Está en la página 1de 46

CANCION DEL REGRESO

Radamés Laerte Giménez

Personajes:
Pablo Marchán. (50-55). Desincorporado de la docencia por años de servicio, labora desde
hace tres años en la panadería de la ciudadela. Tiene buen carácter, jovial, amoroso con su
esposa y sus nietos. Mantiene esa sabiduría afectiva de un maestro de escuela.
Adela de Marchán (50). Esposa de Pablo. Ama de casa, atiende con mucho cariño a su esposo
y a sus nietos. Busca quitarle lo trágico a las adversidades de la vida.
Virginia (35). Esposa de Pablito, nuera de los Marchán. Tiene pocos meses de haberse
instalado en el apartamento de sus suegros por dificultades económicas. Madre de Deibis y
Juan Pablo. Tiene temor de que su hijo Deibis se descarrile.
Deibis (10-12). Hijo de Pablito y Virginia, nieto de los Marchán. Cursa el sexto grado. Muy
imaginativo y fantasioso, tiende a confrontar la autoridad. Tiene vínculo muy cercano con su
abuelo Pablo.
Joshuar (11). Amigo de Deibis, bastante alocado, es el gracioso del grupo.
Yoel (11-13). Amigo de Deibis y Joshuar.
Fran (11-13). Amigo de Deibis y Joshuar.
Nino (30). Atiende la panadería, tiene buena amistad con Pablo y con Deibis. Muy solidario
y servicial.
Fernanda (40). Propietaria de la panadería, sólo habla portugués.
Brito (45). Propietario de la panadería, esposo de Fernanda, es su traductor.
Tello (45). Vecino de los Marchán, está enterado de la situación de Pablito. Colabora con
Pablo.
Carmona (18). Muchacho mala conducta, somete a los menores, roba. Trabaja en la
panadería como medida de colocación para intentar reformarlo.
Flaco (21). Trafica con los sacos de harina junto a Carmona.
Menor (16). Trafica, delitos menores. Tiene una moto.
Magda (35). Vecina en la ciudadela, tiene amistad con Virginia.
Margarita (10). Niña de una belleza encantadora. Expresiva, sabe que le agrada a Deibis.
Lucio (55). Vecino en la ciudadela, despreciado por muchos, padre de Flaco.
1
En la Ciudadela la vida transcurre sin muchas novedades, sin sobresaltos. Por eso
cuando pasó lo que pasó, pensamos que la paz se iba a acabar por siempre. Pero no fue así.
Ni la pandemia ni la crisis de la economía nos habían hecho perder la esperanza. Fue diferente
cuando se dieron los acontecimientos de esa semana santa.
Andábamos en confinamiento por lo del Covid, hubo algunos contaminados pero la
cosa no era tan grave como en otras partes, donde se contaban por varios los muertos. Sin
embargo teníamos las previsiones del tapabocas y alcohol y, bueno, llegó finalmente la
vacuna. A veces el silencio se rompía por el escándalo de los muchachos que jugaban en el
estacionamiento. Desde el último piso del bloque 6 había que llamar a Deibis para algún
mandado: “¡Deibis! ¡Deibis!” Yo dejaba bajar el paquetico amarrado a una cuerda; era la
lista con el billete para que fuera a comprar a la panadería. Deibis llegó, desamarró el papel
y el billete y fue a hacer el mandado. Por el camino se le unió Joshuar, su amiguito, dejando
a los demás quejándose porque se había disuelto el grupo de juego de pelota.
-¿A dónde vas? –le preguntó a Deibis.
-A la panadería.
-¿Qué vas a comprar?
-Yo qué sé, lo que esté en la lista.
-¿Y vas a comprar chupeta?
-Yo no voy a comprar chupeta.
-¿Por qué?

2
Llegaron a la panadería donde los atendió Nino.
-Epa, Deibis.
-Queubo, Nino.
-¡Quiubo, Naino! –saludó también Joshuar con su acostumbrada locura.
-¿Y éste por qué no trae tapabocas? –preguntó enérgico Nino.
-¿Viste? Yo te dije.
Joshuar se fue arrinconando alzando la orilla de su franela hasta taparse boca y nariz.
-¿Qué te trae? –preguntó Nino. Deibis le extendió el papel.
-¡Señor Pablo, aquí está su nieto! –llamó Nino de buen ánimo a Pablo, mi marido.
-Ah, papa, -se asomó Pablo alegre por ver a su nieto- ¿y eso?
-Un mandado para la abuela.
-Un mandado para la abuela –repitió Pablo acercándose a Deibis para abrazarlo.
-¿Y qué te tiene el abuelo? –preguntó juguetón guardando las manos en el bolsillo.
Deibis respondió con un gesto que podía ser de sonrisa, sin acertar la sorpresa que le esperaba.
Poco a poco fue sacando Pablo un dulce de esos que sólo él es capaz de elaborar. Deibis lo
recibió y le entregó otro a Joshuar haciendo señas de guardar el secreto porque no se debía
regalar la mercancía. Los dos comenzaron a comer mientras Nino despachaba.
-Oye, Nino, ¿dónde están los patrones? -preguntó Pablo.
-Creo que andan para San Felipe. La señora andaba con guantes así, como de cirujano
y gorro de plástico. Es una exagerada.
-Ninguna previsión es extrema. La contaminación es cierta. Lo que pasa es que aquí
vivimos como si nada pasara.
Nino hizo un gesto como si poco le importara.
-Te tocará cerrar el negocio –le dijo Pablo.
-Yo creo.
En el fondo de la panadería, en el área donde trabaja el abuelo, pudieron ver Deibis y Joshuar
a Carmona arrastrando sacos con la misma cara rabiosa de siempre. Los dos sabían de las
historias de que él se contaban, parecía un maligno, todo en él ha sido mala intención. Los
dos muchachos se hacían señas mientras lo observaban y en eso él volteó de repente hacia
ellos. Los muchachos se sorprendieron y desviaron la vista temerosos.
-Aquí tienes, Deibis –entregó la bolsa Nino.
Joshuar le preguntó a Deibis si alcanzaba para comprar una chupeta. Deibis consultó
a Nino quien respondió que no. Joshuar puso mala cara.
-Nos vemos –se despidió Deibis.
-Chao.
-Se va directo a la casa, papa.
-Sí abuelo –y salieron.
3
Joshuar se desvió hacia en el estacionamiento con los otros muchachos mientras
Deibis venía al apartamento con el mandado. Por el camino vio a Margarita y a sus amigas.
Margarita es una niña muy bonita, a Deibis le gustaba mucho. La miró pero ella nada que se
fijaba en él.
De un apartamento de la colombiana se escuchaba una melodía triste, tal vez un
vallenato originario.
Llegó al apartamento.
-¡Abuela!- Dejó la bolsa en el comedor. Se fue directo a buscar agua fría en la nevera.
-¿Y el abuelo? –le pregunté.
-Allá estaba, en la panadería.
Deibis se tomó el agua a toda prisa, colocando el vaso en cualquier lugar.
-Muchacho, deja la apuradera que nadie te está esperando. Lava el vaso y lo metes
otra vez en la nevera –lo tuve que regañar.
El muchacho obedeció con pereza.
-No vayas a agarrar calle otra vez, mira que ya viene tu mamá.
-¿Dónde está?
-Llevando al niño a vacunar. Mira que a ti también te sale vacuna.
-A mí no me van a puyar.
-¿Qué no? Claro que sí –le pellizcó juguetona el brazo.
-¡Ay, abuela! –y se fue de una vez y lo dejé quieto, total, se iba ahí mismo, al
estacionamiento.

4
Virginia se encontraba en el CDI en espera de su turno para vacunar a Juan Pablo
quien dormía en su regazo. Conversaba con Magda, una vieja conocida.
-Sí, me vine hace varios meses –continuaba Virginia en el diálogo.
-¿Y eso por qué? –preguntó interesada Magda.
-Es que no pude pagar más el alquiler. Tú sabes que Pablito se fue al Perú porque ya
con lo que ganaba aquí no podíamos sobrevivir. Pero a estas alturas no hemos sabido más de
él, no ha enviado más plata, no ha escrito ni llamado.
-¿Y qué habrá pasado? ¿Será por lo de la pandemia?
-Yo no sé. Y estamos a expensas de los suegros, no tuve otra opción. Me da pena con
el señor Pablo que está cargando con nosotros.
-Una carga más, como quien dice.
-No, pero ellos encantados porque están con los nietos. Tienen muy consentido a
Deibis, lo están malcriando.
-Así son los abuelos.
-Pero ya Deibis no me quiere hacer caso, cuando lo regaño se meten los abuelos y él
se siente apoyado, eso no me gusta.
-Paciencia, Virginia, mientras estés ahí habrá que adaptarse, para evitar conflicto.
-Yo tengo que hablar con Deibis, se cree que como no está su papá puede hacer lo
que le dé la gana. Si al menos llamara Pablito o mandara una carta.
En ese instante le tocó el turno a Virginia. Se despidió momentáneamente de Magda
y entró con el niño.

5
Iba cayendo la tarde. En la panadería se aprestaba a salir Pablo. Colgó la bata blanca
y se colocó la chaqueta.
-¿Hasta qué hora, Nino?
-Hasta tarde, la gente está comiendo más pan que antes.
-Debe ser por la temporada de semana santa.
-¿Qué tiene que ver?
-No sé, el cuerpo de cristo, para que no nos mate la pandemia.
-Usted si inventa. ¿Y no va a llevar panes?
-No, estoy muy endeudado, iré a dejar todo el sueldo aquí.
-Mucho trabajo y poca ganancia.
-Así están las cosas.
Pablo hizo señas hacia el sector de horneado, preguntando por Carmona quien aún
no había salido. Recibió un gesto de desdén.
-Hasta mañana, Nino.
-Hasta mañana, señor Pablo.

6
Pablo se vino por el bulevar camino a casa, lo saludaban los vecinos. Mientras
caminaba parecía andar muy distraído con las preocupaciones. Se le acumulaban
pensamientos relacionados con nuestro Pablito, con el mundo sumido en una catástrofe, con
la maldad que parecía acechar a las juventudes.
-¿Cómo está la gente?
-¡Llegaste, Pablo! –le respondí, como siempre.
-¿Y cómo está ese muchachito? –se acercó a Juan Pablo quien estaba en brazos de
Virginia- ¿le pusieron la vacuna?
-Sí –respondió la madre.
-Entonces se ganó su premio –y se sacó un caramelo del bolsillo.
-Pero señor Pablo, no se ha tomado el tetero –protestó Virginia.
-Ay, Virginia, no te preocupes, no le va a hacer daño –intervino Adela.
-¿Y dónde está Deibis? –preguntó Pablo.
-No ha llegado, y fue lo primero que le dije –respondió Virginia mientras se asomaba
por la ventana. -¡Deibis! ¡Deibis!

7
Deibis estaba entretenido en la charla con los amigos luego del partido de pelota.
Yoel estaba hablando sobre la pandemia, del virus que casi acaba con el mundo.
-Para mí que eso es embuste ¿un virus que acaba con el mundo? –dudaba Frank.
-¿Cómo que embuste, muchacho? ¿no sabes que es un virus que vuelve a la gente
zombie? –respondió Yoel.
-Ya vas a venir tú con tus cuentos de zombies –intervino Joshuar.
-Es verdad, un primo que vive en San Felipe vio que a un chamo le cayó el virus y se
puso así, mira, con la cara llagosa, verde, caminaba así… -explicaba Yoel.
Deibis escuchaba extasiado la charla, se imaginaba que en verdad allá, fuera de los
límites de la ciudadela, una legión de zombies azotaba a la gente. Veía a Frank y Joshuar y a
los demás muchachos transformados en seres estrafalarios, asesinos, arrastrándose por las
calles, buscando gente sana para comerles las cabezas con todo y huesos.
-Si yo estuviera allá, se los juro, les hago una llave así, y les meto su patada ¡pa!
Seguía Yoel explicando lo de los golpes y las llaves cuando de la nada se aparecieron
Carmona y el Menor quienes al pasar tropezaron a Yoel y casi caía al suelo.
-¡Epa! ¿Qué es lo que te pasa?
Una reacción muy desafortunada. Se regresó Carmona y esta vez sí logró que Yoel
cayera al piso con un empujón.
-¿A quién le estás revirando tú, muchacho?
Yoel pudo levantarse como pudo y el otro que andaba con Carmona lo aseguró con
los brazos atrás, inmovilizándolo.
-Vamos a ver si tienes con qué pagar la multa –le decía Carmona mientras le revisaba
los bolsillos. Los demás muchachos miraban la escena sin atreverse a intervenir.
-Ajá, tú como que andas fumando, -decía mientras le sacaba un yesquero del bolsillo-
¿qué va a decir tu mamá?
Carmona encendió el yesquero muy cerca del rostro de Yoel.
-Te gusta jugar con candela, muchacho. La candela es un poder ¿has visto cuando se
quema la carne? La carne es tu cara. Empieza a chamuscarse, poco a poco, cambia de color,
empieza a oler a quemado. Lo que no pueden los golpes, lo puede el fuego. La mayor religión,
el fuego, ése es el poder. Tú no puedes con la candela. No puedes.
–Había acercado mucho el fuego al rostro horrorizado de Yoel, hasta que apagó el
yesquero.
–Vamos.
Se fueron los dos en medio de un silencio. Los muchachos se acercaron a Yoel,
compadeciéndolo.
-No puedes dejar que te trate así, tienes que darte a respetar –le decía Deibis.
-Eso lo dices tú, sabes que contigo no se va a meter porque trabaja con tu abuelo –
respondió Frank.
-No, ese se mete con cualquiera –dijo Joshuar.
Estaban en eso cuando Deibis se fijó que hacia ellos miraban las muchachas que
estaban en el otro lado del estacionamiento. Entre ellas: Margarita. Él se quedó mirándola un
rato, no se supo si ella lo miraba a él o a la escena reciente. De pronto sintió algo que le
golpeaba las costillas.
-Deibis. Deibis, te llama tu mamá –le decía Joshuar.

8
Se despidió prontamente y se fue en dirección a su edificio. Entró por uno de los
laterales, volvió a escuchar la melodía colombiana y al girar hacia los escalones se encontró
con una figura desagradable que estaba sentada bajo el foco de luz. Parecía un zombie
estropeado. Era un muñeco de tamaño humano hecho con retazos de telas. Tomó por sorpresa
a Deibis. Era terrorífico. Se fijó que llevaba una camisa muy parecida a las que usaba su
abuelo. Desde la oscuridad comenzó a oír un murmullo y luego unas risas. Subió corriendo
los escalones.
9
-Y llegaste, muchacho –me sorprendió todo sudado y con la respiración entrecortada.
-Desde que te estaba llamando, Deibis –le reclamó Virginia.
Sin escucharnos ni a Virginia ni a mí se dirigió a su abuelo:
-¡Abuelo, abuelo! Un bicho de trapo se puso tu camisa.
-¿Qué? ¿cómo es eso? –se sorprendió Pablo.
-Un bicho de trapo, así de grande, sentado ahí abajo tiene tu camisa.
-¿Un bicho de trapo? –se reía Pablo.
-Este muchacho sí tiene cosas –nos dio por reírnos.
-¡Es verdad, está ahí abajo!
-Papa, ese es el Judas –le explicaba el abuelo.
-¿El qué?
-¿No sabes qué es el Judas?
-No.
-¿Donde vivían no quemaban al Judas? –preguntó Pablo a Virginia.
-No.
-Mira, papa, el Judas es un muñeco de trapo que se quema el domingo de resurrección
¿entiendes?
Deibis no daba muestras de comprender.
-Es como quemar la maldad, castigar al mal con fuego. Es una tradición.
-¿Y por qué tiene tu camisa?
-Deben ser cosas de tu abuela.
-Si tú mismo me dijiste que escogiera cualquiera –tuve que defenderme.
-Mira, para que se te pase el susto, agarra –le entregó una chupeta.
-Ah no, señor Pablo, ese muchacho no ha cenado. ¡Anda a lavarte las manos para que
te pongas a comer! –reclamó Virginia.
Deibis tomó la chupeta y se fue al baño.
-Y remoja el tapabocas con los otros.
-¡Un bicho de trapo! Ese muchacho sí inventa bromas –en verdad me causaba risa.
Nosotros, mientras, seguimos cenando y conversando.

10
Deibis entró al baño y abrió la llave del lavabo para sentir la suave cascada de agua
en las manos. Vio la vasija donde reposaban los tapabocas entre agua jabonosa. Se miraba al
espejo y se cubrió parte del rostro simulando que modelaba un tapabocas de gran diseño, con
incrustaciones metálicas, con risa de calavera y fondo negro, fijado a una cadena cromada.
“Le voy a decir a mi abuela que me haga uno así, brutal.”

11
-¿Y mucho trabajo hoy, Pablo? –le pregunté a Pablo.
-Mucho, pensé que por la temporada vacacional iba a bajar la demanda de panes pero
se ha doblado, -explicaba Pablo- y ahí vamos, poniéndole el pecho. Pero eso no significa más
ingreso, todo lo contrario. Ahora hay que comprar la harina en divisas, no tenemos
ingredientes subsidiados y bueno, eso se paga con el excedente de ventas.
-Y las cosas más caras, hoy mandé a comprar sal y sémola y los precios para arriba –
recordaba yo lo del último mandado de Deibis.
-Y Pablito que no manda dinero, -aprovechó Virginia para expresar su malestar.
-Verdad que eso de Pablito me preocupa mucho, no es normal que deje de
comunicarse así, siempre ha sido responsable –es lo que respondí y es cierto, nuestro hijo no
había tenido nunca un comportamiento así.
-Tranquila, mujer, -agregó disuasivo Pablo- estoy seguro que estará resolviendo sus cosas
antes de comunicarse nuevamente, yo conozco a mi hijo.
-Y nosotros aquí como una carga –agregó Virginia.
-¿Cómo que carga, muchacha? –le reclamé- Aquí nuestros nietos ni la madre de
nuestros nietos serán nunca una carga.
-Pero es que me da pena con ustedes, con el señor Pablo que se sacrifica tanto.
-Todo es sacrificio, Virginia, en mayor o en menor medida, lo que varía son las
circunstancias. Ya saldremos de esto –agregó con paciencia Pablo.
-Yo voy a tener que salir a buscar trabajo –dijo Virginia.
-Tan lejos que está Perú –habló pausadamente Pablo, como diciéndose así mismo una
revelación que lo siguiera por mucho tiempo. Las dos mujeres lo veían cómo se quedaba en
un estado hipnótico, clavando la mirada en un punto vacío.
-Mira, tu único trabajo por los momentos es dedicarte a ese niño que está pequeño,
no te pongas a inventar –le dije cortante a Virginia.
Se incorporó Deibis a la mesa en las últimas fases de la conversación.
-Abuela, abuela, cóseme un tapabocas negro con botones cromados y una cadena ¿sí
abuela?
-¿Qué es eso, muchacho? ¿Qué es eso de tapabocas con cadenas?
-Anda abuela, por favor.
-Cómete la arepa, Deibis, antes que se enfríe –dijo Virginia un poco sosegada.
-¿Y la mantequilla? -preguntó Deibis.
-Ay, mi niño, se acabó –respondí-. ¿Será que puedes traer mañana, Pablo?
-Bueno, vamos a ver. Coma, papa, coma que se le enfría.
-¿Sin mantequilla? –se quejó Deibis altanero.
-¿Pero qué pasa, Deibis? ¡Anda, cómete la comida! –regañó Virginia.
-Ya, ya, coma tranquilo, agarre ahí –el abuelo consentidor le compartió parte del
queso de su cena.
Virginia movía la cabeza en señal de desaprobación.
12
Ya nos alistábamos para acostarnos y Pablo bajó buscando un poste con luz. Él creía
que yo no sabía a qué iba. Ha peleado tanto contra el vicio pero al final, siente que respeta la
casa bajando a fumar a la planta baja. Pero luego me enteré en verdad qué era lo que ocultaba.
Ahí se cercioró que nadie lo viera y sacó un papel de la chaqueta. Vio a un lado un hombre
que estaba sentado, sin moverse. Escondió el papel pensando que fuese alguien indiscreto.
Al fijarse mejor notó que era el monigote que se quemaría el domingo. Se rio para sí
imaginando el mismo susto que sintió su nieto al verlo por primera vez. No le importó que
tuviera puesta su camisa sino el vínculo que lo unía, por la vestimenta, con un ser malvado
pronto a ser destruido por las llamas. “Al menos el fuego purifica” pensó. Desplegó
nuevamente el papel y se concentró en leer. Era la última carta de Pablito, recibida ese mismo
día. Yo no lo sabía. Venía comunicándose de ese modo con su padre desde que ingresó al
hospital. Había vecinos que recibían encargos del exterior de sus parientes. Las cartas le
llegaban por generosidad de esos vecinos. Hacía mes y medio que fue diagnosticado Pablito
con el virus. Lo llevaron al hospital, ahí lo dejaron y perdió el trabajo en el terreno donde
recogía legumbres en condiciones casi de esclavitud. En todo caso, cumplió el período de
cuarentena y ya estaba sano. Pero debía cancelar unas cuentas, estaba por recibir el alta y no
tenía ni trabajo ni dinero para el regreso. Esa había sido la angustia silenciosa de Pablo
respecto a nuestro querido Pablito.
-¿Carta del muchacho?
Pablo dio un respingo de sorpresa. Era Tello que había llegado silenciosamente.
-¿Qué pasa, Tello? Pareces el demonio salido de la noche.
-De la noche sí, pero ¿demonio?
-Cónchale, vale, no puedes andar asustando así a la gente. ¿Qué haces aquí?
Tello le mostró un cigarro encendido y señaló en dirección a su apartamento.
-Qué vaina –susurró Pablo moviendo la cabeza.
-Ajá, y ¿qué te escribió Pablito?
-Nada, igual, hay que conseguir la plata para que se venga.
-¿Lo van a dar de alta?
-Sí, puede que en dos días.
-Esas son buenas noticias.
-Buenas sí.
-¿Y qué vas a hacer?
-No sé. Yo le envié unas prendas de oro, a ver si se pueden vender, pero ¿cómo?
estando él hospitalizado…
-Verdad es. –Tello hizo una pausa-. Yo tengo conocidos en Lima, deja que llame, a
ver.
-Te lo agradezco, Tello.
Echó una última mirada a la carta y la guardó en su chaqueta.
-¿Y quién va a ser el Judas este año? –preguntó Pablo.
-¿No te imaginas? Mira hacia allá.
En efecto, formando una silueta en la sombra estaba la figura sentada de Lucio.
-Eso le pasa por sapo –concluyó Pablo.

13
La mañana siguiente se inició con la misma rutina de todos los días. Pablo se colocaba
la chaqueta mientras se despedía.
-Voy saliendo.
-Ya vas saliendo, Pablo, que te vaya bien –lo despidió Adela.
En ese momento salió Deibis del cuarto y alcanzó a su abuelo.
-¡Abuelo, me voy a trabajar contigo!
-¿A trabajar, papa? Ya lo creo –le respondió juguetón.
-En serio, señor Pablo, llévese ese muchacho al trabajo para que lo ponga a hacer algo
–dijo Virginia.
-¿Cómo va a trabajar este niño? No, que salga con los amiguitos y disfrute, para eso
son las vacaciones –replicó Pablo.
-Llévalo, que se dedique a algo en estos días, allá le darán cualquier tarea, que le
paguen con chucherías. Además, es bueno para él que se pase todo el día contigo –le dije
porque era algo que ya había hablado con Virginia.
Pablo no estaba convencido de poner a trabajar a su nieto, nunca estuvo de acuerdo con que
los niños tuvieran compromisos laborales a tan poca edad. Pero por otro lado, se le hacía
agradable la idea de pasarse todo el día con Deibis.
-Bueno, está bien, pero dejen que hable antes con Brito y Fernanda, a ver qué me
dicen. No creo que se nieguen pero tengo que comunicarles antes ¿sí?
-Si, además, en la mañana lo voy a llevar a vacunar, lo puede llevar a la tarde –dijo
Virginia.
-¡A mí no me van a vacunar! -respondió Deibis enojado.
-Vamos a ver si no –concluyó Virginia.
-Vaya pues –terminé de despedir a Pablo.
-¡A mí no me van a vacunar! –repitió Deibis destacando cada sílaba.
-Trae los platos al fregador –le ordenó Virginia indiferente a los reclamos de su hijo.
Deibis se quedó de brazos cruzados mirando enojado a su madre pero ella y yo nos dedicamos
a fregar y conversar.
-¿Y no le dio fiebre anoche? –le pregunté sobre Juan Pablo.
-No, un poquito de fogaje.
-Porque a la de la vecina de abajo eso fue fiebre y fiebre, no se le bajaba.
-Será que tenía las defensas bajas.
-Que no están pendientes de los muchachos, creen que la cosa es así no más.
-Yo le di unas goticas del remedio apenas me lo traje.
-Así es, hay que ser prevenidos…
-¡Deibis, los platos! ¡Deibis!
Cuando nos dimos cuenta resulta que se había ido.
-¡Ese muchacho!

14
Se fue por el camino de tierra hacia los lados de las siembras, fuera de los límites de
la Ciudadela. Seguro que todavía andaba enojado. De pronto oyó que lo llamaban y aceleró
el paso.
-¡Deibis! ¡Deibis!
Porque quería escapar de todo, yo sé cómo es él, no iba a dejar que lo puyaran.
-¡Deibis, espera!
Y giró.
-¿Qué quieres?
-Nada ¿a dónde vas? –Era Joshuar.
-A ninguna parte.
-Claro que vas a alguna parte, sino no estuvieras caminando.
No estaba para seguirle el juego a sus tonterías, pero notó algo raro.
-¿Qué tienes en la cara?
-¿Qué?
-¿Esa es una pantaleta de tu hermana?
-Noooo… Este tapaboca me lo cosió mi mamá.
Deibis se acercó al rostro de Joshuar, lo olfateaba.
-No la lavaste, muchacho, está hedionda a miao.
-¿Cuál miao? Mirá, dime, ¿qué estás haciendo?
-Estoy huyendo.
-¿Huyendo de qué?
-De las vacunas.
-¿De las vacunas? ¿Es que te vienen persiguiendo?
Y siguió su marcha, mirando siempre al frente.
-Espera, Deibis, yo voy contigo.
-¿Para qué? Ya a ti te vacunaron.
-No importa ¿Dónde te vas a esconder?
-Es un lugar secreto.
-Yo voy contigo.
-Es secreto ¿no entiendes?
-Yo soy tu amigo.
Finalmente Deibis se detuvo.
-Mira, no le vayas a decir a nadie.
-A nadie.
-Es un secreto.
-Un secreto.
-No le digas a nadie.
-Ni a mi perro.
-¿Por quién lo juras?
-Por Gokú.
Se halaron del meñique y se fueron.

15
En la panadería Pablo conversaba con Nino.
-Hey, Nino ¿viste salir a Carmona?
-No señor.
-Ése se escapa sin avisar.
-Ya usted lo conoce.
-Debería aprovechar la oportunidad que le están dando.
-Ese no mejora, señor Pablo.
-No creas, todos tienen una posibilidad. Está joven. Tú eres en un ejemplo. ¿Cuánto
tiempo llevas aquí?
-Mucho, y pronto me voy.
-¿A dónde vas a ir?
-Fuera del país.
-Fuera del país. Es como una epidemia. ¿Y por qué te quieres ir?
-Por la situación, ya la economía está grave, no da para más.
-Pareces desesperado.
-No quiero seguir siendo un mantenido por mi familia.
-Estás exagerando, al menos de aquí sacas un sueldo.
-No alcanza señor Pablo. Me tengo que ir.
-Bueno, Nino, no lo dudo. Te entiendo. Claro, tienes que irte para que puedas vivir el
fuerte deseo de volver. Óyeme, es la segunda vez que digo esto a alguien, y es la segunda vez
que lo hago con el mayor de los afectos. Si te vas, no te vas del país; te llevas al país, te llevas
tus recuerdos, tus emociones, tus gustos, todo eso es lo que sintetiza tu país. Tu país se va
contigo. Si vas a pisar otro territorio, no llegues hablando mal de tu patria, es una mala
costumbre, estarías hablando mal de ti, de nosotros, los que nos quedamos. Al salir deja tu
puerta abierta. Porque pronto volverás.
-¿Su hijo vuelve?
Pablo no supo cómo responder, regresó a su lugar en el área de horneado. Nino miraba
fijamente el exterior de la panadería como reconociendo ya el camino de la partida.

16
En el apartamento Virginia con Juan Pablo en brazos se impacientaba por la ausencia
de Deibis.
-Ya va a ser mediodía y ese muchacho no ha vuelto.
-Ya debe estar por venir, no te inquietes –yo trataba de apaciguarla.
-Es por lo de la vacuna.
-Claro que es por la vacuna.
-Y la jornada es hasta hoy, imagínese tener que llevarlo a rastras al CDI. ¿Por qué?
-Ese no va a querer ir por las buenas. Le tiene un horror a las inyecciones.
-Pero no va hacer falta llevarlo.
-¿Y eso?
-Un momentico.
Marqué el número de una amiga. Virginia estaba dudosa.

17
Joshuar tanteaba con curiosidad los utensilios que había atesorado Deibis. Una lata
de sardina que podía servir como vaso igual que para guardar las metras. Un alicate, una
tijera, una cuerda, una rolinera, una agenda vieja, una radio inservible. En otro sector de la
construcción había un espejo, unas botas de goma, bloques que servían de silla, restos de una
fogata.
También un yesquero, un palo con trapos envolviendo un extremo y una lata con
kerosén.
-Para qué es esto –preguntó Joshuar.
-Para cuando sea de noche –respondió Deibis desde el otro extremo.
El lugar era un edificio que no se terminó de construir, parcialmente derruido con
charcos dispersos y suciedades en los rincones.
-¿Este es tu escondite secreto? –preguntó Joshuar con ansiedad.
-Claro.
-Así no es el escondite de Batman.
-Es que yo no soy Batman.
-Ni yo Robin, pero al menos unas rampas, luces de neón, una nevera con comida.
-Seguí viendo películas.
-Algo más decente, digo yo.
-Mira, fíjate: esta parte es la sala –señalaba Deibis varios lugares mientras describía-
ese donde estás tú es el comedor, allá la cocina y aquélla es la sala de juego.
En verdad Deibis imaginaba unas divisiones inexistentes, unos espacios limpios, un
ambiente agradable, era bueno elaborando situaciones.
-¿Y la piscina? –preguntó Joshuar juguetón.
-Ahí la tienes –respondió Deibis señalando un charco.

18
Un momento de mucho ajetreo en la panadería. Estaba Pablo trabajando duro para
sacar los pedidos de ese día. Carmona no se encontraba, como siempre había salido sin avisar
aprovechando que no estaban los dueños. Sonó entonces la puerta de atrás, alguien tocaba.
-Buenas, ¿qué desea? –se asomó Pablo.
-¿Está Carmona? –Era un muchacho flaco, de más de veinte años, con actitud
nerviosa.
-No, no está.
El muchacho no parecía estar conforme con la respuesta, se movía por todos lados, miraba
hacia un lado de la calle donde estaba una moto con otro muchacho.
-¿Está Carmona? –volvió a preguntar el flaco.
-Ya te dije que no –respondió Pablo extrañado.
El muchacho simplemente empujó la puerta, Pablo se hizo hacia un lado. Escudriñó
todo el lugar como un desesperado. No miraba a Pablo, parecía frenético. Luego salió sin
decir nada. Pablo se asomó para ver cómo el flaco se iba hacia donde estaba la moto y
arrancaba a toda velocidad junto al otro muchacho. Fue en ese momento cuando tuvo la
impresión de que surgirían nuevos problemas.
19
Joshuar ya estaba aburrido. Deibis estaba acostado en una colchoneta sucia, leyendo
revistas. Quería prolongar su estancia lejos de la amenaza familiar.
-¿Es que no te da hambre? –preguntó Joshuar mientras miraba hacia el exterior.
Deibis no quiso contestar, seguía echado con la revista en alto. Lo del hambre era
cierto, que ya era la hora, pero significaría claudicar peligrosamente. Joshuar jugaba con una
bombita que había encontrado ahí. La soplaba y estiraba el extremo como lengüeta dejando
salir el aire con un sonido gracioso. Ni siquiera eso lo animaba.
-Yo me voy –y salía Joshuar a paso seguro fuera de las ruinas.
-¿A dónde vas?
-¿A dónde? A mi casa.
-Espera un rato más.
-Para qué, aquí no hay comida ni televisión ni un refresco, ni una computadora, un
barril de helado de mantecado ni chicas en bikini, ¡esto no sirve como refugio!
-Pero ya va… un ratico más…
-Mira, men, en tu casa ya se olvidaron de la vacuna ¿okey? ya ni pensarán en eso.
Haz la prueba, cuando mi mamá me amenaza con la correa y no me da tiempo de escapar,
me escondo debajo del escaparate por media hora. Listo, con media hora se resuelve todo.
-¿Y si no se les olvida?
-Ya se olvidaron de eso, te lo digo yo. Vamos.
Joshuar salió con la seguridad que le daba el hambre. Deibis salió con dudas.

20
Deibis abrió la puerta del apartamento lentamente, sin ruido. Se cercioraba que no
hubiera nadie. Cerró. Avanzó poco a poco, con el sigilo de un animal alerta. Vio que la sala
comedor estaba despejada, pasó frente a la cocina. No había nadie. Ya iba en dirección a su
cuarto cuando sintió que algo se movía a sus espaldas. Era yo que desde el cuartico de lavar
fui rápidamente hacia la puerta de salida. Detrás de ella apareció Virginia con intención de
agarrarlo y vio con horror que mi amiga la enfermera se acercaba con una inyectadora que
apuntaba hacia arriba. Deibis esquivó a su madre y corrió hacia la puerta, pero ya estaba ahí
esperándolo, entonces se dirigió hacia la ventana, único espacio abierto disponible. De un
manazo lo atrapó Virginia.
-¡Muchacho loco! ¿te piensas tirar por la ventana? –le gritó.
-¡No! ¡suéltame! ¡no! –gritaba también Deibis, desesperado.
Me acerqué para ayudar a Virginia y más atrás mi amiga, toda de blanco, se acercó
con la aguja en alto, lista para el ataque.
-¡No! ¡no me van a puyar! ¡no me van a puyar!
Lo sujetamos con fuerza, apenas podía patalear. Finalmente, la enfermera apuntó
certeramente en uno de los brazos de Deibis.
-¡Aaaaayy!

21
El trabajo de cosido descuidado le daba a la cara de trapo una apariencia horrorosa.
Joshuar curioseaba al Judas de cerca. En un sector de ese depósito varias personas
conversaban sobre sus cosas mientras descartaban ropas viejas y seleccionaban los fuegos
artificiales que usarían después. Hacia allí se acercó y ante la visión de la caja repleta con
traqui traquis se alejó hacia el último piso del bloque 6.

22
Joshuar se metió a la boca todo el paquete de chicle que llevaba en el bolsillo y tocó
la puerta. Abrió Virginia.
-Señora ¿está Deibis?
-Está Deibis, sí, pero no va a salir –le respondió enojada porque sabía Joshuar fue
cómplice en la fuga de Deibis.
-Es que tengo que decirle algo muy importante.
-Mira muchacho, ya fue demasiado con haberse perdido por ahí toda la mañana. No
va a salir, además desde hoy se va al trabajo con su abuelo.
-Déjalo que salga, Virginia, para que se le pase al mal rato de la vacuna –le dije desde
adentro, no por llevarle la contraria, sino que ya el muchacho había pasado mucho espanto
con lo de la inyección.
-Señora Adela, ese muchacho ya estuvo mucho tiempo en la calle, además el señor
Pablo lo espera en la panadería.
-Que vaya mañana, total, no va a ser el empleado estrella.
Virginia hizo un gesto de enojo cerró la puerta y llamó a su hijo.
En eso, afuera, Joshuar logró hacer una bola de chicle grandísima que reventó. Le dio
tiempo de subirse el tapabocas justo cuando Deibis abrió la puerta para mirarlo con una ira
contenida.
-Deibis, mira, vamos allá abajo.
Deibis no le respondía, en verdad estaba muy enojado.
-Anda, si supieras lo que vi allá donde tienen al Judas.
-Y que se les iba a olvidar.
-¿Qué?
-‘¿Qué?’ Y que se les iba a olvidar según tú.
-¿Te vacunaron?
-¿Y tú qué crees?
Joshuar comprendió la actitud de su amigo. Se sentía un poco culpable. No le quedaba más
remedio que insistir.
-¿Sí vas a bajar?
Deibis no respondía. Estaba por cerrar la puerta cuando pudo Joshuar atraer su
atención.
-Mira, tienen una caja llena de traqui traquis.
-¿Qué?
-Una caja con traqui traquis.
Deibis lo miró con desconfianza; no estaba dispuesto a que lo engañara
nuevamente.
-Tienen como cien, no como mil, van a rellenar al Judas cuando se esté quemando
para que estalle así ¡pum!
-¿Cómo mil?
-Digo yo, mil o diez mil. Anda ¿vas a venir?
Estaba Deibis en una disyuntiva.
-Mamá.
-Yo no sé nada, aquí quien manda es tu abuela.
Percibí que Virginia venía con una molestia por la forma como tratábamos a Deibis,
pero es como un equilibrio el que hacíamos Pablo y yo, porque en verdad ella es muy
autoritaria con el muchacho.
-Abuela.
-Si.
-Puedo salir.
-Ya va.
Yo le había cosido dos tapabocas muy bonitos, no como los que quería, pero me
quedaron de lo más moderno.
-Anda, estrena tu tapabocas nuevo.
Lo agarró y lo exploró por todos lados, tal vez comparando con lo que había
imaginado. ¿Le habrá gustado?
-¡Gracias abuela, está chido!
Y me abrazó de esa forma tan tierna que me hizo recordar a mi Pablito con cuando
quería ser amoroso. Son esas cosas que hay que vivir de verdad.
-Y tú, ten, quítate eso de la cara, ponte esto que te cubre mejor y no te hace pasar
pena.
Le entregué el otro tapabocas a Joshuar y se retiró el trapo feo que tenía y nos dimos
cuenta que tenía regado en la boca y cachetes un pegoste de chicle reciente. Muy tranquilo
se acomodó su tapaboca nuevo.
-Listo, vámonos.

23
Era cierto. La boca fue cosida de un modo impreciso, dejándole un gesto torcido como
de un cadáver en pánico. En las ranuras de arriba no cabían unos ojos, pero posiblemente
veía, por esas fosas oscuras y sucias veía. Tenía el porte de un hombre verdadero pero echado
malamente en la silla, ladeado, con unas manos que bien podían estar crispadas o dejadas en
caída libre a cada lado. Deibis se mantenía a unos pasos de distancia, parecía respeto o
reverencia, pero puede ser por temor a que eso que parecía sin vida se pudiera levantar de
pronto para perseguirlo hasta el final de sus días.
-Deibis, Deibis, mira aquí –casi susurraba Joshuar desde el otro lado del cuarto.
Deibis no lo escuchaba, esperaba algo súbito de ese bicho horrendo. Tenía la camisa
del abuelo y el pantalón de quién sabe quién. Se atrevió a tocar la camisa, seguir la línea de
los botones. Lo hubiese desabotonado allí para liberar a su abuelo de ese vínculo. El abuelo
no era un ser de maldad, Carmona sí. Carmona sí que merecía el fuego. Lo que había hecho
a Yoel, lo que una vez hizo a Frank, lo que estaría por hacerle a él mismo en un futuro tendría
que pagarlo. Carmona merecía el castigo del fuego, un domingo de resurrección, quemado
todo con traqui traquis en la barriga, que explote ¡pam! volando por los aires y que
desapareciera por siempre de la ciudadela, es lo que él pensaba.
-Deibis, ven.
Esta vez sí atendió el llamado. Se fue alejando poco a poco de ese Judas. Mientras lo
hacía no lo perdía de vista. Ya había logrado una buena distancia y se dirigió donde estaba
Joshuar pero justo cuando volteó hacia allá el Judas giró la cabeza. Deibis se paralizó y volvió
a mirar al muñeco, lo miró y volvía a tener el mismo gesto que al principio. Estaba seguro
que el bicho de trapo se había movido, podía jurar que sí. Pero el muñeco seguía echado en
la silla como lo que era: una cosa sin vida. Sintió que lo halaban del brazo.
-¡Deibis!
Se estremeció. Joshuar lo halaba del brazo para guiarlo a donde estaban los traqui
traquis.
-Mira esta caja, ven, imagina que le caiga un fósforo.
Se dejó llevar aún con el susto en el cuerpo. Joshuar describía emocionado las cosas
que veía: tumbaranchos, cohetes, raspa raspa. Deibis estaba pendiente que el Judas no se
levantara de la silla y los atacara en ese lugar tan solitario. Pero llegó el momento cuando se
dejó contagiar por la emoción de Joshuar ante tanta pirotecnia.
-Como para explotar un edificio entero.
Tan absortos estaban viendo la caja que no se fijaron que desde atrás se levantaba una
mano grande y gruesa que vino a posarse sobre el hombro de Deibis.
-¡Aaayyyy!
Joshuar se espantó con ese grito y los dos miraron hacia atrás.
Era uno de los hombres que participaba en los preparativos, tenía como misión velar
por lo que había en ese cuarto.
-¿Qué hacen ustedes aquí?
-Nada.
Estaba acompañado por el mismo muchacho que había ido con el Flaco a la panadería.
-Nada.
-Entonces vayan saliendo, no pueden entrar solos aquí.
Y salieron de ahí con la velocidad del rayo.
24
Era la hora de trabajo más intenso para Pablo. A media tarde tocaba sacar una buena
cantidad de panes para cumplir con los pedidos que se hacían desde algunos edificios y para
dotar la estantería para las ventas en el local. Nada lo desconcentraba, llevaba en mente la
cantidad justa de lo que debía hornear. Sonó la puerta trasera y fue Carmona a atender. Era
el mismo muchacho de raro comportamiento que había ido más temprano. Carmona lo
reconoció y salió para hablar con él afuera.
-Dame el saco –exigió el flaco.
-¿La plata? –preguntó Carmona.
-No la tengo.
-Cuando la tengas vienes.
-Tienes que darme el saco.
-Sin la plata no.
-Tengo que entregarlo hoy, me lo están pidiendo ¿cuántas veces hemos hecho
negocio?
-Varias veces, pero la plata por delante.
-No la tengo, mañana te pago –ya el muchacho se estaba volviendo agresivo.
-Mañana lo tienes –giró Carmona entrando a la panadería y trancando la puerta por
dentro.
El muchacho dio una patada fuerte a la puerta y se fue en la moto. Adentro se
sobresaltaron Fernanda, Brito y Pablo, quienes preguntaron a Carmona qué había pasado.
Respondió con un movimiento indiferente de hombros.

25
Desde la loma se podía ver lo que acontecía en las escalones frente al bloque 6. Deibis
veía con interés a Margarita quien hablaba muy animada con dos amigas. Se imaginaba que
era con él con quien hablaba, no perdía esa esperanza. Se atravesó Joshuar a su campo de
visión, interrumpiendo el estado en que se encontraba.
-¿Entonces? ¿vamos con los muchachos?
Deibis no le respondía.
-Anda, vamos, Frank ya pasó con la pelota.
Ya que Deibis no reaccionaba comenzó a sacudirlo por los hombros de modo
frenético, por lo que recibió un empujón que casi lo tiró al piso.
-¿Viste cómo eres tú, Deibis?
-¡Es que no me dejas ver!
-¿Ver qué?
-Allá.
-¿Qué hay allá?
-Una niña bonita.
-¿Una piña bonita?
-¡Niña bonita!
-Ah, niña bonita. Pero allá hay tres niñas ¿cuál de ellas?
-La bonita, la única bonita.
-Ah, sí. Verdad que es bonita. ¿Y ya hablaste con ella?
-No.
-¿Y no vas a hablar con ella?
-No sé.
-Tienes que hacerlo.
-¿Cómo?
-Yendo. Regalándole algo.
-¿Esta chupeta?
-Justamente.
-No me atrevo.
-Yo sí, –le arrancó la chupeta de la mano- le voy a decir que tú se la mandas.
-No, Joshuar, ya va… -demasiado tarde: ya se había ido cuesta abajo con la chupeta
en alto.
Deibis veía desde su sitio el recorrido que hacía Joshuar hacia el lugar de reunión de
las tres niñas. Ya sentía vergüenza ¿qué iba a pensar Margarita? ¿cómo le iba a hablar? Hasta
allá llegó el de la chupeta, las interrumpió en su charla, luego avanzó y entregó la golosina a
una de las muchachas. Deibis se fijó que quien la recibió fue una muchacha gordita, no
Margarita. Desde allá Joshuar señaló a Deibis y levantó los brazos en señal de victoria. Deibis
se golpeó la cabeza muy contrariado por el error de su amigo quien ya estaba de regreso.
-¿Ves? Fácil.
-¿Tú eres tonto, muchacho?
-¿Tonto por qué?
-Le diste la chupeta a la que no era.
-¿Cómo que no era? Tú dijiste que a la más bonita.
-¡A la más bonita! Esa no es la más bonita.
-¿Cómo que no? Es la más linda que han visto estos ojos.
-La que está al lado, la de franela verde.
-Ah, la otra. ¿Tienes otra chupeta?
-¡No!
-Ya va –Joshuar se registró los bolsillos. Encontró un sobre de fructus.
-Espera aquí, ya lo resuelvo.
Se fue otra vez donde estaban las muchachas. Le quitó la chupeta a la otra niña y se
la dio a Margarita. Luego entregó a la otra niña, a la gordita, el sobre de fructus. Las dos
niñas se miraron sorprendidas y lanzaron miradas extrañadas hacia Deibis.
-¡Ey, Deibis, ya está listo! ¡Ven a echarle los perros!
Deibis se levantó enojado y se fue.
-¡Espera Deibis, ya tienes novia!

26
-Não se preocupe, Sr. Pablo, traga a criança, algo pode fazer aqui, qualquer coisa,
limpar, esfregar, lavar as janelas, passear com o cachorro… -la señora Fernanda siempre era
efusiva a las solicitudes de sus empleados, llegaba a ser espléndida.
-No, Fernanda –la corregía Brito, su esposo-, es un niño pequeño, es para que pase
aquí ocupado las vacaciones, nada más.
-Ah sim? Bem, se é por isso está tudo bem, porque você sabe, Sr. Pablo, as férias podem ser
longas, muito longas para um garoto de cinco, seis anos, são tão pequenos que…
-Doce, Fernanda, tiene doce.
Las aclaraciones del señor Brito no ayudaban a Pablo a entender bien a Fernanda,
pero al menos sacaba en claro que le permitían llevar a su nieto de doce años al trabajo a
partir del día siguiente.
-Bueno, gracias, será hasta mañana.
-Hasta mañana, señor Pablo –se despidió el señor Brito.
-Vai, vai, Sr. Pablo, até amanhã, estamos esperando vocês dois, que vá bem –intentó
darse a entender Fernanda.

27
Aún era temprano, había suficiente claridad. En vez de tomar la ruta habitual, prefirió
regresar al apartamento por los lados del estacionamiento. Por allá vio a Deibis reunido con
los otros muchachos quienes recuperaban a Frank luego que Carmona la había dado un golpe
en la barriga. El muchacho seguía doblado del dolor, por allá en el fondo se alejaba Carmona
en compañía del menor.
-Ése va a pagarlas todas un día de estos, seguro que sí –hablaba con rabia Yoel.
Pablo miraba la retirada de Carmona intentado entender ese comportamiento tan
antisocial en un muchacho tan joven. Tomó a su nieto de la mano y lo condujo hacia el
edificio. Iba muy sumido Pablo en sus pensamientos cuando de pronto Deibis lo volvió a la
realidad.
-Abuelo ¿por qué mi papá nos abandonó?
No se hubiera esperado esa pregunta. No llegó a pensar que Deibis tuviera ese
sentimiento respecto a su padre. Quiso responder pero debía buscar el escenario idóneo.
-Ven, vamos a la azotea.
Se desviaron hacia otros escalones, se oía la melodía colombiana de siempre y al
llegar al último piso ascendieron por una escalera para subir a la azotea. Allí el viento era
intenso, se percibía toda la extensión del cielo. Al llegar a un extremo se sentaron en unos
ladrillos viendo hacia donde se extendía la avenida.
-A veces subo hasta aquí –hablaba Pablo-. Me ayuda mucho cuando se me acumulan
los pensamientos en la mente. Estar lejos del suelo me hace bien, es como tener una visión
completa de todo, una vista desde arriba. Mira allá, de ahí vengo, de la panadería. Allá la
biblioteca. Allá los jardines. Estamos encima de todos. Hasta de los problemas.
Se dedicaron por un momento a mirar los alrededores.
-Pablito no los ha abandonado, papa. Mi hijo no haría eso. El día que se fue, ese día,
lo vi alejarse por una avenida como ésa. Yo estaba ahí. Mientras se alejaba yo estaba
tranquilo, confiado, porque estaba seguro, estoy seguro que por esa misma avenida vendrá
de vuelta con nosotros. Mientras tanto están ustedes aquí. Estando tú aquí es como si volviera
Pablito niño, a tu edad. Era tan igual a ti, con tanta personalidad. Hablábamos mucho, tenía
planes. Y mira, estando tú, está él también. Entonces no nos ha abandonado, sigue entre
nosotros. Y ten la seguridad, papa, pronto, muy pronto, lo verás venir de regreso por una
avenida como ésa.
Los dos estuvieron un rato viendo cómo iba entrando la noche en la avenida.

28
En la noche el silencio recogía a toda la ciudadela en el sueño. Ya la gente dormía.
Todo entraba en descanso. Estaba Virginia vigilando el sueño de Juan Pablo en el cuarto,
sobre la pequeña cama que compartían los tres. Esperó a que entrara Deibis desde el comedor.
Ya estaba colmada por el comportamiento de su hijo. Cuando entró no dijo nada, él se detuvo
cerca de la puerta, mirándola reconocía al instante la ira de la madre, la sentía en ese silencio.
Se quitó los zapatos y se deslizó lentamente a la cama, hacia su rincón de la pared.
-¿Y tú te vas a acostar sin bañarte? –empezaba la batalla.
Deibis no se movió, trataba de no importunar, quedarse todo quieto para pasar
desapercibido, sin emitir ruido.
-Te estoy hablando. Anda a bañarte.
Todo esto lo decía casi en susurro pero con la energía proveniente de la rabia. Vio
cómo Deibis se desplazaba en sentido inverso, reptando sobre la sábana hasta salir de la cama
y caminar en dirección al baño.
Le parecía que lo mejor era no decir nada, obedecer, bañarse o medio bañarse, echarse
el agua que pudiera soportar en esa noche de fríos. Salir húmedo, mostrarle obediencia y que
la cosa quedará hasta ahí. Era una rabia más de Virginia. No se decidía a desvestirse. Se abrió
de pronto la puerta. Su madre entró sin avisar, sin pedir permiso en ese espacio íntimo. Se
detuvo ahí de brazos cruzados. La cosa no pintaba bien.
-Quítate la ropa.
Hacía mucho tiempo que no compartía el baño con su madre. Ahora se cuidaba más
que lo vieran sin ropa, ya tenía sensación de pudor. No comprendía esa orden de su madre,
ella, que le inculcaba lo de la vergüenza, ahora le pedía que se desnudara.
-¿Es que no me escuchas? Que te quites la ropa, no te vas a bañar vestido.
Mejor era obedecer. Si al menos al abuelo le dieran gana de orinar a esa hora, que
tocara esa puerta y terminara todo ese mal momento. Se fue quitando poco a poco la camisa,
el chor, como para dar tiempo a que ella se decidiera. Por ese silencio denso y esa mirada de
asalto le daba a entender que era toda la ropa. Esperó. Su madre se adelantó, lo llevó hasta la
regadera. Al menos no lo vería totalmente desnudo. No había agua en la tubería, entonces
comenzó a dejarle caer agua fría con una perola. Se estremeció al primer contacto con el agua
pero lo aguantó porque pensaba que si ella se enojaba más, lo que vendría sería peor.
-Te dije que me las ibas a pagar todas, no creas que lo he olvidado. Te comportas
como si fueras un principito, hasta altanero te has vuelto conmigo, no me haces caso. ¿Te
crees que vamos a estar por siempre viviendo aquí? ¿crees que siempre van a estar tus abuelos
para defenderte?
Deibis se mantuvo siempre en la misma posición, recibiendo las descargas frías y las
palabras destempladas de su madre. Parecía un sacrificado. Vino el restriego con jabón por
la cara, las orejas, el cuello, con el dolor que producía el estropajo. Iba a limpiarse algo de
jabón que se le venía a los ojos, de un golpe Virginia le bajó la mano.
-Tú no vas a ser como esos vagos que andan por ahí, insultando a sus padres, robando,
mintiendo ¿eso es lo que tú quieres? ¡No! ¡eso no! ¿tú crees que te comportarías así si
estuviera tu papa? Te estás aprovechando de que él no está.
Otra andanada de aguas. La referencia a su padre le dio por pensar. Si estuviera su
papá, sería todo distinto. No estaría pasando ese suplicio de aguas frías y jabón en el ojo. No
estaría viviendo esa vergüenza en interiores.
-Ese escándalo por una vacuna, no te da pena. Y llegas a la hora que te da la gana. Ya
no puedo dar una orden porque quedo como un cero. Tú no me estás respetando. Menos mal
que tu papá está lejos. Que ni venga, ojalá ni vuelva para que veas qué se siente crecer sin la
presencia de un padre.
Sólo en ese instante Deibis subió la mirada hacia su madre. No creía lo que escuchaba.
Virginia se dio cuenta de su exceso. Su hijo, quién sabe, tal vez lloraba, con toda esa agua en
la cara no se podía saber si habían lágrimas. Pero ella estaba por flaquear. Sólo por esa mirada
de su hijo volvió en sí. Se avergonzó de pronto por todo lo que le había hecho, lo que le había
dicho. Era su hijo, no era culpable de nada. Era otra víctima de los hechos. Lo abrazó. Eran
ellos dos contra el mundo. Lo abrazó con mucha fuerza, como tratando de recuperar a ese
pequeño ser que sentía se le escapaba. Le hubiese pedido perdón, pero no sabía cómo hacerlo.
Él accedió. Se abrazaron en la humedad del baño.

29
Temprano en la mañana Deibis seguía dormido. El abuelo entró al cuarto.
-¡Papa! Primer día de trabajo. Vamos ¡a levantarse! –y le retiró la sábana.
Le tomó un tiempo estirarse y ubicarse en la realidad de ese día. Al poco tiempo ya
se había aseado, vestido y listo para salir con su abuelo. Llevaba el desayuno en una mochila.

30
-¿Cómo van las cosas con tu madre? –preguntaba el abuelo camino a la panadería.
A Deibis le pareció una pregunta trivial, una vía de iniciar conversación.
-Bien.
-Una remojada en agua fría puede ser peor que un simple regaño.
Deibis miró hacia su abuelo, creía que lo de la noche pasada había quedado en las
cuatro paredes del baño. Estaba equivocado.
-Tu mamá está inquieta, es sólo eso. Hay personas que no han sido entrenadas para
expresar sus emociones, sus molestias. Por eso no la culpo. Pero debería tener más tacto. Tú
no mereces ese tipo de tratos, papa.
Seguían caminando en la ruta hacia la panadería. Deibis oía con reverencia a su
abuelo.
-Pero tienes que comprenderla. Y considerarla. Es una mujer extraviada en esta
circunstancia de su vida.

31
-Olá! Este é o menino, nosso pequeno trabalhador, quão bom, vê-se que ele é forte,
com vontade de trabalhar, você já trabalhou antes? em que série você está?
Fernanda interrogaba emocionada a Deibis quien estaba paralizado porque no sabía
qué responder. Ni siquiera podía adivinar si le estaba preguntando algo.
-Parece que ele não fala muito, deve ser a emoção do primeiro dia, diga-me, digame,
você ama muito seu avô? Você o ama muito? Você deve ter muita força para fazer todos os
pães do dia.
-Buen día, señor Pablo, así que él es el nieto, creo que lo he visto antes por aquí –
comentaba Brito.
-Sí señor, ha venido a comprar, a veces –respondió Pablo.
-Mais entre, entre, você tem que fazer a lição de casa, o que você gostaria de fazer?
Huh? Assar? Limpar? Vender? Tem cuidado Nino, que ele pode tomar o seu lugar. Venha,
venha pequeno, nós estamos saindo, você cuida dos negócios, sim? Enquanto isso, você vai
ser o chefe do seu avô, certo?
Deibis seguía sin saber qué hacer, miraba a su abuelo con angustia. Brito tomó a
Fernanda del brazo para conducirla hacia afuera.
-Bueno, quedan a cargo. Nino, verifica los pedidos, ya venimos.
-Estamos de volta.
-Siempre son un espectáculo –comentó sonriente Pablo.
-¿Entendiste lo que te dijo? –preguntó Nino a Deibis, quien negó con la cabeza.
-¿Qué le dijo la señora Fernanda? –Pablo preguntó con curiosidad.
-Bueno, muy fácil –Nino no sabía mucho del idioma-, que eres muy negrito para ser
nieto de Pablo.
Pablo entendió la broma y rió con Nino. Deibis siguió sin entender.
-Venga, papa, venga para enseñarle cómo se amasa para hacer el mejor pan del mundo
–dijo Pablo llevando a Deibis a la parte de atrás. Colgó su chaqueta en el perchero y se colocó
la bata blanca de panadero. Deibis iba reconociendo el lugar.

32
En el bloque 6 se seguía escuchando el vallenato triste. Virginia estaba asomada a la
ventana, al parecer se había contagiado con la melancolía.
-¿Qué tienes, Virginia? –le pregunté mientras cargaba a Juan Pablo que ya iba
camino al sueño.
-Nada, señora Adela.
-Menos mal que nada, muchacha, a veces es peor.
-¿Por qué siempre suena esa música triste?
-La muchacha colombiana de abajo, el marido se fue para Medellín o Cali, no sé.
Cuando le entra la depre le da por poner vallenato. Cada quien cura sus dramas de la mejor
manera. A ella le da por ahí. Pero cuando el marido llama o le manda cartas, la cosa cambia.
En vez de vallenato coloca una buena cumbia para bailar.
Las dos suspiraron por el aire de la ventana.
-¿Qué música me tocará escuchar?
Al principio no le entendí.
-Cuando vuelva Pablito ¿cuál será su canción del regreso?
La tomé de la mano. Suspiramos las dos.

33
-¡Papa, papa! –llamaba Pablo a Deibis desde la sala de amasado. Había dejado reposar
la masa con la que haría los panes.
Deibis estaba con Nino detrás del mostrador.
-Te llama tu abuelo.
Camino a la sala, Deibis vio a Carmona coleteando el piso, muy afanado, parecía otra
persona, alguien reformado por así decir.
-Ven, papa, te voy a mostrar cómo es que la masa pasa de un estado tan elemental,
crudo, a esa gran creación humana llamada pan.
En ese instante, en el apartamento, Virginia se aprestaba a bañar a Juan Pablo en la
batea. Con mucho cariño, apaciguándolo, colocó su cuerpo desnudo distante del chorro. En
la panadería la masa reposaba sobre su bandeja cubierta con el paño. Allí crecería en una
redondez blanca y rolliza. Virginia mojaba levemente una de sus manos y empapaba la
redondez blanca y rolliza de su hijo. Él parecía disfrutarlo. Venía luego el estirado de la masa,
el alargamiento con el que ganaría plasticidad. Frotaba el cuerpo con el jabón perfumado. La
segmentación prefiguraba la cantidad de bollos a preparar, la diseminación fragmentada de
la masa original. Le recorría el cuerpo con la toalla suave, humedecida, haciendo del baño
una labor más de caricias. Rodaba luego cada bollo para redondear después con el cuenco de
la mano, su ligero reposo, para luego distenderlo sobre la bandeja. Venía al final el enjuagado.
Blanco, terso como una masa cruda. Enrollaba girando sobre si cada bollo, adquiriendo su
largura estrecha. Fue secando el cuerpo como si fuese un ritual de caricias. Deibis recibió
todo el proceso de su abuelo como si se tratara de una expresión de los afectos.

34
Remojaba Deibis su pan recién horneado en su jarra de café. Habían terminado de
almorzar detrás del mostrador. Ahí quedaban los potes de Nino, Deibis y Pablo. En algunos
quedaban restos del almuerzo.
-¡Carmona¡ -llamó Pablo hacia la parte trasera de la panadería. Nino estaba
expectante.
Carmona se asomó con desconfianza sin decir nada. Pablo le extendió la parte de
comida que sobró en su pote. Carmona la tomó y en dos o tres cucharadas tragó lo que
quedaba. Sin decir nada colocó el pote vacío sobre el mostrador y se regresó a la parte trasera.
-Usted es muy bueno, señor Pablo –dijo Nino en voz baja.
-Debo serlo –respondió Pablo dando una mirada a su nieto. –Tengo que serlo.
Frente a la panadería pasaba Joshuar, miraba hacia adentro y no se atrevía a entrar.
Deibis salió a su encuentro.
-¿Qué haces aquí?
-Nada, ¿qué haces tú?
-Trabajando.
-Pero están es comiendo y hablando.
-Es la hora de descanso.
-Ah. ¿Ya van a salir?
-No.
-¿A qué hora salen?
-Como a las cinco.
-Las muchachas están a allá en los escalones. Pasé por ahí. Quería llevarles algo,
como ayer, pero no tengo nada.
-¿Y qué vas a hacer?
-No sé. Se me acabó el fructus. ¿Tienen pan dulce, del que nos dio tu abuelo ayer?
-Sí hay. Para las ventas.
-Y no tengo plata.
-Yo tampoco.
-Para ti es fácil sacarlo, trabajas ahí.
-No se debe regalar la mercancía.
Pausa.
-¿Entonces, te gusta la gordita?
-¿Está Carmona ahí? –Joshuar evadió la pregunta.
-Sí.
-¿Se ha metido contigo?
-Claro que no.
-Parece que la moto del flaco es robada.
-¿Cuál flaco?
-El que se la pasa con él, el hijo de Lucio, el del doce. Parece que va a ser el Judas de
este año. Lo queman mañana.
-¿Al flaco?
-No, chico, a Lucio, el papá.
-¿Y cuándo irán a quemar a Carmona?
-No sé.
35
Iba avanzando la tarde. El estacionamiento estaba solo. Los edificios en silencio. En
la zona de los escalones charlaban amenamente las tres muchachas con Joshuar quien
exageraba los gestos para llamar la atención de la gordita. Margarita se separó de ellos y se
dirigió a la panadería.
En el despacho se encontraba Deibis.
-Hola. –Era la primera vez que Margarita lo saludaba.
-Hola. –luego de una pausa: -hola, -repitió incorporándose.
Margarita miraba las estanterías, dudosa de lo que podía comprar.
-¿Cuánto cuesta esa chupeta?
-Un bolívar.
-Ah, no me alcanza.
-¿Y ese chicle?
-Un bolívar.
-Ah, no me alcanza.
-¿Y ese pepito?
-Dos bolívares.
-Ah, no me alcanza.
Siguió paseando mirando las dulcerías. Entonces llegó a la bandeja de tortas. Se fijó
en la porción más decorada con cremas y chispas.
-¿Y esa torta?
Deibis no quería seguir desilusionándola con los precios. Se fijó en el billete que traía
en la mano y le mintió para complacerla, sólo para eso.
-Para esa sí te alcanza.
Margarita sonrió iluminada, estaba alegre. Había llegado a la panadería sólo por
obedecer a Joshuar y a las muchachas quienes le insistieron allá en los escalones. Y ahora
salía premiada con una buena torta por cortesía de Deibis.
Recibió su torta, pagó y se despidió de un modo que se podía interpretar más como
un agradecimiento.
-Chao, Deibis.
Él no se lo creía, no se esperaba que su nombre resonara en la boca de la bella,
hermosa Margarita. No tuvo palabras para responder, se quedó en una mudez paralizada
detrás del mostrador. La miraba alejarse y a su lado comenzó a oír el susurro de una voz
conocida.
-Entonces estás robando la panadería. ¿Crees que no me di cuenta de lo que hiciste?
Regalaste por un bolívar una torta que vale cinco. Eres un pillo, carajito.
Era Carmona quien le hablaba muy cerca, inclinado hacia él. Deibis volteó
sorprendido y se encontró de frente con el rostro detestable de ese malviviente.
-Tú sabes lo que le pasa a los que roban a los dueños. ¿Si se entera tu abuelo? ¿qué
pasará si tu abuelo sabe que estás llevando la panadería a la ruina, que andas regalando las
mercancías que aquí se hacen a cualquier pendejita? Eres un delincuente.
Deibis tenía el miedo incrustado en su cuerpo, había sido descubierto, nadie debía
saberlo, que nadie se enterara. Que no lo supiera su abuelo, sería la peor.
-Yo me puedo quedar callado, sin problemas. Pero el silencio se paga. Tú me vas a
pagar con un favor. Mira, mañana viene un pana, el flaco. Viene a retirar un saco de harina.
Es un negocio, tú entiendes de eso. Tú se lo vas a entregar, yo no voy a estar aquí. Tienes
que ser tú que se lo pases por la puerta de atrás. Cualquier cosa, no tengo nada que ver ¿me
entiendes? Y no es que vas a faltar mañana, yo sé dónde vives. Tú cumples con eso, y estamos
a mano.
Carmona se retiró a la parte de atrás. Deibis se quedó en su mismo lugar, acorralado
por los nuevos temores.

36
Nino se incorporó a sus funciones en el área de despacho.
-Entonces, Deibis ¿alguna novedad?
Deibis negó con la cabeza, no tenía voluntad para hablar. No en ese momento.
-¿Alguna venta?
-Voy atrás, con mi abuelo –y sin que Nino pudiese responder, se fue Deibis a
protegerse cerca de Pablo.

37
Lucio dedicaba las tardes a ver pasar los transeúntes desde su silla en las sombras del
bloque 11. Tenía un radio encendido. A veces saludaba, cuando encontraba alguien con
suficiente ánimo de responderle. Se dedicaba a pescar novedades que luego comentaría con
cualquiera que se le atravesara. Por eso era el predilecto para labores de espionaje. En un
momento se detuvo una moto frente al edificio, era el flaco. Se apeó y le pasó por un lado,
Lucio lo llamó. Conversaron algo, se entendieron y luego el flaco continuó camino hacia el
interior del edificio. En la acera contraria iban Virginia y Magda, animadas en una
conversación. Juan Pablo, como siempre, en brazos de la madre. Magda era de las que no
saludaban a Lucio, reconocía en él a un ser malicioso.
-¡Qué familia! –comentaba Magda, -de tal padre tales hijos.
-¿Quiénes son?
-La manzana podrida de la ciudadela.
-¿Y eso por qué? ¿qué han hecho?
-¡Qué no han hecho! Parece que usan el apartamento para retener mercancía. Ya la
gente sabe pero, es el protegido.
-Es raro que no les ha caído la ley, todos los que viven aquí tienen buen
comportamiento, es lo que he visto.
-Casi todos. Es verdad, la gente que se mudó acá es porque realmente necesitaba
vivienda, y tienen que ser buenos vecinos para poder durar porque sino, la misma comunidad
presiona. Pero hay algunos consentidos de la autoridad, como una raya, diría uno.
-¡Cómo me gustaría vivir siempre aquí! Tener un apartamento propio. Esto es como
otro mundo, muy lejos de la miseria.
-Un paraíso. Fue una buena política para atender al pobre. Yo estoy eternamente
agradecida por esta nueva vida que llevo aquí.
-Espero que dure.
-Claro, que dure.

38
Eran las cinco de la tarde. Pablo y Deibis iban saliendo de la panadería. Era el final
de la jornada. Caminaban por la vía predilecta de Pablo, el bulevar de la zona 6. Por allí
saludaba a los vecinos. Deibis tenía una pregunta pendiente:
-Abuelo ¿por qué yo soy más negro que ustedes?
-¿Es por lo que dijo Nino? Fue sólo una broma.
-¿Pero yo soy más oscuro que ustedes ¿por qué?
-Porque duraste más tiempo en el horno.
Adelante estaban Virginia y Magda entretenidas en conversación con unas vecinas.
Pablo saludó. Virginia señaló hacia el lugar de la huerta.
-Allá está la señora Adela, pendiente de los cilantros.
A veces dedico unas tardes a los sembradíos comunitarios.
-Papa, vaya a ayudar a su abuela –lo conminó Pablo. Deibis estuvo dudoso, pero se
decidió ir donde yo estaba, no tenía otra cosa que hacer.
Cuando llegó hasta la huerta me encontró conversando con las amigas sobre las
plantas que ya iban retoñando. Lo recibí con cariño, como siempre, y me entretuve aún en la
charla. Deibis miraba desde la lejanía el bloque 6, la ventana del apartamento. Se estaba
sintiendo ajeno a la familia, había robado, se sentía culpable, había tomado parte de la
mercancía solo para complacer los caprichos de una niña muy bonita. ¿Si llegara a hablar
Carmona? “Mi abuelo no me va perdonar,” es lo que pensó, y Virginia tendría razón, se
habría convertido en un mal viviente sin derecho a crecer con su padre. En esto pensaba
cuando la canción melancólica se silenció y dio paso a una alegre cumbia instrumental. ¿Por
qué ese cambio?
Yo dejé por un momento la palita y la charla y atendí la melodía nueva que venía del
edificio.
-¡Ha escrito! ¡el hombre ha escrito! ¡qué alegría! ¡ha escrito! –oí que alguien
exclamaba con mucha alegría.
La vecina recibió su carta, Deibis vio nuestra felicidad y supo vincular ese ánimo con
la rítmica bailable de la cumbia que por la ventana se escuchaba. Imaginó que bajo esos
acordes se congregaría un gran baile en el estacionamiento al frente del edificio.

39
Iba subiendo Pablo hacia el apartamento cuando sintió que lo llamaban.
-¡Pss! ¡Pablo! ¡Pablo! –susurraba Tello.
Pablo se acercó animado por el semblante de su amigo.
-¿Qué fue, Tello?
-Ven, ven, pasa.
Ya adentro del apartamento Tello le comunicó lo que desde ese mediodía le llegó
como novedad.
-Bueno, Pablo, sí se cumplió. Se vendieron las prendas. Tu hijo salió de deudas.
-¡No me digas, no puede ser! ¡qué fortuna! ¡gracias Tello! No me esperaba esa noticia.
-Yo sé que no, y falta más. Al parecer, puede ser que tu hijo Pablito esté por aquí en
dos días.
Pablo enmudeció. Miraba fijamente el rostro de Tello en busca de una brecha en la
noticia, quería asegurarse que ese rostro solamente reflejase una verdad que ambicionaba
desde hace días. Pablo se abrazó a su amigo conteniendo un sollozo de extrema alegría.

40
A la medianoche Deibis aún miraba las sombras del techo. No había podido dormir.
Se le venía la presencia de Margarita pronunciando con su vocecita su nombre: “Deibis,
Deibis”. El pastel del encuentro, el dinero incompleto, su mirada de recio palpitar al corazón.
Luego el rostro pertinaz de Carmona, sus ojos de la maldad, su voz de amenazas: “te vas a
quemar”. El rostro del Judas esperando por el fuego, mucha candela, la carne se quema con
el fuego, la llama que no se apaga, una perola de agua fría en la cabeza, y el fuego. “Ojalá no
vuelva tu papá”. La avenida del regreso. Pablito entre brumas de la noche sentado para
recibirlo como hacía en muchas ocasiones. El reencuentro. La vuelta a la vida.

41
Al día siguiente iban Pablo y Deibis camino a la panadería. Pablo saludaba con mucha
alegría a los vecinos, andaba rozagante, con una felicidad que él reservaba muy adentro de
su intimidad. La muchacha que antes sufría melancolías con vallenato ahora se asomaba por
la ventana con una actitud distinta.
-Buen día, vecina ¿cómo amaneció?
-Muy bien, vecino ¿y usted?
-¿Qué novedad con el hombre?
-Escribió y llamó.
-Son buenas noticias.
Deibis veía a la niña que también estaba asomada al lado de su madre. Se le hacía
pesada esa felicidad que expresaban ambas y que contrastaban con el desánimo que él estaba
viviendo. Siguieron los saludos, las sonrisas de las que él no formaba parte. Llegaron a la
panadería y estaba Nino ajetreado por la cantidad de clientes por atender. Pablo saludó,
cambió su chaqueta por la bata blanca y pasó al área de amasado y horneado. Deibis ayudaba
a Nino. Hubo un momento cuando el flujo amainó.
-¿Qué tienes, Deibis?
-Nada.
-¿Nada? Andas muy raro. Anda, ve atrás por panes, que aquí se acabaron.
Deibis obedeció. Por la vía se encontró con Carmona, su pesadilla, quien le lanzó una
mirada indiferente y siguió en lo suyo, raspando bandejas. Deibis fue donde su abuelo y se
recostó a una de las paredes. Andaba con el ánimo muy bajo. Su abuelo hacía algo en un
rincón, al lado del horno, de espaldas a Deibis. Hubiese aprovechado ese momento para
confiarle a su abuelo lo que estaba viviendo, la razón de su decaimiento. Tal vez el abuelo
comprendería, total, fue una ración de torta, nada más, se podría pagar de cualquier modo.
Pero Carmona estaba rondando por ahí, no se atrevía, no con ese Judas andando cerca. Pablo
sintió la presencia, medio giró hacia Deibis y luego se extendió para guardar algo
prontamente en una grieta del rincón.
-Papa ¿qué estás haciendo?
-Nino pregunta por los panes.
-Me hubieses dicho antes, pareces un espía.
Pablo tomó la bandeja con los panes.
-Papa, debo salir para hacer la entrega de los pedidos. Te quedas con Nino, no tardo
¿está bien?
Asintió. Pablo hizo un gesto a Carmona para que lo siguiera. Mientras salía lanzó una
mirada retadora a Deibis.
No quiso ir al mostrador con Nino, prefería quedarse cerca del horno hasta que el
abuelo regresara. Estaba encendido, por la puerta entreabierta se veía el resplandor del fuego,
pensaba en lo caliente que debía estar adentro. ¿Cuánto calor hacía falta para cocinar los
panes? Mucho, mucho calor y fuego. Las cosas cambian por efecto de la candela, se tuestan,
cambian de color, hasta el sabor. “El fuego es un poder.”
Se fijó en el rincón donde estaba afanado el abuelo momentos antes, al lado del horno.
Se acercó a la grieta, había un papel. Al sacarlo se fijó que habían más, era un montón de
cartas allí escondidas. Eran las cartas que Pablito enviaba a Pablo. Todas comenzaban:
“querido padre”, y terminaban: “Pablo Marchán, hijo”. Su papá sí escribía, sí se comunicaba,
estuvo enfermo, el virus, varios días del hospital, “¿cómo está Virginia?”, “¿cómo están los
niños?”, “extraño tanto a Deibis”.
Hubiese leído todas las cartas, todas, pero sonó un golpe seco contra la puerta de atrás.
Al escuchar un segundo golpe se puso alerta, pero en silencio. Un golpe más.
-¡Deibis, anda a ver quién es! –gritó Nino.
Deibis ocultó las cartas entre sus ropas y fue a atender la puerta. Al abrir era el flaco,
el hijo de Lucio.
-¡Dame el saco!
Al primer momento Deibis no entendía lo que quería decir, estaba sobresaltado,
mirando a todos lados.
-¡El saco!
Luego se dio cuenta, retrocedió unos pasos y vio en el fondo la pila de sacos de harina
que le había dicho Carmona. Hacia allá fue y antes de tomar uno se fijó que en la zona de
despacho estaba Nino entretenido en sus asuntos. Halando el saco por su orilla pudo bajarlo
del montón. Lo fue arrastrando con mucho esfuerzo porque son de esos sacos que pesan unos
cuantos kilos. Tuvo dificultad para moverlo hasta la puerta. Llegaron Brito y Fernanda, se
dirigían a conversar con Nino. Un ollón cromado reflejaba la figura esforzada de Deibis y
Fernanda hizo señas a Brito. Llevando ya el saco hasta la puerta lo que hizo el flaco fue
alzarla por encima de su cabeza y retirarse.
-¡Hey, hey! ¿qué es lo que pasa? –gritó Brito.
Todos llegaron al lugar de los sucesos, Fernanda, Brito y Nino. El flaco marcó
distancia prontamente. Llegó hasta la moto donde lo esperaba el menor, le entregó el saco y
arrancó a toda velocidad.
-¡Epa! Mira, muchacho ¿quién es ése? ¿por qué se lleva la harina? –preguntó Brito.
-Yo lo conozco, ése es el Flaco, el hijo de Lucio –agregó Nino.
-Pero ¿por qué se llevó la harina?
-No lo sé.
Todos se fijaban en Deibis quien no sabía qué hacer.
-Anda, habla ¿qué es lo que pasó? ¿quién es ése? –volvía a preguntar Brito
-Dile, Deibis, es por tu bien –decía Nino.
- Rapaz, fale, o que ele estava fazendo com o saco de farinha que é para fazer o pão,
vai, diga que você é cúmplice do roubo de farinha, isso é ruim, garoto, muito ruim -Fernanda
gritó exaltada.
Y nada, no dijo nada. Quizá por parálisis o por considerarlo conveniente, Deibis se
hundió en el silencio.

42
Hacía rato que se daba el interrogatorio en la oficina. Pablo intentaba romper el
silencio, lograr alguna confesión, una pista que diera a entender esa extraña situación en que
se encontraban. Brito esperaba, Fernanda esperaba, Nino en el pasillo esperaba y Deibis
callaba.
-Sólo eso, Deibis, te pido en nombre de la honestidad, que me digas por qué
entregaste un saco de harina a esa persona. ¿Entró robando? ¿te amenazó? Habla.
Parecía que no iban a resolver nada. Pablo dio por terminada su labor interrogativa.
-Bueno, señor Brito, señora Fernanda, me comprometo a cancelarles ese saco, tomo
toda la responsabilidad en esto.
-¿Qué va a pagar usted, señor Pablo? Si no ha podido pagarnos el préstamo anterior.
-Le aseguro, señor Brito, como sea, esa harina la tienen ustedes de vuelta aquí esta
misma semana.
-No, mire, señor Pablo, que el muchachito diga qué sucedió, si ha ocurrido antes, si
es socio de algún grupo delincuencial, disculpe usted, por el bien de él mismo debería hablar,
está a tiempo de regenerarse.
Eso no gustó nada a Pablo. Reprimió el malestar que le generó esta leve acusación.
-Lo voy a llevar a casa, allá se va a aclarar todo, ya vengo señores. Vamos.
Salió Pablo y más atrás, con la vista baja, salió Deibis.

43
Yo no creía, no me entraba a la cabeza esa situación. Para Virginia era el cumplimiento
de sus peores temores, y sin embargo estaba compungida, veía a su hijo como a un ser
distante.
-Yo no creo, Pablo, el niño no es culpable de nada.
-Estamos esperando, Deibis, vas a tener que hablar como sea -regañaba Virginia.
Al fondo, cerca de la ventana, estaba Pablo como ausente, indagando dentro de sí el
mejor modo de alcanzar una aclaración razonable o al menos una solución, en caso de que la
sospecha del señor Brito resultara cierta.
-Pablo, Pablo, habla, di qué sabes, qué vamos a hacer-. Yo reclamaba desesperaba a
por una respuesta, una puesta en claro.
-¡Vas a hablar sí o sí! –explotó Virginia tomando a Deibis del brazo- ¡Es que no te
importa que nos estás exponiendo aquí con tus abuelos! ¿Es que no te importa que tu abuelo
Pablo te ha demostrado apoyo y comprensión desde que llegamos aquí? ¿Te vale nada que
pierdas su confianza? ¿¡ah!?
Lo de la palabra ‘confianza’ se le hizo revelador a Deibis. Dirigió la vista donde su
abuelo, recostado allá al lado de la ventana. ¿Perder la confianza del abuelo? ¿Y no le hizo
perder la confianza frente a su propio nieto, mintiendo respecto a todas las cartas que había
enviado Pablito, su padre? Se levantó la franela y fue sacando de entre los pantalones cada
una de las cartas que había encontrado en el resquicio del horno. Leía algunas frases y las
dejaba caer sobre la mesa.
-“Querido padre: me he quedado sin trabajo, estoy sin dinero.” “Querido padre: me
he contagiado con el virus.” “Querido padre: estoy abandonado en un hospital, me están
cobrando las deudas de salud.” “Querido padre: vivo un infierno del que no sé cómo salir,
siento vergüenza por no atender a mi familia. Firma: Pablo Marchán, hijo.”
-¿Qué es eso? ¿qué son esos papeles? ¿son cartas? ¿cartas de Pablito? ¡Pablo! –porque
en verdad yo no entendía nada.
Pablo fue tomado por sorpresa. Creía tener el secreto a salvo. Vio caer cada carta del
mismo modo como se iban cayendo de a poco sus mentiras. Mentiras protectoras, claro está,
pero mentiras al fin. Virginia leía cada una que recogía de la mesa, fue donde Deibis y retiró
las que le quedaban entre el pantalón. No lo creía, Pablito se comunicaba, Pablito padecía en
un país tan lejano. Y ella creía que les había fallado, se arrepintió por ese pensamiento. Veía
ahora a Deibis como una víctima, no se atrevía a reclamar ni hacerle algún reclamo. Pablo
veía la escena plantado en el mismo lugar, sin reaccionar.
Virginia quiso ser afectuosa con su hijo, pero él tuvo la mirada clavada en su abuelo,
hasta que dio un giro y se dirigió a paso firme hacia la puerta de salida.
-¡Deibis! ¡Deibis! –llamaba Virginia. Era inútil, era demasiada conmoción para un
niño. Salió escapando de todo.

44
En el apartamento el ambiente se había puesto denso. Pablo pasó a explicar con
detalles la razón del ocultamiento. Estaba cumpliendo una promesa a Pablito, en todo caso
ya era oportuno que se enteraran: lo peor había pasado. Pablito estaba fuera de peligro, lo
habían dado de alta, remataba los pocos bienes que había adquirido y ya se embarcaba de
regreso a su patria para encontrarse con su familia. Yo me abracé a él, feliz, lo perdonaba,
había obrado bien. Virginia tenía esperanzas vivas de encontrarse con Pablito, de reunir a su
familia. Al día siguiente nuestro hijo se reuniría con ellos. Había que resolver lo de Deibis
antes que volviera.

45
En el fondo de uno de los locales de la ciudadela se estaban dando los últimos toques
al Judas que se quemaría esa noche. Ya estaban depositando el arsenal explosivo en su barriga
de trapo. Una de las mujeres cosía dejando una mecha colgando como una sonda. El poeta
ensayaba la rima y rítmica a la décima que dedicaba al personaje-Judas. A esa hora de la
tarde Lucio veía pasar carros y transeúntes con ánimo de atrapar novedades en el preludiar
de la quema de su par.
46
Se iba haciendo de noche. En el apartamento de los Marchán, Magda charlaba con
Virginia quien estaba tan contenta porque su marido llegaría, seguro, al día siguiente.
-¿Ves? Todo se va resolviendo poco a poco.
-Sí. Estuvo un tiempo en cama, pero todo se fue arreglando y ya viene en camino.
-Los niños se van a contentar tanto cuando lo vean.
-¡Deibis! Señora Adela, Deibis no ha vuelto y ya se va a hacer tarde.
-Es lo que le dije a Pablo, hay que ver dónde está ese muchacho, hay que saber qué
está haciendo.
-Reflexionando, seguro, por lo que hizo en la panadería –dijo con amargura Pablo.
Cayó un silencio incómodo. Fue la primera vez que Pablo se refería de ese modo respecto a
Deibis. Se notaba que estaba bastante afectado por lo sucedido.
-¿A dónde vas? –preguntó preguntamos.
-A la plaza –respondió Pablo colocándose su chaqueta.

47
Debería ser suficiente la noticia del regreso para estar tranquilo, es lo que esperaba.
El estacionamiento estaba vacío, pocas ventanas estaban iluminadas. Parecía que la vida
social se había trasladado a la plaza de la quema. Caminaba lentamente para darle tiempo a
sus ideas y sentimientos. Tenía que encontrar a Deibis. Sea como fuera, su condición de
hombre recto tenía que servirle para hallar un medio para desenmascarar los hechos. Era
responsabilidad suya comprender al niño, indagar en él las causas que condujeron al hecho
crítico. La carga afectiva de sus palabras le habían servido antes en situaciones similares
como docente de escuela. Sabía reconocer la recaída de un niño, de una niña. Tenía que
encontrar a su querido nieto.
En la entrada del edificio 11 estaba la misma silla de Lucio, pero no estaba Lucio. Llegando
a la plaza estaba el Judas sentado en el centro. Mucha gente alrededor, bulla, luces. La gente
saludaba, Pablo iba a intentar asentarse en el lugar y mejorar el ánimo. Tenía que darse tiempo
para resolver el conflicto. El elegido para leer la décima del Judas se colocó frente a la
multitud, dejando al Judas pocos pasos atrás.

-“Nos reunimos esta noche


Donde fuimos convocados:
El Judas va a ser quemado
Sin que haya algún reproche.
Es un hombre muy fantoche
tan chismoso y malagente,
Es un viejo delincuente
Sin control y sin medida,
Bastarían ocho vidas
para que arda eternamente.”

Estaba distraído oyendo el recital cuando lo llamaron.


-¡Pablo, Pablo!
-¡Señor Pablo!
Llegamos exhaustos, como de una carrera.
-Señor Pablo, todo se aclaró, -dijo Nino.
Pablo no sabía de qué hablaba.
-Deibis no es culpable de nada –prosiguió Nino-, todo lo había planificado Carmona
con el flaco.
Pablo seguía sin entender, el sonido del altavoz le impedía escuchar bien. - O garoto
canalha, o outro, que tinha negócios com farinha, parece que ele já havia feito isso antes, que
coisa horrível, ele é um ladrãozinho, mas o pequeno não, ele é muito bom pra ser ladrão, Sr.
Pablo, o homenzinho negro não é mal –vociferó descontrolada Fernanda llegando con Brito.
-El otro trabajador, señor Pablo, al que habíamos beneficiado con un empleo, se
dedicaba a sacar la harina. Había amenazado a su niño. Fue un chantaje. Ya todo está
descubierto –explicó Brito.
-Y estas son las horas, Pablo, y Deibis no ha aparecido.
-Hay que buscarlo, no sabemos dónde está –repuso Virginia.
-Yo creo saber dónde puede estar escondido –apareció de repente Joshuar.
-Que? Cadê o garoto? Fala, rapaz –interrogaba Fernanda.
-Vamos, guíanos, vamos en el carro –propuso Brito.
Fue cuando Pablo entró en la situación. Todos nos pusieron en marcha mientras el
poeta recitaba los últimos versos del testamento antes del cumplimiento del fuego.
48
De noche era tétrico. Las sombras abarcaban todo el lugar. A cada paso que daba
sentía que algo lo podía acechar. Avanzaba entre las galerías abandonadas con una antorcha
a la altura de los ojos. Al menos reconocía una parte del lugar: aquí la sala, allá el cuarto, allá
la piscina, con divisiones imaginarias. Se estuvo en el escondite desde que se fue del
apartamento casi al mediodía, huyendo de las acusaciones de todos, de las mentiras del
abuelo, de la cara maliciosa de Carmona. No sentía el hambre, sí el frío. Estaba por renunciar,
quería irse pero ¿a dónde iba a llegar? No quería regresar. A esas horas de la noche se sentía
menos apegado a la guarida. Pero no debía flaquear.

49
Acabada la lectura de la décima, solemnemente se encendió la tea dejando una estela
de humo. Liberaba el olor a gasoil, era el momento esperado de ese domingo de resurrección.
Habían empapado el Judas con inflamable. Sentado en la misma posición que tenía desde el
principio, recibió el fuego desde la cabeza, llenándose de fuego de inmediato. Era grotesca
la cabeza en llamas. La gente se puso pie, hipnotizados por el movimiento de la candela. En
ese momento Deibis recibía el pálpito de una presencia. En la medida que el Judas se
quemaba en la ciudadela, él estaba viviendo la sensación persecutoria en la guarida. Había
perdido la noción del lugar, buscaba la salida alumbrándose con la antorcha pero no
encontraba la salida. Ya el Judas agarraba candela hasta el pecho, los muchachos se acercaban
en el éxtasis de la quema. Rodeaban la figura de fuego, en el escondite Deibis parecía acertar
con la salida. Un rostro repentino, hecho con pedazos de telas viejas, se le iba encima. La
impresión le hizo caer de espaldas y pudo levantarse prontamente para huir en sentido
contrario. Algunos muchachos en la plaza picaban con un palo al muñeco, le daban en la
cabeza candente, en el cuerpo, en la barriga donde seguro explotarían las vísceras. Se aferraba
a la antorcha, el hombre de trapo lo perseguía, logró entrar a un túnel con bifurcaciones,
seguro escaparía. Estaba por llegar el momento estelar, llamaban a los muchachos porque
comenzarían las explosiones. La figura era sólo una masa de candela. El hombre de trapo le
aseguró el tobillo haciéndolo caer. A rastras buscaba allá al frente la fuente de la luz. Había
perdido su antorcha. Primero fue una explosión leve, la de los traqui traquis, luego fue una
conmoción de petardos que llegaron a retumbar varias cuadras a la redonda. El ruido era muy
fuerte y la gente alrededor cubría sus oídos pero miraban la escena exaltados. Subía
prontamente Deibis los escalones con la poca fuerza que le quedaba, al llegar al nivel superior
lo tomaron del brazo. Lanzó una estridencia y luego se dio cuenta que era Joshuar que lo
esperaba en la parte alta. Le señalaba hacia un extremo de la explanada y allí corrieron. En
la carrera el hombre de trapo los alcanzó y logró derribar a Joshuar quien desde el suelo le
gritaba “¡corre, corre!” Corrió Deibis en la oscuridad sin darse cuenta que estaba dirigiéndose
a un precipicio. Allí se detuvo viendo desde arriba la distancia que lo separaba del suelo. Se
giró para buscar otra vía y se encontró de frente con el hombre en llamas. Perdió el equilibrio,
fue inevitable, un mal paso y ya estaba cayendo de espalda siete metros hacia abajo.
50
Justo en ese instante llegaron Brito y Nino a la platabanda. Estaba recuperándose
Joshuar de la caída. No era nada, sólo un raspón en la rodilla. ¿Y Deibis? No sabían. Allá, a
la orilla de la platabanda estaba parado el perseguidor apagado, envuelto en humo, mirando
hacia abajo a donde había caído Deibis.
Lo tomaron por los brazos y lo hicieron girar.
-Entonces eras tú ¿cómo es que no me sorprende? –dijo Brito cuando lo reconoció.
-De esta sí es verdad que no te salvas –decía Nino.
-¿Cómo es que te pones a perseguir a un niño entre estas ruinas? ¿Dónde está el
muchacho?
Joshuar señalaba abajo desde la orilla de la platabanda. Allí estaba Deibis a salvo en
los brazos de su abuelo, rodeados de Fernanda, Virginia y yo.

51
Veníamos de regreso en el carro.
-¿En verdad no reconoció quién lo perseguía? –pregunté.
-No -respondió Pablo-, dijo que era el hombre de trapo. Parece que lo confundía con
el Judas.
-Debe ser por la impresión –repuso Virginia acariciando sus cabellos-, fueron tantas
cosas en un solo día.
Deibis tenía la mirada puesta fuera de la ventanilla, a nadie oía. Supo que llegaron a
la ciudadela por la fila constante de postes que le relumbraban los ojos. Una luz tras otra, en
seguidilla, haciéndole sentir que ya estaría de vuelta al hogar de donde no debió escapar. En
un giro pudo ver de lejos el centro humeante de la plaza donde había una silla a medio
quemar. Y el resto era sólo cenizas. Caminaba por una de las veredas Carmona, ya no imponía
miedo.
52
La luz en el apartamento seguía encendida, a pesar de la hora. Teníamos razones para
prolongar hasta casi la medianoche el encuentro luego de la odisea. Estaban amigos y
vecinos. Afuera, sentados en los escalones, Deibis y los muchachos repasaban otra vez las
incidencias de lo reciente. La explosión del Judas, la quemazón, la llegada en comando hasta
la construcción abandonada, el abuelo y las mujeres esperando abajo, los demás corriendo
escaleras arriba para atrapar al acechador.
-Yo sospechaba que era ése –decía Frank.
-No, dijiste que era el otro –refutaba Yoel.
-Pero después dije que era ése.
-Cállense ustedes, ni Deibis supo quién lo estaba persiguiendo ¿Verdad Deibis? -
invervino Joshuar.
Deibis no escuchaba. Frente a ellos pasaban las muchachas. Entre ellas: Margarita.
No llegó a saber él que ella pasaba por ahí solamente para enterarse de que estaba bien, para
no sufrir más la incertidumbre porque si algo llegara a sucederle se sentiría mal. A él le hizo
bien su presencia, le vio caminar hacia las escaleras abajo, le sonrió. Ella bajó los ojos y
siguió avanzando con las muchachas.
-Epa, mi gordis ¿a dónde vas? –preguntó Joshuar a la niña de sus ojos.
-Vamos muchachos, es muy tarde, cada quien a su apartamento, mañana será otro día
–les advertían los padres.
Cada quien fue recogiéndose a su lugar. Fue un domingo de resurrección muy
particular. No íbamos a descansar, al día siguiente recibiríamos a un viajero que llegaría de
un país lejano.

53
Al día siguiente Deibis y su abuelo estaban sentados en lo alto de la azotea. Miraban
hacia el horizonte, hacia la avenida. Era la pausa luego de haber conversado un rato. Pablo
se levantó, se vino al apartamento. Deibis se quedó. Abajo, en uno de los apartamentos
sonaba una cumbia alegre. Deibis miraba hacia la avenida. Parecía percibir un regreso.

También podría gustarte