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2.

El antimodelo de mujer:
las rojas
Mélanie Ibáñez Domingo y Javier Esteve Martí

2.1. El modelo de mujer franquista

La Segunda República y posteriormente la Guerra Civil implicaron cambios


significativos en la vida de las mujeres: el derecho a voto, avances contra la desigual-
dad jurídica, educativa y laboral o visibilidad en el espacio público. Avances que,
no obstante, fueron en ambos contextos acompañados de límites, de continuidades,
relacionados especialmente con la permanencia en el terreno de las mentalidades
de los modelos de género tradicionales. Fueron suficientes para que una parte de
la sociedad española los considerara como una amenaza y una degradación de las
costumbres.

La Guerra Civil y las mujeres

Fig. 2.1. Revista Umbral, 24 de julio de 1937 [bne]

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Mélanie Ibáñez Domingo y Javier Esteve Martí

Durante la Guerra Civil, en las zonas republicanas las mujeres se movilizaron


masivamente, fueron visibles en el espacio público y su labor fue reconocida.
Sin embargo, pervivieron también los discursos tradicionales sobre la femini-
dad y el papel que debían desempeñar.
 «A pesar de las duras condiciones, muchas mujeres vivieron la Guerra Civil
como una experiencia emocionante que les permitiría desarrollar su potencial
hasta un punto que la sociedad española nunca les había consentido con an-
terioridad. La nueva participación de las mujeres en tareas masculinas como la
guerra de trincheras, los servicios comunitarios y la asistencia social, el trabajo
en las fábricas o en los transportes, fue para muchas una experiencia liberado-
ra» (M. Nash: Rojas: las mujeres republicanas en la guerra civil, Madrid, Taurus,
1999, p. 181).

La sublevación militar y la dictadura franquista se caracterizaron por su volun-


tad de reprobar y contrarrestar dichos avances. Igualmente, por castigar a aquellas
mujeres que más activamente habían participado de ellos, desafiando el que se con-
sideraba que era su papel como mujer y ama de casa. Por ello, entender las caracte-
rísticas de este modelo de mujer y las políticas mediante las cuales la dictadura trató
de imponerlo nos ayudará a comprender las particularidades de la represión sobre
las mujeres vencidas.
La dictadura franquista no inventó nada nuevo en lo que se refiere al modelo
de mujer que pretendió imponer. La familia patriarcal y el modelo tradicional cató-
lico de esposa y madre no eran ajenos a la sociedad española; al contrario, estaban
largamente establecidos y arraigados y los cambios apenas habían supuesto modifi-
caciones importantes en las mentalidades. Las características propias de las mujeres,
entendidas como biológicas y naturales, se repitieron incansablemente: eran por
naturaleza piadosas, devotas, modestas, sumisas, irracionales, tendentes a la afecti-
vidad… Por ello, su espacio era el hogar, al cuidado de la casa y los hijos.
Las novedades tuvieron más que ver con el empeño de que este modelo fuera
el único y evitar las desviaciones por medio de la intervención política. La dictadura
aprobó numerosas leyes para garantizar el cumplimiento del papel asignado a las
mujeres, haciendo especialmente hincapié en la educación, el trabajo, la moral y las
buenas costumbres. En estas leyes, la dinámica fue premiar y proteger la institución
familiar, mientras se evitaba la independencia de las mujeres como individuos. A
estas se sumaron otra multitud de normas y la constante vigilancia y control de
instituciones como la Iglesia católica y la Sección Femenina.

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El antimodelo de mujer: las rojas

El significado de la dictadura franquista para las mujeres

 «Los modelos socioculturales que se iban a convertir en normativos para el


régimen franquista significarían la radicalización hasta extremos esperpénticos
de unas relaciones de género fuertemente patriarcales y del modelo tradicio-
nal de mujer doméstica, así como el retorno radical de las mujeres a la esfera
privada» (A. Aguado y M. D. Ramos: La modernización de España (1917-1939):
cultura y vida cotidiana, Madrid, Síntesis, 2002, p. 277).
 «La redefinición en clave maternal y “doméstica” de la mujer, acompañada
por una sublimación de sus funciones, es pieza fundamental de la construcción
de un Nuevo Estado “necesariamente católico” en una España “nacional” y “fas-
cista”» (G. Di Febo: «La cuna, la cruz y la bandera. Primer franquismo y modelos
de género», en I. Morant (dir.): Historia de las mujeres en España y América Latina.
Del siglo xx a los umbrales del xxi, Madrid, Cátedra, 2006, p. 220).

La dictadura franquista devolvió a las mujeres, sobre todo a las casadas, a la


condición de eternas menores de edad a nivel jurídico: necesitaban de la licencia de
su marido para comparecer en un juicio, vender bienes y propiedades, aceptar he-
rencias, ejercer el comercio, abrir una cuenta bancaria, etc. La diferenciación sexual
y la orientación hacia lo doméstico comenzaban desde que eran niñas. Por ley, niños
y niñas debían educarse en espacios no mixtos y recibir una enseñanza diferenciada.
Igualmente, se buscó apartarlas del mercado de trabajo para que se dedicaran ínte-
gramente a la familia, imposibilitando su independencia económica y colocando en
una situación de vulnerabilidad y desprotección a aquellas que continuaron traba-
jando porque querían o debían hacerlo por necesidad.

Ejemplos de legislación laboral franquista sobre el trabajo de las mujeres

Fuero del Trabajo, 1938. Recoge la famosa expresión: «Se liberará a la mujer
casada del taller y la fábrica».
Ley de Subsidios Familiares, 1938. Su objetivo era: «elevar y fortalecer la familia
y se otorga para que, aunque la prole sea numerosa, no se rompa el equilibrio
económico del hogar de forma que obligue a la madre a buscar en la fábrica
o taller un salario con que cubrir la insuficiencia del conseguido por el padre,
apartándola de su función suprema que es la de preparar a sus hijos».
Orden sobre el Trabajo de la Mujer y del Niño, 1938. En su preámbulo se afirma:
«la tendencia del Nuevo Estado es que la mujer dedique su atención al hogar
y se separe de los puestos de trabajo». Entre otras medidas propuestas, se
encuentra la prohibición «del empleo de la mujer casada, a partir de un deter-
minado ingreso que perciba su marido».

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Ley de Reglamentaciones, 1942. Establecía la obligatoriedad de abandonar el


puesto de trabajo al contraer matrimonio.
Ley de Contratos de Trabajo, 1944. Según esta, las mujeres casadas necesitaban
la autorización del marido para volver a trabajar. Se contemplaba también la
posibilidad de que no cobrasen directamente el salario.
Plus de Cargas Familiares, 1945. Son los conocidos como «puntos». Los cobra-
ban los hombres casados, las mujeres no, según el número de hijos.

Por otro lado, la dictadura intervino también en los ámbitos de la afectividad


o la sexualidad. Ya durante la Guerra Civil, los sublevados derogaron las leyes del
matrimonio civil y del divorcio. Posteriormente, se aprobaron leyes en cuestiones
como el adulterio en las que se condenaba con mayor dureza a las mujeres, y que
fueron aplicadas además por los jueces con notoria misoginia. Además de las leyes,
se dictaron multitud de normas que regularon, entre otros, los bailes, las playas o la
ropa adecuada.

La persecución del adulterio

En 1942, la dictadura franquista


restableció el delito de adulterio
en el Código Penal. Según esta
ley, el adulterio era considerado
un «atentado grave contra la fa-
milia». Por ello, se debía luchar
contra este «manifiesto agravio a
la indisolubilidad del matrimonio
consagrado por la moral cristia-
na». Las penas eran distintas para
hombres y mujeres. Las adúlte-
ras eran castigadas con prisión.
También los adúlteros, pero en
su caso no siempre: solo cuando
«tuviere manceba dentro de la
casa conyugal, o notoriamente
fuera de ella». La amante sería
castigada con la misma pena o
con el destierro.
Fig. 2.2. Cartel del documental La madre
que los parió (2008), de Inmacula-
da Jiménez Neira

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ACTIVIDADES
1. Observa el cartel del documental La madre que los parió: ¿por qué crees
que aparece arrancada la cara de una mujer en la fotografía?
2. Os proponemos un visionado del documental (disponible en línea:
<https://vimeo.com/26161110>) y la realización de un debate posterior so-
bre cómo afectó la ley del adulterio a la relación y percepción de los hijos
hacia sus madres.

Junto con las leyes, las prohibiciones y las normas, la dictadura trató de difun-
dir el modelo de mujer tradicional católico a través de la educación y los medios
de comunicación. Unos canales de socialización que controlaba férreamente, sin
dejar apenas espacio para las voces críticas o alternativas. Como se ha señalado, en
el sistema educativo formal se recuperó la segregación entre niños y niñas, después
de que la República hubiese apostado por las aulas mixtas. Además, las niñas ten-
drían maestras y recibirían unos contenidos específicamente dirigidos para ellas.
Para convertirlas en madres y esposas «ejemplares». En la educación femenina tuvo
una notable influencia la Sección Femenina, la organización de masas de la Falange
creada con el objetivo específico de socializar a las niñas y mujeres españolas en el
modelo de feminidad conservador y los valores políticos de la dictadura.

Fig. 2.3. Formación Político-Social. Primer curso de Bachillerato, Madrid, Sección Femenina
de fet y de las jons, 1962, pp. 7-8

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ACTIVIDADES
1. Describe la escena representada.
2. ¿Qué modelo de madre y qué modelo de padre transmite este libro de
texto?

En la educación formal, las mujeres de la Sección Femenina tuvieron el con-


trol de asignaturas como «Formación del Espíritu Nacional» o «Formación Polí-
tico-Social», «Economía Doméstica»
y «Educación Física». Asimismo, esta
organización interfirió en las vidas de
las españolas con la oferta de activi-
dades de tiempo libre en sus locales
o en el medio rural, mediante excur-
siones y campamentos. Igualmente,
se encargó de la organización del
«Servicio Social de la Mujer», el equi-
valente femenino al servicio militar,
implantado en España siguiendo el
modelo fascista. Este incluía activida-
des teóricas y prácticas encaminadas Fig. 2.4. Años 40. Mujeres de la Sección Femenina y hombres fa-
langistas en un acto contra la mortalidad infantil en la
a legitimar la dictadura y difundir el provincia de Valencia (Archivo del Reino de Valencia
modelo de feminidad oficial. [arv], Fondo Sección Femenina [sf ], caja 51)

ACTIVIDADES
1. Describe la escena de la fotografía sobre el acto oficial contra la morta-
lidad infantil. ¿Qué roles juegan hombres y mujeres en dicho acto? ¿Qué
diferencias encuentras entre ellos? ¿Qué otras cosas te llaman la atención?
2. La confección de canastillas
para bebés solía ser una de las
actividades obligatorias inclui-
das en el Servicio Social de la
Mujer. ¿Por qué crees que se
elegía esta actividad?
3. ¿Habías oído hablar alguna
vez del Servicio Social de la
Mujer? Preguntad a las mujeres
más mayores de vuestra familia
si lo realizaron y haced una
puesta en común posterior en
el aula. Fig. 2.5. Canastillas para bebés, Sección Feme-
nina de Requena ([arv-sf ], caja 51)

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El antimodelo de mujer: las rojas

Finalmente, la prensa diaria, con secciones específicas dirigidas a las mujeres,


y las revistas femeninas, también contribuyeron enormemente a intentar difundir
ese modelo de feminidad. El discurso franquista hacia las mujeres, sin embargo, no
tenía en cuenta la diversidad de situaciones económicas que se daban en España.
Las revistas hablaban del comportamiento en lugares como el cine o de cómo ves-
tirse a la moda y maquillarse con recato, sin tener en cuenta que muchas mujeres
no podían aspirar a este mundo de ocio. Las necesidades económicas de ellas y sus
familias les impedían comprar vestidos o disfrutar de tiempo libre. Igualmente, y
por el mismo motivo, estaban obligadas a salir de sus hogares para garantizar su
sustento y el de los suyos.

La construcción de la feminidad a través de la prensa

 «La vida de toda mujer –a pesar de cuanto ella quiera simular o disimular–, no
es más que un continuo deseo de encontrar a quien someterse. La dependencia
voluntaria, la ofrenda de todos los minutos, de todos los deseos e ilusiones es lo
más hermoso, porque es la absorción de todos los malos gérmenes –vanidad,
egoísmo, frivolidad– por el amor». Revista Medina, «Consúltame», 13 de agosto
de 1944.
 «Amamos a la mujer que nos espera pasiva, dulce, detrás de una cortina, jun-
to a sus labores y sus rezos. Tememos instintivamente su actividad, sea del tipo
que sea». Editorial de Revista Medina, 20 de marzo de 1941.
 «Sólo es mujer perfecta la que sabe formarse para ser madre. Si en el agra-
dable camino de una vida fácil, la mujer no sabe prepararse más que para el
amable triunfo de salón, pobre será su victoria... El gozo de ser madre por el
dolor y el sacrificio es tarea inexcusablemente femenina». José Juanes, Medina,
6 de diciembre de 1942.
 «Me parece, naturalmente, un disparate que tengas novio a los quince años,
y que éste sea el sucesor de otros dos y de unos cuantos “flirts”. ¿Qué piensas
dejar para cuando te pongas de largo?» Letras, «Consultorio sentimental», junio
de 1950.

2.2. ¿Quiénes y cómo son las rojas? La construcción del antimodelo

La definición de «rojo/a» por la Real Academia Española de la Lengua

Rojo, roja
5. adj. Izquierdista, especialmente comunista. U. m. c. s.
6. adj. En la guerra civil española de 1936-1939, republicano. Apl. a pers., u. t. c. s.
Diccionario de la Real Academia de la Lengua, online.

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Entre los significados de la palabra rojo/a en el diccionario se encuentran dos


acepciones que hacen alusión a las tendencias ideológicas de las personas. No es
casual. Igualmente, pese a lo aparentemente neutro de las definiciones, puede apun-
tarse que hay algo más allá. Un encasillamiento, una construcción de la que la pro-
pia Real Academia de la Lengua participa. Durante la Guerra Civil, los hombres y
mujeres del bando republicano van siendo englobados y conocidos bajo el común
«republicanos/republicanas», al margen de su grado de militancia y de su filiación
política concreta. Sin embargo, en un contexto bélico de polarización política, de
ensalzamiento de la comunista Unión Soviética y de sustitución del discurso de la
República por el del antifascismo, irán imponiéndose los términos rojos/rojas.
Por tanto, como en otros tantos casos, la palabra no fue un invento de la dic-
tadura franquista. El término ya existía, pero se le dieron nuevos matices y signifi-
cados para legitimar el golpe de estado y la represión. En el particular proceso de
construcción de la «memoria histórica franquista» al que nos hemos referido en el
primer capítulo, un elemento clave fue la construcción y transmisión de un deter-
minado estereotipo estigmatizador y criminalizador de aquellos a los que se estaba
represaliando. El término rojos fue utilizado incansablemente con una intención
punitiva, dibujando o proyectando una imagen más o menos concreta de aquellos
que habían creído o defendido la legalidad republicana, la revolución o se habían
opuesto a las pretensiones de los golpistas.
Cuando rojos se refiere a los hombres o engloba a todos y todas implicaba la
satanización de los perdedores de la Guerra Civil y sus actos. Se subraya la idea de
una actuación descontrolada y violenta, característica de quienes tienen una ideo-
logía revolucionaria. Sin embargo, cuando la palabra cambia al género gramatical
femenino se añade y/o se sobredimensiona un matiz específico: tener una moralidad
susceptible de ser censurada social y judicialmente. Se emite un juicio de valor. Se
dibuja un estereotipo que va más allá de representar a las vencidas. Son un retrato en
negativo: el antimodelo, las malas mujeres, las no mujeres. Las «rojas» tenían todos
los rasgos que una mujer no debía tener según el modelo de mujer ideal franquista.

Brutalizar al enemigo y a la enemiga

 «Las mujeres que desfilaban del brazo por la calle apoyando los actos revolu-
cionarios eran consideradas la hez de la sociedad, pura “escoria”, “mujerzuelas”
que hacían gala de su “lujuria desenfrenada”, y producían una profunda inquie-
tud a cuantos creían en el mantenimiento del orden social existente. Pensaban
que odiaban su propio sexo, pues iban más allá de lo que era natural en él»
(M. Richards: Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la
España de Franco, 1939-1945, Barcelona, Crítica, 1999, p. 58).

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El antimodelo de mujer: las rojas

Fig. 2.6. Revista Y, 1-12-1939, p. 34 (bne)

ACTIVIDADES
1. Analiza la descripción de las imágenes que se realiza en los pies de foto:
¿Qué imagen quieren que te hagas de lo que aparece reflejado? ¿Qué ima-
gen buscan reflejar en el caso de hombres y mujeres? ¿Es la misma?
2. ¿Puedes describir las fotografías sin verte influenciado por sus pies de
foto?

La palabra rojas en la boca y la pluma de los represores tiene un significado a la


vez vago y concreto. Vago en cuanto a quiénes pueden englobarse bajo esta denomi-
nación. Concreto en cuanto a cómo puede definirse a estas mujeres, cuáles son sus
características. En el mismo saco de «rojas» se mete a un heterogéneo grupo de mu-
jeres a las que se les encuentra un nexo común: su vinculación de una u otra forma
con el bando derrotado en la Guerra Civil. Pueden ser mujeres con una militancia
activa, que ocuparon cargos de mayor o menor relevancia en partidos políticos,
ayuntamientos, colectivizaciones, organizaciones femeninas, de ayuda humanitaria
o un largo etcétera. Pueden ser simples votantes o afiliadas. Pueden tener un bajo o
bajísimo perfil sociopolítico, no militar en ninguna organización concreta, pero que
se les sepa o presuponga unas determinadas ideas en el vecindario o en el pueblo.

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Pueden ser esposas, novias, madres, hijas, hermanas de hombres considerados de


izquierdas. Pueden ser, todas las anteriores u otras, mujeres a las que se les quiere
degradar e insultar y por eso se les llama así.

Las milicianas

El estereotipo por excelencia de las «rojas», el punto máximo que se podía al-
canzar de depravación, era la «miliciana». No solo invadieron el espacio público
participando del mundo de la política, sino que además lo hicieron con una
estética masculina: llevaban pantalones, el «mono», pistola… Además, fueron
más allá de salir a las calles. Marcharon voluntarias a distintos frentes a luchar
por la República. La denostación de esta figura comenzó ya durante la Guerra
Civil dentro del propio bando republicano y alcanzó su grado máximo con la
dictadura.
 «Esta identificación se ejemplarizó en la miliciana, estereotipo por excelencia
de roja y, por tanto, de mujer licenciosa que atenta contra la moral y que se
despega especialmente del modelo de mujer, madre y esposa, “ángel del ho-
gar”, que el Nuevo Estado aspiraba a imponer» (A. Egido: «Mujeres y rojas: la
condición femenina como fundamento del sistema represor», Studia Histórica,
vol. 29, 19-34, 2011, p. 29).

Un bonito número de mujeres aguerridas y


armadas. Todo esto sería grotesco si, al
mismo tiempo, no hubiera sido horrendamente
trágico. Cuando miles y miles de españoles
pasaban las Navidades en las mazmorras o
pendientes de su asesinato, ¿qué podían
espesarse del corazón seco de estas mujeres
tan lejos de las virtudes de su sexo?

¡Qué cinismo y qué alegría sórdida se reflejan


en los ojos en esta miliciana! ¿Cómo hablarla
de las puras emociones de la Navidad, de las
canciones cerca del Nacimiento, del musgo,
de las figurillas de barro, de la reunión
familiar...?

Fig. 2.7. Revista Y, 1-12-1939, p. 35 (bne)

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El antimodelo de mujer: las rojas

ACTIVIDADES
1. ¿Por qué crees que se indica que estas mujeres están «tan lejos de las
virtudes de su sexo»?
2. ¿Qué te parece el vocabulario empleado para describir las imágenes?
¿Qué crees que se quiere transmitir? ¿Simplemente describir la imagen?

Todas ellas se presentaban ilusoriamente como cortadas por el mismo y muy


concreto patrón. El término se cargó de connotaciones negativas, con especial alu-
sión a su inmoralidad. Ser «roja» era un amplio baúl de características despectivas
que en líneas generales englobaba al antimodelo de mujer defendido por el fran-
quismo. Eran mujeres que manifestaban comportamientos masculinos o inapropia-
dos, vestían como no les correspondía, se inmiscuían en asuntos que iban más allá
de lo doméstico, manifestaban el deseo de estudiar o trabajar. Eran maleducadas,
deslenguadas, arrabaleras, no se mostraban religiosas y su moralidad era más que
mejorable: tenían costumbres licenciosas como salir, fumar o beber, llevaban una
vida indecorosa y de promiscuidad sexual, vivían amancebadas, etc.

Vallejo-Nágera y la psiquiatrización de los/as «rojos/as»

La dictadura franquista también buscó


las causas de la supuesta depravación
de los «rojos» y las «rojas». O lo que
es lo mismo, una legitimación desde el
ámbito de la ciencia de su inferioridad y
persecución. Uno de los episodios más
conocidos de la posguerra son las cono-
cidas investigaciones psiquiátricas del
comandante franquista Antonio Valle-
jo-Nágera con grupos de «desafectos».
Vallejo-Nágera trató de demostrar em-
píricamente la idea de que su supuesta
depravación e inferioridad tenía oríge-
nes biológicos y psíquicos. Entre otros,
se buscaba encontrar pruebas de la
inferioridad mental de los partidarios
de la igualdad social y la democracia
política; la brutalidad y fanatismo del Fig. 2.8. A. Vallejo-Nágera: La locura y
disidente o la relación morfológica en- la guerra. Psicopatología de la
tre fealdad, inferioridad y maldad del guerra española, Valladolid, Li-
adversario. brería Santarén, 1939

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Las conclusiones de sus sesgadas investigaciones confirmaron sus teorías:


predominaban las inteligencias inferiores, arrastraban fracasos profesionales
y sociales, desdeñaban el esfuerzo personal… únicamente no fracasaban en el
terreno sexual, lo que corroboraba su inmoralidad. En el caso de las mujeres, el
estudio se hizo sobre cincuenta mujeres de la cárcel de Málaga. Sus conclusio-
nes eran todavía más tajantes en cuanto a su degeneración. Habían procedido
empujadas igualmente por el resentimiento y el fracaso social. Sin embargo,
en su caso era más notorio y derivaba en una mayor perversión moral y se-
xual y en una mayor crueldad. Ello se debía a sus determinadas características
temperamentales y degenerativas inferiores. Vallejo-Nágera comenzaba con
estas argumentaciones el proceso de «psiquiatrización» del enemigo. Y ofrecía
soluciones en forma de terapia: para los adultos, el adoctrinamiento religioso
y patriótico; para los niños, segregarlos del ambiente familiar nocivo. Es decir,
separar a los padres y madres de sus hijos y educarlos en centros considerados
adecuados.
 «Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino
en la revolución marxista su característica labilidad psíquica, la debilidad del
equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inse-
guridad del control sobre la personalidad […] la mujer suele desentenderse de
la política, aunque su fanatismo o ideas religiosas la hayan impulsado en los
últimos años a mezclarse activamente en ella, aparte de que en las revueltas
políticas tengan ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes» (A. Va-
llejo-Nágera: «Psiquismo del fanatismo marxista. Investigaciones psicológicas
en marxistas femeninos delincuentes», Revista Española de Medicina y Cirugía de
Guerra, 9, 1939, p. 399).
 «La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político
social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales,
como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia podría
liberar a la sociedad de plaga tan temible» (A. Vallejo-Nágera: La locura y la
guerra. Psicopatología de la guerra española, Valladolid, Libería Santarén, 1939,
p. 52).
 «El mérito de Vallejo en todo eso no era otro que aportar al régimen, desde
la psiquiatría oficial y académica, una pseudofilosofía de la inferioridad y la de-
generación social e histórica del adversario político, que justificase y amparase
acciones, instituciones y políticas de segregación» (R. Vinyes: «Construyendo
a Caín. Diagnosis y terapia del disidente: las investigaciones psiquiátricas de
Vallejo Nágera con presas y presos políticos», Ayer, 44, 227-252, 2001, p. 240).

ACTIVIDADES
1. ¿Habías oído hablar de Vallejo-Nágera?
2. ¿Qué otras experiencias históricas del siglo xx te recuerdan las investiga-
ciones de Vallejo-Nágera?

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El antimodelo de mujer: las rojas

Estas mujeres que de una u otra forma pertenecían al bando de los vencidos
no solo sufrieron un discurso determinado, sino también una represión diferen-
ciada por su condición femenina. Cierto es que las mujeres fueron represaliadas
en mucho menor número que los hombres si nos atenemos a la represión judicial,
más visible y contable. En el estudio de las diferentes modalidades judiciales de la
represión suelen representar un porcentaje mínimo respecto a sus homónimos va-
rones. Pese al avance y los cambios para con ellas durante la etapa republicana, su
protagonismo político continuó relegado a un plano secundario. Su implicación en
los aspectos estrictamente políticos y militares fue inferior a la de los hombres y en
consecuencia cayó sobre ellos el grueso de la represión en términos cuantitativos.
Quizá ello ha contribuido en cierta manera a su menor atención.
Ahora bien, hay también aspectos cualitativos propios de la represión fran-
quista cuando sus víctimas fueron mujeres que no pueden ser obviados. «Represión
femenina» o «represión de género» son las expresiones más utilizadas por la histo-
riografía para referirse al fenómeno represivo cuando afectó a las mujeres. Resaltan
los elementos diferenciados y diferenciadores y el eje que condiciona estas particu-
laridades propias: el potente discurso de género que marcó y distinguió la represión
sufrida por hombres y mujeres adquiriendo connotaciones específicas en función de
su sexo. Este afectó tanto a los motivos por los que fueron represaliadas como a las
formas de castigo.

La represión contra las mujeres como represión diferenciada

 «Sin embargo, no nos parece, lo diremos una vez más, que la represión ejer-
cida sobre las mujeres deba entenderse del mismo modo que la represión en
general, considerada equivalente a la masculina, sino un fenómeno que tiene
sus rasgos propios y sus objetivos específicos. Por ello su ignorancia o su in-
suficiente consideración ha acarreado hasta ahora un a veces incompleto, a
veces incorrecto, acercamiento al hecho global de la represión» (P. Sánchez:
Individuas de dudosa moral, Barcelona, Crítica, 2009, p. 93).

2.3. ¿Por qué fueron castigadas?

En cuanto a los motivos por los que fueron castigadas las mujeres, encontra-
mos similitudes con los hombres, pero también particularidades muy destacadas.
Cuando los juzgados eran hombres, las acusaciones para considerarlos culpables
pueden clasificarse en tres: su participación en el ejército republicano, su trayectoria
y actividad política y su supuesta participación en hechos violentos. La represión
contra las mujeres persiguió también el castigo de su militancia política o de cual-
quier connivencia con el estigmatizado pasado republicano y/o revolucionario. Sin

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embargo, en el caso de las mujeres entraba en juego un matiz fundamental y distin-


tivo: el omnipresente y potente discurso de género. Las mujeres también fueron re-
presaliadas, juzgadas y condenadas por su transgresión social y moral. Habían salido
del espacio –doméstico, privado– que debían ocupar; habían cuestionado y/o ataca-
do el modelo de feminidad patriarcal y católico que debían acatar. Se las acusaba de
mostrar públicamente posicionamientos políticos saliendo a la calle, expresándolos,
exhibiéndolos: participar en manifestaciones, intervenir en mítines y/o actos, hacer
propaganda, «exaltar» sus ideas… se encontraban entre sus supuestos delitos.

Fig. 2.9. Acusaciones habituales en las sentencias de los consejos de guerra contra presas
valencianas. Elaboración propia.

ACTIVIDADES
1. ¿Qué acusaciones te llaman más la atención?
2. ¿Crees que los hombres fueron acusados por las mismas cuestiones?
3. ¿Cómo podían probarse estas acusaciones?
4. ¿Qué imagen se ofrecía de estas mujeres?
5. ¿Qué te parece que por estas supuestas actuaciones las condenasen a
años de cárcel?

El castigo se agravaba por el cuestionamiento y/o ataque a la intransigente mo-


ral de los sublevados. Su vida privada y su conducta moral estuvieron presentes en
las acusaciones y el imaginario de los represores como transgresoras del modelo tra-
dicional de mujer católica. Las «rojas» mantenían relaciones afectivo-sexuales fuera
del matrimonio canónico: vivían «amancebadas», hacían «vida marital», mantenían
«relaciones íntimas» y, en general, tenían una «mala conducta pública y privada».
Cuestiones de tipo moral o actitudes consideradas reprobables pasaron a ser puni-
bles en juicios penales.

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El antimodelo de mujer: las rojas

Dentro de los delitos de tipo moral se encontraban también el ataque contra


instituciones, personas y símbolos representativos de la Iglesia católica. Algo que la
dictadura consideraba especialmente reprobable cuando provenía de las mujeres, a
las que se les exigía una mayor devoción y religiosidad. En este sentido, se las castiga-
ba por insultar o por participar en quemas, saqueos o robos; relacionados o no con la
Iglesia católica. Pero también por instigarlos y alegrarse de ellos. Actos normalmente
masivos, por lo que era más sencillo situarlas en aquellos escenarios en medio del
caos. Su supuesta participación o instigación de este tipo de actos violentos sirvió
para definir aún más el mito de su perversidad, de la desnaturalización de su condi-
ción femenina. En definitiva, mediante el castigo retroactivo de la transgresión social
y moral de las «rojas» se buscaba ratificar la identidad femenina que se pretendía
imponer. Con tal fin se castigaron los desafíos pasados al espacio y rol que debían
ocupar, a las virtudes que debían caracterizarlas según el ideario católico conservador.

Fig. 2.10. Informe de Falange sobre Isabel C. (Expe- Fig. 2.11. Informe de Falange sobre Isabel T. (Expe-
diente de responsabilidades políticas con- diente de responsabilidades políticas con-
tra A. A., I. T. e I. C., Fondo Valencia, caja tra A. A., I. T. e I. C., Fondo Valencia, caja
4100, arv) 4100, arv)

Ser «familiares de»

Informes de la Jefatura Provincial de fet jons sobre una madre y su hija para
su expediente por Responsabilidades Políticas. Ambas fueron condenadas en
consejo de guerra a doce años y un día de prisión por un delito de «auxilio a la
rebelión» –otra manipulación del lenguaje de la dictadura–.

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Mélanie Ibáñez Domingo y Javier Esteve Martí

ACTIVIDADES
1. ¿Por qué fueron represaliadas estas mujeres?
2. ¿Qué delitos habían cometido?

Otro delito específico de estas mujeres fue su condición de esposas, novias,


madres, hermanas o hijas «de». Sufrieron una represión indirecta en la que las ver-
daderas protagonistas no eran ellas, sino sus allegados varones. Fueron castigadas
o apresadas simplemente por su relación familiar o afectiva: en sustitución de sus
familiares varones si estos se hallaban huidos o desaparecidos; por inducirlos o por
permitir la desviación moral de la familia. Fueron consideradas, por extensión, «ro-
jas» como sus hijos, padres, hermanos, novios o maridos, lo que les suponía, además
de castigos legales, numerosas humillaciones y su estigmatización.

ACTIVIDAD
1. Elabora un mapa conceptual sobre las diferencias en las causas del cas-
tigo entre hombres y mujeres

2.4. ¿Cómo fueron castigadas? Las particularidades de la represión femenina

Aunque muy a menudo por causas diferentes a sus homónimos varones, estas
mujeres sufrieron igualmente las principales modalidades judiciales de la represión
de posguerra. Desfilaron ante los consejos de guerra, fueron condenadas a prisión
y a muerte, se les incoó un expediente por responsabilidades políticas y fueron
depuradas en el ámbito laboral. Sin embargo, lo más característico de la represión
femenina en cuanto a la forma de punirlas tiene que ver con toda una serie de cas-
tigos físicos y métodos de tortura específicos por su condición de mujeres y/o que
atacaron los rasgos definitorios de su feminidad. Estos castigos y métodos de tortura
específicos son más invisibles a los ojos de los historiadores e historiadoras. No han
dejado prácticamente huellas y son difíciles de rastrear. Además, forman parte de
esa «represión no contable» –esto es, casi imposible de cuantificar–, pero que ayuda
a comprender el enorme peso del miedo social.

La violencia específica contra las mujeres

 «Las violencias perpetradas contra las mujeres, difícilmente “contabilizables”,


siguen siendo con frecuencia un tema marginal y marginalizado» (J. Maud: «Las

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El antimodelo de mujer: las rojas

violencias sexuadas de la guerra civil española: paradigma para una lectura


cultural del conflicto», Historia Social, 61, 89-107, 2008, p. 93).
 «La mayoría de ellas fueron víctimas de castigos específicamente femeninos
que conllevaban un significado de purificación, purga y reapropiación simbó-
lica del cuerpo femenino» (C. Cabrero: Mujeres contra el franquismo (Asturias
1937-1952): vida cotidiana, represión y resistencia, Oviedo, krk Ediciones, 2006,
p. 231).

ACTIVIDAD
1. ¿Qué crees que podría incluirse en la llamada «represión no contable»?

Entre estos tipos de castigo se encuentran el rapado de pelo, la ingesta de aceite


de ricino o la limpieza de lugares públicos como la plaza del pueblo, la iglesia, viejos
edificios o los cuarteles (véase capítulo cuarto). También las descalificaciones mora-
les, las amenazas –físicas o verbales– de tipo sexual o las violaciones. De esta forma
se buscaba no solo el castigo por su condición política, sino también humillarlas,
anular su condición femenina y apropiarse simbólicamente de sus cuerpos con un
significado de «purificación». Una parte de estas formas de represión específica las
sufrieron las mujeres en los cuartelillos, comisarías y otros espacios de detención.
En el momento de ser detenidas no suelen ser conducidas directamente a la Prisión
Provincial de Mujeres o a la Prisión Nueva Convento Santa Clara, ambas en Valen-
cia capital. Previamente, pasan por los espacios más oscuros recordados por todos
los testimonios, sean hombres o mujeres.
Son las comisarías, los cuarteles de la Guardia Civil, otras dependencias poli-
ciales o militares o sedes de Falange. Estos lugares son limbos en los que cualquier
cosa podía sucederles con total impunidad. Ni siquiera tenían por qué tener abierta
una causa judicial. La arbitrariedad era absoluta: podían estar apenas horas o pasarse
semanas, podían declarar una o diez veces, podían recibir «apenas» una bofetada o
ser torturados y torturadas hasta dejarles secuelas de por vida. Podían literalmente
morir. La violencia física fue una constante cuando iban «a diligencias». Una vio-
lencia que dejó en sus víctimas secuelas físicas y psicológicas de por vida en distinto
grado. Contra las mujeres, se emplearon además torturas específicas contra sus atri-
butos femeninos y vejaciones sexuales especialmente reservadas para ellas.
La violencia sexual, verbal o física, fue una práctica utilizada exclusivamente
con las mujeres que, además de humillarlas, adquiría un significado de apropiación
de su cuerpo y de dominio. Los insultos, las descalificaciones de tipo moral, los
tocamientos y las violaciones estuvieron a la orden del día. Por sus consecuencias
psicológicas, por el ataque directo a su dignidad como mujeres y presas políticas…
son pocos los testimonios que hablan abiertamente de abusos sexuales. Algunas sí

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Mélanie Ibáñez Domingo y Javier Esteve Martí

lo han exteriorizado y otras aluden a ellos de forma indirecta o en negativo. Por


ejemplo, con alusiones, pero silencios al llegar a ese punto, dando por hecho que el
interlocutor/a sabe de lo que se está hablando, aludiendo a mujeres que no fueron
ultrajadas por su edad, etc. En definitiva, una traumática experiencia en estos espa-
cios de tortura que hizo que, pese a las deplorables condiciones y al trato degradante
que les esperaban en las cárceles, no pocos testimonios rememoren la llegada a pri-
sión como una liberación.

Fig. 2.12. Plano comisarias y otros espacios de detención en Valencia. Elaboración propia. Cuartel
Guardia Civil (Arrancapins). SIEM (Calle Sorní). Comisaría (Plaza Tetuán). Comisaría
(Calle Pelayo). Jefatura Superior de Policía (Calle Samaniego). Convento Sagrado Co-
razón, habilitado como comisaría (cerca de Alameda).

El terror en Valencia: el paso por cuartelillos, comisarías y otros espacios


de detención

Testimonios recogidos por Tomasa Cuevas. También ella presa política, reco-
rrió España con un magnetófono realizando entrevistas a mujeres represalia-
das por la dictadura (T. Cuevas: Testimonios de mujeres en las cárceles franquis-
tas, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2004).
 «Entonces nos llevaron a la comisaría a porrazos nada más entrar [...] fue
cuando nos hicieron bajar al refugio de abajo. En el refugio estaba JM, que la
tenía completamente desnuda; cuando ella bajó a declarar me pasaron a mí la
declaración. Como en ese momento se fue la luz, me llevaron fuera para pegar-
me. Me pegaron mucho, me desplazaron el tendón de la pierna» (Testimonio
de Carmen R. Comisaría indeterminada de Valencia. Ca. 1945).
 «He conocido infinidad de compañeras que han sido verdaderamente tor-
turadas, quemadas. Había una maestra que recuerdo con exactitud cómo se
llamaba: M.; la trajeron con todos los labios quemados; era de Alcira. Los fascis-
tas, al detenerla, después de torturarla le quemaron los labios. No abusaron de

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El antimodelo de mujer: las rojas

ella por sus años, era una mujer que tendría unos cincuenta años. Bueno, no
te puedes imaginar» (Testimonio de Magda A. Ca. 1939. Lugar indeterminado
de Alzira. Puede tratarse de una sede local de Falange, un cuartelillo u otros).
 «Entraron el 29 en Valencia y el día 4 de abril vinieron a por nosotras; nos
llevaron esposadas. Yo tenía entonces una niña de pecho; nos llevaron a la
calle de Pelayo, cerca de la plaza de toros, donde había una comisaría. A mí y a
mi madre nos metieron en celdas diferentes; allí pegaban horrores [...] ya me
la sacaron [a su madre, de la cárcel] a que muriera, ¿eh? Porque tenía desde
las rodillas hasta el tobillo todo descarnado, era horrible [...] Y sobrevivió: ¡huy!
Pues ahora hará siete años que murió [...] Le vino de las corrientes eléctricas
que le pusieron» (Testimonio de Carmen C. 1939. Comisaría de la Calle Pelayo,
Valencia).
 «Y al día siguiente me sacaban de la prisión del castillo [de Requena] al siem,
y allí pasaron la orden al Juzgado al que ya pertenecía yo; oí por teléfono que
lo decían y di un respiro muy grande [...] hacían muchas barbaridades y sin
responsabilidad ninguna, porque allí desaparecía la gente o se la cargaban a
palos, o los mataban en cualquier sitio… Cuando me vi libre del siem ya respiré»
(Milagros Q. 1939. Castillo de Requena y siem [calle Sorní, Valencia]).
 «La martirizaron [...] Llegó un momento en que mandó una notita para que le
mandaran veneno porque ya no podía más, pero por fin la dejaron. Estuvimos
diecinueve días en la comisaría; a mí me pasaron por la sala de las corrientes
pero no me las pusieron. Pero patadas, bofetadas y puntapiés, todos los que
quisieron [...] estábamos en manos de un morfinómano y un loco [...] Bueno,
yo perdí tres o cuatro veces el conocimiento [...] Por fin nos llevaron a la cárcel.
Fue una sensación de libertad entrar en la cárcel» (Testimonio de Ana María O.
Ca. 1939-1940. Se refiere al convento del Sagrado Corazón de Valencia, habili-
tado como comisaría).

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