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Omisiones, deficiencias e información equivocada

en los estudios

DE LUNES A LUNES

El Decreto Legislativo 1341 le ha agregado al artículo 50.1 de la Ley


30225 de Contrataciones del Estado, relativo a las infracciones y sanciones
administrativas, tres nuevos incisos. Uno de ellos, el inciso m), es el que
considera punible “formular estudios de pre inversión, expedientes técnicos
o estudios definitivos con omisiones, deficiencias o información
equivocada, que ocasionen perjuicio económico a las Entidades.”
La incorporación de esta nueva infracción parecería una respuesta a los
escándalos desatados recientemente a propósito de obras públicas cuyos
presupuestos originales, consignados en sus respectivos estudios, terminan
siendo desbordados por la realidad al punto que los costos finales
representan con frecuencia varias veces más esos valores iniciales.
La explicación fácil es la que culpa de esa tremenda variación a la
corrupción cuyos agentes se esmeran en crear las partidas necesarias para
que los malos contratistas puedan recuperar los montos invertidos
ilegalmente durante el proceso de selección para asegurarse las
adjudicaciones. Inventar trabajos que no estaban previstos en el expediente
técnico pero que son indispensables para alcanzar el objeto de la obra es
complicado. Un peritaje técnico puede muy rápidamente sacar el costo de
una construcción, desmenuzando los recursos humanos y materiales
requeridos en ella. Si esa suma difiere de la declarada por la entidad es
evidente que algo ha pasado y que merece ser aclarado.
En tales circunstancias, es posible que se hayan hecho trabajos que
posteriormente han debido demolerse y que, por esa razón, no pueden
detectarse en una inspección rutinaria. Hacerlos demanda obviamente
ciertos gastos y deshacerlos otros, que sólo pueden advertirse revisando el
cuaderno de obra y verificando los documentos que los sustentan.
En la eventualidad de que no se encuentre ninguna justificación que
acredite la diferencia entre el costo que arroja el peritaje y el monto
invertido es obvio, ahí sí, que hay que emprender una investigación porque
es probable que alguien se haya llevado lo que no debía. Puede parecer
muy burdo pero no hay que descartarlo. Puede ocurrir.
Lo más frecuente, empero, es que la diferencia entre los presupuestos
originales y los costos finales de las obras se debe a que los estudios
ofrecen cifras muy preliminares pues los propios recursos que se les
asignan para su elaboración son insuficientes y no permiten realizar todas
las perforaciones, análisis de suelos y pruebas que pudieran hacer viable la
entrega de resultados más confiables. Por eso, lo primero que hay que hacer
es sincerar los presupuestos de los estudios y expedientes técnicos. Si se
quiere exigir trabajos de calidad hay que reservar para su desarrollo montos
que lo aseguren. De lo contrario, no se puede admitir que se exija más
predictibilidad allí donde no hay fondos ni siquiera para tomar las muestras
más elementales para proyectar por aproximación el comportamiento de un
terreno determinado.
En ese escenario, culpar al proyectista por las omisiones, deficiencias o
equivocaciones de un estudio parece excesivo, salvo, claro está, que se
demuestre fehacientemente que son atribuibles a su exclusiva
responsabilidad y que se pruebe plenamente que estuvo en condiciones de
no incurrir en ellas.
Las omisiones son las cuestiones de las que adolece, por ejemplo, el
expediente técnico. Un tablero que debe reposar sobre cuatro columnas,
que es lo mismo que una mesa de cuatro patas, incurre en omisión si
incorpora en sus planos sólo tres columnas. Si la losa y las tres columnas
aparecen correctamente en el presupuesto, al descubrirse que le falta una,
sólo se le agrega tanto en la parte de los dibujos como en la parte
económica. Eso no ocasiona ningún perjuicio económico. Es verdad que
sube el costo, pero sube a su dimensión exacta. El costo sin esa columna,
era ficticio porque no contemplaba la obra completa. Se trata de una
omisión que no acarrea o no debería acarrear ninguna responsabilidad. No
hay ningún perjuicio cuando el monto se ubica en su justa dimensión. El
monto subvaluado se pone en su valor verdadero.
Hay quienes sostienen que aún en esa hipótesis puede culparse al consultor
por negligente y por la ampliación de plazo que deberá aprobarse para
diseñar lo que falta y para insertar la columna que falta en planos y
presupuestos. Puede parecer exagerado habida cuenta de que incluso el
nuevo plazo sea el que siempre debió considerarse.
Puede haber otras omisiones que si generan alguna responsabilidad. No
considerar una escalera de emergencia en un edificio de viviendas cuya
posterior implementación obligará a demoler parte de las instalaciones ya
construidas es un caso que genera costos adicionales que no estaban
previstos. No sucede lo mismo con los diseños de lo que no se proyectó
porque eso sí debió estar previsto. Tampoco con la construcción de la
estructura que también debió estar prevista. No hay que perder la
perspectiva y dejar de tener presente lo que siempre debió contemplarse en
los documentos necesarios para la adecuada y oportuna ejecución de la
obra.
Las deficiencias, por otra parte, son aquellos errores que se advierten en el
diseño. Ya no es lo que no se considera en los planos o en el presupuesto,
sino lo que se considera pero de manera errónea. Lo que se proyecta con
menos concreto o menos fierro del que se necesita, por ejemplo. Si se
advierte a tiempo, en la etapa de revisión del proyecto, quizás no acarree
mayores costos adicionales más allá de los indispensables para rehacer los
cálculos. Si se descubre en plena construcción pues habrá que ver si hay
que destruir lo avanzado para volver a levantar nuevas estructuras.
La información equivocada, por último, es aquella que no se ajusta a la
verdad y que puede aparecer en un expediente técnico por diversas
circunstancias no atribuibles necesariamente a su autor. No en vano el
artículo 1762 del Código Civil advierte que “si la prestación de servicios
implica la solución de asuntos profesionales o de problemas técnicos de
especial dificultad, el prestador de servicios no responde por los daños y
perjuicios, sino en caso de dolo o culpa inexcusable.” Dolo es no ejecutar la
obligación por decisión propia, arbitraria y unilateral. Culpa inexcusable es
no hacerlo por una negligencia grave, por descuido o falta de cuidado.
Conceptos, todos ellos, que hay que evaluar al momento de juzgar la nueva
infracción.
EL EDITOR
publicado por ediciones propuesta en 23:07   
2 comentarios:

1.
Unknown4 de abril de 2018, 11:10
Estimado Ricardo, muy cierto lo que planteas, pareciera que nadie quiere
ver lo evidente. Este tema lo hemos conversado muchas veces peor hasta
ahora no hay una muestra clara del gobierno de querer solucionar uno de
los problemas medulares en los contratos de obra pública, y prefieren
culpar a la norma y a los procedimientos de selección, como si con ello se
fuera a solucionar los problemas técnicas de formulación de los
expedientes técnicos de obra. Sin embargo, me voy a quedar con tu
reflexión final referida a la atribución de responsabilidades. Ni en el
Tribunal de Contrataciones ni en la Contraloría General, se ha hecho un
esfuerzo, ni se desea, desarrollar la teoría de la culpabilidad en materia
administrativa. Pese a que la LPAG establece como principio general la
responsabilidad subjetiva, a la fecha parecería que es letra muerta porque
los diversos tribunales administrativos han preferido implementar la
responsabilidad objetiva (principalmente para ahorrarse el esfuerzo de tener
que actuar medios probatorios idóneos que acrediten al menos la culpa), y
no están considerando el grave perjuicio que están generando tanto en los
proveedores como en los funcionarios, siendo que el caso de estos últimos
los están forzando a ser meros ejecutores, casi autómatas, en contra de la
Política de Modernización de la Gestión Pública que busca que el
funcionario público sea un gestor de procesos.

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