre el Estado, el texto de La Blache
hace hincapié en el de la ‘sociedad’, la ‘humanidad’ o ‘los grupos humanos’ en su relación
con el espacio". De hecho, si nos fijamos en la última parte del artículo (la más sustancial),
encontramos allí una rica demostración de cómo los fenómenos de la geografía política deben
ser apreciados en las escalas geográficas más diferenciadas (Haesbaert, 2002:121). Vidal de
la Blache habla de establecimientos políticos elementales, como las aldeas, las villas y las
tribus; del papel central de las ciudades como elementos articuladores del poder estatal; y,
finalmente, de lo que denomina "regiones políticas", cuyos ejemplos serían Europa Occidental
-como se pondrá de manifiesto en el siguiente texto analizado- y ciertas zonas fronterizas
inciertas existentes en Asia Central y el África sudanesa (Vidal de la Blache, 2002: 133-35).
En el desarrollo de su argumentación, el autor hace uso de una noción recurrente, empleada
casi siempre en plural. Se trata de agrupaciones humanas, a veces llamadas agrupaciones
políticas, como en los escritos que más nos interesan aquí.
Veamos cómo la noción en cuestión aparece de forma central en otra obra de Vidal.
En este caso, el texto en cuestión es un capítulo de La France del Est (Lorraine-Alsace),
titulado Du principe de groupement dans l'Europe Occidentale. De entrada, nos sumamos a
las observaciones de Guillherme Ribeiro (2011) en cuanto a la improcedencia de considerar
el libro en su conjunto como una obra esencialmente geopolítica, como pretende Lacoste
(1994). Más propiamente, La France de l'Est es una brillante síntesis de varios subcampos
de la ciencia geográfica, representando la maduración de la propuesta de geografía humana
lentamente cultivada por el autor (Ribeiro, 2011:4). No pretendemos hacer abstracción, sin
embargo, del conflicto militar que subyace en la elaboración del libro, ni del contenido
geográfico-político -Ribeiro diría geopolítico- de los capítulos de la parte IV, dedicados a
temas como la influencia alemana en Europa, las agrupaciones policiales, las fronteras y las
vías de comunicación. Al contrario. Intentaremos destacar dicho contenido a partir del
mencionado capítulo, para percibir no sólo los intereses de Francia (que Vidal no dejará de
expresar), sino también la propia forma francesa de ver el tema. El texto se divide en dos
partes muy diferenciadas. En el primero, Vidal reflexiona sobre la necesidad de que los países
de Europa Occidental combinen sus intereses políticos y ensayen formas de cooperación
internacional. Podríamos ver en estas agrupaciones una prefiguración de la Unión Europea
lanzada muchas décadas después, pero esto, en cierto modo, ocultaría el contexto inmediato
que dio lugar a esa reflexión. De hecho, se trataba de una situación de guerra entre el Imperio
Alemán y Francia y sus aliados occidentales, que debían definir una acción coordinada. El
geógrafo, sin embargo, considera la cuestión más allá de los imperativos de las nuevas
situaciones de amenaza, y basándose en principios civilizadores y racionales. Descarta, así,
afinidades basadas en similitudes raciales y lingüísticas que, además de no reflejar la realidad
histórica del continente -marcada por una intensa mezcla étnica- alimentarían peligrosamente
"razones místicas extraídas de supuestas superioridades raciales o (...) resentimientos de
luchas pasadas" (Vidal de la Blache, 1994:207).
En contraposición a esta perspectiva, el autor propondría una agrupación política
basada en principios sociales y nociones como la libertad y la justicia, precisamente aquellas
"con las que Europa Occidental construyó los fundamentos de su existencia política (y los
difundió por todo el mundo)" (Vidal de la Blache, 1994: 208). Se daba a entender que Francia,
con sus valores ilustrados y republicanos, ocuparía un lugar central en esta asociación
continental, junto a una serie de pequeños Estados con sólida cohesión política y rivales
históricos como Gran Bretaña, dispuestos a olvidar viejos agravios y a definir bases cordiales
de entendimiento. Alemania, según la misma lógica, no encajaría en ese orden, estando de
hecho en directa oposición a él. Su tendencia expansionista, intolerable a nivel continental,
rompió los cimientos de una Pax Europaea.
La segunda parte del texto pretende ampliar la noción de agrupación para incluir
también a Europa del Este. Más concretamente, son las posibilidades de acercamiento a
Rusia las que atraen la atención de Vidal, anticipando el escenario que debería dibujarse con
el restablecimiento de la paz en el continente. Este enfoque, según el geógrafo, reanudaría
un movimiento natural, ya que "desde el siglo XVI, Rusia no ha dejado de intentar abrir sus
horizontes organizando comunicaciones libres con Europa Occidental" (Vidal de la Blache,
1994:210). Pero se trataba, a su juicio, de un movimiento bloqueado por Alemania -que
pretendía ser el mediador exclusivo del contacto-, así como limitado por la enorme
precariedad de la economía y las infraestructuras en el vasto imperio euroasiático.
Sin embargo, había razones para creer que este panorama iba a cambiar. La
perspectiva de una derrota alemana en el conflicto en curso era ciertamente una de ellas.
Otra razón radica en factores menos circunstanciales, relacionados con tres transformaciones
operadas en el Imperio ruso a finales del siglo XIX al XX, como la abolición de la servidumbre,
la industrialización y la expansión del ferrocarril hacia el Este. "Gracias a este progreso",
escribe, "(...) (Rusia) alcanza la voluntad y el poder de participar en las transacciones
generales y de asegurar para su inmenso Imperio (...) el acceso al mercado mundial" (Vidal
de la Blache, 1994:211-12). El establecimiento de este puente abriría a los consumidores y
capitales occidentales los productos agrícolas de la Rusia europea y los vastos recursos del
interior de Asia, haciendo un camino considerado inevitable y beneficioso para todas las
fuerzas económicas y políticas implicadas.
¿Cuál sería la relación entre esa lectura de la situación europea en 1917 y los
intereses franceses y, en el plano del pensamiento geográfico, con otras reflexiones sobre el
tema producidas en la época? Intentemos responder a estos dos aspectos de forma
articulada, a partir de datos históricos y de una breve comparación con un autor
contemporáneo a Vidal. En cuanto al primer aspecto, nos hace pensar que las ideas del
geógrafo están en perfecta sintonía con las prácticas estratégicas, diplomáticas y comerciales
de su país. Por si el antialemanismo presente en todo el texto no fuera suficiente, la
preocupación por atraer a Rusia al conjunto europeo liberado por Francia, explicada en la
segunda parte, refleja exactamente la tendencia principal de la política exterior del Estado
francés a escala continental. Establecida en 1892 y en vigor hasta la Revolución de 1917, la
Alianza franco-rusa fue la alianza militar más estable de Europa en las décadas anteriores a
la Primera Guerra Mundial. Fuera del aspecto militar, el acuerdo dio a Rusia acceso a la bolsa
de París, proporcionándole el capital que necesitaba para modernizar su economía y su
aparato estatal. Desde entonces, Francia se convirtió en el principal inversor extranjero en
Rusia, profundizando sus lazos políticos con el Imperio (Néré, 1981:286).
Así, en Du principe de groupement, se entiende el tono histérico y condenatorio
utilizado hacia Alemania y, en marcado contraste, el tratamiento dado a Rusia. Si la
nacionalidad de Vidal fuera distinta, la perspectiva sería ciertamente diferente. Como ejemplo,
tomemos el caso de un influyente geógrafo británico de finales del siglo XIX y primera mitad
del XX, el mencionado Halford Mackinder. En 1904, este académico de espíritu militar (Flint,
2009) presentó a la Royal Geographical Society su teoría geopolítica sobre las bases del
poder mundial, basada en el antagonismo entre Gran Bretaña y Alemania y Rusia. Para
Mackinder (2004), el mundo estaba compuesto por una única gran isla (World-Island),
formada por un núcleo continental -el Heartland, situado en la parte central de Eurasia-, un
"anillo periférico interior" y otro anillo exterior, de menor importancia. La idea clave de la teoría
era que el Heartland, debido a sus características intrínsecas -gran extensión, abundancia de
recursos, movilidad interna y protección natural contra las invasiones- tenía una importancia
geopolítica vital, constituyendo así la base del poder mundial.
Ahora bien, ¿no es esta idea similar a la caracterización que hace Vidal de Rusia? No
sería nada económico al ensalzarla como "una de las principales reservas de recursos
futuros" (Vidal de la Blache: 1994:211), comparable a Estados Unidos como frontera de
expansión y superior a Alemania en cuanto a posición geográfica: "(si) Alemania es central
en relación con Europa, Rusia lo es en relación con esa parte de Asia incomparablemente
mayor que podemos designar con una expresión que los geógrafos han tomado prestada con
razón de los geólogos: Eurasia. Desde allí controla los caminos de China y, sobre todo,
dispone de recursos agrícolas e industriales que se extienden desde el Donetz hasta el Altai
y que aparecen, desde entonces, como una de las principales reservas del globo" (1994:213).
Sin embargo, la convergencia de opiniones sobre Rusia coexistió con una diferencia
crucial. Mientras que el geógrafo británico lo veía como una amenaza, debido al antagonismo
señalado, el francés lo exaltaba como "un mundo lleno de promesas" (Vidal de la Blache:
1994:213), considerando la posición privilegiada de su país como aliado político e
investigador del capital. Para cerrar esta presentación, cabe añadir que un dimensionamiento
de la geografía política en la obra de Vidal no estaría completo si no se tuviera en cuenta la
reflexión del geógrafo sobre el papel de Francia como potencia mundial, dado su vasto
imperio colonial y su poder económico.
En cuanto al tema colonial propiamente dicho, centrándose en los ejemplos africanos,
la preocupación de Vidal parece dirigirse al problema de mantener el control político en zonas
de difícil gestión, ya sea por su entorno "inhóspito" y las distancias implicadas, ya sea por la
diversidad potencialmente conflictiva de las poblaciones nativas. Esto es exactamente lo que
se muestra en las consideraciones sobre la zona fronteriza entre Argelia y Marruecos, así
como en las relativas a la conquista del Sahara (Vidal de la Blache: 1897, 1911). Los textos
revelan los retos que plantean a la autoridad colonial la regulación de los movimientos, el
arbitraje de los conflictos, la lucha contra las tribus insumisas y la organización de los flujos
económicos "modernos", todo ello en zonas donde la soberanía estatal/metropolitana estaba
enrarecida. Más allá de los aspectos conceptuales, la vigilancia de las fronteras de los
dominios franceses con Marruecos y el control del territorio y la población, en el primero, eran
exigencias de la empresa colonial, asociadas a prácticas estratégicas que definían una
geopolítica (Ribeiro, 2010a, 2010b).
Siempre en relación con las colonias francesas, otro tema que mereció la atención de
Vidal fue el de los límites territoriales de esas colonias con otras soberanías, como en Le
conteste franco-bresilien, que consideramos oportuno incluir en la colección por tratarse de
un episodio de la formación territorial de Brasil. Aquí vemos al académico asumiendo el papel
político de asesor técnico de la diplomacia de su país, sin dejar de ser un científico, capaz de
reconocer -con valor en sí mismo- el conjunto de conocimientos producidos como resultado
del litigio (Vidal de la Blache, 1901).
Pero no sólo los dominios franceses interesaban al geógrafo. De hecho, quizás Vidal
ya intuía que el vasto conjunto territorial amasado por la expansión europea en el siglo XIX y
anteriores tenía algo de inestable en un mundo que cambiaba rápidamente, especialmente
en el continente americano. Su preocupación por el problema aparece claramente en la
reseña de la tesis de A. Métin sobre la Columbia Británica (Vidal de la Blache, 1908), en la
que el autor reflexiona sobre la dilución de las estructuras tradicionales frente a la aparición
de nuevas formas de organización económica en la provincia canadiense, que denomina
"americanismo".
Teniendo en cuenta estas tendencias o procesos en curso, cabe preguntarse qué
lugar tendrían todavía las potencias europeas en la reconfiguración del planeta. Al encarnar
los ideales de progreso y civilización ampliamente reconocidos, Francia no debía omitirse en
la disputa por la hegemonía mundial, luchando con las mejores armas de que disponía: la
fuerza de su cultura política y científica. Así se entiende la elaboración de textos como el
dedicado a la misión militar francesa en Perú (Vidal de la Blache, 1906) -interesante registro
del intento de expansión de la esfera de influencia del país- y el mapa internacional del mundo
a escala millonaria (Vidal de la Blache, 1910) , motivado por el temor del autor a ver a su país
excluido de un proyecto que suponía un auténtico "reparto" de las áreas cartográficas del
globo -con evidentes implicaciones para la representación construida sobre él-.
Toda esta atención prestada por Vidal a la colonización e influencia francesa en el
mundo, complementada con las reflexiones sobre la situación europea producidas en distintos
momentos de su trayectoria -desde la primera obra hasta el último libro escrito en vida-,
ayudan a replantear la imagen del autor como un académico ajeno a los temas de geografía
política. Esperamos que los textos aquí reunidos, a los que esta presentación pretendía servir,
puedan ayudar a componer una imagen más completa de este carácter fundamental de
nuestra disciplina.

-para ver bibliografía y notas, remitirse al original-


PREFACIO
A LA EDICIÓN DE 1914

Cuando comenzó la actual guerra, que ha involucrado a


casi toda Europa en una contienda terrible, y esta con-
tienda asumió, en las regiones de Bélgica y Francia que
fueron invadidas por los alemanes, un carácter jamás
conocido antes de destrucción general de la vida entre los
no combatientes y el pillaje de los medios de subsistencia
de la población civil, «la lucha por la existencia» se con-
virtió en la explicación favorita de quienes tratan de
hallarles una excusa a esos horrores.
Una protesta en contra de semejante abuso de la ter-
minología de Darwin apareció entonces en una carta
publicada en el Times. En dicha carta se decía que tal
explicación era «poco más que una aplicación a la filoso-
fía y la política de ideas tomadas de burdas malinterpre-
taciones populares de la teoría darwiniana (de «la lucha
por la existencia» y «la voluntad de poder», «la supervi-
vencia de los más aptos» y «el superhombre», etc.); pero
que sin embargo existía una obra en inglés «que interpre-
ta el progreso biológico y social no en términos de fuer-
za bruta y astucia preponderantes, sino en términos de
mutua cooperación».
Doce años han transcurrido desde que fue publicada la
primera edición de esta obra, y puede decirse que su
2

idea fundamental —la idea de que la ayuda mutua repre-


senta un importante elemento progresista en la evolu-
ción— empieza a ser reconocida por los biólogos. En la
mayoría de las principales obras sobre la evolución que
han aparecido recientemente en el continente, ya se indi-
caba que había que distinguir dos aspectos diferentes de
la lucha por la vida: la guerra exterior de las especies en
contra de las condiciones naturales adversas y las espe-
cies rivales, y la guerra interna por los medios de subsis-
tencia entre las especies. También se admitía que tanto el
alcance como la importancia de esta última en la evolución
habían sido exageradas, en gran medida incluso contravi-
niendo al propio Darwin, en tanto que la importancia de la
sociabilidad y el instinto social en los animales para el
bienestar de la especie, contrariamente a la enseñanzas de
Darwin, se había subestimado.
No obstante, si bien la importancia de la ayuda mutua y
el apoyo entre los animales comienza a ganar reconoci-
miento entre los pensadores modernos, éste todavía no es el
caso para la segunda parte de mi tesis: la importancia de
esos dos factores en la historia del hombre, para el creci-
miento de sus instituciones sociales progresistas.
Los líderes del pensamiento contemporáneo se inclinan
todavía a sostener que a las masas les interesa poco la evo-
lución de las instituciones sociales del hombre, y que todo
el progreso logrado en esa dirección se debe a los líderes
intelectuales, políticos y militares de las masas inertes.
La guerra actual, que ha puesto en estrecho contacto a
la mayoría de las naciones civilizadas de Europa no sólo
con las realidades de la guerra, sino además con miles
de sus efectos colaterales en la vida diaria, seguramente
contribuirá a alterar las enseñanzas tradicionales. Mostra -
3

rá lo mucho que se necesita el genio creador y constructivo


del pueblo cuando una nación tiene que vivir un momento
difícil en su historia.
No fueron las masas de las naciones europeas las que
hicieron los preparativos para la presente calamidad béli-
ca y quienes elaboraron sus bárbaros métodos: lo hicieron
sus gobernantes, sus líderes intelectuales. En ninguna
parte tuvieron voz las masas del pueblo en la preparación
de la actual carnicería, y menos aún en la elaboración de
los métodos de guerra modernos, que representan la total
ignorancia de lo que considerábamos la mejor herencia de
la civilización.
Y si la ruina de esa herencia no se completa de un
todo, si no obstante los crímenes cometidos durante esta
guerra «civilizada» pudiésemos todavía estar seguros de
que las enseñanzas y las tradiciones de la solidaridad
humana saldrán, después de todo, intactas del presente
desastre, será así porque al lado del exterminio organiza-
do desde arriba vemos miles de esas manifestaciones de
la ayuda mutua espontánea de la que hablo en este libro
en los capítulos dedicados al hombre.
Las mujeres campesinas que al ver a los exhaustos pri-
sioneros de guerra alemanes y austriacos caminar trabajosa-
mente por las calles de Kiev, les ponen en las manos pan,
manzanas y ocasionalmente una moneda de cobre; los miles
de mujeres y hombres que asisten a los heridos, sin hacer
distinción alguna entre amigo y enemigo, oficial o solda-
do; los campesinos franceses y rusos —los ancianos y las
mujeres dejados atrás en sus aldeas— que deciden en sus
asambleas arar y sembrar los campos de los que están
«allá», bajo el fuego enemigo; las cocinas cooperativas y
las popottes communistes que afloraron por toda Francia;
4

la ayuda espontánea a la nación belga que viene de Ingla-


terra y Estados Unidos, y la que le envía el pueblo ruso a la
Polonia devastada —empresas ambas que implican tan
enorme cantidad de trabajo voluntario libremente organiza-
do y energía que en ellas se pierde todo carácter de «cari-
dad», y se convierten en mera colaboración de los veci-
nos— todos esos actos y muchos otros similares son las
semillas de nuevas formas de vida. Conducirán a nuevas
instituciones, al igual que la ayuda mutua en las etapas pri-
mitivas de la humanidad dio origen más tarde a las mejores
instituciones progresistas de la sociedad civilizada.
Quisiera ahora atraer especialmente la atención del
lector hacia los capítulos de este libro que se ocupan de
las formas primitivas y medievales de ayuda mutua.
Lo hago en la sincera esperanza de que, en medio de
la desdicha y la agonía que esta guerra ha arrojado sobre
el mundo, todavía hay cabida para la creencia en las fuer-
zas constructivas de los hombres que, a pesar de todo
siguen trabajando, y cuya acción tenderá a promover una
mejor comprensión entre los seres humanos y, a la larga,
entre las naciones.

P. KroPoTKin
Brighton, 24 de noviembre de 1914
INTRODUCCIÓN

Dos aspectos de la vida animal me impresionaron sobre-


manera durante los viajes que hice en mi juventud por la
Siberia Oriental y el norte de Manchuria. Uno de ellos fue
la extrema severidad de la lucha por la existencia que
la mayoría de las especies lleva a cabo en contra de una
naturaleza inclemente; la enorme destrucción de la vida
que resulta periódicamente de los factores naturales; y
la consiguiente precariedad de la vida en todo el vasto
territorio que me tocó observar. Y el otro fue que, incluso
en los pocos parajes donde la vida animal proliferaba, no
pude hallar —aunque la busqué afanosamente— la cruenta
lucha por los medios de subsistencia, entre animales perte-
necientes a la misma especie que la mayoría de los dar-
winistas (aunque no siempre el propio Darwin) conside-
ran la característica dominante de la lucha por la vida, y
el factor principal de la evolución.
Las terribles tormentas de nieve que barren la región
septentrional de Eurasia durante el final del invierno, y la
glacial helada que a menudo las sigue; las heladas y las
tormentas de nieve que regresan cada año en la segunda
mitad de mayo, cuando los árboles están ya en pleno flore-
cer y la vida insectil bulle por doquiera; las heladas tempra-
nas y, ocasionalmente, las fuertes nevadas en julio y agosto,
que repentinamente destruyen miríadas de insectos, al igual
6

que las segundas nidadas de las aves en las praderas; las


lluvias torrenciales, debidas a los monzones, que caen
sobre las regiones más templadas en agosto y septiembre,
para culminar en inundaciones de una magnitud sólo
conocida en América y el este de Asia, y en los altiplanos
volviendo pantanos áreas tan extensas como algunos estados
europeos; y, finalmente, las fuertes nevadas a principios
de octubre, que eventualmente convierten a un territorio
del tamaño de Francia y Alemania en absolutamente inhós-
pito para los rumiantes, y los destruyen por millares: fueron
esas las condiciones bajo las cuales vi a la vida animal
luchar en el Asia del Norte. Me hicieron dar cuenta desde
bien temprano de la enorme importancia en la naturaleza
de lo que Darwin describía como «los controles naturales
sobre la multiplicación excesiva», en comparación con la
lucha entre los individuos de la misma especie por los
medios de subsistencia, que puede darse de vez en cuan-
do y con limitado alcance, y nunca adquiere la importan-
cia de aquéllos. Siendo la precariedad de la vida, la sub-
población —y no la sobrepoblación— el rasgo distintivo
de esa inmensa parte del mundo que llamamos el Asia del
Norte, concebí a partir de entonces serias dudas —que el
estudio subsiguiente no ha hecho más que confirmar—
en cuanto a la realidad de esa terrible competencia por el
alimento y la vida dentro de cada especie, que para la
mayoría de los darwinistas constituye un artículo de fe y,
en consecuencia, en cuanto al papel dominante que esa
clase de competencia se supone que juega en la evolución
de las nuevas especies.
Por otra parte, donde quiera que observé vida animal
en abundancia, como por ejemplo en los lagos donde
cientos de especies y millones de individuos se reúnen
7

para generar su progenie; en las colonias de roedores; en


las migraciones de aves en una magnitud verdaderamen-
te americana que tenían lugar en aquel momento a lo
largo del Usuri; y especialmente en una migración de
gamos que presencié en el Amur, durante la cual cientos
de miles de esos inteligentes animales vinieron a juntarse
desde un inmenso territorio, escapando de la nieve que se
aproximaba, a fin de vadear el Amur donde se estrecha
más: en todas esas escenas que pasaron ante mi vista vi la
ayuda mutua y el apoyo mutuo llevados a un grado tal que
me hizo sospechar en ello una peculiaridad de la máxima
importancia para el mantenimiento de la vida, la preser-
vación de cada especie y su ulterior evolución.
Y finalmente, vi entre el ganado y los caballos semisalva-
jes en Transbaikalia, entre los rumiantes salvajes de todos los
lugares, las ardillas y tantos otros, que cuando los animales
tienen que luchar contra la escasez de comida, como conse-
cuencia de alguna de las causas ya mencionadas, la totalidad
de esa parte de la especie que se ve afectada por la calamidad
sale del desastre tan menguada en vigor y en salud que nin-
guna evolución progresiva de la especie podría basarse en
esos períodos de fuerte competencia.
En consecuencia, cuando más tarde me atrajeron la aten-
ción las relaciones entre el darwinismo y la sociología, no
pude estar de acuerdo con ninguno de los libros y folletos
que se habían escrito acerca de ese importante tema. Todos
se empeñaban en probar que el hombre, llevado por su inte-
ligencia y conocimiento superiores, podría mitigar la cruel-
dad de la lucha por la vida entre los hombres; mas todos
reconocían al mismo tiempo que la lucha por los medios de
existencia de cada animal en contra de todos sus congéne-
res, y de cada hombre contra todos los demás hombres,
8

constituía «una ley de la naturaleza». No obstante, esa opi-


nión yo no la podía aceptar, porque estaba convencido de
que admitir una despiadada guerra interna por la vida den-
tro de cada especie, y ver en esa guerra una condición del
progreso, era admitir algo que no solamente no había sido
probado todavía, sino además carecía de confirmación por
observación directa.
Por el contrario, una conferencia «Acerca de la ley de la
ayuda mutua» que fue dictada en un congreso de naturalis-
tas rusos en enero de 1880 por el profesor Kessler, célebre
zoólogo y en ese entonces rector de la Universidad de San
Petersburgo, me impactó al arrojar nueva luz sobre todo
este tema. La idea de Kessler era que, además de la ley de
la lucha mutua existe en la naturaleza la ley de la ayuda
mutua, que es mucho más importante que la ley del enfren-
tamiento mutuo para el éxito de la lucha por la vida, y espe-
cialmente para la evolución progresista de la especie. Esa
sugerencia —que no era, en realidad, más que un mayor
desarrollo de las ideas expresadas por el propio Darwin en
El origen del hombre— me pareció tan correcta y de tan
gran importancia, que desde que tuve conocimiento de ella
(en 1883) empecé a recolectar materiales para darle un
mayor desarrollo a la idea que Kessler había apenas esbo-
zado superficialmente en su conferencia pero no alcanzó a
vivir para desarrollarla. Murió en 1881.
Salvo por un punto yo suscribiría en todo las opiniones
de Kessler. Él aludía al «sentimiento de parentesco» y a la
protección de la progenie (ver el Capítulo I más adelante)
como la fuente de las mutuas inclinaciones en los animales.
Sin embargo, determinar hasta dónde esos dos sentimientos
han estado realmente operando en la evolución de los ins-
tintos sociales, y hasta dónde otros instintos han estado
9

operando en la misma dirección, me parece una cuestión


totalmente distinta y muy amplia, que difícilmente poda-
mos analizar todavía. Será sólo después de que hayamos
establecido correctamente los hechos de la ayuda mutua en
diferentes clases de animales, y su importancia para la evo-
lución, que estaremos en capacidad de estudiar qué es lo
que les corresponde a los sentimientos de parentesco en la
evolución de los sentimientos sociales, y qué a la sociabi-
lidad propiamente dicha; esta última originada evidente-
mente en las etapas más primitivas de la evolución del
mundo animal, quizás incluso en las «etapas coloniales».
En consecuencia dirigí mi atención principal a establecer,
primero que nada, la importancia del factor ayuda mutua
en la evolución, dejando para posterior investigación el ori-
gen del instinto de ayuda mutua en la naturaleza.
La importancia del factor ayuda mutua —«si tan sólo
se pudiese demostrar su generalidad»— no se le escapó al
genio naturalista tan manifiesto en Goethe. Cuando
Eckermann le contó una vez a Goethe —eso fue en
1827— que se le habían escapado dos pichoncitos de
reyezuelo, a los que encontró al día siguiente en un nido
de petirrojos (Rothkehlchen), que estaban alimentando a
los pequeñuelos junto con su propia cría, tal hecho exci-
tó mucho a Goethe. Vio en él una confirmación de sus
ideas panteístas, y dijo: «Si es cierto que ese acto de ali-
mentar a un extraño es algo que se da en toda la naturale-
za con carácter de ley general, entonces más de un enig-
ma será resuelto». Volvió al asunto al día siguiente, y con
mucho ahínco le pidió a Eckermann (quien era, como es
sabido, zoólogo) que realizara un estudio especial del
tema, añadiendo que seguramente llegaría a «un tesoro
invalorable de resultados» (Gespräche, edición de 1848,
10

vol. III. pp. 219, 221). Desafortunadamente, el estudio ja-


más se hizo, aunque es muy posible que Brehm, que ha
acumulado en sus obras tanta riqueza de materiales relati-
vos a la ayuda mutua entre los animales, haya podido ins-
pirarse en la observación de Goethe.
En los años 1872-1876 se publicaron varias obras de
importancia que se ocupaban de la inteligencia y la vida
mental de los animales (se mencionan en una nota al pie
en el Capítulo I de este libro), y tres de ellas lo hacían con
especial énfasis en el tema que estamos considerando; a
saber: Les Societés animales, de Espinas (París, 1877); La
Lutte pour l’existence et l’association pour la lutte, una
conferencia de J.L. Lanessan (abril de 1881); y el libro de
Louis Büchner Liebe und Liebes-Leben in der Thierwelt,
del cual la primera edición apareció en 1882 o 1883, y
una segunda, muy ampliada, en 1885. Pero por excelen-
tes que puedan ser esas tres obras, dejan amplio espacio
para un trabajo que considere a la ayuda mutua, no sólo
como un argumento a favor de un origen prehumano de
los instintos morales, sino también como una ley de la
naturaleza y un factor de la evolución. Espinas le dedica
su principal atención a las sociedades animales (las hor-
migas y las abejas) establecidas sobre la base de una divi-
sión fisiológica del trabajo, y, aunque su obra está llena
de admirable información en todas las direcciones posi-
bles, fue escrita en una época en la que la evolución de las
sociedades humanas todavía no podía ser tratada con el
conocimiento que hoy se posee. La conferencia de Lanessan
tiene más el carácter de plan general de una obra brillante-
mente expuesto, que se ocuparía de los animales y los hom-
bres luego de comenzar por las rocas en el mar y pasar revis-
ta por el mundo de las plantas. En cuanto a la obra de
11

Büchner, a pesar de lo sugerente y abundante en hechos


reales, no puedo estar de acuerdo con su idea central. El
libro comienza con un himno al amor, y casi todos sus
ejemplos tienen la intención de probar la existencia del
amor y la simpatía entre los animales. Sin embargo, redu-
cir la sociabilidad al amor y la simpatía significa reducir
su generalidad y su importancia, al igual que la ética
humana basada en el amor y la simpatía entre las perso-
nas sólo ha contribuido a hacer más estrecha la compren-
sión del sentimiento moral en su conjunto. No es mi amor
por el vecino —a quien a menudo ni siquiera conozco—
lo que me induce a tomar un balde de agua y correr a su
casa cuando veo que ésta se quema; es un sentimiento o
instinto de solidaridad y sociabilidad humana mucho más
amplio, aunque también mucho más vago, lo que me
mueve. Y ocurre lo mismo con los animales. No es el
amor, y ni siquiera la simpatía (entendida en su sentido
apropiado), lo que induce a un rebaño de rumiantes o de
caballos a formar un anillo a fin de resistir el ataque de
los lobos; ni el amor lo que induce a los lobos a formar
una manada para cazar; ni al amor lo que induce a jugar
a los gatitos o los corderos, o a una docena de especies de
jóvenes aves a pasar juntos los días del otoño; y tampoco
son ni el amor ni la simpatía entre las personas lo que
induce a muchos miles de gamos desperdigados a lo
ancho de un territorio tan grande como el de Francia a
formarse en cientos de rebaños por separado, y marchar
todos en dirección a un paraje determinado, con la fina-
lidad de cruzar desde allí un río. Es un sentimiento infi-
nitamente más amplio que el amor o la simpatía entre las
personas: un instinto que ha sido desarrollado lentamen-
te entre los animales al igual que entre los hombres en el
12

transcurso de una evolución extremadamente prolongada,


y que les ha enseñado a los animales al igual que a los
hombres la fuerza que pueden extraer de la práctica de la
ayuda y el apoyo mutuos, y el disfrute que pueden hallar
en la vida social.
El estudioso de la psicología animal, y más aún el de
ética humana, apreciará con facilidad la importancia de esa
distinción. El amor, la simpatía y el autosacrificio cierta-
mente juegan un papel enorme en el desarrollo progresista
de nuestros sentimientos morales. Pero no es sobre el amor,
y ni siquiera la simpatía, aquello sobre lo cual está basada
la sociedad en la humanidad. Es la conciencia —aunque
esté apenas en etapa de instinto— de la solidaridad huma-
na. Es el reconocimiento inconciente de la fuerza que cada
hombre extrae de la práctica de la ayuda mutua; de la estre-
cha dependencia de la felicidad de cada quien de la felici-
dad de todos; y del sentido de justicia, de equidad, que lleva
al individuo a considerar que los derechos de cada uno de
los demás individuos son iguales a los propios. Sobre esta
amplia y necesaria base se desarrollan los sentimientos
morales aún más elevados. Pero ese tema queda por fuera
de la cobertura del presente libro, y sólo señalaré aquí una
conferencia, «Justicia y moralidad», que dicté en respuesta
a la Ética de Huxley, en la que el tema ha sido tratado con
cierta extensión.
En consecuencia pensé que un libro escrito acerca de
La ayuda mutua como una ley de la naturaleza y un fac-
tor de la evolución podría llenar un importante vacío.
Cuando Huxley publicó, en 1888, su manifiesto «La
lucha por la vida» (La lucha por la existencia y su peso
sobre el hombre), que según mi apreciación era una repre-
sentación sumamente incorrecta de los hechos de la natu-
13

raleza, como uno los ve entre las breñas y en los bosques,


me comuniqué con el editor de Siglo XIX pidiéndole me con-
cediera la hospitalidad de su revista para una documentada
respuesta a las opiniones de uno de los más prominentes
darwinistas, y el señor James Knowles acogió la propuesta
con toda simpatía. Le hablé también de ello a W. Bates. «Sí,
ciertamente; eso es darwinismo puro», fue su respuesta. «Es
horrible lo que ‘ellos’ han hecho con Darwin. Escriba esos
artículos, y cuando estén publicados yo le escribiré una
carta para que la publique». Desafortunadamente, me tomó
casi siete años escribirlos, y cuando se publicó el último
Bates ya no estaba vivo.
Después de haber estudiado la importancia de la ayuda
mutua en varias clases de animales, estaba evidentemen-
te encauzado a estudiar la importancia de ese mismo fac-
tor en la evolución del hombre. Esto cobraba una mayor
importancia por cuanto existe una cantidad de evolucio-
nistas que pueden no negarse a admitir la importancia de
la ayuda mutua entre los animales pero, como Herbert
Spencer, se negarán a admitirla para el hombre. Para el
hombre primitivo —sostienen ellos— la ley de la vida es la
guerra de cada uno contra todos. En los capítulos dedicados
a los salvajes y los bárbaros, discutiremos hasta dónde esa
aseveración, que ha sido tan diligentemente repetida sin
la suficiente consideración crítica desde los tiempos de
Hobbes, está sustentada por lo que sabemos acerca de las
etapas primitivas del desarrollo humano.
El número y la importancia de las instituciones de
ayuda mutua que fueron desarrolladas por el genio crea-
tivo de las masas salvajes y semisalvajes, durante el pri-
mitivo período clánico de la humanidad y más aún duran-
te el período siguiente de la comunidad aldeana, y la
14

enorme influencia que esas instituciones primitivas han


ejercido sobre el subsiguiente desarrollo de la humanidad
hasta llegar a los tiempos presentes, me indujeron a
ampliar mis investigaciones también hasta los períodos
recientes; especialmente a estudiar aquel período tan inte-
resante, las ciudades-repúblicas libres medievales, cuya
universalidad e influencia sobre nuestra civilización
moderna no ha sido debidamente apreciada aún. Y final-
mente, he tratado de indicar de manera concisa la enorme
importancia que los instintos de apoyo mutuo, heredados
por la humanidad de su evolución extremadamente pro-
longada, tienen incluso hoy día en nuestra sociedad moder-
na, que se supone descansa sobre el principio «cada quien
para sí y el Estado para todos» pero que jamás ha logrado
cumplirlo ni nunca logrará realizarlo.
Se le podría objetar a este libro que los animales y los
hombres están representados en él bajo un aspecto dema-
siado favorable; que se insiste en sus cualidades sociales
mientras sus instintos antisociales y autoafirmativos apenas
se tocan. No obstante, eso era inevitable. Recientemente
hemos escuchado hablar tanto de la «lucha cruenta y des-
piadada por la vida» que, se dice, libra cada animal en con-
tra de todos los otros animales, cada «salvaje» en contra de
todos los otros «salvajes», y cada hombre civilizado en con-
tra de todos sus conciudadanos —y esas afirmaciones se
han convertido tanto en artículo de fe— que era necesario,
antes que nada, oponerles una vasta serie de hechos que
muestran a la vida animal y humana bajo un aspecto muy
diferente. Era necesario indicar la enorme importancia que
tienen los hábitos sociales en la naturaleza y en la evolución
progresiva de las especies animales y los seres humanos:
demostrar que ellos les aseguran a los animales una mejor
15

protección de sus enemigos, muy a menudo facilidades


para la obtención de comida (aprovisionamiento de invier-
no, migraciones, etcétera), longevidad, y por consiguiente
una mayor facilidad para el desarrollo de las facultades
intelectuales; y que les han dado a los hombres, además de
esas mismas ventajas, la posibilidad de crear las institucio-
nes que le han permitido a la humanidad sobrevivir en su
dura lucha contra la naturaleza, y progresar, a pesar de todas
las vicisitudes de su historia. Es un libro acerca de la ley de
la ayuda mutua, vista como uno de los principales factores
de la evolución —no acerca de todos los factores de la evo-
lución— y sus respectivos valores; y este primer libro tenía
que ser escrito antes de que fuese posible escribir ese otro.
Sería yo ciertamente el último en menospreciar el papel
que ha jugado la autoafirmación del individuo en la evolu-
ción de la humanidad. Sin embargo, ese tema requiere, creo
yo, de un tratamiento mucho más profundo que el que hasta
el momento ha recibido. En la historia de la humanidad, la
autoafirmación individual ha sido a menudo, y lo continúa
siendo, algo muy diferente, y mucho mayor y más profun-
do, que la mezquina intolerancia irreflexiva que para gran
cantidad de autores significan «individualismo» y «autoa-
firmación». Ni tampoco los individuos hacedores de la his-
toria han sido nada más aquellos que los historiadores
representan como héroes. Mi intención, en consecuencia,
es, si las circunstancias lo permiten, considerar aparte el
papel desempeñado por la autoafirmación del individuo en
la evolución progresista de la humanidad. Acá sólo puedo
hacer la siguiente observación general: cuando las insti-
tuciones de ayuda mutua —la tribu, la comunidad de
aldea, los gremios, la ciudad medieval— comenzaron en
el transcurso de la historia a perder su carácter primitivo, a
16

dejarse invadir por crecimientos parasitarios y con ello a


convertirse en trabas para el progreso, la rebelión de los indi-
viduos en contra de esas instituciones asumió siempre dos
aspectos diferentes. Parte de los que se levantaron pugnaban
por purificar las viejas instituciones: creando o bien una
forma de mancomunidad superior basada en los mismos
principios de ayuda mutua, y trataron, por ejemplo, de intro-
ducir el principio de «compensación», en vez de la lex talio-
nis, y llegar hasta el perdón de las ofensas, o bien un ideal
aún más elevado de igualdad ante la conciencia humana, in
lieu de la «compensación» según el valor clasista. Pero al
mismo tiempo otra parte de los mismos individuos rebeldes
se empeñaron en echar abajo las protectoras instituciones
del apoyo mutuo, sin otra intención que incrementar su pro-
pia riqueza y sus propios poderes. En esa confrontación de
tres contendientes, las dos clases de individuos en rebeldía y
la de los defensores de lo existente, reside la tragedia real de
la historia. Pero delinear esa confrontación, y estudiar a
cabalidad el papel desempeñado en la evolución de la huma-
nidad por cada una de las tres fuerzas, se tomaría al menos
la misma cantidad de años que empleé en escribir este libro.
De las obras que se ocupan de prácticamente el mismo
tema y han sido editadas desde la publicación de mis artícu-
los sobre la ayuda mutua entre los animales, debo men-
cionar The Lowell Lectures on the Ascent of Man, de
Henry Drummond (Londres, 1894), y The Origin and
Growth of the Moral Instinct de A. Sutherland (Londres,
1898). Ambas están construidas principalmente sobre los
lineamientos del amor de Büchner, y en la segunda obra se
le dedica cierta extensión al sentimiento de parentesco y
familia como la única influencia en acción en el desarrollo
de los sentimientos morales. Un tercer libro que trata del
17

hombre y está escrito siguiendo una línea parecida es The


Principles of Sociology, del profesor F.A. Giddings, publi-
cado por primera vez en 1896 en Nueva York y Londres, y
cuyas ideas centrales fueron esbozadas por el autor en folle-
to en 1894. Sin embargo debo dejarles a los críticos litera-
rios la tarea de estudiar los puntos de contacto, semejanza o
divergencia entre esas obras y la mía.
Los diferentes capítulos de este libro fueron publicados
primero en Nineteenth Century («La ayuda mutua entre los
animales», en septiembre y noviembre de 1890, «La ayuda
mutua entre los salvajes», en abril de 1891; «La ayuda mutua
entre los bárbaros», en enero de 1892; «La ayuda mutua en
la ciudad medieval», en agosto y septiembre de 1894; y
«La ayuda mutua entre los hombres modernos», en enero y
junio de 1896). Mi primera intención al presentarlos en
forma de libro era incorporar en un apéndice la masa de
materiales y además estudiar varios puntos secundarios que
hubo que omitir en los artículos para la revista. Sin embar-
go pareció que el apéndice doblaría el tamaño del libro, y me
vi obligado a abandonar, o al menos posponer, su publica-
ción. El presente apéndice incluye el estudio de tan sólo unos
cuantos puntos que han sido materia de controversia científi-
ca durante los años recientes; y en el texto introduje el mate-
rial que era posible incluir sin alterar la estructura de la obra.
Aprovecho la oportunidad para expresarle mi mayor
agradecimiento al editor de Nineteenth Century, el señor
James Knowles, tanto por la amable hospitalidad que les
ofreció a estos trabajos en su revista en cuanto supo de la
idea general como por la gentil autorización que me conce-
dió para reeditarlos.

KENT BROMLEY, 1902


CAPÍTULO I
AYUDA MUTUA ENTRE LOS ANIMALES
Lucha por la existencia. Ayuda mutua: ley de la naturaleza y prin-
cipal factor de la evolución progresiva. Invertebrados. Hormigas
y abejas. Aves: asociaciones para la caza y la pesca. Sociabilidad.
Protección mutua entre aves pequeñas. Grullas; loros

La concepción de la lucha por la existencia como un fac-


tor de la evolución, introducida en la ciencia por Darwin
y Wallace, nos ha permitido abarcar un abanico de fenó-
menos inmensamente amplio en una sola generalización,
que pronto se convirtió en la base misma de nuestras
especulaciones filosóficas, biológicas y sociológicas.
Darwin incorporó en una concepción general única una
inmensa variedad de hechos: las adaptaciones de la fun-
ción y la estructura de los seres orgánicos a sus entornos;
la evolución fisiológica y anatómica; el progreso intelec-
tual y el propio desarrollo moral, a los que anteriormen-
te solíamos explicar por tantas causas diferentes. Los
entendíamos como esfuerzos continuados —como una
lucha en contra de las circunstancias adversas— para un
desarrollo tal de los individuos, las razas, las especies
y las sociedades que culminaría en la plenitud, variedad
e intensidad mayor posible de vida. Puede que en un
comienzo el propio Darwin no estuviese plenamente con-
ciente de de la generalidad del factor que invocó para
explicar primero una serie de hechos relativos a la acumula-
ción de las variaciones individuales en especies incipientes.
Pero sí previó que el término que estaba introduciendo en la
ciencia perdería su único y auténtico significado filosófico
20

si sólo se le empleaba en su sentido estrecho: el de una


lucha entre individuos por separado exclusivamente por
los medios de existencia. Y desde el inicio mismo de su
memorable obra insistió en que había que tomar el térmi-
no en su «sentido lato y metafórico, incluida la depen-
dencia entre los seres, e incluida también (y más impor-
tante aún) no sólo la vida del individuo, sino el éxito en
dejar progenie»1.
Aunque él mismo empleaba el término principalmen-
te en su sentido estrecho para su propio propósito espe-
cial, les recomendaba a sus seguidores que no cometiesen
el error (que él parecía haber cometido) de sobrevalorar
su sentido estrecho. En El origen del hombre le dedicó
varias vigorosas páginas a ilustrar su sentido apropiado,
el amplio. Señaló cómo, en innumerables sociedades ani-
males, la lucha entre los individuos por separado por los
medios de existencia desaparece, cómo la lucha es reem-
plazada por la cooperación, y cómo esa cooperación cul-
mina en el desarrollo de facultades intelectuales y mora-
les que le aseguran a la especie las mejores condiciones
para la supervivencia. Afirmó que en esos casos los más
aptos no son los físicamente más fuertes, ni los más astu-
tos, sino los que aprenden a asociarse para apoyarse unos
a otros, fuertes y débiles por igual, en beneficio de la
comunidad. «Esas comunidades», escribió, «que inclu-
yen el mayor número de miembros altamente solidarios
florecerá más y procreará el mayor número de descen-
dientes». El término, que tuvo su origen en la estrecha
concepción maltusiana de competencia de uno contra
todos y todos contra uno, perdió así su estrechez en la
mente de alguien que sí conocía a la naturaleza.
21

Desafortunadamente, esos señalamientos, que pudie-


ron haberse convertido en la base de investigaciones
muy fructíferas, se vieron eclipsados por la cuantía de
los hechos registrados con el propósito de ilustrar las
consecuencias de una competencia real por la vida.
Además, Darwin nunca trató de someter a una investi-
gación más estricta la importancia relativa de los dos
aspectos bajo los cuales se presenta la lucha por la exis-
tencia en el mundo animal, y nunca escribió la obra que
se propuso escribir acerca de los controles naturales de
la multiplicación excesiva, aunque esa obra hubiese
constituido la prueba crucial para la apreciación del
sentido real de la lucha individual. Peor aún, en las mis-
mas páginas que acabamos de mencionar, en medio de
los datos que desaprueban la estrecha concepción maltu-
siana de la lucha, reaparece la vieja cepa maltusiana: a
saber, los señalamientos de Darwin en cuanto a los pre-
suntos inconvenientes de mantener a los «débiles de mente
y de cuerpo» en nuestras sociedades civilizadas (cap. V).
Como si los miles de poetas, científicos, inventores, y
reformadores débiles de cuerpo y de carácter, junto con
otros miles de los llamados «necios» y «mentecatos entu-
siastas», no fuesen el armamento más preciado de la
humanidad en la lucha por la existencia con las armas inte-
lectuales y morales, que el propio Darwin enfatizó en esos
mismos capítulos de El origen del hombre.
Sucedió con la teoría de Darwin lo que sucede siem-
pre con las teorías que tienen algo que ver con las rela-
ciones humanas. En vez de ampliarlas de acuerdo con sus
propias indicaciones, sus seguidores las hacen aún más
estrechas. Y mientras Herbert Spencer, partiendo de líne-
as independientes pero muy vinculadas, trató de ampliar
22

la investigación con aquella gran pregunta: «¿quiénes son


los más aptos?», especialmente en el apéndice de la tercera
edición de Los principios de la ética, los incontables segui-
dores de Darwin redujeron la noción de lucha por la exis-
tencia a sus límites más estrechos. Llegaron a concebir el
mundo animal como un mundo de lucha perpetua entre
individuos medio muertos de hambre, sedientos de la san-
gre del otro. Hicieron resonar a la literatura moderna con el
grito de guerra de ¡ay de los vencidos!, como si fuese la últi-
ma palabra de la biología moderna. Elevaron la lucha
«inmisericorde» por ventajas personales a la atura de un
principio biológico al que también debe someterse el hom-
bre, bajo la amenaza de que de otra manera sucumbiría en
un mundo basado en el exterminio mutuo. Dejando a un
lado a los economistas, que de ciencias naturales no cono-
cen más que unas pocas palabras prestadas de vulgarizado-
res de segunda mano, tenemos que reconocer que hasta los
exponentes más autorizados de las opiniones de Darwin
hicieron lo posible para mantener esas ideas falsas. En efec-
to, si tomamos a Huxley, quien ciertamente es considerado
como uno de los exponentes más capacitados de la teoría de
la evolución, es precisamente él quien nos dice, en un tra-
bajo acerca de «La lucha por la existencia y su influencia en
el hombre», que

desde el punto de vista del moralista, el mundo animal


está casi al mismo nivel que el espectáculo de los gladia-
dores. Las criaturas reciben buen trato, y se les pone a
pelear; allí los más fuertes, los más ágiles y los más astu-
tos salen con vida para volver a pelear al día siguiente. El
espectador no tiene necesidad de señalar con el pulgar
hacia abajo, y no se da cuartel.
23

O, más adelante en el mismo artículo, es él precisa-


mente quien nos dice que entre los animales, como entre
los hombres primitivos,

los más débiles y los más estúpidos perecían, mientras los


más recios y los más sagaces, los más aptos para habérse-
las con las circunstancias, mas no los mejores en otros
aspectos, sobrevivían. La vida era una continua lucha
libre, y más allá de las relaciones limitadas y temporales
de la familia, la guerra a lo Hobbes de todos contra todos
era el estado de existencia normal2.

En qué medida esa visión de la naturaleza estaba apoya-


da por los hechos lo veremos a partir de la evidencia que le
presentaremos al lector, en lo que respecta al mundo animal
y al hombre primitivo. Pero habría que señalar de partida
que la visión de la naturaleza de Huxley tiene tan escaso
derecho a ser tomada como deducción científica como la
visión opuesta de Rousseau, que no veía en la naturaleza
más que amor, paz y armonía destruidas por la interven-
ción del hombre. De hecho, el primer paseo por el bos-
que, la primera observación de la sociedad animal, o
incluso la lectura cuidadosa de cualquier obra seria que se
ocupe de la vida animal (la de D’Orbigny, la de Audubon,
la de Le Vaillant, no importa cuál de ellas) no puede más
que dejar sentado en el pensamiento naturalista el papel
jugado por la vida social en la vida de los animales, e impe-
dir que vea en la naturaleza solamente el terreno de la car-
nicería, al igual que le impediría ver en la naturaleza sola-
mente armonía y paz. Rousseau cometió el error de excluir
la pelea con picos y garras de sus pensamientos; y Huxley
cometió el error opuesto. Pero ni el optimismo de Rousseau
24

ni el pesimismo de Huxley pueden ser aceptados como


interpretaciones imparciales de la naturaleza.
Al estudiar a los animales —no solamente en laborato-
rios y museos, sino en la selva y la pradera, en la estepa y en
las montañas— percibimos de inmediato que aunque existe
una enorme cantidad de guerra y exterminio en marcha
entre varias especies, y especialmente entre varias clases de
animales, hay, al mismo tiempo, la misma cantidad, o qui-
zás hasta más, de apoyo mutuo, ayuda mutua y defensa
mutua entre animales pertenecientes a la misma especie o,
al menos, a la misma sociedad. La sociabilidad es tan ley de
la naturaleza como la lucha mutua. Por supuesto que sería
extremadamente difícil estimar, no importa cuán a grosso
modo, la relativa importancia numérica de ambas series de
actos. Pero si recurrimos a una prueba indirecta, y le pre-
guntamos a la naturaleza: «¿quiénes resultan más aptos: los
que están constantemente en guerra contra los demás, o lo
que se apoyan entre ellos?», vemos de inmediato que los
animales que adquieren hábitos de ayuda mutua son indu-
dablemente los más aptos. Tienen más oportunidades de
sobrevivir, y alcanzan, en sus respectivas clases, el más alto
desarrollo de inteligencia y organización corporal. Si los
innumerables hechos que podemos sacar a colación en
apoyo de esta opinión son tomados en cuenta, podemos
decir con seguridad que la ayuda mutua es tan ley de la vida
animal como la lucha mutua, pero que, como factor de evo-
lución, probablemente tenga una importancia mucho mayor,
por cuanto favorece el desarrollo de tales hábitos y caracte-
res a fin de asegurar la conservación y el ulterior desarrollo
de la especie, junto con la mayor cantidad de bienestar y
goce de la vida con el menor gasto de energía posible.
25

De los científicos seguidores de Darwin, el primero, que


yo sepa, en entender la significación cabal de la ayuda
mutua como una ley de la naturaleza y el factor principal
de la evolución fue un conocido zoólogo ruso, el pofesor
Kessler, desaparecido rector de la Universidad de San
Petersburgo. Desarrolló sus ideas en una intervención hecha
en enero de 1880, pocos meses antes de morir, ante un con-
greso de naturalistas rusos. Pero, como suele ocurrir con
tantas cosas buenas publicadas solamente en ruso, esa
notable intervención sigue siendo casi por completo des-
conocida. «Como zoólogo de vieja data», se sintió en la
obligación de protestar contra el abuso de un término —la
lucha por la existencia— prestado de la biología. O al
menos contra una sobrevaloración de su importancia. La
zoología, dijo, y las ciencias que se ocupan del hombre,
insisten continuamente en lo que ellas llaman la ley inmi-
sericorde de la lucha por la existencia. Pero olvidan la
existencia de otra ley que puede ser descrita como la ley
de la ayuda mutua que, al menos para los animales, resul-
ta más esencial que aquélla. Señaló cómo la necesidad de
dejar descendencia junta necesariamente a los animales, y
«mientras más se mantienen juntos los individuos, más se
apoyan mutuamente unos a otros, y mayores son las opor-
tunidades de supervivencia para la especie, así como las de
seguir avanzando en su desarrollo intelectual». «Toda clase
de animales», prosiguió, «y especialmente los más eleva-
dos, practican la ayuda mutua», e ilustró su idea con ejem-
plos tomados de la vida de los escarabajos enterradores y la
vida social de las aves y algunos mamíferos. Los ejemplos
eran pocos, como cabía esperar de una intervención inicial
breve, pero el punto principal estaba claramente planteado;
y, luego de mencionar que en la evolución de la humanidad
26

la ayuda mutua había jugado un papel muy prominente, el


profesor Kessler concluyó de la manera siguiente:

Obviamente no niego la lucha por la existencia, pero sí


mantengo que el desarrollo progresivo del reino animal,
y en especial de la humanidad, se vio mucho más favo-
recido por el apoyo mutuo que por la lucha mutua. (…)
Todos los seres orgánicos tienen dos necesidades esen-
ciales: la de la nutrición y la de la propagación de la
especie. La primera los lleva a la lucha y al exterminio
mutuo, mientras la necesidad de conservar la especie los
llevan a aproximarse y apoyarse unos a otros. Pero me
inclino a pensar que en la evolución del mundo orgáni-
co —en la modificación progresiva de los seres orgáni-
cos— el apoyo mutuo entre los individuos juega un
papel mucho más importante que su lucha mutua3.

Lo acertado de esas opiniones impactó a la mayoría de


los zoólogos rusos presentes, y Syevertsoff, cuya obra es
bien conocida por los ornitólogos y los geógrafos, las apoyó
y las ilustró con algunos ejemplos más. Mencionó varias
especies de halcones que poseen «una organización casi
ideal para predar», y sin embargo están en decadencia, en
tanto que otras especies de halcones, que practican el auxi-
lio mutuo, sí van en crecimiento. «Tomemos, por otra parte,
al pato», dijo; tiene una organización pobre en su conjunto,
pero practica el apoyo mutuo, y casi invade la tierra, como
cabría juzgar por sus innumerables variedades y especies».
La buena disposición de los zoólogos rusos para aceptar
las tesis de Kessler parece muy natural, porque casi todos
ellos han tenido oportunidades de estudiar el mundo animal
en las vastas regiones deshabitadas de Asia del Norte y la
27

Rusia Oriental; y es imposible estudiar regiones así sin


llegar a las mismas ideas. Me acuerdo de la impresión que
me produjo el mundo animal de Siberia cuando exploré la
región del Vitim, en compañía de un zoólogo tan recono-
cido como mi amigo Polyakoff. Ambos estábamos bajo la
impresión reciente de El origen de las especies, pero bus-
cábamos en vano la fuerte competencia entre animales de
la misma especie a la que nos había preparado para esperar
la lectura de la obra de Darwin, aún teniendo en cuenta las
anotaciones del tercer capítulo. Veíamos gran cantidad de
adaptaciones para la lucha, muchas veces en común, contra
las circunstancias adversas del clima, o contra los varios
enemigos, y Polyakoff escribió más de una buena página
sobre la mutua dependencia de los carnívoros, los
rumiantes y los roedores en su distribución geográfica;
fuimos testigos de cantidades de hechos de apoyo mutuo,
especialmente durante las migraciones de aves y rumian-
tes; pero incluso en las regiones del Amur y el Usuri,
donde la vida animal bulle en abundancia, los hechos de
competencia y lucha reales entre animales superiores de la
misma especie rara vez se dieron en mi presencia, aunque
yo los buscaba con avidez. La misma impresión aparece en
las obras de la mayoría de los zoólogos rusos, y ello proba-
blemente explica por qué las ideas de Kessler tuvieron tan
buena acogida por parte de los darwinistas rusos, mientras
ideas similares no están en boga entre los seguidores de
Darwin en la Europa Occidental.
Lo primero que llama nuestra atención tan pronto
como comenzamos a estudiar la lucha por la existencia
bajo sus dos aspectos —el directo y el metafórico— es la
abundancia de hechos de ayuda mutua, no sólo para el
cuido de la progenie, como lo reconoce la mayoría de los
28

evolucionistas, sino también para la seguridad del indivi-


duo, y para proporcionarle el alimento necesario. La
ayuda mutua constituye la regla respecto a muchas gran-
des divisiones del reino animal. Se da incluso entre los
animales más inferiores, y debemos estar preparados para
enterarnos algún día, gracias a los estudiosos de la vida
microscópica en las charcas, de hechos de apoyo mutuo
inconciente incluso de la vida de los microorganismos.
Por supuesto, nuestro conocimiento de la vida de los
invertebrados, salvo por las termitas, las hormigas y las
abejas, es extremadamente limitado; y no obstante, aun
en lo que respecta a los animales inferiores, podemos
espigar unos cuantos hechos de cooperación bien docu-
mentados. Las innumerables asociaciones de langostas,
vanessae, cicindelae, cicadae, y demás, están práctica-
mente sin explorar; pero el hecho mismo de su existencia
indica que deben estar compuestas sobre la base de más o
menos los mismos principios de las asociaciones tempo-
rales de las hormigas o las abejas para los propósitos de
la migración4. En cuanto a los escarabajos, tenemos
hechos de ayuda mutua muy bien observados entre los
enterradores (necróphorus). Deben tener alguna materia
orgánica en descomposición para poner sus huevos en
ella, y así proporcionarles alimento a sus larvas; pero esa
materia no debe terminar de descomponerse de manera
acelerada. Así que suelen enterrar los cadáveres de toda
clase de pequeños animales que encuentran ocasional-
mente en sus correrías. Por lo general llevan una vida ais-
lada, pero cuando uno de ellos encuentra el cadáver de un
ratón o un pájaro, que difícilmente podría arreglárselas por
sí solo para enterrarlo, llama a otros cuatro, seis o diez
escarabajos para ejecutar la operación con esfuerzo con-
29

junto; si es necesario, trasportan el cadáver al suelo blando


adecuado, y entonces lo entierran del modo más conside-
rado, sin pelearse por cuál de ellos disfrutará del privilegio
de poner sus huevos en el cadáver enterrado. Y cuando
Gledistsch ataba un pájaro muerto a una cruz construida
con dos palitos, o colgaba una rana a un palito plantado en
el suelo, los pequeños escarabajos combinarían sus inteli-
gencias de la misma manera amistosa para derrotar el arti-
ficio del hombre. Esa misma combinación de esfuerzos ha
sido presenciada entre los escarabajos estercoleros.
Hasta en los animales ubicados en una escala de organi-
zación un tanto más baja podemos hallar ejemplos parecidos.
Algunos cangrejos terrestres de las Indias Occidentales y
Norteamérica se asocian en grandes multitudes a fin de via-
jar hasta el mar y depositar en él sus huevos; y cada una de
esas migraciones implica concierto, cooperación y apoyo
mutuo. Y en lo que atañe al gran cangrejo de las Malucas
(limulus) me sorprendió (en 1882, en el acuario de Brighton)
el grado de asistencia mutua que son capaces de brindarle
estos desmañados animales a un camarada en caso de nece-
sidad. Uno de ellos había caído sobre su espalda en un rin-
cón del estanque, y su pesado carapacho, que recuerda
una cazuela, le impedía regresar a su posición natural, y
para empeorar aún más las cosas en el rincón se atravesaba
una barra de hierro. Sus camaradas acudieron al rescate,
y durante una hora observé cómo se esforzaban para ayudar
a su semejante aprisionado. Al comienzo llegaron dos, que
empujaban a su amigo desde atrás, y después de arduos
esfuerzos lograban alzarlo; pero entonces la barra de hierro
les impedía completar la labor de rescate, y el cangrejo vol-
vía a caer pesadamente sobre su espalda. Después de muchos
intentos, uno de los socorristas se fue hasta el fondo del
30

estanque y se trajo otros dos cangrejos, que reiniciaron con


nuevas fuerzas la misma labor de empuje y alzamiento de
su desvalido camarada. Nos estuvimos en el acuario por
más de dos horas, y cuando ya nos íbamos regresamos a
darle un vistazo al estanque: ¡la labor de rescate continua-
ba! Puesto que vi aquello no puedo negarle crédito a la
observación que cita el doctor Erasmus Darwin, a saber,
que «durante la temporada de muda, el cangrejo común
estaciona como centinela a un individuo que no haya muda-
do todavía, y, por lo tanto, tenga su caparazón dura, para evi-
tar que los enemigos marinos lastimen a los individuos que
ya mudaron en su estado de desprotección»5.
Los hechos que ilustran la ayuda mutua entre las termi-
tas, las hormigas y las abejas resultan tan conocidos para el
lector corriente, especialmente gracias a las obras de
Romanes, L. Büchner y sir John Lubbock, que limitaré mis
observaciones a unas pocas, referencias. Si tomamos un
nido de hormigas, no sólo veremos que cada faceta del tra-
bajo —cuidado de la progenie, forrajeo, construcción,
cuido de los áfidos, y demás— es ejecutada de acuerdo con
los principios de la ayuda mutua; debemos reconocer tam-
bién, con Forel, que el rasgo principal, fundamental, de la
vida de muchas especies de hormigas es el hecho y la obli-
gación de que cada hormiga comparta su comida, ya traga-
da y parcialmente digerida, con cualquier miembro de la
comunidad que pueda necesitarla. Cuando se encuentren
ocasionalmente dos hormigas pertenecientes a especies
diferentes o a nidos hostiles, se evitarán. Pero dos hormi-
gas pertenecientes al mismo nido o a la misma colonia de
nidos se acercarán la una a la otra, intercambiarán unos
pocos movimientos con las antenas, y «si una de ellas tiene
hambre o sed, y especialmente si la otra va llena de aco-
31

pio (…) inmediatamente le pedirá comida». El individuo


al que se le solicita tal cosa nunca se niega; abre sus man-
díbulas, toma la posición apropiada y regurgita una gota
de fluido transparente que la hormiga hambrienta sorbe.
La regurgitación de comida para las otras hormigas cons-
tituye un rasgo tan prominente en la vida de las hormigas
(en libertad), y se recorre con tanta frecuencia a ella para
alimentar tanto a camaradas hambrientas como a las lar-
vas, que Forel considera que el tubo digestivo de las hor-
migas consta de dos partes diferentes, una de las cuales,
la posterior, es para el uso especial del individuo, y la otra,
la anterior, es principalmente para el uso de la comunidad.
Si una hormiga que lleva su acopio completo ha sido lo
bastante egoísta como para negarse a alimentar a una
camarada, será tratada como enemiga, o algo peor. Si la
negativa se ha producido mientras sus congéneres estaban
combatiendo con alguna otra especie, caerán sobre el indi-
viduo avariento con mayor vehemencia incluso que la
puesta en contra de los propios enemigos. Y si una hormi-
ga no se ha rehusado a alimentar a otra perteneciente a una
especie enemiga, será tratada por los congéneres de ésta
como una amiga. Todo esto está confirmado por la obser-
vación más estricta y por experimentos decisivos 6.
En esa inmensa división del reino animal que incorpora
más de mil especies, y es tan numerosa que los brasileños
pretenden que Brasil les pertenece a las hormigas y no a los
hombres, no existe la competencia entre los miembros del
mismo nido, o la colonia de nidos. Por terribles que resul-
ten las guerras entre especies diferentes, y fueren cuales
fueren las atrocidades cometidas en tiempos de guerra, la
ayuda mutua dentro de la comunidad, la autoentrega con-
vertida en hábito y muy a menudo el autosacrificio por el
32

bienestar de la comunidad, constituyen la regla. Las hor-


migas y las termitas han renunciado a la «guerra hobbe-
siana», y se vieron favorecidas con ello. Sus nidos mara-
villosos, sus edificaciones superiores en tamaño relativo
a las de los hombres; sus vías pavimentadas y sus galerías
abovedadas; sus salas espaciosas y sus graneros; sus triga-
les, y la recolección y «malteado» de granos; sus métodos
racionales de cuidar de los huevos y las larvas, y de cons-
truir nidos especiales para el cuidado de los áfidos, a los que
Lineo describió pintorescamente como «las vacas de las
hormigas»; y, finalmente, su valentía, su resolución y su
inteligencia superior: todo ello el resultado natural de la
ayuda mutua que ellas practican en todas las etapas de sus
atareadas y laboriosas vidas. Y ese modo de vida incidió
también en el desarrollo de otro rasgo esencial de la vida de
las hormigas: el inmenso desarrollo de la iniciativa indivi-
dual que, a su vez, condujo evidentemente al desarrollo de
esa elevada y variada inteligencia que no puede menos que
impresionar al observador humano7.
Si no conociésemos otros hechos de la vida animal
aparte de lo que sabemos acerca de las hormigas y las ter-
mitas, ya hubiésemos podido concluir sin riesgo de equi-
vocarnos que la ayuda mutua (que conduce a la confianza
mutua, la primera condición para la valentía) y la iniciati-
va individual (la primera condición para el progreso inte-
lectual) son dos factores infinitamente más importantes
que la lucha mutua en la evolución del reino animal. En
efecto, la hormiga prospera sin tener a su disposición nin-
guno de los atributos «protectores» indispensables para los
animales que llevan una vida aislada. Su color hace que sea
claramente visible para sus enemigos, y los nidos desco-
llantes de muchas especies resaltan conspicuos en las pra-
33

deras y las selvas. No está protegida por un caparazón


duro, y su mecanismo de picadura, aunque peligroso
cuando se clavan cientos de aguijones en la carne de
algún animal, no resulta de gran valor para la defensa
individual, mientras que los huevos y las larvas de las
hormigas son una delicia para gran número de los habi-
tantes de las selvas. Y sin embargo las hormigas, en sus
millares, no resultan muy destruidas por las aves, ni
siquiera por las que se alimentan de ellas, y en cambio
son temidas por insectos mucho más fuertes que ellas.
Cuando Forel vaciaba una bolsa de hormigas en una pra-
dera, veía que «los grillos huían, abandonando sus agujeros
al saqueo de las hormigas; los saltamontes y los grillos
escapaban en todas direcciones; las arañas y los escara-
bajos abandonaban sus presas para no convertirse ellos
mismos en presas»; hasta los nidos de las avispas eran
tomados por las hormigas, luego de una batalla durante la
cual muchas hormigas perecían por la seguridad de la
mancomunidad. Incluso los insectos más ágiles no logra-
ban escapar, y Forel vio muchas mariposas, mosquitos,
moscas y demás sorprendidos y matados por las hormi-
gas. Su fuerza radica en el apoyo y la confianza mutuos.
Y si la hormiga —dejando a un lado a las termitas, más
altamente desarrolladas aún— están ubicadas en la cima
de toda la clase de los insectos por sus capacidades inte-
lectuales; si su valentía es igualada tan sólo por los ver-
tebrados más valientes; y si su cerebro —para emplear las
palabras de Darwin— «es uno de los átomos de materia
más maravillosos del mundo, quizá más que el del cere-
bro del hombre» ¿todo eso no es debido al hecho de que
la ayuda mutua ha asumido por entero el lugar de la lucha
mutua en las comunidades de hormigas?
34

Lo mismo es válido en lo que respecta a las abejas. Esos


pequeños insectos que con mucha facilidad se convierten
en presas de tantas aves, y cuya miel tantos admiradores
tiene en toda clase de animales, desde el escarabajo hasta
el oso, tampoco posee ninguno de los atributos protectivos
provenientes del mimetismo o cosas por el estilo, sin los
cuales un insecto de vida solitaria difícilmente podría esca-
par a la destrucción total; y sin embargo, deudoras de la
ayuda mutua en sus prácticas, han obtenido la vasta difu-
sión que les conocemos y la inteligencia que les admira-
mos. Al trabajar en comunidad multiplican sus fuerzas
individuales; y al recurrir a una división del trabajo tem-
poral, combinada con la capacidad de cada abeja de ejecu-
tar cualquier tipo de trabajo cuando es necesario, alcanzan
un grado tal de bienestar y seguridad que ningún animal
aislado podría nunca esperar lograr por fuerte o bien arma-
do que estuviese. En sus asociaciones les va a menudo
mucho mejor que al hombre, cuando éste se niega a apro-
vechar las ventajas de una asistencia mutua bien planifica-
da. Así, cuando un nuevo enjambre de abejas va a dejar la
colmena en busca de una morada nueva, un número de ellas
hará una exploración preliminar por los alrededores, y si
descubren una residencia conveniente —digamos una cesta
vieja, o cualquier cosa por el estilo— tomarán posesión de
ella, la asearán, y la guardarán, a veces durante un semana
entera, hasta que el enjambre llegue a instalarse allí. ¡Pero
cuántos colonizadores humanos habrán de perecer en nue-
vos países, simplemente por no haber entendido la necesi-
dad de asociar sus esfuerzos! Al combinar sus inteligencias
individuales logran adaptarse a las circunstancias adversas,
aún las no previstas en absoluto y las inusuales, como aque-
llas abejas de la Exposición de París que fijaron con su pro-
35

póleos resinoso la rejilla a una placa de vidrio encajada en


la pared de su colmena. Además, no exhibieron ninguna de
las propensiones sanguinarias ni el amor por las peleas
inútiles que muchos escritores les achacan con tanta gratui-
dad a los animales. Las centinelas que guardaban la entra-
da de la colmena les daban muerte sin misericordia a las
abejas ladronas que intentaban entrar en la colmena, pero
las extrañas que llegaban por equivocación no eran moles-
tadas, especialmente si venían cargadas de polen, o se tra-
taba de individuos jóvenes que se habían extraviado. No
había más guerra de la estrictamente necesaria.
La sociabilidad de las abejas resulta más instructiva
todavía, por cuanto los instintos predadores y la pereza
siguen existiendo también entre ellas, y reaparecen cada
vez que su crecimiento se ve favorecido por algunas cir-
cunstancias. Es bien conocido que siempre hay un núme-
ro de abejas que prefieren vivir del robo a la laboriosa
vida de una obrera; y que tanto los períodos de escasez
como los de acopios de comida inusualmente ricos llevan
a un aumento de la clase ladrona. Cuando llega la época
de la cosecha y ya queda poco por recoger en nuestros
prados y campos, la presencia de abejas ladronas se hace
más frecuente; en tanto que, por otra parte, en torno a las
plantaciones de caña de las Indias Occidentales y las refi-
nerías de azúcar de Europa, el robo, la pereza y a menu-
do la borrachera se convierten en algo bastante común en
las abejas. Vemos así que los instintos antisociales conti-
núan presentes también entre las abejas; pero la selección
natural deberá eliminarlos, porque a la larga la práctica de
la solidaridad demuestra ser mucho más ventajosa para la
especie que el desarrollo de los individuos con inclinacio-
nes predadoras. Los más arteros y los más aprovechados
36

son eliminados a favor de los que comprenden las venta-


jas de la vida social y el apoyo mutuo.
Ciertamente, no se concibe que la solidaridad de las
hormigas, las abejas y ni siquiera las termitas, pueda con-
siderarse entre las más elevadas de todas las especies. En
ese respecto evidentemente no han alcanzado un grado de
desarrollo que no encontremos entre nuestros líderes
políticos, científicos y religiosos. Sus instintos sociales a
duras penas sobrepasan los límites de la colmena o el
nido. Sin embargo, Forel ha descrito colonias de no
menos de doscientos nidos pertenecientes a dos especies
diferentes (Formica exsecta y F. pressilabris) en Mount
Tendre y Mount Salève; y él sostiene que cada miembro
de esas colonias reconoce a cada uno de los demás miem-
bros, y todos toman parte en la defensa común; mientras
en Pennsylvania el señor McCrook vio una nación entera
de entre 1600 y 1700 nidos de hormigas agricultoras,
conviviendo todas en perfecto entendimiento. Y el señor
Bates ha descrito montículos de termitas cubriendo gran-
des superficies en los «campos» [en español en el origi-
nal, N. del T.], con algunos de los nidos sirviendo de refu-
gio de dos o tres especies diferentes, y la mayoría de ellos
conectados por galerías abovedadas o arcadas. Así que
incluso entre los animales invertebrados se han dado
algunos pasos hacia la fusión de grandes divisiones de
especies para los fines de la protección mutua.
Ascendiendo ahora a animales más elevados, encon-
traremos muchos más ejemplos de ayuda mutua induda-
blemente conciente para todos los propósitos posibles,
aunque tenemos que reconocer de entrada que nuestro
conocimiento de la vida de los animales superiores
sigue siendo muy imperfecto. Excelentes observadores han
37

acumulado una gran cantidad de hechos, pero existen


divisiones enteras del reino animal de las que no sabemos
casi nada. La información confiable acerca de los peces es
extremadamente escasa, por una lado, debido a las dificul-
tades de la observación, y, por otro lado, porque no se le ha
prestado la apropiada atención al tema. En cuanto a los
mamíferos, Kessler ya ha señalado lo poco que sabemos
acerca de sus modos de vida. Muchos de ellos son de hábi-
tos nocturnos; otros se ocultan bajo tierra; y los rumian-
tes cuya vida social y sus migraciones ofrecen el interés
mayor no permiten que el hombre se acerque a sus reba-
ños. Es principalmente sobre las aves que tenemos el aba-
nico de información más amplio, y no obstante nuestro
conocimiento de la vida social de muchas especies sigue
siendo muy imperfecto. Y con todo, no necesitamos que-
jarnos de la falta de hechos bien comprobados, como
veremos a continuación.
No es necesario hacer hincapié en las asociaciones de
machos y hembras en el cuidado de sus crías, para pro-
veerlas de comida durante sus primeros pasos en la vida,
o para cazar en comunidad, aunque podría mencionarse
de pasada que dichas asociaciones son la regla incluso
para los carnívoros menos sociables y las aves de rapiña,
lo cual genera un interés especial, pues constituye el terre-
no en el que se desarrollan los sentimientos más tiernos
hasta para los animales que en cuanto a todo lo demás son
los más crueles. Cabe añadir también que la rareza de las
asociaciones que sobrepasan la de la familia entre los car-
nívoros y las aves de rapiña, aunque en lo fundamental
son el resultado de sus modos de alimentación mismos,
también se pueden explicar en cierta medida como una
consecuencia del cambio producido en el mundo animal
38

por el rápido incremento del género humano. En todo


caso vale la pena anotar que hay especies que llevan una
vida muy aislada en las regiones densamente pobladas,
mientras esas mismas especies, o sus congéneres muy
cercanos, son gregarias en territorios deshabitados. Los
lobos, los zorros y varias aves de rapiña podrían ser men-
cionados como ejemplos puntuales.
Sin embargo, las asociaciones que no se extienden
más allá de los lazos familiares son de importancia rela-
tivamente pequeña en nuestro caso, más aún cuando
conocemos de cantidades de asociaciones para propósitos
más generales, como la caza, la protección mutua y hasta
el simple disfrute de la vida. Audubon ya mencionó que
las águilas se asocian ocasionalmente para cazar, y su
descripción de las dos águilas calvas, macho y hembra,
cazando en el Mississippi, es bien conocida por su fuerza
gráfica. Pero una de las observaciones de este tipo más
concluyentes pertenece a Syeverstoff. Mientras estudiaba
la fauna de las estepas rusas vio una vez a un águila per-
teneciente a una especie totalmente gregraria (el águila
de cola blanca, Haliaetos albicilla) elevarse muy alto en
el aire; durante media hora estuvo describiendo sus
amplios círculos en silencio, hasta que de pronto dejó oír
su penetrante voz. Muy pronto su grito fue respondido
por otra águila que se acercaba, seguido de una tercera,
una cuarta, y así hasta se juntaron nueve o diez águilas y
rápidamente desaparecieron. Por la tarde Syeverstoff fue
al lugar hacia el que vio a las águilas volar; oculto por
una de esas ondulaciones de la estepa se aproximó a ellas,
y descubrió que estaban reunidas alrededor del cadáver
de un caballo. Las más viejas, que como regla inician el
festín —pues esas son sus normas de propiedad— ya
39

estaban posadas sobre los montones de paja en los alre-


dedores, y se mantenían vigilantes mientras las más jóve-
nes continuaban comiendo, rodeadas de bandadas de
cuervos. A partir de estas y otras observaciones pareci-
das, Syeverstoff concluyó que las águilas de cola blanca
se asocian para cazar; cuando todas se han elevado hasta
una gran altura están en capacidad, si se trata de diez, de
vigilar un área de al menos cuarenta kilómetros cuadra-
dos; y tan pronto como una descubre algo les advierte a
las demás. Por supuesto, podría argumentarse que un
simple grito instintivo de la primera águila, o incluso sus
movimientos, hubiesen producido el mismo efecto de
atraer a varias águilas sobre la presa, pero en este caso
existe fuerte evidencia a favor de la mutua advertencia,
porque las diez águilas se reunieron antes de caer sobre la
presa, y más adelante Syeverstoff tuvo varias oportunida-
des de constatar que las águilas de cola blanca siempre se
congregan para devorar un cadáver; y que algunas de
ellas (en primer término las más jóvenes) cada vez man-
tienen la vigilancia mientras las otras comen. De hecho el
águila de cola blanca —uno de los mejores y más valero-
sos cazadores— es un ave completamente gregaria, y
Brehm dice que cuando se la mantiene en cautiverio muy
pronto cobra apego por sus captores.
La sociabilidad constituye un rasgo común a muchas
otras aves de rapiña. El milano brasilero, una de las rapa-
ces más «atrevidas», es sin embargo un ave sumamente
sociable. Sus asociaciones para la cacería han sido des-
critas por Darwin y otros naturalistas, y es un hecho que
cuando ha capturado una presa demasiado grande llama a
cinco o seis amigos para que lo ayuden a llevársela.
Después de un día atareado, cuando esas aves se retiran
40

para su reposo nocturno a un árbol o entre la maleza,


siempre se reúnen en bandadas, acudiendo a reunirse
desde distancias de quince kilómetros o más, a menudo
seguidos por varios carroñeros, especialmente los perc-
nópteros, «sus verdaderos amigos», dice D’Orbigny. En
otro continente, en los desiertos transcaspianos, tienen,
según Zarudnyi, el mismo hábito de anidar juntos. El
carroñero sociable, uno de los carroñeros más fuertes, ha
recibido ese nombre por su amor a la vida en sociedad.
Viven en bandadas numerosas, y decididamente disfrutan
la sociedad; se reúnen en cantidades en sus elevados vue-
los por juego. «Viven en muy buena amistad», dice Le
Vaillant, «y en una misma cueva encontraba a veces hasta
tres nidos muy cercanos»8. Los carroñeros urubú del
Brasil son tan sociables, o quizás hasta más, que los gra-
jos. Los carroñeros pequeños egipcios viven en estrecha
amistad. Juegan en bandadas en el aire, se juntan para pasar
la noche, y en la mañana se marchan juntos para buscar
todos su comida, y jamás surge la más mínima pelea entre
ellos. Tal es el testimonio de Brehm, que ha tenido múlti-
ples oportunidades de observar su vida. El halcón de gar-
ganta roja también se reúne en bandadas numerosas en
las selvas del Brasil, y el cernícalo (Tinnunculus cench-
ris), cuando ha abandonado Europa y llega en el invierno
a las praderas y selvas del Asia, se congrega en numero-
sas sociedades. En las estepas del sur de Rusia es (o más
bien era) tan sociable que Nordmann los vio en bandadas
numerosas, con otros halcones (Falco tinnunculus, F. oesu-
lon, F. subbuteo), acudiendo a reunirse todas las tardes pro-
picias alrededor de las cuatro, y disfrutando sus juegos
hasta tarde en la noche. Echaban a volar, todos a la vez, en
línea muy recta hacia algún punto determinado y, al llegar
41

a él, devolverse de inmediato sobre la misma línea, para


repetir el mismo vuelo9.
Volar en bandadas por el mero placer del vuelo es algo
bastante común entre toda clase de aves. «En el distrito
de Humber especialmente», escribe Ch. Dixon, «a fina-
les de agosto a menudo grandes bandadas de correlimos
aparecen volando sobre las llanuras pantanosas, y perma-
necen hasta el invierno. (…) Los movimientos de estas
aves resultan sumamente interesantes, ya que una gran
bandada hace giros y abre o cierra la formación con la
precisión de tropas bien adiestradas. Diseminados entre
ellos vuelan aislados muchos aguzanieves, chorlitos y
chorlitejos grandes.
Resultaría por demás imposible enumerar aquí las
varias asociaciones para cazar de las aves; pero vale la
pena señalar las asociaciones para pescar de los pelíca-
nos, por la notable inteligencia y orden exhibido por estas
desmañadas aves. Siempre van de pesca en bandadas
numerosas, y luego de haber elegido una ensenada apro-
piada, forman un amplio semicírculo de cara a la costa, y
lo van estrechando a medida que avanzan remando rui-
dosamente, para atrapar a cuanto pez haya quedado ence-
rrado en el círculo. En los ríos y canales estrechos pueden
hasta dividirse en dos partidas, cada una de las cuales
forma un semicírculo, y ambas reman chapaleando al
unísono hasta juntarse, igual que lo harían dos partidas de
hombres que se aproximan arrastrando grandes redes
para capturar a todos los peces atrapados entre ambas
redes al reunirse. Al llegar la noche vuelan a sus lugares
de descanso —siempre el mismo para cada bandada—
y nadie los ha visto jamás pelearse ni por la ensenada ni
por el lugar de descanso. En Suramérica se juntan en
42

bandadas de aproximadamente cuarenta y cincuenta indi-


viduos parte de los cuales disfrutan del sueño mientras
otros montan guardia, y el resto vuelve a pescar. Y, final-
mente, estaría cometiendo una injusticia con los muy
calumniados gorriones comunes si no menciono con cuán-
ta lealtad comparte cada uno de ellos cualquier comida
que descubra con todos los miembros de la sociedad a la
que pertenece. El hecho era conocido por los griegos, y
ha sido trasmitido a la posteridad cómo uno de sus ora-
dores exclamó una vez (cito de memoria): «Mientras les
hablo un gorrión ha venido a contarles a los demás
gorriones que a un esclavo se le acaba de caer en el piso
un saco de trigo, y todos se dirigen allá a comerse los gra-
nos». Más aún, nos complace ver confirmada esa antigua
afirmación en un libro reciente del señor Gurney, quien
no duda que el gorrión común siempre le informa a todos
los demás dónde hay algo de comida que robar; dice
«Cuando se terminaba de trillar la mies en la era ya los
gorriones habían de ese sembrado habían hecho su aco-
pio»10. En verdad, los gorriones ponen un celo extrema-
do en mantener sus dominios libres de las invasiones de
extraños; los del Jardin du Luxembourg combaten fiera-
mente a todos los otros gorriones que puedan venir a dis-
frutar de su espacio en el jardín, y de sus visitantes. Pero
dentro de sus propias comunidades practican a plenitud el
mutuo apoyo, si bien ocasionalmente habrá por supuesto
una que otra pelea, incluso entre los mejores amigos.
Cazar y comer en comunidad constituye en tal grado el
hábito en el mundo plumífero que difícilmente harán falta
más referencias: hay que considerarlo como un hecho esta-
blecido. En cuanto a la fuerza que se deriva de esas aso-
ciaciones, es patente. Las aves de rapiña más fuertes resul-
43

tan impotentes ante las asociaciones de nuestros amorosos


pájaros de menor tamaño. Hasta las águilas —incluida la
poderosa y terrible águila calzada, y el águila marcial, que
es lo bastante fuerte como para llevarse una liebre o un
antílope joven en las garras— se ven obligadas a abando-
nar su presa a las bandadas de esas rapaces llamadas
milanos, que acosan sin cesar a un águila en cuanto la ven
en posesión de una buena presa. Los milanos les darán caza
también a los veloces halcones pescadores, y les robarán los
peces que han capturado; pero nadie ha visto jamás a los
milanos pelearse por la posesión de la presa robada. En la
isla Kerguelen, el doctor Couës vio al Buphagus —la galli-
na de mar de los cazadores de focas— perseguir gaviotas
hasta hacerlas regurgitar su comida, mientras por otra parte
las gaviotas y las golondrinas marinas se asociaban para
alejar a la gallina de mar en cuanto ésta se acercaba a los pre-
dios de aquéllas, en especial en la temporada de anidar. Los
pequeños pero sumamente veloces frailecillos (Vanellus cris-
tatus) atacan osadamente a las aves de rapiña.

Verlos atacar a un buitre, un milano, un cuervo o un águi-


la es uno de los espectáculos más divertidos. Uno siente
que están seguros de su victoria y nota la ira del ave de
rapiña. En esas circunstancias se apoyan unos a otros a la
perfección, y su valentía aumenta con el número11.

El frailecillo tiene bien merecido el nombre de «buena


madre» que le dieron los griegos, porque nunca deja de pro-
teger a otras aves acuáticas de los ataques de sus enemigos.
Pero incluso las pequeñas lavanderas (Motacilla alba), muy
conocidas en nuestros jardines y cuyo tamaño alcanza ape-
nas los veinte centímetros, obliga al gavilán a abandonar su
44

cacería. «A menudo admiré su valentía y agilidad», escri-


bió el viejo Brehm, «y estoy convencido de que el único
que podría capturar uno de ellos es el halcón. (…) Cuando
una bandada de lavanderas ha obligado a retirarse a un ave
de rapiña, hacen que en el aire resuenen sus gritos de triun-
fo y entonces se separan». Por consiguiente ellas se juntan
para el propósito especial de acosar a su enemigo, tal y
como hemos visto cuando la población entera de las aves de
la selva se amotina ante la noticia de que un ave nocturna
ha hecho su aparición durante el día, y todos juntos —aves
de rapiña y pequeñas canoras inofensivas— se lanzan al
acoso del extraño y lo hacen regresar a su escondite.
¡Qué diferencia tan enorme entre la fuerza de un mila-
no, un buitre o un águila y la de aves tan pequeñas como
la lavandera de las praderas; y sin embargo esos pajaritos,
gracias a su acción en común y su valentía, demuestran
su superioridad ante las rapaces de alas y armas podero-
sas! En Europa las lavanderas no sólo acosan a las aves
de rapiña que podrían ser peligrosas para ellas, sino aco-
san además al águila pescadora, «más por diversión que
por causarle algún daño»; en tanto que en la India, según
el testimonio del doctor Jerdon, las cornejas acosan al
milano gowinda «por simple asunto de distracción». El
príncipe Wied vio al águila brasileña urubitinga rodeada
de innumerables bandadas de tucanes y caciques (un ave
emparentada de cerca con nuestro grajo) que se burlaban
de ella. Entonces añade: «El águila generalmente soporta
esos insultos muy pacientemente, pero de vez en cuando
atrapará a alguno de los burladores». En todos esos casos
los pequeños pájaros, aunque muy inferiores en fuerza al
ave de rapiña, probaron ser superiores a ella gracias a su
acción en común12.
45

Sin embargo, los efectos más sorprendentes de la vida


en comunidad para la seguridad del individuo, para su dis-
frute de la vida y para el desarrollo de sus capacidades inte-
lectuales, se ven en dos grandes familias de aves, las grullas
y los loros. Las grullas son extremadamente sociables y
viven en excelentes relaciones, no sólo con sus congéneres
sino además con la mayoría de las aves acuáticas. Su pru-
dencia es realmente pasmosa, como lo es también su inteli-
gencia; captan las condiciones nuevas en un instante y ac-
túan en concordancia. Sus centinelas siempre mantienen la
vigilancia sobre la bandada mientras ésta come o descansa,
y los cazadores saben lo difícil que resulta acercarse a
ellas. Si el hombre ha logrado sorprenderlas, jamás vol-
verán al mismo lugar sin haber enviado antes una explo-
radora solitaria, y una pequeña partida de otras explora-
doras detrás; y cuando la partida de reconocimiento
regresa y reporta que no hay peligro se envía un segundo
grupo de exploradoras para verificar el primer reporte,
antes de que la bandada entera se movilice. Con las espe-
cies afines las grullas contraen una amistad real; y en
cautiverio no existe ave, salvo el también sociable e inte-
ligente loro, que entre en amistad tan real con el hombre.
«Ve en el hombre no un amo sino un amigo, y se esfuer-
za por manifestarlo», concluye Brehm a partir de una
vasta experiencia personal. La grulla está en continua
actividad desde temprano por la mañana hasta tarde por
la noche; pero le dedica solamente unas pocas horas de la
mañana a la tarea de buscar su alimento, principalmente
vegetal. Todo el resto del día está dedicado a la vida en
sociedad. «Recoge trocitos de madera o piedras pequeñas
que lanza al aire y trata de atraparlos; dobla el cuello, abre
las alas, danza, salta, corre en círculos y trata de manifestar
46

por todos los medios su buena disposición mental, y se


mantiene siempre grácil y hermosa»13. Como vive en
sociedad casi no tiene enemigos, y aunque Brehm vio oca-
sionalmente a un cocodrilo capturar a alguna de ellas, escri-
bió que excepto por los cocodrilos no les conocía enemigos
a las grullas. Con su proverbial prudencia los evita a todos,
y, por lo general alcanza una edad muy avanzada. No es de
extrañar que la grulla no necesite procrear una prole nume-
rosa; usualmente sólo pone dos huevos. En cuanto a su inte-
ligencia superior, baste decir que hay unanimidad en los
observadores en el reconocimiento de que sus capacidades
intelectuales nos recuerdan mucho las del hombre.
La otra ave extremadamente sociable es el loro, y está
colocado, como se sabe, en la cúspide misma del mundo
de los plumíferos. Brehm ha resumido tan admirablemen-
te los hábitos de vida del loro que lo mejor que puedo
hacer es traducir el siguiente pasaje:

Excepto en la temporada de apareamiento, viven en


sociedades o bandadas muy numerosas. Eligen un lugar
en el bosque para permanecer en él, y desde allí parten
todas las mañanas a sus expediciones de búsqueda. Los
miembros de cada bandada se mantienen fielmente liga-
dos entre sí, y comparten en común la buena y la mala
fortuna. En la mañana se dirigen todos juntos hacia un
terreno, o un jardín, o un árbol, a alimentarse de frutas.
Apostan centinelas para que cuiden de la seguridad de
toda la bandada, y están atentos a sus advertencias. En
caso de peligro, todos emprenden el vuelo, apoyándose
mutuamente unos a otros, para regresar también todos
simultáneamente a su lugar de descanso. En una pala-
bra, viven estrechamente unidos.
47

También disfrutan de la sociedad con otros pájaros. En


la India los grajos y los cuervos se reúnen desde muchas
millas a la redonda para venir a pasar la noche en com-
pañía de los loros en las espesuras de bambú. Cuando los
loros empiezan la búsqueda exhiben la más maravillosa
inteligencia, prudencia y capacidad de resolver dificulta-
des. Tomemos por caso una bandada de cacatúas blancas
en Australia. Antes de comenzar a saquear un maizal
envían primero una partida de reconocimiento que se
ubica en los árboles más altos en la vecindad del sembra-
do, mientras otros exploradores se colocan en los árboles
que median entre el sembrado y la selva y transmiten sus
señales. Si el reporte dice «Todo bien» un grupo de caca-
túas se separará de la masa de la bandada, se elevará a lo
alto y luego volará hacia los árboles más próximos al sem-
brado. Ellas también escrutarán los alrededores durante
largo rato, y sólo entonces darán la señal para el avance
general, con la que la bandada completa procede a saquear
el sembrado en un santiamén. A los colonos australianos
les ha costado muchísimo trabajo engatusar la prudencia
de los loros; pero si el hombre con todos sus artificios y
sus armas ha logrado matar algunos de ellos, las cacatú-
as se han vuelto tan prudentes y tan alertas que hasta
ahora han frustrado todas las estratagemas.
No cabe la menor duda de que la práctica de la vida
en sociedad es lo que les permite a los loros alcanzar ese
alto nivel de inteligencia y esos sentimientos casi huma-
nos que les conocemos. Su alta inteligencia ha inducido
a los mejores naturalistas a describir algunas especies,
por ejemplo al loro gris, como «el pájaro hombre». En
cuanto a su apego mutuo, es sabido que cuando un loro
ha sido muerto por un cazador, los otros vuelan sobre el
48

cadáver de su compañero emitiendo chillidos de lamen-


tación «y caen ellos mismos víctimas de su amistad»,
como dijo Audubon. Y cuando dos loros en cautiverio
contraen mutuamente amistad aun perteneciendo a dife-
rentes especies, a veces la muerte accidental de uno de
los dos amigos es seguida de la muerte de dolor y triste-
za del otro. Y no es menos evidente que en sus socieda-
des hallan infinitamente más protección de la que posi-
blemente podrían hallar en cualquier desarrollo ideal del
pico y las garras. Muy pocas aves de rapiña o mamíferos
se atreven atacar a especies de loros que no sean de los
más pequeños, y Brehm tiene toda la razón cuando dice
de los loros, como dice también de las grullas y los mo-
nos sociables, que difícilmente tengan enemigos aparte
del hombre; y agrega: «Es más probable que los loros
grandes mueran de viejos que entre las garras de sus ene-
migos». Sólo el hombre, debido a su inteligencia y armas
aun superiores, provenientes también de la asociación,
logre destruirlos parcialmente. Su longevidad misma, en-
tonces, parece el resultado de su vida social. ¿No podría-
mos decir lo mismo en lo que respecta a su memoria
maravillosa, que también tiene que haberse visto favore-
cida en su desarrollo por la vida en sociedad y por la lon-
gevidad acompañada del pleno disfrute de las facultades
corporales y mentales, hasta una edad muy avanzada?
Como ya hemos visto, la guerra de uno contra todos no
es la ley de la naturaleza. La ayuda mutua es tan ley de la
naturaleza como la lucha mutua, y esa ley se hace más
patente aún cuando hemos analizado algunas otras asocia-
ciones de las aves y las de los mamíferos. Ya hemos dado en
las páginas predecentes algunos indicios de la importancia
de la ley de la ayuda mutua para la evolución del reino ani-
49

mal; pero su significación será más evidente todavía cuan-


do la presentación de unos cuantos ejemplos ilustradores
más nos permita sacar de ellos nuestras conclusiones.

NOTAS

1. El origen de las especies, cap. III.


2. Nineteenth Century, febrero de 1888, p. 165.
3. Memoirs (Trudy) of the St. Petersburg Society of Naturalists, vol. XI,
1880.
4. Ver el Apéndice I.
5. George J. Romanes, Animal Intelligence, 1ª ed., p. 233.
6. Ver el Apéndice II.
7. Este segundo principio no fue reconocido de buenas a primeras. Los
primeros observadores hablaban a menudo de reyes, reinas, adminis-
tradores y cosas así; pero desde que Huber y Forel publicaron sus minu-
ciosas observaciones, ya no es posible dudar del campo libre que se les
deja a las iniciativas individuales en todo cuanto hacen las hormigas,
incluidas sus guerras.
8. A. Brehm, Life of Animals, III. 477; todas las citas provienen de la
edición francesa.
9. Durante sus migraciones las aves de rapiña se asocian a menudo. Una
bandada que H. Seebohm vio cruzar los Pirineos ofrecía el curioso con-
junto de «ocho milanos, una grulla y un halcón peregrino» (The Birds
of Liberia, 1901, p. 417).
10. G.H. Gurney, The House-Sparrow (Londres, 1885), p. 5.
11. Brehm, I. 567.
12. En lo que atañe a los gorriones comunes, un observador de Nueva
Zelanda, el señor T.W. Kirk, describió como sigue el taque de esos
«atrevidos» pájaros contra una «infortunada» águila: «Escuchó un día
un ruido totalmente desacostumbrado, como si todos los pájaros de la
región se hubiesen enfrascado en una gran pelea. Al mirar a lo alto vio
a un gran águila (C. gouldi, una carroñera) a la que apabullaba una ban-
dada de gorriones. Se arrojaban sobre ella de a montón, y desde todos
los puntos a la vez. La infortunada águila lucía completamente impo-
tente. Por último, al aproximarse a un matorral, se lanzó dentro de él y
allí permaneció, mientras los gorriones se congregaban en grupos en
torno al matorral, en medio de una gran algarabía». (Ponencia leída
ante el Instituto de Nueva Zelandia: Nature, 10 de octubre de 1891).
13. Brehm, IV. 671 seq.
Halford J . Mackinder 205
Halford J. Mackinder *
EL OBJETO Y LOS METODOS Como resultado natural, nos encontramos hoy próximos a finalizar los
grandes descubrimientos. Las regiones polares son las únicas zonas que
DE LA GEOGRAFIA **
permanecen en blanco en nuestros mapas. Un nuevo Stanley ya no podrá
nunca revelar de nuevo el Congo al mundo deslumbrado. Durante un derto
tiempo se puede seguir haciendo buen trabajo en Nueva Guinea, en Africa,
en Asia Central, a lo largo de los márgenes de las regiones heladas. Du-
rante un cierto tiempo todavía, un Greely podrá volver a ser objeto de
viejas y entusiastas bienvenidas, y poner de manifiesto que no son héroes
lo que falta. Pero a medida que los relatos de aventuras van disminuyendo,
que su lugar es progresivamente ocupado por los detalles de los estudios
topográficos y cartográficos, los socios de las Sociedades Geográficas se pre-
guntarán con desánimo: «¿Qué es la geografía?»
No es necesario decir que este artículo no habría sido escrito si yo cre-
yera que la Real Sociedad Geográfica tiene en fechas próximas que cerrar su
historia — como si se tratara de un Alejandro corporativo lloroso porque ya
no tiene más mundos que conquistar. Nuestro trabajo futuro lo prefiguran
artículos tales como el de Wells sobre Brasil, el de Buchanan sobre los
Océanos, o el de Bryce sobre la relación de la Historia y la Geografía. No
obstante, sacaríamos grandes ventajas de orientarnos por los nuevos cami-
^ ¿Qué es la geografía? No deja de ser una extraña pregunta para plan- nos con los ojos abiertos en todos los sentidos. Una discusión del tema en
teársela a una Sociedad Geográfica, pero existen, por lo menos, dos razones el momento presente tiene probablemente la ventaja adicional de suminis-
por las que debe ser contestada, y contestada ahora. En primer lugar, los
trarnos nuevas armas en nuestra batalla educacional.
geógrafos se han mostrado, desde hace algún tiempo, muy activos en reivin-
La primera pregunta que debe retener nuestra atención es ésta: ¿la geo-
dicar para su ciencia una posición más honorable en los planes de estudios
grafía es uno o varios temas? Más exactamente: ¿la geografía física y la
de nuestros colegios y universidades. El mundo, y en especial el mundo de
política constituyen dos etapas de una misma investigación, o, por el con-
la enseñanza, replica con la pregunta: «¿Qué es la geografía?» Hay una
cierta ironía en el tono. La batalla de la enseñanza que actualmente se está trario, se trata de temas diferentes que deben ser estudiados con distintos
librando suministrara la respuesta que puede ser dada a la siguiente pre- métodos, la una como apéndice de la geología, la otra como apéndice de la
gunta: ¿Puede la geografía convertirse en una disciplina en lugar de ser un historia? Esta cuestión ha merecido un gran interés por parte del Presidente
simple cuerpo de informadón? Pero esto no es sino un añadido a la exten- de la Sección Geográfica de la Asociación Británica. En su conferenda de
sa pregunta sobre d objeto y los métodos de nuestra dencia. Birmingham adoptó una postura muy definida. Dijo:
La otra razón para presentar este tema a vuestra atención es semejante. «Es difícil reconciliar la amalgama de lo que debe ser considerado geo-
Durante medio siglo varias sociedades, y, en particular, la mayoría de las grafía "científica” con la historia. Están tan totalmente separadas la una de
nuestras, han promodonado de forma activa la exploración del mundo. la otra como la geología de la astronomía.»
Sólo muy a pesar mío, y con gran modestia, me atrevo a mostrarme en
desacuerdo con una persona de autoridad tan justamente reputada como
* Halford J . Mackinder (1861-1947). Además del artículo traducido en este libro,
entre sus trabajos principales se encuentran: Sir Frederic Goldsmith. Y lo hago tan sólo porque tengo la firme convicción
Mackinder, H . J . (1902): Britain and the British Seas, Oxford, Clarendon Press 2 * ed de que la posición adoptada en Birmingham es fatal para un futuro favora-
1907. ' ’’ ble de la geografía. He tenido, además, conocimiento de la declaración de
Mackinder, H. J . (1904): «The Geographical Pivot of History», Geographical JournaL Sir Frederic Goldsmith en el sentido de que está dispuesto a renundar
X X I I I , pp. 421-437.
a la conclusión a la que había llegado, ante argumentos de mayor peso.
Mackinder, H. J . (1931): «The Human Habitat», Scottish Geographical Magazine,
X L V II, pp. 321-335. En un debate tan difícil sería extremadamente presuntuoso por mi parte
Mackinder, H. J ., Myres, J . L., y Heure, H. J . (1943): «The Development of Geo- considerar que mis argumentos son más sólidos. Los expongo porque, hasta
graphy», Geography, X X V III, 3, pp. 69-77. donde yo sé, no han sido ni discutidos, ni rebatidos en la dtada conferen-
* * Mackinder, H. J . (1887): «On the Scope and Methods of Geography», Pro-
ceedings o f the Royal Geographical Society, IX , pp. 141-160. Traducción de Josefina
cia. Quizá Sir Frederic Goldsmith no ha hecho sino expresar los puntos de
Gómez Mendoza. vista impredsos sobre el tema habituales en muchas mentes humanas. Esto
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206 Antología de textos Halford J. Mackinder 207

es lo más probable, puesto que en su propia exposición utiliza argumentos dón, nos remitimos a nuestra última postura. Estos análisis han sido
que avalan un punto de vista opuesto al que él mismo formula. intentados y no han resultado satisfactorios. Es más fácil, prácticamente,
En la misma página de la que hemos extraído la cita anterior se puede aprender d análisis profundo de la cienda, que alcanza y satisface en todos
encontrar un párrafo en el que se expresa la aprobación más total de la los aspectos los instintos que nos llevan a plantear siempre la pregunta de
obra de Bryce: La Geografía en su relación con la Historia. La tesis prin- «¿dónde?», que obtener informadón sufidente a partir de las listas de
cipal de este trabajo es precisamente que el hombre constituye en gran nombres de'los viejos libros escolares o de las descripciones de la llamada
parte «un producto de su medio». La función de la geografía política con- geografía descriptiva. La topografía, que es geografía con las «razones por
siste en trazar la interacción entre el hombre y su medio. Sir Frederic qué» eliminadas, es rechazada unánimemente tanto por profesores como
Goldsmith plantea como función de la geografía política el suministrar a por alumnos.
nuestros futuros hombres de Estado «una comprensión total» de «las con- Existen otras razones para nuestra posición de mayor importancia que
diciones geográficas». Nada se puede objetar a este punto de vista. Pero la simple conveniencia práctica de la enseñanza. Mendonaré tres de ellas.
parece considerar que la «comprensión total» de la que habla se logrará La primera es la siguiente: Si se estudia lo que los viejos geógrafos llaman
con lo que quede después de que la geografía «física y científica» haya «rasgos físicos» en sus relaciones causales, se hace cada vez más fácil
sido eliminada. progresar. Nuevos hechos se adaptan de forma ordenada al esquema gene-
Antes de seguir adelante conviene saber si no podemos afinar más ral. Proyectan una luz nueva a todo d conocimiento previamente obtenido,
nuestra definición. La fisiología respondería a la definición de la ciencia y este conocimiento los ilumina a su vez desde diversas perspectivas. Por d
que describe la interacción del hombre y de su entorno. Corresponde a la contrario, cuando se sigue el método de la descripdón, o con mayor motivo
fisiología, a la física y a la química trazar la acción de las fuerzas inde- aún el de la enumeración, cada hecho adidonal no hace sino añadir un
pendientes en su mayor parte de una localización precisa. Es especialmente elemento más al fardo que debe ser almacenado en la memoria. Es como
característico de la geografía insistir en la influencia de la localización, tirar otra piedra a un montón de ellas. Es como estudiar matemáticas tra-
es decir, de las variaciones locales del medio. Mientras no lo hace no es tando de recordar las fórmulas en lugar de captar los principios.
otra cosa que fisiografía, y el fundamental elemento topográfico ha sido Nuestra segunda razón es, en pocas palabras, la que sigue. Un análisis
omitido. Propongo, por tanto, definir a la geografía como la ciencia cuya superficial puede conducir a error: por un lado, al no lograr ir más allá
principal función consiste en poner de manifiesto las variaciones locales de de la similitud superficial de cosas esencialmente diferentes; por d otro,
la interacción del hombre en sociedad y de su medio. al no conseguir detectar la semejanza esencial entre cosas que son super-
Antes de que pueda ser considerada la interacción, deben de ser ana- ficialmente diferentes.
lizados los elementos que interactúan. Uno de estos elementos es el medio En cuanto a la tercera razón, se trata de que la mente que ha captado
en su diversidad, y su análisis corresponde, yo creo, a la geografía física. de forma vivaz los factores de su medio en sus verdaderas relaciones, está
El otro elemento es, naturalmente, el hombre en sociedad. Su análisis muy abierta a la sugerencia de nuevas reladones entre el medio y el
será más breve que el del entorno. Las comunidades de hombres deben hombre. Incluso si no hubiera intención de hacer avanzar la ciencia, las
ser consideradas como unidades en la lucha por la existencia, más o menos mismas condiciones conducirán a una rápida, eficaz y, por tanto, permanente
favorecida por sus diversos medios. Nos encontramos de esta forma colo- apreciadón de las relaciones que han sido detectadas por otros.
cados en una posición en directo antagonismo con las nociones comúnmente Conviene, llegados a este punto, detenernos para sintetizar nuestra
aceptadas. Sostenemos que no puede existir una geografía política racio- posición en una serie de enunciados:
nal si no se construye sobre la base de la geografía física y consiguiente-
mente a ella. En los momentos actuales estamos sufriendo los efectos de 1) Se acepta que la función de la geografía política consiste en des-
una geografía política irracional, es decir, que su principal función no con- entrañar y demostrar las relaciones que existen entre el hombre en sodedad
siste en trazar las reladones causales, por lo que tiene que mantenerse y las variadones lócales de su medio.
como cuerpo de datos aislados para ser conservados en la memoria. Una 2) Con carácter previo deben de ser analizados los dos factores.
geografía de este tipo nunca puede ser una disciplina, nunca puede, por 3) Corresponde a la geografía física analizar uno de estos factores,
consiguiente, ser honrada por el profesor, y tiene forzosamente siempre el medio con sus variaciones.
que fracasar en la atracción de mentes lo suficientemente amplias como 4) Nadie más puede realizar esta fundón de forma adecuada.
para pertenecer a líderes.
Pero, se nos puede replicar: Para los propósitos de la geografía política, Porque:
¿no puede usted darse por satisfecho con un análisis más superficial y más Ningún otro análisis puede presentar los hechos en sus rdadones cau-
fácil de aprender que el suministrado por la geografía física? En contesta- sales y en su perspectiva verdadera.

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208 Antología de textos
Halford J . Mackinder 209
Por consiguiente:
Consideremos, por tanto, en primer lugar, la configuración de la super-
Ningún otro análisis podrá:
— en primer lugar, servir al profesor como disciplina; fide terrestre. Nos encontramos aquí ante una manzana de la discordia
entre geólogos y geógrafos. Los primeros sostienen que las causas que
— segundo, atraer de entre los discípulos a las mentes más elevadas;
— tercero, economizar el poder limitado de la memoria; determinan la forma de la litosfera pertenecen a su cienda, y que no hay
en ellas ni lugar ni necesidad de geógrafos físicos. En consecuencia, él
— cuarto, ser igualmente fiable, y,
— en quinto lugar, ser igualmente sugerente. geógrafo ha perjudicado a su dencia renunciando a induir entre sus
te datos resultados de le geología distintos de los elementales. Esta rivalidad
Llegados a este punto, es de esperar que se nos haga observar que, es bien conocida para todos los aquí presentes. No ha causado sino daño
si bien se admite la conveniencia de lo que pedimos, quizá estemos pidien- a la geografía. Dos ciencias pueden partir de información en parte idéntica,
do lo imposible. Nuestra contestación sería qtie no se ha intentado. La y no por eso tienen que andarse peleando, puesto que los datos, aunque
geografía física ha sido cultivada por los que ya estaban previamente car- idénticos, son considerados desde distintos puntos de vista. Son dasifica-
gados con la geología; la geografía política, por los que se ocupaban de la dos de forma diferente. El geólogo, menos que nadie, debe dar muestras
historia. Es hora de que aparezca d hombre que, adoptando el punto de de esta debilidad. En efecto, a cada paso, en su propio campo, depende de
vista geográfico como punto de vista central, atienda con el mismo interés ciencias hermanas. La paleontología es la clave para la edad relativa de los
tanto a las partes de la ciencia como a las partes de la historia que revistan estratos, pero está separada de forma irracional de la biología. Algunos
importanda para su investigación. El conocimiento es, después de todo, de los más difíciles problemas de la física y de la química caen dentro del
único, pero la extrema especializadón de la actualidad parece ocultar el campo de la mineralogía, especialmente, por ejemplo, las causas y los
hecho para cierta clase de mentes. Cuanto más nos espedalizamos, más métodos dd metamorfismo. El mejor intento de hallar una medida común
espacio y más necesidad hay de estudiosos cuyo objetivo constante sea del tiempo geológico e histórico lo constituye la interpretación astronómica
poner de manifiesto las relaciones entre temas especializados. Una de las del doctor Croll de las épocas glaciales recurrentes. Pero baste así. La ver-
mayores lagunas es la existente entre las dendas naturales y d estudio dadera distindón entre la geología y la geografía me parece que descansa
de la humanidad. Es tarea del geógrafo tender un puente sobre un abismo en lo siguiente: el geólogo mira al presente porque tiene que interpretar
que, en opinión de muchos, está rompiendo el equilibrio de nuestra cultura. el pasado; d geógrafo mira al pasado porque tiene que interpretar el pre-
Córtese cualquier miembro de la geografía y habrá sido mutilada en su parte sente. Esta línea distintiva acaba de ser trazada para nosotros por uno de
los más grandes geólogos.
más noble.
Al decir esto no estamos negando la necesidad de una especializadón
dentro de la propia geografía. Si se quiere hacer un trabajo original dentro Quizá en ninguna otra parte se advierta mejor que en la geografía física
de la ciencia, hay que espedalizarse. Pero para este fin, tanto la geografía el daño causado a la geografía por la teoría que le niega su unidad. El tema
física como la política resultarían tan inmanejables como la totalidad de ha sido abandonado en manos de los geólogos, y tiene, en consecuencia, un
la disdplina. Más aún, el tema de espedalizadón no tiene por qué caer giro geológico. Fenómenos tales como los volcanes, los veranos cálidos y
enteramente dentro del campo de una u otra de las dos ramas; puede los gladares han sido incluidos en capítulos sin reladón con las regiones en
estar en el límite de ambas. La geografía se parece a un árbol que se las que tienen lugar. Desde el punto de vista dd geólogo, esto es suficien-
divide muy pronto en dos grandes ramas, pero cuyas ramas secundarias te — está mirando su piedra de Rosetta; la comprensión de cada uno de los
están intrincadamente entrelazadas. Cada cual selecciona unas cuantas ra- jeroglíficos es de gran importancia, pero el significado del pasaje completo,
mitas adyacentes, pero éstas arrancan de diferentes ramas. No obstante, el relato del acontecimiento registrado, carece de importancia de cara a la
como materia de enseñanza, y como base de toda especializadón fructífera interpretación de otros registros. Pero una dencia de este tipo'no es real-
dentro de la disciplina, insistimos en la enseñanza y en la consideradón mente geografía física, y el doctor Archibald Geikie nos dice claramente
en sus Elementos de Geografía Física que utiliza estos términos como
de la geografía como un todo.
Este tema de la posibilidad nos conduce de forma natural a preguntar- equivalentes de fisiografía. La verdadera geografía física trata de suminis-
nos por las relaciones de la geografía con sus dendas vecinas. No podemos trarnos una descripción causal de la distribudón de las configuraciones de
hacer nada mejor que adoptar la rudimentaria clasificación del medio de la superficie terrestre. Los datos deben ser clasificados sobre bases topo-
Mr. Bryce. En primer lugar, tenemos las influencias debidas a la configu- gráficas. De aventurarme a formular estos hechos de forma algo tajante,
ración de la superficie terrestre; en segundo lugar, las que pertenecen a cabría decir: Ante una determinada configuración, la Fisiografía se pregun-
la meteorología y al clima; y, en tercer lugar, los recursos ofreddos por ta: «¿Qué es»; la Topografía: «¿Dónde está?»; la Geografía física: «¿Por
qué está ahí?»; la Geografía política: «¿Cómo actúa ante el hombre en
un país a la actividad humana.
sociedad y cómo reacdona éste ante ella?». La Geología se pregunta:

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210 Antología de textos Halford J. Mackinder 211

«¿Qué enigma del pasado ayuda a resolver?» La fisiografía constituye una pero aislados, puntos de referencia mentales sobre los que situar los nom-
base común para el geógrafo y el geólogo. Las cuatro primeras pregun- bres. La porción política de un trabajo de este tipo no rebasa, incluso en
tas corresponden, al geógrafo. Las preguntas están ordenadas. Cabe pregun- el mejor de los casos, el rango de un buen sistema nemotécnico. Y en
tarse en cualquiera de ellas, pero, en mi opinión, es imposible contestar cuanto a la porción física, todos los manuales coinciden en cometer lo que,
positivamente a una que sea posterior antes de haber contestado a la que le desde mi punto de vista, es un fundamental error. Separan las descripcio-
precede. En este sentido estricto, la geología propiamente dicha es inne- nes del litoral y de la superficie. Esto es fatal para la demostración con
cesaria a la secuencia del ajgumento. la debida perspectiva de la cadena de causas y efectos. Los accidentes de
Daremos dos ejemplos de la inadecuación para los propósitos: geográ- la superficie y del litoral son como los resultados de la interacción de dos
ficos de las geografías físicas presentes (geológicas) aun cuando se con- fuerzas, la variable resistencia de los estratos rocosos y los variables pode-
sideren fisiografías. t res erosivos de atmósfera y mar. Los agentes de erosión, sean superficiales
La primera es la prominencia indebida concedida a temas tales como o marginales, actúan sobre el mismo conjunto de rocas. ¿Por qué tiene que
volcanes y glaciares. Vuestro secretario Mr. Bates ha llamado varias veces haber un cabo Flamborough? ¿Por qué tiene que existir una llanura de
mi atención sobre eso. Es perfectamente natural en libros escritos por geó- Yorkshire? No son sino dos niveles del borde de una misma y única masa
logos. Los volcanes y los glaciares son fenómenos que dejan muchas huellas de estratos de creta.
características tras sí. Por consiguiente, son muy importantes desde un (-)
punto de vista geológico y merecen un estudio especial. Pero el resultado A partir de la consideración del plegamiento de los materiales calcá-
recuerda a un libro sobre biología escrito por un paleontólogo. En él reos y de su carácter abrupto en comparación con las formaciones supra
podemos esperar encontrar una descripción detallada de la concha del ca- e infrayacentes, se pueden demostrar las causas de los dos grandes pro-
racol, por ejemplo, pero, en cambio, y en términos relativos, estará des- montorios, las dos grandes ensenadas y las tres grandes zonas de tierras
cuidada la descripción, mucho más importante, de las partes blandas. altas y abiertas que han determinado la localización, el número y la impor-
Mi segundo ejemplo es un ejemplo práctico que apela a la experiencia tancia de las ciudades principales y de las divisiones del Sureste inglés.
de todos los viajeros atentos. Supongamos que viajamos aguas arriba del Puede prolongarse el mismo proceso de razonamiento al nivel de detalle
Rhin; hay que estar particularmente falto de curiosidad para no hacerse que se requiera. E l tratamiento geográfico de cualquier otra región puede
preguntas como las siguientes: ¿Por qué, tras atravesar muchas millas en ser similar. Lo que es más: en cuanto se dominan las pocas ideas geológicas
tierra llana sobre la que el río describe numerosos meandros a nivel de la simples involucradas en el tema, se puede ya transmitir en unas cuantas
tierra aledaña, llegamos repentinamente a una parte del curso en la que frases un esquema y una concepción precisa del relieve. El esfuerzo reque-
atraviesa una garganta? ¿Por qué al llegar a Bingen, cesa más bruscamente rido para aprender a manejar la primera aplicación del método es proba-
aún la garganta y en su lugar hay un valle que parece un lago rodeado blemente mayor que el que requieren los viejos métodos. Su belleza radica
por filas paralelas de montañas? Ninguna geografía física de las habituales precisamente en el hecho de que cada nuevo hallazgo confiere una incre-
que yo haya consultado responde adecuadamente a preguntas de este tipo. mentada facilidad de adquisición.
Si ustedes desean tener un conocimiento especial sobre el tema, deben saber Resumiendo nuestras conclusiones en lo relativo a la relación entre
que si consultan el Journal of the Geological Society encontrarán un artícu- geología y geografía bajo la forma de las siguientes proposiciones:
lo delicioso al respecto de Sir Andrew Ramsay. Pero esto implica tener
tiempo y oportunidad para poder buscar en la obra original de autoridades, 1. Es esencial conocer la forma de la litosfera.
y aun así lo que se obtiene no es mucho. En efecto, sólo unas cuantas re- 2. Esta forma sólo puede ser recordada con precisión e intensidad si
giones aisladas han sido estudiadas de esta forma. se conocen y comprenden las causas que la han determinado.
Voy a concluir esta parte de mi exposición con un intento construc- 3. Una de estas causas es la dureza relativa de las rocas y su dis-
tivo. Elegiré una región que a todos nos resulta familiar, a fin de que posición.
vuestra atención se concentre más en el método qué en el objeto. Consi- 4. Pero no se debe admitir ningún tipo de dato O razpnamiento geo-
deremos el Sureste de Inglaterra. El método habitual que tiene la geografía lógicos si nó son pertinentes para la argumentación geográfica.
de tratar una región de este tipo consiste en describir desde un punto de Deben ayudar a contestar a la pregunta: «¿Por qué una determi-
vista físico primero la costa y después la superficie. Se enumerarán en nada configuración terrestre está donde está?»
orden los cabos y pequeños golfos de la primera, las colinas y valles de la
segunda. Después se suministrará una lista de las divisiones políticas, y Las dos restantes clases de factores del entorno señaladas por Mr. Bryce
otra posterior de ciudades principales, con los ríos a cuyos bordes se asien- requieren una menor consideración. La distinción entre meteorología y geo-
tan. En algunas ocasiones se añadirán algunos pocos casos, interesantes, grafía ha de ser práctica. Todo lo que en meteorología, y es mucho, se

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212 Antología de textos Halford J . Mackinder 213

refiere a la predicción del tiempo no puede ser reclamado por el geógrafo. quiere. Corresponde al geógrafo facerlo en su lugar. Por otra parte, el
Tan sólo son de su competencia las condiciones climáticas medias o recu- geógrafo debe dirigirse a la historia para tratar de verificar las relaciones
rrentes. Y aun en este caso debe muy a menudo contentarse con adoptar que sugiere. El conjunto de leyes que gobiernan estas relaciones, que habrá
como datos los resultados de la meteorología de la misma manera que ido evolucionando con el tiempo, habría hecho posible escribir mucha
la propia meteorología acepta los de la física. Es un error, especialmente historia «prehistórica». La obra de John Richard Green Making of England
de los alemanes, el incluir tanta meteorología en la geografía. La geografía es en gran parte una deducción a partir de las condiciones geográficas de lo
tiene relaciones con muchas temas, lo que no quiere decir que tenga necesa- que ha debido ser el curso de la historia.
riamente que incorporarlos orgánicamente. Incluso el gran Peschel incluye Me queda por desarrollar lo. que opino sobre el hilo conductor del
en su Physische Erdkunde una discusión del barómetro y una demostración razonamiento geográfico. Lo haré'en dos fases. La primera será de carác-
de las fórmulas que se necesitan en las correcciones barométricas. Digre- ter general, tal como puede encontrarse en un programa de un curso
siones de este tipo son la causa de la tantas veces repetida acusación de universitario, o en el índice al principio de un libro. En la segunda fase
que los geógrafos no son sino simples entrometidos en todas las ciencias. se hará una aplicación específica a la solución de un problema definido
Nosotros afirmamos que la geografía tiene una esfera de trabajo específica. — las razones por las cuales Delhi y Calcuta han sido respectivamente la
Sus datos pueden superponerse a los de las demás ciencias, pero su función vieja y la nueva capital de la India.
consiste en poner de manifiesto ciertas nuevas relaciones entre estos datos. Presuponemos un conocimiento de fisiografía. Empezaríamos entonces
La geografía tiene que tener una ilación continua, y la forma de verificar a partir de la idea de un globo sin relieve, y construiríamos una concep-
si un determinado punto debe ser incluido o no, puede ser ésta: ¿Hace ción de la tierra por analogía con la mecánica. En primer lugar, las leyes
falta para el hilo argumental? Hasta qué punto son permisibles digre- de Newton son demostradas en su simplicidad ideal sobre la hipótesis de
siones respecto al objetivo de demostrar determinados datos es, evidente- absoluta rigidez. Sólo cuando estas ideas estén muy firmemente adquiridas,
mente, una cuestión práctica. Como regla se puede sugerir que deben ser se introducirán las tendencias de-acción contrapuestas de elasticidad y
evitadas si corresponde a otra ciencia el demostrarlas. fricción. Así abordaríamos el estudio de la geografía. Imagínese nuestro
La última categoría de Mr. Bryce se refiere a los productos de una globo en una condición sin relieve, esto es, compuesto por tres esferoides
región. La distribución de minerales es, como es obvio, incidental a la concéntricos — atmósfera, hidrosfera y litosfera— . Dos grandes fuerzas
estructura litológica, y sólo es necesario referirse a ella para insistir en lo universales estarían en acción — la energía solar y la rotación de la Tierra
que ha sido remachado previamente. Por lo que se refiere a la distribución sobre su eje— . Como es obvio, el sistema de vientos alisios tendría un
de animales y plantas, debemos aplicar la verificación a la que nos hemos movimiento oscilatorio no obstaculizado. Se introduce después el tercer
referido en el último párrafo: ¿Hasta qué punto se necesita para el hilo conjunto de fuerzas planetarias — la inclinación del eje de la Tierra sobre
conductor de la argumentación geográfica? La distribución de animales el plano de su órbita y la revolución de la Tierra en torno al Sol— . El
y plantas es muy pertinente si estos animales y plantas constituyen un resultado sería un desplazamiento anual de trópico a trópico de la zona
factor de primera importancia en el medio humano. También es oportuna de calmas que separa los alisios. La cuarta y última de las causas que
cuando la distribución suministra la evidencia de cambios geográficos, hemos denominado planetarias sería la variación secular en la elipticidad
como, por ejemplo, la separación de las islas del continente o una retirada de la órbita terrestre y en la oblicuidad de su eje. Lo que produciría varia-
de la línea de nieves. Pero no tiene sentido como parte de la geografía ciones similares en el desplazamiento anual y en la intensidad del sistema
el estudio en detalle y como ayuda para comprender la evolución de sus de los alisios.
especies de la distribución de animales y plantas. Esto es una parte de la Hasta ahora hemos evitado las variaciones longitudinales. Dada la lati-
zoología y de la botánica, para cuyo análisis adecuado se requiere un estu- tud, la altitud, la estación del año, tanto el año en un período secular
dio geográfico previo. como las condiciones climáticas son deducibles de muy pocos datos. Aban-
La realidad es que los límites de todas las ciencias deben, por natura- donemos ahora nuestra primera hipótesis. Concibamos ahora a la Tierra
leza, ser compromisos. El conocimiento, como ya hemos dicho, es único. tal como es, tal como está calentada, tal como se enfría, tal como se con-
Su división en temas es una concesión a las limitaciones humanas. Como trae, tal como está plegada. Estaba caliente, se está enfriando; por tanto,
último ejemplo de ello, nos referiremos a la relación de la geografía con se está contrayendo y su corteza más superficial está, en consecuencia,
la historia. En sus niveles elementales, deben, como es obvio, ir de la mano. plegándose. La litosfera ya no es concéntrica con la atmósfera y con la
En los niveles más elevados divergen. El historiador se ocupa plenamente hidrosfera. El lecho del océano se accidenta con dorsales y fosas. Las
de la crítica y estudio comparativo de documentos originales. No tiene ni dorsales se proyectan hacia la hidrosfera y, a través de la hidrosfera, hacia
tiempo, ni probablemente la conformación mental necesaria para considerar la atmósfera. Actúan como obstáculos en el curso de los alisios. Pueden'
la ciencia por sí misma a fin de seleccionar los hechos y las ideas que re- ser comparadas a piedras en el lecho de una torrentera con las que tro-

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( ( 1
214 Antología de textos Halford J . Mackinder 215

pieza la corriente y es desviada: o bien pasa por encima o se bifurca para pequeña es el área, mayor tiende a ser el número de condiciones de unifor-
sobrepasar el obstáculo. ( ...) . midad o casi uniformidad sobre, ella. Tenemos, por tanto, medios de
La acción de «elevación por encima» es visible en el caso de los vientos diferentes órdenes, cuya extensión y comprehensión, utilizando una frase
que alcanzan cadenas montañosas y, como consecuencia, riegan vertientes. procedente de la lógica, varían en relación inversa. Lo mismo ocurre con
Pero, además de las causas mecánicas de variación, existen causas térmi- las comunidades. «Una comunidad» es un grupo de hombres que tienen
cas, debidas en su mayoría a las diferencias específicas de temperatura entre ciertas características en común. Cuanto más pequeña es la comunidad,
la tierra y el agua — comg en el caso de los monzones— . La disposición mayor tiende a ser el número de características comunes. Las comuni-
de las grandes montañas tiene un significado especial. Allí donde’ los con- dades son de diferentes órdenes — razas, naciones, provincias y ciudades— ,
tinentes se extienden de este a oeste en lugar de tres grandes bandas a utilizando las dos últimas expresiones en el sentido de grupos corporativos
través del ecuador, el clima estará casi totalmente determinado por la de hombres. Con el uso de estos dos conceptos se puede dar cierta pre-
latitud. cisión a discusiones tales cornos los efectos de exponer dos comunidades a
De esta forma progresamos firmemente en el análisis de la superficie un mismo medio, y una comunidad a dos medios. Por ejemplo, una dis-
terrestre. Si se concibe a la Tierra como si no tuviera relieve, se pueden cusión de este tipo: ¿Cómo ha resultado diversificada la raza inglesa por
ver los poderes motores de la circulación del aire y del agua. Si se reem- las condiciones geográficas de tres medios, británico, americano y aus-
plaza esta concepción por la de una Tierra plegada, se puede entonces traliano?
comprender cómo las corrientes iniciales simples son diferenciadas, por Las cuestiones políticas dependerán en todos los casos de los resultados
obstrucción mecánica e irregularidad térmica, en corrientes de complejidad del estudio físico. Se necesitan ciertas condiciones de clima y de suelo para
infinita pero, sin embargo, ordenadas. la densificación de la población. Una cierta densidad de población parece
Pero tenemos que avanzar un paso más. La forma de la litosfera no a su vez necesaria para el desarrollo de la civilización. A la luz de estos
es fija. La contracción todavía está progresando. Viejos plegamientos se principios, pueden ser discutidos problemas tales como los contrastes entre
están reactivando y otros nuevos se están iniciando. Tal como empiezan a las antiguas civilizaciones de las altas tierras del Nuevo Mundo, Perú y
levantarse se inicia su destrucción. Las corrientes trabajan siempre para Méjico, y las antiguas civilizaciones de las bajas tierras del Viejo Mundo,
remover los obstáculos que obstruyen su curso. Tratan de alcanzar la sim- Egipto y Babilonia. Una vez más, los materiales comparativamente no dis-
plicidad ideal de la circulación. De esta manera las formas de la superficie locados permiten habitualmente el desarrollo de amplias llanuras, y las
terrestre están continuamente cambiando. Su configuración precisa está amplias llanuras parecen especialmente favorables al desarrollo de razas
determinada por su historia pasada tanto como por sus condiciones pre- homogéneas, como rusos y chinos. Una vez más también, la distribución
sentes. Los cambios recientes son objeto de uno de los más fascinantes de recursos animales, vegetales y minerales ha tenido mucho que ver con
capítulos de la geografía. Se construyen las llanuras por acumulación de- la determinación de las características locales de civilización. Obsérvese
trítica. Las. islas nacen de los continentes. Existe evidencia de ello a partir a este respecto las series presentadas por el Viejo Mundo, el Nuevo Mundo
de un centenar de fuentes: desde las rutas de migración de las aves, a la y Australia en lo que se refiere a salud comparada en cereales y animales
distribución de los animales o las profundidades de los mares vecinos. de carga.
Cada capítulo sucesivo prolonga el anterior. No se rompe la secuencia Uno de los capítulos más interesantes se refiere a la reacción del hombre
del razonamiento. De la posición de los obstáculos y el curso de los vientos ante la naturaleza. El hombre modifica el medio, y la acción de este medio
se puede deducir la distribución de la lluvia. A la forma y distribución sobre su descendencia resulta, por tanto, modificada. La importancia rela-
de las vertientes montañosas y a la distribución de las precipitaciones tiva de las configuraciones físicas varía de una época a otra de acuerdo con
sigue la explicación del sistema de drenaje. La distribución de los suelos el nivel de conocimiento y de civilización material. El adelanto en la ilu-
depende en gran parte de la estructura de los materiales, y a partir de la minación artificial ha hecho posible la existencia de una gran comunidad
consideración del suelo y del clima se obtiene la división del mundo en en San Petersburgo. El descubrimiento de la ruta del Cabo hacia la India
regiones naturales basadas en la vegetación. No me estoy refiriendo aquí y del Nuevo Mundo determinó la decadencia de Venecia. La invención de
a la distribución de las especies botánicas, sino a la de los tipos genéricos la máquina de vapor y del telégrafo eléctrico ha hecho posible el gran
de lo que cabe llamar el revestimiento vegetal de la Tierra — los desiertos tamaño de los Estados modernos. Se pueden multiplicar ejemplos al res-
polares y tropicales, los bosques de las zonas templadas y tropicales, y las pecto. Pueden también ser clasificados en categorías, pero nuestro propó-
regiones que pueden ser reunidas bajo la denominación de llanuras her- sito actual no pasa de indicar las posibilidades del tema. Una cosa, no
báceas. obstante, debe de ser tenida en cuenta. E l curso de la historia en un
Pasando ahora a la segunda etapa del estudio, convendrá utilizar determinado momento, sea en política, sociedad o cualquier otra esfera
dos términos técnicos. «Un medio» es una región natural. Cuanto más de la actividad humana, es producto no sólo del medio, sino también de la

I
( (
216 Antología de textos Élisée Reclus *
velocidad adquirida en el pasado. Debe reconocerse que el hombre es en ' EL HOMBRE Y LA TIERRA **
gran parte producto del hábito. E l inglés, por ejemplo, es capaz de soportar
buen número de anomalías hasta que adquieren peligrosidad con cierto
grado de virulencia. La influencia de esta tendencia debe siempre tenerse i
presente en geografía. En la situación actual, Milford Haven ofrece mu-
chas más ventajas físicas que Liverpool para el comercio americano; es,-
sin embargo, improbable que, en un futuro inmediato al menos, Liverpool
vaya a dejar paso a Milford Haven. Es un caso de vis inertiae. ■
(...)
Completamos así nuestro estudio sobre los ¿nétodos y el objeto de la
geografía. Creo que con líneas como las que he esbozado, puede elaborarse
una geografía que satisfaga tanto los requerimientos prácticos del hombre
de Estado y del comerciante como los requerimientos teóricos del historia-
dor y del científico y los requerimientos intelectuales del profesor. Su
amplitud y complejidad inherentes deben de ser invocadas como su mérito |
principal. Al mismo tiempo, tenemos que reconocer que éstas son también
las cualidades que convierten a la geografía en «sospechosa» en una época
de especialistas. Sería como una protesta permanente contra la desintegra-
ción de la cultura a la que estamos expuestos. En tiempos de nuestros
padres, los clásicos de la antigüedad eran los elementos comunes de la Prefacio
cultura de todos los hombres, un lugar de encuentro para los especialistas.
El mundo está cambiando, y parece como si los clásicos se estuvieran con- Hace algunos años, después de haber escrito las últimas líneas de una
virtiendo también en una especialidad. Tanto si lamentamos el giro que larga obra, la Nouvelle Géographie Universellej expresaba el deseo de poder
están tomando las cosas como si nos alegramos de él, es igualmente nuestro estudiar un día al Hombre en la sucesión de las edades, de la misma forma
deber encontrar un sustituto. A mi modo de ver, la geografía combina al- que lo había observado en las distintas regiones del globo, y establecer las
gunas de las calidades requeridas. Para el hombre práctico, tanto si trata conclusiones sociológicas a las que había llegado. Trazaba el plan de un
de obtener una posición en el Estado como de acumular una fortuna, puede nuevo libro en el que se expondrían las condiciones del terreno, del clima,
constituir una fuente insustituible de información; para el estudiante, re- de todo el ambiente en el que se han producido los acontecimientos de
sulta una base estimuladora desde la que dirigirse hacia un centenar de la historia, en el que se mostraría el acuerdo de los Hombres y de la
líneas de investigación; para el profesor puede constituir un instrumento Tierra, en el que se explicarían las actuaciones de los pueblos, de causa a
para el desarrollo de los poderes del intelecto, excepto sin duda para toda efecto, por su armonía con la evolución del planeta. Este libro es el que
esa vieja clase de maestros que mide el valor disciplinar de un tema por presento ahora al lector.
la repugnancia que inspira al alumno. Todo esto lo decimos en la asunción Desde luego, sabía por adelantado que ninguna investigación me haría
de la unidad del tema. La alternativa es dividir lo científico de lo práctico. descubrir esa ley de un progreso humano cuyo atractivo espejismo se agita
El resultado de adoptar esta decisión constituiría la ruina de ambos. Lo continuamente en nuestro horizonte, y que nos huye y se disipa para
práctico sería rechazado por el profesor y hallado indigesto en la vida .
posterior. Lo científico sería descuidado por muchas personas en virtud
de que carece de elemento de utilidad para la vida cotidiana. El hombre * Elisée Reclus (1830-1905). Además del que corresponde al texto traducido en
de mundo y el estudiante, el científico y el historiador perderían su pla- este libro, entre sus trabajos principales se encuentran:
Reclus, E. (1868-1869): La Terre. Description des phénoménes de la vie du globe,
taforma común. El mundo sería más pobre.
París, Hachette, 2 vols.
Reclus, E. (1876-1894): Nouvelle Géographie Universelle. La Terre et les hommes,
París, Typographie Lahure, 19 vols.
Reclus, E. (1897): Evolución, revolución y anarquismo. Traducción de A. López Ro-
drigo, Buenos Aires, Proyección, 1969.
* * Reclus, E . (1905-1908): L’Homme et la Terre, París, Libraire Universelle, 6 to-
mos; «Préface», t. I, pp. I-IV ; «Histoire Contemporaine. I I . Répartition des Hom-
mes», t. V , pp. 335-376! Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar.
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