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EEE ee eee experiencia de mi padre 'y su poca capacidad para profundizar en mis sentimientos; ademds de haber perdido mi realidad cultural, motivo por el cual consideraba a mi padre como al intruso en un asunto de mi exclusiva incumbencia, Asf hice fracasar las tratativas de mi padre, lo que le causé algunos sinsabores, a pesar de que todo estaba sdlo a nivel de consultas. Sin embargo, mi padre como mi madrastra, no se dieron or vencidos; insistieron proponiéndome otras alternati - er, haciéndome sentir en la situacién de un acosado. Asi lograron arrancarme timidamente el nombre de una joven, a la que apenas habia sido presentado y con la que habia bailado un momento en el festejo de un matrimonio. Yo no estaba conveneido de mis sentimien- tos ni podia saber los sentimientos de aquella joven con relacién a ‘mi persona. Ella, aunque provenfa de una familia pobre tenia la fama de ser orgullosa y por afiadidura no era del agrado de mi padre, Por esos secretos designios del destino se formaliz6 el compro- miso de matrimonio en el marco de nuestras tradiciones culturales, es decir, en la gestién de nuestros padres solamente fuimos presen. tados una sola vez para dar nuestro si. Después de realizado mi matri dura situacién de adaptacién familiar, prineipalmente por la actitud de mi madrastra, que pretend éernos a su entera voluntad. A fin de evitar el encono de las rencillas regresé a la ciudad junta- mente con mi esposa; pero mi salario apenas aleanzaba para la subsistencia de media semana. Ante esa situacion mi mujer quiso ayudarme vendiendo en la calle algunas cositas de poca signi- ficacién, hasta que finalmente se empleo como ayudante de una sgringa especialista en reposteria en un club restaurant; asi pudimos subsistir por mds de un afio. Con el transcurso del tiempo, mi madrastra cambi6 de actitud y periddicamente llegaba para instar- nos a que regresdramos a Qallirpa ya que nos necesitaban. por cuanto dentro de poco tiempo desemperiarian el maximo cargo de la comunidad. A ello se sumé el avanzado estado de gravidez de mi mujer, hasta que nacié nuestra hijita, de modo que mi mujer ya no podia trabajar. Nuestra situacién se volvis dlgida hasta que decidi- mos regresar ala comunidad, més por el acoso de las necesidades que por el entusiasmo de los oftecimientos de mi madrastra. Por un tiempo todo estuvo bien: précticamente quedamos encargados de todos los trabajos agricolas y de los ganados, sin reclamar ni recibir un derecho propio para nosotros, aunque planedbamos con mi esposa que un dia tendriamos nuestros propios sembradios y un rebafio de ganados, nio tuvimos que afrontar una Dolorosa recuperacién de mi identidad cultural (o obstante de ser bien recibido en Qallirpa, yo me sentia todavia un enteais a causa de haber porddo mi realidad cultural y de no tener amistades desde mi nifiez; lo mas bochornoso para mf era la tremenda dificultad para sostener una conversacién en mi lengua madre, que aparentemente habia olvidado; era el resultado del trauma sufrido en mi nifiez que trababa mi lengua, y por ese complejo no podia recuperar el pleno dominio de mi lengua ‘ancestral. Vale la pena anotar que esa situacién es la misma que su- frey afecta a grandes masas de la poblacin india y en las regiones que han tenido que vivir un mayor grado de aculturacién nuostra Tengua ha perdido la pureza cristalina y armoniosa de su diceisn, que atin se advierte en las regiones que atin no han alcanzado las compulsiones aculturativas. Ese fendmeno también se lo puede advertir en las grandes ciudades, basta escuchar la desastrosa expresion de los locutores aymaristas de la mayor parte de las casas radiales, ni qué decir de los locutores mestizos que alguna vez.se ven. obligades a pronunciar alguna palabra aymara 4s inmediato de mi diario vivir nadie me hacia sentir el ecploce tail soetal que siempre me habia sbramado en medio de Ia sociedad criolla colonial. Por el contrario, las personas mayores cariflosamente me decfan waa, que no era simple cortesia sino més bien una expresion de sincera’ estimacién y respeto. Mis contem- pordneos me decian jilalo o hermanito, y la gente menuda me salu: daba en términos familiares llamdndome “tio', que me hacia sentir ‘como miembro de una gran familia. Lo interesante para mf no era €] saludo en sf, sino la forma tan fraterna y humana de su expresiGn, pronunciado con una peculiaridad cantarina, que mas que el simple formalismo del saludo parecfa un canto a la vida. sro a causa de haber sufrido una permanente compulsién acul- uration tm estaban arvaigadas las costumbres individualistas y Jas maneras de la simul sceidental, de modo que no pod superar mi conducta reservada y mucho menos corresponder admi- tiéndolos como a mis hermanos. Me parecia un absurdo que nos tratéramos en términos familiares cuando, segin mi modo de ver, no tenfamos ningun grado de parentesco; ademas que hablar en aymara era una tortura para mi, a tal punto que consideraba una ofensa cuando alguien insistia en hacerme hablar en aymara. Por la resumnida relaci6n de aquella situacion se podrd comprender que en mi mundo interior se desataba una tremenda lucha que me dejaba tonmocionado y desgarrado sicoldgicamente cuantas veces se daba a9 el chogue de los yo opuestos. Entonces no tenfa una clara idea de lo que me pasaba, ni podia comprender que sélo con el tiempo podria superar mi conflicto interno y recuperar mi personalidad eoncien. cial. Era una cosa incomprensible y vergonzosa para mi mis reac ciones negativas a las expresiones y formas culturales de la comu- nidad cuanto més si intimamente me gustaban y empezaba a quererlas a veces porque hacian revivi lejanos dias de mi infancia. El hecho de hacer el lar era la causa para mantenerme hurafio y ajeno a la comunidad; porque las burlas y observaciones, aunque fueran moderadas y comprensivas, siempre resultaban una tortura insoportable para mi. En esa situacién de invélido sin palabra la recuperacién de mi conciencia de identidad cultural fue lenta, penosa y hasta dolorosa; fui conmocionado y desgarrado en mi alma hasta hacerme sentir panico ante las expre- siones culturales de mis ancestros. ‘Mediante la comparacién entre mi tez morena y la pélida, supuestamente blanca, del hibrido opresor me convencieron que yo era ordinario, Espejo en mano me humillaron con mi supuesta feal- ‘me hicieron sentir vergtienza de mi nombre, de mi expre- Itural y de mi ser. Ast me ensefiaron a ver la religiosi de mis mayores como una simple supersticién vergo y los ritos de nuestra fe como idolatria pagana del demonio. Asi me Senti pequefto, perdido y sin rostro ante mis opresores y ante mis ismos hermanos. Vivi ignorando mi historia y mi origen a causa de janipulacién de mi mente y el cruel escarnio racial que me sban a esconderme en los pliegues aculturativos del opresor. la. comprensién y ayuda de mi esposa no hubiera conseguido liberarme de mis complejos. Ella hablaba por mi: era mi consejera y guia en la practica de las costumbres de nuestra cultura ancestral. Ella, bien o mal, me mantuvo sujeto en el marco de mi cultura @ través de mds de 20 afios de vida conyugal, porque después de ‘nuestro regreso a Qallirpa, nunca mds quiso alejarse de la comuni- dad aun a costa de vivir en la miseria hasta su muerte. Mi padre, Mallku en Qallirpa Asi pasé el tiempo hasta que llegamos a la fecha en que mi padre asumis el mando de la comunidad con todos los ritos, usos y costum- bres ancestrales del ayllu. Acompaiiar a mi padre en el cumplimien- to de nuestras tradiciones culturales fue para mi una nueva experiencia sobre otra forma de relaciones humanas, que a veces me dejaba sorprendido y otras maravillado, desde el trato personal hasta las formalidades de los ritos, usos y costumbres que recién empezaba a aprender. Aunque entonces me sentia ajeno y observaba con curiosidad el desarrollo de las juntas, esos recuerdos ahora me sirven para hacer tuna diferenciacién comparativa entre la democracia ‘ara, que s6lo sirve para mantener los privilegios e intereses de una élite opresora, y la democracia del ayllu aymara que, en sus diferentes manifesta ciones, era una expresién cotidiana en todos los actos de las perso- nas que actuaban en funcién de los intereses de la comunidad. En Ja conformacién de los mandos o autoridades ancestrales se daban debates a veces acalorados donde el razonamiento de la mujer competia en igualdad de condiciones, sin dejar de identificarse on ve ‘con la mencién de sus dignidades y no por sus nombres y ‘que quedaban para el trato intimo de la familia y de sus El ejercicio de esa democracia tenfa a mi modo de ver y com- prender dos matices: uno, que tenfa un desarrollo arménico, cons- tructivo y hasta cortés, a tiempo de tratar sobre asuntos referidos a trabajos comunitarios. No faltaba lo anecdstico, las pullas lanzadas especialmente por las mujeres como motivacién para la decisién participativa de los hombres, amenizada a veces con explosiones de risa. Habia también asuntos graves que se trataban con la seriedad del caso, mientras circulaban de mano en mano los taris y ch’uspas de los participantes on medio de mutuas flexiones y expresiones tradicionales de cortesia. A veces se presentaban casos enojosos con Ja moral del ayllu; entonces aquella asamblea democrética adquiria las formas de un tribunal eolegiado que tenia que decidir un fallo de sobreseimiento 0 condena. Esos casos eran muy raros porque de acuerdo con los prineipios morales del aymara, era una verdadera desgracia ser levado hasta esas instancias y la represién era un oprobio quizés mas insoportable que entrar a la cércel. El otro matiz de la democracia del ayllu se manifestaba espe- cialmente en las juntas para la designacién del mallu dela comu. nidad, que junto a los mallkus de las demés comunidades confor- maria el consejo de mallkus de todo el ayllu. Las juntas que comenzaban en la comunidad finalmente terminaban en la marka del ayllu, por cuanto se trataba de asuntos vitales para la comuni- dad, ademés de la designacién del mallkw y lat‘alla, seguido con Ja postulacién de los iras 0 candidatos para la siguiente y subsi- guiente gestion, En el. desarrollo de esa democracia, que no se nombrat que se practicaba cumplidamente, cada postulante janie aie artiales sostenfa con vehemencia las cualidades que le daban el mérito de hacer un alegato demandando el derecho de desempefiar el gobierno y ser autoridad de la comunidad, y aun de ascender hast inta de malikus del ayllu, maxima aspiracién de los jefes de familia, @ 1a que no alcanzaban’ todos. No habia lugar para las prolongaciones de mandato o las reelecciones, como se acostumbra en la sociedad occidentalizada y era desconocida la préctica det golpe de Estado, como es muy usual en la sociedad criolla. La inves- tidura de un malfku era tan legitima que nadie podia cuestionar y mucho. menos se podia imaginar siquiera una defenestracion de mandate sencillamente porque la comunidad no lo consentiria Como aquella democracia de los ayllus aymaras se realizaba en el marco de nuestra propia cultura, naturalmente se daba la manifestacién total de los valores que conforman y definen nuestra ‘identidad. La fuerza de la lengua, cual espiral absorbia lo suyo y rechazaba lo extratio y se manifestaba en la voz timbrada de les ‘mujeres con una graciosa y arménica prolongacién admirativa, interrogativa o sfirmativa segin los casos; en cuanto a los hom: bres, la pronunciacién era mesurada y con una tetminacién afirmativa. No habia vacios en la palabra ni incoheren- ciasen la proclamacién ponderada y ceremoniosa de sus digni- dades con una originalidad unica, que ahora al recordar me parece sentir ese sabor a tierra india, dificil de describir en toda su vivencia, Después de la Guerra del Chaco los excombatientes indios queen su experiencia de guerr: habian advertido la necesidad de ene: a el el castellano tanto como saber leer y escribir, fueron poniendo poco a poco a sus hijos en improvis rege Zotar pr pes ut bib o> Impoa esas consideraba la necesidad de contar con una escuela propia en la comunidad. Segin el io de los comunarios, funcioné por unos dos afios una escuelita de Qallirpa dirigida por un miembro de la misma comunidad, que razones econdémicas y la relacién de trabajo de la tierra del improvisado profesor determinaron su cierre. Esa inquietud se fue gestando largamente, hasta que mi padre, en su gestion de maliau de Ja comunidad, obtuvo la eoncesién de’ un el reconocimiento of su ne ep elites icial de la escuelita después de largos 182 Pero la comunidad no se dio cuenta de Ia pérdida de nuestra per- sonalidad a cambio de un poco de la lengua del opresor, mareados por el espejismo de la civilizacién q’ara. Inconscientemente nos prestamos a ser agentes portadores de una otra cultura, lo que a través del tiempo se traduciria en una masiva aculturacién, como la que resulta de eign de la Reforma Agraria, cuyos efectos destructivos en el ayllu resultaron en el sutil genocidio cultural y fisico del pueblo aymara del Quilasuyu. colmo del absurdo hhemos admitido nuestra muerte proclamando la tramposa Reforma Agraria como un hecho de liberacién y dando loas a nuestros asesi- znos sin advertir que la nefasta ley era una poderosa arma inventada por la q'aracracia criolla para nuestra destruccién, y el refinado instrumento de un inaudito hecho de etnocidio cultural sin prece- dentes, que fue presentado al mundo como un histérieo hecho -de liberacién det indio. Nuestras tradiciones establecian el cumplimiento de ciertas formalidades ceremoniales en las funciones de gobierno del mallku de la comunidad, entre las cuales se puede mencionar aquella que s¢ cumplia toda ver que se referia al thiyackinu del mallku, es decir, el bulto que cargaba e] mallAu, por cuanto ese bulto tiene un signifi- cado muy especial. Solemente un mallku y nada més que un mallku tiene la facultad de cargar el thiyachin con un celo de respeto religioso tinico. El thiyachinu, es un arreglo preparado por sacer- dotes indios, (yatiris, luxtiris y aruntiris) donde reside la esencia de nuestros dioses tutelares, a fin de que la comunidad cuente con la proteccién y bendiciones para su bienestar y para que el camino del mailku esté libre de la interferencia de los espiritus malignos Gianghas). Su significado est referido a nuestra espiritualidad y tradiciones culturales que no son impuestas a capricho ni manipu- ladas. El thiyachinu del mallku adquiere una significacién sagrada que hace inviolable el mandato y la persona del mallku y junto a los, demas atuendos constituyen las insignias de mando y autoridad que el hombre aymara, como culminacién de todas sus aspiraciones, puede llevar una sola vez.en toda su vida. Es bueno aclarar que las dignidades a las que me refiero no tienen ningtin parecido con los titulos aristocraticos del feudalismo europeo ya superado, por cuanto las dignidades aymaras no conllevan un significado de poder, sometimiento 0 explotacién de los, demés. Por el contrario, en el seno de los ayllus se llega a ser auto- ridad mediante las virtudes morales y el servicio a la comunidad; no existe un significado de sefiorio prepotente y sojuzgador. Tampoco pueden ser hereditarias, s6lo tienen como corolario el prestigio que se elcanza mediante el servicio a la comunidad a entres con un: ga que Mega a la religiosidad y la puntual observancia de las virtudes ‘morales. Asi pues, el prestigio es la meta y motivacién de la conduc. tahumana en la sociedad del ayllu aymara. La tan decantada democracia occidental quedaba ampliamente superada por la vivencia social del ayllu, ewanto mas si sabemos que la democracia occidental nunca ha realizado la igualdad de los hombres, desde los tiempos de los griegos de la antigiedad que peroraban sobre la_democracia en medio de un mundo de esclavos. sistema occidental sélo ha sido el privilegio de los amento de dominacién paradéjicamente sostenido Por los esclavos. Como prueba de mis conclusiones ‘comparativas cito las “democréticas” politicas que permiten a los poderosos apoderarse de millones de délares obtenidos en el extranjero enarbolando los harapos de la miseria y el hambre del pueblo. Asf una camarilla de picaros en funcién de gobierno puede sefialarse sucldos exorbitantes cuando las inmensas mayorias se mueren de hambre. Con esta breve conclusién quiero explicar la gran diferencia que existe entre la democracia falaz de un sistema occidental que nos sojuzga y la vivencia social de los ayllus aymaras, donde bajo el precepto de kuskachasifa la democracia es un hecho real en todas las manifestaciones de esa vivencia donde no caben las manipulaciones mezquinas e interesadas de los conceptos y precep- tos que caracteriza al sistema q‘ara. saab ‘Todo es0 lo sentia y lo estaba viendo en el diario vivir de mi realidad aunque no podia expresarlo de una manera co TTardaria todavia mucho tiempo en matiurar i razonamtente hace que finalmente un dia pude expresar, con el alarido de un cuerpo social desgarrado, el derecho de mi pueblo a reivindicar su sobe. litica por encima de mezquinas rei y sociales: el derecho del Mi primer hogar La experiencia nos estaba demostrando la necesidad de construir nuestro hogar de modo que pudiéramos lograr nuestra independen- cia y autosuficiencia, como también de precavernos contra toda intromision de mala fe que significaran nuestro sometimiento. En el 184 terreno de la préctica, no fue tan sencillo el cumplimiento de aque- los propésitos, por el contrario resulté todo un desafio a nuestra fuerza de voluntad, capacidad y perseverancia contra un sinfin de necesidades, privaciones y suftimientos 10 teniamos nada para satisfacer nuestras necesidades de in, abrigo y obje- tos de servicio deoméstico, ni qué decir trabajo y demas aperos. Al principio no tenfamos ni un cuero para el tendido de la cama, de modo que tuvimos que usar las polleras de mi mujer y mi poncho como cobijas; pero lo mas grave fue procurarnos viveres como ser harina amarilla de maiz y un poco de anicar cuando se podia; nuestros escasos recursos no daban para més, siempre estdbamos con hambre, subsistiendo a media racién. En cuanto a herramientas, pudimos prestarnos lo mds esencial; lo més dificil result6 conseguir una yunta de bueyes, pero felizmente mi tYo nos cooperé muy bien en aquella ocasién; entonces él estaba de nuestra parte y criticaba a mi padre por su insensibilidad, en repetidas ocasiones nos ofrecié que hablaria con mi padre, para instarle a legitimarnos con una sayafia. No pudimos saber si real- mente habl6é con mi padre, pero lo cierto es que nos ayud6 a sembrar con sus herramientas, yunta y su trabajo personal. Asi pudimos sembrar un tabloncito de papa dulce y dos de papa amarga, que mi padre nos sefial6 en los lugares més dificiles de trabajar por el grado de inclinacién del terreno. Igualmente, el conseguir semillas fue tuna tarea penosa, por cuanto tuvimos que recurrir a la donacién de buena voluntad de mi padre y dems familiares. Todo nos faltaba y todo tenia valor y era vtil en aquella tarea de levantar nuestro hogar poquito a poco; con cudntas angustias y privaciones, especial- mente en aquella época del aio cuando se agotan las reservas de los, alimentos. La situacién se fue haciendo més angustiosa por cuanto no teniamos dinero para ayudarnos con productos del valle. agregé el hecho de que nuestra pequefita ya queria comer y lloraba de hambre; el phiri de harina amarilla que nosotros comfamos como ‘merienda no era del agrado de la nifia quizés porque era de sabor amargo. ‘A tiempo de separarnos de la casa de mi padre, hablé con él para hacerle saber los motivos y a la vez pedirle que me legitimara en la sayafa galakaja, conjuntamente con la casa y canchones que ten‘a, en consideracién de que alli habfamos vivido con mi difunta madre y en todas las obras de mejoramiento estaba el trabajo de ella. Asi- ‘mismo le hice notar que en mi nifiez, solito y abandonado en aquella casa, pasando muchas vicisitudes, habia cuidado su ganado sin ‘merecer otra cosa que una paliza; por lo cual aquella sayafa tenia para mi un valor moral que me motivaba a reclamarla como un dere- 188 EEE Eee eee eee eee oie Be Cee eee ee Eee er eee eRe er eee eRe eee eee ee eee eee eee ee Eee Hee EE SE cho adquirido. Sin embargo, no pude obtener una respuesta muy Satisfactoria; mi padre se limité a decirme que algun dia iba a ser mio, mientras tanto tendria que conformarme con la extensién de tierra labrantia que pudiera darme en la aynuga. En cuanto a la ocupacién de la casa, s6lo me autoriz6 a ocupar un cuarto. Podria calificar aquella pieza de “histérica", por cuanto en esa misma y tinica pieza nos cobijamos mi padre, mi madre y yo cuando cerraron las minas y tuvimos que volver a Qallirpa a fin de subsistir, pasando vicisitudes en la situacién de chhijnugas porque mis padres no tenfan sembradios, herramientas ni yunta de bueyes para trabajar la tierra. En mi caso se repetia la historia en el mismo escenario aunque con diferentes matices que en nada cambiaban el fondo del drama; junto a mi mujer y mi hijita por segunda vez vivi la experiencia del chhijnuga en mi propia realidad. Aquel cuartito rural era més chico que regular, pero suficiente para dar cobijo a un matrimonio y una nifia que recién empezaba a dar sus primeros pasitos. Ahi a un lado estaba sobre el patajat’i de adobes, en fogén y el esca- phuku); el pequerio Aquel cuartito en ol que estuvo inserita una gran parte de mi vida era nuestro refugio favorito por el calor del fogén y quizés por todo aquello que esl jogar: vicisitudes y esperanzas, ternura y amarguras, frustraciones 3 voluntad de lucha; asi era mi hogar, huilde y pobre pero lleno de ilusiones, Mi primer rebafio En ese mismo tiempo, mi esposa me hablaba de la conveniencia de recoger nuestros animalitos y cuidarlos personalmente. Ella deefa que con lana podriamos hacer la ropa de abrigo que tanta falta nos hacia, y con la leche podriamos suplir la carencia de carne en ‘nuestra alimentacién; en fin, ella queria tener una autosuficiencia en nuestro hogar. En ese sentido y ante mi indecisién, por no tener un enfrentamiento con mi familia, con mi madrastra, un dia consi- gui convencerme para recoger nuestros animales. A ti también me agradaba la idea de formar nuestro rebafio, de modo que nos fuimos ala casa de mi padre levando un poquito de coca como era del caso. ‘Mi padre no opuso ninguna observacién y mi madrastra tampoco; pero era evidente que nos estaba atendiendo con mala voluntad, De hhaber sido por mi seguramente hubiera entrado a la casa para 16 ‘comunicar a mi padre el motivo de mi presencia, Iuego hubiera pasado a los corrales para sacar los animales y me hubiera marcha- do. Pero no se podia obrar asf, sin respetar los usos y costumbres de nuestra cultura y la autoridad de mi padre. May de maana ingresamos a los corrales y mi mujer tendié un ‘awayu en el centro del corral con un tari con coca y unas botellitas de vino de ayrampu y alcohol puro y otra botella con alcohol aguado, todo dispuesto con frente hacia el saliente. Luego se arrodillé ante ‘mi padre y mi madrastra que estaban sentados en el centro para pedirles perdon y permiso para formar nuestro rebafio, para'que no se disgustaran y siempre nos miraran como a sus hijos. Hizo un breve discurso que les agrad6, mientras yo la observaba admirado por su vehemencia, los términos puros del aymara y su forma peculiar de decirlo, de tal manera que por primera vez escuché a mi padre darle el trato de hija. Como siempre, yo me limité a imitar a mi mujer y balbucear algunas palabras, que les hizo som tiempo que mi madrastra decia: “Aka gringux janiw huns yai [Este gringo no sabe nadal. Con todo, mi padré nos hizo arrod para darnos su bendicién, a tiempo que hacia la phawa con las hojas de coca y demds componentes, invocando a nuestras wak'as ¢ illas y a los uywiris del lugar, mientras intereambiabamos las ch’uspas ¥ taris de coca con todos los miramientos y espiritualidad del caso. ‘Luego mi madrastra trajo un poco de brasa e hicieron un sahumerio ‘con incienso pidiendo permiso al uywiri de la casa para disponer del ganado, Agarramos a un par de llamas que simbdlicamente repre- sentaban a la nueva manada y lo ch’allamos para que procrearan por cientos; lo mismo se hizo con un par de ovejas a las que se les adorné con unas t ikitas de color, mientras pasaba de mano en mano el mullu, que es un talismédn infaltable para toda ocasin. Asi procedimos a separar nuestros animales en medio de un belar insistente, quiz4s como una expresiGn de adiés aunque s6lo cambiar‘an de aprisco. Empezamos a apartarlos de la casa arredn- dolos por el sendero que conducfa a nuestra casa mientras mi padre, ppor encima de la pared del corral, seguia ch‘alléndonos con coca ¥ vvino, en tanto que nosotros nos alejabamos hasta desaparecer en la quebrada del terreno. En nuestra casita, después de hacer otro ‘sahumerio con incienso bajo la orientacién de mi esposa, contamos el mimero de animales que componfan nuestro pequefio rebafo: teniamos cuatro llamitas, un burrito y las ovejas no pasaban de veinte; eso era todo nuestro ganado que por su pequefiez se perdia en la pampa. Pero nos sentiamos muy satisfechos porque en aquel pequefio rebafio, cifrabamos nuestras esperanzas de bienestar de 187 _ =: nuestro futuro; por eso sentiamos satisfaccién y carifio por nuestro rebafito que ya era parte de nuestro hogar. Es cierto que el valor monetario de veinte ovejas no tenia ningiin punto de comparacién con los millonarios bonos de inversién en la industria, el comercio y la banca financiera; pero ast, en la sencillez de nuestra pobreza y Ia limitacién de nuestras aspiraciones, éramos rieos en el contenido moral de nuestra vida, porque, sin ninguna ambicién de lucro, nos débamos por satisfechos con un poco de leche ‘oun pedazo de queso para nuestra alimentacién. ‘Yo mismo era un libro abierto En una penosa reaccién a través del tiempo pude revertir mi aculturacién en la toma de conciencia de mi identidad cultural, En un acto de expiacién creo haber cumplido, al proclamar histérica- mente los derechos naturales de mi raza y de mi pueblo ancestral del Quilasuyu, revestido de mi personalidad india, que recoge la wiphala de Julién Tupac Katari y funde el pensamiento de Zarate Willka con los postulados del movimiento indio contempordneo que trasciende las fronteras del ficticio Estado boliviano. Al hacer conciencia de mi identidad comprendi que las expresiones culturales de mi ancestro, la personelidad de mi pueblo y su historia milenaria eran la clave para fundamentar y sostener una lucha de liberacién. En ese sentido, podria decir que mi conciencia de identidad cultural se iba traduciendo en una conciencia revolucionaria, a medida que maduraba mi razonamiento de reivindicacién politico-cultural. Fui comprendiendo que no tenfa necesidad de leer ningtin libro ni agarrar los dogmas del opresor como guias de orientacién porque yo i ‘abierto con un contenido de experiencias y verdades irrefutables que superaban toda jenante y colonizadora. Con esos elementos que emanaban de mi ser tuve el suficiente valor moral para reivindicar los derechos histéricos y la personalidad cultural de los pueblos indios. Asi pude superar mi situacién de postracién y humillaciones ‘que me inferian mediante el escarnio racial. Comprendi que lejos de sentirme mendigo y extranjero en mi propia tierra ancestral, més bien debia sontirme orgulloso de ser descendionte de las grandes y gloriosas civilizaciones de esta parte del mundo. De ahi la razén para sostener que antes de ser una simple clase campesina, fundamentalmente somos una realidad histérica viva, tun pueblo de carne y hueso y una Nacién real, pese a la usurpacién 188 de la representacién de su Estado nacional; porque los aymaras tenemos una historia milenaria, una lengua, una cultura propia y tun territorio geogréfico de dominio ancestral. Estos son los funda- ‘mentos de los derechos de! pueblo aymara frente a la colonia criolla hispano-boliviana; frente a un Estado impostor que sélo es una ficeion que flota en el vacio, sostenido por el poder colonial de cecidente, mientras es el agente servil de sus intereses. Consecuen- temente, deberia ser nuestra voluntad hecha conciencia revolucio- aria, recuperar nuestra calidad de pueblo y Nacion, yendo sobera- namente al encuentro de nuestra raiz histérica. AS XII COROCORO ‘Viviamos en los tiltimos meses del arto 1945, es decir, cuando se agotan los productos de la tierra y se hace dificil el aprovisionamien- to de alimentacién, especialmente en los casos como el mio. E] padre de mi esposa conocia aquella situacién y en su afin de ayudarnos habja tomado la iniciativa de buscar a un empleado de la oficina de personal de la empresa minera de Corocoro para pedirle que me } recibiera como obrero en consideracién a su amistad. El camino al trabajo ‘Una mafiana nos visité tarme ante aquel sefior lo més antes po: conocer aquel sefior llené un formulario con mis generales y me hizo firmar. Inmediatamente pasé a la revisién médica y me entrego mi ficha de trabajo junto a mi tarjeta de pulperia, y en menos de una hora ya era obrero regular de la empresa minera American Smelting de Corocoro. No me dio opciones de ocupacién, sélo me pregunt6 en qué habia trabajado antes. Quizds por lo inesperado del momento me olvidé completamente de que habia trabajado en la mina Chojlla y sélo recordaba que por breve tiempo habia trabajado como e que tenia que presen- 193 ayudante de mecénico en una pequefia maestranza de La Paz, De me hubiera gustado més estar en la mecénica de motores o el taller eléctrieo, pero en aquel momento no tenia alternativas a escoger, ni siquiera me fijé cuanto iba a ganar; hubiera trabajado por cualquier cosa porque nuestra situacién Hegaba a los extremos de la deses peracién. Volvi a juntarme con mi esposa casi corriendo para con- tarle la buena nueva; pasamos un momento alegre haciendo comentarios y planes y dando seguridades a nuestra pequefiita que ya no pasaria hambre; en fin, recobramos la moral para seguir luchando por la vida. Al dia siguiente, timidamente empeeé a trabajar como ayudante de un maestro herrero y a los pocos dias ya le estaba dando duro con cl combo al hierro eandente sobre el yungue al ritmo del maestro, que, cual un director de orquesta, me guiaba con su mai 1 medio de la miisica peculiar del trabajo de una herreria era sucio a causa de las grasas y aceites, pero no era ex nesgase. Solo me molestaba la conducta diseriminatoria de rmestiza; por el hecho de que provenia del campo hasta me aplicaron apne Sti de eoargrai ae epee at ms hablar o comprender el castellano, Ahi advertt el grosero y rabioso rracismo del mestizo desclasado, tanto como su servilismo degra- dante con relacién de los jefes y gentes de influencia. Paralela a esa situacién, vi con disgusto que mis sobres de pago apenas tenfan un ppswuehisimo saldo emi favor. A pesar de que no comiamos mis de Ja pulperi sacdbamos conservas caras, el salario se nos iba en con todo, al hacer el balance me resignaba porque ya (0s el problema del hambre; aunque yo, por falta de una n el pueblo, tenia nomas que pasar algunas privaciones por no tener dénde prepararme un cafecito. ‘Todos los dias tenfa que hacer el camino de id xr el camino de ida y retorno, con una distancia de mas de cinco kilémetros en la mafiana y otro tanto por la tarde, lo cual era bastante sacrificado, no sélo por el cansador verano. Comenzando de mi casa, a unos 500 metros habja un rio que tenia que cruzar descalzo cuando en invierno sus aguas estaban congeladas y me daban la sensacién de quemarme la planta de los pies. Entonees todavia no se usaban las botas de goma, y como no ganaba un salario regular, preferia sacrificar mis pies descalzos a fin de no estropear mis zapatos, los cuales usaba solamente sobre los terrenos secos y pedregosos. Las Iluvias de verano tenian un efecto ain més desagradable, por cuanto no solamente se manten‘an frias, sino que su caudal crecia hasta convertirse en un rio torrentoso y peligroso que al sélo pisar su fondo répidamente arrastraba la arena de debajo de los pies, haciendo dificil e] mantenimiento del equili- brio. Aquel rfo no sélo me obligaba a sacarme los zapatos, sino también el pantalén, ya que sus aguas me cubrian hasta la cintura en sus momentos de mayor caudal. Una vez salvado el eruce del rio ‘me parecian tonificantes aquellos bafios forzosos, por cuanto me sentia fresco y liviano para hacer el trote del camino. Luego, a partir de un lugar denominado Qala jaguntana, cambia- a la naturaleza del terreno comenzando con una pendiente pronun- ciada; ese terreno arcilloso en tiempo de lluvia se volvia mas resba- Toso que el jabén y en un determinado lugar adquiria las formas de tun ventisquero donde todo cuerpo pesado o liviano era arrastrado por la fuerza de gravedad. Era tal la gomosidad resbalosa del barro, que para cruzarlo, tanto de bajada como de subida, tenia que clavar os dedos a manera de garras o rastrillo a fin de afirmarme en el caso de resbalar los pies y asi, de cuatro pies, cruzaba aquel endia- blado lugar; ni asi podia evitar algunos revolcones de vez. en cuando, Claro que no era fatalmente peligroso; el tinico riesgo era de quedar completamente enlodado. A medida que se caminaba en ese terreno gredoso se iba adhiriendo a la planta de los pies un barro gomoso con un espesor de dos o tres pulgadas que pesaba tanto como ir con el lastre de baldes de barro en los pies, especialmente cuando el terreno estaba recién llovido. En esas condiciones hacia el recorrido del camino para llegar puntualmente al trabajo, tanto como el de retorno a la casa por la tarde. Algunas veces me agarraba la Mluvia en el camino, cuando todavia no se conocia el uso del nylon ni habia ropas para agua en la empresa. Por otra parte, el hambre que sentia en las tardes también me obligaba a apresurar el paso hasta legar a mi humilde choza, donde recién podia descansar y satisfacer mi hambre. Con todo, creo ‘que valia la pena en aquel momento todo esfuerzo y penalidad a fin de que no pasaran en mi caga la angustia del hambre, ya que en- tonces dependiamos completamente de los articulos alimenticios de Ja pulperia de la empresa. En aquel tiempo la empresa no surtia a los trabajadores de carne, verduras y otros productos; el trabajador tenfa que surtirse independientemente del mercado del pueblo. Los trabajadores que no tenfan la ayuda de sus propios productos de la tierra, se podria decir que trabajaban sélo para cubrir el avio de la pulperia. A pesar de que los precios de la pulperié a pulperia eran mucho menos que los ercado del pueblo, los salarios eran bajos, ademas de = oan estaba limitado por un sistema de racionamiento, : Siempre recibia mi sobre de pago con un saldo tan on Ez sd cana tn aoa ame venia por plezasy la came de llama era la més consumida Son 306 35 bolvanas, que sguibeabe a'Som Aen eee , que significaba el 50% de mi salario sema- nay como mds del 50% ya me habia descontado por la pulperia e sultaba que mi sueldo no me aleanzaba nada mas que a mentacién de subsistencia, cena Interior mina Corecoro no era estrictamente un cam tenfa la categoria de una ciudad provincial, era la capital de is provincia Pacajes. Seguramente absorbido por mis preocupaciones dé, a tiempo de pedir mi transferencia ala mina, los recuer- iad vivida en mi nifiez; de modo que cuando ingresé al interior de la mina tuve Ia sensacién de encontrarme por primera ¥ez con una realidad desconocida, sombria y siniestra que me infundia miedo a tiempo que me tragabe la negra gargenta de su oro, Cuando descend! de I aul, eonjuntamente con una tongeda , Me parecia estar sofiando con la vision de un ere et do sber aug habia ders dela profunda oscuridad que se advertia az. de luz de las linternas. Buscaba y buscaba sin conseguir. ver algo concrete, De pronto adver in danca de ls sombras de los mineros,proyectada sobre el onde oscuro por sus Drops Tinteras. Con asombro vi que sus rostros se habian desi furado con le sombra de sus propios cascos que les cata sobre los dies; todo Jo que hatan, hablaban o refan me parecia una metamor- ' ica. Al fin me tooé ponerme en la apretada columna junto minero al que me encargaron en la oficina y que desde entonces seria un compatiero de trabajo y el jefe de mi cuadrilla ida que avanzébamos por la i u galeria principal, los mine recendo en los recoezo de las negras galerfas como s u e traspasar la roea para perderse en sus profun Gidades, Asi ogamos al pie de un pique Sretralde con eras y e creel aey una sacalare. hasta salir al “puente”, como se denomi ne bela vets do mineral en enone fae cn ee rao AlI'eneontré los miembros de la euadrila que a parte de 196 ‘ese momento serfan mis compafleros de sufrimientos e inquietudes, de esperanzas y tragedias. Como es habitual en la mis compafieros estaban haciendo el pijchu de costumbre. A {nterrumpieron su charla y mostraron alguna curiosidad por mi persona y mis antecedentes de experiencia minera, seguramente para formarse un criterio de calificacién de mi persona. Creo que el Tesultado no fue muy favorable para mi prestigio ya que pude adver- fir cierta reserva cuando con toda sinceridad les hice saber que nunea habia manejado una perforadora, aunque tenia mis méritos como barretero de la mina Chojlla. Ademés, tampoco Hevaba una Sola hoja de coca ni un cigarrillo, lo que seguramente ha debido perderme definitivamente en el concepto de mis compafieras, ya que en la mina es una ciencia cierta de que aquel que no lleva coca es un flojo rematado. No me lo dijeron en aquel momento; sino més bien, por solidaridad o por la costumbre, me ofrecieron unos modestos pufados; Corocoro no era la Chojlla donde abundaban las frescas hhojas de coca de los Yungas. Como ya he dicho, yo no era muy afecto al uso de la coca y el cigarro; si después he tenido que llevar coca era para no desentonar. Bn una eomparacién entre la comunidad y la mina habia una gran diferencia en el uso de la coca: en la comunidad, la coca era parte componente de nuestra espiritualidad, la hoja simbélica de respeto y etimacién en las relaciones humanas. En la mina era usada por la necesidad de adormecerse para poder resistir los rigores de la dura jornada de trabajo; de ahi que el pijchu minero se caracteriza- ba por la excesiva cantidad, a tal extremo que cuando ya no cabia ‘mas en la boca tenian que ayudarse con el dedo para hacer un espacio y poder introducir el cigarro. Las hojas de coca en la mina perdian su misticismo y se trocaban en simbolo de esclavismo. El minero, a medida que se adormecia con la coca, iba enmudeciendo hhasta quedar en silencio. En esa situacién de adormecimiento, estaba en condiciones de trabajar sin sentir hambre ni cansancio, sin sentir miedo al constante peligro de los derrumbes, ni pensar en las causas de su explotacién y miseria. Corocoro y la Chojlla comparadas Lo mas significative para mi era la marcada diferencia que encontraba entre la realidad de Corocoro y la Chgjlla aunque mante- niendo el mismo problema de fondo como era la explotacién y los, ‘abusos. El personaje protagénico de la Chojlla era el tipico barretero de lamparin de carburo; en Corocoro habia desaparecido hasta de nombre. En la Chgjlla los sefialados perforistas eran mineros califi- ll cados, cuya labor era tnicamente perforar Ia roca para abrir sus En Corocoro, todo minero que trabajara en supiera trazar un taladro y realizaba todas las labores desde pen o carretillero. La produccién de la Chojlla dependia enteramente del trabajo radimentario de sus barreteros y pirkiferos; no habia mds ‘mecanizacién que los carritos manuales. La produccién de Corocoro dependia de los perforistas de puente que, a no ser por el uso de la chicharra, también trabajaban de manera rudimentaria. Pero las abores de traslado y procesamiento estaban muy bien mecanizadas, de modo que habjan desaparecido del escenario minero de Corocoro las tipicas q‘areadoras de antafio, sin que esto quiera decir que ya no habja mujeres trabajadoras. En la Chojlla, los mineres salfan de las bocaminas para almorzar. En Corocoro, una vez introducidos al interior de Ia mina, se queda- ‘pletar las 8 horas de la jornada, sin que le importe imentacién de los trabajadores. La mina Chojlla se caracteri yamente por: su campamento tipicamente mine- yo, con todos sus problemas de hacinamiento e inseguridad. No habja una sola casa particular y todos vivian en el campamento ‘compartiendo la cruel desnudez de esa realidad. En cambio los Fanchos de Corocoro eran mds confortables e independientes; esta~ ban construidos con paredes de adobe, techo de paja y puertas de calamina. Pero no era fécil para los trabajadores conseguir una Vivienda en la empresa y quizés por eso o porque preferian una mayor independencia, mucha gente vivia en casas particulares. poblacién mestiza con arraigados prejuicios raciales, quienes confor- Inaban Ia ampulosa planta de empleados y obreros de superficie que, ‘con el propésito de mantener una situacién de privilegio, ejercitaban ‘una actitud de discriminacién racial en contra del minero de interior ‘mina, que era el indigena aymara. Perforista de puente En aquel ambiente minero empecé a trabajar como pude en cali- dad de perforista de puente, es decir como trabajador a destajo; aunque yo no sabia nada de aquella modalidad ni estaba entrenado para el duro trabajo que empezaba y mucho menos sabia cuidarme 198 de los constantes peligros. Quizés por eso mis compafieros me tenian fen menos, especialmente aquellos que sobresalian en la cuadrilla por sus habilidades en la perforacién. Ellos presumian de su expe- Tiencia y hasta se burlaban de los novatos como yo. Pero tampoco eran tan dificil aprender y dominar los trabajos de la mina; lo que si me parecia grave era el peligro de los derrumbes (tux y aysa) que causaban innumerables accidentes y hasta muertes horrorosas ba Ja roca que cia blanda de ‘mayor que los disparos de la perforacién. Tal era asi que ei tiempos solo se usaba pélvora como explosivo para las k’allas de puente (avance en los rajos a techo cerrado); la dinamita sélo era ‘usada en los topes y chimeneas. Deseo enfatizar aquella situacién compardndola con la de un guerrero en pleno campo de batalla, que suda, se arrastra y se esgarea por conservar la vida mientras lucha sin poder retroceder. I trabajador minero también es un guerrero que, en el dramatis- ‘mo desnudo y cruel de su realidad, se bate a diario en el campo de ‘de un mundo subterrdneo a cambio del amargo pan de su fencia. En homenaje al sacrificio anénimo del minero, se deberian rendir, que mueren destrozados por la dinamita © los derrumbes, las mismas honras que se tributan, a veces inme- generales y coroneles que generalmente mueren de sus casas, El minero no es solamente el debido a los Ia conciencia rrigores de su de una lucha hi Empecé a trabajar como pude; amarrando la linterna sobre el sombrero con una pita, los pies descalzos, el del pantalén Sujeto al tobillo y las mangas de la camisa bien arremangadas. Ast carretilla bien cargada de mineral, cayendo inexperiencia ante la mofa de mis compafieros, aqui y allé por que ademds me estaban sometiendo a una prueba; pero era joven y leno de vigor, dispuesto a mantener en alto mi amor propio en ‘cualquier circunstancia, En poco tiempo ya estaba adaptado a las formas de trabajo, compitiendo de igual a igual en todas las tareas con excepcién de la perforacién, de la que creo que vale la pena hacer una descripcién especifica. En Corocoro ya no habia barreteros al estilo tradicional; 1a em- presa habfa desechado los combillos y los barrenos de lanza afilada y os habia reemplazado con chicharras (perforadoras) y barrenos de punta estrellada que permitian hacer taladros mds largos, con ‘mayor rapidez y a cargo de una sola pareja de perforistas. Aquellas chicharras, més que perforadoras, parecian una compactadora por la tremenda agitacién que producia su desplazamiento a retropulsién, que exigia del perforista un constante esfuerzo a fin de mantener el equilibrio y control de la saltadora maquina. En la préctica, mas que una herramienta de trabajo parecia un instrumento de tortura por el violento movimiento vibratorio de su funcionamiento-; necesaria- mente habia que sostener con el cuerpo, especialmente con el pecho, soportando asi nes 0 los intestinos, segtin la posicién de la endiablada chicharra. Con el tiempo llegaba a afectar a los pulmones, tanto por el golpet que los sacudia dolorosamente, como por el contacto directo con el polvo de la perforacién en seco, cuanto mas cuando no habia ningun equipo de proteccién. La tecnologia de entonces era todavia bastante rudimentaria; las chicharras perforadoras no tenfan tripodes de soporte ni conexién para agua, de modo que el manejo de aquellas chicharras resultaba matador para el minero, Mi primer sueldo En la situacién de apremio en que estaba entonces, fue para mi ‘muy satisfactorio recibir el sobre del socorro semanal i mento de unos veinte bolivianos sobre el salario de contrat Pero fue mayor mi alegria cuando recibi mi primer sobre de liquida- cién mensual con un equivalente de més del doble de la paga semanal que me hizo olvidar las fatigas y zozobras del trabajo, imaginando comprar una y otra cosa como si hubiera tenido en mis ‘manos una fortuna. Entonees era un hombre con la moral bastante sana; no tenfa el vieio de la coca ni el alcohol tampoco. Tenia un proceder muy timido que no me animaba para pedir un crédito a las caseras que trafan sus vendimias a la eancha de la mina, como lo hacian otros mineros, para cancelar con la paga de los dias sébados. Asi pues, no debiendo nada a nadie, no tenia necesidad de abrir mi sobre de paga y solo se con el caracteristico verdor del verano; divisé mi casita que parecfa una cajita de fésforos puesta en la rinco- nada de una_planicie, en euyas cercanfas aparecia nuestro pequefio rebafio de animal ii acercindome a la casa; a medida que iba acortando la antarse del techo el caracteristico humo de la cocina; entonces supe que mi esposa ya me habia visto venir por el camino y seguramente estaba preparando un t6 como de costumbre. Como saludo le presenté mi sobre de pago esperando ver su alegria; pero la moderada alegria de mi esposa me defraudé: ella tenia una expresién inusual a tiempo de examinar el sobre por todos itud me desconcertd, hasta que emocionada me 6 gracias por entregarle cerrado mi primer sobre 'p6 ol misterio de su actitud. Yo daba importancia al valor en eambio ella apreciaba mas mi conducta; algo bonito de mi vida que no puedo olvidar hasta ahora, Nuestra situacién econémica cubria nuestras primordiales riece- sidades de alimentacién, pero no quedaba gran cosa para la ropa ¥ menos para hacer ahorro; el dinero era algo asi como una ilusiGn que se desvanecia ante nuestros ojos porque todo lo tenfamos que com- rar; no obtenfamos todavia nada de la madre tierra, que a simple ‘vista se mostraba muy benigna, pero no era el tiempo cumplido para recoger el fruto de los sembradios. Con todo, nos considerébamos ‘afortunados con lo que obtenia de mi trabajo en la mina y el avio de Ja pulperia que nos daban a un precio por debajo del mercado corriente, especialmente las piezas de panes muy bien elaborados y de tamaiio grande que reeibiamos dia por medio bajo aquella modali- dad de la pulperia barata. El avio estaba controlado por un sistema de racionamiento de tres categorias: para trabajadores solteros, casados y los que ten‘an numerosa familia. En ese tiempo el almacén de la pulperia estaba bastante bien abastecido; se podria decir que en alguna medida la empresa mantenia la tradicién de las empresas antiguas en cuanto fla pulperia; que siempre fue reclamada y apreciada por los mi- eros. Pero no vaya a pensarse que todo era una maravilla: Salarios eran muy bajos, lo cual limitaba a los trabajadores al con- sumo de la pulperia, especialmente aquellos netos tenfan ningun apoyo econémico del campo y dependi de un salario para subsistir al dia. Por eso, la mayorfa de los mi- heros que preferian trabajar a destajo como en mi caso, en funcién de una mejor ganancia, optaban por hacer su propia explotacién “hasta reventar’, como era corriente decir. Era otra la situacién de Jos mineros que venfan del campo. Aunque por diferentes razones eran muy pobres, en alguna medida venfan trayendo sus productos Gela tierra, con lo cual sin darnos cuenta, estébamos subvencionan- Go los salarios de explotacién; asi se beneficiaba la empresa con una ‘mano de obra barata, como siempre ha sido en el sistema que atin nos rige. Sin sindicato frente a los abusos Otro aspecto negativo para el trabajador es que entonces no tenia ninguna organizacién, no tenia todavia un sindicato que defendiera a los trabajadores, ninguna autoridad que minimamente lo protegie- ra, Todo era de la empresa: los campamentos mineros o ranchos, s¢ podria decir todo el pueblo y hasta sus mismas autoridades. El trabajador estaba completamente indefenso y si algunas veces se daban protestas individuales, inmediatamente era acallado median- te el despido del trabajador, inclusive su arresto porque la policia minera también era de la empresa, y aunque aparentemente dependia del gobierno, en los hechos recibia y cumplia instrucciones de la empresa; practicamente eran mercenarios y en calidad de empleados recibian pulperia desde el jefe hasta el witimo carabinero. En esa situacién siempre salfa perdiendo el trabajador, aunque su causa fuera la ms justa; la poliefa no sélo legalizaba el abuso, sino en si misma era el instrumento de la explotacién, de la opresién y de la negacion de justicia. Ala empresa sélo le interesaba la produccién y no la provision de herramientas de trabajo, equipos de seguridad, vivienda y ién médica. Todo lo que entonces podia dar como atencién gue no iba més alld de una posta, dices de aceidentes, no habia un sanitaria; no obstante los altos hospital de la empresa. ;presa tenia tres empleados como jefes de campamento que blanco de las quejas y el odio de los trabajadores por cuanto asumfan una conducta de desconsiderades matones, quizés por instrucciones de la empresa. Por faltas al trabajo o cualquier otro pretexto echaban del rancho a los trabajadores, en medio de las més inaudi ‘veces secundados por la salojo casi inmediato e inhumano de los familiares de los trabajadores que morian en un accidente de la mina. Como todavia no existia cédigo del trabajo que estableciera una indemnizacién por accidentes de trabajo, la empre- sa s6lo se obligaba a proporcionar un atatid y un poco de coca y alcohol para el entierro. Era realmente inhumana y vil esa actitud de la empresa. En una ocasién en que iba al trabajo pude ver breve- ‘mente el cuadro doloroso de esa realidad cuando eran amontonados en la via publica los enseres de una pobre familia en medio del anto de asustadas criaturas que se arremolinaban en torno de madre y de sus objetos. Aquel abuso me dolié tanto como si me hhubieran hecho a mi mismo; ardfa en la indignacién y la impotencia aunque no conocia a las victimas de ese abuso. Quizés fue una de 202 ‘mis primeras reacciones emocionales en contra de Ia empresa y sus ‘mayordomos sayones. Domingos en Qallirpa Mientras tanto, Ia situacién’de mi casa iba mejorando, En la época de la paricién las ovejas que tenfamos nos daban leche, espe- cialmente para nuestra nifta, que iba desarrollando sin ninguna complicacién. Su inocente alegria, su actividad inquieta y su inci- piente vocabulario nos parecian un encanto; hasta sus berrinches y ajaderias nos parecia divertido. A veces recordébamos el tiempo en que, admirados, sabfamos contemplarla como a una mufiequita dormida, espiando cualquier movimiento de su cuerpito, deseando que nos mirara. Ese deseo estaba cumplido con el transcurso del tiempo, porque nuestra nifia no solamente podia mirarnos, sino que nos conocta perfectamente y correspondia a nuestro amor haciéndo- nos felices. Un poco mds tarde mi esposa habia logrado de la k'ipa Jos primeros frutos de la tierra, es decir, la Pachamama ya empeza- aa alimentarnos. Pero no todo era fécil y arménico en nuestra vida cotidiana: yo ‘me sentia fatigado y deseaba descansar; en los dias domingos echarme al sol que me parecia muy apetecible, a causa de mi trabajo fen la mina que practicamente ya no me permitia gozar de los rayos Solares, De modo que cuando mi esposa me encargaba el cuidado de nuestro reba‘io mientras ella iba a hacer el mercado hasta Corocoro, me sentia frustrado y explotado. A su vez, ella se quejaba de estar ‘amarrada al cuidado del rebafio y por afiadidura soportando la actitud safiuda de mi madrastra en contra de mi esposa, por alguna az6n que nosotros sélo podiamos atribuir a la maldad. Asi pasdba- ‘mos los dias, a veces amargados y otras veces resignados, pero siem- pre muy atareados: habia que reparar los corrales que a causa de las Tluvias se derrumbaban, sacar canales y reparar goteras, con lo que se iba el dfa sin acordarme ya de mi ansiado descanso; a ello se fagregaba la necesidad de hacer aporques en la sementera, para lo {que ya no me alcanzaba el tiempo. Ast pues, cuando tenia pensado que a manera de descansar podriamos hacer un buen almuerzo de domingo, resultaba que yo mismo tenia que cocinar como pudiera, si es que no querfa pasar hambre hasta la tarde, es decir hasta el egreso de mi mujer que preparaba almuerzo y cena en uno. Por otra parte, sentia un agotamiento no sélo por el duro trabajo en la mina, la larga y esforzada caminata de ida y regreso, sino por la deficiente alimentacidn, aunque entonces no me daba cuenta cabal de esa situacién, Lunch EI sistema de trabajo imponfa estar ocho horas en el interior de Ja mina sin més alimentacién que un poco de agua de té y un pan, que denominabamos lunch . Pero no todos trafan lunch y no era cos. tumbre compartir con los compaiieros; algunos tenian la costumbre de adelantar su lunch a la entrada misma, entre los cuales me con- taba yo. Pero en mi caso habia factores que agravaban esa situacién; la distancia al trabajo me obligaba s jg casa muy temprano y 2 veces, el hecho de dormirme que me obligaba a salir corriendo sin probar ni bocado del desayuno, llevando solamente la botella de lunch y a veces ni siquiera eso. Ademés, no se podia levar comidas cocinadas porque se impregnaba el tufo desagradable de la mina; y estaba prohibido entre los mineros llevar tostados debido a la creen- cia de que el tostado provocaba los derrumbes o aysas. Para los que vivian en el pueblo la tinica solucién era hacer un almuerzo en el de- sayuno para hacer una jornada sin alimentacién; pero como yo venia de lejos, era dificil correr mas de cinco kilémetros con el estémago pesado, ademas no tenfa apetito en horas muy tempranas. Creo que més de un 50% de los mineros, como yo, ingresaban a la mina sin evar nada para comer. Tal era la miseria de los salarios que, gene- ralmente a media semana, el minero estaba buscando un crédito para el pan de su lunch y he ahi la explicacién y justificacién para el uso exagerado de la coca en la mina. Pero qué le importaba a la em- presa el lento genocidio de su sistema de trabajo. Aun cuando los eros se organizaron en un sindicato, afios después, la empresa gaba lo dificil y costoso de la operacién de sacar a la gente en m jornada desde trescientos y cuatrocientos metros de profundidad y ‘minero estaba condenado a permanecer las ocho horas de la jornada en el Tugar de su trabajo a plan de coca cuando no tenfa su lunch. xIV LA CH'ALLA MINERA do era llanto y tragedia, también habia tradiciones y fies aque faban otros matices esa realidad minera como era las fam ¢hallas que recuerdo desde mi nifiez, En los lejanos tiempos de nifez veia grandes multitudes de mineros y q’areadoras Tenaban las canchas mineras en un ambiente de fiesta para ree de las empresas el contenido de la ck‘alla que consista en con serpentinas y mixtura, amarrados en la pafoleta minera tradicio de aquellos tiempos, junto a una botella de bebida aleshél manera de aguinaldo. Lo inolvidable para mi es que aquellas fie tenian un sabor a tierra, nuestra tierra, Para la época en que toe6 ser minero de Corocoro ya no habia confites ni pafiletas. sustitucion del antiguo amarro de la ch’alla la empresa entr tun sobre de aguinaldo que los trabajadores recibian con alegri uy cabalmente aquel beneficio, al menos tuizds porque mi sobre era més simbélico que efec nde ser nuevo en la empresa. También podia ser ‘por mi co a le \bia que los nifios ricos podfan recibir sus reg: Seawind: Mero el aguinaldo para los trabajadores era wna pall y un hecho nuevo para mi con el que nunca habia sido benefic hasta entonces. XVI ACCIDENTES Durante el tiempo que estuve trabajando en la pesada y peligrosa tarea de la extraccion de mineral, se produjeron varios accidentes entre graves y leves. El que més impresién me hizo, por la magni- tad de la tragedia, fue cuando un compariero nuestro quedé atrapa- do por un bloque de mineral desprendido repentinamente, mientras amenazaba otro derrumbe con el tronar de la veta que se astillaba , ante nuestra impotente jexorablemente iba a tener el infortunio de ser aplastado y por el derrumbe que, amenazante, soltaba astillas de material menudo sobre el accidentado que se debatfa inttilmente en medio de una expresién de desesperaciGn enloquecida. No sé con qué palabras describir el cuadro de aquel momento; Io tinico que se me ccurre decir es que era terrorifico a partir de las palabras acusatorias que nos dirigié, cuando con una mueca de dolor dijo: "{Me van a dejar només que me muera?’. Todo angustiados nos ‘ miramos los unos a los otros, a la vez que observabamos el desarrollo de los preludios del derrumbe, implorando en lo intimo que se calmara y detuviera por un momento. Quizds porque no se 223 habia cumplido el destino de aquel muchacho o porque habian sido escuchado nuestros ruegos, parecié aminorar la intensidad de los desprendimientos, que ia experiencia nos ensefiaba a interpretar como un colgamiento del derrumbe. Podia ser por segundos, tos, horas o dias; no era garantia de seguridad y el derrumbe final siempre se producia repentinamente con la fuerza de una explosién. En aquel terrorifico momento, cuando no se podfa saber si queda- nia colgada aquella masa o continuaria su asentamiento hasta el desplome total, uno de nuestros comparieros tomé la hervica y a la ‘vez suicida decisién de entrar al reseate del eompaftero accidentado; con unas euantas zancadas se lanz6 al centro del peligro; yo confieso {que tenia los eabellos de punta y estaba bafiado de un sudor ante el continuo goteo de los sazis de las Ilusk’as y astillas menudas que cafan hasta sobre mi guardaiojo. Asi nos lanzamos contra el bloque que aprisionaba a nuestro compatiero; metimos los brazos como pudimos sintiendo que se desgarraban las carnes de los brazos y hhombros y logramos apartar y echar a un lado aquel bloque, que por suerte no era de mucha consideracién; luego agarramos al accidenta- do, sacéndolo, casi arrastréndolo como a un fardo por la desespera- cin de salvarnos. Entonces vivimos otro shock atin més fuerte que los anteriores al vernos acorralados por un promontorio de mineral que nos cerraba el paso, A causa del peso de nuestro compafero, resbaldbamos y rodabamos al tratar de remontar aquel promontorio que en 0 instante parecia condenarnos a la muerte. Jadeantes por la deses- eracién no lanzébamos ningun quejido de dolor pese a estar sintiendo rasmilladuras, magulladuras y contusiones que nosotros ‘mismos nos eausdbamos al no poder hacer pie firme. Aquellos breves instantes parecieron convertirse en una eternidad insoportable en cuya microdimensién nos hubiéramos estado moviendo con la lenti- tud y las dificultades de los microorganismos. Es admirable emo la ‘mente en momentos tan eriticos puede darnos determinadas reali- dades que no existen, Empujando de abajo el cuerpo de nuestro compariero, arrastran- dolo y jalando de arriba al fin logramos traspasar la zona de peligro. Una vez en lugar seguro, lo primero que adverti fue que estaba respirando con tanta fuerza como si hubiera estado ahogado; mi coraain latia de una manera violenta y dolorosa como pocas veces lo he sentido en mi vida. Aquel momento, que hubiera sido de alegria no fue ast; las conmociones experimentadas habfan sido tan violen- tas que précticamente estdbamos extenuados, y en vez de alegria en todos nosotros habia un sabor de amargura que pugnaba en desbor- darse en légrimas: de desahogo. Pero el momento no era para la 224 alegria ni para las ldgrimas; habia que atender al compafiero acct dentado; el jefe de cuadrilla fue a dar aviso del accidente y pedir una camilla, mientras los demés tratébamos de calmar a nuestro com- paflero a tiempo de condolernos por sus lastimaduras y las nuestras. Lo més grave era una herida’ en un pie que mostraba el hueso al descubierto; justamente el pie que hab(a quedado aprisionado por el bloque que apartamos y que después legamos a saber que estaba fracturado, La camilla no se hizo esperar mucho; nuestro jefe de cuadrilla legs acompaiiado de otros compatieros que ademds de camilla trafan dos rollos de pita de eéfiamo. Una vez en la galeria principal lo trasladamos a paso vivo haciendo turnos de relevo, encontréndonos con el jefe de punta que subia a ver lo sucedido y al ser informado se unié'a nuestro grupo indicéndonos que ya estaba esperando la jaula. A partir de ese momento, el jefe de punta se hizo cargo del traslado final. Nosotros regresamos a reanudar el trabajo como si nada hubiera sucedido, aunque nuestros énimos estaban tan deprimidos que parecian como estar en la inconsciencia, La primera preocupacién que consideramos a tiempo de hacer el pijehu fue la necesidad de hacer sacar esa misma noche el énimo del accidentado como forma de ayudar a su restablecimiento y evitar que el dnima en pena fuera agarrada por algiin espiritu m: jue Iuego podria ser una pesadilla para nosotros mismos. Yo me limitaba a escuchar, porque entonces no comprendia muy bien sobre el desdoblamiento y Ta esencia del alma; pero por instinto estaba de acuerdo para que fuera purificado el lugar, ademés de que aquello del ajayu irpxataria era una préctica tradicional muy corriente en el marco de la cultura ancestral aymara. De acuerdo a lo acordado se realiz6 la purifica- cién del lugar y el rescate del énima del compafiero accidentado con ceremonias muy especiales como requeria el caso. Amargura y despertar sindical Otra mafiana, cuando recién empezabamos a trabi cogida por el derrumbe, 0 sea la aysa de los tuxus. Aguella vez tragedia era mayor por el niimero de muertos y heridos. Llegué lugar confundido entre otros mineros que también habian acudido para ayudar en el rescate. Al salir del pique me encontré con un silencio desconcertante. No obstante la presencia de una veintena de ‘mineros s6lo podian observar un gigantesco bloque de mineral que ‘cubria el piso del rajo casi de Husk’a a llusk’a_por un largo de unos 15 metros y el espesor de 1,20 mds o menos. Era una sola plancha que cubria a toda Ia cuadrilla, de modo que, con exeepeiGn de dos de ellos que encontramos apretados entre la pared de roca y el bloque, 225, de los demés no habia ningin rastro ni se escuchaba quejido alguno. los dos mineros aprisionad estaban desmayados, permanecfan sacarlos. Recién entre quejidos de dolor dieron entonces detalles del accidente y seialaron con exactitud el lugar en que se encontraban sus compatieros. Por las desigualdades del piso se pudo encontrar una ranura por donde, gracias a la luz de las linternas, se podfan ver los cuerpos sin movimiento de los muertos; uno estaba agonizando todavia y sus pies se movfan a intervalos con las claras sefiales de la agonfa. Otro minero que raseaba la tierra para salvarse por su propia cuenta, milagrosamente lo logré ayudado por los rescatadores en la parte final del trayecto. Aquello era verdaderamente asombroso, no sélo por la forma valiente de su lucha por salvar la vida, sino también e6mo pudo sobrevivir al accidente que maté a sus compafieros cuan- do él también habia sido aplastado al igual de los otros; era maravi- oso en medio de ese cuadro de tragedia. ‘Las gruesas cafier‘as de hierro que usamos a manera de palancas se doblaban como meleochas. En medio de la impotencia, se veia al- gunos rostros por los que rodaban las légrimas al ver que todos nues- tros esfuerzos resultaban initiles. Empezé a cundir el desconci no habia un ingeniero que dirigiera el rescate ni un jefe que man viera el orden entre los rescatadores; tampoco hubo la serenidad ni Ja experiencia para aplicar el método de rescate. Quizés por la gran cantidad de mineros pensamos s6lo en Ja aplicacién de la fuerza bruta, sin comprender que aquella gigantesca mole era superior a estras fuerzas, no sélo por su tremendo peso sino mayormente por Sin embargo, si gente, se habria abierto una zanja en la tierra rellenada como 'o hizo el compafiero, que rascando la tierra, pudo debajo del bloque; abriendo una zanja se hubiera podid cuerpo de los accidentados. Pero en el desconcierto de aq to, alguien opiné que no habia otra alternativa que romper aquel bloque a plan de puntas y combos, golpeando sobre los cuerpos de Jas vietimas. Aquella determinacién acabé por descomponerme hasta los vémi- tos; me causaba repugnancia aquellos movimientos de agonia que podia ver a través de la ranura entre el piso y el bloque y ademés, ‘creo que el ambiente estaba impregnado con la sangre de los muer- tos, Aquella impresién y el malestar que me enfermaba, me obliga- ron aretirarme a un rineén apartado para no ver ni participar en el 226 trozado de esa mole, que précticamente era la colosal lépida mor- tuoria de los compafieros que pretendiamos salvar. Sacrflegamente en alguna medida, tbamos a completar la obra de la muerte al romper la roca sobre sus cuerpos, acabando de matar asi al com- pafiero que estaba agonizando debajo del bloque de mineral. Quise ‘oponerme, pero en el desconcierto de aquel momento los mineros parecian hormigas alborotadas sobre su nido; predominaba la idea de rescatar aunque el método fuera equivocado y cruel. No quise volver a mirar aquel espectéculo o quizas no tuve el valor de mirar Ta fea cara de la muerte. En medio del ruido del hierro sobre la roca y las voces de los mineros se llevé a cabo la tarea del rescate. No quise ver aquel desfile de muertos de cuerpo destrozado, en cuyos rostros se podian advertir las huellas del sorpresivo pénico, del dolor y la desespera- cin. Era para mi tan impresionante que me sacudié violentamente en mis sentimientos, hasta hacer llegar mi amargura hasta el alma, Sin darme cuenta cabal de mis reaeciones, en un momento me di ‘cuenta que estaba jadeante y con la boca seca. Después de la amar- gura, mi reaccién inmediata fue la explosién de una r queria destrozar mi pecho; porque a pesar de haber visto el Bloque causante de aquella tragedia, queria identificar al cul parecia esconderse en la nébulosa de esa cruel real ‘conmocién violenta de las emociones vividas ese dia y era la primera vez que me tocé presenciar una tragedia de tal mag- nitud, aquel deseo de una explicacién en realidad era la busqueda de una verdad de fondo, del origen de aquella cruel realidad. O quizas inconscientemente ya me habia dado una respuesta a mi mismo, lo que podria explicar Ia explosicn de rabia que sentia. Después del rescate de los mineros muertos, el lugar se fue vaciando répidamente, y aturdido en una especie de inconciencia, también salt ar con los uiltimos que se retiraban. Cami- naba indeciso; instintivamente no deseaba regresar a mi paraje de trabajo, que a pesar de estar en otro nivel, resultaba només un otro casillero de la misma realidad. Pero, qué hacer? Entonces involun- tariamente experimenté un estremecimiento: tenfa miedo y la mina ‘me parecié higubre y horrorosa hasta el espanto al pensar que yo también podria tener ol mismo fin de aquellos pobres mineros que tan trdgicamente murieron, dejando seguramente en el desamparo a pequefias criaturas que no podrian todavia comprender la desgracia que se abatfa sobre ellos. Esa idea me hizo correr un sudor frio y pude comprender que mi miedo no era tanto por mi vida, sino més por la suerte de mis pequefias criaturas en caso de morir sabitamen- te en la mina. Asi la amargura y la rabia se convirtieron en afliccién. La poblacién civil ya estaba habituada a los casos de accidentes y ya no se conmovia més alld de la curiosidad humana y la resigna- Gdn cristiana. Se podria decir que la muerte de un minero la vefan ‘como un caso normal y corriente de esa realidad minera. Sin ember- go, en aquella oportunidad la conmocién emocional fue muy grande, 3% duda por el mimero de mineros muertos y lastimados como no se habja dado en mucho tiempo. Nuestro sindieato, que en esa época estaba en una etapa de debutacién, declaré duelo con suspensin de actividades el dia del entierro, aunque la gerencia de la empresa {uiso hacer una observacién y cambié el término por “tolerancia’. De fhdos modos, en aquella oportunidad la empresa se sometid al pedi- Go de los trabajadores sin mayores observaciones; firmé las tarjetas de asistencia al trabajo cuando el turno diurno apenas habia tra~ bajado hasta media jornada y en el turno de noche nadie entré a tra- bajar. ¥ no sélo eso: por primera vez se vel6 los cadaveres con el ar- regio de un catafalco, cuyo alquiler pagé la empresa ademas de yoostraree muy ‘bondadosos en la provisiOn de coca, cigarros y alco- ol. ‘La noche del velorio el local de sindicato recién estrenado estaba completamente leno de gente trabajadora, vecinos y famil Jas vietimas, entre los cuales estaba también yo. Lo que m: sign me hizo fue la presencia de los familiares con las expresiones de ‘unas veces con lamentaciones a viva voz. y otras con tun llanto silencioso pero desgarrador. La estampa viva del dolor humano, de la tragedia minera estaba expresada por una mujer rodeada de tres criaturas estupefactas que lloraban con tanto dolor Y afliecién que era imposible permanecer impasible. Me conmovié tanto aquel cuadro de tristeza y dolor que lloré sin poder evitar las convulsiones que sacudan mis hombros. ‘Al calor de los ponchecitos que se servian, varios obreros mesti- ‘20s con dotes de poetas y oradores se manifestaron con las acostum. bradas oraciones y ponderaciones de las virtudes de los compafieros 15 para nosotros los mineros Jamaron "néctar" al ante” al orador y asi Pero a medida que se iban animando las intervenciones, pronto se transformaron las oraciones en discursos politicos rabiosamente revolucionarios manifestados por las personas que asumfan la lucha Je los trabajadores, que abundaron en calificaciones al imperialis- ‘mo, a los barones del estario, al gobierno y naturalmente ala empre~ Sa. Por primera vez escuchaba los encendidos discursos que reivin- icaban los intereses nacionales, los derechos y dignidad de los 228 Seen CES eee ee ne ee ee ee eee ee ee ee ee suftidos mineros, cuya prueba de sacrificio estaba ahi a la vista, en Tos euerpos destrozados de los que fueran nuestros compafieros, en sus familiares sumidos en la desesperacién y en la orfandad de criaturas inocentes que sin ninguna consideracién serian echadas del campamento. En la realidad de explotacién de entonces habia tantos motives que no se llegabari a agotar los discursos, que pese & sus defectos y limitaciones tenian el valor de ser la voz esponténea del trabajador minero lanzada de manera frontal y rabiosa contra ‘nuestros opresores. Puede ser que el razonamiento de fondo todavia hubiera sido larvario; pero era el comienzo de una lucha que no iba quedar ahi. ‘Aquel vélorio fue para mf el comienzo de una escuela sindical, Es necesario sefialar que en el desarrollo de aquel ‘por lo menos en sus inicios, no hubo ningin que nos Se reivindicaciones econémico-sociales. Los candidatos gamonales que se presentaban hablaban de los cantones a nivel de regiones, pero nada decian de la realidad minera. Conforme a las costumbres fradicionales, solo ofrecian las cantinas de puerta abierta a sus partidarios, colmando la expectativa de la ciudadania calificada con fl ofrecimiento de una parrillada en el caso de que le dieran el triunfo. Por eso es justo testimoniar que la lucha de los mineros de Corocoro fue orientada por sefialadfsimas personas oriundas de Pacajes, que después de haber trabajado en las grandes minas de los barones del estatio habian regresado a causa de los despidos, perse- cuciones y confinamientos de que eran objeto en aquella época. ‘Aquellos sencillos mineros de base, a través de charlas y diseursos fueron formando una conciencia de lucha. No obstante aquella solidaridad motivada por aquel accidente con tres heridos y cuatro muertos, habia només dos mundos dife- tentes. Claramente se advertia la diferencia de dos realidades sepa tadas no sélo por las diferencias culturales sino también por los prejuicios racistas y sociales. Tal era asi que, no obstante el home- haje postumo de todos los trabajadores, los familiares se sentian jncomodados y hasta molestos por no poder ejercitar las ceremonias de nuestras costumbres culturales, porque con excepcién de uno, los demas eran mineros indios, comunarios de los ayllus aledatios, cuyos familiares reclamaban sus cuerpos para trasladarlos @ sus comuni- dades. Fue necesario hacer mucha persuasién a fin de que consin- fieran en hacer el velorio en el local del sindicato. Fuera de ese jnconveniente de primer momento, todo era solidaridad en el enten- digo de que se honraba al minero, pero ignorando la personalidad cultural de las victimas. Con todo, el entierro fue solemne con la Gsistencia de todos los trabajadores; por primera vez el estandarte del sindieato encabez6 el cortejo fiinebre; varios oradores dieron el 229 — adiés en representacién de las diferentes secciones y naturalmente el sindicato hizo el papel de doliente, con lo cual se acrecento su prestigio entre los trabajadores, ademés de ser una muestra de su poderio frente a la empresa. La muerte de un compaiiero Otro caso que me conmovi6 terriblemente fue cuando mi com- paiero murié a mi lado, apenas a una distancia de cincuenta centimetros, sin que hubiera podido darme cuenta de nada. El era sumamente peligroso, a causa de los tuxus el material se vé de por si mediante los continuos derrumbes, de modo que no nece- sitébamos perforar en la veta nada més que para cachorrear algunos bloques gruesos, desprendidos como planchas unos sobre otros. El sitio al que me destinaron aquella matiana sélo era el comienzo de la zona peligrosa, es decir que todavia se pot derar seguro. Por eso me sent{ satisfecho de trabajar en ‘mencionado, mientras otros compafieros entraban a potencialmente peligrosa después de advertirnos los unos a los otros de estar atentos al menor indicio de peligro. Con mi compafiero hi 1$ una yunta como se acostumbra en Ja mina. Habia un detalle al que quizés le debo la salvacién de mi vida: yo trabajaba con ambas manos y a veces el brazo izquierdo me era més efectivo que el derecho; en cambio mi compafiero siempre trabajaba por el costado derecho, de modo que a tiempo de colocar la carretilla se colocé al lado derecho. Comenzamos con denuedo icamente nosotros dos tendriamos que mantener la ali- ‘mente en nuestra competencia ‘mientras nos sentiamos seguros del ingresdbamos a 1a zona peligrosa, mi entusiasmo se fue ‘hasta convertirse en tensién traumatizante agravada par el polvo y suspender imponia la necesidad de cachorrear los tremendos bloques que estaban desplomados a fin de agilizar la extraccién del mineral. En esa expectativa de tensién nerviosa, continuamente surcaban Jas alturas los haces de nuestras linternas en sefial de alerta. Natu- ralmente tenia miedo por mi; pero en aquel momento no se me ccurrié imaginar siquiera que el peligro inmediato estaba colgado sobre nuestras cabezas. Todo nuestro nerviosismo y miedo estaban concentrados en el lugar en el que estaban trabajando con la 230 rostro angustiado y tenso de los compafieros 41 que en caso de un derrumbe no tenian posi- ‘Trabajando en esa situacién de suspenso, en e] momento menos pensado de improviso senti que me golpeaba una fuerte corriente de aire y retemblaban el piso y las rocas laterales como si hubieran sido sacudidos violentamente. En los pocos instantes de esa situacién vivi toda una experiencia de miedo, confusién, y suspenso. No podia darme cuenta cabal de nada, Mi ‘primera reaccién instintiva fue mirar hacia adelante con la idea de que la catdstrofe era ahi; para mi desconcierto parecfa que todo estaba igual, con rencia de que a través de un manto de tenue bruma las parpadeaban jente, igual como fuerte expansién de las descargas de di y para mi total confusién no pude encontrar a mi {Zquizds habia escapado? En aquel trance no se me ocurrié piso donde estaba mi compafero. Todo lo que sabia es que hal ccurrido una catdstrofe; pero, ¢dénde? Tal seria el grado de mi ofus- camiento que no podia advertir que a unos escasos centimetros, mi compajiero ya estaba aplastado debajo de un bloque que lo cubria por completo. Todo aquello pasd on breves instantes, hasta que acudieron mis compafleros y me preguntaron qué estaba hecho. Al Yer que no tenfa ninguna lesién 1a emprendieron con el bloque jesplomado. Recién comprendi lo que habia pasado y asi mi ofuscamiento aumenté hasta hacerme doler la cabeza; porque era increible que rea no hubiera podido darme cuenta que por un vado la vida. Era ciertamente increible. D rmiento pasé a la conciencia de la dolorosa re bloque desplomado que se levantaba como pared junto a la carretilla. Es decir que aquel bloque, al caer verti- ealmente, habia afeetado hasta el lugar en el que se encontraba mi compafiero, y yo debia mi salvacion gracias a la inclinacién de la usk’a (inelinacién de la trayectoria de la veta). Bsa ora la explicacién de mi salvacién. Aun asf seguia buscando con la vista a ‘mi compafiero, porque mi entendimiento se negaba a admitir la dolo- rosa realidad de la repentina y trdgica desaparicién de mi compatiero. Pero jeudl seria la explicacién para tanto ofuscamiento? Para mi entender era el resultado de una crisis nerviosa que no era s6lo de aquel momento, sino una tensién acumulada en cada jorna- da de trabajo; luego una previa predisposicién mental para sélo concentrar la atencién en la zona central de peligro y finalmente la pardlisis de mis sentidos a causa del ruido de la chicharra que fa, anulando la pereepeién del ofdo. Al ver que mis compatieros la emprendian con el bloque mientras desesperadamente pronunciaban el nombre de mi compafiero, como saliendo de un suefio, pude comprender claramente que mi com- patiero habfa sido aplastado. Al desplomarse el bloque, seguramente Por el impacto se habia partido en varios trozos de consideracién, uno de los cuales tenfamos que remover para rescatar el cuerpo de nuestro compatiero que no daba sefiales de vida. Después de esfuer- 20s inauditos logramos mover un poco haciendo un hueco de apenas veinte o treinta centimetros que nos permitié ver el rostro de nuestro compaiiero en una situacién tan lamentable que no sabria decir si sentia dolor o espanto: todavia estaba con vida y abria continuamente la boca con desesperacién, como si qui pidiendo auxilio, Pero no tenfa vor; de su garganta no salia ningun sonido y asi se parecia al pichén de las aves cuando estiran el cuello ¥y abren el pico para recibir su alimento, Pudimos observar esa triste figura de mi compariero sélo por unos instantes, porque el peso del Dbloque nos doblegs y se volvié a cerrar sobre nuestro desdichado compafiero. Nuevamente la emprendimos con el bloque, multiplicando nues- tros esfuerzos por la desesperacién del dolor, hasta levantarlo a una altura que dejaba libre al herido; ahi cruzamos dos maderos que lo sujetaban en forma de techo. Mientras tanto, aquel pobre minero seguia en la misma grotesea figura de la agonta. Lo trasladamos tun lugar seguro y se mand6 a pedir una camilla para su traslado. Lo examinamos con ms detenimiento y pudimos comprobar que con excepcién del movimiento del cuello y la boca sin voz, el resto de los, miembros del cuerpo no tenian movimiento; el brazo era hueso ‘enguantado con la piel y los misculos desgarrados a ratos se hacian tuna bola debajo de la barbilla; pero aquel desesperado abrir de la boca continué hasta el wltimo momento. No sé si nos reconocia todavia; pero si nos reconocia, en aquella muda expresion de su boca, cudnta desesperacién y' dolor nos estaria diciendo. Al fin ‘empezé a empafiarse el brillo de sus ojos, hasta que quedé inmévil su boca. Habfa terminado su sufrimiento, dejéndome desgarrado el corazén y conmovido hasta las ultimas fibras de mis sentimientos, A pesar de tener los dientes apretados por la tensién, no pude evitar que se me escapara un rugido de dolor. No tengo palabras para describir el torbellino de sensaciones de desesperacién, dolor y abia que me agitaba hasta el alma. Podia haber sido yo el muerto 0 por lo menos haber sufrido un quebranto fisico estando tan cerca como estdbamos casi codo a codo sélo con una carretilla de por 282 nage medio. ;Acaso ¢l cruel designio del destino sélo habfa sefialado a mi compatiero? 20 quizds yo me habia aprovechado de mi supuesta cualidad de zurdo para escapar del peligro? Pero, ceudndo, donde y emo se iba a dar la catastrofe? dad de salvarse dando sélo un brinco hacia adelante. Si no lo quizds fue porque, al igual qué yo, esperaba una catdstrofe en la parte de adelante y tenia miedo, lo que podia haber paralizado sus sentidos. Después de haberse calmado mi dnimo me parecia un crimen alegrarme por el hecho de estar con vida. Finalmente Negué ala conclusién de que era el destino, ya que entre suerios su alma se me despidié con dias de antelacién, sin que pudiera identificar entonces el fantasma que me atormentaba. En un esfuerzo por conocer la historia de mi pueblo, las causas de su esclavitud y la validez de su lucha d los, he recorrido un ciclo de muchos afios tratando de esclarecer mi entendimiento gracias a la motivacién permanente que me ha causado el recuerdo de la trégica muerte de mi compafiero en la mina, Entonces yo buscaba ‘una explicacién s6lo en mi condicidn de trabajador minero; no sabia nada de politica, economfa ni historia soci: alguna vez escucha- ba comentarios sobre los politicos y personal de gobierno me parecia como si se tratara de seres extraterrestres, quizés porque no se los conocfa ni se sabia lo que hacian. No podia entonces advertir el problema de fondo de aquella realidad, seguramente como resultado de una traumatizacién profunda que me causé la cruel opresién de gue fui objeto. 233 XXI EL MOVIMIENTO INDIO TUPAK KATARI El nacimiento del MITKA Lo primero que me pregunté fue: {Qué nombre se lamarfa 0 qué nombre Hevaria una organizacién a india? Me parecié que Tlamarlo partido hubiera sido muy pequefio y muy vulgar, al estilo los partidos de nuestros opresores. Entonces pensé que podfa lamarse movimiento; pero como yo no soy un espafol, y no he tudiado el castellano, no podia todavia entender el aleance del jovimiento’. Por otra parte, pensaba que quizés se podia con un remedo al Movimiento Nacionalista Revolucio nario, puesto que ellos se denominaban "movimiento"; se podria pensar que yo estaba buscando hacer una organizacién siguiendo el ejemplo de lo que era el movimientismo. Pero Ia verdad es que en ese momento yo estaba completamente apartado de lo que podia Tlamarse nacionalismo, movimientismo 0 comunismo 0 cualquiera otra organizacion de la sociedad opresora, No se trataba acd de un grupo, mi siquiera de una clase, se trataba de todo un pueblo. Al final, todavia con dudas, me decidi denominar Movimiento Indio y finalmente como una cosa hecha, definida y representativa, con el nombre de Tupak Katari (MITKA), Asi nace en el fondo del monte del Alto Beni una sigla politica, netamente del pueblo aymara del Qullasuyu porque en ese momen: to yo solamente pensaba en mi raza, por el hecho de que yo era ay- mara. Entonces no conocia muy bien dades, por ejemplo del oriente de Bi fabia que habia por otros ‘pueblos oprimidos, amados "salvajes” que vivian en los montes; pero para mf eran todavia desconocidos sus derechos, su historia, su personalidad cultural. Por eso, al hacer esta denomina- cin, fundamentalmente pensaba en mi pueblo aymara, es decir en el pueblo del Qullasuyu. Quisiera hacer un poco més de argumentacién sobre el término indio. Aunque entonces todavia no estaba mi idea bien entendia que el término indio podfa ser un instrumento de lucha, puesto que la sociedad opresora con el término de indio nos habia ‘término indio nos habia sometido a la esclavitud. s entendfa yo que el término indio también podia constituirse en el instrumento de nuestra lucha para darle en el la sociedad opresora. Ese término tenfa que ser algo asi jante del desaffo para arrostrar a la sociedad opresora y que con el tiempo iba a convertirse en la expresin ideol6gica y en el fundamento principal de nuestra lucha Los primeros pasos del MITKA ralelamente a la lucha sindical que manteniamos en el empece a ocuparme de una forma de organizacin nete- ica, Para este cometido necesitaba contar con personas de mucha confianza, Estébamos viviendo en un momento suma- ica y especialmente para la ‘én de un pueblo que jamés habia contado con organiza. cin politica en sus casi 500 afios de opresién, Fue un poco dificil buscar a las personas més indicadas. En ese momento no se podia tener confianza en nadie porque habia una actividad de espionaje a través del Pacto Militar Campesino y el mejor dirigente o el amigo de repente podian declararse agentes del gobierno. En alguna ocasién habia leido que para organizar un partido cho su organizacién contando solamente con dos 0 tres colabora- dores. Entonces, yo pensé seguir ese mismo camino, Es asi que tomé amistad, 0 mejor dicho jigos que tenia on el Alto Beni. Era una familia de mi mismo apellido, pero ellos eran de 330 Ja provincia Ingavi. El hermano mayor, que era quien mandaba en Ja casa, era de ideas revolucionarias: habia pertenecido a organiza- ciones tradi ido Comunista de B (Moscovita) y de esa manera habia participado en los movimientos de Nancahuazii y habia estado preso en la isla Coati, En el momento en el que hablamos de politica, él se mostré decepcionado de su orga. jan politica porque tba de que habia sufrido iscriminacién racial y por eso estaba algo resentido contra esa organizacion, Cuando yo le hablé de mi idea, comprendis y me dio la razén porque era verdad lo que yo estaba diciendo. Me prometis seguirme y asi se comprometié a ser toda la familia los fundadores de 1a organizacién, Pero no solamente fueron ellos, También estuvo otro de los fun- dadores, un colonizador, Nicolés Calle. El siempre tuvo una actua- ion si siempre estuvo activo. En el momento en que nos ‘conocimos, justamente cuando hice el movimiento de masas para de- comisar las maquinas del Instituto de Colonizacién para hacerlas trabajar por cuenta de los colonizadores, Nicolés Calle presto un juramento de honor ante toda esa masa de colonizadores que esta- ban movilizados para ser leal en la lucha y en la causa de los colo- nizadores y no desviarse nunca més y fue un elemento considerado, aceptado y recordado porque supo prestar sus servicios. Mi encuentro con Reynaga En ese momento, yo no conocia la existencia de movimientos que pudieran tener una motivacién como el que yo estaba ideando, No tenia conocimiento de ninguin libro que hici i ra a nuestra historia y menos a alguna ideologia mente Nicolas Calle quien en uno de sus viajes a La Paz ~él estaba dedieado no solamente a la agricultura, sino también al comercio— encontré del escritor Fausto Reynaga. Calle me presents el libro y me sto es lo que hay que leer". Yo no sabia absoluta- mente de qué se trataba. Cuando empecé a ieer las primeras pagi- nas me parecié muy interesante. Ese libro fue Tesis India. Mas tarde, Calle trajo otro: La Revolucién India. Ambos libros hablaban en el mismo estilo y con fogosidad. Empezamos a intercambiar opiniones entre los dos y yo, hasta cierto punto, crefa que aquel escritor podria ser el lider. Aqui es necesari rar una cosa: al tener la idea de una organizacién politica del indio yo no pretendia ser el lider. Yo estaba consciente de mi limitada capacidad, por tanto pensaba que habria una persona que apareceria, un conductor al izacién. Y al leer der. que proclamariamos como el lider de nuestra org ese libro pensé que quizas Reynaga podria ser el aa

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