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Jóvenes que huyen de sus casas. Niños que se alejan de sus padres y
nunca son encontrados. Niñas que salen a divertirse y no son
vueltas a ver. Amas de casa con el dinero de las compras, que se
toman un taxi a la estación o a la terminal más cercana y de
quienes no se tienen más noticias.
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observando. Por lo tanto el ayer, hoy y mañana no son siempre
consecutivos, aunque siempre están conectados entre sí.
El hallazgo
Son raras las cosas que uno recuerda. Imágenes, sonidos, olores,
sentimientos que nos acompañan durante años.
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El lugar
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hábitos y viejas costumbres bien arraigadas que la construyen con
su propia identidad.
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del país, del que llegaban trabajadores dispuestos a instalarse en el
creciente lugar.
El inicio
Tres años más tarde, Marcelo -uno de sus hijos- acordó en uno de
los recreos de la escuela con sus compañeros, tres chicos y tres
chicas, ir a descubrir una parte del cine que no era abierta al
público, con el objetivo de lograr conocer la parte trasera de la
pantalla, pero principalmente de estar a solas con cada una de las
parejas.
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daba al patio trasero de la Escuela 122. Y de allí tomarían 25 de
Mayo para dirigirse al centro.
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final de la clase. En ese momento dio las indicaciones de la
posibilidad de encontrar más sobre el tema en la página 24 de su
publicación.
Entre risas, pero con nervios, hicieron silencio para corroborar que
nadie los hubiera escuchado. Tras unos segundos siguieron
adelante para llegar al lugar deseado, con una película en
proyección en la sala.
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Rebeca y la besó. Lo mismo hizo Pedro con Sandra y también
Mauricio con Viviana.
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estaba ahí. Llamativamente no había rastros de él. Era como si se
lo hubiera tragado la tierra.
La búsqueda
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Sale de su habitación y baja las escaleras hacia la cocina. Busca en
la heladera la leche y prepara un desayuno rápido con unos
cereales en una taza grande.
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- ¿Hay algo que quieras contarme?, preguntó el profesional. Ante el
silencio de Mauricio, le dijo: - No me cuentes si no quieres. Vi el
informe de tu terapia. Te fue muy bien en la terapia grupal.
- Creo que trata de decirme algo, aunque pienso que quizás son mis
ganas de volver a verlo.
- ¿Qué creo que pueda ser?, ¿Por qué? ¿Por qué se fue? ¿Por qué no
hay ningún indicio de dónde pueda estar? ¿Por qué sucedió así?
¿Por qué no me tocó a mí? ¿Por qué carajos nadie lo puede
encontrar?
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El medallón
Quizás para llevar los niños a los juegos del parque, para hacer
deportes, disfrutar de algún espectáculo al aire libre, o adquirir
algún producto de los feriantes. En fin, todos ingredientes
necesarios para distenderse un domingo y disfrutarlo a pleno.
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Iba caminando por el sendero peatonal, en sentido contrario a las
agujas del reloj. Estaba a escasos metros del famoso cartel del
“Trelewazo”, en una rutina habitual de caminata dominguera.
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Hacía un par de meses, justamente, se había conmemorado el “We
Tripantu” (“año nuevo” o “salida del nuevo sol”), la celebración
más importante del pueblo Mapuche.
Una vez entre las piedras comencé a buscar qué podría haber
generado ese brillo que me llamó la atención. Y justo al lado de una
de las piedras, entremedio de un pequeño coirón, encontré lo que
buscaba. Un antiguo medallón, hecho aparentemente de manera
artesanal, de forma similar al de un escudo. Era muy bello. Lo tomé
entre mis manos y lo miré con atención.
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La parte metálica, en torno de la piedra, contaba con extrañas
inscripciones. Estaba intacto y con su collar colgante sin daños, por
lo que descartaba que eso pudiera haber generado la pérdida a su
propietario.
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profundamente, y me relajé. Tanto, que en pocos minutos cerré mis
ojos mientras seguía sonando la música en mis oídos.
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Seguía con la música sonando en mis oídos. Pero rápidamente
tomé el celular, que figuraba sin señal, para apagar la música, y
meterlo nuevamente en el bolsillo.
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Lucía y La Piedra
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Y allí revivían varias de las situaciones que habían protagonizado
apenas años atrás durante la recordada noche del Alerta Rojo, que
en plena guerra contra los ingleses, había tenido en vilo a toda la
población de la ciudad.
En medio del show musical, Carlos había visto con cierta atención
que sólo una tenue luz roja alumbraba el escenario, mientras que
en un intervalo entre canciones, el locutor señalaba por el
micrófono que se encontraban en Alerta Rojo, pero que el festival
iba a continuar, con una leve disminución en la potencia del sonido.
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Sin dudar, y percatándose de la importancia de la situación, tomó
su Chevrolet SS celeste y salió inmediatamente de regreso a casa.
Claro, en la primera esquina lo detuvo un control de policía que lo
obligó a apagar todas las luces. Por lo que, a oscuras a partir de
allí, se decidió a conducir más de treinta cuadras.
Allí lejos, entre las matas, sintió el ruido como de un roedor. Era
habitual encontrarse con algún cuis, que solía salir raudamente,
con mucho susto, en busca de algún refugio. Sin embargo, esta vez
era diferente. El sonido crujiente, como de dientes comiendo alguna
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rama seca, persistía. Entonces, Fernando giró su cabeza para ver
detrás de sí, y observar de donde provenían los extraños sonidos.
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escabulló entre unos escombros de una vieja construcción
abandonada, a unos cuarenta metros de distancia. Allí lo perdió de
vista.
Con mucha intriga, pero no sin temor, aceleró el ritmo de sus pasos
y corrió hasta llegar a lo que quedaba de una platea de cemento.
Para su sorpresa, detrás de una columna se veía la sombra de lo
que parecía una jovencita.
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de las paredes traseras, se asomaba la pequeña cabeza del zorrito
que lo había llevado hasta allí.
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En cuanto Fernando se acercó y pudo observar de qué se trataba,
Lucía lo interrumpió le dijo: —yo no soy de acá. Mejor dicho, no de
esta época. Este es un medallón muy extraño. Y me trajo hasta acá.
Apreté esto verde que parece un botón, ese sinfín giró y todo se
empezó a mover. Me asusté, cerré los ojos, y acá estoy.
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Sin embargo, en una de las mesas de mimbre del viejo Touring Club
dicen se escuchó alguna vez a un viejo hombre de dificultoso
castellano, raro vestir para la época, rasgos duros, pelo canoso
largo y piel oscura, asegurar que la “piedra” había sido traída
nuevamente a sus hijos. Claro, lo habría dicho después de haber
tomado varios vasos de vino.
El Tren
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mecánico de cuerda, y en la punta delantera se podía observar el
dibujo de la parrilla que cubría el motor. Y lo más importante,
tenía pintado el número “1” en los laterales.
Desde ahí hasta el sitio en el que se situaba uno de los dos viejos
muellecitos, había otros quinientos metros aproximadamente.
También el estridente pitido de la bocina era tradicional sonido de
la ciudad. O el ruido de los frenos y el vapor al llegar a la estación.
A La Laguna, como se la llamaba en ese entonces, los chicos solían
utilizarla en invierno, cuando las bajas temperaturas congelaban
buena parte del ojo de agua ubicado en el corazón de la ciudad.
No era caro viajar hacia Puerto Madryn, pero de todos modos, muy
pocas veces lo podían hacer. Quizás en época de verano para ir, en
sólo dos horas, a pasar un día a la hermosa costa de la ciudad
balnearia, cerca de algún tamarisco.
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En el asiento del tren, ubicado delante de ellos venía un hombre
mayor, que despedía de sus ropas un fuerte olor a naftalina.
Mientras que de más atrás se sentía intenso aroma a tabaco de un
par de hombres que venían fumando y que tenían pinta de
importantes, ya que vestían cuidados trajes marrones.
Y cada vez que tomaba alguna copa de más que le servía Juan, el
mozo del bar, Amelia elegía salir voluntariamente de casa con los
niños y tomarse el tren hacia cualquier destino.
Pesados bultos hacían fila todos los días esperando ser cargados
para el siguiente tramo del viaje y gran cantidad de personas
esperaban sobre el andén, en cada arribo.
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La idea de los viejos ferroviarios, muchos arribados por barco a la
ciudad oriundos de otros países, era llegar hasta la cordillera con
el tendido de las vías. Aunque había costado más de un año llegar
desde la costa de Madryn hasta Trelew.
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uno de los grandes ventanales, sin llamar demasiado la atención,
Fernando tomado de la mano de una temerosa Lucía observaban
como Daniel miraba con ceño fruncido a Mario, que abrazaba
públicamente a Amelia, quien cargaba sobre sus brazos a ese bebé
de rubios cabellos.
Esa pequeña bicicleta, de estilo paseo pero rodado 16, hacía días se
había apoderado de muchos de sus pensamientos. Se la habían
regalado los Reyes Magos el verano pasado. Tenía inscripciones
brillantes, y un portaequipaje genial en la parte trasera. Se podía
colocar cualquier cosa ahí atrás. Pero mejor aún, si era un
almohadón, para que se siente algún amigo. O para que
directamente vaya parado, tomado de los hombros, y así recorrer
juntos las calles del querido barrio.
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Chubut (FCCC), que en 1961 había dejado de funcionar, y cuya
fundación se había producido en 1888. Todavía se escuchaba, en
cada conversación, en cada reunión, el comentario de
preocupación respecto de esa decisión, tomada hace un año atrás
por el presidente Arturo Frondizi, de clausurar la línea del primer
ferrocarril de la Patagonia, por entenderla deficitaria.
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mejor quedaba ubicado en cada lanzamiento, y obviamente el que
mejor rendimiento presentaba en la pista de tierra apisonada, que
quedaba casi como si hubiera sido hecho de cemento. Las ruedas
también eran un trabajo importante, porque se hacían de madera
y había que pulirlas con alguna herramienta de algún padre, o
rasparlas suavemente contra alguna pared.
Otro de los baldíos que usaban para jugar era el que más adelante
ocuparía una de las canchas de tenis. En ese momento había un
potrero de fútbol, y unos piletones al costado del salón San David,
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dónde se juntaban todos los “lustras”. Ahí jugaban al Paso Inglés
todo lo que ganaban. Y esa era una de las atracciones de los más
pequeños. No sólo para ir a ver cómo jugaban, sino para aprender
las primeras cosas sobre el sexo. Los “lustras” contaban todo.
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bicicleta por las veredas del barrio, escuchó desde más de cien
metros los gritos desgarradores de su madre. El vecino trataba de
consolar a la perturbada vecina, mientras su papá intentaba salir
de la ducha, vestirse, y entender de qué se trataba aquello que
había modificado bruscamente la rutina de la veraniega jornada.
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ocasión. Temía que lo tomaran por loco, o simplemente
descreyeran de sus palabras.
El viejo Sheil repetía siempre una historia que hablaba del futuro,
que según contaba había visto en uno de sus fantásticos viajes en el
tren. “Todo se repite, es un círculo”, señalaba antes de quedar
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pensativo en silencio por algunos minutos, y asegurar: “Estamos
acá, pero también allá”.
Y fue allí, cuando tuvo una nueva visión, recordando otro sueño que
se le hacía repetitivo, y que tristemente, se haría realidad pasando
la Navidad.
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Es importante resaltar que la temperatura entre el Pueblo de Luis,
como llaman a la ciudad por el nombre de su fundador Lewis Jones,
y la de Río Grande varía en esa época del año en más de 20 grados
centígrados. Y se notaba.
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Tras pasar un montículo de tierra, recién removida por una
máquina vial que arreglaba el sendero pedregoso, que unía las dos
ciudades en aquel momento, el chofer no pudo controlar el
vehículo, que se fue del camino, embistió un talud y dio tres vueltas
en un accidente brusco, pero que por fortuna no produjo pérdidas
humanas.
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permanentes a la reciente compra y el especial trato que le
brindaba.
El frío calaba los huesos. Pleno mes de agosto de 1923. Los dedos de
los pies se entumecían, las medias se sentían húmedas, la piel
cambiaba su tonalidad y se tornaba áspera, con los poros similares
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a la piel de una gallina. Las jarillas se acostaban con la intensidad
del viento sur, que a su pasar parecía sonar como un fino silbido. Y
un jote de cabeza colorada sobrevolaba el camino a unos 20
metros de altura con una mirada vigilante. Mientras seguía
avanzando a pesar de las condiciones, se venían a su mente las
preguntas lógicas ante la adversidad: ¿Qué estoy haciendo en este
lugar?, ¿habrá inventado todo mi imaginación?, ¿y si no tengo nada
que ver aquí?
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“El tiempo es un ciclo. No tiene que ver con nuestro tiempo lineal.
La naturaleza no cambia, sólo se renueva. El tiempo se renueva,
termina una jornada, un ciclo y se repite, siempre, de distintas
maneras, más fuerte o más débil como la Naturaleza. No es un
tiempo diferente, es el mismo tiempo que se va rotando”, le
explicaba Sheil.
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Se generaban cientos de inquietudes en su mente. Estaban todas
relacionadas con poder conocer el paradero de su amigo, de quien
no sabía nada desde hacía años.
Sin embargo, a pesar del pedido, Sheil sabía bien lo que había
sucedido y tras mucho tiempo analizándolo, había tomado la
decisión de contarle a su entrañable amigo para que fuera a
impedir que todo siguiera ese camino sinuoso que podría cambiar
el curso del futuro.
Si bien tenía claro su objetivo y sabía bien por qué había accedido
al pedido de su viejo amigo Fernando, de dirigirse a la meseta para
conocer este particular paraje, las adversidades del viaje lo hacían
dudar de su decisión.
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En el camino de las rocas, conocido como Rocky Trip, el viejo Alipio
De la Lama le había prestado, la noche anterior, un espacio en su
ranchito casi a mitad de camino, antes de llegar a Los Altares. A
apenas unos 200 metros pasaba el río, por lo que era un sitio muy
oportuno para hacer una parada. Era en la rústica construcción de
don Alipio, donde el hispánico comerciante tenía apostado un local
de ramos generales para que los viajeros a la cordillera pudieran
abastecerse. La idea era superar el frío y pasar allí la noche.
También compartir una sopa de puchero de capón, que
especialmente había preparado el anfitrión, y que servía para
recomponer las fuerzas para seguir el viaje.
Por ese lugar, era común escuchar el crujir de las ruedas de los
carros y las chatas, que cargados con mucho kilos de avanzadas de
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progreso y riquezas de la ganadería lanar, eran tironeados por los
burros y las mulas, que los sujetaban por atrás. Era para poder
bajar por el rocoso y empinado desfiladero hasta llegar a las costas
del río. Manso esfuerzo el de las bestias que con los ojos
preocupados intentaban en vano clavar las pezuñas y retroceder
para no caer por el peñasco. También improvisados frenos se
colocaban sobre las maderas de las llantas para colaborar un poco,
algo que terminaba por dejar señales en las fatigadas piedras que
a diario eran testigos del cadencioso transitar de muchas tropas.
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interrumpidos por el estampido de una bala disparada desde
alguna escopeta.
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