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16/01/2020 = 1+ 6 = 7 +1 +4 = 12= 1+2= 3

Para B,
quien sin saber me ha desBordado

A veces pienso en la magia de los números. En su verdadero sentido, el que claramente no es


azaroso, tienen un qué, una lógica que va más allá de la mera combinatoria. Un sencillo día,
que encierra una fecha en particular, puede cargarse de un significado, de un aura que lo hace
distinto al resto de los otros días. Frente a esta interrogante me cuestiono si aquella diferencia
está dada por la combinación perfecta que produce la suma del día, el mes y el año o si tal vez
hay algo más detrás de todo esto.

Dicha suma, quizás lleva a acontecimientos que debían ocurrir en esa fecha y no en otra,
situaciones y personas que solo cobran sentido en esta mística numérica, cual danza entre
números primos y los que no lo son. Hay noches en qué pienso si seremos números primos o
compuestos. Aún no tengo la respuesta. El mayor temor que siento es que fuésemos números
primos que están condenados a la imposibilidad final del encuentro. Sería aquello una
realidad demoledora dentro de la amalgama de realidades en las que pienso. Realidades todas
en las que por arte de magia terminamos convergiendo en una misma órbita constante ad
infinitum.

Un día 16 (que en su combinatoria da 7 1) de enero se convirtió en el día en que por fin se


acababa la espera constante, aquella que se volvía eterna, que a ratos en mi mente se
dibujaba como la espera de Godot. Cuando ya me había hecho la idea del encuentro imposible,
la esperanza (aquella que fue lo único que quedó atrapado en la caja de Pandora), la que tal
vez nunca había perdido totalmente, afloró.

Un aviso improvisado, que me llevó aceleradamente a buscar en el armario aquel vestido que
aún no había usado, a tomar mis zapatos favoritos (estilo años 50), sin pensar lo dolorosos que
a veces pueden ser si caminas mucho con ellos. Pero aun así mis predilectos, a lo que sumé un
sombrero a tono para cubrir la sensibilidad que posee mi rostro ante los efectos de los rayos
UV. Ahora que miro esta escena desde la distancia y puedo tener la capacidad de
extrañamiento. Me veo actuando casi como una nena de quince años, con esa ansiedad pueril
del primer encuentro, con una emoción que hasta hoy no podría describir, pero que recuerdo
vivamente, cargada por ese cosquilleo incesante por la espalda y la piel poniéndoseme de
gallina.

Mi extraña ansiedad se acompañaba a ratos por mi torpeza, ambas intentando boicotearme


como siempre. A pesar de que ya no era un simple jueves, igual estaba absorbida por el
automatismo característico que poseo. Qué día, haciendo trámites para otros, mientras lo
único que deseaba era acabar rápido con esa burocracia de cambio de dinero y envíos varios.

1
Netsah según la Cábala, el número mágico por excelencia, siete son los días de la semana, en la
astronomía de los antiguos existían siete planetas, siete colores posee en arcoíris, siete notas son las
que constituyen la armonía de las musiquilla de las esferas, siete son los principios herméticos, siete
cuernos y siete ojos tiene el cordero de Apocalipsis en 5:6 y una cantidad mucho mayor de conexiones.
Mi mente ni siquiera estaba ahí, divagaba imaginando cómo sería verle. Como siempre mi
torpeza boicotea mi actuar, en el papeleo de envío de dinero se equivocaron en los datos,
dándome cuenta demasiado tarde. El tiempo me apremiaba. No quería perder ni un minuto
más, pensaba en mi tonta manía de la puntualidad, pues habíamos quedado a las tres.

14:35 corriendo rumbo al metro U de Chile, cruzando Bandera por tercera vez. Mis zapatos se
volvían molestos, se convertían en un estorbo, porque enlentecían mis pasos. La molestia que
podían ocasionar se borraba de mi mente. Solo pensaba en llegar pronto al metro y en la
estación en la que debía bajar: Pedro de Valdivia.

Tomé al fin el metro, se hacían interminables las estaciones, hasta que las puertas se abrieron.
Bajé del metro, me dirigí a la salida hacia Nueva Providencia y caminé por dicha avenida con un
nerviosismo que supe disimular hasta llegar a mi destino: una mesa, solitario, mirada profunda
escondida bajo unas gafas, un cabello negro rizado, que de solo verlo sentí ganas de que mis
dedos lo recorrieran. Ganas que aún siento y en momentos como este rememoró la sensación
de haberlos recorrido con mis dedos. Un instante, pero que no se borra y que me perturba al
anhelar volver a él.

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