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Apuntes para emprender la tarea del parcial domiciliario

El informe de investigación a presentar para su evaluación debe servir para que el estudiante
ponga de manifiesto aprendizajes y habilidades logrados durante la cursada, que implican
saberes propios del campo disciplinar de la Seguridad Ciudadana a partir de un estudio de caso.
1) Introducción (ubica al lector en el recorrido y explicita la importancia y motivo que hacen
interesante el caso elegido). La presentación del caso es la elección y construcción de un
fenómeno a estudiar. Puede ser cualquiera. Lo que vuelve interesante la tarea es la articulación
del caso con los conceptos trabajados en clase y no el fenómeno en sí mismo. Por ejemplo: un
conflicto de inseguridad urbana. Sugerencias: Trabajar temas al alcance y relativamente
familiares, cercanos, conocidos, vistos en la cursada. Atender a las pautas de presentación y el
orden argumentativo. Proyectar la tarea de escritura. Por ejemplo:
Motivo (objetivos):

El problema de la inseguridad urbana constituye un tema central en la agenda pública, que


irrumpe, se mantiene y declina en coyunturas históricas diversas como resultado de disputas de
poder. Los discursos periodísticos producen temor en noticias sobre delitos que amenazan los
bienes y la vida de ciudadanas y ciudadanos víctimas amplificando la necesidad de mayor
“efectividad” en políticas de seguridad hacia jóvenes en conflicto con la ley penal. A partir del
caso Urbani se examinan los modos de construir la idea de inseguridad en los noticieros y su
vinculación con el proceso de estigmatización de jóvenes menores/delincuentes, en tanto
dispositivo legitimante de reclamos punitivos.

Presentación del fenómeno a estudiar:

Hacia 2009, en el marco de la posibilidad de reforma al régimen penal juvenil vigente desde
1980, el mito de la falta de seguridad se construyó en los noticieros de televisión como un
fenómeno omnipresente, temible y en ascenso atribuido a jóvenes menores de edad en un
encadenamiento de noticias que habilitaron la criminalización de jóvenes, desde un campo
simbólico. La trascendencia mediática que logró el suceso cobra sentido en relación con una
propagación de relatos interconectados entre sí sobre delitos urbanos (contra la propiedad,
contra las personas y homicidios) adjudicados a jóvenes menores de edad. Para mencionar
algunos de ellos, se puede aludir a los casos: Barrenechea1, Cáceres2, Capristo3, Almirón4, entre
otros.
Este trabajo trata sobre el caso de Santiago Urbani, un robo y asesinato, que tuvo lugar en su
casa de Tigre el 10 de octubre de 2009. Santiago murió y por el crimen se imputó a dos jóvenes
de 16 años, que fueron enjuiciados y confinados en un Instituto de Menores hasta el tiempo

1
El 21/10/2008, Ricardo Barrenechea fue muerto en un robo que vivió junto a su familia dentro de su domicilio en
Acassuso. El acontecimiento, en el que además fue baleado uno de sus cuatro hijos, se imputa a un joven de 17 años
(Página/12, 31/10/2008). Disponible en:
<http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/subnotas/3-36323-2008-10-31.html>. Acceso en: 06 junio 2012.
2
Fernando Cáceres sufrió un asalto atribuido a dos jóvenes menores de edad, durante el cual fue disparado en la
cabeza. El hecho ocurrió el 01/11/2008, cuando Cáceres transitaba con su auto por una avenida de la localidad de
Ciudadela (Página/12, 2/11/2009). Disponible en:
<http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-134536-2009-11-02.html>. Acceso en: 06 junio 2012.
3
Daniel Capristo murió el 15/04/09 en un tiroteo desencadenado tras intentarle robar el auto, donde se hallaban sus
dos hijos. Por el suceso se incrimina a un joven de 14 años, hacia quien Capristo disparó en la puerta de su casa de
Valentín Alsina (Página/12, 21/04/2009). Disponible en:
<http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-123600-2009-04-21.html>. Acceso en: 06 junio 2012.
4
El crimen de Sandra almirón sucedió el 25/11/2009 en la ciudad de Derqui. Fue a atribuido a un joven de 17 años,
inculpado además por el intento de robo de su auto junto a otros dos adolescentes, de 15 y 19 años respectivamente
(Página/12, 11/11/2010). Disponible en: <http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-156668-2010-11-11.html>.
Acceso en: 06 junio 2012.
establecido para el dictado de penas: la edad de 18 años. En principio, se observó la difusión de
historias sobre dos marchas de seguridad, seguido de noticias acerca del veredicto de prisión
preventiva dictado hacia dos de los jóvenes implicados y su reclusión en un internado. Luego,
devino la transmisión de la primera jornada del juicio hacia estos últimos, hasta que finalmente
se dio a conocer el desdoblamiento del proceso en una segunda audiencia. Por último, las
emisiones informaron sobre el segundo encuentro judicial, que estableció el establecimiento de
penas a los jóvenes al cabo de los dos próximos años, en contigüidad con la novedad acerca de
la realización de un juicio político a los jueces del tribunal juvenil.

Articulación del caso con los conceptos trabajados:

Los objetivos planteados en el presente trabajo permiten examinar algunas conceptualizaciones


reconocidas en los telediarios que informaron sobre el caso: Todo Noticias, […] (etc.)

1. La categoría de inseguridad,
2. La categoría de estigmatización identitaria
3. La categoría de victimización ciudadana
4. La categoría de castigo

Ejemplo (se emplean conceptos de autores que no se trabajan en la cursada a modo de ejemplo
de sistematización teórica. La bibliografía que se debe utilizar es la de las unidades II, III, y IV,
no la que se desarrolla a continuación).

La categoría de inseguridad se entiende como un dispositivo de control social, que opera de


modo particular en distintos contextos históricos. Parafraseando a Castel (2004), con la apertura
del ciclo moderno comienza a apuntalarse un sujeto cuya supervivencia se asegura
individualmente. En ese marco, cobra fuerza el modelo de inseguridad ontológica. Esto es, la
percepción de impotencia ante las adversidades de un orden social, que al no socializarse
aparecen como insuperables.
Durante el período de posguerra prevalecen regímenes benefactores basados en presupuestos de
progreso y seguridad social en la mayor parte del mundo. A mediados de siglo XX, con la
implantación del modelo neoliberal se reformula el rol del Estado a nivel nacional e
internacional. En ese marco, los medios empiezan a dar cuenta de un considerable número de
delitos urbanos, que se convierten en el fundamento de una nueva concepción (“mediática”) de
inseguridad (Martini y Pereyra, 2009). Como mantiene Pitch (2009), en ese momento se
produce un traspaso del paradigma de las sociedades de la prevención social hacia el de las
sociedades de inseguridad: Un orden basado en “[...] toda una serie de comportamientos y
prácticas tanto individuales como sociales, dirigidas a disminuir la probabilidad de que ciertos
eventos dañosos sucedan” (2009: 39).
Respecto del proceso de victimización se sigue a Pitch (2009), quien explica que en este marco
se produce una re-configuración del par nosotros/ otros. Este proceso se concibe como resultado
de un (des)dibujamiento de límites entre lo privado y lo público. Con la declinación de esta
última esfera, el objeto de amenaza ya no se proyecta fronteras afuera sino que apunta hacia
sectores excluidos del orden social. La doctrina de defensa social delinea el perfil de un
ciudadano-víctima, que se retrae hacia la esfera privada a modo de resguardarse del fenómeno
de al inseguridad. La experimentación de temor al delito urbano refiere predominantemente la
imagen de un victimario joven, caracterizada en los atributos de
menor-varón-morocho-pobre-adicto, como destinatario medular de políticas de seguridad.
Para indagar el proceso de estigmatización identitaria en el terreno periodístico, se piensa la
construcción de abordajes que pueden resultar en un estigma. Desde una perspectiva
sociocognitiva, Goffman (2006) comprende a ésta última categoría como un lenguaje de
relaciones que opera en la visibilidad y conocimiento de signos corporales portadores del mal
propiamente dicho.
El mecanismo de estigmatización se produce a partir de supuestos identitarios compartidos, al
interior de “[…] un penetrante proceso social de dos roles en el cual cada individuo participa de
ambos roles, al menos en ciertos contextos y en distintas fases de la vida” (2006: 160). El
desajuste de posiciones se inscribe en una incongruencia entre la identidad social real y la
identidad social virtual. La primera se asienta en la asignación de propiedades naturalizadas y
de este modo, rutinariamente demostrables. La identidad social virtual efectúa una demanda
formal “[...] hecha con una mirada retrospectiva en potencia” (2006: 12), que se vincula con
cualidades morales y éticas presupuestas al toparse con (des)conocidos. La divergencia con el
“deber ser” social puede generar marcas, que etiquetan como anormales a (no)sujetos
desposeídos de atributos deseables.
En la categorización identitaria se deshumaniza la imagen (personal y social), al tiempo que se
confirman “[…] las expectativas particulares que están en discusión” (2006: 15). El estigma
(sólo) se produce si la percepción de la diferencia es corriente y pública, en distintos grados de
intensidad. Si la disonancia permanece en secreto, no lesiona ni incide en las relaciones
interpersonales. Como sostiene Rodrigo Alsina: “La opinión pública es el lugar de la producción
de efectos de verdad públicamente relevantes, como la definición y la negociación colectiva del
sentido de determinados procesos y decisiones […]” (1989: 135).
En relación a la cuestión del castigo hacia las juventudes se entiende con Pitch (2003), que su
efectividad resulta de una tipificación arbitraria que establece el Derecho penal en relación a un
“deber ser” social estableciendo a ciertos actos como delictivos. El proceso señala como delitos
acciones que atentan contra la propiedad privada, al tiempo que fija la identidad de delincuente
en función de la transgresión a la ley penal. La definición de delito se establece en una red de
mecanismos de control, que normalizan ese orden social.
El ensanchamiento de noticias acerca de delitos cometidos por jóvenes producido en los años
noventa comenzó a moldear una tendencia periodística, que a partir de la escenificación de “olas
de violencia” (Fernández Pedemonte, 2010) introdujo intermitentemente la discusión sobre el
castigo hacia las juventudes: “[…] lo que parecía darse por sentado era que a) los delitos de
niños y jóvenes habían aumentado efectivamente y b) que este aumento tenía que ver
directamente con la agravación de la crisis económica y la marginalidad” (Arfuch, 1997: 11). De
este modo, el dispositivo mediático criminaliza a algunos jóvenes a partir de la escenificación
de discursos de defensa social, que fabrican la imagen de una ciudadanía victimizada y la de
jóvenes/delincuentes en tanto personificación de la inseguridad urbana.

2) Desarrollo

a) El paradigma del orden


b) El modelo de la gestión de la conflictividad
c) Articulación de los conceptos desarrollados en el texto de Binder con el tema elegido
Por ejemplo:
El caso Urbani emergió en el escenario mediático el 11/10/2009, cuando se realizó un corte en la
Avenida Libertador al que acudieron familiares de Santiago y algunos ciudadanos de Tigre para
demandar justicia y seguridad. La imagen de inseguridad se elaboró en relación a un otro,
inculpado por la muerte del joven (Brescia,…). Este mecanismo permitió escenificar las
demandas de venganza y los intereses de una parte de la ciudadanía.
Si bien deambularon sobre todo en momentos cercanos al juicio, en la etapa que tomó estado
público el caso se montaron enunciados criminalizantes hacia dos de los detenidos, por ese
entonces internados en un Instituto de Menores. La muerte de Santiago disparó discursos
punitivos a partir de la estrategia periodística de dar voz a la (madre de la) víctima. Como se
analizó en un informe realizado en Todo Noticias, el 12/10/2009:

“Los derechos son siempre para ellos, para nosotros no y yo obviamente que quiero verlos muertos. Toda mi
vida estuve en contra y luché por la pena de muerte: no la quiero. Pero, creo que no tienen recuperación estos
chicos”. (Julia Rapazzini, madre de Santiago Urbani).
Como se desprende del fragmento seleccionado, la construcción de miedo al delito se presentó
como correlato de la figura de un enemigo interno (Kessler, 2009), que se encarnó en la imagen
de un joven delincuente y, por lo tanto, exento de la ciudadanía. La batalla nosotros/otros se
trasladó hacia el campo jurídico, donde se depositó la percepción de una desigual distribución
normativa: “siempre para ellos, para nosotros no”. Pues, ¿cómo podría el Derecho subsanar la
muerte del hijo? En ese argumento se escudó la víctima para predicar, ante los medios de
difusión masiva, la eliminación del joven que delinque. Así, se percibe que los discursos
periodísticos se enmarcaron en la matriz del orden. Ese marco de referencia habilitó la ejecución
de un mecanismo que amplió la frontera entre la ciudadanía y un joven otro, desechable, al que
se despojó hacia los límites de la mundo social en aras de la paz del nosotros. Como se inscribe
con Binder (2010), la percepción de que es posible vivir en una sociedad sin conflictos ha sido
un lugar común, que ha entendido a estos últimos como una situación transitoria del orden
social.
Los discursos periodísticos, que enfatizaron la puesta en marcha de medidas punitivas de
seguridad a fin de resguardar el orden, conllevan un obstáculo que se manifiesta a la hora de
elaborar una política criminal democrática. Siguiendo a Binder (2010), esta dificultad refiere a
que, de la idea de orden: “[…] siempre se ha derivado una forma de autoridad y de
conformación social dependiente de un grupo social, una élite con capacidad de discernir el
sentido de ese orden o de presentarse como guardianes de el. La ilusión del orden se convierte
en la existencia histórica de sus guardianes” (2010: 2). En otras palabras, la utilización de
técnicas periodísticas estigmatizantes legitimaron una forma excluyente de habitar al otro en pos
de la necesidad de condena a partir del uso (político) del tema de la seguridad como medio de
contener la violencia urbana.

Etc.

3) Conclusiones

Este trabajo apuntó a problematizar un fenómeno social tratando de descubrir las vetas hacia
nuevos horizontes regulativos sobre la cuestión criminal juvenil. En ese sentido, se examinaron
las modalidades narrativas que, en la cobertura de historias sobre Urbani, habilitaron la
instauración de castigo.
Como se ha analizado, el caso se construyó en los noticieros desde la perspectiva del orden. Los
medios lo relevaron a partir de la puesta de relieve de los testimonios de la víctima, que
permitieron destacar la necesidad de efectivizar demandas de seguridad y justicia hacia las
juventudes. Se puede establecer una relación entre el modo de informar y el enfoque del orden
en materia criminal. Según se ha comprendido con Binder: “[…] la Política Criminal ha tendido
a reconocer como conflictos sólo aquéllos que ingresan a la ‘mirada’, es decir, al ‘ámbito de
referencia’ de ciertos sectores sociales” (2010, 5).
Los discursos de ley y orden criminalizaron a los jóvenes que delinquen a partir del presupuesto
de que lo único que puede hacerse con jóvenes que cometen ilícitos es excluirlos del nosotros.
No obstante, el problema puede hallar otras interpretaciones. Parafraseando a Binder: “Lo que
nos interesa señalar es la imposibilidad de sostener una intervención en los conflictos sobre la
idea de orden desde el punto de vista de una perspectiva democrática de esa intervención”. Es
decir, que la imposibilidad de abordar el problema de la seguridad desde el matiz del orden abre
la posibilidad de aplicar un programa alternativo al “paradigma punitivo” e intervenir en la
cuestión de los jóvenes y el delito desde un modelo inclusivo.
El modo de esta intervención, desde el modelo democrático de la gestión de la conflictividad,
consiste en abordar el problema desde una “visión conflictivista” (Binder, 2010) del orden
social, a partir de estrategias de gobierno “multiagenciales” y “multiactorales”. La aplicación de
estas últimas contribuyen a viabilizar un cambio en las modalidades de gestión represivas al
tiempo que ponen de relieve la necesidad de trazar una Política Criminal capaz de promover la
emergencia de otras formas de conflictividad, hasta el momento relegadas de la agenda pública.
Fundada en análisis etiológicos, multifactoriales y abiertos (Binder, 2010) orientados a
disminuir la tasa de victimización y la sensación de temor al delito urbano, el modelo
democrático se propone intervenir en el conflicto de la inseguridad en tanto problemática
generalizada que merece intromisión. Lo hace empleando herramientas de gestión capaces de
contribuir a la confección de nuevas pautas, identidades y finalidades en relación al problema
del delito urbano: modos de proceder para que “[…] en esa conflictividad no predomine el más
fuerte” (Binder, 2010: 7). En ese sentido, se entiende de especial importancia comprender el
tema de la inseguridad a partir de un punto de partida distinto al del paradigma del orden, que lo
entiende como protagonizado por jóvenes que delinquen.

Etc.

Referencias bibliográficas

• Castel, Robert. (2004) “La nueva problemática del riesgo”, en Castel, R. La inseguridad social
¿Qué es estar protegido? (Buenos Aires: Manantial).
• Kessler, Gabriel. (2009) El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito (Buenos
Aires, Paidós Tramas Sociales 25).
---------------------- (2010) Sociología del delito amateur (Buenos Aires, Paidós).
• Martini, Stella y Pereyra, Marcelo. (2009) “El delito y las lógicas sociales. La información
periodística y la comunicación política”, en Martini, S. y Pereyra, M. La irrupción del delito en
la vida cotidiana. Relatos de la comunicación política (Buenos Aires: Biblos).
• Pitch, Tamar. (2003) Responsabilidades limitadas. Actores, conflictos y justicia penal, (Buenos
Aires: Ad-Hoc).

Etc.

Material analizado (fuentes):

• Todo Noticias, 12 de octubre de 2009. Disponible en:


<http://videos.lanacion.com.ar/video11970-el-se-murio-en-mis-brazos-relato-la-madre-del-jove
n-asesinado>. Acceso en: 23 nov. 2010.

Etc.

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