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Trastornos del
CONTENIDO DEL PENSAMIENTO
P. Sánchez Gómez, E. Ruíz Parra e I. Eguíluz Uruchurtu
CONCEPTO DE PENSAMIENTO
Si acudimos al Diccionario de Uso del Español (María Moliner) y buscamos la definición de
las palabras pensamiento y pensar encontraremos lo siguiente:
Se puede apreciar que bajo los términos «pensamiento» o «pensar» subyacen múltiples
significados. En la definición expuesta, el pensamiento tiene las acepciones de acción y
efecto, emplazamiento u objeto de la acción; de elemento dinámico o elemento estático; de
función o de estructura; de elemento simple o de composición dinámica de elementos;
de suceso presente o de prospección de futuro. Pensar se entiende, asimismo, como for-
mar (ideas) y relacionar (ideas), reflexionar, examinar cuestiones, decidir, creer, opinar, tener
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intención de, tener presente, aspirar, formar ideas a propósito de algo e inventar, concebir,
encontrar un medio.
Para complicar aún más la cuestión, los autores que han intentado definir este concepto
se han aproximado al mismo desde distintas ópticas, diferentes paradigmas. De este modo,
en ocasiones han surgido «enfoques complejos, poco operativos, cuya misión es orientar y
dar forma a toda una orientación filosófica» (1).
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Para nosotros, tendrán especial utilidad las definiciones aportadas por los autores inte-
resados por la psicopatología del pensamiento.
Así, Kaplan y Sadock (2) definen el pensamiento como el «flujo de ideas, símbolos y aso-
ciaciones dirigido a metas, iniciado por un problema o tarea y dirigiéndose hacia una conclu-
sión orientada en la realidad». Añaden también como «el pensamiento es normal cuando ocu-
rre una secuencia lógica». Incluirían, no obstante, la parapraxis (error de la lógica motivado
inconscientemente o desliz freudiano) como parte del pensamiento normal.
López e Higueras (3) citan a Cohen (4), que señala que mientras para los psicólogos
«los estudios del pensamiento tienden a limitarse al razonamiento dirigido hacia metas, la
solución de problemas y los procesos de categorización, con ello se excluyen muchos tipos
de actividades mentales que tienen lugar sin entradas ni salidas identificables, tales como
las creencias, la reflexión, la meditación y la imaginación».
Para Scharfetter (5) pensar es como «mantenerse abierto a cuestiones, a información,
comprender, hacer presente, entender la significación, conectar entre sí y dotar de sentido;
también supone explicación de causas y reflexión preparatoria de actividades, así como adop-
tar decisiones, establecer juicios. En resumen: ordenar hechos materiales e inmateriales
relativos a nosotros mismos y a nuestro mundo». Ya Craik hace referencia a la función del pen-
samiento de «crear y mantener un modelo de realidad mediante el simbolismo interno» (3).
Serrallonga (1) define el pensamiento como «una estructura general del psiquismo
humano, que consiste en enlazar percepciones, representaciones, evocaciones y afectos, y
encaminarlos a una finalidad determinada». Este proceso psíquico puede estar vertebrado
de forma consciente e inconsciente.
López e Higueras (3) hacen hincapié en el «carácter de función asociativa» del pensa-
miento, carácter que lo distingue, «equidistante de funciones psíquicas que denominamos
memoria, inteligencia y lenguaje, a los que liga y a los que hace depender estrechamente de
su propia actividad». Evocan, en este sentido, definiciones como la de Littré: «lo que la
mente combina o imagina», o, en palabras de los autores, «cualquier otra que haga referencia
a la asociación de representaciones y la consecuente elaboración de conceptos y juicios».
De todas las definiciones anteriores se puede apreciar que los distintos autores se mue-
ven entre las definiciones más reduccionistas (2) y aquellas que intentan incluir toda la com-
plejidad inherente al proceso de pensar (4, 5).
Con el mayor conocimiento de otras culturas y otros pueblos, y aplicando una visión de
los mismos menos prejuiciosa y peyorativa, estas teorías se han mostrado obsoletas en su
conjunto. Hoy se sabe que, en los individuos pertenecientes a culturas de escasísimo desarro-
llo tecnológico, coexisten de modo complejo, al igual que en los individuos pertenecientes a
la cultura occidental, formas de pensamiento mágico y lógico.
Sin embargo, sí parece apropiado tener en cuenta que, en el desarrollo de cada individuo,
el tipo de pensamiento mágico aparece evolutivamente primero, y que es sólo gracias a la
progresiva incorporación de la capacidad para comprender las leyes o principios del pensa-
miento lógico cuando se accede a la capacidad de pensar lógicamente.
El pensamiento mágico no es lo contrario al pensamiento lógico. Ambos son dos medios
distintos de conocer, pues «no todo conocer es lógico» (6). Ortega y Gasset señaló incluso
que el pensamiento lógico resultaba «mucho más ilógico de lo que sospechábamos» y que
«se ha descubierto, con espanto, que no hay concepto último y rigurosamente idéntico,
que no hay juicio del que se pueda aseverar que no implica contradicción, que hay juicios los
cuales no son ni verdaderos ni falsos, que hay verdades de las cuales se puede demostrar
que son indemostrables, por lo tanto, que hay verdades ilógicas».
Es una forma de pensamiento en la cual los pensamientos, las palabras y las acciones,
propios y ajenos, adquieren el poder de causar o prevenir eventos sin que medien acciones
físicas entre los elementos descritos y el evento (2); así, el pensamiento es omnipotente. Por
tanto, no es preciso que se cumplan las leyes y principios del pensamiento lógico (principio de
contradicción, ley de causalidad, conceptos de espacio, impenetrabilidad y tiempo).
La incapacidad para explicar satisfactoriamente los fenómenos de la naturaleza puede
hacer que, por muchos motivos, el ser humano proyecte «multitud de potenciales anímicos y
espirituales sobre el mundo inanimado, creando símbolos e inundando de poderes extraños
y omnímodos (que además entendería como el origen de todos los hechos) el mundo real» (6).
Este proceso está vinculado con el concepto de antropomorfización de Taylor (7), esto es, la
interpretación por analogía con el propio ser.
Para Cabaleiro Goas (6) la diferencia entre el pensamiento mágico y el lógico radica en
que parten de supuestos distintos. En el pensamiento mágico todo lo que sucede de forma
extraordinaria descansa en lo sobrenatural (sin embargo, perteneciendo al mundo experi-
mentable). Como una necesidad de dominar esas fuerzas que angustian al individuo surge la
magia.
Jenike (8) señala cómo en los «pueblos primitivos» se temerían los pensamientos malig-
nos y se protegerían de ellos a través de encantamientos y rituales. También la magia influi-
ría sobre las fuerzas naturales modulándolas por procesos no lógicos. La magia es el instru-
mento por medio del cual el individuo trata de controlar las fuerzas naturales; cambiar las
acciones de los espíritus o demonios, de los jefes o de los muertos, y condenar aquellos
deseos cuya simple formulación está prohibida por la ley.
Así sucede cuando el individuo, partiendo del supuesto mágico, interpreta su conducta,
los acontecimientos del mundo y los que ocurren en su propia personalidad. Los supuestos
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en los que basa su pensamiento dan lugar a ideas sobre la contigüidad y la semejanza, influ-
yendo éstas en el modo de pensar, y cerrando así un círculo vicioso.
Surgen así las leyes que se erigen en el eje del modo de pensar e interpretar los hechos,
en el pensamiento mágico. Cabaleiro Goas describe dos: la ley de contigüidad («dos cosas
próximas entre sí se intercambian sus propiedades») y la ley de semejanza («dos cosas seme-
jantes entre sí tienen idénticas propiedades») (6). Para Serrallonga (1) son tres, a modo de for-
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mulaciones generales: la primera sería la ley de la contigüidad, las otras dos serían la de que
«todo objeto y toda fuerza tienen la facultad de producir la misma situación que cuando fueron
observados por primera vez»; y la de que «cada objeto es multívoco», es decir, significa
muchas cosas.
El pensamiento mágico está presente con mayor fuerza en determinados tipos de tras-
tornos mentales, como la neurosis obsesiva y las psicosis.
Las leyes o principios que rigen el pensamiento lógico son: la ley o principio de la con-
tradicción, que se puede formular diciendo: si A es A, no puede ser B. A partir de este princi-
pio surgen los conceptos de espacio, como factor a tener en cuenta entre los objetos, que
lleva inmediatamente a establecer el concepto de impenetrabilidad y, posteriormente, el de
tiempo. Estos conceptos conducen, finalmente, al de causalidad, para la ordenación temporal
y espacial. El principio de causalidad se ha definido como «a toda causa le corresponde un
efecto» y fue el fundamento sobre el que se elaboró todo el pensamiento científico. Hoy en día
se tiende a preferir denominarlo, más que principio, ley de la causalidad (6).
El pensamiento humano es el resultado de la integración de ingredientes mágicos e ingre-
dientes lógicos, en una proporción condicionada por múltiples factores. Para Cabaleiro Goas
(6) los factores intelectivos y los culturales son los más importantes.
La «tercera etapa del pensamiento», la de la lógica sintética o lógica paradójica, es
aquella en la que, a partir de un nuevo «punto de vista» o «creación», se demuestran relacio-
nes íntimas entre las situaciones contrarias desde el punto de vista de la lógica tradicional.
«La intuición de nuevos enfoques sintéticos como acto creativo conduce la lógica paradójica
a la superación de los opuestos.» Se abandona el «contacto fenomenológico» y aparece el
«sistema» (1).
rio es más amplio e implica a los aspectos emocionales con los que la convicción delirante se
acompaña en quien la sufre.
Entre las distintas definiciones de delirio (o idea delirante) se propone la de dos psicopa-
tólogos ingleses, Fish (9) y Sims (10): «un delirio es una idea o creencia falsa, incorregible,
que no está en consonancia con la procedencia social y cultural del paciente y que es soste-
nida con una convicción extraordinaria y certeza subjetiva».
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Aquí aparecen ya los primeros problemas con la definición de delirio. Parece razonable
pensar que un estudiante de Ingeniería superior podría estar delirando si, habiendo sido
siempre una persona escéptica, un día expresara su convicción de mantener contactos con
extraterrestres de Andrómeda; sin embargo, ¿es siempre un delirio la creencia de muchas per-
sonas en la existencia de extraterrestres procedentes de Andrómeda? Evidentemente no.
Por otro lado, todo ser humano ha sostenido con mayor o menor convicción en algún
momento de su vida ideas que resultaron erróneas, sin que ello signifique que esté sufriendo
un delirio. Para resolver esta primera dificultad, es necesario avanzar en la delimitación del
concepto de delirio.
Jaspers (11) trató de delimitar el concepto de idea delirante definiendo unas característi-
cas para este término. Para diferenciarlas de otras que se tratarán más adelante, se denomi-
nan características externas de toda idea delirante.
Así se completa la definición anterior que, como habíamos visto, se había quedado
incompleta, afirmando que para que una convicción personal pueda ser entendida como
un delirio debe cumplir las siguientes características: «a) la convicción extraordinaria con
que se afirma uno en ellas, la certeza subjetiva incomparable; b) la condición de no ser
influenciables por la experiencia y por las evidencias empíricas, y c) la imposibilidad del con-
tenido» (9).
De esta manera se resuelven parcialmente las dificultades del caso anterior, ya que den-
tro de estas características encaja perfectamente el caso del estudiante de ingeniería que
un día cree mantener contactos con extraterrestres. No obstante, siguen existiendo dificulta-
des, pues muchos pacientes toman como contenido de sus delirios temas que no sólo son
posibles, sino que incluso pueden llegar a cumplirse: tal es el caso de los delirios de celos
en los que algunos pacientes, con el tiempo, ven cumplidas sus profecías. Sigue, por tanto,
habiendo problemas para distinguir una creencia normal de una idea delirante. ¿Cómo se
puede pues saber cuándo el paciente sostiene una idea que es patológica? Para eso quizá
haya que seguir profundizando un poco más en lo que distintos autores han propuesto para
entender lo que son los delirios. Este problema se abordará más adelante, en el apartado
«Clasificación de los distintos tipos de delirio».
Etiopatogenia
Manschreck (12), ampliando la división bicategorial (motivación y defecto) de Winters y
Neale, clasificó las hipótesis sobre el delirio en tres categorías generales: las que implican
un patrón de motivación desviada (modelo psicodinámico); las que implican un defecto cog-
nitivo fundamental que daña la capacidad del paciente para extraer conclusiones válidas sobre
la evidencia (modelo cognitivo); y, por último, las que implican actividades cognitivas norma-
les que intentan explicar experiencias anormales (modelo psicobiológico). En este apartado
seguiremos esta secuencia para explicar las diferentes hipótesis.
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Modelo psicodinámico
Freud (15) propuso como origen del delirio los impulsos homosexuales inconscientes
reprimidos. La formación del mismo pasaría por la negación, la contradicción y la proyección
de dichos impulsos.
La proyección sería el mecanismo fundamental en la génesis del delirio. Freud la concibió
como un mecanismo de defensa (del yo) contra los contenidos (pulsiones del ello) no admiti-
dos por el superyó y no asimilables por el yo, y que desplaza deseos, tendencias y pulsiones
sobre personas o cosas del mundo exterior. Así se pueden evitar el displacer y la angustia.
El delirio surgiría de una combinación de elementos motivacionales inconscientes (presiones
pulsionales del ello e intolerabilidad de las mismas por el superyó) y formas de transformación
de estos elementos (mecanismos de defensa del yo) que actúan en un intento de atenuar la frus-
tración generada por el conflicto entre los distintos componentes motivacionales. Las diferentes
formas del delirio podrían ser representadas como contradicciones de una proposición básica:
«yo (un hombre) le amo a él (un hombre)» (12). Así lo vemos en cada forma de delirio.
DELIRIO DE PERSECUCIÓN
La contradicción es: «yo no le amo a él, yo le odio».
El odio, que sería inaceptable en el ámbito consciente, es así transformado y se convierte
en «él me odia (me persigue) a mí»; el paciente puede así racionalizar sus sentimientos de
enfado y odiar conscientemente a alguien que percibe que le odia.
CELOS DELIRANTES
La contradicción es «yo no le amo a él, ella le ama».
Modelos cognitivos
ALTERACIÓN DE LOS PROCESOS DE RAZONAMIENTO FORMAL
La hipótesis de que el delirio tiene origen en una alteración de los procesos de razona-
miento formal es originaria de Von Domarus (17), quien postuló como alteración básica la pro-
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y las reglas sociales producen una uniformidad sorprendente (uniformidad atributiva). Ocasio-
nalmente se encuentra, sin embargo, cierta dosis de excentricidad y divergencia, cuyas cau-
sas irían desde lo patológico hasta las desviaciones voluntarias (14).
Basándose en la hipótesis de que muchos de los delirios encontrados en la práctica clí-
nica tienen una fuerte dirección social (especialmente en los delirios paranoides), Bentall (23)
ha explorado su proceso atributivo en términos del modelo que propone como error atribu-
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Mecanismo psicobiológico
De Clerambault (25) propuso que los delirios crónicos resultaban de acontecimientos
neurológicos anormales (infecciones, lesiones, intoxicaciones y otras formas de daño), que
producían automatismos (alucinaciones, pérdida de memoria, sentimientos de familiaridad, fal-
sos reconocimientos, robo del pensamiento, alteraciones de la atención, sensaciones táctiles
bizarras y sensaciones cinestésicas) que confundían y molestaban al paciente inicialmente, y
que eventualmente demandaban alguna clase de explicación, que tomaba la forma de delirios.
Teorías neurobiológicas
Las tendencias organodinamistas, representadas en el modelo de H. Ey —basado en la
concepción de la neurología de Jackson—, aplican su modelo de enfermedad mental a la
explicación del delirio.
En el modelo de Ey sobre la enfermedad mental la organización psíquica se estructura
en función de un armazón dinámico y jerarquizado, resultante de la maduración e integración
de las diferentes funciones nerviosas, de la conciencia y de la persona. La enfermedad men-
tal es una consecuencia de la desorganización de la estructura psíquica o de anomalías en el
desarrollo o conformación de ésta. El proceso orgánico es el agente del caos psíquico y pro-
duce una acción destructora o negativa. Con la pérdida de la organización superior tiene lugar
una regresión psíquica en la que las fuerzas primitivas se reorganizan a un nivel inferior (orga-
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Así, según este modelo, el delirio no es en sí mismo una manifestación de tejido cerebral
enfermo, sino la expresión del tejido sano liberado por la abolición de la función en algún
centro más elevado. Surge de la reorganización a niveles más inferiores, como producto de la
desinhibición de áreas no dañadas.
Durante los últimos años se ha intentado identificar una base neurológica para el pensa-
miento delirante, así como evaluar la psicopatología asociada con trastornos neurológicos
específicos.
Así, se observa que una amplia variedad de condiciones puede inducir psicosis, pero
fundamentalmente las que afectan al sistema límbico y en particular dentro del mismo, al
lóbulo temporal y al núcleo caudado. Alteraciones en estas estructuras tienen mayor proba-
bilidad de estar relacionadas con la formación de delirios (32).
Parece que en las condiciones asociadas con una afectación bilateral existe una mayor
frecuencia de psicosis.
También se ha señalado que el exceso dopaminérgico o la actividad colinérgica reducida
podrían predisponer a la psicosis (12).
Los focos epilépticos izquierdos se asocian a síntomas schneiderianos de primer rango, lo
cual sugiere una influencia de la lateralización en la formación de la experiencia delirante (33).
Parece, además, que la psicosis es independiente de la intensidad de los déficit intelec-
tuales que ocurren en los pacientes neurológicos. Este dato, sumado al de que parece que las
ideas delirantes no se relacionan con alteraciones en ningún dominio neurológico específico,
sugiere que el defecto cognitivo no es la fuente de los delirios (12).
En esta línea, Cummings (34) elabora como hipótesis para explicar la formación de deli-
rios que la disfunción límbica, el locus común, lleva a malinterpretaciones del ambiente, y
éstas se acompañan de una percepción inapropiada de amenaza. Esto lleva a la formación de
la creencia paranoide. Factores relacionados con el paciente y con el trastorno también influ-
yen en el contenido, la complejidad y la coordinación de la formación del delirio.
creencias de las cuales se diferencia en la falta de veracidad de sus contenidos. En una nueva
conceptualización, apoyada en la ciencia de la pragmática, presentan al delirio como un acto
de habla vacío.
En este modelo se plantea la hipótesis de que un locus cerebral perturbado emite una
serie de señales neurobiológicas que, en el caso de la formación del delirio, penetran en la
conciencia dando lugar a un tipo de experiencia que, por su falta de forma concreta, denomi-
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nan magma primordial. Esta experiencia, en el caso que nos ocupa, es lo que se ha venido
calificando como estado predelirante. El magma primordial, en el cual está «anclado» el
estado predelirante, es un «material precognitivo experiencial no procesado o conceptuali-
zado» por el paciente. De su estudio exhaustivo teóricamente podrían extraerse relaciones
directas con el locus cerebral implicado en su formación. Desde la presencia del estado pre-
delirante se produce en el sujeto una «activación de los procesos de reconocimiento y cons-
trucción que devienen en un concepto y ulteriormente en un acto de habla o conducta». Así, el
delirio, como acto de habla generado en este proceso, tiene un contenido que incluye única-
mente códigos personales y culturales. Una vez formado, el delirio está «enucleado», des-
provisto, de la información correspondiente al locus cerebral que promovió su formación ini-
cialmente.
Delirio esquizofrénico
El delirio esquizofrénico es el tipo de delirio que Jaspers denomina «procesal» o «prima-
rio». Para este autor es el único delirio auténtico y aparece exclusivamente en la esquizofre-
nia. En su definición, trata de diferenciarlo frente a otro tipo de creencias normales o patoló-
gicas a las que niega la condición de auténtico delirio.
¿Cómo se puede distinguir el delirio que aparece en un paciente esquizofrénico del que se
observa en otros trastornos psiquiátricos? En primer lugar, hay que tener claro que se trata de
una idea delirante y no de una idea normal o una idea sobrevalorada. Para ello hay que remi-
tirse a la definición del delirio en general y las denominadas «características externas» que
se han citado en el apartado anterior sobre la definición del delirio. En segundo lugar, cuando
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se escucha al paciente se deben considerar las características que Cabaleiro Goas (6) pro-
pone y que ayudarán a delimitar el posible origen esquizofrénico de un delirio.
Sin embargo, esta indiferencia afectiva con respecto al contenido del delirio no se da en
todos los casos, y en algunas ocasiones, el delirio sorprende y aterroriza al enfermo. Aun
así, conforme avanza el proceso esquizofrénico, el delirio se va haciendo cada vez más sub-
jetivo; el enfermo se hace reticente a comentarlo y aprende a convivir con él. Así, es capaz de
mantener el contacto con la realidad y llevar una vida «casi» normal, mientras que sigue sos-
teniendo su delirio y vive con él. Ésta es la «doble contabilidad» de que hablaba Bleuler (38)
cuando el delirio pierde su fuerza. Doble contabilidad, y simultánea, que el esquizofrénico
mantiene con sus vivencias delirantes y con la realidad.
Éstas son las características del delirio primario según Jaspers. Este tipo de delirio, que
es exclusivamente procesal o esquizofrénico, es difícil de observar en la práctica clínica, pues
se manifiesta generalmente en los estadios incipientes de la esquizofrenia. Esto no quiere
decir que el paciente esquizofrénico deje de delirar después, sino que posteriormente, a tra-
vés de lo que el propio Jaspers denominó «trabajo o sistematización delirante», se gestan otro
tipo de delirios que él denominó ideas deliroides (o secundarias).
No obstante, se debe insistir en que para este autor, delirio auténtico sólo es el primario
o procesal, el resto sólo pueden ser llamados delirios por analogía. Se trata de un concepto
complejo pero que puede ser entendido más fácilmente con un ejemplo de la práctica clínica
cotidiana. Si un esquizofrénico dice que tiene un «chip» en el cerebro, se habrá de entender
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esta vivencia como una idea delirante secundaria o deliroide, ya que es comprensible a partir
de la elaboración o sistematización que el paciente realiza a través de experiencias psicopa-
tológicas previas: alucinaciones auditivas y cenestésicas, fenómenos de alienación del pro-
pio pensamiento, ideas delirantes primarias, etc. Por lo tanto, no toda idea delirante que apa-
rece en un esquizofrénico puede ser calificada de forma automática como procesal o
primaria.
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PERCEPCIÓN DELIRANTE
El primer tipo de vivencia delirante es la percepción delirante. De acuerdo con las concep-
ciones psicológicas que manejaron estos autores, toda percepción en un sujeto normal
adquiere un significado para quien lo percibe que está de acuerdo con las experiencias, emo-
ciones, recuerdos y su propia personalidad. Es decir, para un observador externo, la significa-
ción que lo percibido tiene es psicológicamente comprensible en el contexto que lo rodea. Sin
embargo, en la esquizofrenia, algo percibido es investido, de repente, por una significación
nueva, delirante. Así, la visión de un coche rojo que pasa por la calle es vivida por el paciente
como la señal de que sus intestinos se están descomponiendo. Este significado vinculado a la
percepción del coche rojo es incomprensible para quien conozca al paciente, por mucho que
se tenga en cuenta su contexto vital. Es, por tanto, una vivencia delirante primaria, psicológi-
camente irreductible, una percepción delirante, y ésta es, en consecuencia, un fenómeno
bimembre: por un lado está la percepción y por otro la significación delirante que le es añadida.
Debe considerarse que lo que hace primario a este delirio no es que se le añada una sig-
nificación delirante a una percepción, sino que esa significación sea psicológicamente incom-
prensible de acuerdo con el contexto vital del paciente. Así, por ejemplo, que un paranoico
viva el hecho de encontrar una ventana abierta como la señal de que alguien ha entrado en
su casa para ponerle micrófonos no es una percepción delirante, ya que la significación deli-
rante añadida a la percepción es comprensible si se tiene en cuenta la manera como el para-
noico vive su realidad y el delirio persecutorio que habitualmente sostiene. Se trataría en
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HUMOR DELIRANTE
El tercer tipo de vivencia delirante es el humor delirante. No consiste en una idea, una
representación o una percepción, sino de un estado afectivo o vivencia especial y, podría
decirse, específico de la esquizofrenia. El paciente siente de pronto que el mundo es distinto
(desrealización), y que las cosas han dejado de tener el significado y la familiaridad que antes
tenían. Todas esas cosas comienzan a cargarse súbitamente de nuevas significaciones que
al principio son misteriosas. El estado de ánimo del paciente es variable: a veces de terror por
estos cambios inexplicables, otras de excitación ante la perspectiva de que algo extraordina-
rio va a sucederle, otras de desánimo y desesperanza. Se encuentra temeroso, aprensivo,
pues intuye que algo va a cambiar para él. A veces puede permanecer en un estado de abso-
luta perplejidad. Poco a poco las cosas, que habían perdido su significado, van recobrando
sentido y, por lo general, un sentido que guarda relación con él. Al final, en esta atmósfera de
incertidumbre aparece el delirio, que explica lo que hasta entonces no tenía sentido, y el
paciente puede experimentar un sentimiento de alivio, aunque éste no durará demasiado.
Delirio parafrénico
Al hablar de la estructura formal del delirio, y específicamente sobre lo que Jaspers deno-
minaba delirio primario o procesal, se ha insistido en que el autor restringía este concepto al
tipo de delirio que surge de los procesos esquizofrénicos. Dentro de este grupo hay que
incluir al delirio que aparece en una entidad antiguamente llamada «parafrenia».
La parafrenia consiste en un trastorno que Kraepelin (39) desgajó de la demencia pre-
coz (esquizofrenia) y a la que denominó psicosis parafrénica. Esta nueva entidad se caracte-
rizaba por un productivo «trabajo» delirante en el que se entremezclaban actividades alucina-
torias y fabulatorias para dar como producto final un delirio muy rico y exuberante. Otra
característica es que no se producía un gran deterioro final en la personalidad del paciente
como el que se observaba en la esquizofrenia. Posteriormente, se ha comprobado que la evo-
lución final de los pacientes parafrénicos es el deterioro, al igual que en la esquizofrenia. Por
esta razón, hoy en día se tiende a incluir la parafrenia dentro del grupo de las esquizofrenias.
No obstante, el delirio parafrénico ha sido clásicamente descrito con unas características
propias y que lo distinguen del delirio esquizofrénico. Para explicar este tipo de delirio vamos
a basarnos en las descripciones que realiza Ey (31) con las matizaciones de Cabaleiro Goas.
tes resulta dificultosa y su discurso lleno de contradicciones internas, no sólo por las
características del pensamiento mágico-arcaico ya citadas, sino por la misma disgre-
gación del curso de las asociaciones (que serán comentadas en el capítulo de los tras-
tornos formales del pensamiento).
• La realidad delirante convive con la realidad objetiva. En la observación de estos enfer-
mos, llama la atención la integridad paradójica que es capaz de mantener el paciente
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• El delirio del desarrollo paranoide tiene carácter constitucional. Con esta definición
se pretende indicar que el delirio no surge aquí como algo «nuevo» que irrumpe en la
personalidad marcando una ruptura en la biografía como sucede en la esquizofrenia.
La personalidad del paciente ya daba muestras en su pasado de rasgos que poste-
riormente se hipertrofian, cuando el delirio se muestra ante el explorador en su forma
más florida.
En este sentido, autores como Mackinon, Bulbena (43) y otros, describen la personali-
dad (o constitución) paranoide con los rasgos de «desconfianza y suspicacia, rigidez,
egocentrismo, tendente a realizar juicios erróneos motivados por una fuerte carga de
afectividad y pasión, cegados por una rígida e inflexible tendencia a las normas y bús-
queda de la justicia en causas en las que se ven perjudicados y con una personalidad
que hace uso de mecanismos de defensa típicamente psicóticos: negación, proyec-
ción y formación reactiva».
Otros autores han descrito otros rasgos previos de la personalidad que, en ocasiones,
evolucionan en un desarrollo paranoide. Por ejemplo, Kretschmer (44) habla de las per-
sonalidades sensitivas como personas tímidas, sensibles, ansiosas, escrupulosas e
indecisas (terreno abonado donde surgen los pensamientos obsesivos), inclinadas a
las luchas de conciencia y muy sensibles a las reacciones de los demás. Según Ey
(42), inhiben constantemente sus pulsiones y están siempre insatisfechos. Kurt Schnei-
der (37) incluye estas personalidades dentro del grupo de las personalidades insegu-
ras de sí mismas.
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En consecuencia, se aprecia que existe una continuidad entre la personalidad del para-
noico y el delirio mismo. En opinión de Cabaleiro, el delirio aparece como resultado
de un choque entre la personalidad y un acontecimiento vital conmocionante por el
significado impactante que este hecho tiene en la especial personalidad del delirante.
Una vez que esto sucede, se pone en marcha la estructuración del delirio y es la pro-
pia personalidad la que se hace delirante. En los cuadros procesales, en cambio, es
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sonalidad y hace que el delirio aparezca ante el observador con una estructura dis-
gregada y paralógica. Esto impide que los contenidos de los delirios se hagan creíbles
para quien los escucha en estas dos enfermedades.
Sin embargo, el paranoico tiene preservado el curso del pensamiento (al igual que el
resto de su personalidad). De esta manera, el delirio se presenta ante el observador de
manera coherente, sin saltos lógicos o asociativos, y le resulta difícil encontrar con-
tradicciones internas en el relato que permitan diferenciarlo de un hecho real. Esta
coherencia, unida a la alta carga de afectividad de quien lo narra (además de la pre-
servación de la personalidad que le permite establecer relaciones empáticas con
quienes le rodean), hacen que el delirio pueda ser transmitido en ocasiones a personas
sanas, como se ve en las folie a déux. Es esta característica la que ha llevado a dos
autores franceses, Serieux y Capgras (45), a denominar esta enfermedad como psi-
cosis persuasiva. Así, el delirante prescinde de todos los datos que contradigan sus
creencias delirantes o utiliza todos los argumentos que tiene en su mano para trans-
formarlos de manera que le confirmen aún más en su delirio. No sin acierto, los psi-
quiatras franceses han denominado a esta psicosis como la locura razonante.
Para Munro (46), las ideas delirantes de los desarrollos paranoides están construidas
de acuerdo a la lógica y son consistentes internamente. No obstante, esta consisten-
cia interna del razonamiento lógico en este tipo de delirio se ha puesto en duda en
numerosas ocasiones. De hecho, este mismo autor afirma que, aunque los delirios no
interfieren con el razonamiento lógico normal, la lógica está pervertida dentro de la sis-
tematización delirante.
• El delirio hace uso de la interpretación errónea para su progresión. El delirio, que
comienza como una idea sobrevalorada, va adquiriendo la consistencia y la intensi-
dad del delirio típico, empleando interpretaciones patológicas que tratan de justificar la
temática central que domina el delirio. De esta manera, el delirio progresa y se orga-
niza, lenta pero inexorablemente, extendiéndose por continuidad, contigüidad y seme-
janza al resto de situaciones, lugares y personas que en un principio habían permane-
cido preservadas de ser incluidas en el delirio. Por esta razón se le ha denominado
delirio de relación social.
• El delirio de los desarrollos paranoides tiene también carácter centrípeto y autorrefe-
rencial. Ésta es una característica que comparte con el delirio del esquizofrénico para-
noide. El delirante paranoico se siente «el ombligo del mundo» (en palabras de Ey) en
su manera de contemplar la realidad y de relacionarse con ella; tanto lo que ve como
lo que no puede ver contribuye a argumentar en favor de su delirio, además de inter-
pretarlo de manera autorreferencial.
Sin embargo, aunque similar en este aspecto con los esquizofrénicos, Cabaleiro des-
taca que, aunque ambos tipos de enfermos se convierten en el centro del mundo, el
esquizofrénico es incapaz de trascender (en palabras de Conrad) (47), mientras que
el paranoico sí lo es. Recordemos que para Conrad, trascender significa cambiar «el
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• El tema común a todos los contenidos delirantes es el persecutorio. Para Ey, todos
los temas delirantes pueden reducirse a una sola fórmula fundamental: el tema de
persecución. Aunque esto está claro en muchos de los contenidos delirantes que
puede adoptar el paranoico, en algunas ocasiones resulta contradictorio, como ocurre
en los delirios de contenido megalomaníaco.
Ey y Cabaleiro creen que en estos casos, a pesar de la temática grandiosa, siempre
habrá contenidos delirantes de persecución más o menos manifiestos: el delirante se
sentirá envidiado, o se verá obligado a demostrar su valía frente a una cohorte de
enemigos que tratarán de difamarle.
De acuerdo con Munro (46), aunque el contenido de los delirios varía de paciente en
paciente, cada uno tiene un tema concreto y único sobre el que adopta el delirio su
contenido (en palabras del autor, «monomanía»). No obstante, el número de conteni-
dos posibles es limitado y siempre predominan unos pocos.
• Las ideas delirantes en el delirium vienen marcadas por las alteraciones formales del
pensamiento. Típicamente, el pensamiento del paciente en estado de delirium se
caracteriza por una desorganización y deterioro de todos los procesos cognitivos. El
paciente es incapaz de organizar su pensamiento siguiendo un hilo coherente. Su
memoria también se ve afectada, de manera que no puede contrastar el presente
con experiencias pasadas. El resultado final es que se ve imposibilitado para analizar
la realidad y extraer conclusiones que le sirvan para desenvolverse de manera adap-
tativa en su medio. En consecuencia, puede decirse que las ideas delirantes que apa-
recen en el delirium están desorganizadas en su lógica interna y son inconsistentes
en el tiempo, apareciendo y desapareciendo en breves instantes.
• El contenido de las ideas delirantes oscila entre dos extremos. Por un lado, hay
pacientes que expresan delirios empobrecidos, con unas pocas y desestructuradas
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• El delirio en los trastornos afectivos está marcado por una alteración formal del pen-
samiento correspondiente. En la manía, el paciente narrará sus convicciones deliran-
tes con el pensamiento típico de estos casos. Dependiendo de la gravedad de su
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euforia o la irritabilidad del maníaco determinarán los temas contenidos en sus creen-
cias delirantes. La tristeza y la angustia del melancólico harán otro tanto. Además, la
magnitud o intensidad del estado afectivo determinarán así mismo la intensidad y com-
plejidad del delirio. Así, en la melancolía leve, las creencias delirantes podrán llegar a
ser rebatidos por un interlocutor, mientras que en los estados avanzados, los delirios
y la angustia que le acompañan serán incorregibles. Es decir, la importancia de los
delirios se inflará y desinflará en función de la magnitud de la depresión o la manía y
éstos desaparecerán completamente cuando el trastorno afectivo que los originó tam-
bién desaparezca.
• En los trastornos afectivos los temas delirantes se corresponden con el humor. En
la depresión melancólica los temas del delirio suelen centrarse en tres: la culpa, la
enfermedad y la ruina. El paciente deprimido, que tiene su mirada puesta en el
pasado, se considerará culpable por hechos cometidos o que ni siquiera cometió,
pero de los que se apropia. La culpa le hará merecedor de la condenación más abso-
luta por parte de la sociedad, la divinidad o él mismo, lo que a veces le abocará al
suicidio. Por otra parte, puede que considere que padece una enfermedad e inter-
prete todos los signos corporales y externos como la confirmación de esa enferme-
dad, al igual que lo haría un hipocondríaco. Cuando estos temores llegan a un
extremo llegará a pensar que partes de su cuerpo han desaparecido o que, incluso,
todo el cuerpo ha dejado de existir. Se trata del delirio de negación de Cotard (49).
El tercer tema al que suelen recurrir los melancólicos son los temores de ruina. Injus-
tificadamente el paciente cree que ha perdido su soporte económico, que ya no
tiene dinero, que tanto él como su familia irán a la calle o que sus bienes han sido
robados.
Estos tres temas, que casi siempre aparecen en las depresiones melancólicas, tienen
que ver con las angustias primordiales del hombre tal como señaló Schneider: la salud
del alma (culpa y condenación), la salud del cuerpo (enfermedad y muerte) y las nece-
sidades materiales para la supervivencia (ruina). Cabaleiro cree que hay un trasfondo
paranoico en estas temáticas, pues el melancólico se siente constantemente perse-
guido: por su conciencia moral (culpa), por la enfermedad y la muerte (enfermedad) o
por la pérdida de sus bienes materiales (ruina y robo).
En la manía se produce el fenómeno inverso. Si el maníaco se encuentra eufórico, se
considera provisto de grandes facultades, llamado a emprender grandes empresas,
dotado de una voluntad sin límites, en definitiva, casi omnipotente. Su mirada, puesta
en el futuro, le impide recordar nada del pasado que se interponga en su camino: los
sentimientos de culpa desaparecen de su horizonte. Se cree incluso dotado de gran-
des bienes materiales o en condiciones de lograrlos, mostrándose de esta manera
pródigo en sus gastos consigo mismo o con los demás. En el caso del maníaco, en el
que predomina un humor irritable, sus creencias tenderán a ser del tipo autorreferen-
ciales, de perjuicio y persecutorias.
• En el delirio del trastorno afectivo existe una dimensión temporal. En la depresión
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Delirios de perjuicio
Es quizá el tipo de delirio más frecuente. Su contenido es claro: quien lo padece cree que
alguna persona en concreto, un grupo o todo el mundo tienen alguna intención de perjudicarle
de algún modo. La complejidad del delirio (su estructuración) depende del paciente y de la
enfermedad de la que nace la idea. Puede variar, desde un simple temor o presentimiento de
que algo malo va a sucederle, como en el delirium o la esquizofrenia, hasta una idea muy ela-
borada y sofisticada como ocurre en los trastornos delirantes.
Una variante de este tipo son los delirios de persecución en los que el paciente se siente
observado y vigilado por una persona o un grupo con intenciones de perjudicarle.
Se trata de la convicción delirante del paciente de que su pareja le está siendo infiel, habi-
tualmente la persona con quien la pareja comete adulterio está un escalón por encima de la
percepción que el paciente tiene de sí mismo: o es más joven y apuesto, o es una persona
de posición social superior, etc.
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En la evaluación fenomenológica del delirio hay que ser prudentes, pues a veces es difí-
cil distinguir la realidad de la ficción. En muchas ocasiones, además, el adulterio se hace rea-
lidad. No hay que olvidar que lo que hace patológico a una convicción no es la falsedad o inve-
rosimilitud del contenido, sino su forma. Conviene tener presente la posibilidad de lo que se
ha llamado delirios cum materia.
Delirios erotomaníacos
Este delirio también ha sido denominado como síndrome o delirio de Clérambault (24). En
él, el paciente cree que una persona del sexo opuesto, y por lo general de una posición social
superior, está enamorada de él. En ciertos casos se trata de una persona conocida para el
paciente, pero no necesariamente, y puede que nunca haya tenido contacto personal de nin-
gún tipo con la persona supuestamente enamorada de él.
El paciente interpreta todo lo que esa persona hace o dice o lo que deja de hacer o decir
como signos irrevocables de su amor por él. Se considera el único merecedor de las aten-
ciones de esa persona, lo cual desencadena raptos de celos e iras si, por algún gesto de la
víctima, se considera traicionado. Esto puede traer consigo acciones peligrosas contra la pro-
pia víctima.
Tal y como señala Munro (46) aunque el delirio erotomaníaco puede aparecer en solitario
como un subtipo de trastorno delirante, puede estar presente en otras alteraciones como la
esquizofrenia paranoide, los trastornos afectivos con síntomas psicóticos, los trastornos
orgánicos cerebrales, el trastorno delirante compartido, etc.
Delirios megalomaníacos
En este caso, el paciente se cree poseedor de facultades extraordinarias, pertenecer a
algún noble linaje o sentirse protagonista de una misión especial. Una variante de este tipo
de delirios son los religiosos o místicos en los que el paciente cree tener una vinculación espe-
cial con la divinidad o con algún poder extranatural.
Delirios hipocondríacos
En este caso el paciente está convencido de sufrir una enfermedad e interpreta los sig-
nos corporales normales de acuerdo con esta creencia. Es difícil discernir cuándo se trata
de una idea delirante de sufrir una enfermedad, lo que nos situaría frente a un trastorno psi-
cótico, o simplemente de una idea sobrevalorada, lo que nos colocaría entonces frente a
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otros trastornos (p. ej., un trastorno hipocondríaco). Un delirio relacionado con éste es el
delirio dismorfofóbico en el que la persona está convencida de que alguna parte de su físico
es fea o desproporcionada. En este caso sucede lo mismo que en el anterior: no siempre es
fácil distinguir la auténtica idea delirante de una idea sobrevalorada.
Delirios de infestación
El paciente cree estar infestado por parásitos de pequeño tamaño pero visibles para él;
siente a los insectos correr por su piel y afirma verlos en ocasiones. Este delirio se ha deno-
minado síndrome de Ekbom y también síndrome de la caja de cerillas, pues los pacientes aca-
ban presentándose frente a su médico con una caja de cerillas, o con ceniceros, donde ase-
guran tener atrapados algunos de estos insectos. La caja no suele contener nada o bien
algunas migas de pan o granos de arroz que el propio paciente ha introducido y que cree
que son insectos.
Falsas identificaciones
Los delirios consistentes en falsas identificaciones son infrecuentes, aunque muy llamati-
vos. El más conocido es el síndrome de Capgras (51) que recibe el nombre de uno de los
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psiquiatras que lo describieron. En este caso, el paciente cree que alguna persona próxima a
él ha sido reemplazada por un impostor que pretende pasar por esa persona. Los pacientes
no son capaces de describir ninguna diferencia física entre el impostor y la persona a la que
sustituyen, pero están convencidos del engaño.
Otra variedad es el síndrome de Frégoli en el que el paciente identifica falsamente perso-
nas conocidas en desconocidos.
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IDEAS SOBREVALORADAS
Se ha tratado detalladamente en qué consiste un delirio y las características de cada
uno de ellos. Algunos pacientes relatan una serie de ideas que siguen pareciendo anómalas
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por la intensidad con que se sostienen o por lo alejadas que están de la realidad. Sin embargo,
estas ideas no acaban de conformar auténticas ideas delirantes, pero tampoco pueden ser
consideradas normales. Están, pues, a medio camino entre la normalidad y el delirio. Se
trata de las ideas sobrevaloradas.
La idea sobrevalorada hace referencia a una idea comprensible y aceptable (teniendo en
cuenta la procedencia social, cultural y educacional de la persona) que es sostenida por ella con
una convicción más allá de lo razonable, a pesar de que la realidad objetiva incline a pensar lo
contrario. Las ideas sobrevaloradas suelen emerger en el contexto de una intensa sobrecarga
emocional (ira, depresión, ansiedad) y suelen aparecer en personas con personalidades anor-
males o con déficit intelectuales, pero también pueden surgir en personas sin trastornos psi-
quiátricos que pasan por momentos emocionales intensos. Una idea sobrevalorada es el caso
del joven que, tras una discusión con su pareja, llega a expresar dudas exageradas acerca de la
fidelidad de ésta o el caso de la persona con retraso mental que está convencida de que su
profesora le odia porque un día le puso en evidencia delante de toda la clase, o el del hipocon-
dríaco que considera que un dolor de estómago es el signo inicial de un cáncer de estómago.
Se han descrito una serie de trastornos en los que es fácil que surjan este tipo de ideas:
estados paranoides de tipo querulante o litigante, celos patológicos, hipocondriasis, dismor-
fofobia, parasitofobia (síndrome de Ekbom) (52), anorexia nerviosa, transexualismo, etc. (31).
La idea sobrevalorada se distingue de la delirante por la intensidad con que es soste-
nida. En muchos casos, tras una entrevista, la convicción del paciente puede empezar a tam-
balearse. Por otro lado, el contenido de la idea sobrevalorada es comprensible si se tiene en
cuenta la biografía del paciente y la situación vital por la que atraviesa en el momento en que
aparece la idea. Por último, la idea sobrevalorada cederá cuando la situación emocional del
paciente vuelva a la normalidad. Pero habrá casos en que las características de la idea
sobrevalorada serán tales que impidan su distinción clara del delirio.
En este sentido, pueden considerarse como ideas sobrevaloradas las convicciones exa-
geradas que algunos pacientes expresan en ciertos trastornos (como una depresión, una
manía, un trastorno de personalidad) y que no llegan a alcanzar la gravedad de una auténtica
idea delirante.
Algunos clínicos han llegado a denominar a las ideas sobrevaloradas ideas deliroides por
su proximidad al delirio. No obstante, los autores de este texto recomiendan evitar esta última
denominación ya que idea deliroide, en la psicopatología clásica jasperiana, se consideraba
todo delirio que no cumplía los requisitos del delirio primario o procesal, es decir, toda idea
delirante secundaria. El uso del término idea deliroide en la práctica clínica hoy en día sólo
puede llevar a la confusión.
Hay que distinguir también la idea sobrevalorada de la idea o creencia normal. Esta última
pertenece al conjunto de ideas y creencias de una persona. Es comprendida siempre dentro
de este conjunto y teniendo en cuenta el contexto biográfico, vital y de personalidad. Por
supuesto, no son fruto de un estado emocional intenso y perduran a pesar de las variaciones
emocionales por las que atraviese esa persona.
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IDEAS OBSESIVAS
Hay una serie de ideas que, en algunas personas, aparecen en la conciencia de manera
repetitiva, imperativa, sin que pueda remediarlo, y si se resiste, sufre una gran ansiedad que
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• Las obsesiones son fenómenos que emanan del propio yo. El paciente vive la obse-
sión como algo que procede de sí mismo. En ningún momento experimentará el
fenómeno como si viniera impuesto del exterior, como ocurre en un delirio de inser-
ción del pensamiento. Esta idea ha sido, en ocasiones, discutida, pues a muchos
pacientes la obsesión les resulta extraña, ajena. No obstante, a diferencia del delirio,
nunca es experimentado como algo impuesto en su mente por una persona o fuerza
extraña.
• Las obsesiones son vividas como una imposición. Las obsesiones son para el
paciente un fenómeno que vive como una imposición. No puede escoger pensarlas o
no, simplemente aparecen en su conciencia y se ve forzado a ceder ante ellas.
• El paciente desarrolla una lucha interna contra las obsesiones. Estos fenómenos
aparecen contra la voluntad de quien los sufre, se reconocen como contrarios a su
voluntad y molestos. Por ello, el paciente trata de librarse de ellas, a veces resis-
tiéndose. Pero todo intento de resistencia, de evitación, genera una gran ansiedad,
por lo que acaba cediendo en segundos o minutos. Con el tiempo, esta resistencia
va perdiendo fuerza y el paciente acaba incorporando las obsesiones en su vida
como algo propio.
• Sensación de anormalidad de las obsesiones. El paciente reconoce que estos fenó-
menos que está experimentando son anormales. A veces las obsesiones le resultarán
absurdas, por la falta de sentido o lo ilógico de los contenidos. Otras veces, éstos
son normales (como una melodía o una preocupación razonable), pero se dará cuenta
de lo anormal de sus obsesiones por la frecuencia exagerada con que aparecen en
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• Ansiedad. Los actos obsesivos siempre están relacionados con la ansiedad. A veces
porque ésta contribuye a exacerbarlos; otras, porque su ejecución se acompaña de un
sentimiento de ansiedad; otras, porque los intentos de resistirse a la obsesión generan
una ansiedad que convierte la obsesión en irresistible.
tenido agresivo. Por lo general tienen una conexión directa con la vida del paciente.
Así, muchas madres se angustian ante la idea de agredir o matar a sus hijos con la
consiguiente angustia y vivencia de culpa; personas religiosas temen pensar un acto
sacrílego en el momento de la consagración eucarística; otras personas, ante la visión
de objetos punzantes, temen clavárselos a alguien, y el fóbico a las alturas teme que-
rer arrojarse por la ventana cuando ve una de ellas. Este fenómeno se ha denominado
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En este último caso hay que aplicar la clasificación que se ha determinado para las ideas
obsesivas. Cuando la necesidad de realizar un acto concreto aparece sin más, hablaremos de
un acto obsesivo primario (la necesidad de no pisar las juntas de las baldosas al caminar).
En otras ocasiones, el acto se realiza con el fin de neutralizar otra idea obsesiva o situación,
siendo un acto obsesivo secundario. Se trata del caso de la persona que no puede resistirse
a lavarse las manos cuando toca algo por temor a contaminarse, o la persona que tiene que
revisar el gas varias veces antes de acostarse por un temor constante a asfixiarse por la
noche, o de la persona que tiene que contar todos los números impares hasta 31 cada vez
que ve el número cinco en un coche por temor a que pueda fallecer de un infarto si no lo hace.
Aquí la relación del acto con lo que se intenta neutralizar guarda también poco contenido
lógico y está regido por las leyes del pensamiento mágico.
Aunque al principio estos comportamientos son reconocidos como absurdos y el
paciente trata de librarse de ellos, con el paso de los años la resistencia también desapa-
rece y el paciente incorpora el ritual a su vida cotidiana sin cuestionárselo.
Un aspecto controvertido que ha dado lugar a cierta confusión es la compulsión. Este
término lo han empleado diversos autores para designar aspectos que tenían poco que ver
con los fenómenos obsesivos. Mientras que algunos se limitan a designar como compulsión
a toda obsesión en forma de acto obsesivo, otros denominan compulsión a toda obsesión
(ya sea acto mental o pensamiento) que una persona se sienta obligada a realizar en res-
puesta a otra idea obsesiva o situación o de acuerdo a normas que deban ser aplicadas
rígidamente. Hay autores (6, 10) que utilizan el término compulsión para definir la sensación
subjetiva de estar obligados a realizar el acto obsesivo que tienen los pacientes. Vallejo (16)
considera dos tipos de compulsiones de idénticas características, las manifiestas (conduc-
tas motoras) y las encubiertas (mentales), y se plantea si son posibles las compulsiones sin
obsesiones, ya que la dirección habitual del fenómeno es que las compulsiones (motoras y
mentales) se generan para atenuar o conjurar las obsesiones. En este sentido, es difícil
aceptar la existencia de compulsiones sin obsesiones, ya que el fenómeno nuclear es la
obsesión, si bien de manera excepcional se ha descrito algún caso de esta naturaleza. Por
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otra parte, existen actos obsesivos primarios, no subordinados a ideas obsesivas, cuya sig-
nificación se agota con su ejecución. Es el caso del coleccionismo mórbido, la tendencia al
orden o la meticulosidad.
Finalmente, se va a tratar otro aspecto controvertido: la distinción entre compulsión e
impulsión. Para Vallejo (16), las impulsiones (propias de la patología orgánico-cerebral) repre-
sentan una necesidad de acción imperiosa muchas veces irresistible que empuja al sujeto a
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cometer actos irracionales, ocasionalmente brutales y peligrosos, sin que exista resistencia a
ese impulso, lo que impone una descarga pulsional directa, rápida y en cortocircuito. Por el
contrario, las compulsiones, propias del obsesivo, entrañan un compromiso muy elaborado
entre la defensa y la pulsión, de forma que la resistencia tiene un valor fundamental, que
llega a desdibujar o neutralizar el acto. Desde la perspectiva fenomenológica, compulsividad
e impulsividad pueden considerarse polos opuestos. El primero se caracteriza por conduc-
tas rumiativas y estereotipadas para evitar peligros y el segundo por conductas con búsqueda
de riesgo que pueden resultar peligrosas. Desde el ámbito biológico, hipofunción e hipofron-
talidad se asocian a compulsividad e hiporrespuesta serotoninérgica, e hiperfrontalidad, a
impulsividad. En este sentido, Hollander y Cohen (53) diferencian trastornos próximos a la
compulsión, en los que predomina la evitación del peligro y riesgo y la ansiedad anticipatoria
como el trastorno obsesivo-compulsivo, la hipocondriasis, la dismorfofobia, la anorexia ner-
viosa, el síndrome de La Tourette, etc., y lo contrario, búsqueda de riesgo, no evitación del
peligro y escasa ansiedad anticipatoria en conductas impulsivas, representadas sobre todo
por los trastornos de la personalidad del grupo B y por los del control de los impulsos.
FOBIAS
Aunque en las clasificaciones actuales las fobias se incluyan dentro de los trastornos de
ansiedad, desde el punto de vista psicopatológico se trataría de un trastorno del contenido del
pensamiento, motivo por el que se incluyen en este apartado.
La palabra fobia deriva del griego phobos que significa ‘temor’. A lo largo de la historia ha
existido un gran interés en la descripción de los miedos irracionales, de forma que ya tanto en
la antigua Grecia como en Egipto son diversas las atribuciones a este concepto. Celso fue
quien utilizó por primera vez el término en el campo de la salud, haciendo alusión a la hidro-
fobia como síntoma significativo en la rabia. Posteriormente han sido numerosos los autores
que han desarrollado este concepto: Westphal (1871) describió la agorafobia, diferenciándola
de los fenómenos obsesivos, en la que los pacientes parecían estar asustados al entrar en
lugares públicos, sin la compañía de familiares o amigos. Freud, en 1925, describió la neuro-
sis fóbica bajo la denominación de histeria de angustia, entendiéndola como una modalidad de
psiconeurosis distinta a la histeria de conversión y a la neurosis obsesiva, aunque reposa
sobre la misma estructura psicodinámica que la neurosis histérica.
Clásicamente, habría que distinguir entre fobia, angustia difusa y miedo. La angustia
difusa no se refiere ni a un objeto ni a una situación particular; el miedo responde a la per-
cepción de un peligro real, a situaciones dadas o a la previsión de un peligro posible que pro-
venga del exterior. La fobia será completamente distinta según se considere una reacción de
miedo condicionado, o como el desplazamiento del miedo a un objeto o a una situación
específica hacia otra situación más inofensiva, o como la concretización de situaciones
generales, productoras de ansiedad. No obstante, otros autores señalan que desde el punto
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de vista psicopatológico, la separación entre miedo y ansiedad resulta más ficticia que real.
En la actualidad la fobia se define como un miedo persistente e irracional a un objeto,
actividad o situación específica que provoca en el individuo la necesidad imperiosa de evitar
el estímulo fóbico. Cabe destacar que, en estos casos, al igual que ocurría en las obsesiones,
en las que el paciente acepta la irracionalidad de la idea, el juicio de realidad se mantiene
inalterado y se reconoce la reacción como desproporcionada. Tanto la presencia como la anti-
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cipación de la entidad fóbica conllevan un estado de ansiedad asociado, que interfiere acusa-
damente con la vida habitual del paciente y puede causarle estados de incapacitación graves.
La ansiedad ocupa un lugar central en los trastornos fóbicos, de los que constituye el núcleo
patogénico y la fuente de todas las complicaciones. Según Lépine y Chignon (54), el diag-
nóstico del trastorno fóbico necesita cuatro elementos: el objeto o la situación fobógena, las
manifestaciones ansiosas sistemáticas durante la exposición, la existencia de un objeto o con-
ducta contrafóbicos y la dificultad para el funcionamiento social del paciente.
El DSM-IV clasifica las fobias en: agorafobia, fobia específica y fobia social.
Agorafobia
Se caracteriza por la presencia de ansiedad o comportamientos de evitación en lugares
o situaciones donde pueda resultar difícil o embarazoso escapar, o bien sea imposible encon-
trar ayuda en el caso de que aparezca en ese momento una crisis de angustia, a la que habi-
tualmente se asocia.
Aunque la gravedad de la ansiedad y la intensidad de la conducta de evitación son
variables, éste es el más incapacitante de los trastornos fóbicos, e incluso algunas perso-
nas llegan a quedar completamente aisladas en sus domicilios. La vivencia de la falta de
una salida inmediata es uno de los rasgos clave de muchas situaciones que inducen ago-
rafobia. A menudo están presentes síntomas como la depresión, las obsesiones y las
fobias sociales.
La mayoría de los casos de agorafobia comienzan con una serie de angustias espontá-
neas. Si las crisis continúan, el paciente puede desarrollar una ansiedad anticipatoria cons-
tante, caracterizada por una sensación continua de aprensión acerca de las posibles apari-
ciones y las consecuencias del próximo ataque. Muchos pacientes establecerán una relación
causal entre sus crisis de angustia y la situación particular en la que se han producido. Pos-
teriormente eluden estas situaciones en un intento de evitar nuevas crisis (55).
Los temores agorafóbicos típicos son el uso de transportes públicos; hallarse ante mul-
titudes (teatros, ascensores, restaurantes, supermercados, grandes almacenes, etc.); hacer
colas; viajar a una cierta distancia del hogar, etc. En muchas ocasiones, la agorafobia
comienza con una serie de crisis de angustia espontáneas.
Fobia específica
Se caracteriza por la presencia de ansiedad clínicamente significativa como respuesta a
la exposición a situaciones u objetos específicos temidos, lo que da lugar a comportamientos
de evitación. El síndrome tiene tres componentes: a) la ansiedad anticipatoria desencadenada
ante la posibilidad de enfrentarse al estímulo fóbico; b) el temor central, y c) la conducta de
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Como en todas las fobias, las personas que padecen este trastorno mantienen una vida rela-
tivamente normal, siempre que se encuentren poco expuestas al estímulo fóbico, en conse-
cuencia, acuden en busca de tratamiento sólo cuando los síntomas interfieren de manera
significativa en su vida. Estas fobias suelen coexistir con otros trastornos de ansiedad, del
estado de ánimo y relacionados con sustancias.
Fobia social
Se caracteriza por la presencia de ansiedad clínicamente significativa como respuesta a
ciertas situaciones sociales o actuaciones en público del propio individuo, lo que suele dar
lugar a comportamientos de evitación. Las fobias más típicas son el temor a hablar, a comer,
o escribir en público, asistir a actos sociales, utilizar lavabos públicos, etc.
Según el DSM-IV, la hipersensibilidad a la crítica, a la valoración negativa por parte de los
demás, la dificultad para la autoafirmación, la baja autoestima y los sentimientos de inferiori-
dad son algunas de las principales características de este tipo de fobias.
Al igual que otros subtipos de fobias, existe una alta comorbilidad (70-80 %) con otros
trastornos psiquiátricos: depresión, trastorno de angustia, agorafobia, abuso de tóxicos, etc.,
sobre todo desde que el término de fobia social tiende a sustituirse por otro más indefinido
como el trastorno de ansiedad social.
Según Stein (56), se distingue entre fobias sociales generalizadas (referidas a la mayoría
de las situaciones sociales) y no generalizadas (referida sobre todo a la fobia a hablar en
público), sin aclarar que se trate de subtipos diferenciados o un continuum de gravedad.
Tampoco es concluyente si la fobia social es diferente del trastorno de personalidad por evi-
tación o ambos forman parte del mismo contexto psicopatológico (57).
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